AGUINALDO 2014
“Da mihi animas, cetera tolle”
Acudamos a la experiencia espiritual de Don Bosco
para caminar en la santidad
según nuestra vocación específica
«La gloria de Dios y la salvación de las almas»
Queridos hermanos y hermanas de la Familia Salesiana:
Estamos concluyendo el trienio de prparación al Bicentenario del nacimiento de Don Bosco. Después de haber dedicado el primer año a conocer su figura histórica y el segundo a subrayar sus rasgos fisonómicos como educador y a actualizar su praxis educativa, en este tercero y último año entendemos ir a la fuente de su carisma, bebiendo en su espiritualidad.
La espiritualidad cristiana tiene como centro la caridad, es decir, la vida misma de Dios, que en su realidad más profunda es Agape, Caridad, Amor. La espiritualidad salesiana no es distinta de la espiritualidad cristiana; también ella está centrada en la caridad; en este caso se trata de la «caridad pastoral», es decir, esa caridad que nos impulsa a buscar «la gloria de Dios y la salvación de las almas». «Caritas Christi urget nos».
Como todos los grandes santos fundadores, Don Bosco vivió la vida cristiana con una ardiente caridad y contempló al Señor Jesús desde una perspectiva particular, la del carisma que Dios le confió, la misión juvenil. La «caridad salesiana» es caridad pastoral, porque busca la salvación de las almas, y es caridad educativa, porque encuentra en la educación el recurso que permite ayudar a los jóvenes a expandir todas sus energías de bien; de este modo los jóvenes pueden crecer como honrados ciudadanos, buenos cristianos y futuros habitantes del cielo.
Os invito, pues, queridos miembros de la Familia Salesiana, a beber en las fuentes de la espiritualidad de Don Bosco, es decir, en su caridad educativa y pastoral. Ella tiene su modelo en Cristo Buen Pastor; encuentra su oración y su programa de vida en el lema de Don Bosco “Da mihi animas, cetera tolle”. Siguiendo este camino de profundización, podremos descubrir un «Don Bosco místico», cuya experiencia espiritual es el fundamento de nuestro modo de vivir hoy, la espiritualidad salesiana, en la diversidad de las vocaciones que en él se inspiran; y podremos nosotros mismos sentir una fuerte experiencia espiritual salesiana.
Conocer la vida de Don Bosco y su pedagogía no significa sin embargo comprender el secreto más profundo y la razón última de su sorprendente actualidad. El conocimiento de los aspectos de la vida de Don Bosco, de sus actividades y también de su método educativo no basta. Como base de todo, como fuente de la fecundidad de su acción y de su actualidad, hay algo que con frecuencia se nos escapa también a nosotros, sus hijos e hijas: la profunda vida interior, lo que se podría llamar su «familiaridad» con Dios. Quizá es precisamente esto lo mejor que tenemos de él para poder amarlo, invocar, imitar y seguir para encontrar al Señor Jesús y hacer que lo encuentren los jóvenes.
Hoy se podría trazar el perfil espiritual de Don Bosco partiendo de las impresiones expresadas por sus primeros colaboradores. Se podría pasar después al libro escrito por Don Eugenio Ceria, Don Bosco con Dios, que fue el primer intento de síntesis en el nivel divulgativo de su espiritualidad. Se podrían confrontar después las diversas relecturas de la experiencia espiritual de Don Bosco hechas por sus Sucesores, para llegar finalmente a las investigaciones que imprimieron un giro en el estudio del modo de vivir la fe y la religión por parte de Don Bosco mismo.
Estos últimos estudios resultan más fielmente fieles a las fuentes; están abiertos a la consideración de las diversas ópticas y de las diferentes figuras espirituales que influyeron en Don Bosco o que tuvieron contactos con él: san Francisco de Sales, san Ignacio de Loyola, san Alfonso María de Ligorio, san Vicente de Paul, san Felipe Neri…; aunque nos sirven también para reconocer que la suya fue de todos modos una experiencia espiritual original y genial. Sería interesante tener ahora un nuevo perfil espiritual de Don Bosco, es decir, una nueva hagiografía como hoy la entiende la teología espiritual.
El Don Bosco «hombre espiritual» ha fascinado e interesado a Walter Nigg, pastor luterano y profesor de Historia de la Iglesia en la Universidad de Zurich; se ha centrado en su fisonomía espiritual y ha escrito así: «Presentar su figura sobrevolando el hecho de que nos encontramos frente a un santo sería como presentar solo media verdad. La categoría del santo debe tener la precedencia respecto a la de educador. Cualquier otra gradación falsearía la jerarquía de los valores. Por otra parte el santo es el hombre en el que lo natural toca lo sobrenatural y lo sobrenatural está presente en Don Bosco en medida notable […] Para nosotros no hay dudas: el verdadero santo de la Italia moderna es Don Bosco».
En los mismos años ochenta del siglo pasado esa opinión la compartía el teólogo P. Dominique Chenu O.P.; a la pregunta de un periodista que pedía que indicase algunos santos portadores de un mensaje de actualidad para los nuevos tiempos, respondía: «Me gusta recordar, ante todo, al que se adelantó al Concilio un siglo antes, Don Bosco. Él es ya, proféticamente, un modelo de santidad para su obra que es ruptura con un modo de pensar y de creer de sus contemporáneos».
En cada etapa y contexto cultural se trata de responder a estas preguntas:
– ¿Qué recibió Don Bosco del ambiente en que vivió?
– ¿En qué medida es deudor del entorno, de la familia, de la Iglesia de su época?
– ¿Cómo reaccionó y qué dio a su tiempo y a su ambiente?
– ¿Cómo ha influido en los tiempos que le han seguido?
– ¿Cómo lo han visto sus contemporáneos: los Salesianos, el pueblo, la Iglesia, los seglares?
– ¿Cómo lo han comprendido las sucesivas generaciones?
– ¿Qué aspectos de su santidad se nos presentan a nosotros más interesantes?
– ¿Cómo traducir hoy el modo en que Don Bosco interpretó el Evangelio?
Estas son las preguntas a las que debería responder una nueva hagiografía de Don Bosco. No se trata de llegar a la identificación de un perfil de Don Bosco definitivo y siempre válido, sino de evidenciar uno adecuado a nuestra época. Es evidente que de cada santo se subrayan los aspectos que interesan por su actualidad y se orillan los que no se consideran necesarios en ese momento histórico o se estiman irrelevantes parar caracterizar su figura.
Los Santos, en efecto, son una respuesta a la necesidad espiritual de una generación, la ilustración eminente de lo que los cristianos de una época entienden por santidad. Evidentemente la apetecida imitación de un santo no puede ser más que «proporcional» a la referencia absoluta que es Jesús de Nazaret; en efecto, todo cristiano, en lo concreto de su situación, está llamado a reencarnar de modo propio la figura universal de Jesús, sin agotarla, obviamente. Los Santos ofrecen un camino concreto y válido hacia esa identificación con el Señor Jesús.
En el comentario al Aguinaldo que propondré a la Familia Salesiana, estos serán los tres contenidos fundamentales que desarrollaré: elementos de la espiritualidad de Don Bosco; la caridad pastoral como centro y síntesis de la espiritualidad salesiana; la espiritualidad salesiana para todas las vocaciones. Al final de los mismos ofreceré algunos compromisos concretos que aquí ya anticipo en su totalidad.
