Aguinaldo 2018
LEMA:
“Señor, dame esa agua” (Jn 4,15)
CULTIVEMOS EL ARTE DE ESCUCHAR Y ACOMPAÑAR
Mis queridos hermanos y hermanas de la Familia Salesiana en el mundo:
Como es tradición, al final del año presento el Aguinaldo a nuestras hermanas, las Hijas de María Auxiliadora, y desde ese día quiere ser un don para toda nuestra Familia, doquiera nos encontremos. Se pretende ayudar a tener un mismo corazón y una misma mirada como mensaje que acompañe tantas iniciativas en todos nuestras Instituciones y en la misión que cada cual llevamos a cabo en este hermoso árbol carismático que es la Familia Salesiana.
El tema elegido para el año 2018 tiene continuidad con el del año anterior y es introducción de un gran acontecimiento eclesial que ya se está preparando: la XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos que el Papa Francisco ha convocado con el tema “Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional”.
Un lema y un tema que toca de lleno lo más esencial de nuestro carisma y que prepararemos de la mejor manera posible sensibilizándonos nosotros mismos y haciendo partícipes a muchos laicos y jóvenes de la importancia de este hecho en la vida eclesial. “Con este Sínodo, en palabras del Papa Francisco, la Iglesia ha decidido interrogarse sobre cómo acompañar a los jóvenes para que reconozcan y acojan la llamada al amor y a la vida en plenitud, y también pedir a los mismos jóvenes que la ayuden a identificar las modalidades más eficaces de hoy para anunciar la Buena Noticia”1.
El Aguinaldo que este año les ofrezco pretende, justamente, ayudar a esto en todas nuestras presencias, como Familia.
El lema elegido, que es sencillo y muy directo, contiene dos elementos de vital importancia para nuestro mundo de hoy: la escucha y el acompañamiento personal. Se lo ofrezco siguiendo un hermosísimo texto evangélico que nos iluminará y dará pie a variadas reflexiones; es el encuentro de Jesús con la mujer samaritana, en el que, desde la diversidad de género y de etnia, además del antagonismo religioso, llega al encuentro más profundo con la otra persona, hasta el punto de cambiar su vida.
Les invito a acogerlo con la buena disposición de cada año y a aprovechar lo que les pueda ser más adecuado para su situación pastoral, la que cada uno de nosotros vive en los diversos contextos culturales en los que nos encontramos.
Por mi parte puedo decirles que, en los cientos de encuentros que he tenido en estos ya casi cuatro años con jóvenes de los cinco continentes, he llegado a la certeza de que las presencias de las casas de nuestra Familia Salesiana están llenas de miles y miles de jóvenes buenos, abiertos a la vida, con el deseo de formarse, de aprender, jóvenes en búsqueda. Muchos de ellos, con un gran corazón generoso, que desean servir a los demás, hacer algo por los otros, ayudar, donarse.
Jóvenes que nos piden ayuda para seguir creciendo y madurando su fe. Otros que no lo piden, pero que tienen una gran necesidad de encuentro personal y de escucha. Son muchos los que estarían bien dispuestos a hacer un camino personal y comunitario de discernimiento y acompañamiento.
Y me digo, ¿a qué esperamos? ¿Por qué no decidirnos a estar mucho más disponibles para acompañar a todos nuestros jóvenes en lo más importante de sus vidas? ¿Qué nos frena? ¿Por qué “ocuparnos” o “entretenernos” en otras cosas si esta es una verdadera prioridad educativa y de evangelización?
Daremos pasos mucho más significativos, mis queridos hermanos y hermanas, el día en que nos convenzamos totalmente de que más importante que lo que hacemos es lo que somos y quiénes somos; más importante que ofrecer cosas y actividades a los adolescentes y jóvenes, y a sus familias, es ofrecerles nuestra presencia, escucha y diálogo. Eso sí deja 'huellas de vida' para siempre. Y esto con los jóvenes y con las familias.
Lo que les acabo de decir es la verdadera y profunda motivación de la elección del Aguinaldo de este año.
I.- UN ENCUENTRO QUE NO DEJA INDIFERENTE ('Escuchar')
Mi invitación, ya desde ahora, es la de hacer una lectura reposada y meditada del pasaje que conocemos como 'el encuentro de Jesús con la Samaritana' (Jn 4,3-42), texto al que nos referiremos para ver cómo el Señor se relaciona con ella y qué produce en la vida de esta mujer su encuentro con Jesús.
“Llega una mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús le dice:
-Dame de beber.
Sus discípulos habían ido al pueblo a comprar comida. La samaritana le dice:
- ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana? (Jn 4, 7-9).
Jesús y la anónima samaritana proceden de dos pueblos diferentes, enfrentados a lo largo de la historia, pues cada uno consideraba al otro como radicalmente desviado de la antigua fe de Israel. Se podría decir que sus familias eran social, religiosa y políticamente enemigas; y no por ser diferentes, sino por ser muy semejantes, pero con planteamientos opuestos, creyéndose cada cual como el auténtico depositario y preservador de la religión original del antiguo Israel. De hecho, ambos pueblos se consideraban impostores el uno al otro.
Los protagonistas son el judío Jesús y la mujer samaritana que, sin duda, en cuanto llegó al pozo lo reconoció como judío por su atuendo característico. Ante la samaritana, él es un forastero que tiene sed, pero no tiene cántaro para sacar el agua de aquel pozo profundo. Además, la mujer no se encuentra solamente ante un forastero, sino ante un 'rival' en cuanto a creencias.
Al mismo tiempo, tal como se deduce de la narración, ella parece marcada por una, cuanto menos, dudosa fama, con una situación de vida 'irregular'. Podría decirse que es una mujer emocionalmente rechazada.
Entre Jesús y la mujer samaritana se interponen fuertes convencionalismos étnicos y religiosos, que hacen que, al pedir agua a esa mujer, Jesús incurra en una conducta reprobable por transgredir las costumbres de su tiempo. Pero, por eso mismo, es razonable suponer que la mujer se siente segura con Jesús, quien, por no ser de su pueblo, no sabe nada de los 'fracasos de su vida'; y, además, con él, aunque fuera de una comunidad herética como la judía, había cierta afinidad religiosa. Como Jesús no tendría oportunidad de contactar con los líderes samaritanos, con él no había nada que temer, o de qué preocuparse.
Esta situación se convierte en algo muy interesante para nosotros: un espacio profano y de 'intemperie' un pozo en medio del campo y un encuentro que se mostrará como lugar del encuentro con Dios. Jesús, verdadero protagonista y conductor del encuentro, de la escucha y del diálogo inicial, 'diseña' la estrategia de dicho encuentro, comenzando por la escucha de la otra persona y la situación que intuye.
