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FLASH
Animación Pastoral Juvenil Salesiana
Número 6. Julio 2024
Donde Dios nos quiere
Acompañar los primeros
sueños vocacionales
P. Miguel Ángel García Morcuende
Consejero General Pastoral Juvenil
SECTOR PASTORAL JUVENIL
Salesiani di don Bosco SEDE CENTRALE SALESIANA

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Donde Dios nos quiere
Acompañar los primeros sueños vocacionales
P. Don Miguel Ángel García Morcuende
Consejero General Pastoral Juvenil
1 Una llamada vocacional
en forma de sueño
[a] Ningún sueño es trivial. Los sueños son
importantes y siempre han caracterizado una
parte de la vida humana. En la antigüedad se
creía que los sueños permitían la comunica-
ción con lo sobrenatural. La ciencia actual dice
que manifiestan las profundidades de la perso-
nalidad. No hay mucha distancia entre ambas
ideas: efectivamente, Dios actúa en las profun-
didades del ser humano. Los israelitas creían
que los sueños revelaban mensajes, profe-
cías y visiones divinas; quienes eran capaces
de interpretarlos gozaban de gran prestigio.
Hoy también hablamos de ensoñaciones,
esos sueños que acariciamos sin necesaria-
mente dormir y que podrían caracterizar nues-
tro futuro. Pero ¿nos hemos preguntado algu-
na vez qué significa soñar? ¿No es verdad
que todos hemos soñado con los ojos abier-
tos, removiendo así nuestros corazones y
nuestro futuro?
La evocación del sueño de los nueve años
la hace Don Bosco en las Memorias del Orato-
rio, uno de sus escritos más personales. El
manuscrito de esta obra fue redactado en el
período comprendido entre 1873-1875 y com-
pletado en los años 1877-1879. Es, entre otras
cosas, una inspiración para entender esa pri-
mera llamada sobrenatural que siente un joven.
En palabras suyas:
“Cuando en el año 1858 fui a Roma para
tratar con el Papa sobre la Congregación
Salesiana, él me hizo exponerle con deta-
lle todas las cosas que tuvieran alguna apa-
riencia sobrenatural. Entonces conté por
primera vez el sueño que tuve a los nue-
ve años. El Papa me mandó que lo escri-
biera literal y detalladamente, y lo dejara
para alentar a los hijos de la Congregación”.
Por fortuna, asomarse a la experiencia del
nacimiento de la vocación de Don Bosco pue-
de adentrarnos a comprender mejor esa lla-
mada que “queda profundamente grabada
en la mente para toda la vida”. ¿Cuántas viven-
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cias, en forma de sueño o en la realidad han
quedado profundamente inscritas en nues-
tra biografía?
El relato de Don Bosco adopta la forma de
una enseñanza pedagógica. Dicho de otro
modo, si fotografiamos este momento, el sue-
ño contiene en su núcleo, potencial suficiente
para entender un poco mejor el camino para
acompañar a los jóvenes en su camino voca-
cional.
[b] Lo primero que salta a la vista es que
los sueños son un “género literario” que per-
miten transformar algo ordinario, hubiese
acontecido así o no, en otra cosa completa-
mente extraordinaria, a los ojos y los oídos
de los que lo escuchan. En el relato autobio-
gráfico de la llamada vocacional de Don Bos-
co aparecen expresiones sencillas de un mucha-
cho que quiere estudiar, hacerse sacerdote, está
deseoso de estar con sus amigos para ayudar-
les, hacerles bien y enseñarles el catecismo. El
episodio le señala: el campo de trabajo (ani-
males salvajes, simbolizando jóvenes aban-
donados y en peligro), el método educativo
(no con golpes, sino con mansedumbre y cari-
dad), las cualidades del educador (humilde,
fuerte y robusto), la Maestra y su ayuda (la
Virgen, su madre) y los frutos (mansos cor-
deros felices).
Muchos jóvenes ignoran que, para cada
uno, Dios tiene un sueño, un proyecto
hecho a medida. Detrás del sueño de Dios
siempre hay una enorme dicha. El secre-
to de la tan deseada felicidad es precisa-
mente el encuentro y la adecuación de dos
sueños: el nuestro y el de Dios.
De ahí el significado del sueño en el mun-
do de los jóvenes: en él se encierra su felici-
dad. Por eso es importante acompañar esas
primeras llamadas que abren paso al proyec-
to de vida y su realización. La conclusión es
clara: dejar de soñar conduce a un déficit voca-
cional.
2 La vocación es un juego
de gracia y libertad
Somos y vivimos con las decisiones
y los cambios
[a] Hay muchas formas de vivir la existencia,
pero solo algunas engrandecen a la persona
y dejan la sensación de plenitud. Tienen que
ver con aquellas decisiones/cambios que rea-
lizamos y que orientan nuestra vida y nues-
tras acciones. No son nuestras cualidades las
que nos definen sino nuestras elecciones.
