2011|es|07: Bienaventurado AUGUSTO CZARTORYSKI (1858-1893)

Bienaventurado AUGUSTO CZARTORYSKI (1858-1893)

El joven rico que dice sí

La vocación de un príncipe llegado a salesiano



El nacimiento de Augusto Czartoryski en París el 2 de agosto de 1858, primogénito de la noble e ilustre familia polaca, es saludado como signo de esperanza: es el predestinado al trono de san Casimiro y, por tanto, punto de referencia de cuantos sueñan el renacimiento de Polonia. Pero otros son los designios de Dios. Este joven, minado ya desde muchacho por la tuberculosis, acompaña a las forzadas peregrinaciones en búsqueda de la salud otra búsqueda mucho más preciosa, la de la vocación. No demora mucho en comprender que no está hecho para la vida de corte: “Le confieso que estoy cansado de todo eso. Son diversiones inútiles que me angustian”, escribe al padre. Gran influjo sobre el joven príncipe ejerce el preceptor, José Kalinowski, hoy santo carmelita, que orienta a Augusto en su búsqueda vocacional presentándole las figuras de san Luis Gonzaga, cuya vida “le abre el camino a una más fácil unión con Dios”, y la del compatriota san Estanislao Kostka, del cual Augusto hece propio el lema “Ad maiora natus sum”.


El acontecimiento decisivo de su búsqueda y de su vida es el encuentro con Don Bosco, sucedido en París en mayo de 1883. “¡Hace mucho tiempo deseaba conocerle!”, dice Don Bosco a Augusto. Desde ese día Augusto ve en el santo educador al padre de su alma y al árbitro de su porvenir. Después del encuentro con Don Bosco, Augusto no solo siente reforzarse la vocación al estado religioso, sino que tiene la clara convicción de ser llamado a ser salesiano: “Si Dios lo quiere, todo saldrá bien, Él mismo hará desaparece todo obstáculo, y si Dios no quiere, tampoco lo quiero yo”. Con todo Don Bosco, debido a la condición social y de salud de Augusto, manifiesta una actitud de mucha cautela y de reserva en cuanto a la aceptación del príncipe en la Congregación. Es el Papa en persona, León XIII, quien resuelve toda duda: “Decid a Don Bosco ser voluntad del Papa que os reciba entre los salesianos”. “Pues bien, querido mío”, responde inmediatamente Don Bosco, “yo lo acepto. Desde este momento, usted forma parte de nuestra Sociedad y deseo que a ella pertenezca hasta la muerte”..


A finales de junio de 1887, tras renunciar a todo a favor de sus hermanos, emprende el recorrido del noviciado, dando un vuelco radical a sus costumbres: horario, alimento, vida común…. Debe luchar también contra los intentos de la familia que no se conforma con su decisión. El padre va a visitarlo y trata de disuadirlo. Pero Augusto no se deja vencer. El 24 de noviembre de 1887, en la Basílica de María Auxiliadora, recibe la sotana de manos de Don Bosco. “Animo, príncipe mío – le susurra el Santo al oído –, hoy hemos ganado una magnífica victoria. Pero puedo también decirle, con mucha alegría, que llegará un día en que usted será sacerdote y, por voluntad de Dios, hará mucho bien a su patria”.


La marcha de la enfermedad hace reemprender con mayor insistencia los intentos de la familia, que acude también a las presiones de los médicos. Al cardenal Parocchi, rogado que hiciera valer su ascendiente y lo arrancara de la vida salesiana, escribe: “En plena libertad he querido emitir los votos, y lo hice con grande alegría de mi corazón. Desde ese día gozo, viviendo en Congregación, una grande paz de espíritu, y agradezco al Señor haberme hecho conocer la Sociedad Salesiana y haberme llamado a vivir en ella”.


La vida sacerdotal de don Augusto dura apenas un año, que él transcurre en Alassio en un cuarto que mira hacia el patio de los muchachos. Así resume el cardenal Cagliero este último lapso de su vida: “¡Ya no era de este mundo! Su unión con Dios, la conformidad perfecta con la divina voluntad mientras empeora la enfermedad, el deseo de uniformarse a Jesucristo en los padecimientos y en las aflicciones, lo hacían heroico en la paciencia, tranquilo en el espíritu e invicto, más que en el dolor, en el amor de Dios”. Se apaga en Alassio la noche del sábado 8 de abril de 1893, octava de Pascua, sentado en el sillón ya usado por Don Bosco. “¡Qué hermosa Pascua!”, había dicho el lunes al hermano que lo atendía, sin imaginar que el último día de la octava lo habría celebrado en el paraíso.


¡Qué amables son tus moradas, Señor de los ejércitos! Mi ser languidece anhelando los atrios del Señor… Vale más un día en tus atrios que mil en mis mansiones’ (Sal 84/83/, 2,11). Son las palabras del Salmo que el bienaventurado Augusto Czartoryski ha escrito como lema de vida en la estampita de su primera Misa. Encierran el arrobamiento de un hombre que, siguiendo la voz de la llamada, descubre la belleza del ministerio sacerdotal. En ellas resuena el eco de las diversas elecciones que debe hacer quien descubre la voluntad de Dios y desea cumplirla. Augusto Czartoryski, joven príncipe, ha elaborado un método eficaz para discernir los designios divinos: presentaba a Dios en la oración todo pedido y perplejidad de fondo; luego, en espíritu de obediencia, seguía los consejos de sus guías espirituales. Así ha comprendido su vocación de abrazar la vida pobre para servir a los más pequeños. Un método gracias al cual, a lo largo de toda su vida, ha hecho elecciones tan elevadas que hoy podemos afirnar de él que ha cumplido los designios de la Providencia Divina en forma heroica.