Este ejemplo del Señor es de plena actualidad para nosotros.
→Una escucha que es ACOGIDA y ENCUENTRO PERSONAL
ESCUCHA que siempre es un arte. “Necesitamos ejercitarnos en el arte de escuchar, que es más que oír. Lo primero, en la comunicación con el otro, es la capacidad del corazón que hace posible la proximidad sin la cual no existe un verdadero encuentro espiritual”2. Por eso el don de la palabra, especialmente en las relaciones personales, ha de tener su correspondencia en la 'sabiduría de la escucha'.
Esta escucha, tan importante en nuestra misión como Familia Salesiana, habrá de tener como punto de partida el encuentro que constituye una oportunidad de relación humana y humanizadora, vivida en libertad plena, “con una mirada respetuosa, llena de compasión, pero que, al mismo tiempo, sane, libere, y aliente a madurar en la vida cristiana”3.
Por eso, cuando se produce así el encuentro con los adolescentes y jóvenes, con nuestros educandos, con las familias de todas las presencias, la escucha significará, entre otras cosas:
Favorecer la apertura al otro. Una apertura con todo lo que nuestra persona es, puesto que ciertamente oímos con nuestros oídos, pero podemos escuchar, cuando esta escucha es auténtica, con nuestro ojos, mente, corazón, con todo nuestro ser.
Conceder toda la atención a lo que la persona nos comunica, y comprometernos activamente en la comprensión de lo que se desea comunicar ya que el fundamento de la escucha que ofrecemos es el respeto profundo a la otra persona.
Acompañar comprometidamente en lo que la persona, joven o adulto, busca y espera de sí misma, con verdadera empatía, esa que es lo contrario de la cortesía fría o formal. Se trata de identificarnos y caminar con la otra persona.
Dejar de lado el propio mundo para acercarse lo más posible al de la otra persona, siendo capaces de acompañar sin interferir.
Escuchar, en definitiva, será ese arte que requiere atención solícita hacia las personas, en sus luchas y fragilidades, en sus gozos, sufrimientos y búsquedas, puesto que no solamente escuchamos algo, sino a alguien. De esta atención solícita están repletos los pasajes evangélicos de encuentros de Jesús con sus gentes.
Esta escucha, cuando tiene que ver con el acompañamiento personal espiritual, trasciende la dimensión psicológica y adquiere una dimensión espiritual y religiosa, puesto que nos lleva por caminos en los que se está a la espera de Alguien.
Y requiere además un cierto silencio interior, que tiene como punto de partida la aceptación de las personas tal como son y en el estado en que se encuentran.
Con nuestra mirada educativa, especialmente hacia los adolescentes y jóvenes, y también hacia sus familias, sabemos que es mucho lo positivo que hay en cada corazón4, y es preciso hacer aflorar estas cosas positivas. Por eso escuchar ha de ser, para nosotros, mucho más que oír con paciencia; es intentar que se pueda comprender en toda su profundidad lo que la persona nos dice y por qué lo dice. Es interesarse por lo que, de verdad, importa al otro, a los adolescentes y jóvenes, a sus familias.
Esta escucha ha de llevarnos a comprender bien qué necesitan los jóvenes de hoy, y a veces sus padres, o las personas con quienes nos relacionamos en un ambiente pastoral. En concreto, las más de las veces, los jóvenes, o sus padres, o ambos se acercan no tanto porque busquen un acompañamiento, sino más bien movidos por la necesidad cuando tienen dudas, líos, aprietos y dificultades, conflictos, tensiones, decisiones que tomar, problemas concretos que afrontar.
Y sabemos bien, por nuestra formación como educadores y evangelizadores, que suele ser más común que se acerquen si es uno mismo quien hace algún gesto de acercamiento, de interés por ellos, si se sale al encuentro, si uno se muestra accesible. Además, estos mismos jóvenes, hijos de una cultura 'cientificista', dominada también por la técnica y su mundo de posibilidades, que forman parte de una generación hiperconectada, también sienten, al menos muchos de ellos, “la necesidad de figuras de referencia cercanas, creíbles, coherentes y honestas, así como de lugares y ocasiones en los que poner a prueba la capacidad de relación con los demás, sean adultos o compañeros, y afrontar las dinámicas afectivas. Buscan figuras capaces de expresar sintonía, y ofrecer apoyo, estímulo y ayuda para reconocer los límites, sin hacer pesar el juicio”5.
Por eso, a veces, estos encuentros y estas conversaciones fortuitas pueden ser la puerta que se abre para un camino más profundo y de crecimiento… Así sucedió en el encuentro de Jesús con la mujer que, sencillamente, iba a buscar agua al pozo.
Sin pretender sugerir técnicas de escucha, sí quiero destacar que, a la hora de cultivar las actitudes más adecuadas para una escucha auténtica, hemos de estar atentos para:
dejar hablar al otro y no ser impacientes por tomar la palabra;
no interrumpir la conversación;
no reaccionar impulsivamente ante cualquier discrepancia;
mantener la atención de la persona a quien escuchamos;
no olvidar la necesidad que todos tenemos de ser escuchados.
Al mismo tiempo será muy importante en esta escucha:
Dar oportunidad a la persona para que pueda expresar todo lo que lleva en lo más hondo de sí y que a veces pesa y oprime.
Hacer preguntas pertinentes, evitando otras que puedan crear desconfianza o ruptura.
Aceptar con agrado los silencios, dejando el tiempo que sea preciso sin llenarlo de preguntas ni de consejos, ya que, en realidad, los silencios pueden hacer que uno se sienta serenamente cómodo e incluso que vaya reflexionando sobre aquello que está escuchando.
Permitir que puedan ser 'reconocidos los sentimientos', puesto que constituyen una parte muy importante en toda comunicación.
Evitar la locuacidad y las soluciones inmediatas. No olvidemos que en casi todo lo importante se necesitan procesos.
Concluyo este aspecto de la escucha con una referencia a Don Bosco. Sin duda que el lenguaje que hoy empleamos para referirnos a la escucha (y al discernimiento y acompañamiento), tiene diferencias sustanciales con el contexto cultural y religioso de Don Bosco, pero me parece muy hermoso este testimonio acerca de cómo se sentían acogidos y escuchados sus muchachos y otras personas:
“Pese a sus múltiples y graves ocupaciones, estaba siempre dispuesto a recibir en su habitación con corazón de padre a los muchachos que le pedían audiencia particular. Más aún, quería que lo trataran con familiaridad y no se quejaba nunca de la indiscreción con que a veces le importunaban. Dejaba a todos plena libertad para preguntar, exponer dificultades, defensas y disculpas.
