Adolescente |
22 de enero
Beata LAURA VICUÑA
Laura-Carmen Vicuña nació en Santiago de Chile el año 1891. Al morir de improviso su padre, la madre se refugió con sus dos hijas en Argentina. En 1900 Laura fue acogida en el colegio de las Hijas de María Auxiliadora; al año siguiente hizo la Primera Comunión e, igual que santo Domingo Savio, formuló tres propósitos. El primero fue la entrega total de su alma, de su corazón y de todo su ser a Jesús; el segundo: preferir antes la muerte que ofenderle con el pecado mortal; y el tercero: hacer de su parte cuanto pudiera para propagar su conocimiento y amor, y reparar las grandes ofensas que diariamente recibe de los hombres.
Al intuir que su madre vivía en situación de pecado, se ofreció al Señor por su conversión; intensificó la ascesis y, con permiso del confesor, hizo voto de los consejos evangélicos. Consumida por los sacrificios y la enfermedad, declaró a su madre la última noche: « Sí, mamá, yo voy a morir. Yo misma se lo he pedido a Jesús... Van a ser casi dos años que le ofrecí mi vida por usted, para alcanzar la gracia de que se convierta a Dios... iAh, mamá! ~ ¿Y no tendré la dicha, antes de morir, de verla arrepentida? » (cf. AUGUSTO CRESTANELLO, Vida de Laura Vicuna, pág. 89). Con ese anhelo satisfecho expiraba la noche del 22 de enero de 1904.
Sus restos mortales descansan en la capilla de las Hijas de María Auxiliadora de Bahía Blanca (Argentina). Laura -poema de candor, amor filial y sacrificio- fue beatificada por Juan Pablo II el 3 de septiembre de 1988 en la Colina de las bienaventuranzas juveniles, de Castelnuovo Don Bosco (Provincia de Asti, Italia).
Los textos eucológicos ponen de relieve la acción de Dios, «Padre de inmensa ternura» (col.), que en sus santos fecunda «sin cesar a la Iglesia con vitalidad siempre nueva» (pref.) por la fuerza creadora del Espíritu Santo, a fin de que cumpla su misterio de salvación.
En la vida de Laura brillan, cual reflejo de esta obra divina, «la fortaleza de espíritu, el candor de la inocencia » (col.), y el valor salvífico de la ofrenda de la propia vida, unida al esfuerzo de servir al Señor con alegría y generosidad (cf. ofr. ).
Participando en esta santa asamblea, los fieles ofrecen su sacrificio de alabanza y piden, al recibir el Pan de vida, el don de «nuevas energías» para buscar continuamente el rostro de Dios (cf. entr.) y crecer en la vivencia cotidiana de la caridad evangélica (cf. posc. y com.) como expresi6n de la «bienaventuranza de los limpios de corazón» (col.).
ANTÍFONA DE ENTRADASal 27 (26), 8
Oigo en mi corazón:
« Buscad mi rostro ».
Tu rostro buscaré, Señor.
1 ORACIÓN COLECTA |
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2 PREFACIO |
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3 ORACIÓN DE LOS FIELES |
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