Un pasado que ilumina nuestro presente.
En diálogo con Don Paolo Albera.
Natividad de San Juan Bautista
Mis queridos hermanos
en este año 2021 celebramos el primer centenario de la muerte del don Paolo Albera (1845-1921), segundo sucesor de Don Bosco al frente de la Pía Sociedad de San Francisco de Sales.
El deseo de dirigirme a cada uno de vosotros para conmemorar juntos este importante aniversario me ha dado la oportunidad de estudiar y conocer mejor a ese gran Rector Mayor, quizás un poco silenciado en el tiempo por la fama de grandes gigantes como han sido su predecesor (don Miguel Rua) y su sucesor (don Felipe Rinaldi).
Me he dejado interpelar, sobre todo, por la luz de aquel pasado en el que transcurrió la vida de don Albera que irradia testimonio, fuerza y provocación para nuestro presente. Un presente que vivimos como Congregación a la luz del Capítulo General 28, que ha sido el primero que no pudo llegar al final del tiempo programado a causa de la pandemia del COVID-19, que todavía sigue presente en el mundo.
Como ya escribí en otra ocasión, el tiempo del rectorado don Paolo Albera ha sido el más difícil y dramático que ha vivido la Congregación. De hecho, en ese periodo tuvo lugar la Primera Guerra Mundial que causó millones de muertos; que vio a más de dos mil salesianos enviados a la guerra, y a unos ochenta de estos hermanos fallecidos en la misma1; y que tal guerra impidió la celebración del Capítulo General del momento.
Puedo deciros, hermanos, que me ha entusiasmado la figura de don Paolo Albera y, sobre todo, creo encontrar muchos elementos que estimulan el diálogo entre nuestro presente y el suyo, permitiendo también que aquel pasado nos interpele hoy con lo que en su momento fueron valientes y claras determinaciones para la Congregación.
La bibliografía sobre don Albera es muy rica. La he querido recoger al final de mi carta, junto a otros estudios y temas específicos que ayudan a profundizar el conocimiento y el espíritu de este gran Recto Mayor2.
1. SALESIANO DE LA «PRIMERA HORA».
1.1. De muchacho que respiró el «aire de Valdocco» a sucesor de Don Bosco
Don Paolo Albera ha sido uno de los «Salesianos de la primera hora», uno de los que pudo conocer en persona y en profundidad a Don Bosco, vivir con él, crecer con él y madurar a su lado, así como verlo en «acción». Don Albera ha respirado el aire de Valdocco al lado de Don Bosco, junto con Miguel Rua, Juan Cagliero y otros Salesianos de esa primera hora. Ha exportado ese «aire de Valdocco» a Mirabello, donde fue enviado junto al primer director de esa casa, don Rua, como asistente y estudiante de filosofía y de teología.
Tiempo más tarde, con más madurez, después de haber sido director en Génova, fue también testigo y protagonista de la expansión de la obra salesiana fuera del Piamonte, primero en Liguria y después en Francia.
A don Albera le fue confiada la responsabilidad de ser Director Espiritual de la Congregación y, después, la de Rector Mayor como segundo sucesor de Don Bosco. En este servicio de responsabilidad ha visto –viajando en nave, caballo, carroza, tren y automóvil– la expansión del espíritu de Don Bosco desde Turín a América, a la Tierra Santa y al norte de Europa, así como las primeras presencias en África.
Don Albera ha sido un testigo ocular del paso entre el siglo XIX y el XX, en un momento muy delicado ya sea para la Congregación salesiana, como para la Iglesia y para el mundo. Un momento y unos años difíciles –como se ha recordado–, en los que una parte del mundo sería golpeada por la Primera Guerra Mundial; una tragedia de la que don Albera fue testigo del comienzo hasta el final.
1.2 ¿Qué le significó para don Albera ser uno los primeros Salesianos…? Algunas pinceladas de su vida
Todo comenzó con una propuesta para que fuese admitido en Valdocco. Transcurría el año 1858 y Paolo Albera tenía 13 años. Don Abrate su párroco, que ya conocía a Don Bosco desde los inicios del Oratorio en la iglesia de San Francisco de Asís, lo presentó sin preámbulos: «Recíbalo con usted». El joven Miguel Rua, mano derecha de Don Bosco ya con 21 años, después de hablar con el joven Paolo opinó: «lo puede recibir tranquilamente…».
En el Oratorio se respiraba un ambiente de entusiasmo juvenil muy marcado por la atmósfera de santidad dejada por Domingo Savio, fallecido el 9 de marzo de 1857. El joven Paolo Albera se encontró allí también con Miguel Magone, de quien fue amigo y compañero.
Me ha emocionado profundamente volver a leer que, un año y medio después de su llegada a Valdocco, fue admitido por deseo explícito del mismo Don Bosco, en esa incipiente Congregación Salesiana fundada en diciembre de 1859. El adolescente Paolo Albera no había cumplido todavía los 15 años y era estudiante del primer curso de retórica. Con el primer manuscrito de las Constituciones enviado al arzobispo Luigi Fransoni, va también una carta que expresa quienes forman parte de ese inicio de fundación: Don Bosco, don Alasonatti, el joven sacerdote Angelo Savio y el diácono Miguel Rua, junto con otros 19 jóvenes «clérigos», dos coadjutores y el muchacho Paolo Albera. Siento personalmente que, a nosotros, Salesianos de hoy, esa «fotografía de grupo» que podemos imaginarnos nos llega al corazón porque estamos «tocando con la mano» nuestros orígenes humildes.
En la carta los primeros Salesianos decían: «Nosotros, los abajo firmantes, movidos únicamente por el deseo de asegurar nuestra salvación eterna, nos hemos unido para llevar una vida en común a fin de poder atender más cómodamente a las cosas que conciernen a la gloria de Dios y a la salud de las almas. Para conservar la unidad de espíritu y de disciplina, y para poner en práctica los medios conocidos y útiles para dicho fin, hemos formulado algunas reglas a modo de Sociedad Religiosa, que, excluyendo toda máxima relacionada con la política, tiende únicamente a santificar a sus miembros, especialmente con el ejercicio de la caridad hacia el prójimo...»3. Desde ese primer momento la vida de Paolo Albera estaría inseparablemente unida a la de don Bosco.
A Mirabello con don Rua
Este joven, Paolo Albera, sigue su formación y estudios en el transcurrir de la vida de Valdocco y el 13 de octubre de 1863 es enviado, junto con los demás jóvenes hermanos de su comunidad, a la fundación de Mirabello. No es irrelevante detenerse a analizar la composición de esa joven comunidad que habla, sin duda, de la confianza plena y la valentía de Don Bosco al confiar y al poner una nueva y delicada misión en sus manos. Al frente de dicha comunidad iba Miguel Rua, joven salesiano, sacerdote desde hacía tan solo dos años y único sacerdote del grupo. Contaba en aquel momento con veintiséis años. Todos los demás eran los llamados en el lenguaje usual de la época como Salesianos «clérigos»: «el prefecto Francesco Provera (veintiséis años), Giovanni Bonetti como director espiritual (veinticinco años), y los asistentes Francesco Cerruti (diecinueve años), Paolo Albera y Francesco Dalmazzo (ambos con dieciocho años)»4. Por último, había un hecho muy hermoso, querido por Don Bosco: aquella primera y jovencísima comunidad estaba acompañada también por la madre de Miguel Rua, la señora Juana María. Poco tiempo después se sumarían otros cuatro jóvenes del Oratorio de Valdocco que llegaban para ayudar en la misión.
Estos fueron, para Paolo Albera cinco años de intensa vida salesiana estudiando filosofía y teología en el seminario de Casale Monferrato, a 14 km de Mirabello, al mismo tiempo que asumía sus deberes como educador en medio de aquellos muchachos. Las nuevas leyes de educación exigían títulos, y por eso, en octubre de 1864, llegó a superar las pruebas y tener el título de maestro de cursos superiores; ese mismo año se integró a la comunidad otro joven salesiano: Luis Lasagna, gran amigo de Paolo, quien después sería misionero en Uruguay. Nombrado obispo de los indios de Brasil murió, en 1895, en un accidente ferroviario.
Y llegó el momento en que el joven Albera y otros debían ser admitidos a las órdenes menores. Y se hace evidente lo que me atrevo a calificar (no sé si se puede decir «tristemente»), de secular rivalidad entre el clero diocesano y otras formas de servicio en la Iglesia (sencillamente, en aquel momento, otra joven congregación). El nuevo arzobispo de Turín de ese momento no estaba tan convencido de que los muchachos de Don Bosco con vocación permanecieran con él, ya que había escasez de sacerdotes y quería que estos jóvenes entrasen a formar parte del clero diocesano. Don Bosco tuvo que recordar, entre sus diversos argumentos, que gran parte de los seminaristas diocesanos del momento venían de los institutos salesianos de Valdocco y de Lanzo Torinese. Estos argumentos permitieron, no sin dificultad, que Paolo Albera, Santiago Costamagna y Francisco Dalmazzo pudieran recibir las órdenes menores y después el subdiaconado quedándose con Don Bosco.
De nuevo en Valdocco.
Eran tiempos difíciles y «revueltos». Las leyes anticlericales ya se habían promulgado en 1855. En los años siguientes el ejército piamontés ocupó casi toda la península, proclamando el reino de Italia en 1861. El proceso de unificación del país terminaría el 20 de septiembre de 1870 con la toma de Roma, que marcó el final de la Estado pontificio y provocó la suspensión del Concilio Vaticano I, comenzado el año anterior. En este contexto complejo y conmovedor se sitúa la historia que estamos recorriendo.
Hacia 1865 el Oratorio en Valdocco era «seminario», un colegio y una serie de talleres, y los jóvenes que asistían (unos 700) crecían en número junto con las deudas. En ese año murió don Alasonatti el ecónomo. La Basílica de María Auxiliadora estaba siendo construida. Las Lecturas Católicas contaban con doce mil abonados mensuales y el trabajo que requerían era grande. Don Bosco viajaba frecuentemente a Roma para la aprobación de la Congregación y, en cierto modo, el trabajo y la responsabilidad que caían sobre sus espaldas eran excesivos. Ante esta situación, fue llamado don Rua, desde Mirabello, para respaldarlo.
El joven Albera es ordenado sacerdote en Casale el 2 de agosto de 1868. El 9 de junio del mismo año fue la fecha de la Consagración de la Basílica de María Auxiliadora, y en ese mismo año Don Bosco le pidió a don Albera que regresara a Valdocco para ser el «Prefetto degli esterni». Así que Paolo vuelve a Valdocco para colaborar con don Rua que se sentía agotado y enfermo. Don Bosco le encomienda los seminaristas y las relaciones externas: aceptación de los alumnos, relación con sus familias y demás personas, hasta que, desde Roma, el 27 de agosto de 1871, llega una carta para Miguel Rua en la que Don Bosco le dice: «Se terminó la casa de Génova, que Albera haga las maletas».
Sobre ese período, el propio don Albera escribe: «El año de la consagración del Santuario de María Auxiliadora volví a Turín, y durante otros cuatro años pude disfrutar de la intimidad de Don Bosco y sacar de su gran corazón aquellas preciosas enseñanzas que, cuanto más eficaces para nosotros, mejor las ve él, ya las ha puesto en práctica en su conducta diaria»5.
Director en Sampierdarena (Génova).
Después de esos cuatro años don Albera será el fundador y director de la casa de Marassi (1871-1872), que luego los Salesianos dejarán al trasladarse a Sampierdarena, para tener un espacio más amplio a disposición (Marassi y Sampierdarena son barrios de Génova). Me permito narrarlo de modo más coloquial.
Desde 1858 los jóvenes del Oratorio esperaban los paseos otoñales organizados por Don Bosco. En 1864 recibieron una gran promesa: ¡verían el mar en Génova! donde Don Bosco, desde fines de 1856, frecuentaba a bienhechores y difusores de las Lecturas Católicas. Acogidos cálidamente por el arzobispo Mons. Andrea Charvaz, surge un sueño: los Salesianos tendrían un lugar allí, en Génova.
El equipo de ese momento, la comunidad, estaría formada por seis Salesianos: al frente don Albera con 26 años, dos seminaristas y tres maestros de taller.
Al despedirlos el 26 de octubre de 1871, Don Bosco les pregunta si necesitan algo. Albera tiene 500 liras, que era lo que costaba el alquiler. «Mi querido Paolino, no es necesario tanto dinero. También en Génova vive la Divina Providencia… Abre un hospicio para los jóvenes más pobres y abandonados»; y les da lo necesario para el viaje. Al llegar nadie los esperaba… en la casa no había nada. Pero la Providencia no tardó en manifestarse. A finales de noviembre se abrieron talleres de sastrería, zapatería y carpintería para unos cuarenta jóvenes. Y el 3 de diciembre llegó la tan anhelada visita: Don Bosco en persona.
Los Salesianos pasaron casi un año en Marassi; aquí don Albera estaba al frente de un orfanato y, al mismo tiempo, preparando a los muchachos para ser sastres, zapateros y ebanistas. Será en noviembre de ese año 1872 cuando dará comienzo la presencia en Sampierdarena, y se continuará con la formación profesional ampliando tal formación a las especialidades de encuadernadores, mecánicos, tipógrafos y compositores para las tipografías.
