DON
BOSCO EDUCADOR
PASCUAL
CHÁVEZ VILLANUEVA
DON
BOSCO RECUENTA
12.
El
Sistema Preventivo sea nuestro Sistema
El 27 de abril de 1876 me
encontraba en Roma. En ese día escribí una larga carta a don
Cagliero que cinco meses antes había partidio como responsable de la
primera expedición misionera en Argentina. Le comentaba sobre
algunas iniciativas y, entre otras cosas, le decía: "Tenemos en
curso una serie de proyectos que parecen fábulas o cosas para locos
a los ojos del mundo: pero tan pronto como comienzan, Dios los
bendice de forma que todo sigue buen curso. Una razón para orar,
agradecer, esperar y vigilar".
Ciertamente no navegaba en
un mar de rosas. Las deudas crecían desmesuradamente, brotaban
conflictos jurídicos delicados jamás resueltos, estaba el eterno
problema de las relaciones muy tensas con el arzobispo de Turín y
los inevitables asentamientos de una joven congregación que estaba
ampliando proyectos y presencias en muchos frentes. Justo en aquellos
años yo había pedido un subsidio del gobierno, haciendo presentes
los enormes gastos afrontados en las primeras expediciones
misioneras. Me parecía actuar adecuadamente porque entre las
diversas tareas encomendadas a los salesianos fue el cuidado de los
numerosos expatriados italianos en Argentina. La Gazzetta del Popolo,
un periódico de Turín que no me guardaba ironías y flechas, avivó
un nido de avispas con críticas y objeciones; el columnista concluyó
así su artículo: "¿No es suficiente todavía el número de
jóvenes que están 'idiotizados' en Valdocco? Con muchos don Bosco
terminaremos muriendo todos idiotas". No me enojaba ante
críticas así de mezquinas. Les dije a mis salesianos: "El
Señor espera grandes cosas de vosotros... Vosotros mismos os
maravillaréis y estaréis sorprendidos. Una sola cosa Dios nos pide:
que no nos hagamos indignos de toda su bondad y misericordia".
El
cuarto voto salesiano
Insistía
en el ser fieles a nuestro estilo de educar. Años y años de
experiencia que probaban la eficacia. Mientras la Congregación
Salesiana se extendía en muchos países, me convencí cada vez más
de que el sistema preventivo debería convertirse en nuestra herencia
irrenunciable, el centro alrededor del cual convergen y residen la
identidad específica de nuestra presencia educativa. Como fundador,
yo me sentía responsable de esta unidad de propósito y acción. Al
principio y por razones contingentes fáciles de entender, el estilo
educativo se convirtió en uno con mi persona. El sistema preventivo
no era el fruto de estudios académicos, sino de una experiencia de
espiritualidad y de educación. A mis salesianos yo no les ofrecía
un texto científico, redactado en la mesa. Yo les entregué a ellos
mi pasión por los jóvenes, les ofrecí el testimonio de una
experiencia de vida. El sistema preventivo significaba los valores en
los que siempre había creído y que me habían guiado incluso en los
momentos de dificultad, de incertidumbre y de prueba.
No siempre
fui bien entendido, incluso por algunos de mis salesianos. Sin
embargo, puedo afirmar que yo los conocía bien. Los sabía bien
preparados, atentos y generosos; los veía capaces de incluso
sacrificios heroicos. Algunos, sin embargo, me desilusionaron.
Recuerdo una situación típica. Estábamos en 1885; casi ciego, con
las piernas terriblemente hinchados, me estaba acercando
inexorablemente al final. Los 593 Salesianos (¡más de 200 jóvenes
valientes se preparan para llegar a serlo!) estaban dispersos en
Italia, Francia y España. Desde hacía 10 años fuimos trasplantados
en América del Sur, primero en Argentina, luego en Uruguay y
finalmente en Brasil. Las fronteras se dilataban: el inmenso campo de
trabajo, inimaginables los sacrificios hechos y los desafíos
enfrentados. A Turín no tardaron en llegar cartas alarmantes. Por
delicadeza no estaban dirigidas a mí, sino a algunos de los
Superiores Mayores. Las noticias corrían en los pasillos de
Valdocco: media frase aquí, una conversación interrumpida al verme
allá, una carta "desaparecida" misteriosamente bajo mis
ojos... Finalmente las cosas llegaron a mis oídos. Vine a saber con
gran tristeza y decepción que algunas casas en Argentina,
especialmente en la de Almagro, no se educaba más de acuerdo con el
Sistema Preventivo; allá, se impuso una pedagogía áspera, un poco
manesca, que no dispensaba los castigos incluso físicos. Tuve que
tomar una posición. Cansado, con el cuerpo en pedazos, en el calor
abrasador del verano ardiente, entre el 6 y el 14 de agosto escribí
tres cartas: la primera a Mons. Cagliero, (¡era obispo desde hacía
pocos meses!), la segunda a Don Costamagna (director de Almagro) y la
última a un joven sacerdote. Evitad tomar posiciones duras.