Los recibía con el mismo respeto con que trataba a los grandes señores. Los invitaba a sentarse en el sofá mientras él se sentaba ante el escritorio y los escuchaba con la mayor atención, como si lo que le exponían fuera de gran importancia”6.
II. UN ENCUENTRO QUE LANZA A LA PERSONA HACIA ADELANTE ('Discernir')
Continuando con el encuentro de Jesús y la samaritana, que nos lleva de la mano en este camino de escucha, discernimiento y acompañamiento, leemos lo que sigue:
“Jesús le contestó:
- Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice ‘dame de beber’, le pedirías tú, y te daría agua viva.
La mujer le dice:
- Señor, si no tienes cubo y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva? (…)
Jesús le contestó:
- El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed (…)
La mujer le dice:
- Señor, dame de esa agua así no tendré más sed (Jn 4, 10-16).
Jesús, como buen conocedor del corazón humano, emplea todos los recursos de la palabra, la conversación y los gestos para encontrarse con la persona:
Pregunta, dialoga, argumenta, narra, valora el posicionamiento de su interlocutor, sugiere, afirma, provoca reacciones.
Jesús guía a la anónima samaritana a saber que Él comprende su situación más de lo que ésta pudiera imaginarse, e intuye el dolor y sufrimiento que, de algún modo, ha debido soportar.
Enfrenta a la mujer con su propia realidad y evasivas; la enfrenta incluso a su verdad, como en el momento en el que ella dice: “No tengo marido”.
Al mismo tiempo le hace sentir una empatía compasiva.
No da por terminado el diálogo, ni se retira ante las resistencias iniciales.
Confía y desea aquello que pueda mejorar su vida.
El diálogo ayuda a deshacer equívocos, a descubrirse en autenticidad. Así las respuestas enigmáticas y provocadoras van acercando a la mujer que se siente sorprendida. Jesús, como persona que busca el bien del otro, de su interlocutor, crea relación personal, en vez de hacer juicios morales de desaprobación o reproche:
No acusa, dialoga y propone.
Su lenguaje, sus palabras, van dirigidas al corazón de aquellos a quienes habla.
En el diálogo con esta mujer de Samaría, sin apresurarse a presentarse como quien puede cambiar su vida, avanza serenamente y, poco a poco, va despertando en ella el interés por una fuente de agua para una vida especial, distinta, mejor.
Y Jesús, como experto en humanidad, se muestra atento e interesado en la interioridad de sus interlocutores, lee en sus corazones y sabe interpretar.
→ La fe y la vocación a la alegría del amor
También hoy el Señor, como en su día con la samaritana, despierta fascinación en muchísimos jóvenes y tal atracción tiene mucho que ver con la fe y con la llamada que Dios hace a cada uno de sus hijos e hijas a vivir la vida como vocación a la alegría del amor.
Esta fe lleva a los jóvenes a sentirse cautivados por el modo de ver, de acoger, de relacionarse, y de vivir de Jesús, y les ensancha la vida; por eso, como dice el Papa Francisco, la fe “no es un refugio para gente pusilánime”7.
Y para quienes bebemos en estas aguas del torrente que fluye del carisma salesiano suscitado por el Espíritu Santo en Don Bosco, esta propuesta de fe, como punto de partida de todo discernimiento posterior, se fundamenta en la certeza de que creemos realmente que Dios nos ama y ama a los jóvenes, creemos que Jesús, el Señor, quiere compartir su Vida con ellos, y creemos que el Espíritu Santo se hace presente en los jóvenes y opera en cada uno de ellos8.
A la luz de esta fe, que gradualmente y siguiendo procesos irá madurando en la vida de los jóvenes que se 'dejan tocar por Dios', ellos mismos van tomando conciencia del “proyecto de amor apasionado que Dios tiene para cada uno”9, y descubren “la vocación a la alegría del amor como llamada fundamental que Dios pone en el corazón de cada joven para que su existencia pueda dar fruto”10.
Este camino requiere una actitud de apertura a la escucha del Espíritu, en diálogo con la Palabra de Dios, en el espacio más íntimo y sagrado que conoce la persona humana, que es la conciencia.
Hemos de tener muy en cuenta, con una mirada educativa y pastoral, que este camino se recorre, no pocas veces, porque existe una sed de búsqueda originada por algunas situaciones vitales en las que se encuentran los jóvenes, o los esposos en su matrimonio, o las mismas familias:
Situaciones que llevan a la persona, al joven, al matrimonio, o a algún miembro de la familia, a sentir la necesidad de dar a su vida un significado profundo, también desde la fe. A veces porque se experimenta vitalmente que algo no va bien.
Momentos en los que no se está bien, no se vive en armonía interior, y no se encuentra sentido pleno en lo que uno vive, o en el 'nosotros' del matrimonio, o en la familia. La situación se manifiesta, en la práctica, en un 'vacío existencial' que, con frecuencia, genera desorientación personal, malestar, tristeza y falta de esperanza.
Contando además con que en algunas sociedades vivimos —y nos hacen vivir— tan volcados al exterior, como en un escaparate que expone lo se ha de 'vender', que no caben las limitaciones ni los defectos, y donde pareciera que no se puede envejecer ni cumplir años porque está mal visto. Y se necesita más que nunca, una educación y un camino personal y comunitario, una escucha y diálogo que ayude a la profundidad e interioridad de vida.
→ El Don del discernimiento
Esto y mucho más lleva a que la Iglesia quiera reiterar, por medio de este Sínodo, “su deseo de encontrar, acompañar y cuidar a todos los jóvenes sin excepción. No podemos ni queremos abandonarlos a las soledades y a las exclusiones a las que el mundo los expone”11. Así se puede apuntar hacia lo importante que es, junto con la escucha, el don del discernimiento. Un discernimiento que, en la tradición de la Iglesia, se ha aplicado a una gran pluralidad de situaciones: ya sea para discernir los signos de los tiempos, o el modo de actuar moralmente; o realizar un discernimiento espiritual cuando se trata de recorrer un camino de vida cristiana plena; o también cuando se trata de la propia vocación o de una opción de vida.
En todos los casos, el diálogo con el Señor y la escucha de la voz del Espíritu Santo son siempre esenciales porque, como se ha apuntado antes, hemos de ser muy conscientes de “que la persona de Jesús y la Buena Noticia por Él proclamada siguen fascinando a muchos jóvenes”12.
Podemos preguntarnos por qué sugerir o promover caminos de discernimiento para todos aquellos que están en esta situación de dejarse libremente interpelar o tocar por Dios. Sencillamente porque reconocemos que el Espíritu Santo habla y actúa en la vida de cada persona a través de los acontecimientos de su propia vida y de la de otros. Habla también por medio de múltiples mediaciones, pero los hechos, las experiencias, los acontecimientos, las vivencias pueden ser en sí mismos mudos o ambiguos ya que estarán siempre sujetos a interpretaciones muy diferentes y subjetivas. Iluminarlas con el método adecuado será un fruto de todo camino de discernimiento.
