P. Miguel Ángel García Morcuende • Cualificar y acompañar al salesiano en y para la misión
11
tica, nos equipamos mejor para vivir este don,
para compartirlo con los laicos, para dar cuen-
ta de lo que vivimos, para describirlo y para
estar convencidos de su relevancia. La misión
«da forma», inspira, anima y guía el carisma, le
da visibilidad y lo adapta a las condiciones cam-
biantes del contexto y de los destinatarios.
La caridad pastoral (con valores, actitu-
des y criterios propios de la dimensión edu-
cativo-pastoral) determina nuestra forma
de pensar y actuar, nuestra forma de rela-
cionarnos; además garantiza procesos de
crecimiento y fidelidad apostólica adecua-
dos al mundo de hoy.
Desde esta perspectiva se entiende mejor
el servicio eclesial del acompañamiento de los
jóvenes (cf. Christus vivit 244 y 245). Ministe-
rio que requiere autenticidad, bondad, com-
promiso con la Iglesia y con el mundo, bús-
queda de santidad, escucha, reconocimien-
to de los propios límites y pecados, etc. (cf.
Christus vivit 246).
[4] El joven salesiano necesita además encon-
trarse, tanto en la oración personal como en
las celebraciones, con un Dios que es fuente
de vida y plenitud para la humanidad, espe-
cialmente para los jóvenes más pobres. El sen-
tido pastoral de los espacios de oración perso-
nal nos remite a una soledad llena de perso-
nas a las cuales el Señor nos envía. Los caminos
concretos son el cultivo de la oración de inter-
cesión, que es un acto de confianza en Dios y
un acto de amor al hermano; la acción de gra-
cias pastoral, donde se agradece a Dios por lo
que él hace a los demás y por lo que genera a
través de nosotros; la reconciliación, pidiendo
perdón por el modo inapropiado de vivir la
pastoral y purificando las intenciones.
[5] El diálogo con el director/formador
y el acompañamiento espiritual son opor-
tunidades valiosas para ello. Es un espacio
para redimensionar la dimensión pastoral del
salesiano. El diálogo personal, que ha de cele-
brarse regularmente y con cierta frecuencia,
como «hábito de insustituible y probada efi-
cacia» (Vita Consecrata 66). Se trata de ese
«diálogo pastoral» del que habla Pablo VI en
la Evangelii Nuntiandi, para guiar a los forman-
dos por los caminos del Evangelio, alentar sus
esfuerzos, levantarlos de sus caídas, asistir-
los con discreción y disponibilidad (cf. nº 46);
«señalar los obstáculos, incluso los menos
evidentes»... para mostrar «la belleza del segui-
miento del Señor y el valor del carisma en que
se realiza» (Vita Consecrata 66). Desde el ini-
cio de este camino, la mediación formativa
debe asegurar la claridad en la presentación
de los objetivos de la formación también apos-
tólica, sus reglas de juego y sus exigencias,
según la mentalidad de la Iglesia y de la Con-
gregación, sin ningún descuento.
[6] El contexto en el que debe tener lugar
la formación es la comunidad local. Para
ello el equipo de formadores ha de garanti-
zar un proyecto formativo a lo largo de las
diferentes etapas formativas para descender
a lo concreto, también en la dimensión apos-
tólica de la vocación del salesiano. Y esto se
ha de hacer teniendo en cuenta las singulari-
dades personales, derivadas de la cultura, de
la historia, del contexto más preciso en el que
se vive y trabaja y con referencia a la zona
concreta de la Congregación en la que se está.
Este acompañamiento formativo debe
ir más allá de los elementos «externos» de
las iniciativas apostólicas y tratar de bajar
al nivel de las convicciones, las actitudes,
las motivaciones. Necesitamos formado-
res que, siguiendo el icono del Maestro,
recorren el camino de Emaús, acompañan-
do, escuchando, iluminando, discernien-
do, provocando. De este modo, el forma-
dor puede convertirse en compañero,
maestro, padre y pastor de los jóvenes que
le han sido confiados.
sdb.org Via Marsala 42 - 00185 Roma • Centralino: (+39) 06 656 121 • Email: pastorale@sdb.org