13 de octubre
Beata ALEXANDRINA MARÍA DA COSTA
Virgen
Memoria libre
Nació el 30 de marzo de 1904 en Balasar, un pueblecito de Por- tugal. Su madre la educó cristianamente. Acudió a la escuela a los siete años durante un curso y medio. Era vivaz, alegre y fuerte de constitu- ción, por lo que empezó a trabajar en el campo.
A los 14 años le sucedió algo que la marcará toda su vida: para huir de la agresión de unos hombres malintencionados, se tiró desde una ventana. Las consecuencias serán terribles, aunque no inmediatas. Hasta los 19 años pudo ir a la iglesia, pero la parálisis avanzaba y los dolores se hicieron insoportables. En 1925 debe acostarse para no levantarse más. Renunciando a pedir el milagro de la curación, intuyó que su misión era «sufrir, amar, reparar».
Comenzó entonces una intensa unión mística con Jesús, «pri- sionero» en todos los sagrarios del mundo. En 1935 oyó a Jesús ex- ponerle por primera vez su deseo de que el mundo se consagrase al Corazón Inmaculado de María. En 1938, Alexandrina revivió cada viernes, con signos y movimientos visibles, las diferentes fases de la pasión de Jesús, mientras aumentaban los sufrimientos, así como los acosos por parte del demonio. El padre Mariano Pinho, jesuita, su director espiritual, se dirigió directamente a Pío XI para pedir la consagración del mundo al Corazón Inmaculado de María. Cuan- do la petición de la consagración fue acogida por Pío XII en 1942, cesó la pasión visible del viernes y comenzó otro «signo»: durante los trece últimos años de su vida, Alexandrina no se alimentó más, viviendo solo de la Eucaristía. En 1944 se hace Salesiana Cooperado- ra siguiendo la invitación del salesiano don Humberto Pasquale, su nuevo director. Miles de visitantes de todas partes acudían a pedirle consejo y oraciones.
Alexandrina murió el 13 de octubre de 1955. Fue beatificada por
Juan Pablo II el 25 de abril de 2004.
Del Común de vírgenes: pág. 445. Los salmos, de la feria corres- pondiente.
Segunda lectura
Oficio de lectura
Del «Diario» de la beata Alexandrina María da Costa, virgen
(Cf. G. ÁMORTH, Dietro un sorriso. Alexandrina Maria da Costa, Cinisello Balsamo, Edizioni Paoline 1992, págs. 112-115)
Durante mucho tiempo
en un profundo acto de gratitud
Mientras rezaba lo hacía con la intención de estar delante de Jesús sacramentado en todos los sagrarios del mundo, acordándome también de adorar a la Santísima Trinidad presente en mi alma.
¡Oh, Jesús mío, qué momentos tan felices! ¡Qué bien me siento!
Me levanté ciega de dolor y fui a la ventana: no encon- traba la postura justa. La noche era hermosa. Todo dormía. La casa estaba en silencio. Todo mi ser estaba muerto. Con- templaba el cielo brillante de estrellas; la luna era espléndi- da. Meditaba sobre las bellezas y grandezas de mi Creador. Todo lo que contemplaba era motivo para herir más mi po- bre corazón. Quedé un largo rato en un profundo acto de agradecimiento al cielo. Decía a Jesús: «Yo no os veo, no os oigo, pero sé que sois mi Creador y cuando me creasteis ya sabíais que yo hoy debía estar aquí contemplando vuestras grandezas, ya sabíais que la falta de aire que hoy siento (es- tamos en un bochornoso agosto) necesitaba el viento que me dais. ¡Un eterno gracias, Jesús mío!».
El viento era fuerte: parecía que arrasaba todo. Me obligaba a meditar sobre los horrores del infierno, sobre la vida y los tormentos de los condenados.
De nuevo contemplaba el cielo y las estrellas. Pedía a Jesús que multiplicase millones y millones de veces más que el número de las estrellas mis actos de amor por los sagra- rios: no lo quería solo y quería que allí tuviese solo amor.
