351-400|es|386Palabra de Dios y vida salesiana hoy
  1. CARTA DEL RECTOR MAYOR

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Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,69)



Sumario:

1. Contemplar a Cristo escuchando la Palabra de Dios

2. Escuchar la Palabra de Dios como salesianos

2.1 Don Bosco “sacerdote de la Palabra”

  • Formación bíblica y ministerio pastoral

  • Eficaz utilización pedagógica

2.2 Los jóvenes, lugar y razón de nuestra escucha de Dios

3. “No nos parece bien descuidar la Palabra de Dios” (Hch 6,2)

3.1 Escuchar la Palabra para hacer experiencia de Dios

  • Adorar en silencio

  • Renunciar a hacerse imágenes de Dios

3.2 Escuchar la Palabra para llegar a ser comunidad

  • Reunidos porque estamos salvados

  • Responsables de los hermanos

3.3 Escuchar la Palabra para permanecer fieles

  • Fuente de vida espiritual” (Const. 87)

  • Alimento para la oración” (Const. 87)

  • Luz para conocer la voluntad de Dios en los acontecimientos” (Const. 87)

  • Fuerza para vivir con fidelidad nuestra vocación” (const. 87)

3.4 Escuchar la Palabra para ser apóstoles

  • Lograr crear ambientes de fuerte impacto espiritual

  • Ofrecer una pastoral de procesos de maduración espiritual

4. “Como María, acogemos la Palabra y la meditamos en nuestro corazón” (Const. 87)


Roma, 13 de junio de 2004

Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo



Queridísimos hermanos:


Os escribo en la solemnidad del Corpus Domini, “memorial” del Señor, misterio de su vida ofrecida en la cruz y signo de su amor incondicional a nosotros. Esta fiesta nos recuerda que la Iglesia, como auténtica comunidad de los creyentes, nace de la Eucaristía. Todos quedamos maravillados ante la fantasía inaudita de Jesús, que se encarnó para hacerse “carne” por nosotros y comunicarnos así su vida divina.

Aunque las lecturas del ciclo “C” se esta fiesta nos hacen meditar en el texto de Lucas de la multiplicación de los panes, no podemos dejar de considerar el discurso eucarístico de Juan, que sigue siendo el más penetrante. Nos hace comprender que la Palabra se ha hecho verdaderamente carne y que, por lo tanto, sus oyentes están invitados a ser sus comensales, hoy como ayer.

Espero y deseo que nuestras celebraciones eucarísticas, en las que Jesús nos alimenta en su mesa con el pan de la Palabra y de su Cuerpo, puedan ser fuente de unidad y de fraternidad de nuestras comunidades, fuente de pasión salvadora de los jóvenes; de este modo nosotros podremos dar nuestra vida por ellos, a fin de que ellos tengan vida en abundancia.

Éste fue el secreto de la fuerza y de la santidad de nuestros nuevos beatos, Don Augusto Czartoryski, Sor Eusebia Palomino y Alexandrina da Costa; en particular, esta última vivió los últimos trece años de su vida sin ningún otro alimento que la sagrada comunión. La Eucaristía fue la fuente de la robustez espiritual de nuestros jóvenes santos, Domingo Savio y Laura Vicuña; su fidelidad al Señor se alimentó de su Palabra y de su Cuerpo y llegó a la entrega sin límites, hasta la muerte, a favor de los demás. Éste es también nuestro camino para llegar a ser auténticos discípulos de Jesús.

Ser sus discípulos, compartiendo vida y misión, no es hoy, efectivamente, una ocupación fácil; nunca lo ha sido. Los cuatro evangelistas narran unánimes que a Jesús le fue fácil –hasta demasiado (cf. Mc 1,16-20; Jn 2,1-11)- llamar a algunos a seguirlo, pero que no logró mantenerlos fieles por mucho tiempo a su lado (Mc 14,50; Jn 18,15.27).

El cuarto evangelio nos ha dejado un recuerdo, tan memorable como dramático, de la dificultad que los discípulos más allegados de Jesús encontraron para permanecer con él. Después de la admirable multiplicación de los panes en el monte ante miles de hombres (Jn 6,3-14), y después del improviso y tranquilizador encuentro en el mar agitado, en la oscuridad absoluta (Jn 6,16-21), Jesús en la sinagoga de Cafarnaún se ofreció a la muchedumbre hambrienta y a los discípulos asombrados, como pan de vida bajado del cielo (Jn 6,35.41). Él les pedía que creyeran en su palabra y que comieran su cuerpo. Fue la primera vez, hace notar el narrador, que “muchos de sus discípulos”, viendo la dureza de este discurso y escandalizados, “se echaron atrás y no volvieron a ir con él” (Jn 6,66; cf. 6,60).

Los Doce, interpelados por Jesús, por medio de Pedro expresaron su voluntad de permanecer, no porque hubieran comprendido aquel discurso, sino porque no tenían otros con autoridad como la suya a quienes ir; no porque las palabras de Jesús hubieran sido mitigadas, sino porque habían sido reconocidas como palabras de vida eterna (Jn 6,68). Hoy como ayer, los verdaderos discípulos permanecen con Jesús, a pesar de la dureza de su discurso, porque no hay ningún otro que en verdad merezca su fe y porque sólo sus palabras dan esperanza a los deseos y aseguran una vida sin fin.

Queridos hermanos, desearía muchísimo que todos nosotros pudiéramos escuchar a Jesús como los Doce, mientras, como hicieron ellos, le ayudamos a saciar el hambre –de pan y de Dios- de nuestros jóvenes. Tendría un gran deseo de que le escuchásemos también cuando, como creyentes desorientados o en momentos de apuros, viene a nuestro encuentro mientras estamos inmersos en la oscuridad o sumergidos en el mal. Desearía mucho que todos nosotros dedicáramos un poco más de nuestro tiempo a acoger a Jesús y a oír su palabra, “la única cosa necesaria” (Lc 10,42), porque hemos comprendido por fin que nadie, fuera de Él, tiene las palabras que nos dan esperanza y nos hacen vivir hoy y siempre. Os invito, pues, a caminar desde Cristo, Palabra de Dios.



1. Contemplar a Cristo escuchando la Palabra de Dios


Al presentar los documentos capitulares –y, por tanto, el compromiso del sexenio- os escribía que “el futuro de nuestra vitalidad se juega en nuestra capacidad de crear comunidades carismáticamente significativas hoy”; y, a continuación, añadía que “la condición de fondo es el compromiso renovado de la santidad”1. En efecto, como nos recuerda Juan Pablo II, “aspirar a la santidad es en síntesis el programa de toda vida consagrada, también en la perspectiva de su renovación en los umbrales del tercer milenio”2.

Querría, pues, retomar mis conversaciones con vosotros sobre el tema de la santidad y, dando un paso adelante, detenerme hoy en la “centralidad de la Palabra de Dios en la vida comunitaria y personal”3. El alto grado de la vida cristiana ordinaria, al que estamos llamados, “no se concibe si no es a partir de una renovada escucha de la Palabra de Dios”4. Si, además, “Dios debe ser nuestra primera ocupación” y si “es Él quien nos envía y nos confía los jóvenes”5, deberemos tener su Palabra “diariamente en las manos”6, a fin de que, aprendiendo “la ciencia suprema de Jesucristo (Fil 3,8)”7, “caminemos con los jóvenes para conducirlos a la persona del Señor resucitado” (Const. 34).

Esta carta mía es la continuación del camino que os he indicado precedentemente8. La santidad, que es nuestro “deber esencial”9 y “el don más precioso que podemos ofrecer a los jóvenes” (Const. 25), tiene como misión prioritaria la de decir y dar a Dios a los jóvenes. Además, la nuestra es una santidad consagrada, es decir “memoria viviente del modo de existir y de actuar de Jesús como Verbo encarnado ante el Padre y ante los hermanos”10; “prolongación en la historia de una especial presencia del Señor resucitado”11, una “especie de Evangelio desplegado durante los siglos”12. Para llegar a ser lo que hemos sido llamados a ser, memoria viviente de Cristo, sacramento de su presencia en la historia, manifestación del evangelio al mundo, debemos dedicarnos, con convicción firme y usando los mejores recursos, a la contemplación de Cristo.

Efectivamente, “toda vocación a la vida consagrada ha nacido de la contemplación, de momentos de intensa comunión y de una profunda relación de amistad con Cristo, de la belleza y de la luz que se ha visto resplandecer en su rostro. Allí ha madurado el deseo de estar siempre con el Señor –‘¡qué hermoso es estar aquí!’ (Mt 17,4)- y de seguirlo. Toda vocación debe madurar constantemente en esta intimidad con Cristo”13.

Encontrarse hoy con el Cristo Resucitado no es un sueño irrealizable ni empresa loca; es gracia posible, don al alcance de la mano. Todos podemos encontrarlo, “porque Jesús está presente, vive y actúa en su Iglesia. Él está en la Iglesia y la Iglesia está en Él (cf. Jn 15,1ss; Gal 3,28; Ef 4,15-16; Hch 9,5)... Él está presente en la Sagrada Escritura, que habla de Él en todas sus páginas (cf. Lc 24,27.44-47)”14.

Para venir Él a nuestro encuentro, “cuando se cumplió el tiempo” (Gal 4,4) Dios se hizo hombre en Jesús de Nazaret; pero antes –en el principio- “existía el Verbo” (Jn 1,1). Como Palabra atemporal y como hombre histórico, Dios se encontró con nosotros: en las Escrituras, que son “encarnación” del Verbo de Dios, y en Jesús, que es encarnación del Hijo de Dios, nosotros nos encontramos directamente con Dios, sin intermediarios y personalmente. Biblia y biografía de Jesús no son sino dos caras de la única encarnación: el Verbo de Dios se hizo carne en el seno de María y libro en la Escritura; “allí, cubierto con el velo de la carne, aquí con el velo de la letra”15. Por lo tanto, la Escritura es “un único libro, es decir Cristo: porque toda la Escritura nos habla de Cristo y toda la Escritura encuentra cumplimiento en Cristo”16. Con audacia Ignacio de Antioquia escribe: “Me refugio en el evangelio como en la carne de Cristo”17. Precisamente por esto San Jerónimo afirma: “Quien desconoce las Escrituras no conoce a Cristo”18.

Para conocer a Cristo no podemos hacer otra cosa que acercarnos a la Palabra de Dios. La contemplación de Cristo pasa necesariamente, aunque no exclusivamente, por el conocimiento de las Escrituras: un conocimiento íntimo, personal, que se produce en el corazón, porque “solamente el corazón ve al Verbo”19. Cuando es el corazón del creyente el que lee y cuando son sus ojos los que escrutan20, la Palabra escrita se hace Palabra viva y del encuentro con ella surge la identificación con Cristo. Es éste, precisamente, nuestro primer deber, como ha recordado el Papa a las personas consagradas: “Toda realidad de vida consagrada nace y cada día se regenera en la incesante contemplación del rostro de Cristo. La Iglesia misma recibe su intrepidez de la diaria confrontación con la inagotable belleza del rostro de Cristo, su Esposo. Si todo cristiano es un creyente que contempla el rostro de Dios en Jesucristo, vosotros lo sois de modo especial. Por esto es necesario que no os canséis de deteneros en la meditación de la Sagrada Escritura y, sobre todo, en los santos Evangelios, para que se impriman en vosotros los rasgos del Verbo encarnado”21.

Permanecer en la escucha de la Palabra es, pues, condición para la contemplación de Cristo, que lleva naturalmente al amor; el cual, a su vez, llega libremente y necesariamente a la entrega total que da paso a la acogida exclusiva. Marta aprendió de Jesús mismo “la única cosa necesaria”: dedicarse a la escucha de la Palabra. He aquí la mejor forma de hospedar a Dios (cf. Lc 10,42). “El que me ama –dijo Jesús a los discípulos reunidos en la intimidad de la Última Cena- guardará mi palabra y mi Padre lo amará y haremos morada en él” (Jn 14,23). La familiaridad, que nace del encuentro personal con Cristo, se nutre con la escucha y la práctica de su Palabra (cf. Lc 8,19-21) y se orienta luego hacia la identificación con su persona y su misión. “Los religiosos –pedía ya el Concilio Vaticano II- deben seguir a Cristo como lo único necesario, oyendo sus palabras y dedicándose con solicitud a los intereses de Cristo22.

Con razón el CG25, al afirmar que “hoy más que nunca, nuestras comunidades están llamadas a hacer visible, a los jóvenes, especialmente a los más pobres, la primacía de Dios, que ha entrado en nuestras vidas, nos ha conquistado y nos ha puesto al servicio de su Reino”23, nos ha orientado a “poner a Dios como centro unificador” de nuestra vida común y, por tanto, a favorecer “la centralidad de la Palabra de Dios en la vida comunitaria y personal”24. Ésta es la principal orientación de los tres aspectos fundamentales en los que el CG25 ha centrado su atención25; ha querido así estimular a la Congregación a secundar la invitación de la Iglesia, repetida tantas veces, de una vuelta a la escucha de la Palabra, para familiarizarse con las exigencias de Cristo y ser familia de Dios (cf. Mc 3,31-35).

