2013|es|09: Don Bosco educador: Más de una vez me han pedido…

DON BOSCO EDUCADOR

PASCUAL CHÁVEZ VILLANUEVA


DON BOSCO NARRA


9. MÁS DE UNA VEZ

ME HAN PEDIDO…



La primera casa en Francia



Más de una vez me han pedido presentar algunos pensamientos acerca del así llamado Sistema Preventivo que usamos en nuestras casas”.

No era fácil traducir en palabras la experiencia educativa que desde 36 años estaba viviendo. Me parecía no lograr expresar lo esencial. Hay experiencias que marcan nuestra vida, pero no siempre se pueden traducir en el papel. Pese a ello sentía la urgente necesidad de hacerlo.

Nuestra Congregación, aprobada definitivamente por la Iglesia pocos años antes (3 de abril de 1874), se estaba desarrollando como el grano de mostaza de que habla Jesús. Había tenido lugar la primera expedición misionera (11 de noviembre de 1875), se preparaba otra, y después otra todavía. Ya en noviembre de 1875 dos sacerdotes, un clérigo y un coadjutor salesiano habían dado comienzo en Nizza a una modesta actividad educacional con oratorio e internado para artesanos y estudiantes: el Patronato San Pietro, Nizza, era un trozo de tierra engastado en un paisaje encantador que, desde marzo de 1860, Cavour había cedido a Francia con el Tratado de Turín.

Los franceses exigían una reflexión orgánica acerca de las líneas fundamentes de mi sistema educacional. Me senté a la mesa. Ya no recuerdo cuántas hojas tiré a la papelera. Páginas llenadas rápidamente a mano, corregidas, mejoradas, con añadiduras infinitas. Al final resultaron nueve paginitas. No era un trabajo científico. Era más bien un “bosquejo”, un condensado de mi experiencia pedagógica, un canto de amor y de confianza en los jóvenes. Era mi profesión de fe en el valor de la educación. Esencialmente eran todas las cosas que había aprendido de mi madre y absorbido gracias al contacto con el ambiente campesino de los Becchi. Valores que llevaba en mi corazón desde más de treinta años y que formaban lo específico de mi apostolado. Estaba seguro que mi escrito habría hecho “mucho bien a Francia”.


Nace el “Breve tratado sobre el Sistema Preventivo”


Gustó porque hablaba el lenguaje de los jóvenes. Me acercaba al universo juvenil como acostumbraba hacer entre los jóvenes obreros de Porta Palazzo o en las oscuras celdas de las cárceles de Turín o en los patios polvorientos de Valdocco. No despreciaba nada de lo que era aspiración justa y noble de la juventud. Trataba de ser fiel a Dios (¡el primer sueño se estaba volviendo realidad!) y a los jóvenes, sin rechazar nada de lo que juzgaba útil o valedero. Me sentía solidario con los jóvenes y con la mirada puesta en el futuro. Como frecuentemente les repetían a ellos, los quería felices “en el tiempo y en la eternidad”. La experiencia me aseguraba siempre más que la valentía es amor que sabe atreverse, que sabe esperar. Recomendaba a mis salesianos: “Debemos tratar de conocer nuestros tiempos y adaptarnos a ellos”. ¡Ductilidad pedagógica y fidelidad granítica al mismo tiempo! Cuando insistía sobre la fidelidad que mis salesianos debían atestiguar no quería ciertamente exigir que me copiaran a mí. He vivido en un determinado tiempo, condicionado por una forma cultural típica del Ochocientos. Copiarme significaría dejarme envejecer poco a poco, reducirme a una… pieza de museo que nadie, por respeto, se atreve a tocar. ¡No copiar, sino volver a vivir! Dinámicamente, ¡con fidelidad al tiempo llamado hoy! La fidelidad a nuestra misión sobre la que tanto insistía significaba ir más allá de lo que había realizado como fundador, traducirlo en el presente sin nada traicionar.


Las tres columnas en que se apoya mi sistema educativo


Punto de partida y de referencia segura era la razón. No la fría y anónima imposición de un código. Dialogaba con los jóvenes. Tomaba conciencia de sus ansias, adivinaba las necesidades de ellos. El muchacho siempre en el primer lugar. Lo escuchaba con gusto y con interés sincero. Le demostraba confianza. Mi método educativo era el de la verdadera libertad. Estaba convencido que puede haber educación auténtica solo donde hay libertad y respeto de la persona. Y sugería: “Concédase amplia libertad de saltar, correr, meter bulla a gusto. La gimnasia, la música, la declamación, el teatro, los paseos son medios sumamente eficaces para obtener la disciplina, ayudan la vida moral y la salud”. A sabiendas me dejaba escapar una confidencia de valor incalculable: “Desde unos cuarenta años trato con la juventud y no recuerdo haber usado ninguna clase de castigos”.

El Sistema Preventivo no imponía nada; en cambio, proponía muchísimo. Ofrecía la visión de un sano humanismo integral en que el muchacho era comprendido como una totalidad. Mi preocupación era formar conciencias. Insistía: “Dejaos guiar siempre por la razón, no por la pasión”. Preparaba a los jóvenes para los desafíos de la vida. Los motivaba al sentido del deber, del trabajo, de una profesión honrada. Ofrecía razones para vivir con responsabilidad y alegría. Como había escrito en el prefacio de la Historia Sagrada, me proponía como única finalidad “iluminar la mente para hacer bueno el corazón”. La experiencia me había convencido que los muchachos “poseen una natural inteligencia para conocer el bien que se les hace personalmente, y al mismo tiempo poseen también un corazón sensible, fácilmente abierto a la gratitud”. Mi forma de educar exigía mucho, pero ofrecía mucho más.