Es muy significativa y emotiva la fecha del 14 de noviembre de 1875 porque, como seguramente muchos recordamos, es la fecha de la primera expedición misionera que Don Bosco prepara, con destino a la Argentina (tocando en primer lugar tierra del Uruguay por unos días, tal como había organizado la compañía naviera). La celebración litúrgica en la Basílica de María Auxiliadora había tenido lugar tres días antes. El joven director de la casa de Génova, don Albera, acompaña a Don Bosco a la cubierta del barco para dar el último saludo a los Salesianos que serían los primeros misioneros de nuestra Congregación. Me complace recordar que desde aquel entonces hasta el día de hoy en el que nos encontramos preparando la 152ª expedición misionera, ininterrumpidamente, incluso en los tiempos de guerra, los misioneros Salesianos (y muchas veces nuestras Hermanas, las Hijas de María Auxiliadora) fueron pioneros del Evangelio en los lugares más recónditos. Algunos años incluso hubo dos envíos misioneros.
Una última anotación. Fue en la tipografía de Sampierdarena, siendo director don Albera, donde se imprimió el primer número del Boletín Salesiano el 10 de agosto de 1878. Así sería hasta el año 1882.
Inspector en Francia (1881-1892). «Le petit Don Bosco».
Ese sería el devenir de don Albera hasta que, en octubre del año 1881, Don Bosco lo envía a Marsella como primer Inspector de las casas salesianas de Francia. Allí encuentra una situación difícil puesto que había sido promulgada la ley de expulsión de los religiosos, pero, sin desanimarse, hallarán el camino para permanecer allí sin ser expulsados, declarándose una «sociedad de beneficencia». Cuando llega allí las casas eran cuatro. En diez años funda diez casas, y llevará a cabo un magnífico servicio siendo muy apreciado tanto por los hermanos como por tantos laicos de la época que hablaban magníficamente de él. La finura y sencillez de trato, su sonrisa, su amabilidad abierta y cordial, la profunda espiritualidad cautivaron el corazón de los jóvenes, así como la confianza y el afecto de Salesianos y de Hijas de María Auxiliadora.
En todo este camino, Don Bosco siempre estuvo muy presente en su vida y en su corazón. El cariño de Don Bosco por Albera era notorio: «Mi salud desde hace un tiempo está desmejorando cada día, pero mientras te escribo me parece estar perfectamente. Creo que esto sea efecto del gran placer con que te escribo». No sólo eran cartas, sino que también lo visitó varias veces para apoyarlo en la misión, animar a Salesianos y jóvenes, dar conferencias y buscar ayudas económicas en diversas ciudades. En la visita de 1884 Don Bosco estaba achacoso y enfermo. El doctor Combal le hace una consulta minuciosa: «su organismo es como un traje gastado por el uso diario, el único remedio el descanso».
En febrero de 1885 se difunde una falsa alarma en Francia: se decía que Don Bosco había muerto. Fue solo eso, ¡una falsa alarma!, pero en cambio en enero de 1888 era un hecho cierto que estaba grave; el día doce de ese mes llegó don Albera a Turín. No sabía si quedarse o regresar… Don Bosco lo ayudó a decidirse: «Tú cumple con tu deber yéndote. ¡Dios te acompañe! Rezaré por ti. Te bendigo de todo corazón». Don Cerruti le prometió que lo mantendrán informado. A los pocos días de llegar a Francia recibió un telegrama en el que le decían que Don Bosco se estaba muriendo. En realidad, cuando lo recibió ya había fallecido. De todas maneras, tuvo el tiempo suficiente para organizar el viaje y hacerse presente en los funerales y despedir al querido Padre.
Lo cierto, respecto de estos años en Francia, es que en don Albera se prolonga la presencia de don Bosco; «le petit Don Bosco» le decían. Un exalumno de San León en Marsella lo testimonia diciendo que «su porte modesto y humilde, su constante sonrisa, su manera amable de tratarnos, daban ánimo». No había recreo en el que no estuviera entre los muchachos. Los visitaba en el comedor y en la capilla. Hablaba poco, pero su presencia bastaba para hacerse respetar… Participaba frecuentemente en las reuniones semanales de las Compañías de San Luis y del Santísimo Sacramento y sus palabras estimulaban a la piedad y a la virtud.
Director espiritual de la Congregación salesiana (1892-1910).
El 29 de agosto de 1892, durante el VI Capítulo General, fue nombrado Director Espiritual de la Congregación, sustituyendo a don Bonetti (fallecido repentinamente el año anterior). Prestará este servicio durante dieciocho años. En todo ese tiempo cuidará especialmente de la formación de los jóvenes Salesianos por medio de encuentros personales, ejercicios espirituales y charlas. El 12 de octubre de 1893 junto a Mons. Cagliero, a don Rua (Rector Mayor) y a don Barberis, viajan a Londres para asistir a la consagración de la Iglesia del Sagrado Corazón. Es una anécdota interesante y que nos habla de su personalidad el hecho de que a raíz de algún incidente que tuvieron en el tren, deja escrito en su diario: «Hay que aprender inglés».
Es también digno de mención que en el año 1895 acompaña a don Rua en su viaje a Tierra Santa, y que en ese mismo año toma parte en el Congreso internacional de los Cooperadores en Bolonia. Digo que es interesante, hacer mención de estos dos hechos, porque en su diario, con la magnífica y clásica escritura que tenía, escribió sobre sí mismo un retrato que personalmente me conmueve por su transparencia y finura espiritual al hablar de sí mismo, de sus sentimientos y de sus defectos. Dice así en el manuscrito del 31 de diciembre de 1895: «El año1895 se lanza a la eternidad. Para mí ha estado lleno de alegrías y penas. He podido volver a la casa de Marsella, donde dejé gran parte de mi corazón. Desde allí fui a Tierra Santa y fui edificado por la compañía de Don Rua. ¡Qué piedad, espíritu de sacrificio y mortificación! ¡Qué celo por la salud de las almas! y, sobre todo, ¡qué equilibrio en el estado de ánimo!
He visto Belén, Jerusalén, Nazaret: ¡qué dulces recuerdos! Pude participar en el Congreso de Bolonia. Guardo un recuerdo inolvidable de él... Pude predicar ejercicios a las Hermanas en Francia. Esto fue bueno para mi alma. Pude encargarme de los que se iban a ordenar y estaba mucho más satisfecho que los años anteriores... Escribí unas páginas sobre Mons. Lasagna y han tenido la bondad de apreciarlas. Pero incluso el año 1895 termina sin que yo corrija mis defectos más graves. Mi orgullo sigue al más alto nivel. Mi carácter siempre es difícil, incluso con Don Rua. Mi piedad es siempre superficial y no ejerce una gran influencia en la conducta, en mis acciones que siguen siendo humanas e indignas de un religioso. Mi caridad es caprichosa y llena de parcialidad. No me he mortificado en los ojos, en el gusto, en las palabras... Las enfermedades han aumentado considerablemente: podría morir en cualquier momento en el estado en el que estoy: no es una idea, es la realidad, y soy consciente de ello. Quiero proponerme vivir mejor en el nuevo año, para morir mejor. Recuerdo haber dirigido a dos de mis hermanos que hicieron el voto de esclavitud a María. Me han edificado con su celo, con su devoción. Su sangre selló su compromiso, y yo que parecía que eran su maestro y director en todo esto, no soy nada... María, madre mía, no me permitas tener la vergüenza de reconocerme inferior en virtud que mis subordinados: dame un gran amor por ti. Domina mea, numquam quiescam donec obtinuero verum amorem erga te [Señora mía, no descanses hasta que alcancemos nuestro verdadero amor por ti]»6.
Quiero pensar que cualquiera que pueda leer esta página lo ahí escrito le hablará de su finura espiritual y de cuan exigente era consigo mismo. Indudablemente, los testimonios de los demás sobre él son muchísimo más laudatorios que lo que él mismo escribe, puesto que esa era la realidad. Su finura y delicadeza eran reconocidas por todos.
América de abajo a arriba.
Don Bosco narró que, en uno de sus sueños misioneros, recorría América desde Valparaíso y llegaba a Pekín… En el año 1900 se celebraban las bodas de plata del primer envío misionero y la expectativa de que don Rua visitase las Inspectorías americanas era creciente; pero sería don Albera que contaba en aquel momento con 55 años quien sería enviado en su nombre.
«En enero de 1900, don Rua anunció el jubileo de la llegada de los primeros misioneros Salesianos a América y el gran bien que se había hecho en esos 25 años por los Salesianos e Hijas de María Auxiliadora en el nuevo mundo. Con esta ocasión, ante la imposibilidad de viajar él mismo a América para celebrar con los hermanos misioneros las festivas efemérides, decidió enviar a uno que lo representara. En vista de que los dos primeros designados, don Marenco y don Barberis no pudieron aceptar el compromiso por diversas razones, don Rua llamó a don Albera para reemplazarlos. Y desde el 7 de agosto de 1900 al 11de abril de 1903, don Albera visitó las 215 presencias de los Salesianos y de las Hijas de María Auxiliadora de Uruguay, Paraguay, Argentina, Brasil, Chile, Perú, Bolivia, Ecuador, Colombia, Venezuela, Centroamérica, México y los Estados Unidos»7.
Fue recorriendo casa por casa durante casi tres años: encuentros personales y grupales, celebraciones litúrgicas, recibimientos jubilosos y actos formales, ejerciendo su ministerio sacerdotal, predicando ejercicios espirituales, dando conferencias a las comunidades y asociaciones, sobre todo en las casas de formación de Salesianos e Hijas de María Auxiliadora, entusiasmándolos con Don Bosco y confortándolos, como en Ecuador después de la persecución religiosa, o el exilio, la fiebre amarilla y la guerrilla en Colombia y Venezuela. Viajando en tren, en barco, en carruajes, a caballo, a pie…, por ciudades y florestas, con tormentas de nieve, mares borrascosos y lluvias torrenciales, adaptándose a diversos climas, fríos o bochornosos, a diversas altitudes, con momentos de precariedad en su salud, hasta una cuarentena en isla de Flores. Fue de una república a otra, con sotana o sin ella como en México, constatando cómo el Oratorio de Valdocco era el modelo reproducido en el fervor de la vida espiritual, en la propuesta pedagógica, en la actividad evangelizadora… Este fue su programa habitual, confortado por la cordialidad con la que lo recibían.
En esos años, don Albera impulsó nuevas fundaciones y aceptó varias peticiones, de parte de algunos obispos, de envío de Salesianos. Presidió acontecimientos como el primer Capítulo sudamericano de directores salesianos con la participación de 44 directores, dos obispos, cuatro inspectores. Concluyó su visita asistiendo a la ordenación de quince sacerdotes que celebraron la misa en la media noche del 1900 a 1901 cuando don Rua consagraba la Familia Salesiana al Sagrado Corazón de Jesús.
Su experiencia personal puede sintetizarse en estas palabras de una de sus cartas: «Aquí me siento casi mejor, aunque el género de vida sea tan diferente al de Europa. Estoy siempre viajando y no tengo tiempo para escribir… Los hermanos me colman de las más delicadas atenciones…».
Una característica permanente de don Albera que se hará evidente en todas partes –ya sea Sampierdarena, ya sea en Francia o en su visita de más de dos años y medio en América– es su modo sencillo de «ser otro Don Bosco». En esta larga visita de la que hablamos don Albera pasó entusiasmando a la Familia Salesiana y, muy particularmente, a los Cooperadores Salesianos.
Su preocupación era la de Don Bosco por sus jóvenes: la salvación de cada persona. Son varios los testimonios que hablan de cómo su presencia, su palabra, su serena y sobria sonrisa dejaba la imagen de un padre que llevaba consigo la impronta de Don Bosco.
El 18 de marzo de 1903 iniciaba el regreso a Valdocco llegando el 11 de abril. Todo el Oratorio dio gracias con el Canto del Te Deum. Se podía concluir que el sueño de Don Bosco ya era una realidad.
Rector Mayor (1910-1921)
Y llegó el momento que nunca había deseado y que si hubiera podido hubiese evitado. El 16 de agosto de 1910, en el Capítulo General XI, fue elegido Rector Mayor por amplia mayoría en la primera votación: «Estalló un fragoroso aplauso y todos los electores, puestos en pie, rinden el primer homenaje al “Segundo Sucesor de D. Bosco”, mientras el nuevo elegido estallaba en llanto… “Os agradezco la muestra de confianza y estima que me habéis dado, dice; siento que tendréis para poco tiempo y me temo que pronto tendréis que hacer otra elección”»8. En realidad, don Albera no se consideraba adecuado. Aquella noche escribió en su cuaderno: «Este es un día muy triste para mí. He sido elegido Rector Mayor de la Pía Sociedad de San Francisco de Sales. ¡Qué responsabilidad sobre mis hombros! Ahora más que nunca debo gritar: Deus in adiutorium meum intende! [¡Dios mío, ven en mi auxilio!] Lloré mucho, sobre todo, delante de la tumba de Don Bosco»9. «Apenas me fue permitido, corrí a echarme a los pies de nuestro Ven. Padre, quejándome fuertemente con él por haber dejado caer en tan miserables manos el timón de la nave salesiana»10.
Otros matices de esta trascendente elección vienen narrados por don Ceria quien en los Anales11 reveló algunos pasajes de un diario íntimo de don Albera. Unos pocos días después de la muerte de don Rua escribía: «Hablo mucho con don Rinaldi y lo hago con mucho gusto. Deseo de todo corazón que sea elegido Rector Mayor de nuestra Congregación. Yo rezaré al Espíritu Santo para que nos conceda esta gracia». Y refiriéndose al momento de las votaciones hace notar cómo en la asamblea iban resonando los nombres de don Albera y don Rinaldi, pareciendo más preocupado el primero y muy tranquilo el segundo. Al final del número de votos fue de 46 frente a 19. La calma de don Rinaldi se atribuye a que estaba convencido de que se haría realidad la «profecía» de Don Bosco del 22 de noviembre de 1877. Estaba convencido don Rinaldi de que Don Bosco había profetizado el nombramiento de don Albera como su segundo sucesor y por eso había guardado (don Rinaldi) en un sobre cerrado y sellado esta profecía pues estaba seguro de que se cumpliría, y acababa de suceder12.