Si, por tanto, “la vida espiritual debe ocupar el primer lugar” en nuestra vida consagrada, si de esta opción prioritaria... dependen la fecundidad apostólica, la generosidad en el amor a los pobres y el mismo atractivo vocacional ante las nuevas generaciones”26, no hay duda de que la primera fuente de ella es la Palabra de Dios. Ésta “alimenta una relación personal con el Dios vivo y con su voluntad... De la meditación de la Palabra de Dios, y de los misterios de Cristo en particular, nacen... la intensidad de la contemplación y el ardor de la actividad apostólica”27.



2. Escuchar la Palabra de Dios como salesianos


Entre nosotros, salesianos, es convicción firme que, aunque “el evangelio es único e idéntico para todos”, existe “una lectura salesiana del Evangelio, y de ella nace una forma salesiana de vivirlo”28. Al evangelio se han referido constantemente los fundadores para acoger la vocación, discernir el carisma e individuar la misión propia de sus Institutos29. También Don Bosco “miró a Cristo para intentar parecérsele en los rasgos que mejor respondían a su misión providencial y al espíritu que debe animarla”30; en el artículo 11 de las Constituciones se enumeran, precisamente, estos rasgos de la figura del Señor a los que somos más sensibles al leer el Evangelio”.

Nos sentimos agradecidos a Dios, porque sabemos que es “don del Espíritu Santo” haber descubierto las “mismas percepciones evangélicas” –es decir, aquel “cierto ‘modo salesiano’ de intuir el rostro y la misión de Cristo”31- que tenía Don Bosco. En su tiempo él “hizo su lectura salesiana; después de él, en su corriente, a su luz, en espíritu filial, nosotros debemos hacer hoy, para nuestra vida actual, nuestra lectura salesiana del Evangelio”32. Este acercamiento a la Palabra de Dios, específicamente salesiano, pertenece a aquella “sensibilidad carismática” de la que nosotros, como os escribí, “somos conscientes y nos sentimos orgullosos”33. Me atrevería a decir más, y para hacerlo tomo las palabras del CGE: “nuestro patrimonio espiritual está antes que nada en esta lectura del Evangelio”34.

Conocer más profundamente al Cristo del Evangelio, en el modo con que Don Bosco lo comprendió, dará garantía de salesianidad a nuestra contemplación de Cristo; es precisamente lo que he tratado de hacer recientemente, invitándoos a vivir como salesianos “contemplando a Cristo con la mirada de Don Bosco”35. La experiencia personal de Cristo, que Don Bosco vivió, es la clave para la interpretación salesiana de la Palabra de Dios; esto significa que la vida y la obra de Don Bosco son para nosotros “una Palabra de Dios encarnada”36, una lectura vivida y carismáticamente normativa de la Palabra de Dios.


2.1 Don Bosco, “sacerdote de la Palabra”


En el tiempo en que vivió Don Bosco, la Biblia no tenía una presencia fuerte en el contexto eclesial y cultural; la Escritura no era considerada el primero entre los libros de la fe. Aun no estando ausente del todo de la vivencia cristiana, se llegaba a ella indirectamente a través de la meditación eclesial, casi exclusivamente litúrgica o catequética; en su interpretación se privilegiaba más la aplicación edificante y el sentido acomodado37.


-Formación bíblica y ministerio personal


La enseñanza religiosa que Mamá Margarita impartió o, mejor, hizo respirar a Juanito, aunque tal vez no tenía referencias explícitas a la Biblia, estaba empapada de sensibilidad y de resonancias bíblicas, que expresaban “el sentimiento vivo de la presencia de Dios, la sencilla admiración de sus obras en la creación, la gratitud por sus beneficios, la conformidad con su santa voluntad, el temor de ofenderlo”38. El Dios de Don Bosco es, como el bíblico, un Dios personal, que se oculta más allá de la realidad, de la que es origen y meta; es un Dios al que se llega en los acontecimientos, del que se habla narrando hechos, al que se sirve en lo cotidiano39.

De la formación bíblica de Don Bosco durante los años del Seminario se pueden deducir escasos elementos y poco significativos; el estudio de la Sagrada Escritura debía tener una importancia bastante marginal. En las Memorias del Oratorio, Don Bosco enumera una serie de lecturas bíblicas en las que él se había comprometido y alude a su amor a las lenguas griega y hebrea40; de los frutos de este estudio las Memorias Biográficas ofrecen varios testimonios, tal vez con alguna exageración41. En los escritos de Don Bosco encontramos numerosas citas de la Escritura: pero su aplicación es, ordinariamente, de carácter edificante: Cuando la Escritura no es incorporada como página narrativa, sino como sentencia sumamente acreditada, en general es asumida en sentido moral, muchas veces en sentido extensivo (...) o audazmente acomodaticio (...)”42.

Solicitado como predicador por tener “gran facilidad para exponer la palabra de Dios”, Don Bosco afirma, además, que su modo de predicar “comenzaba con un texto escriturístico”; la eficacia de su palabra se debía, además de a la doctrina y a la acentuación espiritual, a la costumbre de “apoyarse en la S. Escritura y en los Santos Padres”43.. Hay que recordar, porque es significativo, que la gracia pedida “fervorosamente” en su primera misa fue la eficacia de la palabra; “me parece –escribió hacia el final de su vida- que el Señor oyó mi humilde plegaria”44.

Aunque no excluya que la Biblia es “la palabra de Dios” por excelencia, Don Bosco, como sus contemporáneos, utiliza ordinariamente la expresión para indicar toda la enseñanza de la Iglesia45. Cristiano, escribe, es el que tiene “la Divina Palabra como guía”46. “La palabra de Dios se llama luz porque ilumina al hombre y lo dirige en el creer, en el obrar y en el amar. Es luz porque desmenuzada y bien enseñada muestra al hombre qué camino debe seguir para alcanzar la vida eterna y feliz. Es luz porque calma las pasiones de los hombres, las cuales son las verdaderas tinieblas, tinieblas fuertes y peligrosas, tanto que no pueden clarearse sino por la palabra de Dios. Es luz porque, predicada debidamente, infunde las luces de la gracia divina en el corazón de los oyentes y les hace conocer la verdad de la fe”47.


-Eficaz utilización pedagógica


La relativa importancia del estudio de la Sagrada Escritura durante los años de seminario hace ahora más impresionante –y muy sugestivo- el modo como Don Bosco supo valorizar el dato bíblico en su actividad educativa. La referencia a la “palabra de Dios” en su pedagogía fue constante; Don Bosco construyó la santidad de sus jóvenes sobre una sólida evangelización, fundada en la “palabra de Dios” e iluminada por ella.

En la vida de Domingo Savio, cuando Don Bosco describe su crecimiento espiritual, hace notar en un determinado momento: “Tenía siempre presente que la palabra de Dios es la guía del hombre en el camino del cielo”. Hablando del interés de Domingo por hacerse explicar lo que en la Sagrada Escritura no comprendía, añade: “De aquí arrancó aquella vida ejemplarísima y aquella exactitud en el cumplimiento de sus deberes, que difícilmente pueden superarse”48. Y, efectivamente, en el reglamento de la Compañía de la Inmaculada, redactado por Domingo, en el punto 12º se lee: “Acogeremos con avidez la santa palabra de Dios y repensaremos las verdades oídas”49.

La obra en que Don Bosco demuestra mayormente su sensibilidad bíblica en perspectiva educativa es ciertamente la Historia Sagrada. En el Prefacio él motiva la edición de una nueva Historia Sagrada, evidenciando ante todo los defectos de otras en circulación: demasiado voluminosas o demasiado breves, carentes de referencias cronológicas y de sensibilidad pedagógica. Además, presenta en positivo las cualidades de su texto: presentación cuidada de todas las noticias más importantes de los libros sagrados; atención para no despertar en los jóvenes ideas menos oportunas; facilidad para que el texto pudiera valer para cualquier joven, hasta el punto de poder decirle: toma y lee. Don Bosco añade que ha llegado a este resultado después de una larga y concreta experimentación en contacto con los jóvenes, estudiando con atención las reacciones que en ellos podía despertar su presentación50.

Otro texto que revela la importancia que Don Bosco daba a la Biblia es El Joven Cristiano, un texto del que se ha dicho que “para la ascética tiene el mismo valor que las páginas del ‘Sistema Preventivo’ tienen en pedagogía”, que es “el programa y pregón de la espiritualidad propuesta por Don Bosco a los jóvenes, programa al que se mantiene fiel hasta el fin de su vida”51. Don Bosco mismo lo presenta como “libro de devoción adecuado a los tiempos”. Escribe: “Traté de escribir un libro, basado en la Biblia..., que expusiese los fundamentos de la religión católica de la forma más breve y clara posible”52. En verdad, analizando las indicaciones que Don Bosco da a los jóvenes, se constata que están “apoyadas” en más de 40 citas bíblicas, si bien no todas son explícitas.

Una especial “tonalidad bíblica” de fondo ha sido puesta de relieve por un historiador un poco crítico en el modo mismo de narrar que tenía Don Bosco53. Como buen educador y comunicador elocuente, Don Bosco supo servirse con fantasía de los medios de comunicación que tenía a disposición: juego, música, teatro, paseos, liturgia, fiestas... Uno de ellos eran las inscripciones, sacadas de la Biblia, que quiso estuvieran puestas dentro de los pórticos de Valdocco. “Quería –comenta su biógrafo- que hasta las paredes de su casa hablasen de la necesidad de salvar el alma”54.

Determinante para recurrir Don Bosco a la Biblia en su obra educativa fue, creemos, la razón teológica: la Biblia es el libro sagrado por excelencia. Además, tuvieron su peso también otros motivos: la educación recibida en familia, saturada de religiosidad genuina y, por eso, sustancialmente bíblica; sus misteriosas experiencias de lo sobrenatural, que se manifiestan por ejemplo en los sueños y que son marcadamente bíblicas; su temperamento y su inclinación a estudios positivos, tanto históricos como exegéticos; un poco menos, tal vez, el planteamiento cultural y la experiencia formativa del Seminario. En él el recurso a la Biblia tiene una finalidad moral y educativa: sirve para orientar rectamente la respuesta del hombre a la acción de Dios.

Como sacerdote y pedagogo, Don Bosco puso la Palabra de Dios en el centro de su trabajo apostólico, hasta el punto de ser llamado “sacerdote de la palabra”. “Obrero de la palabra es quien hace con la palabra obra propia, por gusto y por voluntad; sacerdote de la palabra, por el contrario, llamaremos al que ejerce con la palabra un ministerio, el ministerium verbi... , un uso sagrado de la palabra, practicado en nombre de Dios y en servicio espiritual del prójimo, por deber de vocación”55.


2.2 Los jóvenes, lugar y razón de nuestra escucha de Dios


¡Servir a la Palabra por deber de vocación! He ahí una acertada y oportuna descripción de la meta, y del motivo, de la evangelización salesiana, la cual, obviamente, exige una previa lectura salesiana del evangelio. Nosotros, Salesianos, “evangelizadores de los jóvenes”, ha escrito el CG21, “compartimos esta obra si, ante todo, aceptamos la evangelización de nosotros mismos... Inmersos en el mundo, nos vemos frecuentemente tentados por ídolos y sabemos que necesitamos oír constantemente la palabra de Dios, de convertirnos a sus exigencias”56.

¿Cómo leer el evangelio y por qué hacerlo como salesianos? Para leer hoy el evangelio como Don Bosco y actualizar sus opciones, debemos sentirlo dentro de la tradición salesiana nacida de él; es ahí donde se han mantenido y desarrollado, profundizado y realizado, sus intuiciones evangélicas. “La fidelidad dinámica y viva de la Congregación a su misión (de Don Bosco) en la historia”57 es el primero y el mejor aval para garantizar la salesianidad de nuestra escucha de la Palabra de Dios.

La lectura salesiana de la Escritura no dependerá sólo de una cuidadosa exégesis científica, por muy fundada y actualizada que sea, sino, ante todo, de la fidelidad renovada a nuestra misión: los jóvenes (Const. 3). Sus necesidades mueven y orientan nuestra acción pastoral (Const. 7); y nosotros, “con Don Bosco reafirmamos nuestra preferencia por la juventud pobre, abandonada y en peligro, la que tiene mayor necesidad de ser querida y evangelizada” (Const. 26). El salesiano, que leyendo la Biblia quiere escuchar a Dios, se pone a oír la voz de los jóvenes, sus necesidades y sus aspiraciones, sus silencios y sus esperanzas, sus carencias y sus sueños; los jóvenes son, en efecto, “la otra fuente de nuestra inspiración evangelizadora”58.

