1 50 – MAMÁ MARGARITA - 150
de Pascual Chávez Villanueva
FAMILIA CUNA DE LA VIDA
MAMÁ MARGARITA
EL MODELO
La mamá de Don Bosco, Margarita Occhiena, puede ser el modelo de toda mamá… El suyo es un mensaje de fortaleza, de optimismo, de esperanza contra toda esperanza.
E
l
primer recuerdo de Don Bosco es la mano de su madre. Juanito tenía
solo dos años y no quería salir del cuarto donde había muerto el
papá. Narra él mismo: “Pobre
hijo, dijo
mi madre, ven
conmigo, tú ya no tienes padre. Dicho
eso, rompió en un fuerte llanto, me tomó de la mano y me llevó a
otra parte, mientras yo lloraba porque ella lloraba”. La mano de
Margarita, aunque ella también desgarrada por el dolor y la
preocupación del futuro, es dulce y firme: no abandonará nunca a
sus hijos. Es su primer importante mensaje: “Podemos
estar golpeados, pero seguimos adelante y, suceda lo que suceda, tú
puedes contar conmigo”. Margarita
tenía entonces 29 años, Juanito 2, José 4, Antonio 14. Para
Antonio, Margarita es solo la “madrastra”. Además él es un
adolescente tosco, buen trabajador, pero testarudo y celoso.
Margarita es una mamá muy «moderna»: la responsabilidad de la familia descansa en sus hombros. La clásica salida sobre las madres hoy debería sonar: “¡Mamá está sola!”. Hoy las mamás están solas de muchas maneras. Porque tienen un doble trabajo, afuera y en casa, o porque están separadas con los hijos a su cargo, o porque las dejan solas en el papel de educar a los hijos. Mi marido no se interesa de estas cosas, dicen, casi para justificar una distracción que en realidad es una culpa grave. Mamá Margarita ante todo está presente. El suyo es un amor total y efectivo, hecho de pocas palabras, muchas acciones, un ejemplo continuo, una donación absoluta. Campesina analfabeta, es rica de infinita sabiduría y de raro equilibrio. Todos concuerdan en subrayar su papel determinante en la formación de Juanito. Las suyas fueron enseñanzas simples y grandes. Por ejemplo:
Decisión y valentía son los ingredientes para triunfar. Nadie vio nunca a Don Bosco “desalentado”. Y ni siquiera a su madre. En casa todos deben aportar. Margarita acostumbró pronto a los hijos a trabajar en la casa y en los campos. Juan tuvo que arreglarse para costearse los estudios: aprendió a ser sastre, carpintero, camarero, peluquero. También en Valdocco nadie era “mimado”. Cuando un muchacho corría donde Mamá Margarita para que le pegara un botón al saco, ella le pasaba aguja e hilo: “¿Por qué no tratas de hacerlo tú? Hay que aprender algo de todo”.
El temperamento hay que dominarlo. Cada hijo tiene un temperamento diverso que debe aprender a mantener bajo control. Con la dulzura y la paciencia Margarita doblegó a Antonio, tentado por la dureza. Con cuidado siguió la evolución de Juanito: “Juan al actuar poseía ese sentimiento de seguridad en sí mismo que puede transformarse con mucha facilidad en soberbia, y Margarita no vaciló en reprimir los pequeños caprichos ya desde el comienzo, cuando él no podía ser capaz de responsabilidad moral”, recuerda Don Lemoyne.
Peleas e incomprensiones entre hermanos no se resuelven con sermones baratos y discusiones. Mamá Margarita reconoció la parte de razón de Antonio, que no comprendía las ganas de estudiar de Juan, e intervino eficazmente. Aunque tuviera probablemente las lágrimas en los ojos mientras preparaba el atadito del hijo que se iba, para trabajar como criado lejos de casa.
Los hijos tienen un camino en el cual deben ser acompañados. En cuanto comprendió la vocación del hijo, le dijo claramente: “Escúchame bien, Juan. Yo quiero que tú lo pienses bien y con calma. Cuando habrás decidido, sigue tu camino sin verle la cara a nadie. La cosa más importante es que tú hagas la voluntad del Señor. El párroco quisiera que yo te hiciera cambiar idea, porque en el futuro podría tener necesidad de ti. Pero yo te digo: en estas cosas tu madre no tiene que ver. Dios viene delante de todo”. Esto es realmente “dar la vida”.
Alegría y serenidad son la sal de la vida. Margarita velaba, pero no en forma sospechosa y cargante. Sabía reprochar sonriendo y tomar la vida con una pizca de humor. Cuando dejó su pequeño paraíso de los Becchi para seguir a Don Bosco en una periferia triste y de mala fama, cantaba con su hijo: “¡Ay del mundo si nos oye, forasteros y sin nada!”.
Hablar, dialogar, narrar son momentos esenciales de la vida de familia. Y en la pequeña casa de los Becchi había tiempo también para narrar los sueños.
La conciencia moral es una guía fundamental. Ya desde pequeños, los Bosco aprendieron a distinguir el bien del mal, sin hipocresía y sin picardías. Conocían exactamente lo que debían y lo que no debían hacer. En el lecho de muerte Margarita pudo decir al hijo: “Tengo la conciencia tranquila, hice mi deber en todo lo que pude”.
Dios se aprende en familia. La oración, el catecismo, el sentido de la providencia, los sacramentos, las obras de caridad: todo esto Juanito Bosco lo aprendió sobre las rodillas de su mamá. Sobre esas rodillas nació el sistema Preventivo. He aquí el modelo para toda la Familia Salesiana. ■
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