Puesto que «el tiempo es superior al espa-
cio» (Evangelii gaudium, 222), debemos iniciar
y acompañar procesos en la animación voca-
cional, no imponer caminos. Y éstos son pro-
cesos de personas siempre únicas y libres. En
esta aventura de descubrimiento de la propia
vocación no se necesitan emociones fuertes,
sí certezas humildes que ayuden a tomar deci-
siones sensatas y coherentes. La relevancia de
este dato se ve reforzada por el hecho de que
al decidir (muchas veces son pequeñas deci-
siones) optamos y crecemos porque orienta-
mos nuestra vida, la damos un sentido.
El fruto del acompañamiento no es decidir
entre un “sí” o un “no”. Al final, las respues-
tas personales, deberían ir encaminadas a un
“sí” a algo. Buscar la voluntad de Dios sobre
mí con autenticidad me tiene que llevar a asu-
mir un sí, una respuesta positiva a un proyec-
to de vida.
[b] “Sentir una vocación” hacia algo y optar
por ello es percibirse invitado por una rea-
lidad valiosa que da sentido a la propia vida.
Sin duda alguna, en la vida, elegir, soñar, deci-
dir, son cosas que implican asumir la respon-
sabilidad de las consecuencias de esa elec-
ción. Todo ello produce ansiedad, inquietud
e, incluso, miedo sobre todo cuando están en
juego cuestiones fundamentales: ¿qué uni-
versidad elegir? ¿Qué mundo laboral explo-
rar? ¿Qué estado de vida asumir?
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Entre las expresiones que más se repiten
en los textos bíblicos está, sin duda, el «no
temas» (unas 41 veces en el Antiguo Testa-
mento y 27 en el Nuevo Testamento). Pro-
nunciada predominantemente por Dios o uno
de sus mensajeros, introduce, en la mayoría
de los casos, una llamada de vocación. Es decir,
la invitación a la realización de un proyecto de
vida que implica totalmente a la persona que
la recibe. Lo interesante es que, a menudo,
ese sentimiento de desconcierto invade al
destinatario del mensaje.
El miedo a veces se convierte en resis-
tencia a asumir los propios sueños por temor
al fracaso, a no estar a la altura, al juicio de los
demás, a traicionar las expectativas que han
depositado en nosotros. En otros términos.
es el vértigo de conciliar los deseos de futu-
ro y la incertidumbre del presente.
Jeremías suplica: «¡Ah, Señor! Mira que no
sé expresarme, que soy un muchacho» (Jer
1,6); Isaías reacciona del mismo modo: «¡Ay
de mí, que estoy perdido, pues soy un hom-
bre de labios impuros, y entre un pueblo de
labios impuros habito: que al rey Yahveh
Sebaot han visto mis ojos!» (Is 6,5), y muchos
otros. Todos ellos miden la enorme despro-
porción que existe entre lo que Dios pide y la
realidad en la que la persona se encuentra, y
esto la hace temblar.
Jesús nos invita repetidamente a no tener
miedo, a no dejarnos paralizar por el vértigo
de las decisiones, porque a los ojos de Dios
valemos mucho y como Padre se preocupa,
se ocupa y nos cuida.
[c] Dicho de otra manera, la grandeza del
proyecto de Dios para los jóvenes les hace
sentirse inadecuados y nunca preparados para
afrontarlo. «Yo tenía sólo nueve años - escri-
be don Bosco - ¿Quién me estaba pidiendo a
hacer algo imposible?» El santo turinés fue
entendiendo poco a poco aquel el sueño de
1825. Sería sólo en el 1846 cuando Don Cafas-
so le aconsejaría darle crédito a sus sueños
como parte de un plan divino en beneficio de
las almas. Como en este caso, también noso-
tros deberíamos acompañar a los jóvenes para
que no duden de la eficacia de la promesa
del Señor que les permite «apuntar alto».
La fuerza de la juventud es ésta: poseer la
capacidad de soñar tan grande que se puede
resistir incluso a las decepciones más fuertes.
Es la fuerza de una edad que está hecha para
soñar las grandes cosas que cada uno ha veni-
do a emprender en este mundo, haciendo
caso omiso de lo que otros dirán, o del mie-
do a correr riesgos, o de la tentación de ceder
el paso a los demás.
¿Cuántas veces, como al final de la narra-
ción del sueño de los 9 años de Don Bosco,
nos han transmitido diversas interpretaciones
hacia lo que soñamos? En el caso de Don Bos-
co, su familia leyó su sueño de modo diferen-
te, desde el derrotismo (el hermano José), des-
de el escepticismo de la abuela (quién sabe si
era el deseo de un niño, un pequeño arreba-
to de generosidad) o, finalmente, de la ilusión
(la madre, “tal vez llegues a ser sacerdote”).