Enviado a los jóvenes por Dios” (Const. 15), el salesiano se hace presente entre ellos con “una actitud de fondo: la simpatía y la voluntad de entrar en contacto con los jóvenes” (Const. 39). La misión lo llevará a “llegar a los jóvenes en su ambiente y a acompañarlos en su estilo de vida” (Const. 41); los acogerá “tal como se encuentra el desarrollo de su libertad” (Const. 38). Esta irrenunciable presencia abre al salesiano “al conocimiento vital del mundo juvenil” (Const. 39); así el salesiano, “sumergido en el mundo y en las preocupaciones de la vida pastoral”, aprende a “encontrar a Dios en aquellos a quienes es enviado” (Const. 95) y a “reconocer la acción de la gracia en la vida de los jóvenes” (Const. 86), como hizo Don Bosco.

Por esto, no podemos nunca desterrar de nuestros corazones o abandonar en nuestras obras a los jóvenes. Ellos son la “patria de nuestra misión”59. Forman parte de nuestro “credo” salesiano: “Nosotros creemos que Dios nos está esperando en los jóvenes para ofrecernos la gracia del encuentro con Él y disponernos a servirle en ellos, reconociendo su dignidad y educándolos en la plenitud de la vida. La tarea educativa resulta ser, así, el lugar privilegiado de nuestro encuentro con Él”60. Si queremos vivir contemplando a Dios, si estamos dispuestos a oír su voz y a escuchar su Palabra, debemos permanecer con los jóvenes, estar en medio de ellos. Entonces Dios nos hablará claro. En efecto, “estamos entre los jóvenes, porque Dios nos ha enviado a ellos, y escrutamos su condición juvenil en toda su problemática porque, a través de ella, es Cristo mismo quien nos interpela61.

Para encontrarse con Dios y escuchar su Palabra, no hay, pues, necesidad de dejar a los jóvenes, afectiva y/o efectivamente, y de abandonar la misión salesiana; ésta, realizada en representación y bajo el mandato de Cristo, es el mejor motivo para ir a Él y permanecer con Él. ¡Nunca, ni siquiera en los momentos más contemplativos, puede desaparecer del horizonte de la comunidad salesiana la visión de los jóvenes que salvar!62. Cuando Jesús acogió a sus discípulos que volvían entusiastas de su primera misión apostólica, antes de invitarlos a un lugar tranquilo para descansar, les dejó contar “todo lo que habían hecho y enseñado” (Mc 6,30). Estar con los jóvenes, sentir sus urgencias y consentir a sus demandas, no puede ser obstáculo ni excusa verdadera, para buscar a Dios y acoger su Palabra. ¿De quién aprenderemos la compasión hacia los jóvenes pobres, abandonados y en peligro, si no contemplamos la pasión de Cristo por ellos y no sentimos las “muchas cosas” que Él tiene que decirnos (cf. Mc 6,34)?

Pues bien, imitar a Don Bosco, ministro de la Palabra, y reconocernos como “misioneros de los jóvenes”63, son las condiciones previas y necesarias para escuchar a Dios como salesianos y contemplar a Cristo. Lo decía ya el CGE con otras palabras: “conocer más profundamente al Cristo del Evangelio y el modo con que Don Bosco lo ha comprendido e imitado... nos hace capaces de reactualizar las intuiciones evangélicas del espíritu salesiano y de potenciarlas según las nuevas posibilidades y las inmensas necesidades del mundo actual”64.



3.“No nos parece bien descuidar la palabra de Dios” (Hch 6,2)


Siempre me ha parecido sugestivo y clarividente el relato del libro de loa Hechos, en el que se narran las dificultades surgidas en las primeras comunidades cristianas y la inmediata y paradigmática reacción apostólica: “No nos parece bien descuidar la palabra de Dios para ocuparnos de la administración. Por tanto, hermanos, escoged a siete de vosotros, hombres de buena fama, llenos de espíritu de sabiduría, y los encargaremos de esta tarea; nosotros nos dedicaremos a la oración y al servicio de la palabra” (Hch 6,2-4).

La Iglesia de Jerusalén, por el éxito conocido en la obra de evangelización (Hch 2,14-41; 3,12-26; 5,12-16), debió afrontar pronto la hostilidad de la autoridad (Hch 4,1-22; 5,7-33), y sufrir graves problemas internos, que pusieron a prueba su vida fraterna (Hch 2,41-47; 4,32-35) e incluso su supervivencia. La crisis interna de la comunidad fue en realidad más peligrosa que las persecuciones: el choque que ponía en peligro el vivir juntos los dos grupos étnicos de creyentes –“helenistas” y “hebreos”- era sobre todo de origen social (Hch 6,1). Frente a la amenaza de división en la comunidad, los apóstoles decidieron crear algo nuevo, el diaconado –la primera institución eclesial- un servicio a las mesas comunitarias, que resanase la fraternidad y asegurase la unidad. Desde entonces, no teniendo ya que ocuparse en la diaria distribución de bienes, determinaron dedicarse exclusivamente al ministerio apostólico. De una crisis comunitaria surgió así no sólo un nuevo ministerio eclesial a favor de la caridad, sino, sobre todo, se realizó una verdadera “conversión” en los apóstoles, que volvieron a sus competencias más específicas: la práctica de la oración y el ministerio de la palabra.

Además de ser ejemplar, aquella reacción apostólica tiene también hoy valor normativo. Recordemos el episodio precisamente porque es palabra de Dios. Quien en la comunidad cristiana se dedica a la predicación, pone a salvo la unidad de la fe restaurando la caridad; pero luego es necesario que vuelva a las actividades que mejor le caracterizan: orar y servir a la Palabra. Los apóstoles, que ven amenazados sus esfuerzos de evangelización, se ven obligados a volver a lo esencial; algunas tareas pueden delegarse a otros, nunca la oración y la predicación. Ni siquiera la preocupación por la vida común puede llevar a un apóstol a descuidar oración y palabra de Dios; cualquier otra tarea asumida, aunque sea urgente, debe pasar a otras manos. Para los Doce estaba claro que tenían el deber de custodiar y garantizar la vida común de los creyentes, pero sin descuidar oración y Palabra; de lo contrario, habrían traicionado el ministerio apostólico que se les había confiado.

Alguno de vosotros podría aludir al hecho –que, si advertido, no siempre es bien comprendido- que parecería contradecir cuanto estoy escribiendo: en nuestras Constituciones, en efecto, el capítulo VII, que trata “de la oración salesiana, entendida en su significado más profundo de diálogo con el Señor”, ha sido colocado al final de la segunda parte, “como síntesis final de toda la descripción del proyecto salesiano”65.

Pues bien, “sería un error interpretar tal colocación como menoscabo de la importancia de la oración, al ver que se trata ‘después’ de los temas de la misión (cap. IV), de la comunidad (cap. V) y de los consejos evangélicos (cap. VI). Al contrario, al asignar a la oración este puesto final, el CG22 quiso mostrar que la vida consagrada-apostólica del salesiano...tiene un carácter tan sobrenatural, es tan superior a nuestra buena voluntad, que es imposible e irrealizable sin el Espíritu Santo, sin la gracia de Dios... Se sugiere, además, que todos los quehaceres concretos de la vida y de la acción del salesiano están destinados a “desembocar” en la oración y “hacerse” también ellos comunión profunda con Dios”66

La oración es el alma del apostolado, pero también el apostolado vivifica y estimula la oración”67. No hay, pues, contradicción entre misión y contemplación, vida apostólica y vida de oración; al contrario, aquélla brota de ésta y de ésta se alimenta; en efecto, nuestro proyecto de vida y nuestra misión apostólica han nacido de Dios (cf. Const. 1) y en Dios siempre renacen. Es así como la vida de oración, que para nosotros es don de Dios y respuesta a Él (cf. Const. 85), mantiene la íntima unión con todo elemento de nuestra vocación y es su estímulo permanente: quien deja de escuchar a Dios, quien no tiene tiempo para Él, antes o después dejará a los jóvenes (acción pastoral), descuidará la vida común (comunión fraterna) y abandonará el seguimiento de Cristo (consejos evangélicos). Queridos hermanos, volvamos a Dios, “teniendo diariamente en nuestras manos la Sagrada Escritura” (Const. 87) y la misión salesiana volverá a ser para nosotros alegría y razón de nuestra vida consagrada.


3.1Escuchar la Palabra para hacer experiencia de Dios


Para cuantos creen, escuchar a Dios no es ocupación de cuando en cuando, ni un pasatiempo de distracción, sino necesidad ineludible. El rasgo que mejor define al Dios verdadero es su voluntad de manifestarse, su empeño en venir al encuentro de los hombres mediante su palabra, antes y repetidas veces por medio de los profetas, luego y de modo definitivo en el Hijo (Hb 1,2). “En esta revelación, Dios invisible (cf. Col 1,15; 1 Tim 1,17), movido de amor, habla a los hombres como amigos (cf. Ex 33,11; Jn 15,14-15), trata con ellos (cf. Bar 3,38) para invitarlos y recibirlos en su compañía”68.

La Palabra no sólo revela la existencia de Dios, sino que es, ante todo, su misma esencia: Dios es Verbo (Jn 1,1-4); al contrario de los dioses falsos, “que tienen boca, y no hablan...; no tiene voz su garganta” (Sal 113 B, 5.7), el único Dios tiene una voz vigorosa, majestuosa, transformadora, vibrante (cf. Sal 28,3-9); a diferencia de los ídolos mudos (1 Cor 12,2), que vuelven mudos a sus servidores (cf. Sal 113 B,8), Dios hace hablar a quien lo escucha: ¡sus oyentes se convierten en profetas! (Am 3,8; cf. Jer 1,6.9; Is 6,5-7; Ez 3,1). Y, mientras llega el día en que veremos a Dios “cara a cara” (1 Cor 13,12), nos estimula la certeza de que nosotros no debemos buscar en vano, como si Él hablase en secreto (Is 45,19); alcanzamos, en cambio, a Dios en su Palabra y lo encontramos en su Hijo: “A Dios nadie lo ha visto jamás; el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer” (Jn 1,18).

Para acercarse y encontrarse con la Palabra, se requieren actitudes espirituales particulares: no basta “hacer presente la Palabra en su desnuda objetividad, para que se haga presente la potencia misma de Dios”69; al Dios que habla “el hombre tiene que someterse con la fe”70. Para encontrar a Dios tenemos, pues, necesidad de someternos a la disciplina de la escucha, que impone dos actitudes de fe hoy no demasiado apreciadas, pero que aseguran indefectiblemente el encuentro con el Dios Palabra: la adoración silenciosa como condición previa y la renuncia a hacerse imágenes de Dios.


-Adorar en silencio


Calla y escucha, Israel” (Dt 27,9). El tono imperioso del mandato bíblico no deja lugar a dudas: quien quiere escuchar a Dios, debe amar el silencio. San Juan de la Cruz explica así esta regla de vida espiritual: “El Padre pronunció una Palabra, que fue su Hijo, y siempre la repite en un eterno silencio; por eso, ésa debe ser escuchada en silencio por el alma”71. La supremacía de Dios es reconocida y aceptada por el creyente, ante todo, “con la adoración silenciosa y con la oración prolongada”72.

El comentario al artículo 87 de nuestro Proyecto de Vida es muy explícito: “La primera actitud de la comunidad orante no es la de hablar: como para cualquier creyente, es ante todo la de callar para escuchar”73. Permanecer en silencio delante de Dios no es tiempo perdido, vacío de trabajo y de sentido, sino expresión del estupor que Él provoca en nosotros y signo de la adoración y del respeto que Él merece. Sin silencio exterior, ausencia de voces, sonidos y rumores, y sobre todo sin aquel silencio interior, que hace callar nuestros deseos y la voluntad de vivir por y para sí mismos, no encuentra en nosotros espacio la Palabra de Dios, ni acogida cordial: El Maestro, decía San Agustín, habla dentro del corazón, enseña en la intimidad, haciendo inútiles la voces que vienen de fuera74.

Si por parte de Dios en el principio existía la Palabra y en esta Palabra se nos ha dado gracia y verdad (Jn 1,1.14), por nuestra parte el silencio reverente y acogedor debe estar en el comienzo. Es éste un silencio activo, que está a la espera de la Palabra deseada y se separa de todas las demás voces; es un silencio lleno, que sabe que está en la presencia de un Dios adorable y permanece, como el esclavo, con los ojos dirigidos hacia su señor (cf. Sal 122,2). “Qué puede decir Dios al hombre, con cuánta intensidad, con qué fuerza comunicativa, no puede ser anticipado, determinado, decidido por el hombre. La única anticipación, la única decisión que compete al hombre es la del silencio lleno de esperanza, de respeto, de obediencia”75. Para vivir hoy como creyentes, se debe poder convivir con el silencio; llenar la vida de palabras y estruendo es tomar el camino de la incredulidad: “Cada uno está invitado a redescubrir en el silencio y en la adoración su llamada a ser persona delante de un Tú personal que lo interpela con su Palabra”76.


-Renunciar a hacerse imágenes de Dios


¿Con quién compararéis a Dios? ¿Qué semejanza le podéis encontrar?”, pregunta Isaías (40,18). Puesto que Dios es Palabra (Jn 1,1), la escucha es el único modo de encontrarlo, la conversación la forma de entretenerse con Él. El verdadero Dios no se deja ver, ni siquiera por los amigos más íntimos (cf. Es 33,18-20), los que, como Moisés, han logrado hablar con Él “cara a cara” (Es 33,11; Dt 34,10). Es más, el verdadero Dios prohíbe taxativamente incluso que se hagan imágenes de Él (Ex 20,4; 2 Re 11,18).

