AGUINALDO 2007
de Pascual Chávez Villanueva
AMAR LA VIDA
EL TRIUNFO
DE LA VIDA
“¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recordad cómo os habló cuando estaba todavía en Galilea”(Lc 24,5-6).
Dios, amante de la vida, como es definido por el autor del Libro de la Sabiduría, no es solamente su creador y su apoyo, es también su futuro. Es cabalmente esta perspectiva de una vida sin fin que lo vuelve atrayente y persuasivo y, al mismo tiempo, llena de sentido el esfuerzo humano para promover la vida, defenderla, educar a ella. De poco serviría una victoria sobre la muerte, que hoy se pretende lograr gracias a la ciencia, si ella no rindiera justicia a los muertos de las generaciones anteriores. Ya en el instante de la creación el Creador se ha revelado como un Dios que ama la vida, la crea y hasta la re-crea después de la muerte. Aquí está el sentido de la resurrección. Mientras el hombre, ya desde el comienzo, parece obstinarse en provocar la muerte, el único que realmente cree en la vida y la mantiene incluso más allá de la muerte es precisamente Dios.
El ansia del hombre de vivir por siempre se ha expresado a través de la historia en formas muy diversas, a través del culto a los muertos, la descendencia biológica y, no menos, a través de la investigación científica dirigida a prolongar la vida, derrotar la enfermedad, producir bienestar, madurar la conciencia humana. En la religión de Zoroastro, la lucha entre el Bien y el Mal, entre Ormuz y Ariman, tiene su contrapartida en el plano humano en el conflicto entre buenos y malos, y a los caídos por la causa del bien se les promete la resurrección.
En el Antiguo Testamento el influjo de la cultura y de la religión persa durante su dominio sobre Israel, de 539 a 333 a.C., es posible constatarlo en algunos libros, como los de los Macabeos y de Daniel, en los cuales por la primera vez se habla de creyentes que no vacilan en desafiar la muerte con tal de mantenerse fieles a Jahvé, convencidos que Él no los decepcionará, y se habla implícita o explícitamente de resurrección (2M 7,22-23; 12,43; Dn 12,2).
Por supuesto, ya había algunos otros textos de la Escritura que hablaban en este sentido, como el Salmo 16 en el cual el creyente expresa su canto de confianza: “No has de abandonar mi alma al seol, ni dejarás a tu amigo ver la fosa. Me enseñarás el camino de la vida, hartura de goces, delante de tu rostro, a tu derecha, delicias para siempre” (Sal 16,10-11).
En los tiempos de Jesús la doctrina de la resurrección era ya patrimonio de la fe israelita, aunque no fuera aceptada por todos los grupos, por ej., el de los saduceos (Mc 12,18). Jesús mismo, al anunciar su pasión, alude a su resurrección (Mc 8,31; 9,31; 10,33-34). Hasta en la resurrección de Lázaro se había auto-presentado como la Resurrección y la Vida (Jn 11,25).
Pero la grande novedad ha sido la Resurrección, que ha desencadenado entre los discípulos una fuerte resistencia para ser creída, como lo atestiguan las narraciones de apariciones del Resucitado en todos los cuatro evangelios. ¿Cómo creer vivo a Aquél que habían visto morir con un fuerte grito, clavado en cruz y abandonado por todos? Es enteramente natural que hallaran resistencias en creer al testimonio de quienes lo habían visto vivo después de su muerte, les costó vencer su propia incredulidad. Con razón se dice que la Resurrección es la palabra definitiva y definitoria de Dios. La palabra definitiva, es decir, última, porque, habiendo resucitado a Jesús de los muertos, ha derrotado la muerte para siempre: ahora ya no tiene nada que decir, o sea que obrar. La palabra definitoria porque, volviendo a la vida un muerto que le había sido fiel hasta lo último, se ha revelado como un Dios que ama la vida, la crea y la re-crea cuando un hombre la pierde por Él.
Ésta es en resumen la Buena Noticia - buena porque gozosa, espléndida, bellísima -: la muerte no es la última palabra. La resurrección nos dice que Dios no traiciona la fe de sus creyentes, no los abandona a la vergüenza de la tumba, sino que los levanta y los llena de vida y de gozo sin fin. La resurrección, en consecuencia, no es una verdad que debemos creer para el más allá. Es sobre todo una nueva posibilidad de vida actual, porque nos permite pasar ya ahora de la muerte a la vida si amamos, conformando siempre más nuestra existencia a la de Jesús, el único que hasta hoy ha vencido gloriosamente la muerte.
Alegrémonos, por tanto, y vivamos donando la vida para recibirla nuevamente en plenitud. Así podremos cantar eternamente: “¡Aleluya!”.