Como Mamá Margarita, el papa Francis-
co expresa que «los jóvenes no están hechos
para desanimarse, sino para soñar grandes
cosas, buscar vastos horizontes, apuntar
más alto, enfrentarse al mundo, aceptar
desafíos y ofrecer lo mejor de sí mismos a
la construcción de algo mejor» (Christus
Vivit, 15).
En el sueño de Dios cabemos todos
[a] Dios nos llama por nuestro nombre por-
que nos ama. Los discípulos son llamados uno
a uno por su nombre, signo distintivo de su
singularidad. En esta llamada se experimen-
ta una relación fuerte e íntima con El, se sien-
ten amados; y es precisamente en función de
este amor nacido de una relación tan espe-
cial, que los discípulos toman la decisión de
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seguir a Jesús. Lo hacen con radicalidad, en
una implicación personal total, sin segundas
intenciones, dando un vuelco a sus vidas. Esta
irreversibilidad de la respuesta a la llamada de
Jesús inicia el proyecto de Dios y la misión
en la que cada uno está llamado a participar.
Cada joven, además, es valioso no solo por-
que Dios lo ama, sino también porque Él lo
creó: hay un plan para cada uno. La vocación
es entendida, en una lectura de fe, como el
proceso de elección personal que desembo-
ca en una opción. En el caso de San Juan Bos-
co, el sueño de los 9 años lo persiguió toda la
vida, lo motivó, lo obligó a pensar y a actuar.
Desde la fe, dicho proceso es un acto de fe
en que “elegir” es “ser elegido” por Dios, aso-
ciado con otros y cobijado en la fidelidad de
quien con su gracia se anticipó a nuestra res-
puesta.
Todas las opciones de vida sean del tipo
que sean y en la edad que se tomen son
una respuesta a una vocación, un regalo
inmerecido, no una fatiga más. Obedece
a la felicidad. La vocación es una elección
(de Dios) para nuestra felicidad, una res-
puesta nuestra para sentirnos amados. Y
el amor es oxígeno, da vida, genera y rege-
nera vida. Duplica la vida: es posible para
todos vivir una vida mejor.
Sí. La vida de cada uno tiene un sentido mara-
villoso, pero también es necesario decir que
la vida que Dios ha soñado para nosotros no
corresponde a una vida de prestigio o de gran
relieve social. Sólo un soñador como Don Bos-
co podía inspirar a otros a dejarlo todo para
dedicar sus vidas, sin reconocimiento ni glo-
ria, al servicio de los jóvenes más pobres.
[b] Por ello, no pocas veces necesitamos
recargar fuerzas y coraje. Éstos salen de la
perseverancia en los momentos difíciles
de la realización de nuestros sueños: el dolor
es el cincel que saca la obra de arte de la made-
ra. Los diamantes se forman en las entrañas
de la tierra, sometidos a presiones y tempe-
raturas inimaginables. Esto significa que no
tenemos que desechar nada de nuestras expe-
riencias, porque hay una gracia en todo, inclu-
so, en lo que no hemos comprendido y, en
consecuencia, aún no hemos aprovechado.
Los sueños de Dios no se hacen realidad
automáticamente como por “arte de magia”.
El verdadero secreto para hacer realidad los
sueños es el deseo apasionado. Realmente
alcanzamos nuestros objetivos, no cuando
evitamos las dificultades, sino cuando apren-
demos a afrontarlas sin atajos. Confianza,
paciencia, mesura, lucha, capacidad de cam-
bio... todos estos son ingredientes para poder
colaborar en la realización del gran sueño que
Dios tiene para cada uno de nosotros. En defi-
nitiva: sería, desde luego, ceguera no enten-
der que la vocación no la puede descubrir nadie
desde fuera.
La dinámica del encuentro con el Señor es
precisamente ésta: buscar, seguir, habitar.
Éstas son también las actitudes esenciales
para conocer y vivir el amor. El amor se bus-
ca con el deseo, hay que seguirlo por cami-
nos, a veces, fatigosos y llenos de contradic-
ciones, pero si se le sigue, al final se le llega a
conocer y en él se permanece, se habita.
3 Servir al joven
en el lugar donde se deja
encontrar por Dios
La Congregación Salesiana es una familia
eclesial joven, en edad vocacional. Sería
cometer un grave error silenciar o devaluar
la propuesta vocacional; ¡creemos que Dios
sigue llamando! La vocación es un asunto de
toda persona y de todo cristiano. Un térmi-
no de una sola raíz y amplios horizontes. La
vocación da orientación a la vida, facilita vivir la
alteridad, no tiene un sentido restrictivo, refi-
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riéndola sólo a aquellos que siguen al Señor
en el camino de una consagración. La pregun-
ta es: ¿Cuál es mi aportación en el mundo?