Terminado el Capítulo General don Albera inició su servicio con una verdadera animación de la Congregación siguiendo el modelo de gobierno instaurado por don Rua, y en diversos aspectos perfeccionándolo13. La primera parte de su rectorado fue la más dinámica con ingente cantidad de viajes, encuentros, eventos. De muchas de estas realidades hablaremos en la segunda parte de esta carta, refiriéndome a aspectos diversos de su animación y su actualidad para nosotros. Aseguró cada año las expediciones misioneras, con fidelidad a Don Bosco y tal como lo hizo también don Rua. Participó en numerosos congresos, como por ejemplo el I Congreso internacional de los Exalumnos salesianos en Valsalice (1911) con más de mil participantes, o el V Congreso de «Los oratorios festivos y las escuelas de religión» (1911). Cuidó mucho a la joven Familia Salesiana y fue innovador y muy decidido en múltiples opciones para las casas salesianas, en particular la opción preferente por los huérfanos durante el tiempo de la guerra y, al menos, la década posterior. En particular el tema de la guerra y el posicionamiento de don Albera y de la Congregación ante esta realidad son de gran interés. Cuidó con gran paternidad de los Salesianos soldados, hasta llegar al sereno declinar de su vida14. Sería don Rinaldi quien escribiría un extenso necrologio sobre don Albera en el que, a modo de balance de su rectorado, escribiría: «El Señor le dio el consuelo de ver bendecidas sus fatigas, en el número de los socios, aumentado durante su Rectorado en 705, a pesar de los vacíos causados por la guerra; en el número de casas aumentado en 103; en las nuevas misiones abiertas en África (en el Congo Belga), en Asia (en China y en Assam), en el Chaco Paraguayo»15.
2. UN PASADO QUE ILUMINA NUESTRO PRESENTE
En esta segunda parte de la carta, en diálogo con la vida y el servicio de don Paolo Albera como Rector Mayor deseo compartir, hermanos, aquello que me ha motivado de modo especial para escribir esta carta.
Mi intención no es, evidentemente, la de un historiador, ya que ni lo soy ni añadiría nada que mereciera la pena a las excelentes publicaciones que ya existen. La intención que declaro es otra: la de haber leído la vida de don Albera, así como todas sus cartas circulares, intentado descubrir algunos elementos –eligiendo solo algunos, puesto que son muchas las aportaciones que hizo en esos once años de su servicio como Rector Mayor– y que tienen una gran fuerza para iluminar, orientar y suscitar reflexiones para nuestro presente. Por más que parezca impensable, lo vivido y decidido y nuestro presente, permiten un rico diálogo; de igual modo su realidad y la animación y gobierno ejercido en aquel entonces tienen ricas similitudes con nuestro presente y con algunas de las líneas programáticas que hemos delineado para el actual sexenio después del Capítulo General 28.
2.1. En la escuela de Don Bosco
«Salesiano de Don Bosco para siempre. Un sexenio para crecer en identidad salesiana»
(CG28, Línea programática 1)
Leyendo los escritos de don Albera, impresiona su gran amor a Don Bosco: «La única cosa necesaria para convertirme en su digno hijo era imitarlo en todo: por eso, siguiendo el ejemplo de los numerosos hermanos más mayores, que ya reproducían en sí mismos la forma de pensar, hablar y actuar del Padre, traté de hacer lo mismo. Y hoy, después de más de medio siglo, os repito también, que sois hijos como yo, y que, a mí, el hijo más anciano, me habéis sido confiados por él: imitemos a Don Bosco en conseguir nuestra perfección religiosa, en el educar y santificar a la juventud, en el tratar con el prójimo, en el hacer el bien a todos»16.
Él mismo escribe también en su carta circular «Sulla disciplina religiosa»17, cómo tanto él como otro pequeño grupo habían estado «alla scuola di Don Bosco»: «Poco a poco nos íbamos formando en su escuela tanto más que sus enseñanzas tenían un atractivo irresistible sobre nuestros corazones admirados del esplendor de sus virtudes»18. Don Albera cuenta en esta parte de su carta cómo aquel pequeño grupo de muchachos se sentían afortunados por tener acceso a sus confidencias, cómo se sentían orgullosos de haber sido elegidos por él para seguir sus ideales, cuánto los animaba ver que eran cada vez siempre más numerosos, y todo este sentir cada vez «hacía más generosos nuestros propósitos y más estable nuestra voluntad de estar siempre con él, y seguirlo por doquier»19.
Y es muy significativo leer en su escrito que «ya pasaron más de cincuenta años de aquellos tiempos afortunados, pero el tiempo transcurrido no sirvió para borrar de nuestros corazones la impresión que en nosotros dejaba la palabra de Don Bosco»20. Transcurridos muchos años desde aquellas vivencias, el ya maduro Rector Mayor sigue expresando con el amor de un niño o adolescente un profundísimo agradecimiento a Don Bosco, a quien sentía Padre y a quien creía deberle todo: «¡Cuando pienso en el día en que, siendo un niño de trece años, fui acogido caritativamente por Don Bosco en el Oratorio, me invade un estremecimiento de conmoción y, a una a una, me vienen a la mente las gracias casi innumerables, que el Señor me reservaba en la escuela de este dulcísimo Padre! Pero, cuántos deben repetir conmigo: “¡Todo se lo debemos al venerable Don Bosco! Nuestra educación, nuestra instrucción y, no pocos, la vocación misma al sacerdocio, se las debemos a las preocupaciones paternas de ese hombre de Dios, que alimentaba por sus hijos espirituales un afecto santo e insuperable»21.
Se podrían añadir más testimonios como estos que hacen referencia a la fidelidad de don Albera a Don Bosco, pero, a fin de no extenderme en exceso, recojo como broche último el magnífico retrato que a la muerte de don Paolo Albera hace de él don Rinaldi diciendo: «Se formó primero y siempre en la escuela de Don Bosco; grabando celosamente todas sus enseñanzas... La grandeza de la figura moral de don Albera, como Rector Mayor de los Salesianos, está toda ella en el firme propósito de calcar fielmente, sin restricciones y sin ninguna insinuación, las huellas de Don Bosco y de don Rua. Esta es la verdadera gloria de los once años de su rectorado»22.
Estos testimonios evidencian con cuánta insistencia y deseo de convencer hablaba don Albera de la necesidad de conocer a Don Bosco, de estudiar con amor su vida, sus escritos, de darlo a conocer y hablar de él a los jóvenes.
En palabras de hoy diría que en esto nos «jugamos» nuestra fidelidad carismática y la identidad misma como Salesianos de Don Bosco. En el, todavía reciente, Capítulo General 28, refiriéndome al hecho de que tenemos por delante un sexenio muy propicio para crecer en la identidad salesiana, escribía unas palabras de fuerte llamada de atención diciendo que: «nuestra Galilea para el encuentro con el Señor hoy, como salesianos de don Bosco, pasa por Valdocco, el primer Valdocco incipiente, frágil incluso, pero con esa fuerza del “fraile o no fraile yo me quedo con don Bosco” que con tanto ardor juvenil proclamó aquel joven Juan Cagliero. Ese Valdocco es la atmósfera espiritual y apostólica en la que cada uno respiramos el aire del Espíritu, donde nos nutrimos y reforzamos nuestra identidad carismática. Es el lugar de la ‘transfiguración’ para cada salesiano que, cuidando todos los elementos de nuestra espiritualidad, podrá contribuir a hacer de cada una de nuestras casas un verdadero Valdocco donde encontrarnos cara a cara, en la vida de cada día, con Jesucristo, el Señor»23.
Por eso digo que en esto arriesgamos mucho. Está en juego nuestra identidad carismática. Estar imbuidos del espíritu de Don Bosco, o ser más o menos indiferente a él, no es algo banal. Dirigir nuestra mirada a Don Bosco como garantía de fidelidad al Señor según le inspiró el Espíritu Santo es decisivo porque contemplando su figura es como descubrimos, salesianamente hablando, nuestro «código genético», y tal y como se ha desarrollado en él, tendría que desarrollarse en nosotros si optamos por el camino de la fidelidad. Nuestro artículo 21 de las Constituciones presenta a Don Bosco como nuestro modelo: «El Señor nos ha dado a Don Bosco como padre y maestro. Lo estudiamos e imitamos admirando en él una espléndida armonía entre naturaleza y gracia». Estoy seguro de que don Paolo Albera, que tanto ha hablado a sus Salesianos de su fascinación por Don Bosco, estaría totalmente de acuerdo con estas bellísimas declaraciones de nuestras Constituciones.
Encontrarnos con Don Bosco, como lo fue para los jóvenes Rua, Francesia, Cagliero, Albera y tantos otros, ha sido determinante en nuestras vidas hasta el día de hoy; al menos para muchos de nosotros. Su figura y personalidad, su fe en Dios y en el Señor Jesucristo, así como su amor a sus muchachos, ha sido y sigue siendo inspirador. Nuestro encuentro con él, seguramente a través de las más inesperadas mediaciones, ha sido una gracia, y conocerlo –a veces poco, a veces algo más–, hasta amarlo, nos ha marcado profundamente. Para nosotros es, y así lo afirma el artículo de las Constituciones que acabo de citar, un «padre», expresión que no solo nos habla de amor, afecto, admiración, sino que dirige nuestra mirada también a Don Bosco como fundador, al Don Bosco que ha comenzado toda esta fascinante experiencia espiritual que es el carisma salesiano que llevamos en nuestros corazones y del que formamos parte. «Llamadme siempre padre y seré feliz»24. «En cualquier la parte del globo donde os encontréis, por muy remota que sea, no os olvidéis de que aquí, en Italia, tenéis un Padre que os ama en el Señor»25.
E intentamos conocer y admirar a este Padre, al mismo tiempo que vivimos nuestro ser Salesianos de Don Bosco (sdb) en relación vital con él, y nos vamos sintiendo felices, con sentido de plenitud en nuestra vida, procurando que nuestro vivir, el de cada uno, aun en nuestra pobreza personal, sea el de ser «un Don Bosco hoy» para cada joven que la Divina Providencia pone en el camino de nuestra vida, o bien a nosotros en la suya.
Y lo estudiamos (algo en lo que ya insistía don Albera a tan solo veintidós años de la muerte de Don Bosco), porque no podemos ni ignorar ni minusvalorar la distancia cronológica y la distancia cultural que nos separan de él.
Esta consciencia y el conocimiento de la realidad de nuestra Congregación, me llevó a proponer en las líneas programáticas del sexenio después del CG28, que este tiempo ha de caracterizarse «por un profundo trabajo en Congregación para crecer en profundidad carismática, en identidad salesiana, en todas las etapas de la vida, con un serio compromiso en cada Inspectoría, y en cada comunidad salesiana, hasta llegar a decir como Don Bosco: “Tengo prometido a Dios que incluso mi último aliento será para mis pobres jóvenes”»26.
2.2. “CÓMO NOS AMABA DON BOSCO27
La pedagogía de la bondad. «Vivir el “Sacramento Salesiano” de la presencia»
(CG 28, Línea programática 3)
Escribe don Albera en la Carta a los oratorios, las misiones y las vocaciones, a la que me referiré, que don Rua le dijo un día a un Salesiano al que enviaba a abrir un Oratorio festivo: «Allí no hay nada, ni siquiera la tierra ni el local para reunir a los jóvenes; pero el Oratorio festivo está en ti: si eres un verdadero hijo de Don Bosco, encontrarás bien donde puedas plantarlo y hacerlo crecer en un magnífico árbol lleno de hermosos frutos». Don Albera prosigue: «Y así fue, porque en pocos meses el Oratorio se levantó hermoso y espacioso, abarrotado de cientos de jóvenes, los mayores de los cuales se habían convertido rápidamente en apóstoles de los más pequeños»28. Inicio este apartado con esta cita sobre don Rua no para referirme al Oratorio salesiano – aunque es un tema bellamente carismático y en el que tanto creyeron naturalmente Don Bosco, y don Rua y don Albera y otros– sino para mostrar el gran valor que tiene llevar en el corazón toda la fuerza de un educador, toda la pasión educativa de un pastor, y toda la pedagogía de la bondad y de la dulzura que nos permita vivir un verdadero «sacramento salesiano» con nuestra presencia en medio de los muchachos y de los jóvenes.
Son muchas las páginas escritas por don Albera en la que nos habla de cómo nuestro Padre Don Bosco amaba a sus muchachos. Ofrezco algunas «pinceladas» entre lo mucho que hay para elegir: «El amor de Don Bosco por nosotros era algo singularmente superior a cualquier otro afecto: nos envolvía a todos, y por completo, en una atmósfera de alegría y felicidad, en la que se desterraban penas, tristezas y melancolías… ¡Oh! ¡Era su amor el que atraía, conquistaba y transformaba nuestros corazones!... Todo en él ejercía en nosotros una poderosa atracción: su mirada penetrante y a veces más eficaz que una predicación; un sencillo movimiento de cabeza; la sonrisa que le florecía continuamente en los labios, siempre nueva y diferente, y sin embargo siempre serena; la flexión de la boca, como cuando se quiere hablar sin pronunciar palabra»29.
En la carta que estoy citando, don Albera hace notar a los Salesianos que es necesario amar a los jóvenes, como otras muchas veces a lo largo de sus escritos habla de su propia experiencia con Don Bosco, de quien dice: «Todavía hoy me parece como si pudiera sentir toda la dulzura de su predilección hacia mí, jovencillo: me sentía como prisionero de una potencia afectiva que alimentaba los pensamientos... Me sentía amado de un modo como nunca antes había experimentado, que no tenía nada que ver ni siquiera con el amor vivísimo que me brindaron mis inolvidables padres»30.