1. Elementos de la espiritualidad de Don Bosco
Llegar a una precisa identificación de la espiritualidad de Don Bosco no es una empresa fácil; por eso tal vez es el aspecto de su figura menos profundizado. Don Bosco es un hombre totalmente volcado en el trabajo apostólico; no nos concede descripciones de sus evoluciones interiores, ni nos deja reflexiones particulares sobre su experiencia espiritual. No escribe diarios espirituales y no ofrece interpretaciones de sus mociones interiores; prefiere transmitir un espíritu describiendo las vicisitudes de su vida o a través de las biografías de sus jóvenes. No basta, es verdad, decir que su espiritualidad es la espiritualidad apostólica de quien despliega una pastoral activa, una pastoral de mediación entre una espiritualidad docta y una espiritualidad popular; hay que distinguir el núcleo de su experiencia espiritual.
Ahora se presenta un problema serio: ¿cómo indagar la espiritualidad de Don Bosco, dada la extrema escasez de fuentes de su vida interior? Dejemos a los teólogos espirituales que profundicen esta temática metodológica y tratemos de distinguir algunos elementos fundamentales y característicos de su experiencia espiritual.
La espiritualidad es un modo característico de sentir la santidad cristiana y de tender a ella; es un modo especial de ordenar la propia vida hacia la adquisición de la perfección cristiana y a la participación de un carisma especial. En otros términos es la vivencia cristiana, una acción conjunta con Dios que presupone la fe.
La espiritualidad salesiana consta de varios elementos: es un estilo de vida, oración, trabajo, relaciones interpersonales; una forma de vida comunitaria; una misión educativa pastoral sobre la base de un patrimonio pedagógico; una metodología formativa; un conjunto de valores y actitudes característicos; una peculiar atención a la Iglesia y a la sociedad a través de sectores específicos de compromiso; una herencia histórica de documentación y escritos; un lenguaje característico; una serie típica de estructuras y obras; un calendario con fiestas y celebraciones propias…
En el cuadro general de referencia de la historia de la espiritualidad del siglo XIX, explicitamos algunos elementos que nos parecen especialmente importantes para describir la experiencia espiritual de Don Bosco; son su punto de partida, su raíz profunda, sus instrumentos, su punto de llegada.
1.1. Punto de partida: la gloria de Dios y la salvación de las almas
La gloria de Dios y la salvación de las almas fueron la pasión de Don Bosco. Promover la gloria de Dios y la salvación de las almas equivale a conformar la propia voluntad a la de Dios, que quiere precisamente tanto la plena manifestación del bien, que es Él mismo, es decir su gloria, como la auténtica realización del bien del hombre, que es la salvación de su alma.
En un raro fragmento de su «historia del alma», Don Bosco confesará (1854) su secreto sobre los fines de su actividad: «Cuando me dediqué a esta parte del sagrado ministerio entendí consagrar todos mis esfuerzos a la mayor gloria de Dios y al bien de las almas, entendí emplearme en formar buenos ciudadanos en esta tierra, para que fuesen después un día dignos habitantes del cielo. Que Dios me ayude para poder continuar hasta el último aliento de mi vida. Así sea».
En el mismo texto, pocas líneas antes, había escrito:
«Ut filios Dei, qui erant dispersi, congregaret in unum». Juan 11,52. Las palabras del santo Evangelio que nos hacen conocer al divino Salvador venido del cielo a la tierra para reunir a todos los hijos de Dios, dispersos en las diferentes partes de la tierra, me parece que se pueden aplicar literalmente a la juventud de nuestros días. Esta parte, la más delicada y la más preciosa de la Sociedad humana, en la que surgen las esperanzas de un futuro feliz, no es por sí misma de índole perversa […] La dificultad consiste en encontrar el modo de reunirlos, poder hablarles, moralizarlos. Esta fue la misión del Hijo de Dios, esto solo lo puede hacer su santa religión».
Como base de la decisión de fundar el Oratorio está la voluntad salvífica de Dios, expresada en la encarnación del Hijo, enviado para reunir en torno a sí a los hombres dispersos en los meandros del error y por falsos caminos de salvación. La Iglesia está llamada a responder en el tempo a esa divina misión de salvación. El Oratorio se sitúa, pues, en la economía de la salvación; es una respuesta humana a una vocación divina y no una obra fundada por la buena voluntad de una persona.
Para confirmar esto, leamos en una crónica del 16 de enero de 1861: «Interrogado sobre su parecer acerca del sistema de la eficacia de la gracia, respondió: yo estudié muchos estas cuestiones; pero mi sistema es el que redunda a la mayor gloria de Dios. ¿Qué me importa tener un sistema estricto y que después mande un alma al infierno o que tenga un sistema magnánimo con tal de que mande almas al Paraíso?»
Análoga manifestación del 16 de febrero de 1876 en su modo de proceder en sus iniciativas: «Nosotros vamos adelante siempre sobre seguro; antes de emprender las cosas nos aseguramos de que es voluntad de Dios que se hagan las cosas. Nosotros comenzamos siempre nuestras obras con la certeza de que es Dios quien las quiere. Una vez que tenemos esa certeza, vamos hacia delante. Parecerá que mil dificultades se encuentren en el camino; no importa, Dios lo quiere y nosotros nos mantenemos intrépidos ante cualquier dificultad».
Idénticas a las finalidades del Oratorio son las de la «Obra de los Oratorios», es decir de la Sociedad Salesiana, del Instituto de las Hijas de María Auxiliadora, de los Cooperadores Salesianos, de la Asociación de los Devotos de María Auxiliadora; todos están animados, motivados y sostenidos por el mismo fin. Basten algunas citas sobre los Salesianos, entre las muchísimas que se podrían aducir.
En la introducción a la primera redacción de las Constituciones, Don Bosco afirmaba que los primeros colaboradores eclesiásticos se habían asociado con la «promesa de no ocuparse más que de las cosas que su superior juzgase de mayor gloria de Dios y de bien para la propia alma». Se repetía en el capítulo siguiente sobre el fin de la sociedad: los Salesianos «se unen fuertemente para formar un corazón solo y una sola alma para amar y servir a Dios».
Además, el 11 de junio de 1860, en la súplica enviada al Arzobispo de Turín para la aprobación de las Constituciones, se leía: «Nosotros, los abajo firmantes, movidos únicamente por el deseo de asegurarnos nuestra eterna salvación, nos hemos unido para hacer vida común a fin de poder atender con mayor comodidad a las cosas que se refieren a la gloria de Dios y a la salvación de las almas». El 12 de enero de 1880 escribía también al Card. Ferrieri que el objetivo de la obra salesiana era siempre el mismo: «Creo poder asegurar a Su Eminencia que los Salesianos no tienen otro fin que trabajar a la mayor gloria de Dios, el bien de la Santa Iglesia y dilatar el Evangelio de Jesucristo entre los Indios Pampas y en la Patagonia.
Por lo demás, Don Bosco había puesto ya en evidencia la misma finalidad de la naciente Sociedad de San Francisco de Sales, al escribir el 9 de junio de 1867 a los Salesianos en una circular que se anticipó en dos años a la aprobación de la misma Congregación: «El primer objetivo de nuestra sociedad es la santificación de sus miembros […] Cada uno debe entrar en la sociedad guiado solo por el deseo de servir a Dios con mayor perfección, y de hacerse el bien a sí mismo, se entiende hacerse a sí mismo el verdadero bien es el bien espiritual y eterno».