Nuestro carisma salesiano encierra en sus
entrañas la potencialidad suficiente como
para generar una propuesta vocacional amplia
a las nuevas generaciones. Esto es un don y
un desafío al mismo tiempo. Evidentemen-
te, implica que la calidad del acompañamien-
to y, como la otra cara de la moneda, el dis-
cernimiento vocacional, sean asumidos con
atención: el acompañamiento vocacional debe
ser realmente una orientación para que la per-
sona descubra y se dé cuenta de la autentici-
dad de la llamada.
En la animación vocacional y el servicio
del acompañamiento no se excluye a nadie.
Todo bautizado ha sido convocado por el
Señor a donar su vida de distintas mane-
ras. Pero, en lo que respecta a la opción
por la vocación consagrada se requie-
ren buenas dosis de discernimiento y
madurez en las motivaciones. Es un pro-
yecto de vida que no tiene como meta sola-
mente un bienestar temporal, ni la satis-
facción de hacer algo útil, ni siquiera el
deseo de tener la conciencia tranquila. Se
acompaña a creyentes dedicados total-
mente al servicio del Evangelio, que reci-
ben una llamada del Señor, abiertos a “tiem-
po completo” a la misión de la Iglesia, la
que recibió de Cristo.
Por este motivo, los sueños vocacionales
llevan consigo una promesa y una misión,
pero necesitan también un camino de inter-
pretación, de purificación, de clarificación.
¿Por dónde empezar? ¿Qué criterios para
acompañar a un joven que siente una llamada
vocacional? ¿Cuál es el itinerario del viaje? Es
tarea de pilotos ubicar las coordenadas sobre
las que se vuela y hacia las cuales se debe diri-
gir la nave. El terreno que sobrevolamos del
acompañamiento inicial vocacional es ya cono-
cido, pero requiere ser repensado en el tiem-
po y el espacio de hoy.
Encuadremos esta pedagogía vocacional
desde tres coordenadas que podrían dibujar-
se, como un plano cartesiano, para interpre-
tar hacia dónde nos debemos mover. Pode-
mos decir que el acompañamiento de los lla-
mados se comprende como un itinerario que
pivota en torno a un CONTEXTO (la corres-
pondencia a la gracia), un ACOMPAÑANTE
(la escucha de Dios que llama de forma
mediada) y una ACCIÓN (el discernimiento).
Todo sueño vocacional se teje y se constru-
ye poco a poco en torno a estas tres.
Una relación centrada en un contexto:
el propio proceso vocacional
[a] Es poco frecuente que alguien tenga una
vida espiritual bien estructurada al comien-
zo de su camino vocacional. Normalmente el
joven tiene diferentes motivaciones válidas: el
servicio a los demás, especialmente los más
pobres; el compromiso con los jóvenes; el
gusto por la liturgia; el ejemplo a imitar de un
sacerdote o una comunidad; algunas experien-
cias significativas que ponen en movimiento
todas las fuerzas interiores (un retiro espiri-
tual, una celebración gozosa, un encuentro
juvenil, etc.) Esta mezcla de motivaciones es
lo normal al principio … pero debe aconte-
cer con un mínimo de experiencia de fe,
una atracción espiritual básica, una “inclina-
ción del corazón” (Christus Vivit, 294) presen-
tida aunque no pueda ser definida ni explica-
da totalmente.
La pregunta central que hay que hacer-
se es: entre estas variadas motivaciones,
¿hay alguna señal que tenga que ver con
Dios? ¿Se encuentra alguna experiencia,
inquietud espiritual interior, deseo o intui-
ción de Dios? ¿En la expresión de las moti-
vaciones, la vida teologal aparece con
sencillez o es algo ficticio?
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En palabras de Don Bosco: «Cada uno pue-
de elegir lo que está más cerca de su corazón,
lo que mejor se adapta a sus fuerzas físicas y
morales, siguiendo el consejo de personas
piadosas, cultas y prudentes». Sin embargo,
«todos deben partir de un mismo punto y
tender al mismo centro que es Dios» (G. Bos-
co, Lettera 17 giugno 1879, in Epistolario III,
p. 476).
Este núcleo ya presente en la personalidad
de un joven puede ser cultivado, purificado
y liberado, pero no puede ser «descubierto»
más tarde.
[b] El acompañamiento de los primeros
sueños es una relación centrada en «el pro-
ceso histórico vocacional» que recorre el joven
hasta la toma de una decisión. Este proceso
ininterrumpido reporta lucidez y fuerza moti-
vante al joven; pero lo más importante es que
posiblemente ya tiene una experiencia de
Dios que le ha permitido percibir de algu-
na manera su llamada (no es que esté ya cla-
ra; pero, con sus dificultades y dudas, ha toma-
do la primera decisión de dejarse ayudar).