Mi alma sigue exigiendo la soledad. Solo al brillar las estrellas y a la luz del claror de la luna totalmente sola me pongo a meditar. Pido a todos los astros que amen a Jesús por mí.
Al contemplar el cielo le digo muchas veces: «Jesús, no os veo, pero sé que vos me veis a mí. No siento que os ame, pero confío en que vos me amáis. Alegraos vos en mi dolor, consolaos vos en mi consuelo. Curad la herida de vuestro corazón divino con el dolor que vuestras grande- zas causan en el mío».
En mi gran dolor, en las horas más silenciosas de la noche voy a contemplar el cielo. Todo es nada, todo es muerte para mí. Solo las grandezas de mi Creador, su po- der infinito, elevan mi espíritu, pero dejándome siempre en mi pequeñez, en mi profunda miseria.
Jesús, tu patria me eleva a ti. Salgo de mi nada a tus cosas: soy grande en lo que tú has creado. ¡Gracias, Jesús mío, que todo lo has hecho por mi amor! Jesús, ¿cuándo me llevas a tu patria? Has creado el cielo por mi amor y para abrirme las puertas has derramado tu sangre. Gra- cias, Jesús mío. Acepta mis sufrimientos: son todos por amor a ti, todo lo sufro para darte las almas.
Y no me cansaba de hacer subir al cielo todos mis dolores para consolar a mi Jesús, y para que él hiciese de ellos lo que quisiera. Todo era silencio; se oía solo ladrar a un perrito. Yo dije: «Tú estás alabando a tu Creador y yo, que debería alabarlo y amarlo, no hago nada».
¡Oh Jesús, perdonadme. Soy una ingrata, soy peor que las fieras hacia vos; perdonadme!
El mar cantaba y hasta alabada a Jesús y le obedecía estando allí en sus confines. Dios mío, todo os obedece; solo yo me revuelvo contra vos, os ofendo y os disgusto. Al me- ditar en las grandezas del Señor, en su poder infinito, en el amor que tiene por nosotros, no pude reprimir las lágrimas.
Al ver mi ingratitud y la ingratitud del mundo de- cía: «Oh Jesús, no sé cómo no habéis abandonado ya los sagrarios y habéis volado al cielo dejándonos en la tierra.
El sol os obedeció y se escondió; la noche os obedeció y apareció con el claro de luna y las estrellas. ¡Qué bonito es todo esto! Y por amor a mí. Todo os alaba; permitid que me una a todos los seres que ahora os alaban: quiero alabaros yo también. ¡Qué tristeza: solo los hombres os ofenden! Si al menos pudiese yo reparar por todo».
Responsorio
Al rey le agradó tu belleza, que es don suyo. * Él es tu esposo y tu Dios.
De él recibes dotes, esplendor, santidad, reden- ción. Él es.
La oración, como en Laudes.
Laudes
Lectura breve Cant 8,7
Las aguas torrenciales no podrán apagar el amor ni anegarlo los ríos. Si alguien quisiera comprar el amor con todas las riquezas de su casa, se haría despreciable.
Responsorio breve
De ti ha dicho mi corazón: * Yo busco tu rostro. De ti ha dicho.
No me escondas tu rostro, Señor. * Yo busco tu rostro. Gloria al Padre. De ti ha dicho.
Benedictus, ant. Has dado tu corazón a Cristo, virgen sensata; ahora vives con él, espléndida como el sol en la asamblea de los santos.
Preces
A Cristo, esposo y corona de las vírgenes, dirigimos con alegría y agradecimiento la expresión de nuestra fe y la esperanza de nuestra oración:
Señor Jesús, escucha nuestra oración.
Cristo Señor, has unido a ti a la Iglesia, tu esposa, para que anuncie el evangelio de la verdad y de la alegría con un testimonio creíble y una generosa entrega,
— haz que también en la hora de la prueba y del sufri- miento no falle en su misión.
