40 AÑOS DEL CONCILIO
de Pascual Chávez Villanueva
R
EL ROSTRO
VIVIR EL CIELO
EN LA TIERRA
El MONAQUISMO es una etapa fundamental del crecimiento en calidad de la Iglesia fundada por Cristo: una vida, la de los monjes, “dedicada a recobrar la santidad propia y a servir a los hermanos”.
E
n
los primeros siglos la Iglesia sufrió frecuentes y sangrientas
persecuciones. El cristianismo se presentaba, bajo muchos aspectos,
en oposición a las creencias y costumbres del tiempo, por tanto fue
visto como una amenaza. Es cierto, las persecuciones no fueron
continuadas: desde Octaviano a Constantino, sobre unos cincuenta
emperadores, solo una decena persiguió a los cristianos. El martirio
era la prueba que el amor a Cristo y la fidelidad a su doctrina
constituían los valores supremos para los cristianos que vivían con
radicalidad su fe. La conversión de emperadores y funcionarios
permitió el ingreso de cristianos a las estructuras cívicas
facilitando la vida de la Iglesia, pero quitó tensión y radicalidad
a la vivencia de la fe. La huida del mundo se presentó entonces como
alternativa, como otro camino de perfección. Bajo ciertos aspectos,
se puede afirmar que el ideal de vida monástica nació como reacción
a los inevitables compromisos que la Iglesia en la época de
Constantino se resignó a aceptar. El mismo Evangelio narra la
historia del joven que buscaba la perfección y fue invitado por
Cristo a abandonar todo y todos para seguirlo; era rico y rehusó.
Mientras que los apóstoles, llamados, lo habían dejado todo para
seguir al Maestro. Así, muchísimas personas de ayer y de hoy.
■ El Concilio Vaticano II constata que ya desde los primeros tiempos de la Iglesia hubo quien quiso seguir a Cristo con mayor libertad e imitarlo más de cerca. Muchos fundaron familias religiosas que la Iglesia acogió y aprobó. Las personas que siguen los “consejos de Jesús” son llamadas “religiosos/as”. Renuncian a formar una familia, a poseer “personalmente” bienes económicos, a hacer su propia voluntad. Viven en obediencia, pobreza y castidad para el Reino de Dios. Al comienzo, religiosos y vírgenes consagradas vivían en medio de la comunidad cristiana, dedicándose a la oración y al servicio de los pobres, de los enfermos, de los ancianos, de los huérfanos. Entre el 250 y el 350, antes todavía que Constantino concediera la libertad a los cristianos, algunos se retiraron en el desierto. Entre los primeros, San Antonio Abad, egipcio, considerado el padre del monaquismo. Rompiendo todo lazo con el mundo escogió la soledad y penetró en el desierto para una vida de rigurosa penitencia, dividiendo su tiempo entre trabajo y oración. Su ejemplo atrajo a muchos otros, de modo que la vida monástica pudo ofrecer al pueblo cristiano un ideal de santidad que impugna, de alguna manera, el cristianismo fácil que comenzaba ya a aparecer. Estos monjes vivían en parcial aislamiento en sus propias celdas para meditar y trabajar, cada día hacían un poco de oración en común y una vez a la semana se encontraban para la celebración litúrgica.
■ Con el correr de los años los monjes pasaron de la vida solitaria a la vida común. Nacieron los monasterios habitados por grupos numerosos que advertían la exigencia de normas para regularizar la convivencia. He aquí entonces a San Pacomio, quien preparó una “regla” que organizaba cada detalle de la vida en común según el espíritu del Evangelio. Su ejemplo fue seguido en todas partes. A la pobreza y a la castidad se añade la obediencia voluntaria, no solamente al obispo sino también al superior del monasterio o del convento. San Basilio es considerado por la Iglesia griega como el legislador monástico por excelencia. Escribe las “Reglas morales”, donde expone con simplicidad las exigencias de la vida cristiana. La Regla de San Benito, por su lado, se afirmará en Occidente. En 539 este santo se estableció con sus discípulos en Montecasino, en donde construyó la célebre abadía que dura hasta hoy. Su Regla se distingue por la armonía entre actividad espiritual, trabajo manual e intelectual, y está marcada por directrices claras que garantizan la marcha ordenada de comunidades autosuficientes. Las abadías se vuelven centros de espiritualidad y cultura. En ellas se reza y trabaja (ora et labora), se traducen, estudian y copian las obras de los sabios griegos y latinos, y muchos monjes alcanzan las cumbres más altas de las disciplinas de su época: filosofía, medicina, geometría, matemática. En las abadías se descubren remedios para las enfermedades, se inventan instrumentos útiles, se trabaja la tierra, se enseñan artes y oficios.
■ En todas las épocas Dios llama a seguirlo más de cerca. La invitación al joven rico se repite constantemente. En todas las épocas han vivido hombres y mujeres que han escuchado la voz de Dios y la han seguido, para vivir la fe con radicalidad, coherencia y al servicio de los hermanos. También hoy Dios sigue llamando, y espera respuestas.