1.2. Raíz profunda: unión con Dios
El unum necessarium es la raíz profunda de su vida interior, de su diálogo con Dios, de su actividad de apóstol. No hay dudas de que en Don Bosco la santidad brilla en sus obras, pero es ciertamente verdad que las obras son solo una expresión de su fe. No son las obras que se hacen las que hacen de Don Bosco un santo, como nos recuerda san Pablo: «Aunque hablase las lenguas de los hombres…, pero no tengo caridad, nada me sirve» (1 Cor 13); sino que es una fe reavivada por la caridad práctica (cfr. Gal 5,6b) lo que le hace santo: «por los frutos conoceréis sus obras». Mt 7,16,20
A la«unión con Dios», real y no solo psicológica, están invitados todos los cristianos. Unión con Dios es vivir la propia vida en Dios y en su presencia; es vida divina que está en nosotros por participación; es ejercicio de la fe, esperanza y caridad, a las que siguen necesariamente las virtudes infusas, las virtudes morales, etc. Don Bosco da vigor evangélico a sus vivencias, hace de la transmisión de la fe en Dios la razón de su propia vida, según la lógica de las virtudes teologales: con una fe que se hace signo fascinante para los jóvenes, con una esperanza que se convierte en palabra luminosa para ellos, con una caridad que se hace gesto de amor hacia los últimos.
Don Bosco fue siempre fiel a su misión de caridad efectiva: donde un misticismo desencarnado habría sido un peligro para cortar los puentes con la realidad, la fe le obligó a quedarse en la trinchera por efecto de la extrema fidelidad al hombre necesitado; allí donde podían aparecer el cansancio y la resignación, lo sostuvo la esperanza; allí donde no parecía que hubiese remedio, lo impulsó a actuar la pista indicada por Pablo: «Caritas Christi urget nos» (1 Cor 5,14). La caridad vivida por don Bosco no se detenía frente a las dificultades: «Me he hecho todo para todos para salvar a toda costa a alguno» (1 Cor 9,22). No eran de temer las derrotas en el campo educativo, sino la inercia y el desentenderse.
Vivir la fe: significa abandonarse con alegría confiadamente a Dios revelado en Jesús de modo que seamos capaces de vivir todas le situaciones de modo salvífico: es decir, aceptar todas las circunstancias de la historia, de modo que se permita a Dios manifestarnos su acción salvífica. Ninguna situación corresponde de modo adecuado al querer de Dios, pero el hombre puede vivir cada situación de modo que cumpla siempre la voluntad de Dios.
Vivir la esperanza: significa esperar a Dios cada día para ser capaces de acoger su don futuro; significa esperar cada día a Dios que viene a través de los dones creados: cada día tiene su don. De modo que en todas le situaciones, también de fallos: «nada nos podrá separar del amor de Cristo» (Rom 8,39).
Vivir la caridad: significa hacer el presente como lugar del amor de Dio. Para ser capaces de actitud oblativa es necesario un ejercicio continuo; se requiere un ambiente que estimule: la misión salesiana lo es sin duda.
Todo esto lo vivió Don Bosco en espíritu de auténtica piedad. Él no ha dejado fórmulas de piedad, ni una devoción suya particular. Su concepción es realista y práctica. Sólo las oraciones del buen cristiano, fáciles, sencillas, pero hechas con perseverancia. Lo que a Don Bosco le preocupaba era que los Salesianos consagrasen toda su vida a la salvación de las almas y santificasen su trabajo ofreciéndolo a Dios; la oración debía intervenir como elevación del alma a Dios, como petición y como alimento, en otras palabras las «prácticas de piedad» tenían una especie de función ascética. Los resultados de este ejercicio en la vida de Don Bosco están ante los ojos de todos.
Escuchemos dos testimonios. Esto es lo que un antiguo alumno, de 45 años, militar y profesor en el ejército, escribe desde Florencia a Don Bosco en Turín:
«Mi querido Don Bosco: Parece que tiene razón en quejarse de mí, sí, pero crea también que siempre le quise y le querré: yo en usted encuentro toda la ayuda y admiro sus gestas desde lejos; ni hablé ni permití que se hablase mal de usted; siempre lo defendí. Veo en usted que volcaría mi alma de todas las forma; quedé confuso, estático, electrizado por sus razonamientos; fueron fuertes y sentidos: dejó en mí un desconcierto y me afectó hasta el punto de quedar deslumbrado al ver que me ama entrañablemente, sí, querido Don Bosco. Creo en la comunión de los Santos […]. Nadie más que usted sabe y conoce mi corazón y podrá decidir. Concluyo por eso, aconséjeme, ámeme, perdóneme y recomiéndeme a Dios, a Jesús, a María Sma…. Le envío un beso de corazón y le hago profesión de fe de que le quiero mucho…»
El segundo testimonio es una página muy conmovedora del santo don Orione a sus clérigos en 1934, el año de la canonización de Don Bosco:
«Ahora os diré la razón, el motivo, la causa por la que Don Bosco se hizo santo. Don Bosco se hizo santo porque nutrió su vida de Dios, porque nutrió nuestra vida de Dios. En su escuela aprendí que aquel santo no nos llenaba la cabeza con tonterías u otras cosas, sino que nos nutría de Dios, y se alimentaba a sí mismo de Dios, del espíritu de Dios. Como la madre se nutre a sí misma para nutrir después a su hijito, así Don Bosco se nutrió a sí mismo de Dios, para nutrirnos de Dios también a nosotros. Por eso, los que conocieron al Santo, y tuvieron la gracia insigne de crecer junto a él, de oír su palabra, de acercarse a él, de vivir de algún modo la vida del santo, recibieron con aquel contacto algo que no es terreno, que no es humano; algo que nutría su vida de santo. Y él además todo lo orientaba al cielo, todo lo orientaba a Dios y de todo tomaba motivo para elevar nuestras almas hacia el cielo, para dirigir nuestros pasos hacia el cielo».
1.3. Instrumentos: valores invisibles traducidos en obras visibles
En el centro de su espiritualidad está solo Dios para conocerlo, amarlo y servirle en orden a la propia salvación, mediante la realización de una vocación personal concreta: la entrega religiosa y apostólica - benéfica, educativa, pastoral – a los jóvenes, sobre todo pobres y abandonados, en función de su salvación integral, según el modelo de Cristo Salvador y en la escuela de María Sma., Madre y Maestra. Por eso el sustantivo más frecuente, por ejemplo, en su volumen de cartas es «Dios» y el verbo más repetido, después de «hacer», es «rezar».
En Don Bosco se tiene una espiritualidad activa; él tiende a la acción, a la laboriosidad bajo el estímulo de la urgencia y de la conciencia de una misión celestial. La elección de la laboriosidad da al desprendimiento una acepción especial con vistas a la acción apostólica. Si en S. Alfonso el desprendimiento es sobre todo interior al hombre, en Don Bosco adquiere más sentido en la laboriosidad: el desprendimiento ayuda a comprometerse en las obras que Dios encarga realizar.
En Don Bosco se descubre el sentido de la relatividad de las cosas y al mismo tiempo de su necesaria utilización para el fin que le apremia. Él prefiere no apegarse rígidamente a ciertos esquemas; es por tanto mejor una lectura más práctica, pastoral, espiritual que teológico-especulativa. En él hay una especificidad original: la salvación debe obtenerse con los métodos del cariño, de la mansedumbre, alegría, humildad, piedad eucarística y mariana, de la caridad hacia Dios y los hombres.
La relación entre amor a Dios y amor fraterno es idéntica para el cristiano y para el religioso. Se trata de vivir una consagración a Dios y a su mayor gloria en una entrega total en realizar el bien para la propia alma y para las de los demás, come pura oblación sin retener nada para sí, hecha en comunión con los hermanos, en la caridad de la obediencia y de la solidaridad comunitaria.