Con su propósito de «amar, sufrir y reparar», la beata Alexandrina María da Costa expresó un profundo ca- mino de fe y de santidad,
— concede a los cristianos el estímulo y la motivación para ennoblecer todo lo que la vida tiene de doloroso y triste con la mayor prueba de amor: sacrificar la vida por quien se ama.
La beata Alexandrina María da Costa revivió místicamen- te tu Pasión y se ofreció como víctima por los pecado- res, recibiendo la fuerza de la Eucaristía,
— renuévanos en la fe y en el amor en la mesa de tu
Cuerpo y de tu Sangre.
Víctima eucarística, pequeña lámpara y centinela del sagrario, Alexandrina María da Costa cooperó en la santificación de los sacerdotes, en la conversión de los pecadores y en la paz del mundo,
— haz que experimentando la fuerza del amor miseri- cordioso, correspondamos con una voluntad más de- cidida a tu amor y a tu llamada.
Tú que has constituido a María, tu Madre, reina de las vírgenes,
— haz que, confiándonos a Ella, siguiendo el ejemplo de la beata Alexandrina María da Costa, te sirvamos con fidelidad y pureza de espíritu.
Padre nuestro.
Oración
Dios misericordioso, que has hecho resplandecer en la Iglesia el ejemplo de la beata Alexandrina María da
Costa, virgen, íntimamente unida a la Pasión de tu Hijo, para que en todas las partes del mundo se enciendan el amor a la Eucaristía y la devoción al Corazón Inmaculado de María, concédenos, por su intercesión, convertirnos en morada del Espíritu Santo y testigos auténticos de tu amor misericordioso. Por nuestro Señor Jesucristo.
Vísperas
Lectura breve 1Cor 7,32b.34a
El soltero se preocupa de los asuntos del Señor, bus- cando complacer al Señor. La mujer sin marido y la joven soltera se preocupan de los asuntos del Señor, para dedi- carse a él en cuerpo y alma.
Responsorio breve
Entran con alegría las vírgenes * A la fiesta de bo- das. Entran.
Las llevan al palacio del rey * A la fiesta. Gloria al
Padre. Entran.
Magníficat, ant. Ven esposa de Cristo, recibe la coro- na que el Padre te ha preparado.
Preces
Al final de este día, en la memoria de la beata Alexandrina María da Costa, celebremos con gozo al Señor que ha manifestado en ella las maravillas de su amor, e invoquémosle con fe.
Muéstranos, Señor, tu amor.
Señor Jesús, tú alegras a la Familia Salesiana en la memo- ria de la beata Alexandrina María da Costa,
— haz que los Salesianos Cooperadores y toda la Familia de Don Bosco puedan gozar siempre de su intercesión y caminar, siguiendo su ejemplo, hacia la santidad.
Hiciste crecer en el «jardín salesiano» a Alexandrina María da Costa, joven pura y transparente, que defendió su cuerpo, templo de la Santísima Trinidad,
— protege a los jóvenes de las falsas seducciones, para que puedan conocer las bienaventuranzas de los pu- ros de corazón, promesa de Jesús.
Sostuviste a la beata Alexandrina María da Costa en la prueba de la enfermedad, asociándola a tu Pascua re- dentora,
— ayúdanos a vivir la generosidad del sacrificio en todas las situaciones de dificultad, con la certeza de coope- rar en la venida de tu Reino.
Renueva en nosotros el don de tu Espíritu,
— que el ardor eucarístico que encendiste en el corazón de la beata Alexandrina María da Costa inflame y re- nueve nuestra capacidad de amarte y buscar en todo tu voluntad.
La beata Alexandrina María da Costa se prodigó en hacer crecer en la Iglesia y en el mundo la devoción al Co- razón Inmaculado de María:
— haz, Señor, que por intercesión de María, Madre de misericordia, experimentemos y testimoniemos al mundo tu amor misericordioso.
Señor Jesús que acogiste a las santas vírgenes prudentes en el banquete nupcial de tu Reino:
— acoge a los difuntos de la Familia Salesiana en el con- vite de las bodas eternas.
Padre nuestro.
La oración, como en Laudes.