El salesiano, hombre y maestro de oración para los jóvenes |
CARTA DEL RECTOR MAYOR
“CUANDO RECÉIS DECID: PADRE NUESTRO...! (Mt 6,9)
1. TÚ ERES MI LUZ... – Volver al propio corazón. – Sinceros con Dios y con nosotros mismos. – Capaces de escucha. – Gustar el silencio. – Descubrir las propias resistencias. – Acceder con confianza al Padre. – Hacer un camino de oración. – Dar la palabra a Dios. – Acoger la mirada de Dios en la profundidad del propio ser. – La experiencia de algunos amigos de Dios.
2. LA ORACIÓN DEL SALESIANO. – La semilla: Mamá Margarita. – Don Bosco, hombre de oración. – Siguiendo a San Francisco de Sales. – El marchamo oratoriano. – Contemplativo en la acción. – Algunas condiciones: La orientación interior. – La intención. – Sentirse instrumentos de Dios en favor de los jóvenes. – Descubrir la presencia del Espíritu en la vida de los jóvenes.
CONCLUSIÓN. La oración de nuestros Santos. – La liturgia de la vida. – Iniciación de los jóvenes en la oración. – María, icono de nuestra oración.
Roma, 1 de enero de 2001
1 Solemnidad de Santa María, Madre de Dios |
▲back to top |
Para la Cuaresma de 1999, un grupo de diócesis de España mandaba a los fieles una carta pastoral sobre la oración cristiana hoy, con el título: “Tu rostro buscaré, Señor”1. También otros Pastores han tenido intervenciones en el mismo sentido2.
Los Obispos hacían notar la desorientación de los cristianos respecto al sentido de la oración (¿por qué rezar? ¿tiene sentido aún el rezar regularmente?) y respecto a las fuentes y formas originales de la oración cristiana. El hecho tenía también en cuenta la pérdida progresiva de la costumbre de rezar, a causa de los cambios que están dándose en la vida familiar, en la que pueden transcurrir días sin que se vea un gesto de oración común. Y en la comunidad cristiana, aparte de la participación en la Misa dominical, van cayendo en desuso otras prácticas con las que la comunidad cristiana expresaba, al ritmo del tiempo, su referencia sustancial al Señor.
Al mismo tiempo, se subrayaba el multiplicarse de lugares y de oportunidades de oración “self-service”, ofrecidos por diversos grupos religiosos para quien quisiese aprovecharlos, y la búsqueda creciente de tales lugares.
Esto lo hemos experimentado también nosotros, desde nuestro puesto de observación: se ofrecen noches de oración en las iglesias, se tienen vigilias bien participadas, se multiplican las casas de oración. Y no sólo. No hace siquiera quince días, escuchaba una Radio evangélica que enumeraba en la ciudad de Roma veinte lugares de culto, con los respectivos horarios, para quien quisiese aprovecharse de ellos. Como fondo, resonaban palabras de los salmos con música electrónica y la implicación por parte de los participantes.
El Jubileo, con sus impresionantes encuentros de oración en la plaza de San Pedro y con las numerosas celebraciones, ha subrayado también esta dimensión de la religiosidad cristiana.
Vivimos en un mundo globalizado, singular desde el punto de vista religioso: humanista y secularizado, casi desequilibrado al afirmar el derecho de la persona a una elección personal en todos los campos y, por tanto, un poco alérgico a las mediaciones impuestas, “salvajemente religioso” en lo privado, se podría decir. Hay quien vive como “agnóstico” (en el sentido de no creyente). Hay también quien practica una religión al estilo del snak-bar o Mac Donald, según una elección propia y una combinación de tiempos, lugares y fórmulas. Hay quien elige prácticas de religiones esotéricas. A veces en un departamento del tren, el único a quien se ve rezar es a un musulmán. En los aeropuertos se han destinado salas para las expresiones de las diversas religiones.
Una cosa resulta evidente: quien entra en el espacio de cualquier experiencia o emoción religiosa, descubre y considera la oración como una de sus manifestaciones principales. La petición al Señor, sentido como presente, la expresión de alabanza y de acción de gracias, el deseo de compañía y protección, surgen casi inevitablemente.
Nada de extraño, pues, que los jóvenes cristianos, que viven en esta atmósfera, que están en contacto con nosotros, que sienten una cierta atracción hacia Jesucristo y hacia el Evangelio, y han acogido el desafío del sentido último, o han expresado ya una opción consciente por una presencia viva de fe, se interroguen acerca de la oración de los Salesianos. Se preguntan cómo la sienten en el corazón y, sobre todo, si los Salesianos son capaces de iniciarlos en los caminos de una oración que atraviese la vida, engendrando convicciones y sugiriendo experiencias, de modo que la oración llegue a hacerse hábito, gusto, sostén y luz.
1. “TÚ ERES MI LUZ...”3.
Con los jóvenes hay momentos extraordinarios de celebraciones solemnes, bien cuidadas desde el punto de vista de los contenidos, de los símbolos y de la coreografía. Pero, respecto de nosotros, las Constituciones, después de habernos propuesto todos los momentos comunitarios, nos dicen: “Sólo podremos formar comunidades que rezan, si personalmente somos hombres de oración. Cada uno de nosotros necesita expresar en lo íntimo su modo personal de ser hijo de Dios, demostrarle su gratitud y confiarle sus deseos y preocupaciones apostólicas”4.
En verdad, una cosa es recitar oraciones o participar en celebraciones colectivas, cosas ciertamente útiles y apreciables, y otra es llegar a ser personas de oración. Hemos escuchado esto mismo a los mismos jóvenes y a los comentaristas, en referencia a las manifestaciones de masa del Confronto y del Jubileo: todo esto, que sin duda ha constituido una experiencia válida, ¿durará y abrirá un camino en la vida? Se pone en cuestión la educación religiosa, el acompañamiento, la interiorización después del acontecimiento extraordinario, la comunicación del corazón con el Padre, en calidad de hijos.
Es claro que, si nuestra evangelización propone sólo explicaciones, pero no logra crear una relación de comunión con el Padre, queda vacía, casi reducida a una ideología. El gran trabajo de Jesús fue el de dar a conocer, en sentido bíblico, al Padre y enseñar a los discípulos a dirigirse a Él escuchando las voces del Espíritu, las enseñanzas y las palabras que Él sugiere en el corazón5.
Por esto, el Evangelio es rico en enseñanzas sobre la oración. El evangelista Lucas, en el capítulo undécimo de su evangelio, recoge algunas: la palabra unificadora “Padre”, la perseverancia y la eficacia de la oración. Y es el Evangelio el que nos explica la comunicación con el Padre, la presencia del Espíritu que reza con Cristo en nosotros y por nosotros.
No es mi intención hablaros ahora de la oración salesiana comunitaria. Hay suficiente literatura6 y esfuerzos de animación y se nota en las comunidades también un propósito de mejora. Y no hay duda de que ésa expresa bien la vida de cada hermano y de las comunidades, y es también una escuela, además de garantía de riqueza, de continuidad, de perseverancia y de experiencia eclesial. El salesiano reza con la comunidad y en la comunidad.
Ahora quiero detenerme de modo particular sobre el camino personal que, con la ayuda de las comunidades, lleva a cada uno de nosotros a ser hombre de oración, deseoso y capaz de orientar a los jóvenes hacia ella, guiando también a niveles de regularidad y de fervor a cuantos se manifiestan capaces.
Volver al propio corazón.
La oración del salesiano, comunicación y diálogo filial con el Señor, es ciertamente coherente con su vida y adecuada a su existencia concreta. Hay, sin embargo, “lugares comunes”, no bien examinados, respecto de ella; como también hay condicionamientos reales que superar para llegar a ser hombres de oración según el estilo salesiano.
Entre los lugares comunes está el que quiere que en el centro de la vida del salesiano esté la acción, no siempre entendida como acción conscientemente salvífica, sino a veces simplemente como obrar humano, con todo lo que ello comporta: movimiento, competencia de ámbitos, relaciones e intervenciones, etcétera.
La oración, en tal caso, queda “relegada a retazos de la jornada”, limitada a los momentos comunes. El consejo de Jesús Buen Pastor es, en cambio, el de rezar “sine intermissione”: una comunicación con el Padre, que en el Espíritu Santo viene a nosotros y sale de nosotros por múltiples vías: a través del pensamiento, del sentimiento, de la orientación de la acción, de la relación con el prójimo, de la participación en las celebraciones y en la vida de la comunidad cristiana. Todo esto hecho con la mirada vuelta hacia Él y con el deseo de cumplir “le bon plaisir de Dieu”7, según la expresión de San Francisco de Sales.
Otro lugar común es la interpretación de la frase de Don Bosco: “La vida activa, a que mira particularmente la Sociedad, hace que los socios no puedan dedicarse a muchas prácticas de piedad en común”8. Es verdad. Pero hay que rehacerse a su tiempo para comprender el alcance de este aserto; hay que comparar este dicho con cuanto prescribían otros Institutos: a las prácticas matutinas y vespertinas diarias se unían los triduos, las novenas, los tiempos litúrgicos mucho más regulados en cuanto a prácticas de piedad. Las palabras de Don Bosco deben ser leídas e interpretadas en este contexto. Y, además, no hay que confundir tiempos comunes con tiempos personales, incluso sustraídos a una acción un tanto desordenada.
Entre nuestros condicionamientos típicos es preciso, en cambio, enumerar una cierta tendencia connatural a exponerse a la multiplicidad de compromisos que, para algunos, con “la agenda abierta” a los imprevistos, puede convertirse en agitación. La agitación no provoca solamente la eliminación de la participación en los momentos comunitarios, sino también la supresión de los momentos de estudio, de lectura, de preparación responsable a un ministerio o a un deber educativo, que se hace cada vez más complejo aún desde el punto de vista de la interpretación evangélica de la vida, y también de la metodología en la orientación de los jóvenes.
Se debe reconocer que tanto la lectura pastoral del contexto a que me he referido antes, como nuestra reflexión personal, nos llevan hoy a determinadas conclusiones sobre las condiciones que hay que crear para la oración.
Sólo es posible hablar de oración, si se asume la experiencia de Jesús, Hijo del Padre, manifestada en la propia vida bajo la guía del Espíritu. Hablar de oración es poner al descubierto cuanto hay de más sagrado y unitario en nuestra vida9.
“La oración es el compendio de nuestra relación con Dios. Podríamos decir que somos lo que oramos. El grado de nuestra fe es el grado de nuestra oración; la fuerza de nuestra esperanza es la fuerza de nuestra oración: el calor de nuestra caridad es el calor de nuestra oración”10.
Rezar y vivir se funden en una única e idéntica realidad en la conciencia del que reza. Mientras la vida misma no se haga oración, tampoco la oración será viva y auténtica.
Por otro lado, la Sagrada Escritura y la tradición eclesial están llenas de la oración de los pobres que se dirigen a Dios, en el espíritu de Jesús, como niños. El camino debe ser sencillo, la comunicación filial, en el Espíritu.
Se pueden indicar algunas actitudes que favorecen la oración personal.
Sinceros con Dios y con nosotros mismos.
A veces, cuando hablamos de Dios, con referencia a nosotros mismos y, más aún, a nuestros interlocutores religiosos, nos ponemos una máscara, nos vestimos con el traje que conviene al papel que debemos hacer, y escogemos palabras exactas y bien declamadas.
Estas máscaras no corresponden a lo que nosotros somos. Son barreras que dificultan nuestra unión profunda con Dios y el diálogo con Él, que debe ser sin obstáculos.
Dios quiere comunicarse con nosotros, en la longitud de onda de la sinceridad. Y esto no es precisamente inmediato: requiere, en general, gracia y tiempo. Por esto, el Jubileo nos ha llamado a convertirnos, a comenzar desde Dios y a reordenar nuestro camino. Ha sido, ante todo, una invitación a la conversión del corazón, aunque las celebraciones, difundidas por televisión, puedan a veces haber dado una idea diversa.