La experiencia vocacional se inicia con el
fenómeno que podemos denominar como
«asombro»; es, pues, un proceso donde al ini-
cio anida la perplejidad, algo singular que acon-
tece en la persona, algo que sobreviene des-
de fuera, no como resultado de la iniciativa
personal. Isaías experimenta una profunda
sensación de plenitud (Is 6,1-5): la orla de su
manto llenaba el templo, el humo lo cubría
todo, la gloria llena la tierra, ¡el hombre está
sobrepasado con ello! No sabe ni cómo inter-
pretarlo. El joven se presenta con vivencias
o resonancias interiores («luces» y «mocio-
nes» de que habla la tradición cristiana) que
conviene descifrar para reconocer la voz del
Señor y distinguirla de otras voces disonantes.
La presencia apremiante de Dios no es coer-
citiva, sino del orden de la fascinación y la
atracción: «Voy a Dios, no arrastrado, sino
atraído” (Jn 6,44) por su amor. Aunque sea
de forma incipiente, debe poder discernirse
que es el Dios de Jesús -encarnado y compro-
metido-, el que atrae y no otras muchas
«ganancias» que pueden imaginarse de seguir
al Señor por este camino.
Por eso, una de las tareas importantes del
acompañamiento hoy consiste en servir a la
persona en el lugar donde se deja encontrar
por Dios. Él es quien conoce a cada uno por
su propio nombre, quien actúa en cada uno
de nosotros de un modo inédito e irrepetible.
Alguien importante pronuncia o, incluso,
grita con fuerza nuestro nombre. En cualquier
caso, resulta innegable que todos somos lla-
mados, es verdad, pero no todos lo somos
de la misma manera.
[c] Para tomar conciencia de ello nos encon-
tramos ante la necesidad de trabajar la vida
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interior en la que Dios habita. No es tarea
fácil. Por eso, educar la interioridad, la mira-
da contemplativa de la vida, y enseñar a hacer
una lectura creyente de la realidad para des-
cubrir la voz, el rostro y el rastro de Dios en
la historia y en nuestra historia, constituyen
retos ineludibles.
Este inicial “sentir interior” es ya una señal de
llamada. El Señor hace grandes cosas con
medios sencillos. Después, habrá que distin-
guir si existe una dinámica de autenticidad
vocacional. Por una parte, la conciencia de la
llamada; por otra, la presencia de motivacio-
nes vocacionales. Aquel conjunto de fuerzas
psíquicas que impulsan a actuar en coheren-
cia con la llamada y mantienen una decisión;
“qué quiero y por qué lo quiero”. Las motiva-
ciones válidas y auténticas, junto a la concien-
cia de la llamada, impulsan al joven a abrazar
la vocación de una manera responsable, diná-
mica y en constante superación.
La madurez vocacional se decide, en defi-
nitiva, por un acto de fe. Es, con todo, impor-
tante recordarlo. Solo desde aquí se mantie-
nen unidos ciertos extremos contrapuestos:
certeza de ser llamado y conciencia de la pro-
pia ineptitud; sensación de perder la vida y
de encontrarla de una forma inimaginable;
grandeza de las aspiraciones y peso de las
propias limitaciones y miserias; gracia de Dios
y naturaleza humana; Dios que llama y el lla-
mado que responde.
El realismo de nuestros primeros sueños
vocacionales puede manifestarse en esta
incertidumbre, pero un sueño fuera de lo
común requiere una fe fuera de lo común.
Una mediación respetuosa que privilegia
el «encuentro personal»
[a] Una relación de acompañamiento privile-
gia el «encuentro personal», un instrumento
al que hay que prestarle una exquisita aten-
ción. Nuestro objetivo ha de ir encaminado
no solo al conocimiento de la persona espi-
ritual, sino también, a la integración y unifi-
cación de su historia personal. No siempre
se presta atención expresa a este aspecto,
que, sin embargo, resulta de enorme alcan-
ce para comprender el significado del acom-
pañamiento vocacional.
La primera sensibilidad o atención hacia
la persona es escucharla. Se nos regala en
sus palabras. El signo de esta escucha es el tiem-
po que dedico al joven. No es cuestión de can-
tidad, sino de que “el otro sienta que mi tiem-
po es suyo” (Christus Vivit, 292). Debe sentir
que le escucho incondicionalmente, sin ofen-
derme, sin escandalizarme, sin irritarme, sin
cansarme.
Esta escucha es la que ejercita el Señor cuan-
do camina junto a los discípulos de Emaús y
los acompaña durante un buen rato por un
camino que iba en dirección contraria a la
correcta (cf. Lc 24,13-35). Despacio se llega
lejos: el acompañamiento tiene que ser perso-
nalizado y gradual, acomodado a la situación
y al ritmo del joven.
El enemigo del camino vocacional inicial es
ignorar la profundidad del corazón. Todos
somos maestros del engaño, de las “trampas
del mal espíritu” (Christus Vivit, 293): compul-
siones, obsesiones, reacciones desproporcio-
nadas, heridas y grietas. Todo esto si no se tra-
bajan en el dialogo personal, se convierten,
poco a poco, en cráteres que nos impiden avan-
zar pues se comen todos los esfuerzos.