En la carta XXVII sobre la dulzura que dirige especialmente a los Inspectores y directores para animarlos a distinguirse en su relación con los demás no solo por la caridad sino por la dulzura, no duda en decir que tiene «una importancia capital, y es la nota característica del espíritu de Don Bosco»31. En las páginas iniciales de la misma hace un largo recorrido refiriéndose tanto al esfuerzo que pide el cultivo de la dulzura y el dominio del propio carácter, como a los ejemplos de vida de algunos santos hasta llegar a quien es nuestro modelo, Don Bosco. En el sueño de los nueve años se le propone a Juanito Bosco practicar la dulzura. La Señora del sueño le habría orientado acerca de cómo corregir y hacer mejores a aquellos pícaros (monelli) y «todos sabemos que este medio no era otro que la dulzura; y Don Bosco se convenció tanto, que enseguida comenzó a practicarla con ardor, y se convirtió en un auténtico modelo»32.
Y concluye: «Persuadámonos bien de esto: según las idas de nuestro venerable, el verdadero secreto para ganar los corazones, la cualidad característica del Salesiano consiste en la práctica de la dulzura»33.
En el mensaje que el Santo Padre dirigió por escrito al Capítulo General 28, no pudiendo estar presente a última hora como había deseado, a causa del bloqueo territorial ocasionado por la pandemia del COVID-19, nos dirige palabras propias de quien conoce bien a aquellos a quienes escribe y nos ‘provoca’ para que volvamos siempre a nuestros orígenes en Valdocco. Nos habló de «la opción Valdocco y el carisma de la presencia», algo que humildemente me he permitido llamar «sacramento salesiano» de la presencia porque creo que se trata, sin duda para nosotros, de un «lugar teológico» de encuentro con Dios a través de la presencia en medio de nuestros jóvenes. Pues bien, en esas líneas nos dice el Santo Padre que «antes, incluso, que cosas a hacer, el Salesiano es recuerdo vivo de una presencia donde la disponibilidad, escucha, alegría y dedicación son las notas esenciales para suscitar procesos. La gratuidad de la presencia salva a la Congregación de toda obsesión activista y de todo reduccionismo técnico-funcional. La primera llamada es la de ser una presencia gozosa y gratuita en medio de los jóvenes»34.
No me cabe la menor duda de que nos encontramos cómodamente identificados con este lenguaje, con palabras que llegan a nuestro corazón de apóstoles educadores, pero que hablan de mucho más que de una natural predisposición a estar en medio de los jóvenes. Cuando yo mismo hablo del «sacramento salesiano» de la presencia no me estoy refiriendo tan solo a estar presentes físicamente (que sí lo digo), ni siquiera a tener y ejercitar una simpatía natural o ejercitada y cultivada (que también es necesaria), sino, ante todo, a vivir tal presencia bondadosa y dulce como un elemento esencial de nuestra espiritualidad. El afecto, la dulzura delicada, la bondad, la amorevolezza (palabra italiana que dice todo esto en una sola expresión) es, ante todo, un signo del amor de Dios a los jóvenes a través de nuestras personas; es fruto de la caridad pastoral, es amor auténtico y verdadero del educador que es amigo, hermano, padre que se manifiesta en la presencia con un verdadero clima de familia, se manifiesta en la generosidad del servicio y del sacrificio en favor de nuestros muchachos y jóvenes; es presencia que se concreta en escucha atenta y paciente, en el dominio de nosotros mismos y hasta de nuestros cansancios para nunca arruinar en un momento lo que con tanto esfuerzo se va construyendo. Es expresión de una verdadera mística y espiritualidad salesiana, y ninguna de las dos palabras con su contenido nos tienen que dar miedo. Es, ciertamente, un medio y un camino magnífico para la educación y la evangelización de los jóvenes.
Esta presencia salesiana en medio de los jóvenes no es complicada, no es rígida. Aceptamos que nos interese lo que a ellos les interesa; estamos felices de que puedan expresarse de modo espontaneo siendo ellos mismos. Se trata de una presencia que es afectiva y efectiva (y no solo de nombre), una presencia de educador y amigo, que sabe estar al lado, que sabe también hablar al corazón de manera personal y única. En mí siguen resonando, con una fuerza que no me deja indiferente cada vez que las leo, esas palabras que los jóvenes que participaron al Capítulo General nos dirigieron, y que os invito, hermanos, a releer una y otra vez: «Hay en nosotros un fuerte deseo de realización espiritual y personal. Queremos caminar hacia el crecimiento espiritual y personal y queremos hacerlo con vosotros, Salesianos.
Nos gustaría que seáis los que nos guíen, dentro de nuestra realidad, con amor.
Salesianos, ¡no os olvidéis de nosotros, los jóvenes, porque no nos hemos olvidado de vosotros ni del carisma que nos habéis enseñado!
Tenéis nuestros corazones en vuestras manos. Cuidad este vuestro precioso tesoro»35.
Ciertamente, queridos hermanos, es un privilegio sentir estos latidos de corazón de la vida de nuestros jóvenes, y sentir en nuestro interior que nos nace de las entrañas el decir como decía Don Bosco, «aquí con vosotros me encuentro a gusto».
El oratorio, la escuela, el grupo juvenil puede estar en ti, en cada corazón salesiano cuando se vive movidos interiormente por esta fuerte convicción: ellos son nuestra heredad, ellos, los jóvenes nos salvan, y con la dulzura de Francisco de Sales no tenemos otro modo de ayudarles más que estando en medio de ellos, presentes entre ellos con un verdadero corazón de educador-pastor. Así se hará realidad que «la educación es cosa del corazón y solo Dios es su dueño»36.
2.3. «El espíritu de piedad»37.
«Una Congregación donde es urgente el “Da mihi animas cetera tolle”»
(CG28, Línea programática 2)
Me parece muy significativo el hecho de que la segunda carta circular de don Paolo Albera como Rector Mayor esté dedicada al espíritu de piedad. Está escrita el 15 de mayo de 1911. En aquellos años la Congregación se encontraba en un momento particularmente delicado de su historia. Los años del rectorado de don Rua habían sido años de gran expansión geográfica y de crecimiento numérico. Eran momentos en los que los Salesianos vivían un gran entusiasmo, tenían grandes iniciativas y estaban entregados a una desbordante actividad, pero también expuestos a riesgos peligrosos.
En esta carta, don Albera nos ofrece una visión general acerca de lo que él entiende por «espíritu de piedad»: su naturaleza y su necesidad para la vida cristiana y religiosa, para la fecundidad apostólica, para la resistencia en las pruebas, para la perseverancia en la vocación, para la práctica del Sistema Preventivo, etc., pero con una gran sensibilidad como guía espiritual advierte del activismo incontrolado que tiene sus peligros: «Sin embargo, hablándoos con el corazón en la mano, os confieso que no puedo defenderme del doloroso pensamiento y del temor de que este alarde de actividad de los salesianos, este celo que ha parecido hasta ahora inaccesible a cualquier desánimo, este cálido entusiasmo que ha sido sostenido hasta ahora por éxitos continuos y felices, vayan a venir a menos un día cuando no sean fecundados, purificados y santificados por una auténtica y robusta piedad»38.
En la carta, don Albera reconoce que con la gracia de Dios y la protección de María Auxiliadora han sido la incansable laboriosidad y la admirable energía de Don Bosco, don Rua, de monseñor Cagliero y tantos otros hijos suyos, lo que llevó a la rápida difusión de las obras salesianas en Europa y en América, y valora también que podemos contar con muchos hermanos, sacerdotes, clérigos y coadjutores que son verdaderos modelos en lo que se refiere al espíritu de piedad y son admirados por todos. «Pero por desgracia he de añadir, et flens dico, que también hay salesianos que dejan mucho que desear sobre este punto. Por desgracia están carentes de ello algunos que, siendo novicios, habían edificado a todos sus compañeros con su fervor.
Ya no se llamarían hijos de Don Bosco algunos que consideran las prácticas religiosas como un peso insoportable, emplean cualquier excusa para eximirse, y dan en todos lados el triste espectáculo de su laxitud e indiferencia. [...]
¡Qué contradicción tan extraña! Viven en casa religiosa, siguen en muchas cosas a la comunidad, trabajan quizás también según nuestros reglamentos, pero mientras tanto ya no son religiosos»39.
En la visita que el cardenal Richelmy hizo al CG XI, apenas elegido don Albera Rector Mayor, les advirtió: «El mundo admira vuestra prodigiosa laboriosidad, pero la Iglesia y Dios admiran vuestra santidad»40. No hay que olvidar que el «fuego sagrado de la piedad» y la «unión ininterrumpida con Dios», fueron «la nota característica de Don Bosco»41.
Os confieso, hermanos, que me impresionó hondamente la lectura de esta carta de dieciocho páginas de un Rector Mayor que iniciaba su servicio y que estaba tan profundamente preocupado por la falta de autenticidad de vida de una parte de los Salesianos de entonces. Y no me cabe duda de que don Albera conocía en profundidad aquello de lo que hablaba ya que había prestado durante dieciocho años su servicio como Director espiritual de la Congregación.
Pienso que a lo largo de la historia de nuestra Congregación (y seguramente en la mayoría de las congregaciones religiosas también) es una constante la insistencia en estar muy atentos a la autenticidad de la vida consagrada (dicho con el lenguaje de hoy), ya que el detrimento de esta pone en grave riesgo todo. En varios de nuestros Capítulos Generales42 y en muchísimos escritos de Rectores Mayores43 esta ha sido la gran insistencia, o a veces preocupación, similar a la que presentaba don Albera. Me parece importante que ello sirva de llamada de atención para seguir siendo muy auténticos en el vivir nuestra vida como consagrados-pastores de los jóvenes con esa entrega que pedimos también como fruto del CG28. Al igual que al hablar de la identidad carismática manifesté que es mucho lo que está en juego, no lo es menos en este aspecto al que me refiero ahora. Nos debatimos y esforzamos tantísimo para llegar al encuentro de los jóvenes y ser aceptados por ellos con mil «industrias e ingenierías» de última generación; realizamos planes estratégicos de todo tipo; hablamos de proyectos 4.0 semejantes al camino que desarrollan las empresas tecnológicas. Y no resto el mínimo valor a nuestro esfuerzo por vivir con gran actualidad y al ritmo de los jóvenes. Pero lo diré con palabras de don Albera, que es quien me acompaña en esta reflexión: ni la más grande simpatía y dotes naturales puede suplir la profundidad de vida, la interioridad, el ser hombres de Dios que casi sin pretenderlo llegan a lo más profundo del corazón de los jóvenes. Dice esto don Albera refiriéndose a Don Bosco y la atracción que despertaba en ellos: «De esta atracción singular brotaba la obra conquistadora de nuestros corazones. La atracción a veces se puede ejercitar también con simples cualidades naturales de mente y de corazón, de trato y de comportamiento, que hacen simpático a quien las posee; pero la simple atracción después de poco tiempo se amortigua hasta desaparecer del todo, si no desemboca en inexplicables aversiones y contrastes.
No era así como nos atraía Don Bosco: en él los numerosos dones naturales se convertían en sobrenaturales por la santidad de su vida, y en esta santidad se encontraba el secreto de aquella atracción que conquistaba para siempre y transformaba los corazones»44.
Esa fascinación no deriva tan solo del hecho de que Don Bosco haya sido, ciertamente, un «hombre de Dios», un gran carismático suscitado por el Espíritu por el bien de la juventud en la Iglesia y el mundo, sino también por el hecho de vivir siempre como un sencillo sacerdote, fundador de una jovencísima y pobre Congregación que iniciaba su andadura con un grupito de jóvenes, pero siempre apasionado por el bien de sus muchachos y que a medida que iba desarrollando su obra, se reafirmaba en la certeza de que era la Providencia quien lo guiaba.
El mismo y único Espíritu de Dios que inspiró a Don Bosco, se halla presente hoy. Desde la fe no nos cabe la menor duda de que es esta presencia del Espíritu la que fundamenta hoy nuestra esperanza de que es posible continuar siendo fieles al Señor Jesús por medio de la fidelidad a Don Bosco y su misión. Este Espíritu es el que lleva a cabo nuestra unión con Don Bosco y por eso mismo, nuestra comunión en la salesianidad. Es Él quien quiere ayudarnos, bajo un mismo impulso, a estar «con Don Bosco y con los tiempos» (don Albera) o a estar «con Don Bosco hoy».
Pero la presencia el Espíritu no es algo estático, ajeno a nuestro devenir, sino que es como una invitación permanente en nuestra libertad a prestar atención y colaboración continua. Es la docilidad a su llamada la que hace eficaz su presencia porque de lo contrario podemos fácilmente «resistir al Espíritu», o «apagar el Espíritu». Por eso necesitamos, como decía don Albera en su modo de expresión de la época, volver al Espíritu. Nuestro «Da mihi animas cetera tolle» pasa por recorrer el camino que nos lleve a ser también hoy hombres profundamente espirituales, hombres de profunda fe que vibremos en Dios con lo que cada día nos ofrece en el ser todo y de todos para los jóvenes.
«Vivimos en un tiempo que ama lo efímero» escribió don Egidio Viganò en sus reflexiones sobre la gracia de unidad45. En esta reflexión que toca con fina mirada lo que sucedía en aquellos años en los que se acentuaba justamente lo efímero, las modas ideológicas, el espejismo ante las maravillas tecnológicas y el dinamismo de la eficiencia, nos advierte de la necesidad de profundidad e interioridad en el Espíritu. El lenguaje de don Albera es diverso por la época, pero nos advierte de los mismos riesgos. Y si eso sucedía hace treinta y dos años, podemos deducir que nuestro presente tiene mucho más marcadas algunas de estas acentuaciones.