En el número 51 de la Evangelii Gaudium, se nos ofrecen tres claves para todo discernimiento, incluido el estudio de los signos de los tiempos, como ya indicaba el Papa Pablo VI13. Estas tres claves o criterios son: reconocer, interpretar y elegir.
- RECONOCER14, a la luz de lo que inspira el Espíritu:
Para tener más claridad en los momentos de altibajos, en los momentos de verdadera lucha interior.
Para hacer emerger toda la riqueza emotiva que hay en la persona, y poner nombre a lo que se siente o encuentra en uno mismo.
Para descubrir lo que se experimenta al sentirse en consonancia o disonancia entre lo que se siente y vive y lo que de más profundo hay en uno mismo.
Iluminados en todo esto por la palabra de Dios que se ha de meditar. Poniendo en el centro la capacidad de escucha y la misma afectividad de la persona, sin tener miedo incluso al silencio. Y todo ello formando parte del camino de maduración personal.
- INTERPRETAR15
Es decir, comprender a qué está llamando el Espíritu de Dios a través de lo que suscita en cada uno.
Y dado que es muy delicado interpretar e interpretarse, se requiere paciencia, vigilancia y cierto conocimiento. Requiere ser muy consciente de que existen condicionantes sociales y psicológicos.
Será necesario confrontarse con la realidad y la propia vida, y al mismo tiempo no contentarse con lo mínimo, no tender solamente a lo fácil. Se deberán valorar los propios dones y las propias posibilidades.
Y naturalmente esta tarea de interpretación no podrá desarrollarse en un creyente, un cristiano, sin que se den las condiciones siguientes:
Cultivar un verdadero diálogo con el Señor (como el diálogo que tuvo la samaritana con Jesús).
Activar todas las capacidades de la persona, para no ser indiferente ante lo que acontece, lo que se vive (como la resonancia que tuvo en el corazón de esta mujer de Samaría el diálogo con Jesús).
Dejarse ayudar por una persona experta en la escucha del Espíritu (en nuestro pasaje evangélico era Jesús mismo quien guiaba a la samaritana).
- ELEGIR16
Cuando se llega al momento en el que la persona, el joven, los esposos, la familia —si el discernimiento se hace en el ámbito familiar—, tiene que enfrentarse a la toma de decisiones haciendo un ejercicio de auténtica libertad y responsabilidad personal o comunitaria, según los casos.
La samaritana tuvo que elegir interiormente entre ignorar a Jesús y seguir con su vida como si nada hubiera acontecido en ese encuentro, o decididamente dejarse sorprender por Él e involucrarse, hasta el punto de llamar a su gente y comunicarles su conmoción porque aquel hombre había llegado hondamente a su interior.
La elección que se hace en el discernimiento, a la luz del Espíritu, muchísimas veces produce en la persona una gran libertad, al mismo tiempo que le exige coherencia de vida.
Y por eso, ayudar a cada persona, muy particularmente a los jóvenes, a que puedan tomar decisiones en su vida que sean realmente libres y responsables, es el punto de llegada de todo proceso correcto de discernimiento en el camino de la fe y del crecimiento personal (y en toda pastoral vocacional que se pueda pensar).
El discernimiento es, nos dice el Papa Francisco, “el instrumento principal que permite salvaguardar el espacio inviolable de la conciencia, sin pretender sustituirla”17, justamente porque “somos llamados a formar las conciencias, no a pretender sustituirlas”18, siguiendo el ejemplo de Jesús quien, en el diálogo con la mujer samaritana, la acompaña en el viaje de camino hacia su propia verdad e interioridad.
III.- UN ENCUENTRO QUE TRANSFORMA LAS VIDAS ('Acompañar')
“En esto llegaron los discípulos y se extrañaron de que estuviera hablando con una mujer, aunque ninguno le dijo: ¿Qué le preguntas o de qué le hablas?
La mujer entonces dejó su cántaro, se fue al pueblo y dijo a la gente:
- Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho; ¿será este el Mesías?
Salieron del pueblo y se pusieron en camino adonde estaba él (…)
En aquel pueblo muchos samaritanos creyeron en él por el testimonio que había dado la mujer: ‘Me ha dicho todo lo que he hecho’. Así cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación y decían a la mujer:
- Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es en verdad el Salvador del mundo” (Jn 4,27-29; 39-42).
La samaritana entró en la escena evangélica como “una mujer de Samaría” y sale de ella 'conociendo el manantial de agua viva', hasta el punto que necesita ir a anunciar a los suyos lo que le aconteció, y, a través de su testimonio, consigue que sean muchos los que se acerquen a Jesús.
De hecho, abandonando el cántaro de agua, la mujer sale corriendo al pueblo para hablarles de este hombre. Incluso les plantea una pregunta importante: ¿podría ser este hombre aquel que Israel ha estado esperando durante tanto tiempo?
Al mismo tiempo, tal como se puede colegir del contexto, Jesús da a entender a sus discípulos que está haciendo la voluntad del Padre, esa voluntad que da Vida a su vida y que transmite a otros.
Jesús ofrece a aquellos con quienes se encuentra, como en este caso la samaritana, no tanto una ampliación de su conocimiento y su saber, cuanto una propuesta para crecer o cambiar de vida. El mismo 'pozo de Jacob' símbolo de la sabiduría que da la Ley, pierde su vigencia y es sustituido por el 'agua viva'.
La imagen de Dios que se transmite en el encuentro con Jesús no es la del dios impávido, distante, filosóficamente frío, sino que Jesús revela al Dios que da Vida, a quien se podrá llamar Padre y que no se deja encerrar, ni controlar ni poseer, porque es Espíritu (culto en Espíritu y verdad).
El final del encuentro va más allá de lo que sería un comportamiento normal, ordinario, como sería que la mujer regresara con el cántaro con agua a su vida habitual; por el contrario, el cántaro que deja abandonado y vacío para ir a llamar a su gente habla de una ganancia, no de una pérdida.
→ Como Jesús…, acompañando
Son muchos los relatos bíblicos de acompañamiento de Dios a su pueblo a lo largo del tiempo. En la frontera de los dos Testamentos, Juan Bautista aparece como el primer acompañante espiritual, antes incluso que el mismo Jesús. Él pudo dar testimonio y preparar el camino porque Dios le había hablado al corazón.
Y Jesús mismo se hace cercano y compañero de camino en muchos momentos del Nuevo Testamento para comunicarse y encontrarse de modo personal con las personas de su tiempo.
