1. “La vida es vocación”
Queridos amigos lectores del Boletín Salesiano:
Estoy feliz de poderlos saludar al inicio de este nuevo año 2011, que les deseo sereno, colmado de las bendiciones que el Padre ha querido brindarnos en la encarnación de su Hijo.
Una de las bendiciones más importantes y hermosas para nuestra existencia humana la encontramos en el magnífico himno de la carta a los Efesios, que nos presenta el plan divino de la salvación. Allí leemos: “Dios nos ha elegido en Cristo antes de la fundación del mundo, para que vivamos ante él santamente y sin defecto alguno en el amor. Nos ha elegido de antemano para ser sus hijos adoptivos…” (1, 4-5). En la carta a los Romanos san Pablo expresa esta misma realidad: “Pues Dios predestinó a reproducir la imagen de su Hijo a los que conoció de antemano, para que así fuera su Hijo el primogénito entre muchos hermanos…” (8, 29).
He aquí la grande y más importante bendición: en el plano de salvación establecido de antemano por Dios somos llamados, antes bien, hemos sido creados por Él para reproducir la imagen de su Hijo a través de la única cosa capaz de volvernos semejantes a Él: el amor.
Los dos textos citados arriba nos hacen pensar en lo que da significado a la vida humana, es decir, el descubrimiento del sentido de la existencia humana, el sueño que realizar, la misión que desarrollar en este mundo, en una palabra, la vocación que llena de sentido, de alegría y dinamismo nuestra vida, volviéndola fecunda.
Si el año pasado les he narrado, a través de los artículos mensuales, “mi Jesús”, esta vez quiero hablarles de la vida como vocación, también porque entre evangelización y vocación, si nos ceñimos a lo que afirman los cuatro Evangelios, hay una íntima unión. Jesús evangeliza y convoca y envía.
Con todo, después de este artículo que sirve como introducción, en los meses siguientes no les hablaré de la vocación presentando su dimensión antropológica, teológica o pedagógica, sino narrándoles experiencias concretas de personas perfectamente realizadas en lo humano y cristiano, cabalmente porque han descubierto y seguido su vocación.
La vida como vocación y la vocación de la vida
El primer paso que propongo es: ¡volver a Don Bosco! Creo sea importante conocer su experiencia para descubrir los criterios y actitudes que caracterizaron la acción de nuestro Padre e iluminar así nuestro compromiso vocacional.
Don Bosco vivió en un ambiente y una cultura poco favorables, contrarios al desarrollo de las vocaciones eclesiásticas, un ambiente de protesta creciente hacia la Iglesia, como nos sucede hoy. La libertad de culto y la activa propaganda protestante confundían al pueblo sencillo, presentando una imagen negativa de la Iglesia, del Papa y del clero. Se había creado en el pueblo, y sobre todo entre los jóvenes, un clima empapado de ideas liberales y anticlericales.
Don Bosco no se desalentó. Se esforzaba por descubrir posibles signos de vocación en los jóvenes que encontraba; los ponía a prueba entre los compañeros y los acompañaba en un camino de crecimiento. Se volvía, en otras palabras, colaborador del don y de la gracia de Dios.
Su acción apuntaba a elementos bien determinados.
Se comprometía a crear un ambiente en el cual la propuesta vocacional pudiera ser acogida favorablemente y, por tanto, llegar a madurez. Alimentaba una verdadera y auténtica cultura de la vocación, caracterizada por la presencia entre los jóvenes y un testimonio alegre. Un clima familiar que favorecía la apertura de los corazones.
Para alimentar semejante cultura Don Bosco proponía una fuerte experiencia espiritual, nutrida con una sencilla pero constante piedad sacramental y mariana, y con el apostolado entre los compañeros vivido con entusiasmo y disponibilidad.
Un segundo elemento al que apuntaba Don Bosco era el acompañamiento espiritual. Su acción se modulaba según se tratara de jóvenes o adultos, de aspirantes a la vida eclesiástica o religiosa o simplemente a la del buen cristiano y honrado ciudadano. Un director de espíritu atento y prudente, sostenido por un intenso amor a la Iglesia.