Don Bosco, a título de sensibilidad humana y de participación sacerdotal, supo inserirse realísticamente en la sociedad, dando testimonio de fe, exhortando sin respeto humano, interviniendo de modo directo, también donde parecía comprometer a los ojos de algunos la dignidad sacerdotal. Vivió los valores fuertes de su vocación, pero también supo traducirlos en hechos sociales, en gestos concretos, sin replegarse en lo espiritual, en lo eclesial, en lo litúrgico, entendido como espacio exento de los problemas del mundo y de la vida.
En Don Bosco el Espíritu se hizo vida. No huyó hacia delante, pero tampoco se quedó atrás. Fuerte en su vocación, no vivió el día a día como ausencia de horizontes; como nicho protector; como rechazo de la confrontación abierta con una realidad más amplia y variada; como mundo estrecho con pocas necesidades que satisfacer; como lugar de repetición casi mecánica de actitudes tradicionales; como rechazo de las tensiones, del sacrificio exigente, del riesgo, de la renuncia al éxito inmediato, de la lucha.
Es interesante a propósito de esto una cita de hace 120 años que, si no fuese por algunos términos, podría suponerse contemporánea. Se trata de un testimonio «exterior» a Don Bosco; nos ofrece la lectura que otros, tal vez también inspirados por los Salesianos, hacían de su obra. Se trata del Card. Vicario de Roma, Lucido Maria Parocchi que en 1884 escribía:
«¿Qué es lo específico de la Sociedad Salesiana? Pretendo hablaros de lo que distingue a vuestra Congregación, lo que forma vuestro carácter; como los Franciscanos se distinguen por la pobreza; los dominicos por la defensa de la fe; los jesuitas por la cultura. Tiene en sí algo que la acerca a la de los franciscanos, de los dominicos y de los jesuitas, pero se distingue de ellos por el objeto y las modalidades… ¿Qué habrá, pues, de especial en la Congregación Salesiana? ¿Cuál será su carácter, su fisonomía? Si lo he entendido bien, si he captado bien el concepto, su carácter específico, su fisonomía, su nota esencial, es la caridad vivida según las exigencias del siglo: “nos credidimus caritati. Deus caritas est”. Este mundo presente solo puede ganarse y llevarse al bien con las obras de caridad. El mundo ahora no quiere ni conoce más que las cosas materiales; no quiere saber nada de las cosas espirituales. Ignora las bellezas de la fe, desconoce las grandezas de la religión, repudia las esperanzas de la vida futura, reniega del mismo Dios. Este siglo de la Caridad comprende solo el medio y no el fin y el principio. Sabe hacer el análisis de esta virtud pero no sabe componer la síntesis. “Animalis homo non percipit quae sunt spiritus Dei”: eso dice san Pablo. Decir a los hombres de este siglo: «Hay que salvar las almas que se pierden, es necesario instruir a los que ignoran los principios de la religión, hace falta dar limosna por amor a aquel Dios que un día premiará a los generosos» los hombres de este siglo no lo entienden. Hay que adaptarse, por tanto, al siglo que vuela, vuela. A los paganos Dios se hace conocer por medio de la ley natural; se hace conocer a los Hebreos por medio de la Biblia, a los Griegos cismáticos por medio de las grandes tradiciones de los padres; a los protestantes por medio del Evangelio: en este siglo, con la caridad. Decid a este siglo: os tomo a los jóvenes de las calles para que no los atropellen los tranvías, para que no caigan en un pozo; los recibo en un orfanato para que no marchiten su fresca edad en vicios y en juergas; los reúno en las escuelas para educarlos para que no se conviertan en el azote de la sociedad y no vayan a la cárcel; les digo que vengan conmigo y los vigilo para que no se saquen los ojos unos a otros, y entonces los hombres de este siglo entienden y empiezan a creer».
A propósito de nuestras obras, debemos tener presente que si los laicos aprecian nuestros servicios sociales con frecuencia lo hacen por la rapidez y eficacia de nuestra intervención; por el aspecto utilitarista del servicio, casi secularizando al religioso encargado, del que ven solo la filantropía, y no la caridad y la inspiración evangélica. A veces nuestras obras se consideran como empresas lucrativas o tal vez solo de prestigio al fracasar el Estado social. También los mismos creyentes con frecuencia dudan del valor religioso de nuestras obras, aun cuando las ayudan y se sirven de ellas; dejan la responsabilidad a sus gestores y no se inspiran en la experiencia religiosa de la Congregación. Demasiados voluntarios tienen escasa confianza en la pertenencia y ductilidad de nuestras obras. Hay en qué reflexionar. ¡Y tanto!
1.4. Punto de llegada: la santidad
Don Bosco se sitúa en el filón del humanismo devoto de san Francisco de Sales, que propone a todas las categorías de personas el camino de santidad. La característica subrayada en Don Bosco, sin embargo, es una santidad común para todos, cada uno según su propio estado. No pone grados de santidad, rechaza análisis de ese tipo. Usa esquemas escolásticos tomados de la espiritualidad católica de su tempo. Su teología es cristocéntrica y eucarística, mariana, alimentada por el ejercicio de algunas virtudes, especialmente la obediencia. La santidad no excluye el gozo, la alegría; pide no penitencias, sino compromiso, derivado de una vida de gracia, en los deberes propios.
En vez del clásico término de «devoción» para indicar el estado de caridad que nos hace actuar rápida y diligentemente por Dios, Don Bosco prefiere el de santidad, la de quien vive en estado de gracia habitual porque ha llegado, con el esfuerzo personal y con la ayuda del Espíritu, a evitar el pecado en las formas más comunes de los jóvenes: malos compañeros, malas conversaciones, impureza, escándalo, hurtos, intemperancia, soberbia, respeto humano, falta en los deberes religiosos…
Después de san Francisco de Sales y antes del Concilio Vaticano II, Don Bosco nos enseña que la santidad es posible para todos, que a todos se les ha dado la gracia suficiente para alcanzarla, que la santidad depende mucho de la cooperación del hombre con la gracia. Es verdad que la santidad se hace difícil, pero no imposible, por diferentes obstáculos: imperfecciones, defectos, pasiones, demonio, pecado. La santidad no es imposible dados los muchos medios a nuestra disposición: virtudes teologales, dones del Espíritu Santo, virtudes morales infusas y adquiridas, esfuerzo ascético…
Nuestra espiritualidad corre el riesgo de vaciarse, porque los tiempos han cambiado y porque a veces la vivimos superficialmente. Para actualizarla debemos volver a partir de Don Bosco, de su experiencia espiritual y de su Sistema Preventivo. Los clérigos del tiempo de Don Bosco veían lo que no les iba y no querían ser religiosos, pero estaban encantados con él. Los jóvenes necesitan “testimonios”, como escribió Pablo VI. Nos quieren hombres espirituales, hombres de fe, sensibles a las cosas de Dios y dispuestos a la obediencia religiosa en la búsqueda de lo mejor. No es la novedad lo que nos hace libres, sino la verdad; la verdad no puede ser moda, superficialidad, improvisación: veritas liberavit vos.
2. Centro y síntesis de la espiritualidad saleqiana: la caridad pastoral
Hemos visto antes qué «clase» de persona espiritual era Don Bosco: profundamente hombre y totalmente abierto a Dios; en armonía entre esas dos dimensiones, vivió un proyecto de vida asumido con decisión: el servicio a los jóvenes. Lo destaca Don Rua: «No dio un paso, no pronunció una palabra, no abordó ninguna empresa que no tuviese como mira la salvación de la juventud». Si se examina su proyecto para los jóvenes, se ve que tiene un «corazón», un elemento que le da sentido, originalidad: «Realmente no le interesó más que las almas».
