pero veía que mi esfuerzo resultaba inútil para la mayoría, si no se encontraba un
sitio cercado y con locales donde recogerlos y donde albergar a algunos totalmente
abandonados por sus padres, desechados y despreciados por todo el mundo.
Entonces aquella Señora me llevó un poco más hacia allá, hacia el norte, y me dijo:
-¡Mira! Y vi una iglesia pequeña y baja, un patio chiquito y muchos jóvenes.
Reemprendí mi labor. Pero, resultando ya estrecha esa iglesia, recurrí de nuevo a
Ella, y me mostró otra iglesia bastante más grande y con una casa al lado. Me llevó
después un poco más allá, hasta un trozo de terreno cultivado, casi frente a la
fachada de la segunda iglesia. Y añadió: -En este lugar, donde los gloriosos mártires
de Turín Adventor y Octavio sufrieron su martirio, sobre esta tierra bañada y
santificada con su sangre, quiero que Dios sea honrado de modo especialísimo. Y
así diciendo, adelantó un pie hasta ponerlo en el punto exacto donde tuvo lugar el
martirio. Y me lo indicó con precisión. Quería yo poner una señal para encontrarlo
cuando volviese por allí, pero no encontré nada: ni un palito, ni una piedra; con
todo, lo fijé en la memoria con toda exactitud. Corresponde exactamente al ángulo
interior de la capilla de los Santos Mártires, antes llamada de Santa Ana, del lado
del Evangelio de la iglesia de María Auxiliadora. Mientras tanto, yo me veía rodeado
de un número inmenso, siempre en aumento, de jóvenes; y mirando a la Señora,
crecían los medios y el local; y vi, después, una grandísima iglesia, precisamente
en el lugar en donde me había hecho ver que acaeció el martirio de los Santos de
la legión Tebea, con muchos edificios alrededor y con un hermoso monumento en
el medio.
Mientras sucedía todo esto, siempre soñando, tenía como colaboradores sacerdotes
que me ayudaban en un principio, pero que después huían. Buscaba con grandes
trabajos atraérmelos, y ellos se iban poco después y me dejaban solo. Entonces me
volví de nuevo a aquella Señora, la cual me dijo: -¿Quieres saber cómo hacer para
que no se te vayan más? Toma esta cinta y átasela a su cabeza. Tomé con
reverencia la cinta blanca de su mano y vi que sobre ella estaba escrita una
palabra: obediencia. Ensayé enseguida lo que la Señora me indicó y comencé a
ceñir la cabeza de algunos de mis colaboradores voluntarios con la cinta y pronto
vi un cambio grande y en verdad sorprendente. Este cambio se hacía cada vez más
patente, según iba cumpliendo el consejo que se me había dado, ya que aquellos
dieron de lado el deseo de irse a otra parte y se quedaron, al fin, conmigo. Así se
constituyó la Sociedad Salesiana.
Vi, además, muchas otras cosas que no es ahora el caso de manifestároslas (parece
que aludía a grandes acontecimientos futuros). Baste decir que, desde aquel
tiempo, yo caminaba siempre sobre seguro; lo mismo respecto a los Oratorios, que,
respecto a la Congregación, y sobre el modo de relacionarme con toda suerte de
autoridades. Las grandes dificultades que habrán de sobrevenir, están todas
previstas, y sé cómo hay que superarlas. Veo clarísimamente, con todo detalle,
cuanto nos ha de suceder y marcho hacia adelante a plena luz. Fue precisamente
después de haber visto iglesias, casas, patios, muchachos, clérigos y sacerdotes
que me ayudaban y la manera de llevarlo todo adelante cuando empecé a hablar
de todas esas cosas y a contarlas como si fueran realidad. Y por eso, muchos creían
que yo disparataba y me tenían por loco».
De aquí, pues, partía su inquebrantable fe en el feliz éxito de su misión, su
temeraria seguridad para afrontar toda clase de obstáculos, para lanzarse a
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