Existen muchas modalidades y tonos de oración, en relación con la prevalencia del sentimiento o de la meditación, de las fórmulas o de la espontaneidad. Cada uno acaba por tener su modo de orar, como tiene el propio modo de caminar y de expresarse. Pero hay siempre, en la oración, un deseo de comunicación que quiere ser filial, directo, profundamente sentido. Sea el que sea el tipo de oración a que se ha llegado, la esencia está en autodonarse a si mismo. Jesús se expresaba así: “Te doy gracias, oh Padre”11; “Guarda en tu nombre a los que me has dado”12; “Que todos sean uno, como nosotros somos uno”13.
Capaces de escucha.
Para nosotros, educadores, la capacidad de hablar de Dios y con Él depende, ante todo, de la capacidad de escucharlo. Él, que ha hablado en la creación inicial, nos ha dicho muchas cosas en la Historia de la Salvación con acontecimientos y palabras y nos ha relatado todo en Jesús. Ahora nos habla a través de las mediaciones de la Iglesia y de los acontecimientos; hace resonar dentro de nosotros la voz de su Espíritu y revela cosas nuevas para los tiempos nuevos.
El creyente es, sobre todo, uno que escucha la Palabra, como María. “Escuchar significa no sólo ser consciente intelectualmente de la presencia del otro; sino aceptar el hacer espacio en sí mismo a tal presencia hasta ser su morada y gozar de ella”14.
No es siempre fácil distinguir la voz de Dios de la de los hombres. Por eso debemos, como en el episodio de Samuel15, abrir el oído a Aquel que habla para educarnos, a nosotros mismos y a nuestros destinatarios, en la escucha de la Verdad: “Habla, que tu siervo te escucha”. Deberíamos tener la mente y el oído atentos, guiar a los destinatarios hacia la Verdad, invitar a escuchar a Aquel que tiene “palabras de vida eterna”. Es una de las metas de la educación. La ley, los preceptos, la Palabra del Señor, se presentan como fuente que engendra una sabiduría completa y profunda, misteriosamente, a la medida de los sencillos, superior a la que produce la agudeza del pensamiento humano.
Por parte del hombre, esta disponibilidad para la obediencia y la escucha de la Palabra constituye la condición indispensable para descubrir el proyecto que Dios confía a cada persona, en el tiempo y en el lugar donde ha sido llamada a vivir. Será también la condición fundamental para renovar el compromiso continuo de conversión para Dios: “Como descienden la lluvia y la nieve de los cielos, y no vuelven allá, sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, para que dé simiente al sembrador y pan para comer, así será mi palabra, la que salga de mi boca, que no tornará a mí de vacío, sin que haya realizado lo que me plugo y haya cumplido aquello para que la envié”16.
El lugar privilegiado para la escucha es, pues, la meditación de la Palabra: “sentada a los pies de Jesús, (María en Betania) escuchaba su palabra”17. Así, pues, todo empieza con la atención interesada a la Palabra, que se desarrollará luego en meditación, oración y contemplación18. La escucha de Dios19, con sus dimensiones de silencio, salida de sí mismo y concentración en el Otro, se hace acogida o, mejor, descubrimiento en uno mismo de una presencia más íntima aún a nosotros que cuanto pueda serlo nuestro mismo “yo”: “Tarde te amé, belleza siempre antigua y siempre nueva, tarde te amé. Sí, porque tú estabas dentro de mí y yo fuera. Yo te buscaba allí. Deforme, me arrojaba sobre tus hermosas criaturas. Estabas conmigo, y yo no estaba contigo. Me tenía lejos de ti mi sordera; brillaste, y tu esplendor disipó mi ceguera; difundiste tu fragancia, y respiré y suspiro por ti, gusté y tengo hambre y sed; me tocaste y ardí de deseo de tu paz”20.
No sólo el Concilio Vaticano II ha abierto un tiempo propicio de vuelta a la Palabra, sino que nosotros estamos asistiendo al nuevo gusto que de ella sienten los jóvenes. Se está dando como un nuevo encuentro entre los jóvenes y la Palabra, estimulado también por las Exhortaciones de Juan Pablo II sobre la Lectio.
Gustar el silencio.
El silencio es como la imagen de la Palabra reflejada en un espejo. Silencio y Palabra se completan y se refuerzan recíprocamente. Sin el silencio, difícilmente se llega, ya sea al conocimiento de sí, ya sea al discernimiento del proyecto de Dios sobre la propia vida. El silencio da profundidad y unifica.
La sobriedad salesiana en el hablar no es distanciamiento o dominio controlado de sí mismo; es siempre atención al otro, comprensión y deseo de dar y de recibir. Se pasa así a una dimensión interior, al estar bien consigo mismo, a la visión serena de las personas y de las situaciones, a la paz interior, al gusto de la presencia del otro.
Se produce también una actitud de dominio de sí y de resistencia para hacer callar los sentimientos desordenados hacia los demás, las imágenes arbitrarias de uno mismo, las rebeliones, los juicios no ponderados, las murmuraciones y las ligerezas, que nacen del corazón. Un silencio mesurado es el guardián de la interioridad y hace posible la escucha y la acogida de quien habla. El Dios que queremos encontrar está dentro de nosotros, no fuera21.
El yo interior tiene necesidad de tiempos y espacios para confrontar y valorar. Respecto de los primeros, no deberíamos tener miedo de reservar, en el horario, períodos de tiempo para dedicarlos a la meditación personal, al estudio, a la oración y - ¿por qué no? – a la contemplación: esa actitud total de quien se siente subyugado por la verdad o por la belleza.
El Evangelio nos aconseja “entrar en la propia habitación y, cerrada la puerta, orar al Padre que está en lo escondido”22. Se trata de escoger un lugar donde la atención y el espíritu encuentren menos obstáculos para ir a Dios. La Iglesia o la capilla son, sin duda, lugares más adecuados para la “oración silenciosa”, aunque no los únicos. “Nuestro Salvador escogía lugares solitarios para orar, y aquellos que no ocupasen mucho los sentidos, sino que levantasen el alma a Dios, como eran los montes que se levantaban de la tierra, que ordinariamente son pelados sin materia de sensitiva recreación”23.
Los paseos, por ejemplo, pueden adquirir un significado nuevo: se trata de descubrir la presencia del Señor que – según la expresión poética de San Juan de la Cruz – “pasó por estos sotos con presura,/ y yéndolos mirando,/ con sola su figura / vestidos los dejó de hermosura”24.
Así, pues, la persona no mira si el lugar para la oración tiene determinadas comodidades, porque esto quiere decir que está todavía apegada a los sentidos; sino que se preocupa, sobre todo, del recogimiento interior; olvidando todo lo demás, escoge para tal fin el lugar más libre de objetos y gustos sensibles y aparta la atención de todo esto, para poder gozar mejor de su Dios en la soledad de las criaturas25.
Descubrir las propias resistencias.
El Espíritu obra en nosotros y nos santifica en la medida de nuestra disponibilidad. En esto entra la superación de nuestras resistencias hacia una apertura dócil y filial al Padre y al amor a las personas, arraigado en el corazón. La interioridad ha de ser educada, el amor debe ser purificado, y nuestras relaciones, hechas más respetuosas. Se trata de desenmascarar aquellos dinamismos que conviven dentro de nosotros y que nos impiden darnos con un corazón libre26.
Es preciso tener el valor de individuar y llamar por su nombre las propias fragilidades, las negativas que marcan nuestra vida; y conocer las propias resistencias para hablar de ellas con el Padre. Es preciso aceptar el paciente trabajo necesario para que la voluntad de Dios oriente nuestro pensamiento y nuestra conciencia. No hay hombre de oración que no haya sentido la necesidad y las ventajas de la ascesis interior y exterior.
Quien tiene experiencia personal en la vida espiritual, sabe que este camino exige paciencia y perseverancia, que no se puede recorrer en solitario, puesto que el Espíritu nos precede y nos acompaña. Luego conocerá también, según va avanzando, los frutos de la pacificación progresiva, del crecimiento de su libertad, de la mansedumbre y de la caridad, que son los frutos de un camino de oración27.
1.1 Acceder con confianza al Padre. |
▲back to top |
Ésta es la sugerencia de San Pablo28; es la indicación de Jesús29. El Señor acepta el culto ritual, pero como camino y condición para el abandono espontáneo y transparente30. Hay ocasiones en las que podemos rezar sin palabras, pero no podemos nunca rezar sin el deseo profundo de encontrarnos con el Señor, de estar con Él. “Tu rostro buscaré, Señor”31 es ya una forma de oración. Es frecuente hoy desear aquellos momentos de gozo y de emoción que se dan raramente o bajo el impulso de fuertes estímulos. Son una gracia, en la que no se fundamenta nuestra relación con Dios, sino con la que el Señor nos sostiene. Estamos en tiempos en que domina la emoción religiosa, el deseo de experimentar “otra cosa”, lo que está más allá de lo sensible. Esto vale también para los jóvenes, para los cuales autenticidad y sentimiento van unidos, aún en la experiencia religiosa.
La amistad con el Señor requiere que nuestro deseo de encontrarnos con Él sea dentro de la oración y ésta dentro de la vida, como orientación y pasión: “Oh, Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo”32. No se trata, pues, de un deseo de cumplir obligaciones de oración, sino de un anhelo intenso de la presencia del Señor, de su amistad.
A veces tememos acercarnos demasiado a Dios, o que Él nos manifieste demasiado claramente su voluntad. Miles de preguntas nos invaden: ¿qué me pedirá Dios? ¿adónde me conducirá? Lo que está en juego es mucho: se trata de mi vida. Podría cambiar la orientación de todo lo que he hecho; podría ser llamado a poner en discusión mis valores. Sucedió a los patriarcas, a los profetas, a los apóstoles, a los santos que, en cuanto a la oración, son ejemplos eximios. Podemos decir que nos sucede también a nosotros, a través de acontecimientos imprevistos, que cambian el curso, el ritmo o el tono de nuestra existencia.
Con los demás, cada uno de nosotros entra en diálogo entre iguales. En cambio, con Dios todo es diverso. Él me dice: “Yo soy el Señor, tu Dios”33. Dijo Einstein: “Cuando me acerco a este Dios, debo quitarme los zapatos y caminar de puntillas, porque estoy en una tierra sagrada”. Y, sin embargo, no estamos en la región de la lejanía ni del temor, sino en la filial, del Espíritu, que es misterioso e inagotable: de ahí nacen siempre novedades de parte del Padre y de nuestra parte, según va avanzando la vida.
Hacer un camino de oración.
En la oración hay también un camino de formación y de crecimiento permanente. Nadie, cuando es adulto o anciano, reza como cuando era niño, aunque puede mantener rasgos personales, madurados por la vida. La oración no sólo nos enriquece, sino que nos plasma por lo que ella es, y por los hechos de nuestra vida que asumimos a su luz. Algunos de nosotros, tal vez, han compartido la experiencia de monjes que han llevado adelante una vida de pura oración. Pero también es interesante y fecundo el diálogo sobre la oración con hermanos nuestros llegados a la madurez de la vida y del sufrimiento.
Al asumir el compromiso de rezar, me abandono enteramente en Dios y me entrego en sus manos. Es a Dios a quien acojo; es a Él a quien me doy; con Él quiero caminar y de Él recibir mi propio ser, siempre renovado por los dones de su amor.
La contemplación ofrece el momento más alto de la oración. Pero ella, como afirma Vita Consecrata, no es privilegio de un estado, sino dimensión esencial de los que sienten la propia vida “transfigurada” en Cristo34. Es la visión de fe, gozada en su dimensión unificante, que irradia luz y belleza.
La oración así entendida es el acto adulto mediante el cual mi relación personal se abre respecto de Dios, consciente de mi irreductible sed de Él, como también de su amorosa búsqueda de mí.