Hay por tanto una explicación ulterior y concreta de la unidad de su vida: con su entrega a los jóvenes, Don Bosco quería comunicar su experiencia de Dios. Su caridad no era solo generosidad o filantropía, sino caridad pastoral. A ella se la llama «centro y síntesis» del espíritu salesiano.
Centro y síntesis es una afirmación acertada y comprometida. Es más fácil enumerar varios rasgos, aun fundamentales de nuestra espiritualidad, sin obligarnos a establecer entre ellos una relación o una jerarquía, que seleccionar uno de ellos como principal. En este caso hay que entrar en el alma de Don Bosco o del Salesiano y descubrir lo que explica su estilo.
Para entender qué encierra la caridad pastoral demos tres pasos: reflexionemos antes sobre la caridad, después sobre la especificación pastoral, y por último sobre la caracterización salesiana de la caridad pastoral.
2.1. Caridad
Una expresión de san Francisco de Sales dice: «La persona es la perfección del universo; el amor es la perfección de la persona; la caridad es la perfección del amor». Se trata de una visión universal que pone en escala ascendente cuatro modos de existir: el ser, el ser persona, el amor como forma superior a toda otra forma de la persona, la caridad como expresión máxima del amor.
El amor representa el punto máximo de llegada de la maduración de cualquier persona, cristiana o no. La tarea educativa se propone llevar a la persona a ser capaz de entregarse, a un amor de benevolencia.
Los psicólogos, y no solo Jesucristo, dicen que la personalidad completa y feliz es capaz de generosidad y desinterés y llega a vivir un amor que no es solo concupiscencia, es decir para la propia satisfacción de ser amado. Diversas formas de neurosis o de perturbación de la personalidad derivan de estar centrado sobre sí y las correspondientes terapias tienden todas a abrir y descentrar hacia los demás.
La
caridad es además la propuesta principal en toda espiritualidad: es
no solo el primero y principal mandamiento; y por tanto el programa
principal para el camino espiritual, sino también la fuente de
energía para progresar. Hay sobre ella una abundante reflexión
sobre todo en san Pablo (2 Cor 12,13-14) y san Juan
(1
Jn 4,7-21). Tomamos solo algunos núcleos.
Encenderse la caridad en nosotros es un misterio y una gracia; no procede de la iniciativa humana sino que es participación en la vida divina y efecto de la presencia del Espíritu. No podríamos amar a Dios si Él no nos hubiese amado primero, haciéndonoslo sentir y dándonos el gusto y la inteligencia para corresponder. No podríamos tampoco amar al prójimo y ver en él la imagen de Dios, si no tuviésemos la experiencia personal del amor de Dios.
«El amor que Dios tiene por nosotros se ha derramado en nuestros corazones mediante el Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rom 5,5). Por otra parte tampoco el amor humano tiene explicación racional, y por eso se dice que es ciego. Nadie logra determinar con exactitud por qué una persona se enamora de otra.
Por su naturaleza de ser participación en la vida divina y la comunión misteriosa con Dios, la caridad crea en nosotros la capacidad de descubrir y percibir a Dios: la religión sin la caridad aleja de Dios. El amor auténtico, aun solo humano, lleva a los que están alejados hacia la fe y el ambiente religioso. La parábola del buen samaritano centra exactamente la relación religión-caridad con ventaja para esta última.
Juan resumirá esto en su primera carta al escribir: «Queridos míos, amémonos unos a otros porque el amor viene de Dios: quienquiera que ama es engendrado por Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios porque Dios es amor» (1 Jn 4,7-8). En san Juan el verbo conocer significa tener experiencia, más que tener nociones exactas: quien ama experimenta a Dios.
Dado que la caridad es el don que nos permite conocer a Dios por experiencia, nos capacita también para gozar de Él en la visión definitiva: «Ahora vemos como en un espejo, de modo confuso; pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de modo imperfecto, pero entonces conoceré perfectamente» (1 Cor 13,12).
Por eso no es solo una virtud especial, sino la forma y la substancia de todas las virtudes y de lo que constituye y construye la persona: «Aunque hablase las lenguas de los hombres y de los ángeles… y tuviese el don de la profecía… y si repartiese todas mis riquezas a los pobres… y si poseyese la plenitud de la fe hasta transportar montañas… pero no tuviese caridad no me sirve de nada» (1 Cor 13,1-3).
Por eso la caridad y sus frutos son realidades que perduran, resisten al tiempo: «La caridad no tendrá nunca fin. Las profecías desaparecerán, el don de las lenguas cesará, la ciencia se desvanecerá. Cuando venga lo que es perfecto, lo que es perfecto desaparecerá» (1 Cor 13,8-10). Esto se aplica no solo a la vida, sino a nuestra historia. Lo que se edifica sobre el amor queda y construye nuestra persona, nuestra comunidad, nuestra sociedad; mientras que lo que se difunde y se construye sobre el odio y sobre el egoísmo se destruye.
Por eso la caridad es lo más grande y la raíz de todos los carismas, a través de los que se construye y trabaja la Iglesia. Precisamente después de haber explicado la finalidad y el empleo de los diferentes carismas, san Pablo introduce el discurso de la caridad con estas palabras: «Aspirad a los carismas más grandes y yo os mostraré el camino mejor» (1 Cor 12,31).
Es el carisma principal, aun cuando se expresa en gestos cotidianos y no tiene nada de extraordinario o vistoso: «… es paciente, es benigna la caridad; no es envidiosa, no presume, no se hincha, no falta al respeto, no busca su interés, no se aíra, no tiene en cuenta el mal recibidos, no goza con la injusticia, sino que complace en la verdad. Todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (1 Cor 13,4-6).
Para Don Bosco y Madre Mazzarello, como para todos los santos¸ la caridad es central. Es la insistencia principal de su vida. Conviene saberlo y decirlo. De vez en cuando, en efecto, algún miembro de la Familia Salesiana lo experimenta, descubre la importancia de la caridad en un movimiento eclesial, después de haber vivido muchos años en la espiritualidad de nuestro carisma salesiano. Parece que antes no oyó hablar de ello con eficacia y no pudo vivirlo con intensidad.
En el sueño de los diamantes —que es una parábola del espíritu salesiano— la caridad está puesta delante y precisamente sobre el corazón del personaje: «Tres de aquellos diamantes estaban sobre el pecho… en el que se encontraba sobre el corazón estaba escrito: caridad». En este sueño lo que está puesto delante es la parte fundamental de nuestro espíritu.
Además, la caridad está recomendada por nuestros fundadores de muchas formas: como base de la vida de comunidad, principio pedagógico, fuente de la piedad, condición del equilibrio y de la felicidad personal, práctica de virtudes específicas, como la amistad, la buena educación, la renuncia a los propios intereses.
Aprender a amar es la finalidad de la vida consagrada que no es más que «un camino que parte del amor y conduce al amor». El conjunto de prácticas y disciplinas, de normas y enseñanzas espirituales querría obtener una sola cosa: hacernos capaces de acoger a los demás y ponernos a su servicio con generosidad.
2.2. Caridad pastoral
La caridad tiene muchas manifestaciones: el amor materno, el amor conyugal, la beneficencia, la compasión, la misericordia, el amor a los enemigos, el perdón. En la historia de la santidad esas manifestaciones cubren todos los ámbitos de la vida humana. Nosotros, los Salesianos (SDB) y las Hijas de María Auxiliadora (FMA), como en general todos los grupos de la Familia Salesiana, hablamos de una caridad pastoral.
Esta expresión aparece muchas veces en sus Constituciones, documentos y conferencias. Qué significa caridad pastoral lo dice bien el Concilio cuando, refiriéndose a los que se preocupan de educar en la fe, dice: «Se les da la gracia sacramental, para que con la oración, el sacrificio y la predicación… ejerzan un perfecto ministerio de caridad pastoral: no teman, pues, dar la vida por sus ovejas y, haciéndose modelo del rebaño, promuevan a la Iglesia también con el ejemplo hacia una santidad más grande».