¡Es lo que nos enseña Don Bosco! Y nosotros, hijos suyos, estamos llamados a vivir con alegría y entusiasmo nuestra vocación, proponiendo a jóvenes y adultos, hombres y mujeres, la vocación salesiana como respuesta adecuada al mundo de hoy y como proyecto de vida capaz de contribuir positivamente a la renovación de la actual sociedad.
Crear y fomentar una cultura vocacional
Hemos visto como Don Bosco trató de crear en torno suyo un ambiente o, mejor dicho, una cultura vocacional.
Una “cultura” exige mentalidad y actitudes participadas por una comunidad que vive, atestigua y propone juntamente los valores cristianos. No puede ser dejada a la acción aislada de alguien que obra por los demás; una cultura vocacional pide el empleo sistemático y racional de las energías de una comunidad.
Los contenidos que la misma desarrolla se refieren a tres áreas: antropológica, educativa y pastoral.
La primera ayuda a comprender como la persona humana sea intrínsecamente empapada por la perspectiva de la vocación; la segunda, abriendo a la relación, favorece la propuesta de valores que a la vocación se refieren; la tercera se preocupa de la relación entre vocación y cultura objetiva y ofrece conclusiones operativas para el trabajo vocacional.
Toda acción o pensamiento se funda en una imagen de hombre, espontánea o refleja, que guía nuestro hablar y obrar. Ello sucede también en ámbito educativo y pastoral. El cristiano desarrolla su propia imagen de hombre elaborando su experiencia y comprensión a la luz de la fe y teniendo en Cristo su modelo.
La revelación cristiana no se sobrepone, por tanto, a la experiencia humana, sino que revela el sentido más profundo y definitivo de la misma. En esta perspectiva la vocación no es una añadidura entregada solamente a algunos, sino una visión de la existencia humana caracterizada por la “llamada”.
Una primera tarea de la cultura vocacional es, por tanto, elaborar y difundir una visión de la existencia humana concebida como “llamada y respuesta”.
Ya que el ser humano es parte de una red de relaciones, una cultura vocacional debe ayudar a prevenir en el joven un concepto sujetivo de la existencia que lo lleve a ser centro y medida de sí mismo, que conciba la realización personal como defensa y promoción de sí más bien que como abertura y donación. La vida es abertura a los demás, vivida como un relacionarse cotidiano, y es abertura a la trascendencia que revela el ser humano como misterio que solo Dios puede explicar y solo Cristo puede satisfacer.
La unicidad de la existencia pide que se apueste sobre valores importantes, encarnados en las elecciones que se hacen. Los jóvenes, a medida que van creciendo, juegan su propio éxito en un proyecto y calidad de vida. Deben decidir su orientación a largo plazo teniendo al frente varias alternativas. Y no pueden recorrer su vida dos veces: les toca apostar. En los valores que prefieren y en las elecciones que hacen se juegan el éxito o la derrota como proyecto, la calidad y la salvación de su propia vida.
Jesús lo expresa en forma muy clara: “Quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. Pues, ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida?” (Mc 8, 35-36). Tarea de un cultura vocacional es sensibilizar a la escucha de estos interrogantes, capacitar a ahondarlos. Tarea de una cultura vocacional es también promover el crecimiento y las elecciones de una persona con respecto al Bonum, al Verum, al Pulcrum, en cuya aceptación consiste su plenitud.
Descubrir y acoger la vida como don y tarea es otro compromiso de la cultura vocacional.
La vocación es una definición que la persona da a su propia existencia, percibida como don y llamada, guiada por la responsabilidad, proyectada con libertad. Leyendo la Escritura se descubre que el don de la vida encierra un proyecto que, poco a poco, se manifiesta a través del diálogo consigo mismo, con la historia y con Dios, y exige una respuesta personal.