El encuentro del Señor con la samaritana pone en evidencia cómo el Espíritu de Dios puede actuar en el corazón de todo hombre y mujer. El corazón humano se encuentra no pocas veces confuso y dividido a causa de la propia fragilidad y del propio pecado, ante la atracción de reclamos diversos y a veces opuestos19.
Ante esta realidad humana, el acompañamiento personal se muestra como un medio valiosísimo de la tradición espiritual cristiana, en ese deseo de ayudar a los creyentes a tener instrumentos y recursos con los que reconocer la presencia del Señor, sus interpelaciones y llamadas.
¿De qué hablamos al decir acompañamiento? Hablamos, por ejemplo, de “un modo de diálogo permanente entre compañeros para acoger la Vida, acompañando la vida”20, y que tiene como finalidad última favorecer la relación entre la persona y el Señor, ayudando a superar obstáculos.
Al igual que hizo Jesús en cada encuentro con las personas de su tiempo, se hace necesario en todo acompañamiento:
Una mirada amistosa, como en la llamada vocacional a los doce (Jn 1,35-51).
Una palabra con autoridad, como en la sinagoga de Cafarnaún (Lc 4,32).
La capacidad de hacerse cercano y prójimo, como en el encuentro con la mujer samaritana (Jn 4,3-34.39-42).
Caminar al lado, como con los discípulos de Emaús (Lc 24,13-35).
Para nosotros, acompañar a adolescentes y jóvenes, a sus familias, o a adultos en general, supondrá:
Conocer el camino que llevan, dónde se encuentran y hacia dónde se dirigen, para que ese camino se pueda hacer conjuntamente.
Asegurando que se produce el encuentro, como oportunidad de relación, humana y humanizante, y nada utilitarista. Conocemos de sobras la importancia del encuentro en nuestra pedagogía salesiana, que coloca en el centro a la persona del joven y a cualquier persona, con unas relaciones personales que se basan en el mutuo conocimiento, en el interés que busca el bien del otro, en la comprensión, en la empatía, en la confianza. Y sabemos también que en esto Don Bosco fue un maestro excepcional, incomparable.
Con una actitud de escucha (¡nuevamente aparece el arte del saber escuchar como base para el acompañamiento!), que permita conocer y comprender la realidad de la otra persona, el camino que viene haciendo, la situación de dolor, de desesperanza, de cansancio o de búsqueda en la que se encuentra. También los sueños, deseos e ideales que anidan en su corazón. Siempre será un encuentro de mediación porque el verdadero Acompañante es el Espíritu Santo. Lo expresa con toda fuerza el místico san Juan de la Cruz cuando escribe: “Adviertan los que guían las almas y consideren que el principal agente y guía y movedor de las almas es el Espíritu Santo, que nunca pierde cuidado de ellas”21. Y esto porque nunca estará suficientemente dicho que el compañero de viaje de toda nuestra tarea educativa-pastoral y evangelizadora es el Espíritu Santo.
El acompañante-compañero de camino ha de ser testigo y anunciador de la acción del Espíritu en el acompañado, situándose discretamente al lado, ocupando solamente el lugar que le corresponde y no otro. De hecho, como acompañante espiritual, el educador y evangelizador se forja en la experiencia fundante de haberse encontrado anteriormente con Él. Es así de claro, explícito y radical puesto que “el verdadero educador a la fe es el que en un cierto momento se debe poner a un lado para que el puesto vacío lo ocupe Dios”22, haciendo posible como fruto de este acompañamiento, que se llegue a una verdadera ligazón o encuentro del joven, de la persona acompañada, con Dios.
Para ayudar a descubrir cómo Dios se manifiesta en lo que vivimos hasta sorprendernos encontrados por Él.
Sabiendo que la iniciativa siempre será de Dios y la libertad y la responsabilidad serán nuestras.
→ Don Bosco, educador y guía espiritual de sus jóvenes23
Hablar de Don Bosco como educador significa descubrir y ser muy conscientes de la estrecha conexión existente entre su misión educativa y el acompañamiento espiritual de los jóvenes y de lo que eso significa en su formación.
Queriendo ser muy sintético, subrayando solo lo más esencial, haré notar algunos elementos que me parecen de gran riqueza en él:
Don Bosco es un evangelizador-educador que se preocupa, con gran intuición, de crear un ambiente educativo atractivo, rico en propuestas formativas y en relaciones humanas; Don Bosco nunca renunciaba a dar, poco a poco, pasos en la formación cristiana de sus muchachos.
Para nosotros, Don Bosco es el genial acompañante espiritual de sus muchachos, porque no se limita al diálogo personal con ellos, o a la celebración del sacramento de la reconciliación (en aquel momento llamada tan sólo confesión), sino que todo está entrelazado y unido a los demás elementos de la acción educativa y a la cotidianeidad de la vida en sus diversos momentos.
En el estilo de Don Bosco acompañante y acompañado no se encuentran puntualmente según una agenda en el día y hora establecida, sino que diariamente comparten ambientes, espacios de recreo, momentos de trabajo, de oración, de alegría.
Por todo ello es presumible que se pudiera dar con facilidad un mutuo conocimiento, confianza e incluso amistad, que preparaba para la confidencia y para dejarse guiar.
En él, la paternidad espiritual es consecuencia y fruto maduro de la paternidad educativa que viven con él sus muchachos en el día a día. Pienso que se expresa magníficamente en estas palabras: “Para cada chico, Don Bosco confesor y director espiritual es el que le ha acogido con afecto, le sustenta, le instruye y le educa, le estimula a dar lo mejor de sí en la comunidad y en el trabajo cotidiano. Junto a él están los asistentes, formadores y jóvenes amigos con los que puede compartir la misma tensión ética, los mismos valores espirituales, en un intercambio dialógico estimulante y fecundo”24.
En definitiva, el tono afectivo y la creación de confianza y simpatía recíproca son para Don Bosco condiciones fundamentales en su método educativo.
Don Bosco es, siempre y en todo momento, educador que no solo asegura para sus muchachos la alimentación, la salud y la instrucción académica. Su tarea educativa está orientada siempre a la educación cristiana de sus muchachos. Por ello podemos decir que “el acompañamiento espiritual hacia la perfección cristiana es parte esencial y necesaria de la pedagogía salesiana”25.
Es muy iluminador saber que Don Bosco no tenía el mismo vínculo y relación con cada uno de sus muchachos en el acompañamiento sino ‘tonalidad y graduaciones diversas’. No era la misma con los muchachos que encontraba solo en el oratorio festivo, la tarde de los domingos y en la confesión, que con aquellos que vivían dicha y noche en Valdocco y, entre estos, con aquellos que mostraban sensibilidad y disponibilidad vocacional.