La oración supone también la salvaguardia de un tiempo suficiente, capaz de arraigar en mí y de expresar el significado más alto del acto de rezar. Si deseo llegar a una oración viva y vivificadora, que sea experiencia de amor con el “partner” único, no puedo dejar de reservar algunos espacios de mi vida, consagrándolos a estar de tú a tú con el Señor.
Perseverar en este acto de fe pura y desnuda, durante un tiempo que no conoce prisa ni cálculo de ventajas personales, dedicado a estar simplemente en la presencia de Dios Padre (Él me mira, me ama y me trabaja, durante estos momentos que tocan lo profundo de mí en la soledad), aun cuando yo tenga la sensación de permanecer sin palabras y de perder mi tiempo: he aquí la exigencia y la garantía de una adoración en espíritu y en verdad. Es interesante ver el camino de oración de nuestros Siervos de Dios, en los que encontramos siempre tres características: la participación en las prácticas comunitarias, los tiempos personales de los que estaban ávidos y la unión en la vida.
Aun siendo verdad que la oración puede dar paz interior a mi vida, serenidad de espíritu y eficacia en la acción, la finalidad principal no será sólo buscar estas ventajas, si en la oración quiero encontrar al Padre de Jesús y Padre nuestro, la experiencia del amor gratuito.
Al darle al Señor mi tiempo humano, sin pedirle nada en cambio (efectos extraordinarios, progreso espiritual rápido y apreciable, etc.), me expongo al sol mismo de la divina gratuidad. Ésta es la gracia por excelencia del comprometerse a rezar: ser educados en la gratuidad, en una sociedad como la nuestra en la que todo es objeto de compraventa. Saber con indudable sabiduría que somos amados por Él y que Lo podemos amar y desear, constituye la gran riqueza de nuestra vida, que hace aparecer como secundarias todas las demás pretensiones.
¡Ésta es la bienaventuranza de una vida de oración! Quien sabe perder su tiempo con el Señor, aprende a dar a los hermanos la propia vida con generosidad gratuita, olvidado de sí mismo. La oración, como el amor, no tiene necesidad de justificación.
Puesto que es el Espíritu quien reza en nosotros y que de Él aprendemos a dirigirnos al Padre, es más importante ponerse en sintonía y unión con Él que conocer definiciones descriptivas exactas sobre la oración. Éstas, sin embargo, ayudan a un mayor conocimiento y camino de purificación. Tomemos algunos elementos constantes, sacándolos de la experiencia de Jesús, de la Iglesia y de aquellos que la han contemplado y seguido más de cerca.
1.2 Dar la palabra a Dios |
▲back to top |
“Tu voluntad es mi delicia”35. Hay que permitir que Dios nos diga lo que Él sabe que nos conviene.
Él pronuncia la Palabra. Jesús se ha manifestado como la Palabra, el Verbo eterno del Padre. El Verbo es novedad. Lo es todavía. Así nacieron los carismas: movimientos de profecía que se desarrollan sólo en la escucha de Dios, en un mundo rutinario. Por eso, para nosotros consagrados, “escuchar” es gracia de subsistencia y de novedad. De hecho, estamos acostumbrados a buscar palabras en nuestra oración, con el peligro de no percibir lo que Dios quiere decirnos: su Verdad. Es Jesús mismo quien recomienda: “Cuando recéis no uséis muchas palabras”36.
El tiempo que dedicamos en un equilibrado silencio o en un retiro a recomponer nuestra vida, no es tiempo perdido; es más, será la recuperación de un espacio abierto a la visita de Dios. Cultivar y usar un método para crear una área de silencio, será expresión del compromiso, sin el cual nadie puede hacer madurar los frutos más exquisitos de la reflexión de fe, de la oración y de la contemplación.
Cuando sepamos mantener el silencio interior en medio del inevitable bullicio de la vida moderna y en el corazón mismo de la necesidad de hablar y comunicar, entonces el compromiso que hemos tomado con la oración producirá en nosotros uno de sus frutos más excelentes: seremos personas maduradas, concentradas, no disipadas, dueños de nuestra dimensión de interioridad. No se trata de un silencio sólo ascético, sino de una atención y de la espera de una palabra de amor. El salesiano expresa todo esto sin pausa: en él predominan la templanza, la razón unida a la religión, la bondad en la mirada optimista, aunque no ingenua, la esperanza en la fuerza redentora de Cristo.
Acoger la mirada de Dios en la profundidad del propio ser.
La “mirada” tiene una abundante presencia en la Biblia y en el Evangelio. Significa la voluntad benévola, la atención paterna, la predilección, la vocación. A la mirada del Señor sigue con frecuencia el diálogo, que es ya invocación y programa de vida.
La oración no es algo externo a aquel que reza. No hay distancia alguna entre la oración, la relación con Dios y el que la hace. Aun siendo un don, se empasta y se funde hasta tal punto con el modo de ser de cada uno, que rezar viene a ser la expresión más pura de la individualidad. Lo que yo soy delante del Creador, esto es mi oración.
Donde ninguna otra mirada puede llegar, allá penetra la mirada luminosa de Dios. Él me ve y me enseña a verme como soy. Rezar es, pues, sentir y acoger la mirada paterna de Dios, sin impedírselo en el vano esfuerzo de querer obrar por sí mismo.
Mi vida es, al mismo tiempo, un don y un compromiso: un don que se desarrolla sólo en el diálogo con el donante. Afirmar la propia participación en el amor de Dios a los hombres en un destino concreto, en una historia humana real: he ahí lo que es la oración.
Creo que se puede resumir de este modo el aspecto tal vez más válido de la experiencia personal de oración: ésta es el ejercicio constante, que lleva a abrazar con alegría filial la voluntad del Padre en los acontecimientos de cada día. La práctica de la oración me pone en la condición de leer mi historia personal – por insignificante, absurda o contradictoria que me pueda parecer – como una revelación del amor de Dios, dentro de las coordinadas de mi existencia y del mundo. Nada de cuanto sucede en mi vida y en mi mundo es extraño al amor de Dios.
Dios es amor: dejándome amar por Él, me convierto en un misterioso instrumento de su amor en el mundo. Abriéndome a su iniciativa, descubro a un Dios solidario y comprometido en la marcha de la humanidad, particularmente en el dolor de todos los que sufren.
Tercer milenio: ¡tiempo de místicos! La profundidad de los hombres y de las mujeres movidos por el Espíritu será lo que, verdaderamente, salve el sentido de nuestra vida y lo que desafíe la limitación de la visión del hombre.
La experiencia de algunos amigos de Dios.
La oración es “expresión” de la vida en el mejor sentido del término. Por eso, lo que nos dicen quienes la han vivido intensamente en el amor y en el dolor tiene gran utilidad para nosotros. Escuchemos algún testimonio significativo
“(En la oración) el coloquio se hace hablando verdaderamente como un amigo
habla a otro amigo, o un siervo a su Señor: bien pidiendo algún favor, bien acusándose de alguna falta, bien comunicando las propias cosas y pidiendo consejo sobre ellas” (Ignacio de Loyola).
“Aquí no hay nad que temer, sino todo que desear, (...) la oración mental no es
otra cosa para mí, que una relación de amistad, un encontrarse frecuentemente de tú a tú con quien sabemos que nos ama” (Teresa de Jesús).
“La oración no es otra cosa que la unión con Dios (...). En esta unión íntima, Dios
y el alma son como dos trozos de cera fundidos juntos, que nadie puede separar (...). Nosotros nos habíamos hecho indignos de rezar. Pero Dios, en su bondad, nos ha permitido hablar con Él (...). Hijos míos, vuestro corazón es pequeño, pero la oración lo dilata y lo hace capaz de amar a Dios” (Cura de Ars).
San Agustín escribe a Proba: “Deseemos siempre la vida dichosa y eterna, que
viene de nuestro Dios y Señor, y así estaremos siempre orando. Pero, con objeto de mantener siempre vivo este deseo, debemos, en ciertos momentos, apartar nuestra mente de las preocupaciones y quehaceres que, de algún modo, nos distraen de él y amonestarnos a nosotros mismos con la oración vocal, no fuese caso que, si nuestro deseo empezó a entibiarse, llegara a quedar totalmente frío y, al no renovar con frecuencia el fervor, acabara por extinguirse del todo.
No es ciertamente malo o itútil el entregarse a la oración durante largo tiempo, siempre y cuando no nos lo impidan otras obligaciones buenas o necesarias. Ni hay que decir, como algunos piensan, que orar largamente sea lo mismo que orar con vana palabrería. Una cosa, son las muchas palabras y otra un porlogado estado de ámino. Lejos, pues, de nuestra oración la vana palabrería; pero que no la súplica insistente si perdura el fervor y la atención. Hablar mucho en la oración es como tratar un asunto necesario con palabras superfluas.
Orar prolongadamente es llamar con corazón perseverante y lleno de afecto a la puerta de Aquel que nos escucha. Porque, con frecuencia, la finalidad de la oración se logra más con lágrimas y llantos que con palabras y expresiones verbales”37.
Según estas experiencias, la oración es relación de amistad, que puede expresarse con el pensamiento, la acción, los sentimientos y la mirada, el silencio, la participación en la liturgia, la invocación rápida, la conversación tranquila según el ejemplo de Jesús: “Te bendigo, Padre”38. Es una relación de amistad y de amor. Y esto es lo que nos introduce justamente en la oración del salesiano.
La oración del salesiano hace referencia especial a Jesús, Buen Pastor, y a Don Bosco, que fue una viva imagen suya entre los jóvenes.
Para comprender su modalidad y el camino de crecimiento, es iluminador, ante todo, meditar en el Evangelio la oración de Jesús, Buen Pastor, que culmina en el don de la vida.
Esta lectura, que es apasionante, por razones de espacio, os la dejo a vosotros39. Me detengo particularmente en la experiencia típica salesiana.
La semilla: Mamá Margarita.
Los primeros pasos del camino de oración del salesiano los encontramos en las Memorias del Oratorio40. La narración pone en envidencia una constante que acompaña a Don Bosco en toda su existencia: el papel determinante de la dimensión religiosa del ambiente en que creció y en la mentalidad de Don Bosco. Eso le llevaba a ponerlo todo en relación con Dios, a través de diversos caminos: de la contemplación de la naturaleza al rezo de oraciones que eran ya patrimonio del pueblo cristiano.
Don Bosco atribuye a la figura de su madre y a su acción educativa el mérito de haber arraigado en él el sentido de Dios y una visión de fe acerca de la realidad y de la historia. Margarita lo formó en el ejercicio de la presencia de Dios, lo orientó a rezar con la mente y con las palabras, le inspiró los principios de la vida cristiana, asegurando una siembra abundante de virtudes sólidas. Su aportación fue determinante para la futura misión de educador y de pastor.
De la fe de la madre, el niño Juan adquirió la certeza de la existencia de un Dios grande en el amor. Percibió la realidad de un nexo inseparable entre nuestra frágil humanidad y su Amor misericordioso. Aprendió, existencialmente, que la confianza en Dios nunca es vana, aún en los momentos más desesperantes. Aquí radica su fe inconmovible, capaz de “trasladar las montañas”, y su esperanza robusta que lo impulsa a mirar más allá de toda perspectiva humana, a proyectar y a lanzarse valientemente a cosas que otros no habrían siquiera soñado remotamente. Y todo esto él lo evidencia en sus Memorias y nos lo indica a nosotros, sus lectores.
La narración de Don Bosco es sintética, pero eficacísima: “Su mayor cuidado fue instruir a sus hijos en la religión, enseñarles a obedecer y tenerlos ocupados en trabajos compatibles con su edad. Era yo muy pequeño, y ella misma me enseñaba a rezar; cuando ya fui capaz de unirme a mis hermanos, me ponía con ellos de rodillas por la mañana y por la noche y, todos juntos, rezábamos las oraciones y la tercera parte del Rosario”41.
