La esperanza es un mensaje central de la fe bíblica (cf. SpS 2). El mensaje del Reino y de la
resurrección de Jesús, que es promesa de la justicia definitiva, es promesa a ser cumplida en la resurrección de
los muertos, cuando “todos revivirán en Cristo” (1Cor 15,22). Creemos en el resucitado y anunciamos su
Reino en el horizonte de la plenitud escatológica de “un cielo nuevo y una nueva tierra” (Ap 21,1). El Dios-
conozco es siempre el Dios que camina a nuestra frente y a nuestro encuentro. Él es el futuro absoluto para la
humanidad. La esperanza, que es la fuerza interior de la fe, permite confiar en el Dios siempre mayor y en el
futuro prometido por Él. Por la esperanza somos capaces de comprender el incógnito de Dios no como
ausencia o abandono, mas como su condición de ser y como centro del mundo, en los rostros de los
emigrantes y refugiados, de los desempegados y de los que viven en la calle de las grandes ciudades, de los
agricultores y indígenas sin tierra y de los afro-descendentes que luchan por su reconocimiento en sociedades
racistas (cf. DA 58, 65, 72, 88ss, 402, 427, 439, 454). El grito de esa gente nos recuerda diariamente de la
presencia de Dios y de la injusticia humana, que domina el mundo como un cáncer maligno. Dios oye el grito
de su pueblo. Él no solo miró para el sufrimiento del pueblo, como participó de ese sufrimiento. Él está en el
grito de su pueblo. Dios es el grito de los pobres. Dios no sufre más por nosotros, mas tiene compasión de
nosotros. Y nosotros podemos nos exponer al sufrimiento de los otros, porque en elles experimentamos la
compasión de Dios.
Reconocer Dios como sujeto y autor de la historia y de la misión alivia el peso de la misionariedad,
sin eximir de responsabilidad. Él es el buen pastor de los discípulos-misioneros. Por tanto, debemos pedir a
Dios no eso o aquello, mas el done que él mismo es. Pedir a Dios Dios significa pedir oídos abiertos, manos
extendidas, una vida que se dona, y una voz profética que no se cala.
Dios, que oye el grito de los pobres, que está conozco en el centro de los conflictos, nos envía en
misión. Al envió precede la convocación al éxodo. Él nos llama la salir de la esclavitud. Esa esclavitud se
desdobla en múltiplas formas de servidumbre y sumisión. En el origen de cada servidumbre está el secuestro
de la memoria de los pobres. La experiencia del éxodo y la recuperación de la memoria son fundamentales
para el anuncio misionero. La misión que se propone ser y anunciar “boa noticia a los pobres” procura,
necesariamente, desintegrar-se del sistema que produce el sufrimiento de los pobres, procura desintegrar el
sistema y, positivamente, recuperar la memoria de los oprimidos. Dios, que convida al éxodo, también pone
fin al exilio. Zacarias (“El Señor es memoria”), el profeta pos-exilio, promete libertar “los cautivos de la
esperanza (...) de la cisterna donde no hay agua” (Zc 9,11s). Los cautivos de la esperanza serán arena en las
entrañas del sistema basado en la exclusión, exploración y en los privilegios de pocos (cf. DA 62).
Quién sale de su tierra, como Abrahán, o de la tierra de los otros, donde fue esclavizado, como
Moisés, no sabe para donde va. En última instancia, la esperanza es confianza en Dios, es utopía, lugar
inexistente, promesa absoluta. Una primera salida está en la salida, en el éxodo. La misión vive y propone ese
éxodo en dirección de un mundo nuevo que acogemos en la metáfora del Reino de Dios. La esperanza nos da
las razones y la fuerza para decidir entre el presente, acomodado y sufrido, y el éxodo para un futuro
imprevisible y arriscado. Vivir en la esperanza tiene sus peligros y riesgos.
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