Un rasgo que debe ser 'muy nuestro' porque fue muy de Don Bosco es el de dar siempre pasos hacia la creación de comunidad de vida, donde los encuentros cordiales, la presencia continua, la cercanía empática de los educadores (típico de la asistencia salesiana) suscitando confianza y amistad, fuese la tónica habitual de esa comunidad de adolescentes, jóvenes y adultos.
El punto al que se tendía siempre, en la medida de lo posible, era 'la conquista del corazón' ¡Qué hermoso, sabiendo lo que eso debe significar en un verdadero educador y evangelizador!
Además sabemos que para Don Bosco la cualidad del ambiente educativo que había que ofrecer y construir junto con los muchachos en Valdocco era el más eficaz acompañamiento para cada uno, en las más diversas situaciones en las que se encontraban.
Don Bosco intenta comprender a los muchachos, captar sus necesidades y deseos juveniles, y así, en la relación educativa, el joven se siente entendido, acogido, sostenido y querido.
La confianza de los muchachos en su amigo educador y padre los llevará a abrir su corazón y aceptar recorrer con él caminos que les permitan descubrir algo muy nuevo y atrayente. Ejemplo relevante, e ilustrativo al mismo tiempo, es la resistencia inicial del joven Miguel Magone —tal como lo cuenta el mismo Don Bosco—, que no encontraba gusto más que en cantar, gritar, correr y saltar26, hasta llevarlo a una 'crisis' que lo desconcierta, y a un cambio en el que la conversión del corazón27 le hace experimentar una gran alegría y un camino espiritual sin precedentes.
Por todo esto, decimos que “Don Bosco es modelo: en él tienden a identificarse el educador, el confesor y el director espiritual; insiste sobre la acogida afectuosa, sobre la bondad, sobre la magnanimidad y el cuidado de cada uno, sobre la intensidad del afecto demostrado de manera que los jóvenes recurran, se confíen y colaboren en la acción formativa con una obediencia pronta y cordial”28.
Y todo ello llevado a cabo con una pedagogía de procesos tan común en la tradición espiritual. “La vida cristiana se vive de modo progresivo, en distintos grados de profundidad o de plenitud y está permanentemente abierta a un crecimiento siempre mayor”29.
— Con procesos que no deben forzarse, ni desde dentro ni desde fuera.
— Hasta tomar conciencia de dicho proceso y hacerse cargo de él, puesto que es el Espíritu quien lo desencadena en cada uno.
IV. ¿PARA LLEVAR A CABO QUÉ ACCIÓN PASTORAL?
Un discernimiento vocacional (como sugiere el Papa Francisco)
Considero que todo lo que he expresado hasta ahora ofrece sugerencias y pistas pastorales con las que confrontarnos. Pero el hecho de que el mismo documento de preparación al Sínodo de los Obispos invite a la acción pastoral, me permite sugerir algunas líneas de acción a tener en cuenta. Es un texto que invita a “concentrar la atención en lo que implica tomar en serio el desafío del cuidado pastoral y del discernimiento vocacional”30.
Con mirada salesiana, tomar en serio estos desafíos podía traducirse en considerar que:
1. Es tiempo favorable y hemos de seguir haciendo camino con los muchachos y muchachas, con los jóvenes y sus familias, con los padres y madres que necesitan y aceptar recorrer estos caminos siendo acompañados, en vez de transitarlos en una soledad que es dura y en la no se sentirán nunca cómodos. Lo decía don Juan E. Vecchi hace años en su carta 'He aquí el tiempo favorable'31.
Como el Papa Francisco ha comentado en momentos diversos de sus Exhortaciones Apostólicas y en este mismo documento preparatorio del Sínodo, —y como tantos de nosotros sabemos por la propia experiencia educativa y pastoral, y yo mismo he expresado con profunda convicción personal en la motivación de este aguinaldo—, “las conversaciones individuales con los jóvenes han hecho ver cómo el pensamiento de seguir a Cristo radicalmente se hace presente en sus almas. Pero muchas veces no los encuentra preparados para dar una respuesta y, según lo que ya otras veces se ha comentado, los encuentra inseguros frente a las posibilidades reales de hallar espacios a la medida de sus esperanzas, en los que expresar semejante vocación durante toda la vida”32.
2. Se ha de cultivar en todo momento una cultura vocacional, aún en contextos culturales que puedan parecernos difíciles.
Esta expresión, fue acuñada y propuesta, por primera vez de modo oficial, por el Papa Juan Pablo II en el mensaje de la XXX Jornada Mundial por las vocaciones. Como educadores y evangelizadores, pretendemos ayudar a los jóvenes a situarse ante la vida, en su presente y su futuro, conociéndose profundamente a sí mismos, y con actitud de disponibilidad y generosidad escuchando la voz de Dios en cada uno, acompañándolos en su camino hacia un proyecto de vida propio y sólido.
Y esto no ha de ser sólo para algunos, como si de una élite se tratara, sino que es una invitación y llamada de Dios mismo en el camino a recorrer por cada persona para su pleno desarrollo.
Pretendemos que los jóvenes puedan descubrir un modo de vivir y soñar su vida en la que maduren valores como la gratuidad y la donación, la apertura a los otros y a Dios mismo. Deseamos ayudar a esos jóvenes, y a toda persona que se encuentre en este camino, a descubrir que la vida puede ser entendida como don y tarea33, y que eso mismo los hará felices. Descubrir que frente a tendencias culturales dominantes que promueven mensajes en los que lo único importante es uno mismo, una alternativa significativa es entender la vida como donación, con un proyecto de vida que cada cual sienta 'adecuado a su medida y posibilidades' y en el que se encuentre feliz, como respuesta al sentido de su vida desde Dios y los demás.
Y queremos esto para todos los jóvenes, siempre con un grandísimo respeto hacia sus personas, e interpelando su libertad al mismo tiempo que caminamos con ellos.
3. En un intenso clima espiritual que sea la gran ayuda para la relación personal con Jesús.
Visitando los cinco continentes se hace más profunda en mí la convicción de que la gran mayoría de 'nuestros' jóvenes en el mundo, aquellos con los que nos encontramos cada día, están abiertos a que les presentemos y testimoniemos al Dios que nos habita, que habita nuestro ser y por el cual vivimos para ellos.
Creo sinceramente que si en ocasiones no son mayores los logros en nuestra acción pastoral es, posiblemente, porque nosotros mismos no nos atrevemos a ser más valientes en las propuestas. Puede ser que tengamos miedo al rechazo y optemos por quedarnos en ese tibio camino de ofrecer propuestas que no molesten a nadie.
