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de Pascual Chávez Villanueva
FAMILIA
CUNA DE LA VIDA
AYUDAS A LA FAMILIA
LOS PARIENTES
La familia en sentido amplio no puede reducirse al núcleo compuesto por padres e hijos; ella comprende el conjunto de los PARIENTES, que constituyen la grande familia o la familia extendida.
U
na
vez estaba de moda el árbol genealógico, una manera simpática de
presentar la historia de la propia familia. Tenía enorme resonancia,
así bíblica como humana. El símbolo del árbol con raíces, ramas
y hojas, alimentado por una misma y única linfa vital, da el sentido
del juego de vínculos que enlazan la familia “de sangre”. Desde
el punto de vista bíblico, la genealogía se remonta en el tiempo a
los progenitores, y a Dios como anillo engendrador. El árbol
genealógico, por lo tanto, era una forma para percibir que Dios nos
había querido como una madre quiere a su hijo, el cual se siente
seguro porque tiene a muchos que lo protegen. Pero la familia
patriarcal ha desaparecido; hoy está reducida a una pequeña
“célula”, encerrada a veces en sí misma. Tíos y primos
constituían puntos de apoyo y desahogo, que hoy se “perciben”
siempre menos.
■ Los hijos, que improvisamente tienen que vivir solos por la desaparición, el divorcio o la separación de sus padres, logran superar la crisis y hallan nuevamente el equilibrio gracias a la presencia de parientes cercanos que representen la continuidad familiar y un puerto seguro. La presencia de estos parientes, transformada en asistencia y consejo, es importante para ayudar a los hijos a comprender la preeminencia del afecto sobre el interés. El círculo del parentesco permite compartir alegrías y dolores, responsabilidades y “secretos”. En los parientes los niños sienten el consuelo de la solidaridad y no el duro juicio de los extraños. Desde el punto de vista educativo, la cosa más importante es capacitarse a la “fraternidad” y a la convivencia: tíos y primos son indispensables para esta tarea. Pero hoy parece que se le tenga miedo a la familia con varios hijos: “Está por nacer mi segundo hijo y me asusta enfrentar los celos del primero; yo cuando pequeña he sufrido mucho por eso…”. Los celos entre hermanos, con su cortejo de peleas, venganzas, represalias, lágrimas, no debe preocupar solamente a los padres: están involucrados también los educadores y los parientes cercanos.
Los celos son sentimientos naturales. Quien ama, tarde o temprano experimenta estos sentimientos, que nacen del deseo de “poseer” totalmente el objeto amado. Nadie es “malo” solamente porque siente celos. Quien se deja dominar por ellos, es alguien que no ha aprendido a amar en la forma debida. Los celos son una etapa de crecimiento que debemos superar. Hay adultos que han quedado entrampados en los celos y lo manifiestan en forma embarazosa y a veces dramática. El niño debe ser ayudado por sus padres y parientes a salir del enredo de las relaciones exclusivas. Tíos y tías juegan en ello un rol decisivo.
La familia es una constelación en la cual todas las estrellas son importantes. Algunos niños son terriblemente celosos porque están acostumbrados a considerarse pequeños tiranos absolutos. En este caso los parientes, menos tiernos que los padres, pueden ayudar a dirigir el crecimiento en la justa dirección, ofreciendo al niño la posibilidad de constatar que se puede recibir afecto también en formas diversas y de personas diversas. Pero hace falta no encerrar nunca a los niños en un papel: el llorón, el distraído, el mentiroso, el estudioso... Ni padres ni parientes deben hacer palanca sobre estos temas. Puede resultar peligroso.
En caso de conflictos o fuertes rivalidades entre niños es importante fijar reglas. La primera es sencilla: no hay obligación de compartirlo todo o de jugar siempre juntos, pero todos tienen que respetarse mutuamente. Los parientes, primeros colaboradores de los padres, pueden enseñar a los niños las normas fundamentales de la convivencia. Sin entrometerse en todo conflicto, deben poner atención a proteger la incolumidad física del pequeño y el mundo interior del grande, que puede quedar sacudido por la violencia de sus mismos sentimientos agresivos, especialmente si no ha aprendido a controlarlos. En nombre de una sana rivalidad, a los niños se les deja con siempre mayor frecuencia la libertad de chocar con hermanos y primos. Cualquier familiar que los vea pelear, debe hacerles comprender que entiende sus sentimientos y resentimientos, pero no les puede permitir que se hagan mutuamente daño ni con hechos ni con palabras.
Conviene eludir el jueguito “¿de quién es la culpa?”, porque es casi imposible salir de él. Y es necesario evitar, en los reproches, los adjetivos “grande” y “pequeño”, como también los excesos de “reparto justo”: una par condicio muy rígida no es siempre la cosa mejor. Lo importante es ayudar a todo niño enseñándole con paciencia a hacer lo que es justo y a evitar lo que es equivocado. Este cuidado hace saltar el resorte del amor familiar, que es uno de los sentimientos más placenteros de la vida.
Pero hoy encontramos con siempre mayor frecuencia familias “reventadas”: entran a formar parte de la parentela otro papá u otra mamá, otros abuelos y/o, a lo mejor, la novia de papá… Es el capítulo de la crisis. Hablaremos de ello.