Había heredado del ambiente familiar una fe sencilla y robusta. La religión era la segunda columna de mi sistema educativo. Mi relación con Dios era la de un hijo. Era un sacerdote enamorado de la Eucaristía, puntual y paterno en escuchar las confesiones de mis muchachos e instilar en sus corazones la certeza del perdón y del abrazo de Dios. En mis continuos contactos con ellos trataba de formar a “buenos cristianos y honrados ciudadanos”. No me cansaba nunca de hablarles de la bienaventurada Virgen, como Inmaculada y Auxiliadora.

Con la palabra “religión” no entendía un ejercicio de piedad desenganchado de la vida, sino la expresión de una fe encarnada en lo cotidiano. Religión era “preparar un hermoso vestido para el Señor” con todo joven, como había sucedido con Domingo Savio. Y así el Sistema Preventivo se transformaba en la pedagogía de la santidad juvenil.

No he sido yo quien ha inventado este método educativo. Varios santos y santas y muchos sabios educadores han aportado. Ha sido enriquecido por muchos sin que nadie pueda reclamar su exclusiva paternidad. Fue trabajo de grupo que duró siglos. Dicho esto por amor de verdad, debo añadir que también yo he dejado en él mi huella específica.

Deseo aludir al tercer eje esencial del Sistema Preventivo como lo he vivido. Lo he transmitido a mis salesianos como sagrada herencia, casi un específico distintivo: la amabilidad. Una palabra que no he inventado yo, pero que hice mía. Típica de mi forma de educar. Distintivo inconfundible de mi pedagogía. En este término encerraba un estilo de amor que identificaba al educador con los jóvenes hasta amar las mismas cosas por ellos amadas, hasta transformar la relación educacional en un estilo de presencia filial y fraterna, una presencia amistosa y deseada, y el ambiente educativo en una “familia”. Aquí había todo el amor que había recibido de mi santa mamá, aquí brotaba el espíritu de familia por el cual las obras que nacían las llamábamos “casas”, aquí se respiraba el amor, la confianza, el respeto, el gusto de ser y trabajar juntos como lo había absorbido en mi ambiente campesino y la cordialidad hecha de simpatía, de optimismo, de calor humano. Un amor que transformaba a los educadores en “padres que amaban”.

¡En las 9 enjutas paginitas del Sistema Preventivo, si las lees con atención, te darás cuenta que la palabra “corazón” o expresión equivalente aparece hasta 19 veces!

Cuando hablaba a mis jóvenes o les escribía usaba expresiones como “mis queridos hijos”. En el dialecto piamontés del que me servía para hacerme comprender mejor, el término “hijos” no se refería solamente a un hecho biológico y ni tampoco traducía únicamente el sinónimo “muchachos”, sino que incluía un sentido más amplio y completo de paternidad espiritual, aquella de la cual podía honrarse el apóstol Pablo (Ga 4,19) y que yo traducía prácticamente en pan material, cuidados físicos, alimento intelectual, apoyo moral y religioso. Cuando hablaba de amor, me refería a una presencia educativa. La autoridad se volvía servicio, la experiencia se convertía en lección de vida y el amor en don, propuesta y ofrecimiento. El amor se convertía en ley pedagógica insustituible. De allí, la familiaridad con sabor de auténtico afecto paterno, con perfume de paredes domésticas. Y aquí me encanta recordar lo que ha escrito en 1883 un periodista francés hablando del clima que reinaba en Valdocco. Talvez es una descripción ligeramente forzaba, pero pinta una situación concreta. El periodista del Pélerin afirma: “De un sitio al otro se va como se hace en una familia”.

Los muchachos me comprendían al vuelo; de simples destinatarios pasaban a protagonistas entusiastas. Muchos habían quedado a mi lado. Comenzaba a releer el sueño hecho cuando era todavía un niño. La frase misteriosa dicha por esa majestuosa señora: “A su tiempo, todo comprenderás”, comenzaba a tomar un sentido más profundo y más verdadero. Los valores educativos en que había siempre creído, regían. La prueba estaba ante los ojos: mis hijos espirituales, esos muchachos que un día había acogido y amado en Valdocco, se encontraban en el campo del trabajo, a la cabeza de prestigiosas tipografías, directores de escuelas renombradas, misioneros esforzados en Argentina. Podía afirmar con claridad: “La Congregación no tiene nada que temer. Cuenta con hombres formados”. Volvía a ver la escena observada en tantos sueños: “Esos animales se habían transformado en corderos… Muchos corderos se volvían pastorcitos que, creciendo, cuidaban de los demás. Aumentados enormemente de número, los pastorcitos se dividieron y se fueron a otros sitios para recoger otros raros animales y guiarlos a otros rediles”.

Con la gracia del Señor y con la maternal ayuda de la Auxiliadora la pedagogía del amor y la fantasía de la caridad triunfaban, llevando mi herencia a todo el mundo: ¡Da mihi animas!



7 aprile 2013


Cara Fabiana, ecco finalmente le traduzioni.


Con queste, purtroppo, devo annunciarle che finisce la mia collaborazione al BS: sto perdendo la vista - uno dei vantaggi della mia impellente gioventù! -  e ormai non riesco a lavorare bene al computer. Mi rincresce moltissimo e chiedo scusa.


don Botta