La palabra pastoral indica una forma específica de caridad, evoca en seguida a la mente la figura de Jesús Buen Pastor. Pero no solo las formas de su acción: bondad, búsqueda del que se ha perdido, diálogo, perdón; sino también y sobre todo la sustancia de su ministerio: revelar a Dios a cada hombre y a cada mujer. Es más que evidente la diferencia con otras formas de caridad que prestan atención preferente a determinadas necesidades de las personas: salud, alimento, trabajo.
El elemento típico de la caridad pastoral es el anuncio del Evangelio, la educación en la fe, la formación de la comunidad cristiana, la elevación evangélica del ambiente. Pide, pues, disponibilidad plena y entrega por la salvación del hombre, como viene propuesta por Jesús: de todos los hombres, de todo hombre, aun de uno solo. Don Bosco, y tras él nuestra Familia Salesiana, expresan esta caridad con una frase: “Da mihi animas, cetera tolle”.
Los grandes institutos y las grandes corrientes de espiritualidad han condensado el corazón de su propio carisma en una breve frase. «A mayor gloria de Dios» dicen los jesuitas; «Paz y bien» es el saludo de los franciscanos; «Ora y trabaja» es el programa de los benedictinos; «Contemplar y entregar a los demás las cosas contempladas» es la norma de los dominicos. Los testigos de la primera hora y la reflexión posterior de la Congregación han llevado a la convicción de que la expresión que resume la espiritualidad salesiana es exactamente el “Da mihi animas, cetera tolle”.
Es verdad que la expresión brota con frecuencia en los labios de Don Bosco y ha influido en su fisonomía espiritual. Es la máxima que impresionó a Domingo Savio en el despacho de Don Bosco —todavía joven sacerdote de 34 años— y le movió a un comentario que se ha hecho famoso: «He entendido; aquí no hay negocio de dinero sino negocio de almas, he entendido; espero que mi alma formará también parte de este comercio». Para este muchacho estaba, pues, claro que Don Bosco no le ofrecía solo instrucción y casa, sino sobre todo una oportunidad de crecimiento espiritual.
La expresión está tomada en la Liturgia: «Despierta también en nosotros la misma caridad apostólica que nos impulse a buscar almas que te sirvan a ti, único y sumo bien». Era justo que fuese así, dado que Don Bosco había tenido presente esta intención en la fundación de sus instituciones: «El fin de esta Sociedad, si se considera en sus miembros, no es otro que una invitación a unirse impulsados por el dicho de san Agustín: “Divinorum divinissimum est in lucrum animarum operare”».
2.3. Caridad pastoral salesiana
En la historia salesiana leemos: «La noche del 26 de enero de 1854, nos reunimos en la habitación de Don Bosco y se nos propuso hacer con la ayuda del Señor y de san Francisco de Sales una prueba de ejercicio práctico de caridad… Desde entonces se ha dado el nombre de Salesianos a los que se propusieron o se propondrán este ejercicio».
Después de Don Bosco, todos los Rectores Mayores, como testigos fidedignos, han reafirmado la misma convicción. Es interesante el hecho de que todos se apresuraron a corroborarlo con una convergencia que no deja lugar a la duda.
Don Miguel Rua pudo afirmar en los procesos para la beatificación y canonización de Don Bosco: «Dejó que otros acumulasen bienes… y corriesen detrás de los honores; a Don Bosco realmente no le importaron más que las almas: dijo con hechos no solo con las palabras: “Da mihi animas, cetera tolle”».
Don Pablo Albera, que tuvo un prolongado contacto con Don Bosco, afirma: «la idea que estimuló toda su vida fue la de trabajar por las almas hasta la total inmolación de sí mismo… Salvar las almas… fue, puede decirse, la única razón de su existencia».
Más incisivamente, también porque pone el acento en las motivaciones profundas de la actuación de Don Bosco, don Felipe Rinaldi ve en el lema “Da mihi animas”, «el secreto de su amor, la fuerza, el ardor de su caridad».
Sobre la responsabilidad actual, después de la reflexión de la vida salesiana a la luz del Concilio, se expresa así el Rector Mayor Don Egidio Viganò: «Mi convicción es que no hay ninguna expresión sintética que califique mejor el espíritu salesiano que esta elección del mismo Don Bosco: “Da mihi animas, cetera tolle”. Indica una ardiente unión con Dios que nos hace penetrar en el misterio de su vida trinitaria manifestada históricamente en las misiones del Hijo y del Espíritu como Amor infinito ad hominum salutem intentus».
¿De dónde viene y qué significado preciso puede tener hoy esta expresión o lema? Digo hoy, cuando la palabra alma no expresa y no sugiere lo que evocaba en épocas anteriores.
Este lema de Don Bosco se encuentra en el Génesis (14,21). Cuatro reyes aliados luchan contra otros cinco, entre los que está el de Sodoma. Durante el saqueo de la ciudad cae prisionero también Lot, sobrino de Abraham, con su familia. Se le comunica a Abraham. Parte con su tribu, después de haber armado a sus hombres. Derrota a los saqueadores, recupera el botín y rescata a las personas. Entonces el rey de Sodoma, agradecido, le dice: «Dame a las personas, el resto, para ti». La presencia de Melquisedec, sacerdote cuyo origen se desconoce, da un sentido religioso especial y mesiánico al pasaje, sobre todo por la bendición que pronuncia sobre Abraham. Se trata por tanto de una situación todo menos “espiritual”. En la petición del rey hay, sin embargo, una neta distinción entre las “personas” y ”lo demás”, las cosas.
Don Bosco da a la expresión una interpretación personal dentro de la visión religioso-cultural de su siglo. Alma indica la dimensión espiritual del hombre, centro de su libertad y razón de su dignidad, espacio de su apertura a Dios. La expresión del Gen 14,21 asume en él características propias, desde el momento en que del texto bíblico hace una lectura acomodaticia, alegórica, jaculatoria, eucológica: almas son los hombres de su tiempo, son los muchachos concretos con los que debe bregar; cetera tolle significa el desprendimiento de las cosas y criaturas, un desprendimiento que en él no es traducible en el sentido de aniquilamiento de sí, de aniquilamiento en Dios, como por ejemplo en los teólogos contemplativos o místicos; en él el desprendimiento es un estado de ánimo necesario para la más absoluta libertad y disponibilidad a las exigencias del mismo apostolado.
El cruce de los dos significados, el bíblico y el que le da Don Bosco, cercano a nuestra cultura marca opciones muy concretas.
En primer lugar la caridad pastoral toma en consideración a la persona y se interesa por toda la persona; primero y sobre todo interesa la persona para desarrollar sus recursos. Dar «cosas» viene después; prestar un servicio está en función del crecimiento de la conciencia y del sentido de la propia dignidad.
Además la caridad que mira sobre todo a la persona está guiada por una visión de la misma. La persona no vive solo de pan; tiene necesidades inmediatas, pero también infinitas aspiraciones. Desea bienes materiales, pero también valores espirituales. Según la expresión de san Agustín «está hecha para Dios, sedienta de él». Por eso la salvación que busca la caridad pastoral y ofrece es la plena y definitiva. Todo lo demás se subordina a ella: la beneficencia, a la educación; esta, a la iniciación religiosa; la iniciación religiosa, a la vida de gracia y a la comunión con Dios.