Cada vez crece más en mí la convicción de que, en todo el mundo, nuestros jóvenes tienen sed de espiritualidad, sed de trascendencia, sed de Dios (a veces sin expresárnoslo ni saber cómo pedírnoslo). Con Don Bosco los jóvenes aprendían a sentir y vivir, casi de un modo espontáneo, que Dios les amaba y que tenía para cada uno de ellos un proyecto de felicidad y de vida plena.
Pues bien, en Dios, este proyecto para cada uno de sus hijos e hijas no ha cambiado. Sigue siendo el mismo. Por eso este clima espiritual es hoy más necesario que nunca y se alimenta de relación personal con Dios y con los hermanos, de oración compartida con los jóvenes, de celebración de la fe en los sacramentos; de escucha, silencio acogedor de la Palabra, diálogo y comunicación sobre la misma; y también de devoción mariana y fuerte sentimiento de amor a la Madre, a María, a la Auxiliadora.
4. Dando la oportunidad a todos los jóvenes, y a todas las personas que lo piden, sin excluir a ninguno, pues en cada uno actúa el Espíritu Santo.
Creemos que la vocación de cada persona es iniciativa de Dios. “No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido” (Jn 15,16). Y porque la vocación de cada persona es una llamada y un don que se recibe, nadie puede inspirarla y hacerla nacer, sino Dios mismo. Pero sí la hemos de acompañar con un camino en el que la fe se personaliza en todo lo posible, y se crece en interioridad y en el encuentro con Jesús el Señor.
La misma llamada de Jesús al joven rico y su respuesta nos pone de manifiesto cómo no es suficiente ser entusiastas y honestos para responder afirmativamente a una llamada de Dios. La dimensión ética y moral de la persona necesita, ante todo, de la dimensión espiritual y de la fe, para dar respuesta a esta llamada.
Pudiendo vivir esto, los jóvenes experimentarán esa llamada que podemos calificar como proyecto de vida y sueño de Dios sobre cada uno, y hará posible el acompañamiento en todo tipo de camino vocacional: sea para la vida cristiana laical, la vida consagrada, el ministerio presbiteral, la secularidad consagrada…
5. En una espiritualidad que favorece una visión unitaria de la vida, algo que debería considerarse connatural a nuestra espiritualidad salesiana de la 'unión con Dios', recibida como patrimonio espiritual de Don Bosco.
Hablamos de una espiritualidad en la que se unen muy estrechamente el Dios que se dona gratuitamente, el encuentro personal con Cristo y la libertad con la que cada persona responde, en la fe, al Espíritu que actúa en cada uno.
Don Bosco, gran maestro del espíritu para sus jóvenes, vivió con ellos una espiritualidad que era, ante todo, educadora, y les hacía vivir de modo natural un camino en el que alcanzaban la madurez espiritual “cuando la presencia de Dios resulta ser tan ‘natural’ como puede ser respirar, dormir o pensar. Básicamente es un dinamismo que no toca solamente ‘lo religioso’, sino toda la vida”34.
6. Testimoniando la alegría con la que se vive, puesto que los jóvenes que sueñan con vivir su vida cristiana con autenticidad, preguntándose qué espera Dios de ellos, necesitan ver ese entusiasmo en nosotros y experimentarlo también en sus propias personas.
“Nadie os quitará vuestra alegría” (Jn 16,22), dice el Señor. Eso es posible cuando nosotros mismos, y los jóvenes, los adultos, los padres y madres que están en búsqueda, experimentamos que el Señor se ha encontrado con nosotros. Y esa experiencia debe traducirse en la alegría de vivir, el optimismo con el que afrontamos cada día, el sereno temple con el que nos enfrentamos a las dificultades, a los momentos difíciles. Nada está más lejos del Dios que llena una vida que esa vida sin ilusión, sin vivacidad, desmotivada. Es por ello que reiteradas veces he expresado en estas páginas que en nuestro acompañar a otras personas en su discernimiento de vida y de vocación hemos de ser referentes significativos y creíbles. De otro modo, tan solo se realiza una función que no dejará ninguna huella que merezca la pena en la vida de esas personas.
7. En la lógica del “ven y ve”35
Es evidente que los jóvenes fascinados por Cristo en los cinco continentes, a los que ya me he referido en este texto, irán siguiendo aquellos caminos por los que se sientan atraídos. Como dice don Juan E. Vecchi en el texto que he citado antes, no serán nuestras obras, nuestras organizaciones, nuestras estructuras, ni nuestro trabajo lo que les pueda fascinar. A lo sumo podrán ocuparse un tiempo, incluso unos años en la animación y el servicio, pero si no descubren la profundidad y fascinación que suscita Jesucristo, antes o después buscarán algo que les llene más.
Esto mismo vale, en igual medida para los religiosos, religiosas y jóvenes presbíteros. Por eso mismo la vivencia de valores como la fraternidad evangélica en el nombre de Jesús, el espíritu de familia que sentimos 'tan nuestro', el clima de afecto familiar, la oración y el testimonio compartido de las pequeñas o grandes cosas que se viven, será lo que dé sentido a las búsquedas personales y el sí como respuesta a la llamada de Dios. Se trata de ese “más” que atrae, “ese 'más' que está incluido en la profecía, en la significatividad, en la radicalidad; o en lo que se puede llamar la “experiencia cálida”, de la cual surgen intuiciones y voluntad de comprometer la vida”36.
El elemento que faltaría en la presentación de este 'ven y ve' es la toma de conciencia, para cualquier tipo de discernimiento vocacional en la Iglesia, de que el testimonio silencioso y el silencio vocacional no son suficientes para ayudar a ese concretizarse de la vocación suscitada por Dios. La invitación personal, la propuesta de los caminos más idóneos para cada uno, deben formar parte de este 'ven y ve'.
8. Con un acompañamiento de estilo salesiano que no es sólo individual ni intimista sino también comunitario.
En nuestro estilo salesiano, cuando hablamos de acompañamiento no hablamos tan sólo de diálogo individual, sino de toda una realidad mucho más amplia y rica que ayuda a la persona, especialmente al joven, a interiorizar los valores y las experiencias vividas (entre otras, con una gran importancia, las del servicio a los demás y la solidaridad en favor de los más necesitados).
Como ya sucedía con Don Bosco, el acompañamiento parte ante todo de un ambiente educativo en el que se favorece la interiorización de las propuestas, el propio crecimiento personal y vocacional. Junto a los momentos de diálogo personal y sistemático, los encuentros breves y ocasionales, pero sencillos y familiares, con otras personas, miembros de la comunidad cristiana, del grupo de fe, o de las mismas comunidades religiosas, son decisivos en este camino.