En la acción educativa de Margarita hay algo más que una formación religiosa. “Dios – afirma Don Lemoyne – estaba siempre en sus pensamientos y en sus labios (...). Dios te ve: era la palabra con que les recordaba que siempre se encontraban bajo la mirada del Dios grande, que un día los habría de juzgar. Si les permitía ir a entretenerse por los prados vecinos, les decía al despedirlos: Acordaos de que Dios os ve. Si alguna vez los veía pensativos y temía que en el ánimo ocultasen pequeños rencores, les susurraba al oído: Acordaos de que Dios os ve y ve también vuestros pensamientos, aún los más secretos (...).
Con la contemplación de la naturaleza Margarita despertaba continuamente en ellos la memoria de su Creador. En las hermosas noches estrelladas, salían fuera de casa, señalaba al cielo y les decía: Dios es quien ha creado el mundo y ha colocado allí arriba tantas estrellas. Si el firmamento es tan hermoso, ¿cómo será el paraíso? En la primavera, a la vista de una linda campiña, o de un prado cubierto de flores, al despuntar la aurora serena, o ante el espectáculo de un ocaso rosáceo, exclamaba: ¡Qué cosas tan hermosas ha hecho el Señor para nosotros!”42.
Don Bosco hombre de oración43.
Sería inexacto históricamente pensar que la oración de Don Bosco se hubiera quedado en estos niveles. La experiencia “oratoriana”, educativa y pastoral, con los muchachos pobres y con los discípulos jóvenes, produjo en él un salto hacia una “oración apostólica”, hacia la contemplación en la acción, y el éxtasis frente a la acción de Dios en el alma de los jovencitos. Así empezó y se desarrolló aquella unión entre la actitud de oración y la vida emprendedora, empapada de esperanza y de audacia, que suscitó inicialmente interrogantes acerca de su santidad, dado que alguien lo juzgó sólo un “emprendedor” de Dios, pero que resultó ser luego paradigma para la oración y la vida del salesiano.
Un método análogo al de Mamá Margarita, madurado en la experiencia pastoral y en el sacrificado servicio educativo, será el que use Don Bosco con sus jóvenes. En efecto, al comienzo de su manual de oración, El Joven cristiano, al enumerar Las cosas necesarias a un joven para alcanzar la virtud, él parte del Conocimiento de Dios: “Levantad los ojos, queridos hijos míos, y observad cuanto existe en el cielo y en la tierra. El sol, la luna, las estrellas, el aire, el agua, el fuego, cosas son todas que en otro tiempo no existían (...). Pero hay un Dios que existe eternamente y que con su omnipotencia las sacó de la nada creándolas”44. Ambas experiencias le sirvieron para convertirse en el iniciador de los jóvenes en la comunión con Dios.
Educado en saber contemplar a Dios en la naturaleza y en los acontecimientos humanos, especialmente los que se referían a los jóvenes confiados a él, Don Bosco formaba a sus muchachos en esta “mirada simple”, reveladora del amor de Dios. Por esto, era un atento observador de la historia humana y de la Iglesia, de la que había sido narrador eficaz para los jóvenes. Y sus muchachos aprendían.
De Miguel Magone, durante unas vacaciones en I Becchi, el santo cuenta: “Una noche, mientras nuestros muchachos estaban ya acostados, oí que alguien lloraba. Me acerco con cuidado a la ventana y descubro a Miguel, en un ángulo de la era, mirando a la luna y llorando entre suspiros. - ¿Qué te ocurre, Miguel? ¿Te sientes mal?, le dije. Él, que pensaba estar solo, se turbó y no acertaba a responder. Pero, al insistir yo, contestó con estas precisas palabras: - Lloro al observar cómo la luna aparece con inalterable regularidad después de tantos siglos para alumbrar en medio de las tinieblas de la noche, sin permitirse jamás una desobediencia al Creador; yo, en cambio, dotado de razón, que debiera haber sido exacto cumplidor de las leyes de Dios, le he desobedecido mil veces y le ofendí de mil maneras a pesar de mis pocos años. – Dicho esto, se puso a llorar de nuevo. Lo consolé lo mejor que pude, se calmó poco a poco y se fue a descansar”45.
Don Bosco comenta con admiración esta capacidad de Miguel de “descubrir en todo la mano del Creador y la obligación de toda criatura de prestarle obediencia”46
Siguiendo a San Francisco de Sales.
Todo esto se coloca en la línea de la espiritualidad de San Francisco de Sales, el cual, en la segunda parte de la Filotea (donde se encuentran indicados “algunos consejos para la elevación del alma a Dios”), después de la presentación de la oración mental, sugiere otras cinco clases de oraciones breves, que son “complemento y añadidura de la gran oración”: las oraciones de la mañana, las de la noche, el examen de conciencia, el recogimiento espiritual y las aspiraciones a Dios. A este último tipo de oración, hecho de “breves pero ardientes aspiraciones del corazón” hacia Dios, Francisco invita al devoto: “Admira su belleza, invoca su ayuda, arrójate en espíritu al pie de la Cruz, adora su bondad, pídele que te conceda la salvación, ofrécele mil veces al día tu alma, clava tu mirada interior en su corazón, tiende las manos hacia Él, como el niño pequeño a su padre, a fin de que Él te guíe; lleva su imagen sobre tu pecho como un ramillete de flores delicioso; clávalo en tu alma como un estandarte”47.
Este tipo de aspiración a Dios lo compara el santo con el pensamiento de los que se aman: “Tienen casi siempre su pensamiento en la persona amada, su corazón henchido de afecto hacia ella, su boca llena de alabanzas (...); así también los que aman a Dios no pueden dejar de pensar en Él, respirar para Él, aspirar y hablar de Él, y querrían, si fuese posible, grabar sobre el pecho de todos los hombres el santo nombre de Jesús”48.
“A ello te invitan todas las criaturas – escribe aún San Francisco de Sales -. No hay criatura que no pregone las alabanzas de la Suma Bondad (...); todas las cosas te incitan a buenos pensamientos, de los cuales nacen después muchos movimientos y muchas aspiraciones hacia Dios. He aquí algunos ejemplos (...)”49. Los ejemplos que presenta el santo están tomados de la hagiografía y de la vida cotidiana, o de espectáculos de la naturaleza. “Cierta alma devota, contemplando un riachuelo cuyas aguas reflejaban las estrellas en noche serena, exclamaba: ¡Oh Dios mío! Esas mismas estrellas estarán bajo mis pies cuando me hayas alojado en tus tiendas (...). Otra persona, al contemplar los árboles florecidos, suspiraba: ¿Por qué yo solo me encuentro sin flores en el jardín de la Iglesia? Otra, ante unos pollitos reunidos alrededor de la madre, decía: ¡Oh, Señor, consérvame bajo la sombra de tus alas!”50.
Así enseña San Francisco de Sales. Del mismo modo, Juanito era guiado e instruido por su madre en los caminos de la fe y de la contemplación, y adquiría aquel sentido profundo del Dios presente, que lo acompañará toda la vida. Sabemos – como todavía se expresa San Francisco de Sales – que en este ejercicio simple de contemplación y de recogimiento espiritual, que desemboca en breves aspiraciones, en buenos pensamientos y en jaculatorias espontáneas, “estriba la gran obra de la devoción; puede suplir la falta de todas las demás oraciones, pero la falta de ésta no puede ser reemplazada con otro medio alguno. Sin él no puede existir la vida contemplativa, ni tampoco, cual conviene, la vida activa”51.
Don Bosco es también sensible a las maravillas de la naturaleza, pero mucho más a las del ánimo juvenil que supera los propios movimientos malos, acoge las invitaciones de la gracia y se abre generosamente a Dios.
Contemplativo de la salvación, extasiado ante la obra de Dios en la vida, lleno de admiración frente a Domingo Savio, se conmueve ante los muchachos de la cárcel, invoca la ayuda de María Auxiliadora a la vista de los habitantes de la Patagonia, suspira por la evangelización del Asia.
El marchamo oratoriano.
En este clima, en Valdocco el espíritu y la práctica de la oración estaban estrechamente unidos con la caridad educativa. Se podía leer en la cara de sus habitantes, muchos de los cuales formarán la primera generación salesiana: “Conocimos nosotros –escribe Don Ceria – a aquellos hombres tan diferentes en ingenio y cultura, tan desiguales en sus aptitudes: pero mostrando todos ciertos rasgos característicos comunes, que casi constituían como sus rasgos de origen. Serena calma en el decir y en el obrar; excelente paternidad de modos y de expresión; pero, especialmente, para no salirnos de nuestro tema, una piedad que bien se veía que era en su concepto el ubi consistam, el sello de la vida salesiana. Oraban mucho, oraban devotísimamente: se afanaban para que se orase mucho y se orase bien; parecía que no sabían decir cuatro palabras en público o en privado, sin hacer entrar, de alguna manera, la oración. A pesar de ello, (...)no parecía que aquellos hombres tuviesen gracias extraordinarias de oración. Así los veíamos cumplir con ingenua sencillez nada más que las prácticas prescritas por la regla o admitidas por nuestras costumbres”. Amaban a Dios y, en Él, a los jóvenes. He aquí el comentario sobre la unión entre momentos de oración y vida, entre oración explícita y misión.
La oración que Don Bosco practica y trata de enseñar a sus hijos es lineal y simple en sus formas, auténtica, completa y popular en la sustancia y en los contenidos, alegre y festiva en las expresiones. Es verdaderamente una oración al alcance de todos, de los niños y de los humildes en particular, y toma cuerpo en lo que él llama “prácticas de piedad”.
Escribe Don Caviglia que Don Bosco no ha creado ninguna nueva forma especial de práctica o de oración o devoción como el Rosario, los Ejercicios Espirituales, el Via Crucis y otras semejantes. Él está abierto a las fórmulas y, en cierto sentido, también a las formas de piedad de las que, como educador, comprende su utilidad; es realista, mira a la sustancia, a la relación con Dios y a su reflejo sobre la vida: rezar es tener un trato de amistad con Él por lo que se pasa fácilmente, del estar a solas con Él, a su servicio en el prójimo.
Es verdad que Don Ceria escribe que Don Bosco no dedicaba largo tiempo, como hicieron otros santos (Cura de Ars, San Antonio Mª. Claret), a la meditación. Pero tener un modo propio de rezar no es lo mismo que no rezar o rezar demasiado poco.
Cuantitativa y cualitativamente diversa de la de otros santos, la oración de Don Bosco resultaba no menos verdadera y profunda ante la prueba de los hechos. Los testimonios de los procesos han revelado en Don Bosco una insospechada y exorbitante actividad de oración. Acaso faltaban la exterioridad vistosa y los grandes gestos; pero la oración irrumpía por todas partes. “Se puede decir – ha declarado Don Barberis – que rezaba siempre; yo lo vi, podría decir, centenares de veces subiendo y bajando las escaleras siempre en oración. Y también rezaba por la calle. En los viajes, cuando no corregía pruebas de imprenta, le veía siempre en oración. En el tren – solía decir a sus hijos – no se esté nunca en ocio, sino diciendo el breviario, recitando el Rosario de la Virgen, o leyendo algún libro bueno”.
Dispensado en sus últimos años de vida del rezo del Breviario, en realidad lo decía casi siempre y con gran devoción; impedido por fuerza mayor, lo suplía, como se deduce de esta su promesa formal y heroica, “con no hacer ninguna cosa o pronunciar palabra que no tuviese de mira la gloria de Dios”.
La oración era para Don Bosco “la obra de las obras”52, porque la oración “alcanza todo y triunfa de todo”. Es lo que “el agua para el pez, el aire para el pájaro, la fuente para el ciervo, el calor para el cuerpo”53. Su institución está fundada sobre la oración.
