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CONOCER A DON BOSCO

PASCUAL CHÁVEZ VILLANUEVA

EL FUEGO

DEBE PROPAGARSE



2 Responder a las necesidades de los “jóvenes pobres y abandonados” en tensión salvadora GLOBAL, mirando en forma previsora y abierta todo el universo juvenil

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Los inicios del Oratorio son conmovedores: «Como no podía tomar personal de servicio, hacía con su madre todas las labores domésticas. Mientras Margarita atendía a la cocina, vigilaba el lavado, repasaba y planchaba la ropa y remendaba los vestidos rotos, él cuidaba totos los más pequeños detalles. En aquellos primeros años en que Don Bosco hacía vida común con los muchachos, cuando no se movía de casa estaba dispuesto a todo. Por la mañana insistía para que los muchachos se lavaran las manos y la cara, peinaba a los más pequeños, les cortaba el pelo, les cepillaba la ropa, les arreglaba la cama desarmada, barría las salas y la iglesita. Su madre encendía el fuego y él iba a buscar agua, cernía la harina de maíz y acribaba el arroz. A veces desgranaba los guisantes y mondaba las patatas. Preparaba frecuentemente la mesa para sus huéspedes y fregaba los cacharros y las ollas de cobre que, en ocasiones, pedía prestadas a algún vecino benévolo. Según iba haciendo falta, fabricaba o arreglaba algún banco para que los muchachos pudieran sentarse, y partía leña» (Memorias Biográficas III, 280-281).

La historia muestra que el empeño de Don Bosco inicia con los jóvenes encontrados en los años ’40, en gran parte emigrantes, abandonados a sí mismos. Su aporte inicial es principalmente pastoral, pero en seguida se amplía a una acción caritativa, asistencial, educadora y formadora global, para responder a todas sus necesidades materiales y espirituales, temporales y eternas. El “fuego de caridad” que lo empuja a trabajar para la “salvación de las almas” lo orienta a una acción concreta de salvación religiosa y, contemporáneamente, civil y moral.


La “porción” de las esperanzas


En 1849 Don Bosco manda imprimir una Advertencia Sagrada en la cual escribe: «La porción de la sociedad humana, sobre la cual están fundadas las esperanzas del presente y del porvenir, la porción digna de los más solícitos cuidados es, sin duda, la juventud. Si se la educa rectamente, habrá orden y moral; por el contrario, solo vicio y desorden. La religión es capaz de comenzar y realizar la gran obra de una verdadera educación» (Memorias Biográficas III, 403).

Mientras ofrece a los jóvenes instrumentos formadores integrales para hacerlos “buenos cristianos y honrados ciudadanos”, se esfuerza por regenerar la sociedad y la cultura. Su recorrido no es el de los filósofos e ideólogos. Don Bosco no es un pensador ni un revolucionario, sino un formador. Comienza por responder a las exigencias inmediatas de los jóvenes que encuentra. Así del catecismo pasa al Oratorio festivo, luego a la “casa anexa” con laboratorios y clases de secundaria, al apostolado de la imprenta, a la fundación de la Sociedad Salesiana y de las Hijas de M. Auxiliadora, al inicio de colegios e internados afuera de Turín, a las Misiones, a la Unión de los Cooperadores, al cuidado de vocaciones jóvenes y adultas…



La mente y el corazón

Con el tiempo y el cambio de las situaciones sociales, la idea de “jóvenes pobres y abandonados” se alarga a zonas más amplias. A la pobreza económica y al abandono educacional de los jóvenes acogidos en los primeros años, se añade la percepción de otras pobrezas: afectivas, educacionales, sociales, culturales, de valores, de moralidad, de religión, de espíritu… Entre 1841 y 1888 la sociedad mundial se transforma, bajo la presión del progreso, del comercio, de la industria, del deseo de rescate popular, de las ideologías, de las leyes, de las ambiciones políticas y nacionalistas, del colonialismo, de las migraciones. La juventud pobre y abandonada aumenta, en todos los niveles y en todas partes del mundo. Para “salvar” a estos jóvenes no bastan el catecismo y la pastoral del domingo: hace falta una acción formadora global, que penetre en la mente y en el corazón



Un proyecto estructurado



Don Bosco ensancha sus horizontes, articula sus propuestas, alarga la esfera de sus actividades. El Oratorio festivo continúa siendo la experiencia ejemplar de referencia, pero ya no basta. Para alcanzar un número más amplio de jóvenes y para entregarles los instrumentos de salvación y formación necesarios en las escenas nuevas, él se lanza en empresas más amplias, cabalgando sobre todo la demanda de instrucción escolar y profesional. También el empirismo educacional de los primeros años y la conducción familiar de la casa son estudiados nuevamente en vista de un sistema educativo orgánico, adaptado a las nuevas obras, que integre experiencia histórica y nuevas exigencias: los años’70 e ’80 para Don Bosco son caracterizados por documentos de mucho valor pedagógico. También la organización de las obras exige una reglamentación más cuidadosa: en 1877 se imprimen el Reglamento de los externos y el de las Casas (cf OE XXIX), que se presentan como verdaderos proyectos educativos y pastorales para obras complejas y comunidades educativas articuladas.



Como levadura en el mundo



Mientras tanto, a nivel eclesial, emerge un nuevo modelo de creyente, el testigo activo o partícipe, que pide una espiritualidad idónea a su misión en el mundo, recorridos formativos y pastorales adecuados. También esto empuja Don Bosco a la acción: de la preocupación de formar a buenos cristianos y honrados ciudadanos, pasa a un objetivo más ambicioso, equiparlos para una misión caritativa, apostólica y de testimonio en lo social. Sus charlas traídas por el Boletín de los años ’80 manifiestan claramente esta abertura. Los Cooperadores y los Exalumnos son vistos ahora también en esta perspectiva militante.