Nuestra vocación es fascinante si uno llega a enamorarse verdaderamente del Señor en favor del Reino. Se trata de que, como discípulos y consagrados, seamos para los demás «signos y portadores» no solo del amor de Dios a los jóvenes sino, sobre todo, de la fuerza del Espíritu del Señor en nuestras vidas, en sus vidas, y en la vida de todos. Y esto, nos dice don Viganò, solo es posible si «nos ejercitamos cotidianamente a mirar en profundidad»46.
Y creo que podemos reconocer, también por experiencia personal y comunitaria, que esta nuestra espiritualidad de vida activa no es fácil, en el sentido de que no se trata de algo que se adquiere de una vez para siempre, sino que resulta laborioso y exigente crecer en esta interioridad apostólica que ha sido, es, y será la garantía de nuestra autenticidad espiritual. Los peligros reales, cotidianos, casi imperceptibles, del dejarnos llevar por una mirada horizontalista; el vernos sumergidos en una acción que por sí misma desemboca en un activismo asfixiante; el agotarnos en trabajos y esfuerzos organizativos y de gestión; y tantas otras realidades que conocemos es, todo ello, como un «atentar contra la vida en el Espíritu». Recordando a don Viganò deseo rescatar estas certezas: la interioridad apostólica es como la quintaesencia de nuestro ser Salesianos de Don Bosco para el mundo de hoy, el secreto de esta es la gracia de unidad; y alimentando tal unidad en nuestro interior se diluye el peligro de la superficialidad espiritual47.
No me cabe duda de que, en esencia, la llamada a la piedad de don Albera y la invitación a la interioridad de don Viganò hacen referencia a lo mismo. Se trata, para nuestro presente, de la autenticidad de nuestras vidas como Salesianos de Don Bosco hoy ¿Qué salesianos para los jóvenes de hoy?
El «Da mihi animas cetera tolle» que llevó al muchacho Domingo Savio a entender que allí, con Don Bosco, de lo que se trataba era de un «negocio» de almas y no de dinero, es la expresión que mejor expresa el celo y la caridad pastoral de Don Bosco y la nuestra. Mirando a Don Bosco aprendemos de su profunda espiritualidad, de su sólida y confiada fe, de su certeza en que Dios se hace presente en medio de sus jóvenes, y de la necesidad de una fuerte vivencia interior. La raíz profunda de la espiritualidad de Don Bosco ha sido siempre su unión con Dios, su vida interior y su diálogo con el Señor. «No hay dudas de que en Don Bosco la santidad brilla en sus obras, pero es ciertamente verdad que las obras son solo una expresión de su fe. No son las obras que se hacen las que hacen de Don Bosco un santo… sino que es una fe reavivada por la caridad práctica lo que le hace santo»48. Cuando se vive así, como sucedió en Don Bosco, y debe ser nuestro camino hoy, entonces nuestra presencia en medio de los jóvenes, nuestro salirles al encuentro, nuestro repetir hoy que prometemos que hasta nuestro último suspiro de vida será para ellos, todo, absolutamente todo, estará imbuido de esa pedagogía de la gracia, del alma y de lo sobrenatural que se vive en el «Da mihi animas cetera tolle».
2.4. El drama de la guerra (1914-1918).
La opción por los más pobres: los huérfanos.
«Prioridad absoluta por los jóvenes, los pobres y los más indefensos»
(CG28, Línea programática 5).
Durante el rectorado de don Albera la prueba más dura fue la Gran Guerra. La Primera Guerra Mundial hizo que casi la mitad de los hermanos fueran al frente, con muchas obras requisadas y transformadas en cuarteles y hospitales. En esa situación de emergencia, don Albera hizo todo lo posible para que los huérfanos de guerra y los refugiados fueran acogidos en las casas salesianas, incluso a costa de grandes sacrificios. De hecho, había en él la inquietud de continuar la actividad de las obras salesianas a toda costa, incluso, de aumentar algunas de ellas, como los oratorios y los orfanatos. Invitaba a sus hermanos a la austeridad y a la invocación a María con el título de Auxiliadora, según la tradición salesiana de suplicar a la «Virgen de los tiempos difíciles». Don Bosco, de hecho, siempre reconoció la inspiración y el apoyo de la Auxiliadora; por eso no se dejó desanimar por la oposición y las dificultades encontradas.
El 24 de mayo de 1915, Italia entró en guerra y la implicación de la Congregación se hizo total, ya que la mayoría de los hermanos eran de nacionalidad italiana. En la carta mensual que siguió a este grave acontecimiento, el Rector Mayor invitaba a rezar por los que estaban en el ejército y a hacer «tres días de ayuno estricto», «para obtener que fuesen salvados de cualquier desgracia»49. También pide no adelantar el final del año escolar, como muchos deseaban, para no agregar cargas adicionales a las familias que ya están en dificultades por la salida de sus jóvenes en las filas del ejército. Don Albera, por tanto, se refiere con fuerza a la austeridad como signo de solidaridad con los pobres y al impulso apostólico de reunir a todos los niños que se encuentran abandonados.
Y cuando el conflicto va más allá de lo previsto, don Albera sostiene, como pauta, la invitación a mantener la mirada fija en Don Bosco («imitamos a Don Bosco en la adquisición de nuestra perfección religiosa, en la educación y santificación de la juventud, en el trato con el prójimo, haciendo el bien a todos»50), exhorta al espíritu de sacrificio y celo ardiente a los que han permanecido en las obras, y espera que se encienda «una santa competición de cargar con esos pesos y esas fatigas, no leer ciertamente, que son indispensables para llenar los vacíos dejados sobre todo en la escuela y en la asistencia, por los que la guerra quitó de nuestros institutos»51.
Invita a los inspectores a ser creativos: «El conocimiento de su Inspectoría sugerirá algunas otras medidas prácticas; Pues estudiarlo, según el espíritu de Don Bosco, en relación con las circunstancias actuales y luego me lo enviáis, a más tardar el 20 de agosto. Vuestros proyectos, bien detallados […] serán examinados atentamente por el Capítulo Superior, el cual, habiendo hecho las oportunas observaciones, os los devolverá para su ejecución»52. Como puede verse, el gobierno de la Congregación aparece cada vez más prudente y centralizado según líneas claras de conducta y salvaguardando el carisma. En mi opinión, este «estilo a la don Albera» es ante todo expresión de la autoridad de quienes conocen la prioridad carismática de la misión y quieren que todos sean fieles a ella.
Quizás sea precisamente este acicate perfectivo y operativo el carácter más característico y dinámico de la posición de don Albera y su Consejo frente a los acontecimientos, el que más inspira a los hermanos a acciones heroicas, tanto en el frente como en las casas. Estas palabras de exhortación son magníficas: "«Empuja la barca mar adentro, es decir, arrójate con ardor en el vasto campo de la perfección, no limites tus labores a lo estrictamente necesario, sé grandioso en tus aspiraciones cuando se trata de la gloria de Dios y la salvación de las almas. Aléjate de la playa que tanto estrecha tus horizontes y verás cuán abundante será la pesca de almas […]. En esto el lema del apóstol celoso será el mismo del valiente soldado: ¡Ánimo, adelante!»53.
Durante el difícil período de la Primera Guerra Mundial, la paternidad espiritual de don Albera se expresó en una afectuosa preocupación por los hermanos que estaban en el frente y por los jóvenes todavía acogidos en las casas salesianas. Tenemos testimonio de ello en las cartas circulares que enviaba mensualmente a todos los hermanos que realizaban el servicio militar54 y en las rápidas respuestas que enviaba a todos los hermanos que le escribían55. Ciertamente fue un período de tremenda prueba para el Rector Mayor y para la joven Congregación salesiana, una experiencia de angustia y de desconcierto sin medida, que supuso un hito en la historia de un grupo de educadores religiosos convencidos, así como de toda la historia contemporánea.
Considero muy necesario subrayar la figura de don Albera y su buen hacer en estos años porque expresa un modo de hacer en una situación límite. Además de subrayar, como acabo de hacer, su atención en particular a los hermanos que estaban en el frente, hay otro aspecto que considero de gran fuerza carismática. Me estoy refiriendo al hecho de que en las situaciones más dramáticas y más «al límite», don Albera no dudó ni por un minuto en dejar clara a toda la Congregación que había una prioridad en la misión salesiana del momento. Esta era la atención prioritaria a los muchachos y jóvenes huérfanos, puesto que ellos eran los más pobres entre los pobres al haber perdido a alguno de sus progenitores, en general a su padre o bien a los dos.
No se conformó con seguir con «lo de siempre». No se contentó con esperar a que se despejasen los negros nubarrones de esos años, sino que activó con una fuerza excepcional las mejores energías de aquellas pobres casas y aquellos salesianos «diezmados» que en ellas continuaban con la misión. Y subrayo esto porque tiene mucho que ver con la opción prioritaria por los pobres que también pedimos hoy a toda la Congregación y en todo el mundo.
Un primer momento aconteció meses antes con el terrible terremoto de los Abruzos el 13 de enero de 1915. Don Albera escribe a los hermanos diciéndoles: «Inclinemos la frente a los deseos divinos y oremos también por las muchas víctimas de este cataclismo. Pero mi corazón me dice que Don Bosco y don Rua no estarían contentos solo con esto, y por eso estoy dispuesto a hospitalizar, dentro de los límites de la caridad que el Señor nos envía, a una parte de los pequeños huérfanos supervivientes»56. Después de esta llamada, los Salesianos se pusieron en acción de inmediato y acogieron a ciento setenta huérfanos entre varias casas de Italia.
Al entrar en guerra también Italia, el 24 de mayo de 1915, cientos de jóvenes salesianos fueron enrolados, como ya dijimos. Como es de suponer, también el número de muertes de militares civiles se multiplicaba, y del mismo modo crecía el número de huérfanos a causa de la guerra. Con firme decisión escribe don Albera: «Confiando en la Divina Providencia, en la caridad de las almas generosas y en el apoyo de las autoridades, he decidido abrir un instituto especial para chicos de ocho a doce años, que se encuentran abandonados, o porque son huérfanos de madre y con su padre en el ejército, o porque perdieron a su padre en la guerra»57.
Y ya que hemos hablado de la singularidad del Oratorio, también es necesario mencionar el orfanato como un espacio educativo muy salesiano, particularmente en ese momento. El orfanato podría considerarse una institución educativa de otros tiempos, pero revela de una manera extraordinaria el corazón oratoriano. Los huérfanos de cualquier guerra, especialmente de las naciones derrotadas, son víctimas dos veces: han perdido a sus padres en circunstancias violentas y su patria no tiene los medios para cuidarlos.
El papa Benedicto XV había llamado la atención de todos sobre este problema, tanto de las naciones ganadoras como de las Iglesias locales y de las congregaciones, con respuestas diversificadas. Don Albera, en nombre de los Salesianos y de las Hijas de María Auxiliadora, se comprometió personalmente a aliviar esta herida; de este modo, se fueron abriendo orfanatos acogedores incluso en la Europa Central devastada por la guerra. En el último año de la guerra comunicó a los Salesianos llamados al frente: «Inmediatamente dispuse que casi un centenar de niños refugiados de entre 12 y 14 años fueran alojados en el Oratorio. Al mismo tiempo, hice un llamamiento a todos los directores de nuestras casas en Italia para que acogiesen al mayor número de jóvenes»58.
He hecho referencia a este aspecto de su vida y servicio como Rector Mayor porque toca directamente un elemento esencial de nuestro carisma, cual es la opción por los jóvenes y entre ellos los más pobres y abandonados (Const. 2).
Podéis imaginar, hermanos, que hacer un recorrido en nuestros Capítulos Generales y en el magisterio de los Rectores Mayores sobre este aspecto daría también, ello solo y por sí mismo para una larga carta59. Considero que es suficiente con evidenciar que ha sido y es una constante en nuestra preocupación por ser fieles al Señor en la fidelidad carismática a Don Bosco. Pero resalta con una fuerza singular, en mi opinión, la decisión y firmeza con la que don Albera afrontó esta situación. Pues bien, los huérfanos de la primera guerra mundial son hoy para nosotros los huérfanos de algunas guerras de hoy como en Siria, como en las víctimas de las guerrillas en el continente Africano y en Latinoamérica. Aquellos huérfanos de entonces son para nosotros hoy los chicos de la calle y en la calle de muchas de las naciones donde el carisma de Don Bosco echó raíces. Son también esos inmigrantes menores de edad que llegan solos a tierras desconocidas y sin protección alguna. Son todos esos muchachos y jóvenes que sin duda tenemos en el corazón y que nos «duelen profundamente» como Salesianos, y que os pido hermanos, que nos sigan doliendo. No nos acostumbremos a las situaciones de «orfandad» de nuestro siglo XXI. Es por eso por lo que en la quinta línea programática de nuestra Congregación para este sexenio después del CG28 os pedía que diéramos prioridad absoluta a los jóvenes, a los pobres y a los más abandonados e indefensos. Así lo escribí después de nuestro Capítulo: «Estoy convencido de que, asumir esta perspectiva como algo irrenunciable, será muy significativo en toda la Congregación y en todos los contextos, culturas y continentes. Hoy hay muchas pobrezas juveniles que reclaman de la entera familia humana, y sin duda de los Salesianos en particular, una atención urgente. De hecho, la historia de nuestra Congregación está plagada de llamadas para ir al encuentro de los jóvenes más pobres. “Hemos contraído como hijos de Don Bosco un compromiso histórico de servicio a los jóvenes pobres”»60. Por eso mismo pedía que seamos capaces de mirar a nuestros muchachos, a los jóvenes del mundo y de nuestras presencias, a aquellos que conocemos y a aquellos a quienes debemos ir a buscar para conocer, con todo respeto sus historias de vida, sus angustias y dolores, su propia vida tantas veces cargada de tragedia. Estos son hoy nuestros «huérfanos» que tanto tienen en común, aun sin saberlo, con aquellos de las grandes guerras. Y para ellos debemos estar nosotros.