Don Bosco, capaz de contemplar a Dios en el rostro y en la situación de los jóvenes, no siente la necesidad de imponer a sus discípulos otras prácticas comunitarias que no fueran las del buen cristiano, y del buen sacerdote si se trata de sacerdotes. Se trata de una oración que nunca es desinterés o fuga de las situaciones juveniles que habría que transformar según el proyecto de Dios, o huída de los hombres a quienes se debería orientar a Cristo: “da mihi animas cetera tolle”. Ya hemos recordado el texto de la primera redacción de las Constituciones: “La vida activa a que mira particularmente la Sociedad hace que los socios no puedan dedicarse a muchas prácticas de piedad en común”54. Está en esta expresión la afirmación implícita de que son posibles y recomendables otras muchas formas de oración. Entre éstas, Don Bosco dio gran importancia a las jaculatorias.
“Cada uno – leemos aún en las Constituciones – además de las oraciones vocales, hará todos los días media hora, por lo menos, de oración mental, a no ser que se lo impida el ejercicio del sagrado ministerio; en este caso, la suplirá con la mayor frecuencia posible de oraciones jaculatorias y, con mayor fervor, ofrecerá a Dios las obras que le impiden asistir a las prácticas de piedad establecidas”55. Las jaculatorias, oración fácil, esencial, servían, según él, para mantener despierto el pensamiento de Dios.
Podemos decir que, en Don Bosco, entre oración y trabajo se da una relación perfecta de identidad. En este sentido, pero sólo en este sentido, se puede decir que el trabajo es oración. Y esto, según Don Ceria, ha sido el secreto de Don Bosco, su rasgo más característico: “La diferencia específica de la piedad salesiana está en saber hacer del trabajo oración”.
Pío XI lo confirmó solemnemente: “Ésa era, en efecto, una de sus más bellas características, la de estar en todo, ocupado en un contraste continuo, agobiador, de inquietudes, en medio de una multitud de demandas y consultas, y tener siempre el espíritu en otra parte: siempre arriba, donde la claridad era impasible, donde dominaba siempre soberanamente la calma; de tal forma que en él el trabajo era oración real, y se cumplía el gran principio de la vida cristiana: qui laborat, orat”56.
Así como Don Bosco es identificado como el hombre de la “unión con Dios”, el salesiano se caracteriza por ser el hombre “contemplativo en la acción”57. El problema está precisamente en comprender qué significa esta expresión.
En efecto, en la tensión entre oración y acción, es difícil lograr el equilibrio, no sólo en la teoría sino también en la práctica de la vida diaria58. El problema, puesto desde los orígenes del cristianismo, ha sido muy discutido. Agustín, a este propósito, comentando a Lucas 10,38-42, escribe: “Las palabras del Señor nos advierten que, en medio de la multiplicidad de ocupaciones de este mundo, hay una sola cosa a la que debemos tender. Tender, porque somos todavía peregrinos, no residentes; estamos aún en camino, no en la patria definitiva; hacia ella tiende nuestro deseo, pero no disfrutamos aún de su posesión. Sin embargo, no cejemos en nuestro esfuerzo, no dejemos de tender hacia ella, porque sólo así podremos un día llegar a término. Marta y María eran dos hermanas, unidas no sólo por su parentesco de sangre, sino también por sus sentimientos de piedad; ambas estaban estrechamente unidas al Señor, ambas le servían durante su vida mortal con idéntico fervor. Marta lo hospedó, como se acostumbra a hospedar a un peregrino cualquiera. Pero, en este caso, era una sirvienta que hospedaba a su Señor...
Por lo demás, tú, Marta, - dicho sea con tu venia, y bendita seas por tus buenos servicios, buscas el descanso como recompensa de tu trabajo. Ahora estás ocupada en los mil detalles de tu servicio, quieres alimentar unos cuerpos que son mortales, aunque ciertamente son de santos... Todo esto en la patria celestial ya no existirá; allí sólo habrá lo que María ha elegido: allí seremos nosotros alimentados, no tendremos que alimentar a los demás. Por esto, allí alcanzará su plenitud y perfección lo que aquí ha elegido María, la que recogía las migajas de la mesa opulenta de la palabra del Señor..., (el cual) hará sentar a la mesa (a sus siervos) y los irá sirviendo”59.
Marta y María son un ejemplo de unidad radical en la que vida activa y vida contemplativa no se oponen; juntas representan una existencia llena completamente de la escucha contemplativa, sobre todo cuando se es llamado a comprometerse en el mundo. La unidad radical entre contemplación y acción se encuentra en la relación y en la comunión con Dios.
Veamos ahora cómo se resuelve esta tensión entre contemplación y acción en la vida del salesiano, deteniéndonos, ante todo, en la expresión “contemplativo en la acción”, para pasar luego a indicar algunas características que definen la vida del salesiano como hombre contemplativo en el servicio a los jóvenes.
“Contemplativo en la acción”.
El contemplar, es decir, el estar como extasiados en la mirada prolongada o brevísima, pero intensa, con estupor y admiración, abraza y aferra en un solo momento profundo la realidad en sus raíces y el sujeto en sus múltiples dimensiones unificadas60. Es lo que se llama propiamente una “experiencia”.
La contemplación cristiana comporta una mirada unitaria que capta, en el sucederse de los acontecimientos, el cumplimiento del Reino de Dios y, por lo mismo, la participación en su construcción. No se verifica solamente en el silencio o en la soledad, como si se estuviera fuera de las aspiraciones, deseos, alegrías y sufrimientos del Reino; sino también en la participación de las cosas de la vida que Jesús vino a traer.
En efecto, en la tradición cristiana se puede hablar de dos grandes caminos o lugares preferenciales, no exclusivos, de contemplación. En el primero, la persona se separa de las “cosas humanas” para sumergirse en Dios; en el segundo, capta, precisamente en las “cosas humanas”, cómo se hacen presentes Dios y su Reino, y se pone a su disposición para participar en su anuncio salvador. “Aquí vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad”61. En consecuencia, “asume” la vida como unión con Dios, en su pasión por salvar al hombre.
La diferencia entre los dos proviene de una diversa acentuación de la relación entre Reino de Dios y vida humana. Quien vive la separación de las cosas quiere comprenderlas contemplando a Dios. El acento se encuentra en reconocer el misterio de Dios, inaccesible, lugar definitivo de descanso y de felicidad para el hombre. Quien, en cambio, vive la pasión responsable y activa por la salvación, acentúa la Encarnación de Dios, su mezclarse con las cosas de la historia. Contempla a Dios que ofrece su gracia para construir aquí y ahora su Reino, y goza como Jesús de las maravillas que el Padre obra en los humildes y en los pobres. Así, Dios es “comprendido” en la contemplación de las cosas y en las diversas actividades del Reino.
Ambas actitudes son importantes e irrenunciables. Se trata de acentuaciones que influyen en la distribución del tiempo y en la elección del estilo de vida. Del salesiano se afirma que su contemplación aflora y se manifiesta, sobre todo, en la pasión por la vida de los jóvenes; y así, siguiendo el misterio de la Encarnación, trata de entrar profundamente en ella.
“Contemplar en la acción” no quiere decir necesariamente pensar en Dios mientras se obra. Se trata, más bien, de un darse cuenta del hecho de que en aquella actividad humana está en juego el cumplimiento del Reino de Dios. Contemplar en la acción es un camino que requiere condiciones análogas al contemplar en la quietud y, aunque es gracia, se adquiere a través de la cruz.
Algunas condiciones para llegar a ser “contemplativos en la acción”.
En forma sintética presento algunos rasgos que permiten al salesiano contemplar a Dios en la vida.
a. La orientación interior.
Todos los caminos de espiritualidad, también el del contemplativo en la acción, valen si llevan al santuario del corazón, donde nos precede la Verdad62. En la formación religiosa insistimos en la interiorización; en la religiosidad difusa, se distingue la emoción de un momento, de la fe madura y personalizada.
Para llegar a ser contemplativo en la acción, hace falta un clima interior, hecho de fe abierta y vigilante, de humildad y paciencia, de fidelidad a Dios y a los hombres, de dominio de sí y de apertura a los horizontes de eternidad. La calidad de la contemplación en la acción proviene de la calidad humana del gesto que se cumple y de la conciencia, implícita pero viva en lo profundo del creyente, de que el Reino de Dios está aquí y ahora, o bien de que el Reino de Dios en tal situación no se está construyendo. En el primer caso, se goza; en el segundo, se sufre. Sufrir y gozar son fruto de la contemplación.
“Cada uno de nosotros necesita expresar en lo íntimo su modo personal de ser hijo de Dios, demostrarle su gratitud y confiarle sus deseos y preocupaciones apostólicas”63, para que toda su vida esté “imbuida de espíritu apostólico y toda la acción apostólica, informada de espíritu religioso”64.
En este punto podemos recordar sintéticamente los pensamientos de Don Cafasso - que fue maestro seguro de oración para Don Bosco -, que indican el mejor camino de vivir la caridad unitiva e iluminante en la acción. Nos interesan las actitudes de fondo, mientras que las prácticas dependen de la persona y del tiempo.
“El primer secreto – dice Don Bosco de Don Cafasso – fue su constante tranquilidad. Él se había familiarizado con el dicho de Santa Teresa: ¡nada te turbe! Por eso, con aire siempre sonriente, siempre cortés, con la dulzura propia de las almas santas, afrontaba con energía cualquier asunto aunque se prolongara en el tiempo, aunque fuera difícil y estuviera sembrado a veces de espinosas dificultades. Y esto, sin preocuparse, sin que la multitud o la gravedad de los asuntos le procurasen la más mínima turbación. Esta maravillosa tranquilidad hacía que él pudiera tratar con calma muchos y variados asuntos sin alteración de sus facultades intelectuales”65.
El segundo secreto es la gran práctica en los asuntos, unida a una gran confianza en Dios. “Él repetía con frecuencia las palabras del real profeta David: Dies diei eructat verbum (Sal 18,2: “El día al día le pasa el mensaje”). Lo que hago hoy me sirve de norma para lo que tendré que hacer mañana. Esta máxima, unida a su prudencia, a su experiencia y a su prolongado estudio del corazón humano, le habían hecho familiares las cuestiones más difíciles. Las dudas, las dificultades, las cuestiones más complicadas desaparecían ante él. Planteada una cuestión, la comprendía por su simple enunciado; luego, elevado un instante su corazón a Dios, respondía con tal prontitud y precisión, que una prolongada reflexión no habría logrado pronunciar un mejor juicio”66. Es la formación permanente en la vida y desde la vida en confrontación con la Palabra.
El tercer secreto era la exacta y constante ocupación del tiempo. “En los treinta o más años que lo conocí, no recuerdo haberle visto pasar un instante que pudiera decirse ocioso. Concluido un asunto, inmediatamente emprendía otro. Cuántas veces se le vio quedarse cinco o seis horas en el confesionario, e irse después a la habitación, donde pronto empezaba la audiencia acostumbrada que duraba varias horas. Cuántas veces también llegaba rendido de fuerzas, de predicar y de confesar en las cárceles; e, invitado a descansar un momento, él respondía: la conferencia me sirve de descanso”67.
El cuarto secreto es su templanza, que mejor llamaríamos su rígida penitencia y que en Don Bosco muestra la coherencia de los elementos que configuran la espiritualidad salesiana. Sin una grande sobriedad, dice él, es imposible hacernos santos. “Y así, cada día, cada semana, cada mes, y el año entero, para Don Cafasso, eran un rígido, un espantoso ayuno; pero él, a excepción del momento de la comida, el resto del tiempo podía emplearlo en cosas útiles para el bien de las almas.
Con estos cuatro secretos – concluye Don Bosco – Don Cafasso encontraba modo de hacer muchas y variadas cosas en breve tiempo, y de elevar así la caridad al más sublime grado de perfección: Plenitudo legis dilectio (Rm 13,10)”68.
b. La intención.
