25 de agosto
Beata MARÍA TRONCATTI
Virgen
Memoria Libre
Nació en Corteno Golgi (Brescia, Italia) el 16 de febrero de 1883. En la adolescencia, se dejó conquistar por el ideal misionero, que tam- bién le ayudó a madurar su vocación a la vida religiosa. En 1908, profe- só en el Instituto de las Hijas de María Auxiliadora. Después de algunos años de trabajo en Italia, en 1922, partió para el Ecuador. Habiendo renunciado voluntariamente a ello, nunca volvió a su patria. En la sel- va, curando las enfermedades, evangelizaba y era la «madrecita buena», lo mismo para los shuar que para los colonos. Anunció y fue para todos testigo del amor del Padre y de la protección de María Auxiliadora. Murió en Sucúa, el 25 de agosto de 1969, al caer la pequeña avioneta en la que viajaba. Fue beatificada el 24 de noviembre de 2012.
Del Comun de vírgenes: pág. 445, o de santas mujeres: para los que se han consagrado a una actividad caritativa. Los salmos, de la feria correspondiente.
Segunda lectura
Oficio de Lectura
De la Encíclica Redemptoris missio del beato Juan Pa- blo II, papa.
(nn. 42. 69-70. 88: AAS 83[1991] 289. 317-318. 335)
Vivir el misterio de Cristo
como testimonio de maternidad espiritual
El misionero, que, aun con todos los límites y defectos humanos, vive con sencillez según el modelo de Cristo, es un signo de Dios y de las realidades trascendentales. Pero todos en la Iglesia, esforzándose por imitar al divino Maes- tro, pueden y deben dar este testimonio, que en muchos casos es el único modo posible de ser misioneros. El tes-
timonio evangélico, al que el mundo es más sensible, es el de la atención a las personas y el de la caridad para con los pobres y los pequeños, con los que sufren. La gratuidad de esta actitud y de estas acciones, que contrastan profunda- mente con el egoísmo presente en el hombre, hace surgir unas preguntas precisas que orientan hacia Dios y el Evan- gelio. Incluso el trabajar por la paz, la justicia, los derechos del hombre, la promoción humana, es un testimonio del Evangelio, si es un signo de atención a las personas y está ordenado al desarrollo integral del hombre.
La Iglesia debe dar a conocer los grandes valores evangélicos de que es portadora; y nadie los atestigua más eficazmente que quienes hacen profesión de vida consagrada en la castidad, pobreza y obediencia, con una donación total a Dios y con plena disponibilidad a servir al hombre y a la sociedad, siguiendo el ejemplo de Cristo.
En las religiosas misioneras la virginidad por el Reino se traduce en múltiples frutos de maternidad según el Espíritu. Precisamente la misión ad gentes les ofrece un campo vastísimo para «entregarse por amor de un modo total e indiviso». El ejemplo y la laboriosidad de la mujer virgen, consagrada a la caridad hacia Dios y el prójimo, especialmente el más pobre, son indispensables como sig- no evangélico entre aquellos pueblos y culturas en que la mujer debe realizar todavía un largo camino en orden a su promoción humana y a su liberación.
Nota esencial de la espiritualidad misionera es la co- munión íntima con Cristo: no se puede comprender y vivir la misión si no es con referencia a Cristo, en cuanto enviado a evangelizar. Pablo describe sus actitudes: «Te- ned entre vosotros los mismos sentimientos de Cristo: El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo to- mando la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como un hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y
muerte de cruz» (Flp 2,5-8). Se describe aquí el misterio de la Encarnación y de la Redención, como despojamien- to total de sí, que lleva a Cristo a vivir plenamente la con- dición humana y a obedecer hasta el final el designio del Padre. Se trata de un anonadamiento que, no obstante, está impregnado de amor y expresa el amor. La misión recorre este mismo camino y tiene su punto de llegada a los pies de la cruz. Al misionero se le pide «renunciarse a sí mismo y a todo lo que tuvo hasta entonces y a ha- cerse todo para todos»: en la pobreza que lo deja libre para el Evangelio; en el desapego de personas y bienes del propio ambiente, para hacerse así hermano de aquellos a quienes es enviado y llevarles a Cristo Salvador. A esto se orienta la espiritualidad del misionero: «Me he hecho débil con los débiles; me he hecho todo para todos, para salvar a toda costa a algunos. Y todo esto lo hago por el Evangelio» (1Cor 9,22-23). Precisamente porque es «en- viado», el misionero experimenta la presencia consolado- ra de Cristo, que lo acompaña en todo momento de su vida. «No tengas miedo, porque yo estoy contigo» (Act
18, 9-10). Cristo lo espera en el corazón de cada hombre.
Responsorio 1Cor 9,22
Me he hecho débil con los débiles, * Para ganar, sea como sea, a algunos.
El Señor me ha enviado a los pobres: * Para ganar.
Oración
Padre misericordioso, que, por obra del Espíritu Santo, has suscitado en la Beata María Troncatti, virgen, una materna caridad para anunciar a Cristo a los pue- blos, concédenos, por su intercesión, ser instrumentos de reconciliación y de paz, para que todos alaben tu santo nombre. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.