En otras palabras se puede decir que en nuestra educación o promoción damos el primado a la dimensión religiosa. No por proselitismo, sino porque estamos convencidos de que constituye la fuente más profunda del crecimiento de la persona. En un tiempo de secularismo, esta orientación no es fácil de realizar.
La máxima «da mihi animas» contiene también una indicación de método: en la formación o regeneración de la persona hay que reforzar y reavivar sus energías espirituales, su conciencia moral, su apertura a Dios, el pensamiento de su destino eterno. La pedagogía de Don Bosco es una pedagogía del alma, de lo sobrenatural. Cuando se llega a tocar este punto empieza el verdadero trabajo de educación. Lo demás es propedéutico o preparatorio.
Don Bosco lo afirma con claridad en la biografía de Miguel Magone. Este pasa de la calle al Oratorio. Se siente contento y es, humanamente hablando, un buen muchacho: es espontáneo y sincero, juega, estudia, se hace con amigos. Le falta una cosa: entender la vida de gracia, la relación con Dios y emprenderla. Es religiosamente ignorante o distraído. Tiene una crisis de llanto cuando se compara con los compañeros y nota que le falta eso. Entonces Don Bosco habla con él. Desde aquel momento comienza el camino educativo descrito en la biografía: desde la conciencia y la apropiación de su dimensión personal religioso-cristiana.
Hay, pues, una ascesis para el que está movido por la caridad pastoral: “Cetera tolle”, «Deja todo lo demás». Se debe renunciar a muchas cosas para salvar la realidad principal; se pueden confiar a otros y hasta dejar aparte muchas actividades con tal de tener tiempo y disponibilidad para abrir a los jóvenes a Dios. Y esto no solo en la vida personal sino también en los programas y en las obras apostólicas.
«Quien recorre la vida de Don Bosco, siguiendo sus esquemas mentales y explorando las características de su pensamiento, encuentra una matriz: la salvación está en la Iglesia católica, única depositaria de los medios salvíficos. Él siente como las voces de la juventud descarriada, pobre y abandonada, suscitan en él la urgencia educativa de promover la inserción de esos jóvenes en el mundo y en la Iglesia mediante métodos de dulzura y caridad; pero con una tensión que tiene su origen en el deseo de la salvación eterna del joven».
2.4. Síntesis del recorrido hecho
Como síntesis recogemos las ideas fundamentales de nuestra reflexión.
• La nuestra es una espiritualidad apostólica: se expresa y crece en el trabajo pastoral.
• El apostolado se convierte en una auténtica experiencia espiritual, y no en consumo de energías, tensión y agotamiento, si tiene como alma la caridad; ésta da facilidad, confianza, alegría en el trabajo pastoral.
• La caridad realiza la unidad en nuestra vida personal; compone las tensiones que surgen entre acción y oración, entre vida comunitaria y tarea apostólica, entre educación y evangelización, entre profesionalidad y apostolado.
• Todo el trabajo de nuestra vida spiritual consiste en reavivar la caridad pastoral, purificarla, intensificarla: «ama et fac quod vis».
3. Espiritualidad salesiana para todas las vocaciones
Si es verdad que la espiritualidad cristiana tiene elementos comunes y válidos para todas las vocaciones, es también verdad que se vive con diferencias peculiares y especificidades según el propio estado de vida: el ministerio presbiteral, la vida consagrada, los fieles laicos, la familia, los jóvenes, los ancianos… tienen un modo típico propio de vivir la experiencia espiritual. Lo mismo vale para la espiritualidad salesiana.
3.1. Espiritualidad común para todos los grupos de la Familia Salesiana
Hay elementos de espiritualidad comunes para todos los grupos de la Familia Salesiana; todos se inspiran en Don Bosco, que es el fundador de los Salesianos, Hijas de María Auxiliadora junto a Madre Mazzarello, Salesianos Cooperadores y Asociación de María Auxiliadora; para los otros grupos los elementos se refieren a sus propios fundadores. Esos elementos se analizan en la Carta de identidad de la Familia Salesiana, que debe conocerse y profundizar, porque constituye la referencia para nuestra espiritualidad de comunión y para nuestra formación en la comunión.
Los rasgos característicos y reconocidos por todos sus grupos están presentes sobre todo en la tercera parte de la «Carta de identidad». Se refieren a nuestra vida de relación trinitaria, la mirada a Don Bosco, la comunión para la misión, la espiritualidad de lo cotidiano, la contemplación operativa según el ejemplo de don Bosco, la caridad apostólica dinámica, la gracia de unidad, la predilección por los jóvenes y la clase popular, el cariño, el optimismo y la alegría, el trabajo y la templanza, la iniciativa y la ductilidad, el espíritu de oración, la entrega a María Auxiliadora.
No olvidemos que el Sistema Preventivo es una expresión y traducción concreta de esta espiritualidad común. Está enlazado con el alma, las actitudes y las opciones evangélicas de Don Bosco. La «genialidad» de su espíritu se vincula con la actuación del Sistema Preventivo. Un sistema logrado que es modelo e inspiración para cuantos están implicados en la educación en los diferentes continentes, en mundos multiculturales y pluri-religiosos. Un modelo que exige a todos una continua reflexión para favorecer cada vez más la centralidad de los jóvenes como destinatarios y protagonistas de la misión salesiana.
3.2. Espiritualidad propia de cada grupo de la Familia Salesiana
Por otra parte cada grupo de la Familia Salesiana tiene elementos espirituales propios. Legítimamente, por su origen y por su desarrollo, los distintos grupos tienen una historia característica y aspectos de la espiritualidad común que han manifestado de modo peculiar u otros que son originales. Tales elementos son la diferencia específica de cada grupo; deben conocerse y constituyen una riqueza para toda la misma Familia.
La variedad es un don del Espíritu, que no ama la uniformidad y la homologación; pero las diferencias y la especificidad no deben convertirse en pretexto para divisiones o contraposiciones, sino que deben enriquecer a todos y converger hacia la unidad, que es precisamente la comunión que se debe acoger como don y vivirse como compromiso. Estos elementos propios están presentes y especificados sobre todo en las Reglas de vida, pero también en las tradiciones de los diversos grupos.
3.3. Espiritualidad juvenil salesiana
A lo largo del tiempo se ha desplegado también una espiritualidad juvenil salesiana. Pensemos, además de las tres biografías de los jóvenes Miguel Magone, Domingo Savio y Francisco Besucco, escritas por Don Bosco, en las páginas que dirige a través del Joven instruido a los mismos jóvenes, en las Compañías queridas por Don Bosco como momento de protagonismo espiritual y apostólico de los mismos jóvenes, etc.
Sería interesante conocer la evolución de la espiritualidad juvenil salesiana en nuestra historia y tradición, hasta llegar a nuestros días, cuando se ha hecho una formulación acreditada propia y se ha difundido entre los jóvenes también a través del Movimiento Juvenil Salesiano. La espiritualidad es la base del Movimiento Juvenil Salesiano, que crece con la implicación de los mismos jóvenes y que requeriría la aportación de animación por parte de los distintos grupos de la Familia Salesiana. El Movimiento Juvenil Salesiano es, en efecto, una oportunidad, un don y un compromiso para todos los grupos de nuestra Familia.
La espiritualidad juvenil salesiana es una espiritualidad adecuada a los jóvenes; se vive con y para los jóvenes, pensada y realizada dentro de las experiencia del joven. Trata de reproducir una imagen de joven cristiano que se pueda proponer hoy al que está dentro de nuestro tiempo y vive la condición juvenil actual; se dirige a todos los jóvenes porque está hecha con las medidas de los «más pobres», pero al mismo tiempo es capaz de señalar metas a los que progresan más; quiere también del joven el protagonista de propuestas para los coetáneos y para su mundo.
