2. Nuestra vocación es ser discípulos y apóstoles
La vocación de todo cristiano es ser discípulos que acogen cordialmente la Palabra de Dios y
apóstoles que la transmiten gozosamente. Precisamente en esto consisten la vida y la misión de la
Iglesia. Jesús mismo comenzóanunciando el Evangelio del Reino de Dios y llamando a discípulos
para enviarlos a predicar. No sólo los Doce, sino todos los bautizados están llamados a ser
discípulos, que se familiarizan con la Palabra, se identifican con el Señor hasta tener Sus
sentimientos, tienen la mente de Cristo, viven en intimidad con Él, hasta llegar a ser apóstoles
convencidos y celosos, enviados a todos los ambientes de la vida para dar testimonio de la fe, para
dar razón de la esperanza, para colaborar en la transformación de la cultura y de la sociedad, para
construir un mundo donde reinen la justicia y la paz, para ser conciencia de solidaridad entre los
pueblos y entre los grupos sociales y de fraternidad entre todas las personas.
Ningún cristiano puede sustraerse de esta vocación y misión. No sólo los sacerdotes, los misioneros
y los religiosos, sino todos, movidos por el amor que el Señor nos tiene y en virtud del bautismo,
estamos llamados a ser evangelizadores. Podemos responder a este mandato del Señor en la familia,
en el trabajo, en nuestras comunidades, con las obras y con las palabras, es decir, con el amor que
pongamos en las acciones y en las palabras, procurando que sean conformes al Evangelio.
Evangelizar significa añadir una levadura con una energía tal que cambie la mentalidad y el corazón
de las personas y, a través de ellas, las estructuras sociales, de manera que sean concordes con el
designio de Dios. No se trata de una actividad intimista; evangelizar es desencadenar la verdadera
revolución social, la más profunda, la única eficaz. Esto explica por qué encuentra tantas
dificultades y contrastes, abiertos y ocultos.
Antes de pensar en los medios y en los modos de evangelizar, es necesario tener un motivo, es
decir, estar “enamorados” de Dios, haber realizado la experiencia de su amistad y de su intimidad:
«Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace el amo; sino que os he llamado
amigos, porque todo lo que he oído al Padre os lo he dado a conocer» (Jn 15, 15). Entre el momento
de la llamada y el momento del envío se coloca el tiempo en el que los discípulos «están» con el
Señor para aprender su estilo de vida, para aprender a leer la historia personal y universal como
historia de salvación, para experimentar en la propia vida la verdad, la bondad y la belleza del
mensaje que se les ha confiado y que están llamados a proclamar.
A este respecto, decía yo así en el saludo de apertura de la Asamblea trimestral de la Unión de los
Superiores Mayores, en preparación al Sínodo sobre la “Palabra de Dios en la vida y en la misión de
la Iglesia”: «Sólo el ministro del Evangelio, consagrado o laico, que tenga en su corazón el
Evangelio, hecho objeto de contemplación y motivo de oración, logrará mantenerlo en la boca como
tesoro del que hablar y lo tendrá en sus manos como un deber ineludible que entregar».[7]
En el bello compromiso de acoger, encarnar y comunicar la Palabra de Dios, María nos hace de
madre y maestra, porque, como dice San Agustín, Ella concibió al Hijo en el espíritu antes que en la
carne. Efectivamente, en el evangelio de Lucas María es presentada como aquella que, al anuncio
del ángel, responde con apertura extraordinaria: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según
tu palabra» (Lc 1, 38). María es el modelo del discípulo que, ante los acontecimientos que ve y no
logra comprender, guarda todas esas cosas y las medita en su corazón (Lc 2, 19). Al inicio del
ministerio de su Hijo, en las bodas de Caná, invita a los criados a «hacer lo que Él os diga» (Lc 11,
27-28). Llegado el momento de la Pasión, María está al pie de la cruz, compartiendo hasta el fondo
el abandono, el rechazo y el sufrimiento del Hijo y recogiendo con mimo su testamento: «Mujer, ahí
tienes a tu hijo» (Jn 19, 25-27). Y, finalmente, después de la Resurrección, persevera en oración con