El vocablo 'santidad' no debe asustar, como si quisiese decir vivir un heroísmo imposible, propio
sólo de pocos. La santidad no es obra nuestra, sino participación gratuita de la santidad de Dios; por
tanto, es una gracia, un don antes que ser fruto de nuestro esfuerzo, objetivo de los propios
programas. Indica que toda la persona (mente, corazón, manos, pies) está inserta en la esfera
misteriosa de la pureza, de la bondad, de la gratuidad, de la misericordia, del amor de Jesús. Es una
entrega total de nosotros mismos, en la fe, en la esperanza y en el amor a Jesús, al Dios de la vida;
una entrega que se realiza en la vida diaria vivida con amor, serenidad, paciencia, gratuidad,
aceptando las pruebas y las alegrías de cada día, con la certeza de que todo tiene sentido delante de
Dios, que todo es válido e importante en Él.
Una primera conclusión que podemos sacar es que la adolescencia y la juventud no son tiempos de
espera, sino estaciones para desarrollar el inmenso potencial de bien y de posibilidades creativas al
servicio de las propias opciones valientes, las que responden a los interrogantes sobre el sentido de
la vida. Se debe reaccionar decididamente a la tentación de muchos jóvenes de acomodarse en una
vida sin ideales, y animarlos, en cambio, a la creación de un mundo que refleje más claramente la
belleza de Dios
.
La sensibilidad hacia los valores emergentes, como la apertura a la verdad, a la justicia, a la
solidaridad, a la comunión y a la participación, a la defensa de los derechos humanos y de la
dignidad de la persona, a la salvaguardia de la naturaleza, a la paz, no es sólo 'sueño' y/o 'utopía'
para pasar bien esta fase de la existencia, deseando un mundo mejor; sino un compromiso para
traducirlos operativamente y ser constructores de una nueva civilización que sea una civilización de
amor, de justicia y de paz, fundamento y expresión de la nueva humanidad. Una cosa es cierta, que
nadie podrá sustituir a los jóvenes; por lo tanto, son ellos quienes deben asumir su responsabilidad.
Esto significa para nosotros, educadores, prestar atención a los contenidos educativos de los
programas y de las propuestas, tratando de desarrollar los elementos más importantes de carácter
humano, social y evangélico y creando ambientes ricos de estímulos y compromisos.
Ciertamente, este estilo de vida cristiana no se improvisa, ni es fruto de la casualidad, sino que ha
de ser cultivado seria y sistemáticamente. Don Bosco lo hizo dando lugar a una experiencia
educativa que tenía en cuenta todos los aspectos humanos y religiosos que podían ofrecer a los
jóvenes todo lo necesario para llegar a ser 'buenos cristianos y honrados ciudadanos'. Su pedagogía
era una pedagogía permeada de humanismo cristiano, precisamente porque tenía una concepción
antropológica integral.
Así, su propuesta de santificación juvenil partía del darse a Dios totalmente y culminaba en el
cumplimiento de los propios deberes, en la piedad sacramental y en la vida de gracia y en el
apostolado entre los propios compañeros. No es y no puede ser- tan diversa la propuesta de Juan
Pablo II cuando insiste en la opción por Jesús, el único que hace posible la santidad, la fe como
horizonte de la vida, la escucha de la Palabra y la frecuencia de los sacramentos de la Eucaristía y
de la Reconciliación, como luz que ilumina la mente y alimento que nutre el corazón, y el
apostolado, especialmente en favor de los mismos jóvenes más necesitados.
Es importante que continuemos desarrollando una pedagogía de la santidad juvenil salesiana, que
enlace con el rico patrimonio del pasado y responda a los jóvenes del mundo de hoy.
Uno de los problemas que ha acompañado el reconocimiento de la santidad de estos/as
muchachos/as ha estado en los estudios psicológicos sobre su edad evolutiva, todavía no bien