Venerable María Troncatti (1883-1969)
Misionera, gigante del amor hacia los últimos
La vocación de una FMA misionera
El 25 de agosto de 1969, en Sucúa (Ecuador), el avión en que se ha embarcado Sor María Troncatti precipita, cuando acaba de despegar, en el borde de la misma selva que ha sido por casi medio siglo su “patria del corazón”, el espacio de su entrega incansable a los “shuar”. Sor María vive así su último despegue: el que la lleva al paraíso. Tiene 86 años, gastados totalmente en donación de amor. Escribía: “¡Cada día estoy más feliz de mi vocación religiosa misionera!”.
Ha nacido en Córteno Golgi (Brescia, Italia) el 16 de febrero de 1883. En su numerosa familia crece alegre, entregada al trabajo de los campos y al cuidado de los hermanitos, en el cálido clima del afecto de unos padres ejemplares. Asidua a la catequesis parroquial y a los sacramentos, la adolescente María madura un profundo sentido cristiano que la abre a los valores de la vocación religiosa. Pese a ello, por obediencia al papá y al párroco espera la mayoría de edad antes de pedir entrar al Instituto de las Hijas de María Auxiliadora. En 1908 emite la primera profesión en Nizza Monferrato asumiendo desde ese momento, como programa de vida, “la caridad, aunque – decía –tenga que hacerme pedazos”.
Durante la primea guerra mundial (1915-18) Sor María sigue en Varazze cursos de asistencia sanitaria y trabaja como enfermera de la Cruz Roja en el hospital militar, experiencia que le resultará sumamente preciosa en el curso de su larga actividad misionera en la selva amazónica del Oriente ecuatoriano. Parte en efecto para el Ecuador en 1922 y ya no volverá más a su tierra. La mandan entre los indios shuar. Allí, con otras dos hermanas, comienza un arduo trabajo de evangelización y educación superando dificultades de todo tipo, incluidas las causadas por los animales de la selva y los turbulentos ríos que se deben atravesar vadeando o sobre puentes de un único tronco tambaleante. En la selva ecuatoriana anuncia y atestigua a todos el amor del Padre. Es la “madrecita”, constantemente solícita en ir al encuentro no solo de los enfermos, sino de todos los que tienen necesidad de ayuda y esperanza. Macas, Sevilla Don Bosco, Sucúa son algunos de los “milagros” aún florecientes de la acción de Sor María Troncatti: enfermera, cirujana y ortopédica, dentista y anestesista… Pero, sobretodo, catequista y evangelizadora, rica de maravillosos recursos de fe, de paciencia y de amor fraternal. Su obra para la promoción de la mujer shuar florece en centenares de nuevas familias cristianas, formadas por la primera vez con libre elección personal de los jóvenes esposos.
“Una mirada al Crucifijo me da vida y ánimo para trabajar”, ésta es la certeza de fe que sostiene su vida y su misión. En toda actividad, sacrificio o peligro se siente apoyada por la presencia maternal de María Auxiliadora. Uno de los misioneros de entonces, el Padre Juan Vigna, nos ha dejado el testimonio siguiente acerca de Sor María Troncatti: «Es la encarnación misma de la sencillez y de la sagacidad evangélicas. ¡Con qué exquisita maternidad conquista los corazones! Halla para cada problema una solución que resulta siempre la mejor ante la luz de los hechos. Nunca olvida que tiene que vérselas con seres débiles y pecadores. La he visto tratar la naturaleza humana bajo todos los aspectos, aun los más miserables; pues bien, lo ha hecho con esa superioridad y gentileza que en ella era algo espontáneo y natural. Lo que me sorprende es que en todo y siempre seguía siendo exquisitamente mujer. Diría: cuanto más virgen, tanto más madre».