Al creyente le está prohibido procurarse imágenes de Dios, sean las fabricadas con sus propias manos, sean las concebidas con la imaginación (Dt 4,16-18; 1 Re 14,9; Os 13,2) o con los deseos del corazón (cf. Es 32,1); nada de cuanto es hechura de manos humanas (Sal 113 B,4) puede reflejar la gloria del Dios vivo. Hacerse una imagen de Dios es convertirlo en un ídolo sin vida (Sal 113 B,2-4). Forjar una representación de Dios a medida de las propias necesidades no libera ni produce alivio (Ex 32,1-8), es más, aumenta la fatiga. Israel, que quiere un dios “que vaya delante” de él (Ex 30,2), se ve luego forzado a transportar lo que tiene pies, pero no puede caminar (cf. Am 5,26). He ahí la trágica consecuencia de no acoger a Dios Palabra: se termina por crearse imágenes de Dios y convertirse en obra de la propia mente y de las propias manos: mudo, ciego, sin aliento ni vida (Sal 113 B,8).

Quien quiere sentir a Dios debe escucharlo, es decir, “ver la Palabra” (cf. Dt 4,9), “mirando las Escrituras como el rostro de Dios”, “aprendiendo a reconocer en ellas el corazón de Dios”77. El encuentro con Dios en la Biblia es un acontecimiento sensible, pero no visual; no son los que ven, sino los que escuchan la Palabra y la conservan, quienes logran encontrar a Dios y llegar a ser sus íntimos. San Agustín afirma que sólo los ojos del corazón logran ver el corazón de la Palabra78. Para guiarnos con su Palabra, para alimentarnos con sus promesas, Dios no permite que nos fabriquemos figuras suyas.


3.2. Escuchar la Palabra para llegar a ser comunidad


Dios congrega nuestra comunidad y la mantiene unida con su invitación, con su Palabra y su amor” (Const. 85). Esta afirmación constitucional refleja fielmente una convicción fundamental de la fe bíblica, la que más explícitamente repite el artículo 87: “El pueblo de Dios es congregado, en primer lugar, por la Palabra de Dios vivo”.

En efecto, cuando Dios habla, reúne a los que le escuchan; su pueblo nace convocado por la Palabra y en su escucha permanece congregado. Antes de entrar en la tierra prometida, Moisés advirtió a todo Israel: “Hoy te has convertido en el pueblo del Señor tu Dios. Escucharás la voz del Señor tu Dios” (Dt 27,9-10). Y Jesús declaró familiares suyos no a los que, permaneciendo fuera, mandaban a llamarlo, sino a los que, alrededor de él, lo escuchaban y hacían lo que él decía (Mc 3,31-35). Permanecer oyendo a Dios es el origen y la causa del vivir juntos. Se es creyente acogiendo la Palabra de Dios y se permanece como creyentes viviendo la fe en común.


- Reunidos porque estamos salvados


La vida en común es para el pueblo de Dios el modo de vivir la salvación de Dios; vivir reunidos significa ser salvados de los males y libres de sí mismos. Israel aprendió esto a través de un largo y amargo tirocinio en el desierto (Ex 17,1-17.25): en una tierra de nadie, sólo Dios lo podía mantener unido y libre (Dt 7,4; 8,14; 11,2-28); sólo alimentado por su Palabra logró sobrevivir (Dt 8,3); y cuando los profetas sueñen una nueva salvación, anunciarán una nueva y definitiva reagrupación de los dispersos (Is 43,5; Jer 23,3; 29,14; 32,27; Ez 11,17; 34,14; 36,24), que se cumplirá cuando uno tendrá que morir por toda la nación, “para reunir a los hijos de Dios dispersos” (Jn 11,52).

Si de la escucha de la Palabra nace el pueblo de Dios, nadie puede engañarse pensando que oye a Dios sin sentirse miembro de la comunidad de sus oyentes. Puesto que la Palabra de Dios escuchada hacer surgir la comunidad, la mejor forma de responder a Dios es la de hacerse responsable de la vida común. Este criterio nos invita a robustecer el sentido de pertenencia a la comunidad, que se ha congregado “por medio de la Palabra de Dios” (Const. 87), a ir al encuentro de Él acompañados por los hermanos, a escucharlo juntos. Sólo en la comunidad, nacida y mantenida por la Palabra de Dios, se puede acceder a ella; en efecto, sólo en asamblea nosotros, creyentes, confesamos que la lectura de la Escritura es Palabra del Dios vivo.

Evitar el diálogo entre hermanos, huir del vivir juntos, esquivar la convivencia cotidiana y la oración común, hace que no sólo los hermanos nos parezcan lejanos, sino que también Dios nos resulte extraño, uno que a fin de cuentas no significa mucho. Diversa es la experiencia de quien siente a Dios porque se siente hermano y encuentra alegría en el compromiso de vivir juntos y escuchar a Dios. El Génesis nos recuerda que la pretensión de Adán de esconderse de Dios, su rechazo de encontrarlo y responderle (Gn 3,8-9), le hizo experimentar el fruto amargo de la muerte de sus seres queridos y la ruptura de la unidad de su familia. Dios y su Palabra hacen posible la vida juntos, porque nos hacen descubrir hermanos. La vida fraterna depende, sí, de la buena voluntad y colaboración de todos los miembros de la comunidad, pero sobre todo de la escucha común de Dios: “La fraternidad no es sólo fruto del esfuerzo humano, sino también, y sobre todo, don de Dios; un don que exige la obediencia a la Palabra de Dios”79.


-Responsables de los hermanos


La comunidad, lugar de la escucha de Dios, es, pues, también espacio de fraternidad; a ella estamos invitados, en ella se nos han confiado hermanos a quienes amar (cf. Const. 50). No hay que maravillarse, por tanto, de que, cuando viene Dios para encontrarnos, nos pida cuenta de nuestros hermanos. Ésta ha sido la experiencia de Caín (Gn 4,9) que, no aceptando la misión de ser custodio de su hermano Abel, rechazó la compañía de Dios (Gn 4,10), aunque esto no lo libró de Dios ni de sus interrogatorios.

Dándonos “hermanos a quienes amar”, Dios nos ha confiado su custodia como deber. Nuestra obediencia a Dios encuentra su banco de prueba en nuestra responsabilidad hacia los hermanos que se nos han confiado. Por una parte, es muy hermoso que Dios se tome cuidado de nosotros, poniéndonos en el camino del amor como camino de crecimiento, el camino más excelente según San Pablo (1 Cor 12,31). Por otra, es una advertencia cuanto le sucedió a Caín: quien no sabe responder de su hermano, se transforma en extranjero en su tierra y en la propia casa (Gn 4,14).

Si prestamos a nuestros hermanos la atención que merecen, especialmente a los que están o se sienten lejanos, además del hecho de manifestarnos como buenos pastores, encontraremos el puesto y las palabras para conversar con Dios. En el Discurso de la Montaña Jesús nos recuerda que el encuentro con Dios exige, como condición previa, una fraternidad no fragmentada o, si rota, restaurada (cf. Mt 5,20-24).

Como afirma la primera carta de Juan, “quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve” (4,20). Aceptar a quien vive a nuestro lado como a “alguien que nos pertenece”, sujeto a quien van nuestras atenciones, nos dispone favorablemente a atender a Dios y recibir sus atenciones. Si queremos hacer de nuestra vida común lugar de la escucha de Dios, ésa debe ser, antes y siempre, casa donde el hermano es acogido con corazón abierto., aceptado como es, provisto de lo que necesita, sostenido en los momentos de dificultad (cf. Const. 52).


3.3 Escuchar la Palabra para permanecer fieles


La fe nace del mensaje”, escribía San Pablo a los Romanos (Rm 10,17) El acercamiento orante a la Palabra de Dios constituye “la raíz de la espiritualidad de la Iglesia, la raíz de la espiritualidad cristiana, y no es exclusiva de una o de otra espiritualidad. Una espiritualidad cristiana no basada en la Escritura difícilmente podrá sobrevivir en un mundo complejo como el moderno, en un mundo difícil, fragmentado, desorientado”80. También nosotros, salesianos, con dificultad lograremos mantenernos como creyentes hoy, si no hacemos de la escucha de la Palabra de Dios la primera ocupación de nuestra vida, la fuente de nuestra misión. Lo reconoció ya con audaz sinceridad el CGE cuando advertía que el salesiano, en la multiplicidad de sus ocupaciones, puede encontrar obstáculos para la escucha. “Tentado por la prisa y amenazado por la superficialidad, encontrará el secreto de su renovación, sobre todo, en la Palabra de Dios, seriamente profundizada”81.

Para despertar y alimentar la fe, “es necesario que la escucha de la Palabra se convierta en un encuentro vital”, aquel precisamente “que permite encontrar en el texto bíblico la palabra viva que interpela, orienta y modela la existencia”82. “Es allí, en efecto, donde el Maestro se revela, educa el corazón y la mente. Es allí donde se madura la visión de fe, aprendiendo a ver la realidad y los acontecimientos con la mirada misma de Dios, hasta tener ‘el pensamiento de Cristo’ (1 Cor 2,16)”83. ¿Qué otra cosa es la fe, sino contemplarse a sí mismos y escrutar la realidad con la mirada de Dios? Y para ver la realidad como la ve Dios, es preciso escuchar también el parecer de Dios, acoger su Palabra. Acogida la Palabra, “viva y eficaz” como es (Hb 4,12), ésta se convierte en vida nuestra y las promesas de Dios se realizan en nosotros y por medio de nosotros en el mundo.

Os comento ahora brevemente “los beneficios de la Palabra escuchada con fe”84, como están presentados en nuestra Regla de Vida (cf. Const. 87).


-“Fuente de vida espiritual” (Const. 87)


La Palabra de Dios es la primera fuente de toda espiritualidad cristiana. Ella alimenta una relación personal con el Dios vivo y con su voluntad salvífica y santificadora”85. De la escucha de la Palabra surge la vida en el Espíritu; bajo su acción “se defienden con denuedo los tiempos de oración, de silencio, de soledad, y se implora de lo Alto el don de la sabiduría en las fatigas diarias (cf. Sab 9,10)”86; y es así como “la persona consagrada encuentra su identidad y experimenta una serenidad profunda, (y) crece en la atención a las insinuaciones cotidianas de la Palabra de Dios”87.

Instrumento de excepción para el crecimiento en la escucha de la Palabra es la lectio divina; ésta es un método de lectura creyente de la Escritura, usado desde el nacimiento de los Institutos de vida consagrada, que en ella ha sido tenida en la “más alta estima. Gracias a ella, la Palabra de Dios llega a la vida, sobre la cual proyecta la luz de la sabiduría que es don del Espíritu”88. Con razón, el CG25, en la primera orientación operativa acerca del testimonio evangélico, exhorta a la comunidad salesiana a “poner a Dios como centro unificador de su ser y a desarrollar la dimensión comunitaria de la vida espiritual, favoreciendo la centralidad de la Palabra de Dios en la vida comunitaria y personal, mediante lalectio divina’89.

Espero que ninguno de vosotros piense que con esta orientación el CG25 haya introducido un elemento extraño a nuestra espiritualidad: “la antigua y siempre válida tradición de la lectio divina”90 ha encontrado casa en la vida religiosa desde los orígenes y actualmente resulta siempre necesaria: “hoy un cristiano no puede llegar a ser adulto en la fe, capaz de responder a las exigencias del mundo contemporáneo, si no ha aprendido a hacer de alguna manera la lectio divina”91.

No me parece que sea éste el momento de hacer una amplia presentación de este modo de rezar la Palabra de Dios, ya bien conocido92 y empleado con fruto también entre nosotros. Pero querría recordaros su finalidad fundamental y aludir brevemente a su método como invitación apremiante a cada uno de vosotros a haceros expertos conocedores y hábiles maestros de la lectio divina.

Diría que el objetivo de la lectio divina es escuchar a Dios rezando su Palabra, para vernos a nosotros mismos como Él nos ve y querernos a nosotros mismos como Él nos quiere. A eso se llega mediante una aproximación sapiencial a la Palabra escrita, que hace tesoro de la experiencia de cuantos han consagrado su vida a escuchar a Dios, para comprender la realidad y a sí mismos como palabras de Dios. En la lectio la Palabra de Dios se hace clave de la comprensión de sí; se busca dejar que Dios nos diga quiénes somos nosotros para Él y qué quiere Él de nosotros.

Para que nos resulte familiar, la lectio divina, como cualquier método de oración, requiere ejercicio, pero sobre todo voluntad de escucha y disponibilidad de obediencia. En la más sólida tradición presenta cuatro etapas o “grados espirituales”: la lectura (lectio), la meditación (meditatio), la oración (oratio), la contemplación (contemplatio). Más recientemente, según el espíritu de la modernidad, se ha añadido otra etapa: la acción (actio); también se indican con frecuencia otros elementos (discretio, deliberatio, collatio, consolatio, etc.), pero en realidad éstos no son sino aspectos que de ordinario acompañan a las etapas fundamentales.