Escribiendo al "querido y siempre amado Don Costamagna" le
recordé que "el Sistema Preventivo sea nuestro sistema".
Reafirmaba con esta frase la fidelidad absoluta a nuestro método
educativo. No era un capricho mío, una "obsesión"; aquí
se trataba de defender y mantener un elemento indispensable de
nuestra pedagogía. También a los otros recomendé "caridad,
paciencia, dulzura" y supliqué "que cada salesiano se
hiciese amigo de todos, estuviera dispuesto a perdonar y no reclamara
las cosas una vez ya perdonadas." Pequeños recuerdos, sazonados
con ese tono de espíritu de familia que permite aceptar incluso los
compromisos que a primera vista parecen difíciles o las
amonestaciones que podrían conducir al enojo. Más tarde, llegaron
otras cartas que me consolaron. Me
enteré de que muchos de mis hermanos en Argentina habían hecho
copias de estas cartas y seguían fieles las directrices contenidas
en las mismas. De
hecho, algunos se vieron obligados espontáneamente con una especie
de voto a vivir el Sistema Preventivo (como si fuera el cuarto voto
salesiano) y lo renovaban cada mes.
Aunque estaba a una
distancia de miles de kilómetros, siempre era su padre y su
superior. Sabía que la joven congregación tenía necesidad de
unidad y de estabilidad y que la garantía de su futuro estaba en la
fidelidad al espíritu de sus orígenes, vale decir, al método y al
estilo educativo que había caracterizado la vida de Valdocco.
Con
el mismo corazón
Había
siempre actuado así. Cuando en 1872 surgió el Instituto de las
Hijas de María Auxiliadora, no pudiendo darles personalmente aquella
asistencia que también consideraba necesaria, sobre todo al
principio, había enviado a Mornese un salesiano de mi total
confianza, don Cagliero, con esta precisa orientación: "Tu
conoces el espíritu de nuestro Oratorio, nuestro sistema preventivo
y el secreto de hacerse amar, escuchar y obedecer de los jóvenes,
amando a todos y no mortificando a nadie, y asistiéndolos día y
noche con paterna supervisión, paciente caridad y amabilidad
constante". Al hacerlo, no quería mortificar la iniciativa
personal o incluso fomentar la monótona repetición de las actitudes
y acciones. Lo que yo quería era insistir sobre el carisma de
nuestro estilo en la educación, sobre la fidelidad al Sistema
Preventivo para acompañar a los jóvenes en su proceso de
crecimiento viviendo una caridad que sabe hacerse amar.
Lo había
comprendido plenamente don Francisco Bodrato, antiguo maestro de
Mornese con el que había mantenido algunos diálogos interesantes ya
en 1864.
Luego se
convirtió en salesiano; en 1876 le había encomendado la
responsabilidad de la segunda expedición misionera. En una afectuosa
carta me había escrito una frase en la que me decía, sin temor a
ser desmentido: "Nosotros vivimos de Don Bosco". En lugar
de enorgullecerme, estas palabras me habían llenado el corazón de
alegría y de esperanza. Y me demostraban, una vez más, que el
camino tomado mediante la pedagogía preventiva de la caridad
evangélica estaba portando también en tierras lejanas muchos
frutos.
En febrero de 1885 escribiendo a Mons. Cagliero
sintetizaba todo el trabajo educativo en una expresión lapidaria,
apoyada sin embargo por una larga y positiva experiencia: "Hacerse
amar y no hacerse temer".
Resurgían en mi mente y en mi
corazón las palabras misteriosas escuchadas en un sueño hace 60
años y jamás olvidado: "No con los golpes sino con la
mansedumbre y con la caridad tendrás que ganar estos tus amigos".
Estaba ahora comprendiendo "todo".
El método de la
bondad y de la dulzura lo veía ahora aceptado y vivido por mis hijos
espirituales en muchas partes del mundo. ¡Bajo todos los cielos los
jóvenes, estaba seguro, encontrarían en cada salesiano otro Don
Bosco! Con el mismo corazón, con igual amor, con idéntica pasión...