aguinaldo actual un gran estímulo.
Rejuvenecer la Iglesia es un don apasionante y un compromiso exigente; pero qué significa
rejuvenecer? Comienzo por la consideración negativa de lo que no significa. No se trata de hacer
una operación de `lifting o de cosmética; esto se adecuaría bien con la cultura consumista actual de
lo efímero y de la imagen, pero no con la fuerza renovadora del Espíritu. No se trata tampoco de
limitarse a hacer algunos cambios externos de conveniencia, o algunos retoques superficiales de
adaptación, necesarios para hacer aparecer a la Iglesia actualizada según las modas del tiempo y
semejante a las demás instituciones sociales. Para hacerla hermosa y atrayente, se trata de
comprometerse a inyectar en ella energías nuevas, tal como hace el Espíritu Santo; es preciso hacer
lo que hace el Señor Jesús: amar a la Iglesia y consumirse por ella.
El tema del aguinaldo de este año encuentra su mejor exégesis en la afirmación de la carta a los
Efesios, que dice: `Cristo amó a su Iglesia y se entregó a sí mismo por ella,... para colocarla ante sí
gloriosa, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada (Ef 5,25-27). Este texto
es hermoso, implicante y rico en propuestas; todo él debe ser estudiado, contemplado y vivido. Su
sentido fundamental es evidente: Cristo ama a la Iglesia, la purifica, la santifica, la alimenta. Su
amor es un amor de benevolencia, no de complacencia. La Iglesia de que se habla no es una
realidad ideal y abstracta, sino la Iglesia histórica y concreta. Cristo la transforma para hacerla
hermosa, esplendente, verdadera, santa. Él se consume por ella, toma la iniciativa, no se reserva,
con el fin de quitarle toda mancha y toda arruga.
Éste es nuestro compromiso: amar a la Iglesia hasta darnos a nosotros mismos por ella, como Cristo
la ha amado. La belleza del rostro de la Iglesia debe reflejar la belleza de su Señor, Cristo
Crucificado y Resucitado. Es la belleza del amor, que en la pasión nos revela el Señor Jesús, `el más
bello de los hombres (Sal 44, 3), `despreciado y desechado por los hombres, hombres de dolores (Is
53,3), con cuyas `llagas nosotros hemos sido curados (Is 53,5c). Es la belleza del amor, que en la
resurrección es capaz de hacer rodar la piedra que cierra su tumba y sentarse sobre ella, con las
vendas que envolvían al crucificado por el suelo y el sudario doblado en un lugar aparte,
inaugurando así la nueva creación (Mc 16,2; Jn 20,6-7). Ésta es la belleza que salvará al mundo y
que nosotros estamos llamados a hacer resplandecer en la Iglesia. No es vanidad; es la belleza del
amor.
Nuestro compromiso es también que la Iglesia se asemeje cada vez más a la `nueva Jerusalén (cf.
Ap 21, 10-23), que desciende del cielo, adornada como esposa para su esposo. Hacer que la Iglesia
sea una comunidad renovada por el soplo del Espíritu, que la anima y hace nuevas todas las cosas;
una comunidad enriquecida de múltiples carismas y ministerios, que la mantienen viva y dinámica;
una comunidad abierta y acogedora, sobre todo en relación con los pobres, a los que es enviada y
entre los cuales se hace creíble y luminosa; una comunidad que vive la pasión por la vida, la
libertad, la justicia, la paz, la solidaridad, valores a los que hoy es particularmente sensible la
humanidad; una comunidad que es fermento de esperanza para una sociedad digna del hombre y
para una cultura rica de referencias éticas y espirituales. Hacer que sea cada vez más una Iglesia
joven, en la que los jóvenes se encuentran en casa, como en familia.
La nueva Jerusalén `es una imagen que habla de una realidad escatológica, es decir, que se refiere a
las cosas últimas que van más allá de lo que el hombre puede lograr con sus fuerzas. Esta Jerusalén
celestial es un don de Dios reservado para el final de los tiempos. Pero no es una utopía. Es una
realidad que puede comenzar a estar presente desde ahora... En todo lugar en el que se trata de decir
palabras y de hacer gestos de paz y de reconciliación, aun provisionales, en toda forma de
convivencia humana que corresponda a los valores presentes en el Evangelio, hay una novedad,
desde hoy, que da razones de esperanza [1] .
Rejuvenecer la Iglesia quiere decir hacerla volver a sus orígenes y a su juventud; como las Iglesias
de los Hechos de los Apóstoles, de las Cartas de Pablo y del Apocalipsis, ella vive de la fuerza de la
Pascua y de la potencia de Pentecostés, realiza la verdad de Cristo y la libertad del Espíritu, se
acuerda `del amor de antes. Una Iglesia que vuelve a sus raíces apostólicas es valiente en los
martyria, es decir, en el testimonio del Señor Jesús y de su Evangelio, llegando hasta la entrega de