- Lectura. Se comienza la lectio divina leyendo con atención, mejor sería decir releyendo varias veces, el texto en el que tratamos de escuchar a Dios. El texto escogido nos puede parecer fácil de comprender, o bien conocido; no importa; se debe repasar hasta que nos sea familiar, casi hasta aprenderlo de memoria, “poniendo de relieve los elementos relevantes”93. No se pasa de este primer paso hasta que no se puede responder a la pregunta: ¿qué significa en realidad lo que he leído?


- Meditación. Descubierto el sentido del texto bíblico, el lector atento trata de implicarse personalmente, aplicando el significado captado a la propia vida: ¿qué me dice el texto? “Meditar lo que se lee conduce a apropiárselo, confrontándolo consigo mismo. Aquí se abre otro libro: el de la vida. Se pasa de los pensamientos a la realidad. Según sean la humildad y la fe, se descubren los movimientos que agitan el corazón y se les puede discernir”94. La Palabra oída pide consentimiento, no es acogida si no llega al corazón y actúa conversión. Comprender el texto lleva a comprenderse a su luz; así el texto leído y comprendido se convierte en norma de vida: ¿qué hacer para actuarlo, cómo hacer para dar ese sentido a la propia existencia?


- Oración. Conocer, adivinar, incluso solo imaginar lo que Dios quiere lleva naturalmente a la oración: así se convierte en deseo ardiente lo que debe ser la vida diaria. El orante no pide tanto lo que le falta, sino más bien lo que Dios le ha hecho ver y comprender. Se comienza a anhelar lo que Dios nos pide: se hace de la voluntad de Dios sobre nosotros el objeto de nuestra oración.


- Contemplación. Del deseo de hacer la voluntad de Dios se pasa poco a poco, casi sin darnos cuenta, a la adoración, al silencio, a la alabanza, “a la entrega humilde y pobre a la voluntad amorosa del Padre, en unión cada vez más profunda con su Hijo amado”95. Del contemplarnos a nosotros mismos y el propio mundo a la luz de Dios, del vernos como Dios nos ve, se pasa a contemplarnos vistos por Dios, a sabernos delante del que es el objeto de nuestro deseo, el interlocutor único de nuestra oración. A diferencia de las etapas precedentes, que son ejercitaciones que requieren fuerza de voluntad, “la oración contemplativa es un don, una gracia”96, ni normal ni debida: se puede esperarla y desearla, pedirla y acogerla, nunca tenerla automáticamente.


Puedo revelaros que personalmente me siento obligado con la opción del CG25 de “reavivar continuamente y mostrar la primacía de Dios en las comunidades”, orientando a la Congregación a centrar la vida personal y la comunitaria en la Palabra de Dios, en primer lugar “mediante la lectio divina97. Esto es muy importante para mí –os lo digo con palabras del Card. Martini-, porque “no me cansaré nunca de repetir que la lectio es uno de los medios principales con que Dios quiere salvar nuestro mundo occidental de la ruina moral que amenaza sobre él por la indiferencia y el miedo de creer. La lectio divina es el antídoto que Dios propone en estos últimos tiempos para favorecer el crecimiento de la interioridad sin la que el cristianismo...corre el peligro de no superar el desafío del tercer milenio”98.


Una forma privilegiada y concreta de la lectio divina es la meditación cotidiana (Const. 93)99. Don Bosco la recomendaba insistentemente a sus hijos, hasta escribir en los recuerdos confidenciales a los Directores: “No omitas nunca la meditación cada mañana”100. Recogiendo su pensamiento, las Constituciones afirman que esta “forma indispensable de oración... refuerza nuestra intimidad con Dios, salva de la rutina, conserva libre el corazón y sostiene la entrega al prójimo”. Y el artículo concluye afirmando que la meditación fielmente practicada nos hace caminar también en la alegría y es por eso una garantía de nuestra perseverancia. Deseo y espero que haya llegado el momento de valorizar de nuevo la meditación, no siempre ni en todas partes suficientemente observada por todos.


-“Alimento para la oración” (Const. 87)


No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4; cf. Dt 8,3). En la vida cristiana, la Palabra de Dios “es el alimento para la vida, para la oración y para el camino diario”; la oración y la contemplación “son el lugar de acogida de la Palabra de Dios y, a la vez, ellas mismas surgen de la escucha de la Palabra”101. No sin motivo el CG25 ha dicho que una cierta debilitación de la fe, presente en nuestras comunidades, se manifiesta en primer lugar “en la debilitación de la vida de oración”102; efectivamente, “una auténtica vida espiritual exige que todos, en las diversas vocaciones, dediquen regularmente, cada día, momentos apropiados para profundizar en el coloquio silencioso con Aquel por quien se saben amados, para compartir con Él la propia vida y recibir luz para continuar el camino diario. Es una práctica a la que es necesario ser fieles, porque somos acechados constantemente por la alienación y la disipación provenientes de la sociedad actual, especialmente de los medios de comunicación. A veces la fidelidad a la oración personal y litúrgica exigirá un auténtico esfuerzo para no dejarse consumir por un activismo destructor”103.

Es posible que las dificultades y los desafíos que hoy afronta nuestra vida común –y el CG25 ha presentado una larga lista104- provengan en parte de la incapacidad de vivir litúrgicamente la fe y de vivir como comunidad orante. Resulta sintomático que de ordinario no logramos discernir los “signos de los tiempos”, identificar lo que Dios quiere de nosotros, cuando no vivimos como comunidad convocada por Él. La falta del sentido de pertenencia a una comunidad orante, la pretensión de ir solos hacia Dios, no permiten encontrar a Dios, ni de escuchar su Palabra. Nos lo recordaba el Vaticano II: “A la lectura de la Sagrada Escritura debe acompañar la oración para que se realice el diálogo de Dios con el hombre”105.

El descuido de la oración comunitaria, que puede darse en alguna comunidad o en algunos hermanos, hace más dificultosa la inserción cordial y alegre en la vida común y pone también en sordina la Palabra que Dios quiere dirigirnos. Para el creyente bíblico hay ordinariamente un canal privilegiado de transmisión de la Palabra de Dios: la comunidad litúrgica. Una búsqueda sincera de la voluntad de Dios nos lleva a hacer de la liturgia comunitaria el tiempo habitual y el lugar privilegiado de la escucha de Dios. Es significativo que en la oración de los salmos sea frecuente oír al mismo Dios que pide ser escuchado: “Escucha, pueblo mío, doy testimonio contra ti; ¡ojalá me escuchases, Israel!” (Sal 80,9; cf. 77,1). En la Biblia la oración no es sólo la ocasión que el creyente tiene para hacer conocer a Dios sus inquietudes y las necesidades personales, sino sobre todo es la oportunidad que concede a Dios para que le hable y le haga conocer su voluntad. Quien anhela escuchar a Dios deberá entretenerse con Él en la oración, especialmente en la comunitaria.

Querría sólo aludir aquí a dos momentos de nuestra vida de oración comunitaria, que poniéndonos “diariamente en las manos la Sagrada Escritura”106 son para nosotros excelentes ocasiones para ejercitarnos en escuchar la Palabra de Dios mientras rezamos juntos.


El primero es, obviamente, la celebración de la Eucaristía, “el acto central de cada día para toda comunidad salesiana”; en ella “la escucha de la Palabra encuentra su lugar de privilegio” (Const. 88). Esta afirmación de nuestra Regla de Vida refleja una firme convicción de la tradición patrística, que, por otra parte, se funda en la enseñanza de Jesús, que dijo que era pan de vida mediante su palabra y su cuerpo para los que creen en Él (Jn 6,47.54): en la Palabra acogida recibimos a Cristo, como lo recibimos en la Eucaristía107. “La Iglesia siempre ha venerado la Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo, pues, sobre todo en la sagrada liturgia, nunca ha cesado de tomar y repartir a sus fieles el pan de vida que ofrece la mesa de la palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo”108.

En la Eucaristía, que celebramos todos los días, se nos ofrece preparada esta doble mesa, con este único pan de vida. Se trata de una gracia semejante a la vivida por los discípulos de Emaús, que nos consiente abrir los ojos, ver a Cristo Resucitado mientras parte el pan y reconocerlo (Lc 24,30-31). Pero para que esto suceda es necesario caminar juntos con Él y escucharlo mientras nos explica las Escrituras. Sólo así sentiremos arder nuestro corazón (Lc 24,32). En definitiva, primero se le escucha y luego se le ve.

Estoy convencido de que si nos familiarizamos con su palabra y sus exigencias, será más fácil reconocer su rostro y descubrirlo en medio de nosotros. Ciertamente, para escucharlo tenemos necesidad de atenta aplicación y de constante estudio, como nos recordaba Don Vecchi: “La Eucaristía está totalmente impregnada de Palabra de Dios (...). No se puede dar por supuesto que esta riqueza sea percibida en la celebración eucarística, si no se prepara con una verdadera iniciación a la Biblia”109.


El segundo momento de oración comunitaria, donde la Palabra de Dios tiene una presencia compacta es la liturgia de las horas, “el corazón que late en la jornada del creyente”110. La liturgia de las horas “extiende a los distintos momentos del día la gracia del misterio eucarístico”111; en ella “la comunidad... alaba y suplica al Padre, nutre su unión con Él y se mantiene atenta a la voluntad de Dios” (Const. 89. El cursivo es mío).

Sin duda, el redescubrimiento de la oración litúrgica por parte de las familias religiosas ha sido “una de las adquisiciones más valiosas” del postconcilio. “La celebración en común de la Liturgia de las Horas, o al menos de alguna de ellas, ha revitalizado la oración de no pocas comunidades, que han alcanzado un contacto más vivo con la Palabra de Dios y con la oración de la Iglesia”112. Y nosotros estamos comprometidos a celebrarla “con la dignidad y el fervor que recomendaba Don Bosco” (Const. 89).

Rezar con la Iglesia y como la Iglesia es ya un buen motivo para cuidar cada vez mejor la celebración diaria de la Liturgia de las horas, fuente y campo de formación espiritual113. Pero querría referir otros dos motivos que me parece importante que se tengan presentes. En los salmos encontramos la palabra de Dios dirigida a nosotros, porque es Escritura Santa; al mismo tiempo, encontramos la palabra que nosotros podemos dirigir a Dios, porque es oración nuestra: las mismas palabras sirven a Dios y a nosotros para expresarnos recíprocamente. Con los salmos rezamos lo que Dios nos dice de sí, de nosotros, de los demás, de sus planes; pero rezamos también cuanto nosotros queremos decirle. Además, las laudes y las vísperas, estratégicamente colocadas a lo largo de la jornada de trabajo, nos ayudan a encontrar a Dios después de haberlo buscado y servido, y acaso también olvidado, en las mil ocupaciones diarias.


-“Luz para conocer la voluntad de Dios en los acontecimientos” (Const. 87)


No os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que agrada, lo perfecto” (Rm 12,2). Hoy se habla mucho de discernimiento, y me parece justo. Esto es fruto, sobre todo, de la escucha de la Palabra, dócil y paciente. En ella podemos encontrar qué quiere Dios hoy de nosotros y cómo lo quiere. Para interpretar los “signos de los tiempos en una realidad como la nuestra, en la que abundan las zonas de sombra y de misterio, sucede que el Señor mismo –como con los discípulos en el camino de Emaús- se hace nuestro compañero de viaje y nos da su Espíritu. Solo Él, presente entre nosotros, puede hacernos comprender plenamente su Palabra y actualizarla, puede iluminar las mentes y encender los corazones”114.

En efecto, “siempre han sido los hombres y mujeres de oración quienes, como auténticos intérpretes y ejecutores de la voluntad de Dios, han realizado grandes obras. Del contacto asiduo con la palabra de Dios han obtenido la luz necesaria para el discernimiento personal y comunitario que les ha servido para buscar los caminos del Señor en los signos de los tiempos. Han adquirido así una especie de instinto sobrenatural115, es decir, esa mirada de fe sin la cual “la propia vida pierde gradualmente el sentido, el rostro de los hermanos se hace opaco y es imposible descubrir en ellos el rostro de Cristo, los acontecimientos de la historia quedan ambiguos cuando no privados de esperanza, la misión apostólica y caritativa degenera en una actividad dispersiva”116.

Consciente de las dificultades que encuentra la vida comunitaria entre nosotros para ser don y profecía de comunión”117, el CG25 ha pedido a las comunidades locales que valoricen la práctica del “discernimiento comunitario a la luz de la Palabra de Dios y de las Constituciones”118 y aseguren las “condiciones suficientes para que todo hermano pueda dar a su ser y a su obrar un sentido de unidad profunda, practicando el discernimiento evangélico como actitud de búsqueda de la voluntad de Dios”119.

