18 de mayo
SAN LEONARDO MURIALDO
Sacerdote
Memoria libre
Leonardo Murialdo nació el 26 de octubre de 1828 en una familia acomodada.
Amigo y colaborador de san Juan Bosco, se dedicó a la formación cristiana de los
jóvenes pobres, huérfanos y abandonados, dando vida con riqueza de fe y aliento a
múltiples iniciativas de carácter social, espiritual, cultural y legislativo. También
participó en el nacimiento y la actividad de algunas organizaciones obreras
católicas.
Fundó una congregación religiosa, que dedicó a san José (hoy se conoce por el
nombre de Josefinos de [Leonardo] Murialdo), a fin de que el espíritu del humilde
artesano de Nazaret, educador de Jesús, animase su apostolado con los jóvenes
pobres, Murió en Turín el 30 de marzo de 1900. Fue proclamado santo por Pablo VI el
3 de mayo de 1970.
Del Común de santos varones, o bien del Común de pastores. Los salmos, de la
feria correspondiente.
Invitatorio
Ant. Venid, adoremos al Señor; aclamemos al Dios admirable en sus santos. (T.P.
Aleluya.)
El salmo invitatorio, como en el Ordinario.
Oficio de lectura
El versículo, la primera y el responsorio pueden tomarse del Común de santos
varones.
SEGUNDA LECTURA
De los «Escritos» de san Leonardo Murialdo, sacerdote
(Conferencia de 1869; Mss., t. III, 397, 710)
Predilección por los jóvenes pobres y abandonados
Tenemos motivos especiales para alegrarnos de nuestra misión: nos los procura la
clase de jóvenes a que nos dedicamos. ¿De qué jóvenes se trata? De pobres y
abandonados: son dos requisitos que hacen que un joven sea de los nuestros, y
cuanto más pobre y abandonado, más nuestro será.
¡Pobres y abandonados! ¡Qué hermosa la misión de educar a los pobres! ¡Más
hermoso es todavía buscar, socorrer, educar y salvar para esta vida y para la
eternidad a los pobres abandonados, abandonados en el aspecto moral aunque no lo
sean del todo en el material. ¡Qué dulce es oír que te dicen: «A ti se encomienda el
pobre, tú socorres al huérfano» (Sal 9,35). Los pobres, los niños y los pecadores eran
la niña de los ojos de Jesucristo, la perla preciosa, su tesoro más preciado. Nuestros
jóvenes son pobres, son niños. Digamos también que, a veces, ya no tienen mucho de
inocentes. Pero este último aspecto, aunque en sí mismo no tiene nada de amable,
¿debe quizá hacérnoslos menos queridos, menos —valga la expresión—
interesantes?
Es posible que alguna vez olvidemos la condición de los jóvenes a cuyo bien
queremos consagrar toda nuestra vida. En cuanto un joven se muestra de índole poco
buena o incluso perversa, de carácter indisciplinado o difícil, reacio a la educación,
orgulloso, tozudo y contumaz en el mal, o que incluso empeora, inmediatamente nos
disgustamos y caemos de ánimo: querríamos que el pobrecito dejara de fastidiarnos y