V. DE LA MANO DE LA SAMARITANA
Deseo finalizar este escrito imaginándome que, así como la samaritana se fue al encuentro de los suyos y les habló de Aquel que la fascinó y la ayudó a encontrarse consigo misma en su más auténtica verdad, quizá a nosotros, hoy, nos tomaría de la mano y:
→ Nos llevaría al Pozo de Jacob del encuentro con Jesús que le hizo ver cómo Él no se detiene ante nuestras resistencias y nuestro quedarnos anclados en espacios de confort o de seguridad ante lo desconocido…, sino que está al lado hasta ayudarnos a descubrir nuestra sed más honda.
→ Nos invitaría a no dejar que nada ni nadie sofoque o entretenga nuestros más profundos ideales, aquello que tanto nos entusiasmó al iniciar un camino vocacional misionero, o de vida matrimonial, de consagración religiosa, de ministerio presbiteral, o de consagración laical.
→ Nos propondría, seguramente, que hiciéramos todo lo posible por estar siempre abiertos al “Don” que nos viene de Dios, y que nunca descubrimos del todo ni saboreamos por completo a causa de nuestra limitación.
→ Trataría de convencernos, después de lo vivido por ella misma, acerca de la importancia de acompañarnos mutuamente, orientarnos y sostenernos en la Fe.
→ Nos diría cómo aprendió de Jesús a ser más humana, y quizá un poco más 'experta en humanidad', algo que es un permanente desafío para nosotros.
Como María, que vivió la novedad de la Anunciación en la que un Dios 'personal' llega a su encuentro, llama con tanto respeto a la 'puerta' de la libertad de su creatura, y hace fecundo lo que humanamente no sería posible. Con ella se nos invita a preguntarnos acerca de nuestra fe, nuestro 'abandonarnos' en el Dios que siempre es novedad de vida, y dejarnos llevar por el Espíritu.
Que el Señor nos ayude a hacer este camino y que sepamos ayudar en él a nuestros jóvenes. Que nuestra Madre nos conceda la gracia de ser auténtica mediación de la Palabra del Señor que resuena, no siempre de una manera comprensible, en el corazón de cada joven, en los matrimonios, en las familias, en todos aquellos que se sienten en búsqueda.
Con la mediación de la Auxiliadora ante su Hijo y la protección de Don Bosco y todos aquellos miembros de nuestra familia ya están camino de los altares, os saluda deseándoos todo bien,
Ángel Fernández Artime
Rector Mayor
1Francisco, Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional. Documento Preparatorio de la XVI Asamblea General del Sínodo de los Obispos, en la revista Forum.com, enero de 2017, pág. 7.
2EG 171.
3EG 169.
4“Todo joven… tiene un punto sensible al bien y es el primer deber del educador descubrir ese punto, esa cuerda sensible del corazón” Cf. MBe V, 266. Citado en el CG23 núm. 151.
5Francisco, o.c. pág. 12.
6MBe VI, 334.
7Francisco, o.c., pág. 41.
8Cf. CG23, Educar a los jóvenes en la fe, núm. 95.
9Francisco, o.c., pág. 42.
10Ibídem.
11Ibid, pág. 39.
12Ibid, pág. 36.
13Pablo VI, Ecclessiam suam (6 de agosto de 1964), 19: AAS 56 (1964), 632, citado en Francisco, EG 51.
14Cf. Francisco, o.c. págs. 18-19.
15Cf. Ibíd, págs. 19-20.
16Cf. Ibíd, pág. 20.
17Cf. Ibíd, pág. 20.
18AL 37.
19Cf. Francisco, o.c., pág. 21.
20Lola Arrieta, Aquel que acompaña sale al encuentro y regala preguntas de vida para andar el camino (Apuntes provisionales), Simposio CCEE (Consejo de las Conferencia Episcopales de Europa). Barcelona, 2017, pág. 11. Cf. también Pascual Chávez, Venid y veréis (Jn 1, 39) La necesidad de convocar, ACG 409, 2011, págs. 32-34; Miguel Ángel García, L'accompagnamento personale nella proposta educativo-pastorale salesiana, págs. 261-282, en Fabio Attard-Miguel Ángel García (coord), L'accompagnamento spirituale, Elledici, Torino, 2014, 349.
21San Juan de la Cruz, Llama de amor viva, 3, 46. (citado en Fabio Attard-Miguel Angel García (coord), L'accompagnamento spirituale, Elledici, Torino, 268).
22Rossano Sala, Pastorale Giovanile 1, Evangelizzazione e educazione dei giovani, LAS, Roma, pág. 391.
23Invito a remitirse en este apartado a la abundante y rica literatura salesiana existente, entre la cual subrayo:
- Aldo Giraudo, Direzione spirituale in San Giovanni Bosco, en Fabio Attard-Miguel Ángel García (coord), Elledici, Torino, 2014, págs. 148-172.
- Pascual Chávez, Venid y veréis (Jn 1, 39) La necesidad de convocar, ACG. 409, 2011, págs. 10-16.
- Juan E. Vecchi, Rasgos de la espiritualidad salesiana, Editorial CCS, Madrid 2000, págs. 33-50; 131-140; 191-200.
- Dicasterio para la Pastoral Juvenil Salesiana, Las pastoral juvenil salesiana. Cuadro de referencia. Roma, 2014, 3ª edición, págs. 24-25; 78-103; 114-117.
- Eugenio Alburquerque (coord), Espiritualidad Salesiana. 40 palabras clave, Editorial CCS, Madrid, págs. 77-82.
24Aldo Giraudo, o.c. pág.149.
25Ibídem.
26Cf. Juan Bosco, Apuntes biográficos del jovencito Magone Michele alumno del Oratorio de San Francisco de Sales, en Fuentes Salesianas, Editorial CCS, Madrid 2015, pág. 991.
27Ibídem, o.c., págs. 991-996.
28Aldo Giraudo, o.c., pág. 160.
29Stefano de Fiores: Itinerario espiritual. Voz en Nuevo Diccionario de Espiritualidad, Paulinas, Madrid, 2004, pág.755.
30Francisco, o.c., pág. 22.
31Cf. Juan E. Vecchi, “Es el tiempo favorable”, ACG 373, 2000, págs. 3-53; Cf. Pascual Chávez, Venid y veréis (Jn 1, 39) La necesidad de convocar, ACG 409, 2011, págs. 3-45.
32Juan E. Vecchi, o.c., pág. 11.
33Cf. Pascual Chávez, o.c., págs. 19-23.
34Miguel Ángel García Morcuende, La educación es cosa de corazones. PPC, Madrid, 2017, pág.109.
35cf. Jn 1,39; cf. Juan E. Vecchi, o.c., págs. 30-31.
36Juan E. Vecchi, o.c., pág. 31.