Razón subraya los valores del humanismo cristiano, como la búsqueda de sentido, el trabajo, el
estudio, la amistad, la alegría, la piedad, la libertad no exenta de responsabilidad, la armonía entre
sabiduría humana y sabiduría cristiana.
Religión significa dejar sitio a la Gracia que salva, cultivar el deseo de Dios, favorecer el encuentro
con Cristo Señor ya que ofrece un sentido pleno a la vida y una respuesta a la sed de felicidad,
insertarse progresivamente en la vida y en la misión de la Iglesia.
Cariño expresa la necesidad de que, para mantener una relación educativa eficaz, no sólo se quiera
a los jóvenes sino que ellos sientan que se los quiere; es un estilo especial de relaciones y es un
querer que despierta las energías del corazón juvenil y las hace madurar hasta la entrega.
Razón, religión y cariño son hoy, más que ayer, elementos indispensables para la acción educativa y
fermentos preciosos para dar vida a una sociedad más humana, en respuesta a las expectativas de las
nuevas generaciones».[1]
Una vez conocido correctamente lo que se nos ha transmitido desde el pasado, se impone traducir al
hoy las grandes intuiciones y posibilidades del Sistema Preventivo. Hay que modernizar sus
principios, sus conceptos, sus orientaciones primigenias, reinterpretando en el plano teórico y
práctico tanto las grandes ideas fundamentales, que todos conocemos (la mayor gloria de Dios y la
salvación de las almas; la fe viva, la firme esperanza, la caridad teológico-pastoral; el buen cristiano
y el honrado ciudadano; la alegría, estudio y piedad; salud, estudio y santidad; piedad, moralidad,
cultura, civismo; la evangelización y civilización…), como las grandes orientaciones de método
(hacerse amar antes que hacerse temer; razón, religión, cariño; padre, hermano, amigo; familiaridad,
sobre todo en el recreo; ganarse el corazón; el educador «consagrado» al bien de sus alumnos;
amplia libertad de saltar, correr, hacer ruido a placer…). Y todo esto en beneficio de la formación
de jóvenes «nuevos» del siglo XXI, llamados a vivir y confrontarse con una amplísima e inédita
gama de situaciones y problemas, en tiempos claramente cambiados, en los que las mismas ciencias
humanas están en fase de reflexión crítica.
En especial deseo sugerir tres perspectivas, analizando más en profundidad la primera.
1. El relanzamiento del «honrado ciudadano»
y del «buen cristiano»
En un mundo profundamente cambiado respecto del que existía en el siglo XIX, realizar la caridad
según criterios estrechos, locales, pragmáticos (y aquí debemos reconocer que Don Bosco no estaba
indudablemente en condiciones de hacer más de lo que hizo), olvidando las dimensiones más
amplias del bien común, nacional y mundial, sería una grave laguna de orden sociológico y también
teológico. La maduración ética de la conciencia contemporánea ha encontrado, en efecto, los límites
de un proteccionismo asistencial que, olvidando la dimensión política del subdesarrollo, no logra
influir positivamente sobre las causas de la miseria, sobre las estructuras de pecado de las que brota
un contexto social siempre denunciado por todos. Concebir la caridad sólo como limosna, ayuda de
urgencia, significa arriesgarse a moverse en el ámbito de un «falso samaritanismo» que, más allá de
las buenas intenciones, acaba a veces por convertirse en una expresión de solidaridad decadente,
porque puede colaborar con modelos de desarrollo que apuntan al bienestar de algunos, dorando la
amarga píldora para los demás.
Recordemos que en el post-Concilio las palabras «pobreza de la Iglesia» e «Iglesia de los pobres»
tuvieron muchos rostros, aun contradictorios y, sin embargo, debemos recordar también que el
evangelio no lo hemos inventado nosotros, como tampoco hemos inventado su trágico choque con