No es verdad que cualquier actividad, hecha de cualquier modo, sea oración. Para que nuestra acción pueda llegar a ser lugar de encuentro y de comunicación con Dios, es necesario que nuestra acción esté hecha en conformidad con la voluntad de Dios y que proceda de la íntima unión con Él.
La necesidad que tiene el salesiano de reservar un tiempo específico para la oración personal y comunitaria no es tanto porque se niegue que la vida cotidiana pueda ser el lugar para encontrar a Dios en los jóvenes, o porque se considere que la verdadera oración sea sólo la oración explícita, hecha en la capilla; sino, más bien, porque el salesiano es consciente de ser criatura y, por lo mismo, de su condición de pecador. Precisamente por esto, puede desviar la atención en su acción, y tiene necesidad de intimidad con el Señor para purificar las motivaciones de la acción y así continuar relacionándose con Dios donde Él se le quiere manifestar: en la vida.
A través de la oración explícita, el salesiano excava en lo íntimo de sí mismo y purifica la opción fundamental, reafirmando a Dios como Señor de la propia existencia, que orienta la vida y da sentido a todas las cosas que hace. En la oración explícita, personal y comunitaria, el salesiano reconoce la prioridad de la opción por Dios, como amor supremo que excluye todo lo que se le opone.
Si falta esta purificación de la intención, que procede de la íntima unión con Dios, la acción – incluso la que podemos llamar de índole apostólica – se convierte en obra de nuestras manos y, por lo mismo, causa de empobrecimiento espiritual. “La característica sobriedad en las prácticas de piedad querida por Don Bosco, hay que interpretarla no como un minimismo relajado, sino en referencia de su contexto. Y en este contexto está la riquísima e intensa atmósfera sobrenatural del Oratorio de Valdocco, irradiación de la santidad de Don Bosco, resultado del ambiente de fervor que él había creado entre los jóvenes, en el cual Dios era, indiscutiblemente, el centro de todo”69.
La transformación de la vida en oración supone, pues, una sólida unión con Dios. Sólo entonces la oración explícita puede, si se quiere, disminuir, porque la acción, transformada en oración, viene de donde el alma se pierde en Dios70.
c. Sentirse instrumentos de Dios en favor de los jóvenes.
Contra el peligro del eficientismo tan extendido y de la sola búsqueda de los resultados, los salesianos sienten, en su trabajo, la urgencia de una actitud de humildad radical. Se trata de ser fieles a una misión recibida. Por eso, antes de un dar, nuestra respuesta es un recibir. No somos propietarios del Reino, ni de la misión recibida. La Viña tiene un Dueño. El trabajo se hace oración, si es hecho con espíritu de obediencia y disponibilidad hacia Aquel que nos ha mandado: “No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo, el Señor; en cuanto a nosotros no somos más que servidores vuestros por amor a Jesús”71.
El salesiano se comporta como un “místico” en la acción cuando, consciente de su propia debilidad, trabaja tratando de saber qué agrada a Dios y dejándose guiar por la voluntad de Aquel que quiere que todos los hombres se salven.
La vida espiritual del salesiano consiste precisamente en dejar que este amor divino llene su corazón, para poder difundirlo entre los jóvenes. El “silencio de todo el ser”, del que habla el CGE, “nace de la necesidad que tenemos de avanzar siempre más y más en la intimidad con Dios, ‘sumamente amado’: un silencio que nos ponga en condiciones de escuchar verdaderamente a Dios y de identificarnos con su designio de redención”72.
El salesiano sabe que ha sido elegido precisamente para ser testigo e instrumento de esta presencia de Dios en la historia. Se da cuenta de que su acción está precedida y superada por una presencia más fuerte. Se alegra de ello, intercede y alaba. A través de la presencia del salesiano, el joven queda tocado por un amor nuevo, potente y transformante73.
“Signo y portador del amor de Dios a los jóvenes, especialmente a los más pobres”74 se traduce para el salesiano en la triple actitud de compasión, acercamiento, intercesión y salvación efectiva hacia los jóvenes.
d. Descubrir la presencia del Espíritu en la vida de los jóvenes.
Las Constituciones hablan de la docilidad y disponibilidad para renovar siempre la atención al Espíritu: “Atento a la presencia del Espíritu y haciendo todo por amor de Dios, llega a ser, como Don Bosco, contemplativo en la acción”75.
El Espíritu obra en el fondo de toda conciencia humana. Es preciso saber descubrir e interpretar esta presencia misteriosa, reconocer sus signos, individuar los lugares privilegiados y las diversas manifestaciones del Espíritu en la vida de los jóvenes.
Con maravilla y alegría, el salesiano descubre a Dios trabajando en un corazón que le acoge, en un grupo abierto, en un acontecimiento banal o inesperado. Y, por esto, está dispuesto a encontrar al joven donde se encuentre, consciente de deber interpretar bien el sentido de la acción divina para ser su servidor y su cooperador visible. Y, más en particular, está convencido de que Dios habla secretamente a todo joven y lo invita con apremio al diálogo de la Alianza en este momento decisivo de su historia personal.
En lugar de condenar, el salesiano prefiere el discernimiento como instrumento de lectura de la historia desde un punto de vista cristiano. Un criterio que implica una aceptación de la historia sin reservas de prejuicios y sin ingenuidad; más aún, la historia es lugar de lectura de los “signos”, es decir, de significados relevantes para la fe cristiana (cf. Mt 16,4)76.
Al diagnóstico de los signos de los tiempos, corresponde la terapia de la actualización, para aguzar “las orejas a las voces de la tierra”77 y así establecer una relación viva y vital con el pasado, el presente y el futuro.
De este modo, la contemplación va incluida en el darse plenamente al servicio de los jóvenes y del pueblo, aceptando sus exigencias diarias según el ejemplo del Buen Pastor: participar de la paternidad de Dios, obrando como Él en favor de la vida, desde las formas más elementales (comida, casa, instrucción), hasta las más altas (revelación del Evangelio, vida de fe).
El salesiano ejercita su papel de “instrumento del amor de Dios para los jóvenes” bajo el signo de la concreción histórica: “El salesiano debe tener el sentido de lo concreto y estar atento a los signos de los tiempos, convencido de que el Señor lo llama a través de las urgencias del momento y del lugar”78
Hasta aquí, algunas consideraciones sobre la oración del salesiano. Con la expresión de Don Bosco, podemos llamarla la oración del “da mihi animas”. Ésta debería impregnar la acción del salesiano por el bien de los jóvenes. Don Bosco insiste en que sus hijos adquieran la costumbre de conjugar, en una única realidad, el trabajo, que puede ser casi frenético, y la oración, que es respirar a Dios, a fin de que cada obra sea como un “salterio de las buenas obras”.
Es preciso recordar que la maduración personal y el crecimiento comunitario no se excluyen; es más, deben sostenerse e integrarse recíprocamente. “Sólo podremos formar comunidades que rezan – nos repite la Regla de vida – si personalmente somos hombres de oración”79.
“La acción del Espíritu es, para el profeso, fuente permanente de gracia y apoyo en el esfuerzo diario de crecer en el amor perfecto a Dios y a los hombres. Los hermanos que han vivido o viven con plenitud el proyecto evangélico de las Constituciones nos estimulan y ayudan en el camino de santificación”80.
La oración de nuestros Santos.
El testimonio de hermanos y hermanas en camino a los altares manifiesta cómo esta forma de oración no es una propuesta etérea, sino una propuesta asumida por hermanos y hermanas que la viven en lo cotidiano, como lo han confirmado también quienes han examinado la vida y las virtudes a la luz de la teología. Es interesante repasar su recorrido en la condición de consagrados/y o seglares, porque aparece evidente una constante: en todos se nota una valoración sentida de las prácticas o de los momentos explícitos, muchas veces buscados personalmente, y la entrega del propio trabajo y de la propia vida en las manos del Señor.
Está reciente la canonización de Mons. Luis Versiglia.
Él escribe al Carmelo de Florencia: “Levantemos más altos nuestros corazones, olvidémonos más de nosotros mismos y hablemos más de Dios, del modo de servirle mejor, de consolarlo más, de la necesidad y del modo de ganarle almas. Vosotras, Hermanas, podréis más fácilmente hablarnos de las finezas del amor de Jesús; nosotros tal vez podremos hablaros de la miseria de tantas almas que viven lejos de Dios, y de la necesidad de conducirlas a Él; nosotros nos sentiremos elevados hacia el amor a Dios; vosotras os sentiréis más impulsadas al celo”81.
A propósito del Venerable Artémides Zatti hemos oído hablar particularmente de su incansable caridad82 . La intensidad con que el Siervo de Dios vivía el sentido de la presencia de Dios, lo llevaba a verlo en los enfermos y en los dolientes hasta modelar su modo de hablar: “Hermana, prepare una buena cama para el Señor”. Esto lo encontramos repetidamente subrayado en los testimonios.
“La impresión que he recibido – afirma un testigo – fue que era un hombre unido al Señor. La oración era como la respiración de su alma, todo su modo de obrar demostraba que vivía plenamente el primer mandamiento de Dios, lo amaba con todo el corazón, con toda la mente y con toda el alma”83.
“Era evidente – añade otro – que el Siervo de Dios practicaba una oración continua; en la bicicleta pedaleaba y oraba, como también cuando curaba a los enfermos (...); con espontaneidad profería expresiones de fe y pronunciaba frases que elevaban el espíritu, también con los religiosos”84. Y todavía: “Zatti se movió en la juventud y en la edad adulta en una esfera sobrenatural, sin otro interés que la gloria de Dios y la salvación de las almas”85.
También Don Luis Variara86 está ya encaminado hacia la Beatificación.
La vida cristiana y religiosa de Don Luis Variara se caracterizó por una intensa visión teologal y por una constante actividad sacerdotal y misionera. La fe viva, que fue en él fuente de fuerza espiritual, era tan simple y fuerte que no dejaba lugar al cansancio ni al desaliento; y, precisamente con su fe, logró superar todos los obstáculos que se interponían en su camino, siempre y únicamente por amor de Dios y del prójimo.
El amor de Don Luis Variara a Dios queda testimoniado por su modo de orar, por su ardor eucarístico, por su devoción a los Corazones de Jesús y de María. El tipo de apostolado que él desarrolló constituye el mejor testimonio de amor al prójimo, por la heroica fortaleza con que supo desempeñarlo hasta el fin.
La liturgia de la vida.
A estas alusiones de nuestros Santos y Siervos de Dios, que podría profundizarse más, añado una descripción de la oración educativa cotidiana. La tomo de un texto del CG23: “Educar a los jóvenes en la fe es, para el salesiano, trabajo y oración. Es consciente de que trabajando por la salvación de la juventud vive la experiencia de la paternidad de Dios. (...) Don Bosco nos enseñó a reconoccr la presencia operante de Dios en nuestro quehacer educativo y a sentirla como vida y amor. (...) Creemos que Dios nos está esperando en los jóvenes para ofrecernos la gracia del encuentro con Él y disponernos a servirle en ellos, reconociendo su dignidad y educándoles en la plenitud de la vida.
La tarea educativa resulta ser, así, el lugar privilegiado de nuestro encuentro con Él”87 y de la contemplación de su obra en la historia del hombre.
Quien educa está llamado a reconocer a Dios que obra en la persona humana y a ponerse a su servicio. Algo semejante a lo que debió hacer María, para que en la humanidad de Jesús se manifestase de forma histórica la conciencia divina. María debió acompañarlo y sostenerlo con el alimento, el afecto, el consejo, la enseñanza de la lengua y de las tradiciones, la inserción en las relaciones humanas, la iniciación en el universo de los gestos y de las palabras religiosas, sin saber a ciencia cierta cómo se habría de manifestar aquel hijo suyo.