Os confieso que no imagino posible un verdadero discernimiento, tanto personal como comunitario, sin la práctica cotidiana del examen de conciencia120. Y me explico. La vida es vocación; existimos porque hemos sido creados personalmente por Dios, “hechos y formados con sus manos” (Sal 118,73; cf. Gn 2,7); no vivimos porque lo hemos querido, sino porque hemos sido deseados, llamados de la nada (Gn 1,26); y, precisamente porque la vida es efecto del querer de Dios, no se puede vivir más allá o fuera de la voluntad divina; si no existimos porque lo hemos escogido, no deberíamos existir como nos parece: la vida, gratuitamente concedida, tiene límites que respetar (Gn 2,6-17) y deberes que cumplir (Gn 1,28-31).

De nada serviría reconocer a Dios y reconocernos obligados con Él, si luego no nos preocupamos de buscarlo en nuestra vida y de organizar ésta –ordenarla, diría San Ignacio de Loyola- de modo consecuente121. Debemos mantenernos atentos a la escucha de la voz de Dios para comprender qué nos pide hoy, para intuir cuál podría ser su “anunciación” (cf. Lc 1,26-38) en los acontecimientos que nos suceden. Se hace, pues, necesario discernir, es decir, tener “la capacidad de distinguir lo que en mis acciones es según el Espíritu de Cristo y lo que le es contrario”, “de no obrar por impulso”, y cuando se obra “de comprender de dónde viene aquel impulso”122, qué produce y hasta dónde me lleva.

¿Cómo hacer el discernimiento? Mediante el examen de conciencia. Éste, más que elemento formal de la oración de la noche, es un verdadero camino de crecimiento espiritual; quien lo recorre aprende a mirar la realidad, propia y de los otros, con la mirada de Dios y en su corazón. El examen es una oración, cuyo objeto es la propia existencia y cuyo objetivo está en reconocer con lucidez el proyecto de Dios sobre ella y en asumirlo con responsabilidad. Encontrar las huellas de Dios en lo cotidiano, darse cuenta de su presencia y de su acción en lo que sucede durante el día, es la meta del examen y su mejor fruto. “Un examen de conciencia así nos lleva a descubrir los significados y el sentido de lo vivido. Por este motivo, procede de la escucha de Dios que nos habla a través de las personas, los encuentros, los acontecimientos, la historia”123.

De nosotros, salesianos, como apóstoles consagrados, se espera la capacidad de hacer proyectos de vida que nos ayuden a avanzar verdaderamente en el camino espiritual; de nosotros, como educadores por vocación, se espera el valor de proponer el examen de conciencia como modalidad de oración que compartir también con los jóvenes y con los seglares que colaboran con nosotros. ¡Y pensar que bastarían sólo diez minutos –¡pero todos los días!- para hacer este ejercicio que, cuando se hace fielmente, nos lleva a encontrar a Dios en lo ordinario de la vida diaria, reconociendo lo que ha hecho en nosotros y para nosotros (Rm 8,28)!

Os propongo, apenas bosquejado, un recorrido fácil para releer la propia vida bajo la mirada de Dios:


- En la presencia de Dios: Antes de comenzar el examen, se reaviva de la forma más nítida posible la conciencia de estar delante de Dios, mirados por Él y por Él muy amados. Antes de contemplarse a sí mismo, el creyente sabe que es contemplado por Dios y quiere serlo; y se habitúa a verse y quererse como Dios le ve y le quiere.


- Acción de gracias (“confessio laudis”). Se inicia ordinariamente el examen “alabando y dando gracias a Dios por sus dones, por su designio de amor, por la bondad que manifiesta en la vida de cada uno de nosotros. A la luz de los dones de Dios, mis correspondencias a su designio pueden expresarse con mayor relieve y con más verdad personal”124, sin auto-complacencia, pero también sin auto-conmiseración.

La memoria “eucarística” es punto de partida obligatorio para llegar al conocimiento del bien recibido; el creyente se reconoce colmado de gracia antes que juzgado, amado más que acusado, a condición de que sepa comprender la obra de Dios en él (1 Ts 5,18), antes de aceptar los propios límites. El primer escrutinio que, en la presencia de Dios, se debe hacer es el de los dones recibidos o por recibir (cf. Jn 4,10); tomando así conciencia de sus dones, se hace más imponente la presencia del Donante que se da a sí mismo en sus dones.


- Reconocimiento de las deudas (“confessio vitae”). Los dones concedidos y reconocidos ponen al descubierto la deuda contraída: cuanto mayor es la gracia recibida, tanto mayor es la responsabilidad que se tiene. Conocer la propia deuda y aceptarla es también gracia que se debe pedir, porque es el comienzo de la vuelta a Dios, don del per-dón. Para reconocer un pecado o defecto no es preciso saber explicarlo ni justificarlo, ni siquiera convivir en paz con él. La gracia de reconocerse pecadores delante de Dios es, en realidad, el don de saberse amados antes y sin límites por Él. Por esto, admitir el propio pecado nos hace humildes, nos hace volver a nuestros orígenes, al humus, tierra todavía no vivificada por el Espíritu, sin condenarnos a vivir humillados. Quien pide perdón a Dios no hace otra cosa que pedir el don de su amor.

La sorpresa de descubrirse amados es la más fuerte y radical decisión de renunciar al mal y de abrazar una vida de virtud. Descubrirse amados conmueve, lleva al arrepentimiento, a reconocer el pecado, a confesarlo y a pedir perdón. Y es el amor con el que el Señor me alcanza la fuerza con que me defenderé del pecado en el futuro. La voluntad de mejorar, de no pecar más, la decisión de renunciar al pecado será eficaz de modo sano sólo si está fundada en el amor en el que me sorprendo, a veces incluso con lágrimas. Descubrir el propio pecado frente al rostro del Señor, o incluso tener la gracia de verlo en Él que lo asume, lleva al arrepentimiento... El arrepentimiento lleva a casa”125.


- Compromiso de conversión (“confessio fidei”). Quien vuelve a Dios trata de quedarse con Él; el don del perdón produce el deseo de dejarse conducir por Dios. El propósito de enmienda no es, por tanto, un esfuerzo dentro de mis posibilidades, ni el compromiso de lucha para colmar mis carencias. La corrección deseada surge de la contemplación de la gracia no correspondida; no es el creyente quien fija la meta de su conversión; al máximo él establece los términos del itinerario. Es Dios quien nos quiere tanto y nos revela qué bien quiere de nosotros. De su gracia, y por su querer, nace en nosotros el deseo de volver a Él y de permanecer con Él. Así, la gracia pedida de la conversión a Dios cierra un proceso que se había comenzado recordando las gracias ya concedidas y experimentadas.

La finalidad del examen de conciencia no es tanto analizar la propia intimidad, cuanto descubrir a “Dios en todas las cosas y todas las cosas en Dios”, como diría un gran experto del discernimiento. “Gracias a la familiaridad con el Señor favorecida por el ejercicio del examen, se logra adquirir la conciencia de cómo el Señor se manifiesta en nosotros y de cómo nosotros vivimos con Él, que hace verdaderamente madurar la fe. El examen favorece una conciencia de la mirada de Dios sobre nosotros y de cómo nos movemos en esta relación. Esta conciencia de la mirada de Dios sobre nosotros es la madurez de la fe”126.


-“Fuerza para vivir con fidelidad nuestra vocación” (Const. 87)


Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero” (Sal 118,105). Los tiempos que vivimos nos hacen sentir “la necesidad de una continua transformación de mentalidad, de los estilos de vida, de los criterios y de las metodologías educativo-pastorales; como también de las estructuras, en fidelidad constante al carisma original”127. Esta exigencia nos afecta, no sólo porque estamos insertos en un mundo que hoy cambia con un ritmo frenético, sino porque, antes aún, la vida salesiana exige de nosotros fidelidad al mundo, es decir, una constante disponibilidad para responder a sus desafíos, y fidelidad a nuestra misión en la Iglesia a favor de los jóvenes. Pues bien, como personas consagradas, lograremos ser fieles, si somos “capaces de hacer un examen continuo... a la luz de la palabra de Dios128.

Vivir bajo la Palabra de Dios significa estar delante de Dios, tal como somos, sin posibilidad de escondernos de su presencia (Gn 3,8-9; Sal 138,9). “Luz verdadera que alumbra a todo hombre” (Jn 1,9), su Palabra hace brotar en nosotros mismos nuestra verdad, no siempre afrontada y a veces también negada. Las zonas muchas veces oscuras de nuestro corazón quedan iluminadas y adquieren sentido, porque nos dejan ver y reconocer todo lo que en nosotros se opone a la Palabra, las raíces muchas veces inconfesadas de ciertas atracciones menos evangélicas, las sutilísimas tendencias que constituyen nuestras motivaciones que corren el peligro de no ser nunca descubiertas y que atacan en su raíz –precisamente porque están incontroladas- toda opción de vida evangélica. “Eludir, por esto, el encuentro con la Palabra del Padre es cerrarse la posibilidad de acceder a sí mismo, de descifrarse, de proyectarse, de jugarse. De amarse”129. ¡La escucha de la Palabra lleva como fruto el sentirse amados por Dios y, por tanto, el permanecer fieles!

Vivir bajo la Palabra de Dios significa, además, asistir admirados al manifestarse de Dios, presenciar con estupor su epifanía cotidiana y progresiva en el mundo y en el propio corazón. Cuando Dios nos habla se revela, y mostrándose nos busca porque nos ama, nos manifiesta una fidelidad que “no se acaba..., antes bien se renueva cada mañana” (Lam 3,23-24), nos escruta y descubre (cf. Sal 138,11-12) y, frente a nuestra incredulidad, reafirma su lealtad (Rm 3,3). Es en esta fidelidad inquebrantable, no rota ni siquiera por nuestros abandonos, donde podemos pensar en volver a la alianza y llegar a conocer su fidelidad (cf. Os 2,21-22). La escucha de la Palabra nos permite experimentar la fidelidad de Dios y nos comunica la energía y el valor para permanecerle fieles. Personalmente encuentro dificultad a imaginar una vida de fidelidad a Dios, si no está hecha de atención, interés, docilidad y acogida de su Palabra.


3.4 Escuchar la Palabra para ser apóstoles


Lo que hemos visto y oído os lo anunciamos” (1 Jn 1,3). La Palabra escuchada debe transmitirse; no es un don para retenerlo celosamente para nosotros; la obediencia a Dios se hace misión en el mundo, para que seamos apóstoles. “Alimentados por la Palabra, transformados en hombres y mujeres nuevos, libres, evangélicos, los consagrados podrán ser auténticos siervos de la Palabra en el compromiso de la evangelización. Así es como cumplen una prioridad para la Iglesia al comienzo del nuevo milenio”130.

En un mundo, donde parece que se han perdido muchas veces las huellas de Dios –y como salesianos contemplamos con preocupación el mundo de los jóvenes-, se espera de nosotros un testimonio persuasivo por su coherencia entre el anuncio y la vida, y profético por su afirmación de la primacía de Dios y de los bienes futuros. Ahora bien, “la verdadera profecía nace de Dios, de la amistad con Él, de la escucha atenta de su Palabra en las diversas circunstancias de la historia. El profeta siente arder en su corazón la pasión por la santidad de Dios y, tras haber acogido la palabra en el diálogo de la oración, la proclama con la vida, con los labios y con los hechos, haciéndose portavoz de Dios contra el mal y contra el pecado. El testimonio profético exige la búsqueda apasionada y constante de la voluntad de Dios, la generosa e imprescindible comunión eclesial, el ejercicio del discernimiento espiritual y el amor por la verdad. También se manifiesta en la denuncia de todo aquello que contradice la voluntad de Dios y en el escudriñar nuevos caminos de actuación del evangelio para la construcción del Reino de Dios”131.

Educadores y evangelizadores de los jóvenes del tercer milenio, tenemos como responsabilidad apostólica la de escuchar a Dios para los jóvenes, pero también con los jóvenes. Esto nos señala dos deberes que no deben descuidarse en la Pastoral Juvenil:


-Lograr crear ambientes de fuerte impacto espiritual


La apremiante llamada a volver a los jóvenes, hecha por mí desde mi primera intervención como Rector Mayor132, que con frecuencia repito donde voy, no está motivada sólo por el hecho de que estoy convencido de que “Dios nos está esperando en los jóvenes para ofrecernos la gracia del encuentro con Él”133, sino también por el hecho de que los jóvenes tienen hoy una enorme necesidad de Dios, aunque no siempre lo sepan expresar.

Llamados todos y en todas las ocasiones, a ser educadores de la fe”, nosotros, salesianos, “caminamos con los jóvenes para llevarlos a la persona del Señor resucitado” y para ayudarlos a descubrir “en Él y en su Evangelio el sentido supremo de su propia existencia” (Const. 34). Construir la vida teniendo a Cristo como referencia fundamental es la meta de nuestra pastoral; si queremos verdaderamente ayudar a los jóvenes “a ver la historia como Cristo, a juzgar la vida como Él, a optar y amar como Él, a esperar como Él enseña, a vivir en Él la comunión con el Padre y el Espíritu Santo”134, debemos dirigirlos al encuentro personal con el Cristo que viene a nuestro encuentro en su Palabra y en los sacramentos (cf. Const. 36).

