Venerable Mamá Margarita (1788-1856)
Maternidad educativa y sacerdotal
La vocación de una mamá viuda
“¿Una mujer perfecta quién podrá hallarla? Muy superior a las perlas es su valor… Sus hijos se levantan para proclamarla bienaventurada” (Proverbios 31, 10.28). Margarita vive su camino de fe en la elección matrimonial casándose con Francisco Bosco, que ha quedado viudo a los 27 años de edad. Celebran sus bodas en la parroquia de Capriglio el 6 de junio de 1812, intercambiándose el anillo nupcial a los pies del altar durante el ofrecimiento del santo sacrificio.
A la muerte prematura del esposo Margarita se encuentra, ella sola, con la responsabilidad de la familia en un momento de grave carestía. Tiene en casa a la mamá de Francisco, paralizada y necesitada de cuidados; a Antonio, hijo de las primeras bodas de Francisco; y a sus dos hijos, José y Juan (el futuro Don Bosco). Ante la propuesta de un nuevo matrimonio sumamente ventajoso contesta en forma constante: “Dios me ha dado un esposo y me lo ha quitado; mi esposo al morir me confió tres hijos y yo sería una madre cruel si los abandonara cuando más me necesitan”. Le contestaron que los hijos habrían sido confiados a un buen tutor que los habría cuidado perfectamente. “El tutor – apuntó la generosa mujer – es un amigo, yo soy la madre de mis hijos; no los abandonaré jamás ni por todo el oro del mundo. Es mi deber consagrarme totalmente a su educación cristiana”.
Mujer fuerte y sabia, justa y firme en sus elecciones, Margarita lleva un estilo de vida sobrio y temperante. En la educación cristiana de los hijos es severa, dulce y razonable. De esta forma cría a tres muchachos de carácter muy diverso, sin nivelar ni mortificar a ninguno de ellos. Obligada a realizar elecciones a veces dramáticas – como alejar de casa a Juanito para salvar la paz en la familia y permitirle estudiar – secunda con fe y esperanza las inclinaciones de los hijos, ayudándolos a crecer en la generosidad y en la audacia. Escuchado el sueño de los nueve años de Juanito, es la única que logra leerlo en la luz del Señor: “¡Quién sabe que no debas llegar a sacerdote!”. Le permite así estar con muchachos poco recomendables, porque con él se portan mejor.
Acompaña con amor a Juan hasta el sacerdocio, manifestando en diversas circunstancias una capacidad de discernimiento de la voluntad de Dios realmente especial: “Yo quiero absolutamente que tú examines el paso que quieres dar y que luego sigas tu vocación, sin mirar a nadie. La primera cosa es la salvación de tu alma. El párroco quería que te disuadiera de esta decisión, pensando en la necesidad que yo podría tener más tarde de tu ayuda. Pero yo digo: en estas cosas no entro, porque Dios está ante todo. No te preocupes por mí. Yo de ti no quiero nada, no espero nada de ti. Tómalo muy en cuenta: he nacido en la pobreza, he vivido en la pobreza, quiero morir en la pobreza. Antes bien, te lo reafirmo: si te decidieras por el estado de sacerdote secular y por desgracia llegaras a ser rico, yo no vendré a visitarte ni una sola vez. ¡Recuérdalo bien!”. Y la tarde de la primera misa en el pueblo de nacimiento, Castelnuovo, mientras juntos vuelven a la casa de los Becchi, Mamá Margarita dice al hijo, neo-sacerdote, palabras memorables en la historia del sacerdocio católico: “Eres sacerdote, celebras misa, de ahora en adelante eres por tanto más cercano a Jesucristo. Recuerda empero que comenzar a decir misa significa comenzar a sufrir. No te darás cuenta en seguida, pero poco a poco verás que tu madre te ha dicho la verdad. Estoy segura que todos los días rezarás por mí, esté yo viva aún o haya muerto ya; eso me basta. Tú de ahora en adelante piensa solo en la salvación de las almas y no te preocupes en nada por mí”.
Esta relación entre madre e hijo madura hasta la participación de Mamá Margarita en la misión educativa del hijo. “Mi querido hijo, tú puedes imaginar cuánto le cueste a mi corazón abandonar esta casa, a tu hermano y a los demás seres queridos; pero si te parece que ello pueda darle gusto al Señor, estoy lista a seguirte”. Deja la amada casita de los Becchi, lo sigue entre los jóvenes pobres y abandonados de Turín. Aquí durante diez años (los últimos de su vida) Margarita se entrega sin ahorro ninguno a la misión de Don Bosco y a los comienzos de su obra, ejerciendo una doble maternidad: maternidad espiritual hacia el hijo sacerdote y maternidad educativa hacia los muchachos del primer oratorio, contribuyendo a educar hijos santos como Domingo Savio y Miguel Rúa.
Analfabeta, pero colmada de la sabiduría que viene de lo alto, es la ayuda de innumerables pobres muchachos de la calle, hijos de nadie. En resumen, la gracia de Dios y el ejercicio de las virtudes han hecho de Margarita una madre heroica, una educadora sabia y una buena consejera del carisma salesiano naciente. Ella resplandece en el extraordinario número de mamás santas, que viven en la presencia de Dios y en Dios, con una unión hecha de silenciosas invocaciones casi ininterrumpidas. La “cosa más sencilla” que Mamá Margarita sigue repitiendo con el ejemplo de su vida es ésta: la santidad está al alcance de la mano, es para todos, y se realiza en la obediencia fiel a la vocación específica que el Señor confía a cada uno de nosotros.