Hemos de ayudar a captar las oscilaciones
del ‘sismógrafo interior’ del joven en el cam-
po de la madurez humana, la cual, como sabe-
mos, activa o dificulta la acción de la gracia. La
preocupación de la Virgen por la formación
humana de Juanito - “Hazte humilde, fuerte
y robusto”-, está bien arraigada en el acom-
pañamiento vocacional desde los primeros
pasos de su camino vocacional.
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Se puede decir que, en todos los sueños
vocacionales auténticos, hay algunos com-
ponentes básicos como son: la gratitud,
la apertura a lo trascendente, el pregun-
tarse por la vida, la disponibilidad, la con-
fianza en sí mismo y en los demás, el asom-
bro ante la belleza, y el altruismo.
Estos componentes son, ciertamente, la
base para cualquier planteamiento vocacio-
nal. Y, junto a ello, aquellos elementos que
favorecen el conocimiento y aprecio de la lla-
mada personal de Dios, de las formas de vida
cristiana, así como las habilidades para llegar
a elegir una de esas formas, en libertad.
En este sentido, hay que trabajar mucho una
cierta estabilidad personal sin dependencias. La
identidad es siempre un proceso ambivalen-
te que implica muchas tensiones, pero es nece-
sario poder gestionar la propia relación con la
familia, con el dinero o con el poder. Un míni-
mo de autonomía física, emocional, mental y
social, que permita al joven tomar decisiones
concretas, elecciones conscientes y libres.
Debemos acompañar estos procesos y ayu-
dar al joven a verbalizar las inevitables tensio-
nes, preguntas y conflictos en este campo.
[b] A este respecto, las relaciones estruc-
turan el itinerario vocacional, no solo como
un camino de maduración de la propia iden-
tidad humana, sino de la propia identidad de
fe (el creyente, el discípulo). En el proceso de
maduración vocacional de Don Bosco, algu-
nas relaciones jugaron un papel decisivo:
–  no se puede entender su vida interior sin la
presencia providencial y central de Mamá
Margarita, su madre, que con sencillez y
decisión supo acompañar su crecimiento
personal y religioso;
–  su experiencia con Don Calosso, el «ami-
go fiel del alma” (dice en las Memorias del
Oratorio), le ofreció la oportunidad no solo
de equilibrar la tensa situación familiar, sino
que también le permitió conocer a un dig-
no sacerdote con el que estableció una rela-
ción personal que le marcó positivamente;
–  el papel de los amigos en la vida del Don
Bosco adolescente y joven se asumió e inte-
gró en el proceso de formación;
–  en la experiencia formativa en el Convitto
(residencia sacerdotal) Don Bosco descu-
brió sacerdotes devotos que destacaban en
la ciencia y en la devoción apostólica. Entre
ellos, destaca Don Cafasso, su primer direc-
tor espiritual. Este sabio sacerdote acompa-
ñó su formación, le aconsejó en los momen-
tos de discernimiento, fue su confesor y le
propuso una serie de experiencias pastora-
les que enriquecieron su vida;
–  finalmente, todo el entramado familiar de
Valdocco consistió en establecer relaciones
a través de las cuales fue construyendo su
ser sacerdote y su ser educador.
[c] Puede decirse asimismo que, el semi-
nario para Don Bosco, no fue un mundo cerra-
do, puesto que los puntos de referencia exter-
nos, como la situación de la juventud nece-
sitada en una sociedad herida, desempeñaron
un papel cada vez más activo en el descubri-
miento de su vocación. El contacto con los
jóvenes fue un momento de lucidez y gra-
cia. Sobre esta experiencia, podemos decir
que los jóvenes le ayudaron a discernir la con-
sistencia y la pertinencia del propio proyecto
vocacional.
En conclusión, el amor a la misión sale-
siana entre los jóvenes y la capacidad
de amar y de darse es un criterio voca-
cional visible: el compromiso gratuito por
los demás, especialmente por los más
pobres y abandonados, el servicio espon-
táneo más allá del propio bienestar o el
interés por el mundo juvenil.
La sensibilización vocacional exige hoy
imbuir en los jóvenes a vivir «experiencias de
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ruptura» que les pongan en contacto con la
exclusión y la vulnerabilidad. No propuestas
puntuales e inconexas solamente. Son opor-
tunidades de oro para reorientar la vida des-
de la fe y en clave de generosidad evangéli-
ca. El mundo de la pobreza y del dolor se con-
vierte en un eficaz «altavoz» que hace las veces
de despertador vocacional. De hecho, se ha
convertido en punto neurálgico para el des-
cubrimiento de la propia vocación: el contac-
to con esos mundos favorece el despertar de
esa sensibilidad y el entender la vida en cla-
ve de agradecimiento y servicio.
