AGUINALDO 2007
de Pascual Chávez Villanueva
AMAR LA VIDA
EL PAN DE LA VIDA
“IYo soy el pan de la vida. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne” (Jn 6,48).
No es extraña en la literatura sapiencial la imagen del banquete para ilustrar la sabiduría y la necedad, e indicar que la una y la otra dependen de la elección que hace la persona humana para alimentar mente y corazón y moldear su propia vida. Como ejemplo cito el texto de los proverbio que presenta a contraluz la sabiduría y su opuesto: “La Sabiduría ha edificado una casa, ha labrado sus siete columnas, ha hecho su matanza, ha mezclado su vino, ha aderezado también su mesa. Ha mandado a sus criadas y anuncia en lo alto de las colinas de la ciudad: Si alguno es simple, véngase acá. Y al falto de juicio le dice: Venid y comed de mi pan, bebed del vino que he mezclado; dejaos de simplezas y viviréis, y dirigíos por los caminos de la inteligencia” (Pr 9,1-6). Por el contrario la Necedad “se sienta a la puerta de su casa, sobre un trono, en las colinas de la ciudad, para llamar a los que pasan por el camino, a los que van derechos por sus sendas: Si alguno es simple, véngase acá. Y al falto de juicio le dice: Son dulces las aguas robadas y el pan a escondidas es sabroso. No sabe el hombre que allí moran las sombras; sus invitados van a los valles del seol” (Pr 9,13-18).
No es por tanto nuevo el hecho que Jesús, inmediatamente después de la multiplicación de los panes, dé la interpretación de ese signo diciendo que, si ha sido capaz de multiplicar el pan, es porque él mismo es el pan de la vida. Desde semejante perspectiva la afirmación “Yo soy el pan de la vida. Si uno come de este pan, vivirá para siempre” no provoca ningún escándalo porque es interpretada en modo sapiencial, como lenguaje figurado, forma simbólica para indicar que su enseñanza es auténtico manjar que alimenta la vida humana y la lleva al éxito. El escándalo estalla cuando Jesús añade: “El pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo” (Jn 6,48.51). Ciertamente, la palabra de Jesús es pan que ilumina la mente y robustece el corazón, por eso hay personas que delante del Evangelio comienzan a ver la realidad (Dios/hombre/mundo) con una mirada diversa y con la “mente de Cristo”. En él encuentran una mentalidad opuesta a la del mundo y la abrazan gustosos, con alegría, porque descubren por fin el sentido de la vida y se consagran a vivir según esta lógica fascinante y paradójica. Es de esta manera que los cristianos se vuelven discípulos del maestro Jesús.
Pero Jesús va más allá, revela su identidad profunda: él es la Palabra de Dios hecha carne en el vientre de María. Quien escucha la palabra siente hambre de la palabra, es decir, de él mismo, que es verdadero pan capaz de saciar el hambre de felicidad, de vida, de amor. La palabra se vuelve pan y el discípulo se vuelve su convidado, llamado a la comunión personal, a la intimidad más profunda que pueda existir entre Dios y el hombre. El camino completo de quien escucha el Evangelio consiste en pasar de la escucha al bautismo y del bautismo a la eucaristía. Pero ¿es posible realmente comer la carne del Hijo de Dios? ¿No es éste un “lenguaje duro” para ser aceptado, como dijeron algunos de los discípulos de Jesús (Jn 6,60), los cuales desde ese momento “se volvieron atrás y ya no andaban con él”? Frente a Cristo, que se presenta como palabra en la cual creer y como pan que da la vida, la gente se escandaliza y divide. También en nuestros días. El lenguaje de Jesús parece inaceptable a quienes piensan ser “sabios” y poseer las respuestas a las preguntas fundamentales de la existencia. Mas para quienes han experimentado el poder del misterio pascual, no hay otra elección sino la de Pedro: “Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,68).
Cuando una persona quiere tanto a otra, quisiera darle todo, hasta la propia vida, como Pablo a la comunidad cristiana de Tesalónica: “Amándoos a vosotros, queríamos daros no sólo el Evangelio de Dios, sino incluso nuestro propio ser, porque habíais llegado a sernos muy queridos” (1Ts 2,8). Pues bien, Jesús ha hecho de su cuerpo, el que ha recibido de María, el instrumento privilegiado para expresar su amor por nosotros hasta el extremo: “Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos” (Jn 15,12); y en la institución de la eucaristía ha hecho del cuerpo y de la sangre el sacramento visible y eficaz de este su amor: “Éste es mi cuerpo que es entregado por vosotros... Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros” (Lc 22,19.20). Jesús es el pan de la vida, y quien come de su cuerpo y bebe de su sangre vive por siempre, porque se deja transformar de tal forma por esta nueva vida que se hace disponible a volverse él también pan partido y libación ofrecida para los demás. ¡He aquí donde se halla la razón del escándalo creado por Jesús, palabra y pan de vida!