16 de mayo
SAN LUIS ORIONE
Sacerdote
Memoria libre
Luis-Juan Orione nació el 23 de junio de 1872 en Pontecurone (provincia de
Alessandria, Italia). Fue discípulo de san Juan Bosco, al que admiró e imitó como
modelo de santidad apostólica. Empezó a trabajar con los jóvenes cuando todavía era
seminarista en Tortona. Ordenado sacerdote, siguió consagrando sus fuerzas a
remediar toda clase de miserias físicas y morales, con objeto de difundir en el pueblo
el amor de Cristo y hacer ver su presencia en la Iglesia, en el Papa y en los obispos.
Dio vida a obras de caridad en muchas naciones, especialmente en Italia y
América; fundó varias congregaciones, entre ellas la «Pequeña Obra de la Divina
Providencia». Tras una existencia de trabajo y sufrimiento, murió en Sanrerno
(provincia de Imperia, Italia) el 12 de marzo de 1940. El 26 de octubre de 1980 Juan
Pablo II lo incluyó en el número de los beatos y el 16 de mayo de 2004 lo inscribió
en el libro de los santos.
Dei Común de santos varones, o bien del Común de pastores. Los salmos, de la
feria correspondiente.
Oficio de lectura
SEGUNDA LECTURA
De «Apuntes» de san Luis Orione, presbítero.
(25 de febrero de 1939)
Ponme, Señor, en la boca del Infierno para que,
por tu misericordia, pueda yo cerrarla
No saber ver ni amar en el mundo más que las almas de nuestros hermanos: almas
de pequeños, almas de pobres, almas de pecadores, almas de descarriados, almas de
penitentes, almas de reacios a la voluntad de Dios, almas rebeldes a la Santa Iglesia de
Cristo, almas de hijos degene
rados, almas de sacerdotes malos e infieles, almas víctimas del dolor, almas blancas
como palomas, almas sencillas, puras y angelicales de vírgenes, almas caídas en las
tinieblas del sentido y en la baja torpeza de la carne, almas orgullosas del mal, almas
ávidas de poder y oro, almas llenas de sí, almas extraviadas que buscan un camino,
almas que sufren y anhelan un refugio o una palabra de consuelo, almas que gritan en la
desesperanza de la condenación, almas ebrias de la verdad vivida. Todas ellas son
almas amadas por Cristo, por todas murió Cristo, a todas quiere ver salvadas entre sus
brazos y en su Corazón traspasado.
Nuestra vida y nuestra Congregación entera deben ser, a la vez, un cántico y un
holocausto de fraternidad en Cristo. Ver y oír a Cristo en el hombre. Debemos tener en
nosotros la profundísima y altísima música de la caridad. Para nosotros el centro del
universo es la Iglesia de Cristo, y el fulero del drama cristiano, las almas. Yo solo oigo una
infinita y divina sinfonía de espíritus, palpitantes en torno a la Cruz, esa Cruz que destila para
nosotros gota a gota, a lo largo de los siglos, la sangre divina derramada por cada una de
las almas humanas.
Desde la Cruz grita Jesucristo: ¡Tengo sed! Grito terrible de ardor, que no es de la
carne, sino de sed de almas; Cristo muere por esta sed de almas.
Yo no veo más que un cielo: un cielo verdaderamente divino, porque es el cielo de
la salvación y de la paz verdadera; yo solo veo un reino de Dios: el reino de la caridad