2.5 «Sed todos misioneros»61
Esta fuerte invitación de don Albera es «hermana» de la invitación a toda la Congregación después del CG28 que os recuerda que «es tiempo de generosidad en la Congregación.
Una Congregación siempre misionera»
(CG28, Línea programática 7).
Una de las características del servicio de don Albera como Rector Mayor fue su gran preocupación, animación y empeño en favor de las misiones, algo que consideraba esencial al carisma de don Bosco. Es muy significativo que ya en su primera carta a la Congregación el 25 de enero de 1911, en uno de los apartados de la misma escriba: “Me sorprende que el celo ardiente de nuestros primeros misioneros merme entre nosotros y que no respondamos del todo a los planes de Dios para nuestra humilde Congregación. Desafortunadamente, todos los días veo disminuir las solicitudes para ir a las misiones, y por eso me golpean la mente casi como un martillo las palabras: tene quod habes62.
A su gran sensibilidad, en fidelidad a Don Bosco y don Rua, se añade el hecho de que, con motivo de su visita a América en nombre del Rector Mayor, él mismo en persona pudo conocer aquella hermosa e incipiente realidad, en especial en la Patagonia, la Tierra del Fuego, el Mato Grosso y en Méndez y Gualaquiza.
Durante su rectorado fueron más de 450 los salesianos que partieron para las misiones. Solo un año, 1915, debido a la guerra no hubo expedición misionera.
En 1913 se cumplía la 47 expedición. El 31 de mayo de ese año, don Albera había enviado una circular a todos los Salesianos para alentarlos a que acudieran en ayuda a las misiones: “No os será difícil, escribía, queridos hermanos, comprender el grave peso que incumbe a vuestro Rector Mayor, de proveer de personal seguro y celoso y de medios materiales a nuestras Misiones. En efecto, la escasez de personal y de medios se hace cada vez más sensible y yo siento la necesidad de apelar a vuestro corazón, ¡oh! buenos hermanos, en busca de ayuda. Sí, compartid conmigo este peso, tomando muy a pecho nuestras Misiones, primero con la oración y después con las obras”63.
El resultado fue que este año fueron más de 70 los salesianos que formaron la 47 expedición. Junto con los Salesianos se despidió también a 52 Hijas de María Auxiliadora.
Recorriendo la biografía de don Albera se puede ver cómo cuida con esmero, estando en Turín o regresando de algunos de sus viajes, los preparativos para la expedición misionera anual. Sirvan estos envíos misioneros como ejemplo: «La despedida tuvo lugar el 11 de octubre de 1910 en la Iglesia de María Auxiliadora. Abrazó uno por uno a los cien misioneros que marchaban, dejando a cada uno un recuerdo personal»64. Lo mismo ocurrió en 1911 cuando «después de la función de despedida de cincuenta misioneros destinados especialmente a China y Congo, Don Albera partió hacia Austria, Polonia y Ucrania»65.
En octubre de 1912 saludó y bendijo a la nueva expedición misionera. Formaba parte de ella el joven Ignacio Canazei, que luego sería sucesor del obispo y mártir Luis Versiglia como vicario apostólico de Shiuchow (Shaoguan). En 1929 el propio Canazei contaba: «Antes de partir para China, don Albera nos invitó a asistir a la Santa Misa que él mismo iba a celebrar en la capilla de Don Bosco. Después, se dirigió paternalmente a nosotros. Entre otras cosas, nos dijo: «Ahora vais a las misiones. Al principio os encontraréis con muchas dificultades, pero con el paso del tiempo os iréis familiarizando con el idioma, las costumbres, conoceréis a mucha gente y, después de unos diez años, el nuevo país se convertirá en una segunda patria para vosotros»66. Algo semejante se podría decir de cada expedición misionera.
Todo esto pone en evidencia de qué modo, por fidelidad a don Bosco, las misiones eran para él un elemento carismático esencial e irrenunciable, al igual que deduzco, por el mismo criterio de fidelidad a Don Bosco y a su carisma, que debe seguir siendo para nosotros hoy.
En la ya citada carta circular del 31 de mayo de 1913 titulada Gli oratori festivi, le Misione, le Vocazioni, dedica unas páginas espléndidas a recordar a los Salesianos lo que significaban para Don Bosco las Misiones, cómo lo llevaba en su mente y en su corazón y hace, al mismo tiempo, una llamada «tomándose muy en serio nuestras misiones, primero con la oración y luego con la obra» e invita a enriquecerse «con las virtudes del misionero, que deben ser una piedad profunda y un gran espíritu de sacrificio por toda la vida y no solo por unos pocos años»67. Don Albera declara en esta carta además cómo el Oratorio festivo tenía que ser el corazón y la vida de la Congregación porque así lo fue para Don Bosco: «Las Misiones entre los pueblos salvajes fueron siempre la aspiración más ardiente del corazón de Don Bosco, no temo equivocarme al decir que María SS. Auxiliadora desde sus primeras manifestaciones maternas, le había concedido una clara intuición al respecto, cuando todavía era joven… Nos hablaba continuamente de ello a nosotros, sus primeros hijos, que llenos de asombro nos sentíamos transportados por el santo entusiasmo; describía, con la clara precisión de un explorador, regiones lejanas, inmensos bosques con misteriosa flora y fauna, majestuosos ríos, tribus guerreras... y luego nuevos pueblos y ciudades, manantiales como por arte de magia donde antes reinaban la soledad y la muerte»68. Para Don Bosco «las misiones fueron el tema predilecto de sus charlas, y sabía inculcar en los corazones un deseo tan fuerte de ser misioneros que nos parecía la cosa más natural del mundo»69.
Hermanos queridos, en las líneas programáticas de nuestro CG28 he evidenciado fuertemente la dimensión misionera de nuestra Congregación. Ahí manifiesto que es tiempo de generosidad en la Congregación ya que «la realidad misionera de nuestra Congregación nos sigue interpelando y presentando hermosos desafíos; las misiones nos lanzan hacia adelante y nos hacen soñar hermosos sueños que se hacen realidad»70.
Creo poder decir que la animación misionera en nuestra Congregación es una de las dimensiones que cada Rector Mayor, en nuestra historia hasta el presente, hemos tomado con verdadero amor. No ha habido un solo año (a excepción del 1915 al que ya me he referido) en el que madurando cada una de las expediciones misioneras, no se haya hecho un gran esfuerzo por ayudar a diversas Iglesias locales e Inspectorías con la presencia de nuevos Salesianos que se han ofrecido para dar lo mejor de sí mismos allí donde son enviados. No podemos olvidar que la Congregación está presente hoy en 134 naciones porque, misioneros de todas partes y en todas las décadas, han dado los primeros pasos hasta que el carisma de Don Bosco ha ido echando raíces en cada nación y región.
Hoy como ayer, como he hecho en los últimos siete años y como han hecho mis predecesores, sigo invitando a los hermanos a ser generosos, y muy particularmente a aquellos que sienten una llamada particular de parte del Señor («Id y haced discípulos míos…») en la vocación que todos vivimos como Salesianos de Don Bosco. Don Paolo Albera es un buen espejo en el que mirarnos respecto de la grandeza y valor que tiene la dimensión misionera y las Misiones en nuestra Congregación.
Creo poder afirmar, sin ningún temor a equivocarme, que la Congregación sigue «vigilante», atenta y siempre dispuesta ante esta realidad que es el anuncio del Evangelio a los pueblos que no lo conocen (Const. 6), convencidos de que «en el trabajo misionero reconocemos un rasgo esencial de nuestra Congregación» (Const. 30). Por eso mismo, en total sintonía y diálogo con el espíritu que nos ha recordado don Albera he propuesto al final del Capítulo General 28 «a toda la Congregación que hagamos concreta esta hora de generosidad asumiendo de modo natural la disponibilidad de Hermanos de todas las Inspectorías (transferencias, intercambio, ayudas temporales) para servicios internacionales, nuevas fundaciones, nuevas fronteras a las que queremos llegar»71.
3. LA VIRGEN Y DON BOSCO72
No podría concluir esta carta sin hacer una referencia, aunque breve, a la Virgen, al gran amor de Don Bosco, y a la profunda devoción y convicción de don Albera en referencia al gran don que los Salesianos y la Familia Salesiana tenemos para con el «nuestra poderosa Protectora»73. En la circular que se inspira en el cincuentenario de la consagración del santuario de María Auxiliadora74, don Albera escribe con su humildad habitual: «Sin duda otras plumas, mucho mejor templadas que la mía, cantarán en todos los idiomas y en cada metro las alabanzas de la Virgen de Don Bosco». Sin embargo, sabe que "al Rector Mayor de los Salesianos no se le permite permanecer en silencio" cuando se trata de unir su propia voz a la de muchos de los hijos de Don Bosco en la agradecida alabanza a la Madre de Dios. Por esto concluye: «Que la Santísima María Auxiliadora guíe mi pluma, para que escriba cosas menos indignas que ella»75.
La carta está llena de la convicción de que la Auxiliadora es ante todo la Virgen de Don Bosco y que, como Salesianos, tenemos un deber de gratitud «a nuestra Reina celestial, por los grandes e innumerables beneficios que tan generosamente quiso darnos»76.
Don Albera señala que el desenvolvimiento de la vida de Don Bosco, «el hijo de un humilde campesino de los Becchi», sigue siendo «un enigma inexplicable» si no se comprende y se saborea en la fe, que siempre sabe ver la mano omnipotente de Providencia en acción Divina. Y afirma con toda certeza: «Don Bosco ciertamente no podía dudar de la continua intervención de Dios y de la Santísima Virgen Auxiliadora en los diversos acontecimientos de su laboriosa vida»77. Después del sueño de los nueve años, «fue la Madre de Dios quien lo guio en todos los acontecimientos más importantes de su carrera, quien lo convirtió en un sacerdote docto y celoso, quien lo preparó para ser el Padre de los huérfanos, el Maestro de innumerables ministros del altar, uno de los más grandes educadores de la juventud, y finalmente el Fundador de una nueva sociedad religiosa, que tendría la misión de difundir su espíritu y devoción a Ella por todas partes bajo el hermoso título de María Auxiliadora»78.
Creo que se puede decir, queridos hermanos, que el pasaje que acabo de citar es un resumen perfecto y completo de la vida de Don Bosco y del lugar que ocupaba la Virgen. Ella fue su fuerte apoyo, Ella lo guio a lo largo de su existencia. Al final, durante la eucaristía celebrada en 1887 en la iglesia del Sagrado Corazón de Roma al día siguiente de su consagración, el anciano Don Bosco, muy comprometido en la salud y lleno de emoción y lágrimas, comprende cuál fue el hilo que lo ha acompañado durante toda su vida: «Ella lo ha hecho todo».
Como hijos de Don Bosco, expresamos cada día nuestro amor y devoción a la Virgen en la oración matutina de abandono a María Auxiliadora: oración deseada por don Rua ya en 1894 y que, como escribe don Albera, «fue muy apreciada por todos y que se aprendió rápida y fácilmente de memoria»79. Así hasta nuestros días.
Queridos hermanos, concluyo esta carta, escrita en referencia a don Albera y en diálogo con él, reafirmando con profunda convicción que nuestro amor y nuestra devoción a la Madre del Señor, a la Auxiliadora, no es algo optativo en nuestro carisma.
Me permito declarar con toda franqueza y conciencia: si alguno de nosotros no ama a la Virgen y no siente nada por ella, si no tiene el deseo de vivir todos sus días bajo la protección y presencia de la Madre en el Ciel, si no tiene un fuego en el corazón que le lleva a querer mostrar y transmitir este amor suyo a los niños, a los jóvenes y al pueblo de Dios con el que se encuentra cada día, entonces no será Salesiano de Don Bosco.
«Creemos que María está presente entre nosotros y continúa su misión de Madre de la Iglesia y Auxiliadora de los cristianos. Nos confiamos a Ella, humilde sierva en la que el Señor hizo obras grandes, para ser entre los jóvenes, testigos del amor inagotable de su Hijo» (Const. 8).
Pedimos al Señor que la Virgen Auxiliadora, que siempre ha guiado y apoyado a Don Bosco, continúe acompañando a nuestra Congregación y a la bella Familia Salesiana, por el bien de la Iglesia y para continuar respondiendo, en fidelidad a la llamada que el Espíritu Santo nos ha dado en Don Bosco, a las necesidades de la Iglesia y del mundo entero. En la conciencia de que no nacimos solo de un proyecto humano, sino de la iniciativa de Dios, que nos confió la porción más preciosa de la sociedad: los jóvenes y, entre ellos, los más pobres y abandonados.
Que nuestra devoción y nuestro amor a la Madre del Señor sea nuestra garantía de una vida bella, plena y feliz, en fidelidad, como discípulos de su Hijo Amado.
Don Ángel Fernández Artime
Rector Mayor
APÉNDICE
Queridos Hermanos,
mi carta, como habéis visto, no es un trabajo académico de investigación, como los que elaboran nuestras universidades, sino una carta de animación fraterna. Expresa mi fuerte deseo que la gran figura de don Paolo Albera, sus méritos en la Congregación a favor de la misión salesiana y de la educación-evangelización de los jóvenes, y todo lo que nos transmite, permanezca en la memoria de todos, también gracias a la lectura actual que podemos hacer de su obra y de su pensamiento. Por mi parte, he tratado de resaltar y ofrecer para su reflexión solo algunos aspectos, que tienen más que ver con las líneas programáticas del sexenio.
