23 de junio
SAN JOSÉ CAFASSO Sacerdote Memoria
José Cafasso, coterráneo de san Juan Bosco, nació en Castel- nuovo d’Asti el 15 de enero de 1811. Ordenado sacerdote en 1833, ingresó en la Residencia Eclesiástica de Turín, donde permaneció has- ta su muerte. Acompañó siempre la formación de los sacerdotes y su enseñanza de la teología moral con el ministerio de las confesiones y el servicio de la caridad, atendiendo con una entrega particular a los presos y a los condenados a muerte.
Desde el principio ayudó material y moralmente a san Juan Bos- co, que fue su director espiritual desde 1841 hasta 1860, y lo apoyó y defendió con su autoridad y prestigio. Murió a los 49 años de edad el 23 de junio de 1860. En la oración fúnebre, san Juan Bosco lo re- cordaba como modelo de vida sacerdotal, maestro del clero, consejero seguro, alivio de los enfermos, consuelo de los moribundos y amigo de todos. Pío XII lo proclamó santo el 22 de junio de 1947.
Del Común de santos varones: pág. 463, o bien del Común de pastores. Los salmos, de la feria correspondiente.
Segunda lectura
Oficio de lectura
De las Meditaciones para los ejercicios espirituales al clero,
de san José Cafasso, presbítero
(Turín 1925, 240-257 pássim)
Las virtudes del sacerdote
Espíritu de paciencia, pobreza, amor al retiro, al trabajo y a las prácticas de religión son indudablemente virtudes necesarias y cualidades imprescindibles para un sacerdote; pero además se requiere otro espíritu y otras virtudes y
obras para un verdadero ministro de Dios, que, cual luz del mundo y sal de la tierra, está destinado a iluminar y santificar a las almas.
El sacerdote tiene que ser hombre de oración, si quie- re parecerse al divino Redentor y ser útil en el campo evangélico. No hace falta ir en busca de otros maestros: los buenos obreros se hicieron eminentes en esa ciencia; todos ellos fueron alumnos de la misma escuela, todos ellos copiaron del divino Maestro.
El hombre apostólico necesita momentos fijos de oración. Si renunciamos a esta escuela, dejaremos de ser copia de nuestro modelo y únicamente seremos hombres materiales sin alma ni espíritu, apóstoles solo de nombre, y platillos que aturden (1Cor 13,1) pero nada más. No basta: debemos tener vuelto nuestro corazón hacia Dios durante todo el día: antes de acometer cualquier obra, en el ejercicio de nuestro ministerio y después del trabajo. Que nuestro corazón vaya con frecuencia a Dios y tenga una especie de camino abierto para estar siempre en co- municación con él; de modo que, si surge una necesidad, si nos hallamos en un peligro o si nos hace falta una luz, tengamos un momento para ir a él y hablarle y explicarle nuestras cosas. Eso es rezar; de quien actúa así, podemos decir que es hombre de oración.
Con la dulzura nos ganaremos el afecto de los hom- bres y nos atraeremos los corazones en la tierra. El divino Redentor es, también en esto, el modelo más acabado, hasta el punto de que pudo decirnos: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón (Mt 11,29). De él se dice que pasó haciendo el bien y curando a todos (Hch 10,38). Sed, pues, amables con todos, pero reservad vuestras me- jores atenciones para quien menos las merezca o se porte mal con vosotros: esa es la mejor conducta. Si el divino Redentor tuvo alguna atención o preferencia especial, fue siempre para los pecadores, tanto que sus enemigos lo lla- maban pecador y amigo de pecadores (Lc 7,34; Jn 9,24).
No significa que amara su extravío, sino que quería con- vertirlos y ganárselos. Procurémonos el consuelo de ha- berlos tratado con dulzura y caridad, de haberles dejado ese hilo de esperanza y salvación que es el recuerdo de una persona que los trató con bondad...
El hombre apostólico no debe tener más fin que la glo- ria de Dios y la salvación de las almas. Es la enseñanza del divino Maestro: Yo no busco mi gloria... He bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado (Jn 8,50; 6,38). Esta rectitud y pureza de intención fue siempre el distintivo de los hombres apostó- licos. Si el sacerdote trabaja con esa pureza de intención, apenas sentirá el peso de sus fatigas, pues trabajar por Dios procura más gozo que sufrimiento: ¡solo Dios basta!
Responsorio Flp 4,8.9; 1Cor 16,13
Ocupaos de cuanto es verdadero, noble, justo, puro, amable y loable, de toda virtud y todo valor. * Y el Dios de la paz estará con vosotros.
Estad alerta, manteneos en la fe, sed hombres, sed robustos. * Y el Dios de la paz.
Laudes
Lectura breve Heb 13,7-9a
Recordad a vuestras guías, que os transmitieron la Pa- labra de Dios; observando el desenlace final de su vida, imitad su fe. Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y por los si- glos. No os dejéis llevar por doctrinas diversas y extrañas.
Responsorio breve
Los has puesto como centinelas, * Vigilan a tu Igle- sia. Los has puesto.
Día y noche anuncian tu nombre, * Vigilan a tu
Iglesia. Gloria al Padre. Los has puesto.
Benedictus, ant. Por su amor misericordioso, Dios te hizo ministro de la reconciliación en Cristo.
Preces
Unidos en la oración de alabanza, digamos con san José Cafasso y con todos los santos:
Acuérdate, Padre, de tu Iglesia.
Padre, que nos mandas ser santos porque tú eres santo,
— derrama tu Espíritu sobre la Iglesia para que te glori- fique con su santidad.
Tú que nos reconciliaste en la Pascua de tu Hijo,
— ilumina a los maestros de espíritu y a quienes has constituido ministros de la reconciliación.
Padre, que nos convocas al banquete de la Nueva Alianza,
— haz que crezca nuestra caridad en torno a la mesa de la Palabra y del Pan de vida.
Tú que prometiste el reino de los cielos a quienes reco- nocen el rostro de tu Hijo en los pobres, en los que sufren y en los marginados,
— ayúdanos a edificar un mundo más fraterno, acogiendo a las personas probadas en el cuerpo y en el espíritu.
Tú que diste a san Juan Bosco un amigo y guía seguro en la persona de san José Cafasso,
— da a los educadores la sabiduría de conducir a sus her- manos hacia Cristo con la pedagogía de la bondad.
Padre nuestro.
Oración
Tú diste, Señor, a san José Cafasso, sacerdote, dones extraordinarios de caridad y sabiduría para formar en la escuela del Evangelio a los ministros de la Palabra y del perdón: concédenos también a nosotros ser instrumentos de tu paz. Por nuestro Señor Jesucristo...
Por la tarde, I Vísperas y Completas de la solemnidad de san Juan
Bautista.