Les deseo un feliz Año Nuevo amigos lectores del Boletin Salesiano. Feliz y bendecido año 2022.
Estamos en el mes de enero y al final del mismo se cumplirán cuatrocientos años de la muerte de un gran santo, genial, único en sus tiempos. Se trata de San Francisco de SALES de quienes nosotros, los salesianos de don Bosco llevamos su nombre. Un día don Bosco dijo a un grupo de muchachos que habían crecido a su lado: “Nos llamaremos salesianos. Y así comenzó esta fascinante ‘aventura en el Espíritu’ que daría lugar al gran árbol que hoy es la Familia Salesiana de don Bosco, que hunde sus raíces y bebe cotidianamente de esta espiritualidad salesiana, es decir, la espiritualidad de Francisco de Sales leída y practicada con la sensibilidad de otro gigante, como ha sido don Bosco.
Es por eso que hablo de dos gigantes que se suceden en el carisma salesiano, porque ambos son un gran don en la Iglesia, y porque don Bosco supo traducir como ningún otro la fuerza espiritual de Francisco de Sales en la cotidianeidad de la educación y evangelización de sus muchachos pobres, y por ende, toda su familia salesiana sigue teniendo este deber en la Iglesia y el mundo de hoy.
Es por esto que quiero declarar desde el inicio que ‘simbólicamente’ ambos, Francisco de Sales y Juan Bosco (don Bosco), tienen mucho en común, ya desde la cuna.
Francisco de Sales, nace bajo el cielo de Saboya que corona valles atravesados por arroyos que nacen en las cumbres más altas de los Alpes.
¿Cómo no pensar que Juan Bosco también era saboyano? No nació en un castillo, pero tenía el mismo don que Francisco: una madre dulcemente llena de fe. Françoise de Boisy era jovencísima cuando esperaba su primer hijo y, en Annecy, frente a la Sábana Santa, que le hablaba de la pasión del Hijo bendito de Dios, emocionada, hizo una promesa: ese niño debía pertenecer a Jesús para siempre.
Mamá Margarita le dirá a su Juan un día: «Cuando viniste al mundo, te consagré a la Santísima Virgen».
Frente a la misma Sábana Santa, don Bosco también se arrodillará en Turín. Las madres cristianas generan santos. En un castillo, como Francisco, o en una casa de campo destartalada, como Juan.
Dicen que la primera frase completa que logró formular Francisco fue: "El buen Dios y mi madre me quieren mucho".
Y el buen Dios cuidó de Francisco y de Juan. Y a ambos les dio un gran corazón. Francisco estudió en París y Padua, en las universidades más prestigiosas del momento. Juan estudió a la luz de las velas en el nicho de una taberna. Pero el Espíritu no se detiene ante las dificultades humanas. Los dos estaban destinados a “encontrarse”.
San Francisco de Sales es una de las figuras de la historia que, con el paso del tiempo, han crecido en relevancia y significatividad, debido a la fecunda expansión de sus intuiciones, experiencias y convicciones espirituales. Después de 400 años no deja de ser fascinante su propuesta de vida cristiana, su método de acompañamiento espiritual y, su visión humanista de la relación del ser humano con Dios. Y don Bosco, como ningún otro supo interpretarlo.
A lo largo de este año serán varios los acontecimientos en los que podremos acercanos a la figura de san Francisco de Sales y a su lado en el espíritu salesiano con la mística de Valdocco a Don Bosco. Mi saludo de hoy quiere ser una felicitación en el nuevo año y una invitación a todos los amigos del carisma de don Bosco a saborear esa frescura profundamente humana y espiritual que atraviesa, como un gran río, la espiritualidad salesiana que viene desde Francisco de Sales a don Bosco. Y este río lleva en sí una gran fuerza que encontramos en estos pensamientos ‘salesianos’ que vienen del mismo corazón de San Francisco y que don Bosco hizo suyos en la vida con sus jóvenes.
He aquí algunos:
Dios, en su gracia, no actúa nunca sin nuestro consentimiento. Actúa con fuerza, pero no para obligar o constreñir, sino para atraer el corazón, no para violentar, sino para enamorar a nuestra libertad.
Dios, como le gustaba decir a Francisco de Sales, nos atrae hacia Él con su bondadosa iniciativa, a veces como una vocación o llamada, otras veces como la voz de un amigo, como una inspiración o una invitación y otras como una “prevención” porque se anticipa siempre. Dios no se impone: llama a nuestra puerta y espera a que le abramos.
Dios está presente y se hace presente a cada persona en esos momentos de su vida que solo Dios mismo elige y del modo que solo Dios conoce.
Tanto Francisco de Sales como don Bosco hacen de la vida de cada día expresión del amor de Dios, que es recibido y también correspondido. Nuestros santos han querido acercar la relación con Dios a la vida y la vida a la relación con Dios. Se trata de la propuesta de “la santidad de la puerta de al lado” o “la clase media de la santidad” de la que con tanto afecto nos habla el Papa Francisco. “Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. En esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante. Esa es muchas veces la santidad «de la puerta de al lado», de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios, o, para usar otra expresión, «la clase media de la santidad.
Dios no nos ama porque seamos buenos, sino porque Él es bueno
A hacer la voluntad de Dios no se llega por sentimientos de “indignidad”, sino por la esperanza en la misericordia y en la bondad de Dios. Este es el optimismo salesiano.
Francisco de Sales responde al amor de Dios con amor.
Te amaré, Señor, al menos en esta vida, si no me es dado amarte en la vida eterna; al menos te amaré aquí, oh Dios, y siempre esperaré en tu misericordia
La crisis de Francisco de Sales deja traslucir lo más profundo de su ser: un corazón enamorado de Dios.
La convicción de que el amor de Dios no se basa en sentirse bien, sino en hacer la voluntad de Dios Padre, es el eje de la espiritualidad de Francisco de Sales y debe ser la guía para toda la familia de Don Bosco.
Hacer un camino desde los consuelos de Dios al Dios de los consuelos, del entusiasmo hacia el verdadero amor.
Hacer todo por amor, nada por temor, porque es la misericordia de Dios y no los propios méritos la que nos mueve a amar.
Si San Agustín decía que “nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”[1], siguiendo el pensamiento de Francisco de Sales, podíamos decir con von Balthasar, que “tu corazón [oh Dios], se siente inquieto hasta que nosotros descansemos en ti, hasta que el tiempo y la eternidad se confundan sumergidos el uno en el otro.
Tal y como quería don Bosco: ¡Que el amor a Cristo nos lleve al amor a los jóvenes!, característica salesiana de nuestra vida y permanente desafío para la Familia de Don Bosco hoy y siempre.
La caridad es la medida de nuestra oración, porque nuestro amor a Dios se manifiesta en el amor al prójimo.
En esto consiste la “oración de la vida”: en realizar todas las actividades en el amor y por el amor de Dios, de tal modo que toda la vida se convierta en una oración continua.
Conviene encontrar momentos para retirarnos al propio corazón, apartados del ajetreo y el activismo, y conversar de corazón a corazón con Dios.
En Ella (María) comprobamos lo que Dios está dispuesto a hacer con su amor, cuando encuentra corazones disponibles como el de María. Vaciándose de sí misma, recibe la plenitud de Dios. Permaneciendo disponible para Dios, Él es capaz de realizar en Ella grandes cosas.
[1] AGUSTIN DE HIPONA, Confesiones, I, 1