El Papa ha hablado de la necesidad de “un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración”. = “¿no es acaso un ‘signo de los tiempos’ el que hoy, a pesar de los vastos procesos de secularización, se detecte una difusa exigencia de espiritualidad, que en gran parte se manifiesta precisamente en una renovada necesidad de orar?”135. O ¿no es también la experiencia de todos nosotros, como ha sido la de Juan Pablo II, que hay jóvenes “deseosos de oración, de ‘sentido’ y de amistad verdadera”136? Es urgente que “la educación en la oración se convierta de alguna manera en un punto determinante de toda programación pastoral”137. Nuestras comunidades, como toda comunidad cristiana,”tienen que llegar a ser auténticas ‘escuelas’ de oración, donde el encuentro con Cristo no se exprese solamente en petición de ayuda, sino también en acción de gracias, alabanza, adoración, contemplación, escucha y viveza de afecto hasta el ‘arrebato’ del corazón. Una oración intensa, pues, que sin embargo, no aparta del compromiso en la historia: abriendo el corazón al amor de Dios, lo abre también al amor de los hermanos, y hace capaces de construir la historia según el designio de Dios”138.

Por esto, el CG25 ha pedido a las comunidades salesianas crear “ambientes de fuerte carga espiritual” para nuestros jóvenes, muchos de los cuales están “en un mundo secularizado..., que busca nuevas experiencias espirituales y en el que la fe es irrelevante”139. De estos “ambientes de fuerte impacto para vivir la experiencia de los valores evangélicos” se pide en primer lugar que propongan y vivan “momentos de intensa experiencia espiritual con los jóvenes”140, “promoviendo del modo más acorde al propio carisma escuelas de oración, de espiritualidad y de lectura orante de la Escritura”141, que formen a los jóvenes en una actitud constante de oración personal, de contactos con la Palabra de Dios y con la Eucaristía.

Nosotros nos convertiremos en “apasionados maestros y guías, santos y formadores de santos, como lo fue San Juan Bosco”142, a condición de que nuestras comunidades traten de “ser lugares para la escucha y el compartir la palabra, la celebración litúrgica, la pedagogía de la oración y el acompañamiento y la dirección espiritual”143. Si, como comunidad abrimos el corazón a la gracia y consentimos a la Palabra de Dios pasar a través de nosotros con todo su poder, y si en un clima de cordial acogida ofrecemos a los jóvenes “iniciativas espirituales válidas, como escuelas de oración, ejercicios y retiros espirituales, jornadas de soledad, escucha y dirección espiritual”, estaremos en condiciones de orientarlos a “un mejor discernimiento de la voluntad de Dios sobre ellos y emprender opciones valientes, a veces heroicas, exigidas por la fe”144. Os aseguro que no podría desearos cosa mejor ni podría imaginarme un mejor servicio apostólico.


-Ofrecer una pastoral de procesos de maduración espiritual


En la actual cultura, compleja y fragmentada, -se pregunta el CG25- ¿cómo puede la comunidad realizar procesos de discernimiento y de conversión pastoral y pasar de una pastoral de actividades y de urgencias a una pastoral de procesos?”145.

Una respuesta válida, aunque sólo bosquejada, la había dado ya el CG23, cuando reconocía que la Congregación había recorrido un camino de renovación que la había llevado a recuperar la misión específica salesiana (CG20), asumida por la comunidad con un proyecto (CG21) y vivida como pasión por Dios en medio de los jóvenes (CG22), hasta suscitar el deseo de recorrer un camino de fe junto con ellos y a medida de ellos146. Comprometidos en dar forma a aquel camino, que es, “en sustancia, la espiritualidad juvenil salesiana”, los capitulares se propusieron hacer “todo esto a ejemplo del Señor y siguiendo el método de su caridad de Buen Pastor en el camino de Emaús147.

La propuesta atinada de releer el relato de Emaús (Lc 24,13-35) sigue siendo todavía hoy clarividente, es más, normativa para todos los que sienten la necesidad de referirse a la Palabra de Dios para ofrecer un modelo de proceso pastoral juvenil salesiana, en la que se presentan no sólo las metas que alcanzar, sino también la metodología que aplicar, las experiencias que vivir; se trata de rehacer junto con los jóvenes el camino de fe y de “llevarlos a la persona del Señor resucitado” (Const. 34).

Tomamos la iniciativa del encuentro y nos ponemos al lado de los jóvenes” (CG23, 93), como hizo Jesús con los dos discípulos de Emaús, y representándole, vamos al encuentro de ellos, en el lugar donde se encuentran, valorizando cuanto de bueno descubrimos en ellos; nos acercamos a ellos y nos ponemos a caminar juntos (cf. Lc 24,15), los acogemos desinteresadamente en nuestros ambientes y con premura en nuestros corazones. No nos paramos ante su estado de desconcierto y desorientación; los aceptamos como son, sin prejuicios ni acusaciones, y los acompañamos en el camino de su vida. Nuestra presencia cercana y amiga les hará descubrir que Jesús vive y se preocupa de su existencia.

Con ellos hacemos el camino, escuchando y compartiendo sus inquietudes y anhelos” (CG23, 93). No basta aproximarse a ellos en el acompañamiento personal, aunque sea cordial; se requiere el diálogo, la conversación sobre lo que ocupa y preocupa a los jóvenes, saber de ellos –y no por lo que se dice- sus necesidades y sus sueños, comprender sus puntos de vista y conocer sus valores. Para ser acogidos, debemos acoger su mundo, conocer sus motivos para compartirlos y, si es posible, para apropiárnoslos; “llevan dentro de sí, ocultas en sus anhelos, las semillas del Reino”148. “Ir y acercarse a los jóvenes... y ponernos atentos a la escucha de sus demandas y aspiraciones, son para nosotros opciones fundamentales que preceden a cualquier otro paso de educación en la fe”149.

Les explicamos con paciencia el exigente mensaje del Evangelio” (CG23, 93). Después de haber escuchado su pensamiento y cuanto les interesa a ellos, conocida su tristeza y su sentido de turbación y extravío, nos toca a nosotros convencerlos de que Jesús está vivo (cf. Lc 24,23-24) y de que lo que sucede forma parte de un gran proyecto de Dios. De la vida comunicada se pasa a la vida explicada a la luz de las Escrituras (Lc 24,27): las experiencias sufridas o no resueltas se llenan de sentido y de esperanza; las falsas ilusiones o los planes no realistas vuelven a su medida justa; “siempre y en todos los casos, les ayudamos a abrirse a la verdad y a adquirir una libertad responsable” (Const. 32).

Y con ellos nos detenemos, para repetir el gesto de partir el pan y suscitar en ellos el ardor de la fe, que los transforma en testigos y anunciadores creíbles” (CG23,93). No nos bastará hablarles de Cristo; nos entretendremos con ellos y no los dejaremos hasta que se encuentren, cara a cara, con Él. “Con ellos celebramos el encuentro con Cristo en la escucha de la Palabra, en la oración y en los sacramentos” (Const. 36); “vivimos, junto a los jóvenes, la relación personal con Cristo que reconcilia y perdona, que se entrega y crea comunión, que llama y envía y estimula a ser artífices de una sociedad nueva”150.

Descubierto Jesús, vivo en su Palabra, que llena de sentido la vida, y en su Cuerpo entregado por todos, los jóvenes volverán a encontrar el camino de regreso a la comunidad creyente (Lc 24,33), donde darán su testimonio de haberlo encontrado y se acordarán siempre de que su corazón ardía “mientras él les hablaba por el camino y les explicaba las Escrituras” (Lc 24,32). Así ellos mismos se harán evangelizadores de los jóvenes, apóstoles de sus coetáneos, testigos del Resucitado.



4.“Como María, acogemos la Palabra y la meditamos en nuestro corazón” (Const. 87)


Queridos hermanos, no querría concluir sin dirigiros la apremiante llamada dirigida por el Papa a la Europa cristiana, para que entre en el tercer milenio con el evangelio en la mano: “En el estudio atento de la Palabra encontraremos alimento y fuerza para llevar a cabo cada día nuestra misión. ¡Tomemos este Libro en nuestras manos! Recibámoslo del Señor que lo ofrece continuamente por medio de su Iglesia (cf. Ap 10,8). Devorémoslo (cf. Ap 10,9) para que se convierta en vida de nuestra vida. Gustémoslo hasta el fondo: nos costará, pero nos proporcionará alegría porque es dulce como la miel (cf. Ap 10,9-10). Estaremos así rebosantes de esperanza y capaces de comunicarla a cada hombre y mujer que encontremos en nuestro camino”151.

Yo mismo, cuando os presentaba los documentos del último Capítulo General, os sugería “aprender a partir siempre de la Palabra. Lo cual lleva consigo el esfuerzo de hacer verdaderamente nuestras las actitudes de la Sma. Virgen ante ella: escucharla, obedecerla, hacernos sus discípulos, convertirnos en creyentes”152. Con esta invitación no hacía otra cosa que recordaros el texto constitucional, que nos exhorta a tener todos los días en la mano la Sagrada Escritura siguiendo el ejemplo de la Virgen: “Como María acogemos la Palabra y la meditamos en nuestro corazón, a fin de hacerla fructificar y anunciarla con celo” (Const. 87).

Ninguna escuela es mejor que la de María,153 para dejarnos introducir en la contemplación y en la acogida, en la custodia y en el anuncio de la Palabra de Dios. “Habiendo dado su consentimiento a la Palabra divina, que se hizo carne en ella, María aparece como modelo de acogida de la gracia por parte de la criatura humana”154. Ningún creyente ha logrado como Ella, efectivamente, hospedarla tan bien, hasta hacerla criatura de su seno: María nos enseña que quien cree en la Palabra la hace carne propia, que quien la sirve con la vida la hace vida propia, que quien obedece a Dios (Lc 1,38) lo convierte en su hijo (Lc 1,43). “¿Nos atreveremos tal vez a llamarnos madres de Cristo?”, se preguntaba San Agustín con énfasis; y respondía con seguridad: “Ciertamente, nos atrevemos a llamarnos madres de Cristo... Los miembros de Cristo dan a luz con el espíritu, como María Virgen dio a luz a Cristo con el vientre: así seréis madres de Cristo”155.

No es, pues, vana ilusión pensar que la felicidad de María esté al alcance de nuestra mano. El Dios de María sigue manteniendo hoy proyectos de salvación; sigue, por eso, buscando creyentes atentos a su Palabra y dispuestos a acogerla en su existencia a toda costa; a nosotros nos ha reservado una aventura y gracias semejantes a las que concedió a Su madre. Para llegar a ser bienaventurados como María (Lc 1,45), y vivir con plenitud de gracia (Lc 1,28), nos basta ser creyentes como Ella: fiarse totalmente de Dios y comportarnos como humildes siervos. Si somos capaces de entregarnos a Dios, como Ella se entregó, acabaremos como Ella por proclamar que el Señor ha hecho maravillas también en nosotros.

No debemos olvidar que la relación de María con Dios y con Cristo no permaneció monótona y siempre igual: fue lógicamente más íntima y constante al comienzo, antes y después del nacimiento de su hijo (Lc 1-2): permaneció oculta durante el ministerio público de Jesús (Jn 2,1-22; Lc 8,19-21; 11,27-28), tuvo un nuevo e intenso contacto durante la semana de la pasión (Jn 19,25-27). Precisamente porque en la relación con Dios es siempre Él quien toma la iniciativa y fija tiempos y metas, la relación no resulta nunca idéntica a sí misma. María lo aprendió pronto: en el momento de dar a luz al hijo, lo que se decía de él era incomprensible (Lc 2,18-19); cuanto más se le anunciaba el futuro de su hijo (Lc 2,34-35), tanto menos coincidía con lo que se le había dicho en la anunciación (Lc 1,30-33.35). La pérdida de Jesús niño en el templo es signo anunciador de un camino aún más doloroso: Ella deberá convivir en casa con un hijo que sabe que es Dios, pero que le está sometido todavía por algún tiempo (Lc 2,49-51). No hay que maravillarse si María, no siendo capaz de comprender, “conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón” (Lc 2,19.51).

Queridos hermanos, os confío de corazón a María, que creemos “presente entre nosotros” (Const. 8) y le pido a Ella, “modelo de oración y de caridad pastoral, maestra de sabiduría y guía de nuestra Familia” (Const. 92), que nos enseñe a acoger la Palabra y a tenerla en nuestros corazones “para hacerla fructificar y anunciarla con celo” (Const. 87). En su escuela, partiendo siempre de la Palabra, que es Jesucristo, nos resultará posible, más aún, alegre, vivir apasionados de Dios y de los jóvenes, con el estilo mismo de Don Bosco.


Don Pascual Chávez V.


1 Presentación, La Comunidad Salesiana hoy, Documentos capitulares: ACG 378, 4.

2 Vita consecrata, 93.

3 CG25, 31.

4 CIVCSVA, Caminar desde Cristo, 24.

5 CG25, 191.

6 Perfectae caritatis, 6.

7 Dei Verbum, 24.

8Queridos salesianos, ¡sed santos!” (ACG 379); “Tú eres mi Dios, fuera de ti no tengo ningún bien” (ACG 382); “Contemplar a Cristo con la mirada de Don Bosco” (ACG 384).