[d] En este contexto, para conocer, com-
probar y acompañar la idoneidad de un joven
que acompañamos es necesario constatar su
grado de disponibilidad para aprender. Esto
significa una valoración realista de las propias
capacidades y posibilidades, pero también,
una disposición franca a cambiar. Una de las
preguntas más importantes es: ¿desea culti-
varse, está dispuesto a comprometerse en un
proceso que implique dejarse desafiar? La pasi-
vidad, la falta de transparencia y una estruc-
tura de personalidad marcadamente defensi-
va no son las mejores actitudes. Los signos
positivos, en cambio, son la flexibilidad, la crea-
tividad y la apertura a lo nuevo, la disposición
al diálogo y la reflexión sobre lo vivido.
No resulta aventurado pensar que los nar-
cisistas -los que tienden a encerrarse en sí
mismos, a preocuparse excesivamente por sí
mismos y a utilizar a los demás para sus pro-
pios fines-, no están en condiciones de una
respuesta vocacional gratuita y desinteresa-
da. Es enormemente peligroso moverse por
la lógica del egocentrismo, ese dispositivo que
conlleva a la persona a regirse por el cálculo
de intereses y tiene como finalidad buscar el
todo y, únicamente, el mayor beneficio para
sí mismo. El ego no es sólo el punto de par-
tida sino, con frecuencia, también el punto
de llegada, el rasero que mide cualquier otra
realidad.
Una acción que se orienta al
“discernimiento vocacional”
El discernimiento puede definirse como aquel
ejercicio que nos permite encontrar sentido a
los acontecimientos dispares y fragmentados
de nuestra existencia. Constantemente nos
enfrentamos a situaciones, acontecimientos,
relaciones y percibimos que nos falta algo; no
podemos entender exactamente, no encon-
tramos respuestas, no tenemos claridad. Es
precisamente esta carencia la que genera y
pone en marcha el discernimiento.
El punto de partida es, por tanto, la con-
ciencia de una falta de sentido. Esta caren-
cia puede leerse en términos positivos
como un deseo. Emprendemos un cami-
no de discernimiento porque deseamos
encontrar una respuesta que no tene-
mos. Quien pretende tenerlo todo claro
o controlarlo todo, nunca dejará lugar al
deseo y nunca emprenderá un camino de
discernimiento.
[a] Por lo demás, este argumento se encua-
dra en una realidad más concreta: el discer-
nimiento requiere tiempo, autenticidad y
paciencia. Comprendemos así por qué el dis-
cernimiento no está de moda. La gente, inclu-
so los jóvenes, prefieren confiar en la espon-
taneidad, pero la espontaneidad nunca es
autenticidad. Somos auténticos cuando reco-
nocemos los vientos que soplan en nuestro
barco y decidimos cómo utilizarlos para ir a
donde hemos elegido ir. Si, por el contrario,
nos dejamos empujar por los vientos, sin reco-
nocerlos o sin utilizarlos, acabaremos en pla-
yas que no hemos elegido o, incluso, choca-
remos con las rocas.
No sobra recordar que, según nos enseña
la parábola del trigo y la cizaña (cf. Mt 13,24-
30), al principio ambas plantas se parecen,
hay que esperar para ver lo que quita la vida
y lo que la da. Lo mismo ocurre con nosotros:
debemos mirar en nuestro interior y tomar
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P. Miguel Ángel García Morcuende Donde Dios nos quiere
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conciencia poco a poco de lo que viene de
Dios y “la mala hierba” que no viene de Él.
Pero, a un cierto punto, habrá suficiente cla-
ridad para poder decidir y ahí tenemos la res-
ponsabilidad de hacerlo.
[b] No podemos comprender el sueño
de Dios para cada uno de nosotros sin entrar
en diálogo con Él. A menudo, para encontrar
quiénes somos, preferimos refugiarnos en
lugares desconocidos y lejanos.
Si Dios es «intimior intimo meo» (Agus-
tín), el que vive en la superficialidad no está
humanamente preparado para acoger el
don gratuito de su llamada. El activismo,
el abuso de los estímulos que mortifican
la capacidad de silencio y de recogimien-
to son algunas actitudes y conductas actua-
les que frenan o retardan la entrada en esa
profundidad, donde Dios se descubre como
el Tú que nos dirige una llamada.
En todo proceso vocacional tenemos la obli-
gación de ofrecer espacios donde los jóvenes
puedan tener la experiencia del silencio y del
encuentro con Jesucristo. Elías (1 Reyes 19:9-
14) fue, en su vida llena de celo por el Señor,
como viento impetuoso y fuego devorador.