Hay un diálogo misterioso entre cada joven y lo que le llega de fuera, lo que brota dentro de él, lo que descubre como imperativo, gracia o sentido. Poco a poco va adquiriendo plena conciencia de sí, va elaborando un proyecto de vida en el que arriesga sus fuerzas y pone en juego sus posibilidades.
El educador está llamado a ofrecer todo lo que considera oportuno, viviendo con esperanza las incógnitas del futuro. Se interesa sinceramente de lo humano incierto que crece. En ello, efectivamente, Dios será acogido y también, en virtud del crecimiento, se manifestará con luminosidad cada vez mayor.
Quien educa, pues, - padre, profesor, amigo o animador – mantiene viva la conciencia de que él es parte de la fiesta del encuentro de Dios con los jóvenes. Es el amigo del esposo, no protagonista, sino ayuda y espectador activo, como María en las bodas de Caná.
Precisamente en la fe que entrevé el obrar de Dios, en la esperanza que espera su manifestación en la vida de los jóvenes, y en la caridad que se pone a disposición del joven y del esposo, se desarrollan los sentimientos y se viven como oración los momentos educativos de alegría, de espera, de dolor, de esfuerzo, de aparente fracaso. Damos gracias, nos alegramos, nos lamentamos, intercedemos, deseamos, invocamos.
La celebración litúrgica tiene un Kyrie, un Gloria, un Credo, un ofrecimiento, un espacio simbólico, una comunidad, tiempos de penitencia y de alegría. También la liturgia de la vida tiene momentos de resultados gratificantes y de desilusión, de iniciativa y de espera, de soledad y de compañía. Hay un espacio (¡patio, escuela, barrio!) y hay personas que amar y con las cuales hay que colaborar de corazón (la comunidad educadora).
Todo ello, vivido a la luz de la presencia operante de Dios, se transforma en oración – contemplación. Sucede como en la comunicación entre personas que se conocen bien: un sentimiento se puede expresar con palabras, con un gesto, con un don, con una mirada, con un silencio, con una visita, con un mensaje a través del teléfono o fax.
Se trata – diría San Agustín – de “tener en la mano el salterio de las obras buenas y con él cantar las alabanzas del Señor”.
Pero se debe tener presente que hay una relación entre actitud continua de oración y ejercicio de oración, entre oración-palabra y oración-vida, entre oración explícita y oración difusa durante el día, entre liturgia celebrada y liturgia de la vida. Y es aquí, tal vez, en esta relación, donde se encuentran las dificultades; pero también donde, al mismo tiempo, está la riqueza del salesiano y, por tanto, un punto fundamental de su formación espiritual-apostólica.
Los dos elementos o aspectos son importantes: el uno para el otro, ambos para la estabilidad y la plenitud de la vida consagrada. Quien deja uno, pierde el otro.
Quien sugiere y educa tiene necesidad de aprendizaje y de tiempos especiales de concentración. “Muchos creen que la oración viene espontáneamente y no quieren saber nada de su ejercicio; pero se equivocan”88.
Se requiere una iniciación tranquila y progresiva en las diversas formas de oración: vocal, mental, lectura, silencio, contemplación, fórmulas, creatividad. Hay que practicarlas en diversas situaciones y momentos, hasta impregnar la vida de modo que la oración entre y salga de nosotros por muchos caminos y de muchas formas.
Luego, el ejercicio arraiga la costumbre: la regularidad es determinante; todas las cosas importantes en nuestra vida tienen un horario, un tiempo reservado; si un día no las podemos hacer en el horario acostumbrado, buscamos y determinamos en seguida otro. Así para comer, dormir, lavarnos.
Las mediaciones comunitarias son indispensables para nosotros: los lugares, los tiempos, las formas, la comunidad. Digo “para nosotros”, porque el estilo comunitario recubre todas las dimensiones de nuestra vida. Para otros religiosos podrá ser de otro modo. Pero se requiere también la aplicación personal. El resultado y la modalidad de esta aplicación son diversos. Cada uno tiene su modo de orar, como tiene su modo de hablar, de caminar y de mirar. En esta clave hay que interpretar la mayor o menor emotividad, las distracciones, las preferencias por la reflexión o por las fórmulas, los períodos de cansancio.
Considerado todo esto, que es necesario, debemos reconocer que la oración del cristiano es siempre un don. Cristo es el único orante. Él nos incorpora a su oración en el Espíritu. Nosotros no sabemos ni qué decir, ni cómo decirlo. El Espíritu pone en nuestros labios lo que nos conviene pedir: “El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene; pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables. El que escudriña los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, y que su intercesión por los santos es según Dios”89.
“Con frecuencia – dice un autor – los libros y guías hablan de la oración como de una capacidad que hay que adquirir con esfuerzos propios, como una ciencia o un arte (...); nos sentimos perdidos por caminos intrincados y de nuevo el deseo de poder orar se queda frustrado”.
Nuestra vida tiene necesidad de integrar reflexión y praxis, estudio y actividad, silencio y encuentro; si bien para nosotros esto no va unido a una rígida alternativa de tiempos; y esto, en las condiciones actuales de vida en las que estamos más expuestos a la dispersión, al desgaste, al amontonarse de los quehaceres.
1.3 Iniciación de los jóvenes en la oración. |
▲back to top |
Un último punto, no menos importante, es el de la iniciación de los jóvenes en la oración. Gracias a Dios, un primer nivel general se ofrece a todos a través de la catequesis, la oración diaria bien cuidada, las celebraciones de la Eucaristía, las fiestas.
Los grupos juveniles, que siguen la Espiritualidad Juvenil Salesiana, pueden conjugar mejor oración explícita y ofrecimiento de sí mismos por los demás según el plan de Dios. En los grupos despuntan los animadores y dirigentes. Éstos no deben ser sólo “organizadores de actividades”, coordinadores, sino animadores, según su edad y preparación, de una experiencia humana y espiritual. Es conveniente que, para los grupos y para sus miembros, haya ocasiones y escuela de oración.
La participación de los jóvenes en la oración comunitaria, en tiempos y condiciones oportunas, puede ser también un estímulo y una propuesta. No olvidemos que de ellos brota sabiduría de vida a través de la Palabra escuchada, del compartir, de la toma de conciencia de nuestra llegada definitiva, de la atención al Espíritu.
María, icono de nuestra oración.
María es icono, modelo e inspiración de esta forma de oración: en el diálogo de la Anunciación, en el delicioso y dichoso himno del Magnificat, en la sorpresa en el templo, en el cuidado siempre atento de Jesús, en el seguimiento hasta la Cruz.
Hay una instantánea en que la actitud de María aparece en un esplendor simple y esencial. El momento de la Encarnación es un acontecimiento aparentemente insignificante, que sucede en un país pequeño, en una pequeña ciudad desconocida, fuera de los ámbitos donde suceden las cosas que cuentan y donde se toman las decisiones que influyen sobre la gente. Belén es lo opuesto de Roma, Jerusalén o Babilonia. La gruta es la antítesis de un palacio real, un templo o un alcázar.
Y, así, el hecho habría quedado para siempre: desconocido e insignificante. El anuncio de los ángeles, en cambio, lo hace ser “noticia” para los pastores que escuchan no sólo el relato de lo acaecido, sino su interpretación salvífica: el niño nacido no es un hombre cualquiera; es el esperado, el Salvador.
Lucas reproduce así la naturaleza de la evangelización. Ésta no es una doctrina sobre Dios y sobre el mundo; ni enseña sólo verdades religiosas o éticas; sino que refiere acontecimientos verdaderamente sucedidos, evidenciándose el significado que tienen para el hombre y el mensaje que contienen. La luz que se desprende del anuncio viene de Dios, pero está contenida y revelada en los hechos de la historia humana.
Y aquí Lucas subraya el diverso conocimiento que los distintos personajes tienen de la Encarnación y de su significado, que es como la clave para vivir en la fe todos los demás eventos de la vida personal y social.
Los pastores tienen que ir al lugar donde sucede la Encarnación y pueden tener un testimonio directo. Se detienen algún tiempo y escuchan a María. Luego regresan y refieren cuanto se les ha dicho acerca del niño. Ellos no tienen experiencia personal de hechos precedentes, como la anunciación y el nacimiento virginal, y ni siquiera han asistido al nacimiento de Jesús.
La gente que escucha a los pastores se maravilla de lo que ellos cuentan. No expresa todavía la fe, sino que sólo está sorprendida por aquel interés inicial, por aquella curiosidad ante lo maravilloso en lo que la fe puede despuntar.
“María, por su parte, conserva todas estas cosas, meditándolas en su corazón”90. Ella no tiene que ir, como los pastores, al lugar donde sucede la Encarnación. Está ya allí; es parte del acontecimiento. No tiene que oír a otros cómo se han realizado los hechos y qué significado tienen. Ella conserva la memoria de todas las promesas hechas a la humanidad, como lo demuestra el Magnificat, y es consciente de que Quien ha ido creciendo en su seno viene del Espíritu Santo.
María no se aleja, una vez que ha visto al niño, como los pastores, del lugar del suceso. Permanece allí. No puede alejarse. Donde Jesús se encarna, Ella es indispensable. Pero aún no comprende todos los significados que se desprenden, ni puede contar todas las energías que brotan de la Encarnación.
Significados y energías se revelarán a lo largo de la vida de Cristo y a lo largo de todos los siglos. Pero María conserva en su corazón el recuerdo del acontecimiento, lo estima mucho, lo medita, está atenta y oportunamente sabe evocarlo de nuevo para sacar nuevas consecuencias.
Ésta es la meditación de Lucas, que puede sugerirnos también a nosotros algún punto de meditación sobre nuestra espiritualidad pastoral.
Nosotros no podemos ser sólo visitadores, turistas de la palabra y del misterio de Cristo. San Agustín, comparando las actitudes de las tres categorías de que hemos hablado, pregunta al cristiano: ¿A quién te pareces? ¿a los que oyen el anuncio y sólo se asombran? ¿a los pastores que van a la gruta, reciben alguna noticia y se marchan a anunciarla? ¿o a María, que comprende toda la verdad de Cristo, la conserva en su mente y la medita continuamente? La admiración de los primeros se diluye pronto; la información de los pastores, aunque dictada por la fe, es imperfecta y germinal. Sólo quien contempla e interioriza el misterio de Cristo puede recavar de él nueva luz y nuevos significados para los tiempos y para los pueblos.
La historia de la Iglesia cuenta con muchas figuras de evangelizadores de primer orden. Todos son “meditadores” pacientes de la Palabra y contempladores humildes del misterio. Lo que han profundizado en la oración y en el estudio lo expresan en la predicación, en los escritos, en la conducción de la comunidad cristiana, en la orientación de las almas.
Comunicar la venida de Cristo es nuestra profesión y la finalidad de nuestra vocación. Debemos ser especialistas de esta venida, para que nos acerquemos a ella con calma y con tiempo, saquemos luz para nuestra vida personal y la confrontemos comunitariamente con lo que observamos en nuestro ambiente: esto se llama interioridad. No es una operación técnica, sino el efecto de una pasión: “Soy yo quien os ha engendrado para Cristo Jesús”91. Lo podemos decir también respecto de la educación cristiana. Viene al caso una expresión de Don Bosco: “Ahora veo en la Congregación una necesidad de preservarla de la frialdad y de la decadencia, promoviendo el espíritu de piedad y de vida religiosa común”92.
Nuestros ambientes tienen la vocación de hacer transparentar la presencia de Dios: esto por encima de cualquier otra finalidad; el resto viene como consecuencia.
Con el deseo de un Año Nuevo rico de gracia y fecundo de bien, os auguro un crecimiento en la experiencia de oración, según el espíritu salesiano, para que, fortalecidos interiormente, podamos ser verdaderamente “signos y portadores del amor de Dios a los jóvenes”93. Con la protección de María, Inmaculada y Auxiliadora.
Juan E. Vecchi
1 Cf. Diócesis de San Sebastián, Bilbao, Vitoria, Pamplona: La oración cristiana hoy: Tu rostro buscaré, Señor. Febrero de 1999.