9 Juan Pablo II, Discurso a los participantes en el Capítulo General, en L’Osservatore Romano”, 13-04-2002, pág. 5. Cf. CG25, 170.

10 Vita consecrata, 22.

11 Vita consecrata, 19.

12 CIVCSVA, Caminar desde Cristo, 2.

13 CIVCSVA, Caminar desde Cristo, 25.

14 Ecclesia in Europa, 22.

15 Orígenes, Homilías sobre el Levítico I,1; SC 286,66.

16 Hugo de San Víctor, De arca Noe morali 2,8; PL 176,642.

17 Ignacio de Antioquia, A los de Filadelfia 5,1.

18 Jerónimo, Comm. In Is. prol.: PL 24,17; Cf DV 25.

19 Agustín, Commento all’ epistola ai Parti di San Giovanni 1,1, en Opere XXIV/2, Città Nuova, Roma 1985, pp. 1638-1639.

20 La imagen es de San Jerónimo, Comm. in Is. 15,55; PL 24,536.

21 Juan Pablo II, Homilía en la Fiesta de la Presentación del Señor, V Jornada de la Vida Consagrada (2 de febrero de 2001); L’Osservatore Romano, 4 febrero 2001.

22 Perfectae caritatis, 5. El cursivo es mío.

23 CG25,22.

24 CG25,31.

25 Cf. CG25,5.

26 Vita Consecrata, 93.

27 Vita Consecrata, 94.

28 El Proyecto de vida de los Salesianos de Don Bosco, pág. 186.

29 Cf. Vita Consecrata, 94.

30 El Proyecto de vida de los Salesianos de Don Bosco, pág. 186.

31 CGE, 89.

32 J. Aubry, Lo Spirito Salesiano. Lineamenti (Roma 1974), pag. 53.

33 ACG 384 (2003), pág. 12.

34 CGE, 89.

35 Carta del Rector Mayor, ACG 384 (2003), pp. 3-48.

36 C. Bissoli, “La Linea Biblica nelle Costituzioni Salesiane”, en AA.VV., Contributi di Studio su Costituzioni e Regolamenti SDB. Vol 2 (Roma 1982), pag. 292.

37 Cf. C. Bisoli, “La Bibbia nella Chiesa e tra i cristiani”, en R. Fabris (a cura di), La Bibbia nell’epoca moderna e contemporánea, ed. Dehoniane (Bolonia 1992) 182-183.

38 E. Ceria, Don Boco con Dios, CCS (Madrid 1984), pág. 18.

39 Cf. P. Stella, Don Bosco nella Storia della Spiritualità Cattolica. Vol. II: Mentalità Religiosa e Spiritualità. Ed. LAS (Roma 1991) pp. 13-27.

40 J. Bosco, Memorias del Oratorio de San Francisco de Sales, de 1841 a 1855. J.M.Prellezo, CCS (Madrid 2002) pp. 77-79.

41 Cf. MB I, pp. 395.423 (MBe I, pp. 320.342); II, pp. 510-511 (MBe II, p. 382); XVII, pág. 122 (MBe XVII, pág. 112).

42 Cf. P. Stella, Don Bosco nella Storia della Spiritualità Cattolica. Vol. I: Vita e Opere, Ed. LAS (Roma 1979) pag. 239.

43 J.Bosco, Memorias del Oratorio, ed. cit., pp.68-69. 83. ---. Cf. MB III, pag. 62 (MBe III, pág. 58); MB IX, pag. 342 (MBe IX, pág. 319).

44 MB I, pág. 519 (MBe I, pág. 413). Cf. Ceria, Don Bosco con Dios, pág. 131.

45 Baste una sola cita del Joven Cristiano para demostrarlo. “Así como nuestro cuerpo se debilita y muere si no lo alimentamos, igual sucede con nuestra alma si no le damos su alimento. La comida de nuestra alma es la palabra de Dios, es decir, los sermones, la explicación del Evangelio y el catecismo”. (J. Bosco, El Joven Cristiano; en Obras fundamentales, BAC (Madrid 1979), pág. 516.

46 J. Bosco, Il mese di maggio consacrato a Maria SS. Immacolata. Tip. Paravia (Torino 1858), en OE X, pag. 356.

47 J. Bosco, Il Católico nel secolo. Librería Salesiana (Torino 1883), en OE XXXIV, 369-370.

48 J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio, cap. VIII.

49 Ib., cap. XVII.

50 Y concluía así: “En cada página tuve siempre como fijo este principio: iluminar la mente para hacer bueno el corazón y popularizar todo lo posible la ciencia de la sagrada Biblia, que es el fundamento de nuestra santa Religión, ya que contiene los dogmas y los prueba, de donde luego resulta fácil pasar del relato bíblico a la enseñanza de la moral y de la religión, motivo por el cual ninguna otra enseñanza es más útil e importante que ésta” (J. Bosco, Storia Sacra, en OE III, pp. 7-9).

51 P. Stella, Valori spirituali nel ‘Giovane Provveduto’ di San Giovanni Bosco. Estratto dalla dissertazione di laurea (Roma 1960), pag. 48, 80-81.

52 J. Bosco, Memorias del Oratorio, ed. cit. Prellezo, pág. 136.

53¿Cómo no quedar sorprendidos ante la extraordinaria semejanza, incluso de léxico, de ciertos relatos de las Memorias con pasos bien conocidos del Antiguo y del Nuevo Testamento?”. (M. Guasco, Don Bosco nella storia religiosa del suo tempo, en Don Bosco e le sfide della modernità (Turín 1988) 22.

54 MB VI, pag. 948 (MBe VI, pág. 716).

55 E. Ceria, Don Bosco con Dios, ed. cit., pág. 139.

56 CG21, 15.

57 CG21, 377.

58 CG21, 12.

59 E. Viganò, Consagración apostólica y novedad cultural. Ed. CCS (Madrid 1987), pág. 159.

60 CG23, 95.

61 E. Viganò, “Confirma fratres tuos”: ACS 295 (1980) pág. 29. El cursivo es mío.

62 El Proyecto de vida de los Salesianos de Don Bosco, pág. 740 (Const. art. 85).

63 Juan Pablo II; cf. CG22,13.

64 CGE, 89.

65 El Proyecto de vida de los Salesianos de Don Bosco, pág. 299.

66 El Proyecto de vida de los Salesianos de Don Bosco, pág. 730.

67 Vita Consecrata. 67.

68 Concilio Vaticano II, Dei Verbum 2.

69 Carlo M. Martini, In Principio, la Parola, Carta al clero y a los fieles sobre el tema: “La Palabra de Dios en la liturgia y en la vida” para el año pastoral 1981-82 (Milán 1981), pag. 29.

70 Dei Verbum, 5. Cf. Rm 16,26; 2 Cor 10,5-6.

71 San Juan de la Cruz, Sentenze. Spunti d’amore, 21, en Opere (Roma 1967) 1095.

72 Cf. Carlo M. Martini, Il sogno di Giacobbe. Partenza per un itinerario spirituale (Casale Monferrato: Piemme, 1989), pag. 80.

73 El Proyecto de vida de los Salesianos de Don Bosco, pág. 748.

74 Cf. San Agustín, Meditación sobre la carta del amor de San Juan (Roma 1980), pág. 107-110.

75 Carlo M. Martini, La Dimensione contemplativa della vita. Carta al clero y a los fieles de la Archidiócesis Ambrosiana para el año pastoral 1980-81. Milán 1980, pag. 20.

76 Carlos M. Martini, La Dimensione contemplativa della vita, pag. 27.

77 Cf. Gregorio Magno, Moralia I 16,43; Epist. 31: PL 77,706.

78 De Doctrina cristiana 4,5; PL 34,92.

79 CIVCSVA, La Vida fraterna en comunidad, 48.

80 Carlo M. Martini, Perché Gesù parlava in parabole (Bolonia 1985), pag. 114.

81 CGE, 287.

82 Novo Millennio Ineunte, 39.

83 CIVCSVA, Caminar desde Cristo, 24.

84 El Proyecto de vida de los Salesianos de Don Bosco, pág. 748.

85 Vita Consecrata, 94.

86 Vita Consecrata, 71.

87 Ib.

88 Vita Consecrata, 94.

89 CG25, 31. El cursivo es mío.

90 Novo Millennio Ineunte, 39.

91 Carlo M. Martini, Programmi pastorali diocesani 1980-1990 (Milán 1991), 440-441.

92 La presentación ‘clásica’ del método –y, a mi parecer, todavía la mejor- es de Guigo II El Cartujano, Scala Claustralium; PL, 184, 475-484, cuya lectura recomendaría vivamente.

93 Carlo M. Martini, La gioia del vangelo. Meditazione ai giovani (Casale Monferrato 1988), pag. 12.

94 Catecismo de la Iglesia Católica, 2706.

95 Catecismo de la Iglesia Católica, 2712.

96 Catecismo de la Iglesia Católica, 2713.

97 CG25, 30.31.

98 Carlo M. Martini, Programmi pastorali diocesani 1980-1990, 521.

99 Cf. El Proyecto de vida de los Salesianos de Don Bosco, pp. 785-788.

100 Epistolario I, carta 331, pag. 288-290. J. Canals y A. Martínez, Obras fundamentales, BAC (Madrid 1979) pág. 550.

101 CIVCSVA, Caminar desde Cristo, 24.25.

102 CG25, 54.

103 CIVCSVA, Caminar desde Cristo, 25.

104 Cf. CG25, 54.

105 Dei Verbum, 25.

106 Perfectae caritatis, 6.

107 Jerónimo, Breviarium in Psalmum 147: PL 26, 1334; Agustín, Sermo 56,10: PL 38,381.

108 Dei Verbum, 21. Cf. Presbyterorum Ordinis, 18; Sacrosanctum Concilium, 51.

109 Juan E. Vecchi, “Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros”, ACG 371, pág. 58.

110 Amedeo Cencini, “Preghiera e formazione permanente. Il respiro della vita”, en Testimoni 4 (2003), pag. 10.

111 Const. 89; cf. OGLH 12.

112 CIVCSVA, La vida fraterna en comunidad. “Congregavit nos in unum Christi amor”, 14.

113 Cf. CG25, 26.31.61.

114 CIVCSVA, Caminar desde Cristo, 2.

115 Vita Consecrata, 94.

116 CIVCSVA, Caminar desde cristo, 25.

117 CG25, 13.

118 CG25, 15. Cf. CGE, 287-288.

119 CG25, 32.

120 Sobre este tema, Silvano Fausti, Occasione o tentazione? Arte di discerniere e decidere (Milán 1999).

121 Exercicios Spirituales, 1.

122 Carlo M. Martini, Essere nelle cose del Padre. Riflessioni sulla scelta vocazionale (Casale Monferratp 1991), pag. 81.

123 Marco I. Rupnik, L’esame di coscienza. Per vivere da redenti (Roma 2002), pag. 74.

124 Carlo M. Martini, Mettere ordine nella propria vita. Meditazioni sul testo degli Esercizi di sant’Ignazio (Casale Monferrato 1992), pag. 59.

125 Rupnik, L’esame di coscienza, pag. 78.

126 Rupnik, L’esame di coscienza, pag. 85.

127 CG25, 51.

128 Vita Consecrata, 85.

129 Mauro M. Morfino, “Scoprire le tue Parole è entrare nella Luce”. “La Parola di Dio informa la vita del credente”, Thelogica & Historica. Annali della Pontificia Facoltà Teologica della Sardegna (Cagliari 1999), 42.

130 CIVCSVA, Caminar desde Cristo, 24.

131 Vita Consecrata, 84.

132 Pascual Chávez, “Discurso en la clausura del XXV Capítulo General: CG25, 158.

133 CG23, 95; cf. Const. 95.

134 CG23, 114. Cf. Dicasterio para la Pastoral Juvenil Salesiana, La Pastoral juvenil Salesiana. Cuadro fundamental de referencia (CCS, Madrid 1999), 3.2.

135 Novo Millennio Ineunte, 32-33.

136 Novo Millennio Ineunte, 9.

137 Novo Millennio Ineunte, 34.

138 Novo Millennio Ineunte, 33.

139 CG25,44.

140 CG25, 47

141 Vita Consecrata, 39.

142 Juan Pablo II, “Mensaje al inicio del Capítulo General”: CG25, 143.

143 CIVCSVA, Caminar desde Cristo, 8.

144 Vita Consecrata, 39.

145 CG25, 44.

146 Cf. CG23, 1-10.

147 CG23, 92.93.

148 CG23, 95.

149 CG23, 98. El cursivo es mío.

150 CG23, 148.

151 Ecclesia in Europa, 65.

152 CG25, Presentación 2.2, pág. 16-17.

153 Cf. Rosarium Virginis Mariae, 1.

154 Vita Consecrata, 28.

155 Agustín, Discurso 72 A. 8, en Opere di sant’Agostino. Discorsi II/1 (Roma 1983), pag. 481.

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