Su palabra era una espada afilada. Recorrió
toda la tierra donde vivía, tronando y amena-
zando. Había conseguido muchas cosas. Había
destruido los altares de los ídolos; había con-
seguido que el pueblo judío volviera a vivir
una auténtica experiencia religiosa; no se había
detenido ni siquiera ante los poderosos. Bus-
ca a Dios para ser reconocido por él. Y Dios le
desautoriza. Le dice: eres un fuego, un terre-
moto, un viento impetuoso. Recuerda: no
estoy allí. Son tus hazañas, no las mías. Dios
añade a su profeta: estoy en una brisa lícita,
que tú ni siquiera notas.
Sueños, proyectos, empresas, programas
y aventuras... son cosas bellas, importantes
y preciosas. Representan un trozo de noso-
tros mismos, pero solo cuando volvemos, con
valentía, a la verdad de nosotros mismos expe-
rimentamos la presencia del Dios.
[c] Por eso sería ingenuo pensar que toda
la oración es oración cristiana. La oración
es una manifestación de la vida teologal, no
es simplemente preparar un ambiente de ico-
nos, de encender velas, de poner música y
concentrarse o cosas por el estilo. Todo eso
es de algún modo imprescindible, pero no es
la sustancia de la oración. La oración es una
actitud de despojo, de ir dejando que Dios
sea el centro de mi vida.
Según queda dicho, es importante el diálo-
go con el Señor, para aprender a conocer sus
tiempos, no desperdiciar las inspiraciones
para el bien, o tal vez no dejar caer su invita-
ción a crecer. En este sentido, qué importan-
te es alcanzar una familiaridad habitual con la
Palabra viva del Evangelio. El hambre de Dios
no es cuestión de cultura bíblica. Se trata de
ver la propia vida desde el punto de vista de
Dios. La Palabra de Dios es siempre la fuente
de todo crecimiento vocacional.
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La lectura vocacional de la Palabra de Dios
es fundamental. Se trata de iniciar a nuestros
jóvenes en una experiencia diaria y continua-
da de oración personal y en grupo con la Pala-
bra. Necesariamente deberá ser una actividad
acompañada y orientada, particularmente en
sus comienzos.
Con el encuentro de la Palabra se va com-
pletando la evangelización del corazón. Por
eso, no basta con purificar mi interior, sino
es necesario “repoblarlo” con la vida y los valo-
res del Evangelio. ¿De qué me sirve haber leí-
do libros de Historia del Arte si no he ido nun-
ca a un museo, si no sé escuchar ni disfrutar
una pieza de música?
4 ‘Aquí está tu campo, aquí es
donde tendrás que trabajar’
El sueño de los 9 años invita a Don Bosco a
una vocación vivida con pasión, sin escatimar
esfuerzos y sin cálculos; el apego y la dedica-
ción del educador-pastor a su pueblo no se
mide por respuestas rápidas (“no con goles”),
sino que está ligada al afecto con el que uno
se vincula a las personas (“sino con amor”).
Los jóvenes son soñadores entusiastas. De
hecho, son soñadores por excelencia. Y noso-
tros tenemos el deber de despertar en ellos
esta capacidad. Para ello, soñar hoy con un
futuro positivo requiere una buena dosis de
esperanza lúcida y efectiva, ingredientes cada
vez más difíciles de encontrar en nuestro
entorno. En otras palabras, los sueños deben
convertirse en proyectos, porque si siguen
siendo sueños, decepcionan.
Ser llamado es la premisa para ser envia-
do y conduce hacia allí irremediablemen-
te. Entre otros casos, fijémonos en la histo-
ria de Jonás, tal como se cuenta en su breve
librito de 4 capítulos. Una historia apasionan-
te y llena de sorpresas (la tempestad, el pez
que se come a Jonás, el ricino que se seca).
Es una novela didáctica, un relato parabólico,
pero también un icono: estamos llamados a
releer nuestra propia vida a la luz de esta pará-
bola particularmente provocadora en los pri-
meros momentos del sueño vocacional.
Jonás es un hombre desorientado, descon-
certado y lleno de miedos. Dios le muestra
sus errores de perspectiva; especialmente al
pensarse a sí mismo sin los demás, sin ampliar
su mirada a la gran ciudad. Solo en el horizon-
te del cuidado de los alejados adquiere sen-
tido y valor la propia vocación, sólo en el hori-
zonte de la vocación humana adquiere sen-
tido y valor la propia vocación.
Nuestros jóvenes están allí, en la puer-
ta de la ciudad de Nínive, para entrar con
pasión y solidaridad, compañeros de la
vocación de todos los hombres, o perma-
necer a la espera de quién sabe para qué.
La actitud de “salida” debe entenderse como
una inquietud que el Espíritu Santo pone en
quienes han sido llamados a dejar atrás segu-
ridades. Es la llamada a sacudirse del polvo
que se ha pegado a nuestros pies y que no
forma parte de la esencia de la misión a la que
somos convocados. Mirar la belleza del cielo
sin perder la mirada fija en el suelo.
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