2 Cf. por ejemplo: La prière nous ouvre à Dieu et au monde, en Le Livre de la foi, publicado por los Obispos de Bélgica, Bruselas 1987; Our hearts were burning within us, U.S. National Conference of Catholic Bishops, noviembre 1999; Prayer, Contemplation and Holiness: the Church, Community of Christian Discipleship in its Service to Life, Documento final de la Sexta Asamblea Plenaria, Manila 1995.
3 Sal 26,1; cf. Sal 60
4 Const. 93
5 Cf. Jn 14,26; 16,13; 17,3
6 Cf. El proyecto de vida de los Salesianos de Don Bosco, Guía de lectura de las Constituciones salesianas, Roma 1986, pág. 737-764 (art. 85-89)
7 Cf. PAPASOGLI G., Come piace a Dio, CNE 1981, pag. 472-473
8 Cf. Costituzioni della Società di S. Francesco di Sales 1858-1875, Testi crítici a cura di F. MOTTO, LAS, Roma 1982, pag. 182-183. - Constituciones de la Sociedad de S. Francisco de Sales, Sevilla 1938, art. 150
9 Cf. la experiencia de Moisés en Ex 3
10 Cf. CARRETTO C., Cartas del desierto, Madrid, SAN PABLO 1974, pág. 63
11 Jn 11,41
12 Jn 17,11
13 Jn 17,21
? BIANCHI E., Le parole della spiritualità. Per un lessico della vita interiore, Milán, Rizzoli 1999, pag. 75-76
15 1 Sam 3,3-10.19
16 Is 55,10-11
17 Lc 10,39
18 Sobre la relación Palabra de Dios – Ejercicios Espirituales, véase: MARTINI C.M., La Parola di Dio negli Esercizi Spirituali, en L’ascolto della Parola negli Esercizi, Leumann (TO), Elle Di Ci, 1973, pag. 27-31; OSSI DE GASPERIS F., Bibbia ed Esercizi Spirituali, Borla, Roma 1982
19 Cf. Gn 28,16
20 AGUSTÍN (S), Confesiones, X, 27,38
21 Cf. BIANCHI E., Le parole..., 142
22 Mt 6,6
23 S. JUAN DE LA CRUZ, Subida al Monte Carmelo, Libro III, Cap.XXXIX
24 S. JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, Prólogo: Canciones entre el alma y el Esposo
25 S. JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, Canción 5
26 Cf. MARTINI C.M., Uomini e donne dello Spirito. Meditazioni sui doni dello Spirito Santo, Piemme, Casale Monferrato (AL), 1998, pag. 15. En estas páginas el cardenal Martini hace una breve introducción a un curso de Ejercicios: finalidades, tema, método, actitudes, modalidades de comunicación
27 Cf. BIANCHI E., Le parole..., pag. 41
28 Cf. Hb 4,16; 2 Cor 3,4; Ef 3,12
29 Cf. Mt 6,25-31; Mc 11,22
30 Cf. Jn 4,10
31 Sal 26,8
32 Sal 62,2
33 Ex 20,2
34 Cf. VC 29. 35
35 Sal 118,16
36 Mt 6,7
37 De la Carta de San Agustín a Proba, CSEL 44, 60-63
38 Mt 11,25
39 Cf. VECCHI J., Rasgos de espiritualidad salesiana, Ejercicios Espirituales. Madrid Editorial CCS 2000, pág. 94-111,
40 Don Bosco escribe las Memorias del Oratorio entre 1873 y 1878: un período muy importante para él y, al mismo tiempo, doloroso. La Congregación Salesiana era ya una realidad en expansión, mientras se estaban aprobando definitivamente en Roma las Constituciones. En agosto de 1872, se había concretado la fundación del Instituto de las Hijas de María Auxiliadora. Desde hacía algún tiempo, el santo estaba preparando la primera expedición misionera, que se realizará en 1875. En la progresiva clarificación de su articulado proyecto de Sociedad Salesiana, se iba abriendo camino la idea del laicado salesiano con la constitución de la Asociación de los Cooperadores y la realización del Boletín. Contemporáneamente, se perfilaban grande pruebas para Don Bosco, a causa de una progresiva incomprensión con su Arzobispo, que llegará a tensiones y momentos dolorosísimos... El santo, en la presentación de las Memorias del Oratorio, recuerda haberlas escrito para responder a las exhortaciones que le llegaban de muchas partes, especialmente de “persona de suma autoridad, mandato que no me es dado eludir”. Véase J. BOSCO, Memorias del Oratorio de S. Francisco de Sales. De 1815 a 1855. Introducción y notas de A. DA SILVA FERREIRA, Roma 1992, I, pag. 9-10. - Edición española en: SAN JUAN BOSCO, Obras fundamentales, Madrid BAC, 1979, pág. 341-344
41 BOSCO J. Memorias del Oratorio de S. Francisco de Sales. De 1815 a 1855. En Obras fundamentales, Madrid BAC, 1979, pág. 348
42 LEMOYNE G.B., Scene morali di famiglia esposte nella vita de Margherita Bosco racconto ameno ed edificante, Torino 1886, pag. 28-30. Cf. MBe I, 54
43 Además de los apuntes de A. GIRAUDO, Itinerario spirituale, sigo en este punto la aportación de P. BROCARDO, Don Bosco, “profeta de santidad” per la nuova cultura, en M- MIDALI (Ed.), Spiritualità dell’azione, pag. 179-206
44 BOSCO J., El Joven provisto para la práctica de sus deberes...”. En Obras fundamentales, Madrid BAC, 1979, pág. 508
45 BOSCO J., Apuntes biográficos del joven Miguel Magone, alumno del Oratorio de S. Francisco de Sales. En Obras fundamentales, Madrid BAC, 1979, pág. 253. Cf. A. CAVIGLIA, Opere e scritti editi e inediti di don Bosco nuovamente pubblicati e riveduti secondo le edizioni originali e manoscritti superstiti, vol. V, Torino, 1965, pag. 228-229
46 Ib. En Obras fundamentales, pág. 254
47 FRANCISCO DE SALES, Filotea, Introducción a la vida devota, Madrid BAC, 1953, pág. 101
48 Ib., pág. 102
49 Ib., pág. 102
50 Ib., pág. 102-103
51 Ib., pág. 105.
52 MBe XVII, pág. 69
53 MBe III, pág. 197. 469
54 Cf. Costituzioni della Società di S. Francesco di Sales 1858-1875, Textos críticos de F. MOTTO, LAS Roma 1982, pag. 182-183. - Constituciones de la Sociedad de S. Francisco de Sales, Sevilla 1938, art. 150
55 Cf. Ib. pag. 185. - Constituciones... art. 153
56 Pío XI, Discurso en la ocasión de le lectura del Decreto para la heroicidad de las virtudes, 20 de febrero de 1927. En MBe XIX, pág. 77
57 Cf. Const. 12
58 Cf. VECCHI J.E., Spiritualità Salesiana. Approfondimento di alcuni temi fondamentali, Edizione extracommerciale, SDB IVE-IVO, Venezia-Mestre, 2000, specialmente pag. 69-83. En español: Rasgos de espiritualidad salesiana. Ejercicios espirituales, Madrid CCS, 2000, pág. 93-111
59 AGUSTÍN S. Sermón 103, 1-2.6, en PL 38, 613.615
60 BORRIELLO L., Contemplazione, en BORRIELL L. y otros, Dizionario di Mistica, Città del Vaticano, Editrice Vaticana, 1998, 338-344. En la pág. 348 puede verse una bibliografía esencial sobre el problema acción y contemplación
61 Hb 10,7
62 San Agustín advierte: “Noli foras ire. In teipsum redi: in interiore homine habitat veritas”
63 Const. 93
64 PC 8
65 BOSCO G., Biografia del Sacerdote Giuseppe Cafasso esposta in due ragionamenti funebri, Paravia, Torino 1860, pag. 91-95. Ver OPERE EDITE, vol. XII, pag. 351 y stes. En Appendice, Don Bosco expone los Pensieri del sacerdote Cafasso Giuseppe per passar bene la giornata: “1. Hacer todas las cosas como las haría el mismo Señor Nuestro Jesucristo. – 2. Hacer nuestra acciones del modo como querríamos haberlas hecho cuando se nos pedirá cuenta ante el tribunal de Dios. – 3. Hacer cada cosa como si fuese la última de nuestra vida. – 4. Hacer las cosas como si no tuviésemos que hacer otras” (ib. pág. 110)
66 Ib.
67 Ib.
68 Ib.
69 RICCERI L., Carta del Rector Mayor a los Salesianos: La oración problema vital, ACS 269, enero-marzo 1973, pág.
70 Cf. Ib.pág. 46
71 2 Cor 4,5
72 Cf. CGE, 552
73 Poseemos, como ejemplo, el testimonio de Don Albera: “Don Bosco nos quería como nadie, de una manera única... Yo me sentía como prisionero de una fuerza afectiva... Me sentía querido como nunca me había querido nadie; un amor que nada tenía que ver ni siquiera con el amor vivísimo que me tenían mis inolvidables padres. El amor de Don Bosco para con nosotros era algo singularmente superior a cualquier otro afecto... ¡Oh! ¡Era su amor el que nos atraía, conquistaba y transformaba nuestros corazones!... Y no podía ser de otro modo, porque de cada una de sus palabras y sus obras brotaba la santidad de la unión con Dios, que es caridad perfecta. Y nos atraía hacia sí mediante la plenitud del amor sobrenatural que le abrasaba el corazón...Éramos suyos, porque en cada uno de nosotros había la certeza de que él era verdaderamente el hombre de Dios, en el sentido más expresivo y comprensivo de la palabra... En su santidad estaba todo el secreto de aquella atracción suya que conquistaba para siempre y transformaba los corazones... Su sistema preventivo no era otra cosa que la caridad, es decir, el amor de Dios que se dilata hasta abrazar a todas las humanas criaturas, especialmente las más jóvenes e inexpertas": P. ALBERA, Lettera circolare del 18 ottobre 1921: Don Bosco nostro modello, Turín, Direzione Generale Opere Salesiane, 1965, 373-375
74 Const. 2
75 Const. 12
76 Entre la numerosa bibliografía sobre el discernimiento cito algunas publicaciones recientes: J. Mª. CASTILLO, El discernimiento cristiano. Para una conciencia crítica, Salamanca, Sígueme, 1984; M. COSTA, Sentire, giudicare. Scegliere, nello Spirito, Roma, CVX, 1995; M. RUIZ JURADO, Il discernimento spirituale. Teologia, storia, pratica, Cinisello Malsamo, San Paolo, 1997; L’attidudine al discernimento, Milano, Ancora, 1998; E. FORTUNATO, Il discernimento. Itinerari esistenziali per giovani e formatori, Bologna, EDB, 1999
77 JUAN XXIII, Discorsi, messaggi, colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII, 1, Città del Vaticano, Librería Editrice Vaticana, 1960, 10
78 Cf. AUBRY J., Al centro della santità salesiana: la carità apostolica. Abbozzo di una spiritualità dell’azione salesiana, en MIDALI M. (Ed.), Spiritualità dell’azione. Contributo per un approfondimento, Roma, LAS, 1977, pag. 207-228
79 Const. 93
80 Const. 25
81 Cartas al Carmelo de Florencia, Arch. Sal 9,3, Vers.
82 Positio, pag. 212
83 Summarium, pag. 43, n. 160
84 Summarium, pag. 179, n. 731
85 Summarium, pag. 182, n. 743
86 PIÑARTE E., Osservatore Romano 4.12.1997
87 CG23, 94-95
88 GUARDINI R., Lettere su autoformazione, pag. 91
89 Rm 8,26-27
90 Lc 2,51
91 1 Cor 4,15
92 MBe XIV, pág. 471