Para estimular un mejor conocimiento, agrego a la carta este apéndice con una rica bibliografía sobre don Paolo Albera, editada por algunos de nuestros especialistas, a quienes agradezco su colaboración. Hago esto porque lo considero un «acto de justicia» hacia el segundo sucesor de Don Bosco. No tengo ninguna duda de que más de un hermano, al ver todo lo que se ha escrito sobre él, se animará a leer algo interesante para su propia vida.
BIBLIOGRAFÍA SOBRE DON PAOLO ALBERA
(a cargo de Marco Bay, puesta al día el 24.06.2021. Referencias extraídas de las contribuciones de A. Park, A. Giraudo, J. Boenzi, S. Zimniak y otros)
ESCRITOS DE DON PAOLO ALBERA
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Albera Paolo (a cura di), Pratiche di pietà in uso nelle case salesiane, Torino, 1916.
Albera Paolo (a cura di), Pratiche di pietà in uso nelle case salesiane, Torino, SEI, 1921 (seconda edizione)
Albera Paolo, Ai direttori delle case salesiane, En «Lettere circolari di D. Bosco e di D. Rua ed altri loro scritti ai Salesiani», Torino, Tipografia Salesiana, 1896, pp. 4-5.
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Albera Paolo, Lettere circolari ai Salesiani militari [32 lettere circolari a stampa dal 19 marzo 1916 al 24 dicembre 1918], en Archivio Salesiano Centrale E223.
Albera Paolo, Lettere circolari di Don Paolo Albera ai Salesiani, Torino, SEI, 1922.
Albera Paolo, Lettere circolari di Don Paolo Albera ai Salesiani, Torino, Direzione Generale Opere Don Bosco, 1965.
Albera Paolo, Manuale del Direttore, San Benigno Canavese: Scuola Tipografica D. Bosco, 1915.
Albera Paolo, Mons. Luigi Lasagna vescovo titolare di Tripoli, superiore delle missioni salesiane dell’Uruguay e del Brasil: discorso funebre detto nella chiesa di Maria Ausiliatrice il 4 dicembre 1895, Torino, Tipografia Salesiana, 1895.
Albera Paolo, Mons. Luigi Lasagna: memorie biografiche, S. Benigno Canavese, Scuola Tipografica Salesiana, 1900.
Gli oratori festivi e le scuole di religione. Eco del V Congresso tenutosi in Torino il 17-18 maggio 1911. Relazione, proposte e studi compilati d’ordine del presidente del V Congresso delle Opere omonime, il reverendissimo D. Paolo Albera, Rettor Maggiore della Pia Società Salesiana del Ven. D. Bosco, S.A.I.D. – Buona Stampa, Torino 1911.
BIOGRAFÍAS
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ARTÍCULOS del “Bollettino Salesiano”
100 anni fa, en “Bollettino Salesiano“ 134 (settembre 2010), 10.
Albera Paolo, Don Rua en Palestina, en “Bollettino Salesiano” 19 (giugno 1895) 151-157.
Albera Paolo, Il Missionario Cattolico!, en “Bollettino Salesiano” 48 (gennaio 1923), 18.
Gusmano Calogero, Il rappresentante del successore di Don Bosco en America, en “Bollettino Salesiano” (novembre 1900), 303-307; 24 (dicembre 1900), 336-339; 25 (gennaio 1901), 9-14; (febbraio 1901), 44-45; (marzo 1901), 66-68; (aprile 1901), 96-99; (maggio 1901), 123-124; (giugno 1901), 149-156; (agosto 1901), 216-219; (settembre 1901), 245-247; (ottobre 1901), 277-279; (dicembre 1901), 242-245; 26 (febbraio 1902), 42-44; (aprile 1902), 101-104; (maggio 1902), 150; (luglio 1902), 204-205; (agosto 1902), 230-233; (dicembre 1902), 361-263; 27 (febbraio 1903), 48-50; (marzo 1903), 71-81; (aprile 1903), 103-107; (maggio 1903), 136-140; (settembre 1903), 265-271; (ottobre 1903), 295-297; (novembre 1903), 329-334; (dicembre 1903), 357-359; 28 (gennaio 1904), 13-15; (febbraio 1904), 43-44; (marzo 1904), 76-79; (aprile 1904), 104-111; (maggio 1904), 138-141; (agosto 1904), 232-237; (settembre 1904), 267-270; (novembre 1904), 334-336; (dicembre 1904), 361-364; 29 (gennaio 1905), 17-20; (febbraio 1905), 43.46; (marzo 1905), 73-76; (maggio 1905), 137-141; (giugno 1905), 170-173; (luglio 1905), 198-202; (agosto 1905), 228-231.
Il “piccolo don Bosco” Don Albera, en “Bollettino Salesiano” 145 (gennaio 2021), 28-31.
Il secondo successore di D. Bosco. L’elezione, l´eletto, en “Bollettino Salesiano” 34 (dicembre 1910), 369-372.
En morte di don Albera, en “Bollettino Salesiano” 45 (dicembre 1921), 312-339.
La elección del segundo Rector Mayor de la Sociedad Salesiana del V.ble Don Bosco, en “Boletín Salesiano. Don Bosco en el Ecuador” (8 octubre 1910), 619-626.
Lettera del Sac. Paolo Albera ai Cooperatori ed alle Cooperatrici, en “Bollettino Salesiano” 35 (gennaio 1911), 2-8; 36 (gennaio 1912), 2-9; 37 (gennaio 1913), 1-6; 38 (gennaio 1914), 1-6; 39 (gennaio 1915), 1-7; 40 (gennaio 1916), 1-7; 41 (gennaio 1917), 1-7; 42 (gennaio 1918) 1-6; 43 (gennaio 1919), 1-7; 44 (gennaio 1920), 1-7; 45 (gennaio 1921) 1-7.
Nel VI anniversario della morte di Don Albera 1921 – 29 ottobre – 1927, en “Bollettino Salesiano“ 52 (ottobre 1952), 301-303.
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XI Capitolo Generale della Pia Società Salesiana presieduto da don Paolo Albera (1910). Introduzione e note, edizione critica dei verbali del capitolo, trascrizione di alcuni dei documenti più importanti prodotti dal Capitolo a cura di Jesús-Graciliano González Miguel, Madrid, Editorial CCS, 2020, XIX-LIX.
TESIS
Boenzi Joseph, Paolo Albera ‘s Teaching on the Salesian Spirit as he voiced it en His Spiritual Conferences: Essential Themes as Developed en Significant Retreat Instructions Prepared and Preached between 1893 and 1910. Tesis de doctorado, Roma, Pontificia Università Salesiana, 1996.
Echamendi Aristu Miguel Antonio, La promoción vocacional en Don Paolo Albera. Disertación doctoral, Roma, Università Pontificia Salesiana, 1977.
Marques Senval, O “Espirito de dom Bosco” segundo dom Paolo Albera: a partir das suas cartas circulares. Tesis di licencia, Roma, Università Pontificia Salesiana, 2009.
Nazary Justen, La figura spirituale di Don Bosco interpretata da don Paolo Albera nelle lettere circolari ai salesiani, tesis de licencia, Roma, Università Pontificia Salesiana, 2013.
Tulleni Leonardo, Esperienza bellica e identità salesiana nella Grande Guerra. Tratti di spiritualità nella corrispondenza dei Salesiani militari con d. Paolo Albera e altri superiori, Disertación doctoral [n. 0871D], Roma, Università Pontificia Salesiana, 2007.
CONMEMORACIONES
Attuoni Ercole, Don Paolo Albera: elogio funebre letto ai solenni funerali di trigesima nella chiesa parrocchiale di San Sisto in Pisa il 29 novembre 1921 alla presenza di s.e. il card. Pietro Maffi, delle autorità ecclesiastiche civili e militari, Pisa F. Mariotti, 1922.
Ferrais Emilio, In memoria del sac. Paolo Albera II successore di Don Bosco, morto a Torino il 29 ottobre 1921. Catania 17 novembre 1921, Catania, Scuola Tipografica Salesiana, 1921.
Giubileo del santuario di Maria Ausiliatrice in Torino – Messa d’oro del successore di D. Bosco) 9 giugno 1918, Torino, Tip. S.A.I.D., «Buona Stampa», 1918.
Grancelli Michelangelo, Elogio funebre di Don Paolo Albera, rettor maggiore dei Salesiani, letto il 29 novembre 1921 nella chiesa di S. Agostino in Milano, Milano, Scuola Tipografica Salesiana, 1922.
Guala Francesco, Il venerabile Don Bosco festeggiato nel suo successore don Paolo Albera. Discorso pronunziato a nome degli antichi allievi dei collegi ed oratorii salesiani il XXIII di giugno MCMXII, XLIII dimostrazione, Torino, Scuola Tipografica Salesiana, 1912.
Kolar Bogdan, Pavel Albera. Verhovni predstojnik, en “In memoriam II. Nekrolog salezijancev neslovenske narodnosti, ki so delovali na Slovenskem”, Llubljana, Salve, 1997, 11-15.
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Marocco Melchiorre, Le tombe di Don Bosco, Don Rua e Don Albera a Valsalice. Torino, Scuola Tipografica Salesiana, 1922.
Massana Rovira Julián, El reverendissimo p. D. Paolo Albera, Superior General de los salesianos. Oración funebre pronunciada por el rvdo. D. Julian Massana, director de las escuelas salesianas de Madrid, en el solemne funeral celebrado en Barcelona el 1 diciembre de 1921, Madrid, Escuela Tipográfica Salesiana, 1921.
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Miral Domingo, Discurso leído en la solemne velada celebrada el día 5 de abril de 1913, en honor de don Paolo Álbera, Superior de los Salesianos, con motivo de su visita a Salamanca, Salamanca, Imp. Cat. Salmanticense y Encuadernación, 1913.
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Novasio Domenico, D. Paolo Albera. Elogio funebre letto nella chiesa parrocchiale di Cuorgnè, S. Benigno, Scuola Tipografica Don Bosco, 1922.
Oldano Germano, Don Paolo Albera. Elogio funebre letto nella cattedrale di Alessandria il 6 dicembre 1921, Casale Monferrato, Unione Tipografica Popolare, 1922.
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Paoli Vencenzo, Alla Santa memoria di Don Paolo Albera, Rettor Maggiore dei Salesiani, morto en Torino il 29 Ottobre 1921, Soc. Tip., Ravenna, 1921.
Rinaldi Filippo, Lettera mortuaria pel Rev.mo Sac. Paolo Albera Rettor Maggiore della Pia Società Salesiana, en Atti del Capitolo Superiore 2 (1921) n. 9, 307-312.
Rossi Cesare, Al reverendissimo signor don Paolo Albera. Discorso letto in occasione della XLIV dimostrazione degli Antichi Allievi di d. Giovanni Bosco, 29 giugno 1913, Torino, Scuola Tipografica Salesiana, 1913.
Salotti Carlo, In memoria di d. Paolo Albera rettor maggiore dei salesiani e secondo successore del ven. d. Bosco, Roma, Scuola Tipografica Salesiana, 1922.
Sassi Agosteno, Orazione funebre di Don Paolo Albera rettor maggiore della Pia Società Salesiana, pronunciata il 1° dicembre 1921 nella chiesa di S. Francesco en Modena da Mons. Agostino Sassi, Modena, Tipografia Immacolata Concezione, 1921.
Vespignani Giuseppe, Revmo. Señor D. Paolo Albera, Rector Mayor de la Pia Sociedad Salesiana y 2º sucesor del Vble. Don Bosco, † En Turín, 29 Octubre de 1921: En Memoriam et Exemplum. Reservado para los Salesianos de la Inspectoría Argentina de S. Francisco de Sales, Buenos Aires, Escuela Tipográfica Salesiana, 1921.
ASC. ALCUNOS INÉDITOS DE RELIEVE y FUENTES EN ARCHIVIO
B0250102 ; B0250109 ; B0250210 ; B0250222.
B0320101-105, Notes confidentielles prises pour le bien de mon âme, ms autografo P. Albera 1893-1899.
B0320106-109, Notes seful for my soul, ms P. Albera 1902-1910.
B0330103; B0330109, Per le memorie di D. Paolo Albera [1923], ms G. Barberis.
B0330314, D. Paolo Albera. Ricordi personali, ms G. B. Grosso.
B040-B046: Lettere dei Salesiani sotto le armi (1915-1918) da Accame Piereno a… Zuretti Giovanni.
B0480111, Tutto per Gesù: Istruzioni per gli Esercizi Spirituali, ms aut. P. Albera, 4-6.
D868, Verbali del Capitolo Superiore (1859-69), 9-10.
D869, Verbali delle riunioni capitolari 1884-1904, 15-16.
E444, Circolari di D. Paolo Albera ai Salesiani sotto le armi durante la guerra 1915-1918 [circolari a stampa, numerate dal n. 1 (19 marzo 1916) al n. 32 (24 dicembre 1918)].
DON ALBERA EN EL EPISTOLARIO DE DON BOSCO [E(m)]
E(m): Bosco Giovanni, Epistolario. Introduzione, testi critici e note a cura di Francesco Motto. Voll. I-IX, Roma, LAS 1991-2021.
Lett. N. 1164. Al vescovo di Casale Monferrato, Pietro Maria Ferrè Torino, 14 marzo [18]68 Problemas de dimisisorias del clérigo Paolo Albera - solicitud de commendatitia para obtener la dispensa de edad para la ordenación del clérigo Secondo Merlone - transmite el documento legal que establece el patrimonio eclesiástico del clérigo Fagnano, en E(m) II, 512.
Lett. N. 1616. Alla contessa Geronima De Camilli *Torino, 1º marzo 1872. Ha recibido su oferta en Varazze, parte de la cual entregó a don Albera para el Hospicio de Marassi: asegura las oraciones de acuerdo con sus intenciones, en E(m) III, 403.
Lett. N. 1868. Alla contessa Carlotta Callori *Sampierdarena, 26 novembre [18]73 Le informa que ha recibido su carta con la subvención que contiene para el rescate de un clérigo del servicio militar - le agradece asegurando oraciones y recompensa del Señor - saludos de don Albera - pronto volverá, en E(m) IV, 181.
Lett. N. 2462. A don Giovanni Battista Francesia Roma, 12 [gennaio 18]77 Relata la audiencia que tuvo con el Santo Padre que le envía la bendición apostólica a él y a - don Albera - importancia de los Hijos de María para las misiones, en E(m) V, 294.
Lett. N. 3395. Alla signora Luigia Pavese Dufour [Sampierdarena], 14 aprile [18]81 Agradece la oferta que dará a don Albera que tiene que saldar las deudas con el panadero, en E(m) VI, 336.
Lett. N. 3522. A don Giuseppe Bologna Torino, 28 [ottobre 1881] Pide noticias de las monjas, del hospicio, del cura y del nuevo personal - espera una carta de don Albera, en E(m) VII, 446.
Lett. N. 3576. A don Paolo Albera *Torino, 7 [gennaio 18]82 Pide que se escriba a dos bienhechores para asegurarles que ha rezado por ellos - le dice a don Bologna que se ocupará personalmente de la propuesta Pirondi - anuncia su próxima visita, en E(m) VIII, 51.
Lett. N. 3761. A don Paolo Albera *Torino, 26 novembre [18]82 Envía cartas para leer y distribuir - saludos a don Bolonia, a los hermanos y bienhechores - recibirá de don Caglierò las abuelas de algunos salesianos que se van a España, en E(m) VIII, 220.
Lett. N. 3768. A don Paolo Albera Torino, 4 dicembre [18]82 Le autoriza a retener la suma ofrecida por Madame Fabre - pide ayuda para la casa de Saint-Cyr - pide enviar una carta a una benefactora y agradecer personalmente a los demás benefactores - saludos a los hermanos, en E(m) VIII, 226.
Lett. N. 3808. A don Giuseppe Bologna *Varazze, 5 febbraio 1883 Ruega que avisen de su viaje a Torrione y Menthon a la señorita Abatucci; avise a don Albera para preparar visitas y dinero., en E(m) VIII, 266.
Lett. N. 3822. A don Paolo Albera *Lione, 16 apr[ile 18]83 Comunica su salida a París con la dirección en la Condesa Combaud, en E(m) VIII, 279.
Lett. N. 4117. A don Paolo Albera *Torino, 15 nov[embre 18]84 Comunica que ha escrito a algunas personas según lo acordado - saluda a los hermanos y estudiantes - temiendo el brote de cólera también para el año siguiente, les pide que se comporten virtuosamente y que frecuenten a los sacramentos, en E(m) IX, 222.
OTRAS REFERENCIAS
Atti del primo capitolo americano della Pia Società Salesiana. (Preceduti dal messaggio di D. Paolo Albera), Buenos Aires (Almagro), Collegio Pio IX di Arti e Mestieri, 1902.
Barberis Giulio, Lettere a don Paolo Albera e a don Calogero Gusmano durante la loro visita alle case d’America (1900-1903). Introduzione, testo critico e note a cura di Brenno Casali. (= ISS – Fonti, Serie seconda, 8). Roma, LAS, 1998.
Congreso de los cooperadores salesianos en buenos aires, 1900, Actas del segundo congreso de cooperadores salesianos celebrado en Buenos Aires los días 19-21 noviembre de 1900 [por E. Lamarca, J. Vespignani, L.A. Pons, F. Bourdieu, P. Albera...], Buenos Aires, Escuela Tip. Salesiana del Colegio Pío IX, 1902.
Crispolti Filippo, Due giubilei e un museo salesiano; discorso letto nell’Oratorio Salesiano di Torino, Torino, SEI, 1918.
I funerali di don Albera. Imponente dimostrazione di cordoglio en La Stampa (Torino, 31 Ottobre 1921), 3.
Il cinquantenario d’un Santuario e la messa d’oro del successore di Don Bosco en La Stampa (Torino, 10 Giugno 1918), 1.
Il sacerdote Paolo Albera eletto successore di don Rua en La Stampa (Torino, 17 Agosto 1910), 3.
Il salesiano sotto le armi, Torino, Scuola Tipografica Salesiana, 1939.
La morte di don Paolo Albera superiore dei Salesiani en La Stampa (Torino, 30 Ottobre 1921), 3.
Lemoyne Giovanni Battista, L’Arcivescovo vuole in Seminario il ch. Paolo Albera (MBe VIII, cap. LXXXIII, 851-856).
Lemoyne Giovanni Battista, Uno spiacevole encontro di Don Albera coll’Arcivescovo (MBe IX, cap. XLIX, 558-563).
Un grandioso funerale a Torino. Il trasporto e la tumulazione della salma di Don Albera secondo successore di Don Bosco en La Stampa (Torino, 1 Novembre 1921), 2.
1 Ciertamente, a nivel global, la Segunda Guerra Mundial fue más dolorosa, ya que destruyó gran parte de Europa y golpeó a Japón de una manera muy violenta. Una guerra que, según las estimaciones más realistas, ha dejado una estela de unos 60.000.000 de muertos.
2 Me refiero al reciente libro de Aldo GIRAUDO, Don Paolo Albera maestro di vita spirituale, (LAS, Roma 2021), así como a la tesis doctoral de Paolo VASCHETTO, salesiano coadjutor. Además, me refiero al texto de Jesús Graciliano GONZÁLEZ MIGUEL, Los once primeros capítulos generales de la Congregación Salesiana (CCS, Madrid 2021) y al artículo de Stanisław ZIMNIAK, Don Paolo Albera (1845-1921) secondo successore di don Giovanni Bosco. Cenno biografico, en «Ricerche storiche salesiane», Anno XL, 1 (76), 2021, 137-144. Finalmente, comparto la misma visión del don Albera que tiene don Manuel Pérez, salesiano del Centro Salesiano de Formación Permanente en Quito, Ecuador.
3 Giovanni BOSCO, Epistolario, I 406 citado en GIRAUDO, Don Paolo Albera maestro di vita spirituale, 17.
4 GIRAUDO, Don Paolo Albera maestro di vita spirituale, 21.
5 Cf. Carta XXXV del 18 de octubre de 1920, en Lettere circolari di Don Albera, Direzione Generale delle Opere Salesiane, Torino 1965, 362-363.
6 Cf. ASC B0320101, Notes confidentielles prises pour le bien de mon âme, ms autógrafo P. Albera 1893-1899 del 31.12.1895 citado en GIRAUDO, Don Paolo Albera maestro di vita spirituale, 58-59.
7 Jesús Graciliano GONZÁLEZ, Los once primeros capítulos generales de la Congregación Salesiana, Editorial CCS, Madrid 2021, 337.
8 GIRAUDO, Don Paolo Albera maestro di vita spirituale, 92.
9 Ibidem, 93.
10 Lettere circolari di Don Paolo Albera ai Salesiani, 13.
11 Eugenio CERIA, Annali della Società Salesiana, vol. IV. Il rettorato di don Paolo Albera 1910-1921, 2-3, citado en GONZÁLEZ, Los once primeros capítulos generales, 350.
12 BS 1910, 267-268, citado en GIRAUDO, Don Paolo Albera maestro di vita spirituale, 93, y también en Morand WIRTH, Da Don Bosco ai nostri giorni, LAS, Roma 2000, 311.
13 Cf. GIRAUDO, Don Paolo Albera maestro di vita spirituale, 94.
14 Cf. GIRAUDO, Don Paolo Albera maestro di vita spirituale,118-128.
15 ACS 9, 310-311 citado en GIRAUDO, Don Paolo Albera maestro di vita spirituale, 127-128.
16 GIRAUDO, Don Paolo Albera maestro di vita spirituale, 132
17 Lettere circolari di Don Paolo Albera ai salesiani, 57ss.
18 Ibidem, 59.
19 Ibidem.
20 Ibidem.
21 BS 1921, 1, citado en GIRAUDO, Don Paolo Albera maestro di vita spirituale, 123.
22 Citato en GIRAUDO, Don Paolo Albera maestro di vita spirituale, 127.
23 CG28, 19.
24 MBe XVII, 156.
25 MBe XI, 330.
26 CG28, 20-21.
27 Lettere circolari di Don Paolo Albera ai salesiani (carta sobre «Don Bosco nostro modello...»), 373.
28 Lettere circolari di Don Paolo Albera ai salesiani (carta «Gli Oratori festivi - Le missioni - Le vocazioni»), 129.
29 Lettere circolari di Don Paolo Albera ai salesiani (carta sobre «Don Bosco nostro modello...»), 373.
30 Ibidem.
31 Ibid., 307.
32 Ibid., 316.
33 Ibid., 317.
34 CG28, 25.
35 CG28, 26.
36 MBe XVI, 373. Cf. Pietro BRAIDO, Don Bosco educatore. Scritti e testimonianze, LAS, Roma 1992, 340.
37 Lettere circolari di Don Paolo Albera ai salesiani (segunda carta, «Sullo spirito di pietà»), 26 ss.
38 Ibid., 29
39 Ibid., 32-33.
40 Jesús Graciliano GONZÁLEZ, XI Capitolo Generale della Pia Società Salesiana presieduto da don Paolo Albera (1910), Editorial CCS, Madrid 2020, 25, n. 182.
41 Lettere circolari di Don Paolo Albera ai salesiani, 36.
42 Cf. CGE20 (1972). Sullo “spirito di pietà” degli SDB e in don Bosco, en los números 103, 134, 521, 532, 546, etc. Cf. CG23, Educar a los jóvenes en la fe, Roma 1990. Sobre la piedad y sobre Dios en la vida del Salesiano, cf. los números 7, 139, 176, 219, 220. Cf. CG26, “Da mihi animas cetera tolle”, Roma 2008. Sobre la identidad carismática y la pasión apostólica, cf. números 3, 6, 19-22.
43 Cf. Egidio VIGANÒ, Interioridad apostólica, Editorial CCS, Madrid 1990, 169 (primera edición en Ediciones Don Bosco Argentina, Buenos Aires 1989). Cf. Egidio VIGANÒ, Non secondo la carne ma nello spirito, Ed. FMA, Roma 1978. Sobre la interioridad pp. 41; 66; 152. Cf. La exhortación «Vita Consecrata»: stimoli al nostro cammino postcapitolare, en Juan Edmundo VECCHI, Educatori appassionati esperti e consacrati per i giovani. Lettere circolari ai salesiani de don Juan E. Vecchi, LAS, Roma 2013, 114-122. Cf. La espiritualidad como una exigencia prioritaria, cf. Pascual CHÁVEZ VILLANUEVA, Lettere circolari ai salesiani, LAS, Roma 2021, 54.
44 Lettere circolari di Don Paolo Albera ai salesiani, 374.
45 Egidio VIGANÒ, Interioridad apostólica, Editorial CCS, Madrid 1990, 169.
46 Egidio VIGANÒ, Interioridad apostólica, 12.
47 Ibidem.
48 CHÁVEZ, Lettere circolari ai salesiani, 1299
49 ASC, E212, n. 117 (24 de mayo de 1915), citado en Leonardo TULLINI, Esperienza bellica e identità salesiana nella Grande Guerra: tratti di spiritualità nella corrispondenza dei Salesiani militari con D. Paolo Albera e altri superiori (1915-1918) [doctorato], UPS, Roma 2007, 117.
50 Lettere circolari di Don Paolo Albera ai salesiani, 360.
51 Ibid., 183-184.
52 Ibid., 212.
53 Ibid., 239.
54 Las cartas circulares a los soldados salesianos enviadas por el Rector Mayor don Paolo Albera entre el 19 de marzo de 1916 y el 24 de diciembre de 1918 fueron 32.
55 El Archivo Central Salesiano conserva unas 3.390 cartas y postales militares dirigidas a don Paolo Albera o a otros miembros del Capítulo Superior por 791 soldados.
56 Lettere circolari di Don Paolo Albera ai salesiani, 171 citado in GIRAUDO, Don Paolo Albera maestro di vita spirituale, 106.
57 BS 1916, 131 citado en GIRAUDO, Don Paolo Albera maestro di vita spirituale, 112-113.
58 Lm n. 22... cf. ASC E444, Cartas mesuales a los Salesianos soldados (1916-1918), citado en GIRAUDO, Don Paolo Albera maestro di vita spirituale, 115.
59 De hecho, don Pascual Chávez hace referencia en diversas publicaciones de sus cartas a la predilección por los más pobres. Cf. CHÁVEZ, P. Lettere circolari ai salesiani, o.c., 156, 349, 503, 609-613, 614, 735, 987, 1106; Cf. también VECCHI, J.E., Letteri circolari, “Si commose per loro. Nuove povertà, missione salesiana e significativà, o.c.. , 166-192.
60 CG28, p. 36.
61 Lettere circolari di Don Paolo Albera ai salesiani, 135.
62 Ibidem.
63 Ibidem.
64 GIRAUDO, Don Paolo Albera maestro di vita spirituale, 95.
65 Ibid., 97-98.
66 Ibid., 99.
67 Lettere circolari di Don Paolo Albera ai salesiani, 135.
68 Ibid., 132-133.
69 Ibid., 133.
70 CG28, 47.
71 Ibidem.
72 Lettere circolari di Don Paolo Albera ai salesiani, 283.
73 Ibidem.
74 Ibid. Es la carta número XXIV que lleva por título “Sul Cinquantenario della Consacrazione del Santuario di Maria Ausiliatrice”, 282-299.
75 Ibidem, 283.
76 Ibidem.
77 Ibidem, 284.
78 Ibidem.
79 Ibidem, 289-290.