Una espiritualidad de la vita cotidiana como lugar del encuentro con Dios
La espiritualidad juvenil salesiana considera la vida diaria como lugar de encuentro con Dios. Como base de esta valoración positiva de lo cotidiano y de la vida está la fe y la comprensión de la Encarnación. Esta espiritualidad se deja guiar por el misterio de Dios que con su Encarnación, Muerte y Resurrección afirma su presencia en toda la realidad humana como presencia de salvación.
Lo cotidiano del joven está hecho de deber, relación social, juego, tensión de crecimiento, vida de familia, desarrollo de las propias capacidades, perspectivas de futuro, demandas de intervención, aspiraciones. Esta realidad debe asumirse, profundizarse y vivirse a la luz de Dios. Según Don Bosco para hacerse santo basta hacer bien lo que se debe hacer. Considera la fidelidad al deber en su cotidianidad como criterio de verificación de la virtud y como signo de madurez espiritual.
Para que la vida cotidiana pueda vivirse como espiritualidad, es necesaria la gracia de unidad que ayuda a armonizar las diferentes dimensiones de la vida en torno a un corazón habitado por el Espíritu santo. Esa gracia hace posible la conversión y la purificación; por medio de la fuerza del sacramento de la Reconciliación hace que el joven mantenga libre el corazón, abierto a Dios y entregado a los hermanos.
Entre las actitudes y experiencias de lo cotidiano para vivir con profundidad en el Espíritu pueden considerarse: la vida de la propia familia; el amor al propio trabajo o estudio, el crecimiento cultural y la experiencia escolar; la necesidad de conjugar las «experiencias fuertes» con los «caminos ordinarios de la vida»; la visión positiva y reflexiva frente al propio tempo; la acogida responsable de la propia vida y del propio camino espiritual de crecimiento en el esfuerzo de cada día; la capacidad de orientar la propia vida según un proyecto vocacional.
Una espiritualidad pascual de la alegría y el optimismo
¡La verdad decisiva de la fe cristiana es que el Señor ha resucitado verdaderamente! Por eso la vida definitiva con Dios es nuestra meta última y es también nuestra meta ya desde ahora porque se ha hecho realidad en el cuerpo de Jesucristo. La espiritualidad juvenil salesiana es pascual y se deja invadir por este significado escatológico.
La tendencia más radicada en el corazón del joven es el deseo y la búsqueda de la felicidad. La alegría es la expresión más noble de la felicidad y, unida a la fiesta y a la esperanza, es característica de la espiritualidad salesiana. La fe cristiana es un anuncio de felicidad radical, promesa y entrega de «vida eterna». Pero estas realidades no son una conquista, sino un don que nos muestra que Dios es la fuente de la verdadera alegría y de la esperanza. Sin excluir su valor pedagógico, la alegría tiene ante todo un valor teológico; Don Bosco ve en ella una imprescindible manifestación de la vida de gracia.
Don Bosco entendió e hizo entender a sus jóvenes que compromiso y alegría van juntos, que la santidad y la alegría son un binomio inseparable. Don Bosco es el santo de la alegría de vivir. Sus jóvenes aprendieron tan bien la lección de vida que afirmaban, con lenguaje típicamente oratoriano, que la «santidad consiste en estar muy alegres». La espiritualidad juvenil salesiana propone un camino de santidad sencillo, alegre y sereno.
La valoración de la alegría como hecho espiritual, fuente de compromiso y su consecuencia, pide favorecer en los jóvenes algunas actitudes y experiencias: un intenso ambiente de participación; relaciones sinceramente amistosas y fraternas con la experiencia gozosa del afecto a las personas; las fiestas juveniles de expresión libre y los encuentros entre grupos; la admiración y el gusto por las alegrías que el Creador ha puesto en nuestro camino: la naturaleza, el silencio, las actividades realizadas conjuntamente; la alegría exigente del sacrificio y de la solidaridad; la gracia de poder vivir el sufrimiento bajo el signo y el consuelo de la Cruz de Cristo.
Una espiritualidad de la amistad y relación personal con el Señor Jesús
La espiritualidad juvenil salesiana quiere llevar al joven al encuentro con Jesucristo y hacer factible una relación de amistad y de confianza con Él, engendrando un vínculo vital y una adhesión fiel. Muchos jóvenes nutren un sincero deseo de conocer a Jesús e intentan responder a las preguntas sobre el sentido de su propia vida a las que, sin embargo, solo Dios sabe dar una verdadera respuesta.
Amigo, Maestro y Salvador son las expresiones que describen la centralidad de la persona de Jesús en la vida espiritual de los jóvenes. Es interesante recordar que a Jesús lo presenta Don Bosco como amigo de los jóvenes: «Los jóvenes son la delicia de Jesús» decía; como maestro de vida y de sabiduría; como modelo de todo cristiano; como redentor que entrega toda su vida en el amor hasta la muerte para la salvación; como presente en los pequeños y los pobres.
Para un camino de conformidad con Cristo hay algunas actitudes y experiencias que desarrollar: la participación de fe en la comunidad que vive de la memoria y de la presencia del Señor y lo celebra en los sacramentos de la iniciación cristiana; la pedagogía de la santidad que Don Bosco ha mostrado en la reconciliación con Dios y con los hermanos a través del sacramento de la Penitencia; el aprendizaje de la oración personal y comunitaria, momentos privilegiados para crecer en el amor y en la relación personal con Jesucristo; la profundización sistemática de la fe, iluminada por la lectura y la meditación de la Palabra de Dios.
Una espiritualidad de comunión eclesial
La experiencia y el conocimiento adecuados de la Iglesia es uno de los puntos de discernimiento de la espiritualidad cristiana. La Iglesia es comunión espiritual y comunidad que se hace visible a través de gestos y convergencias también concretas; es servicio a los hombres de los que no se separa como una secta que solo considera buenas las obras que llevan el signo de la propia pertenencia; es el lugar escogido y ofrecido por Cristo para poder encontrarlo. Él ha entregado a la Iglesia la Palabra, el Bautismo, Su Cuerpo y Su Sangre, la gracia del perdón de los pecados y los demás sacramentos, le experiencia de comunión y la fuerza del Espíritu que llevan a la caridad hacia los hermanos. La Familia de Don Bosco tiene entre sus tesoros de familia una rica tradición de fidelidad filial al Sucesor de Pedro, y de comunión y colaboración con las Iglesias locales.
Precisamente porque es eclesial, la espiritualidad juvenil salesiana es una espiritualidad mariana. María fue llamada por Dios Padre para que fuese, por gracia del Espíritu, madre del Verbo para después darlo al mundo. La Iglesia mira a María como ejemplo de fe; don Bosco también lo hizo y estamos todos llamados a hacerlo también nosotros en comunión con la Iglesia. Se la contempla como Madre de Dios y Madre nuestra; como Inmaculada, llena de gracia, totalmente disponible a Dios y modelo de santidad y de vida vivida con coherencia y totalidad; como Auxiliadora, ayuda de los cristianos en la gran batalla de la fe y de la construcción del Reino de Dios. Es la que protege y guía a la Iglesia. Por eso Don Bosco la considera la Virgen de los tiempos difíciles, fundamento y apoyo de la fe y de la Iglesia. En María Auxiliadora tenemos un modelo y una guía para nuestra acción educativa y apostólica.
Las actitudes y las experiencias que se deben fomentar son, pues: el ambiente concreto de la casa salesiana como lugar en el que se experimenta una imagen de Iglesia fresca, simpática, activa, capaz de responder a las expectativas de los jóvenes; los grupos y sobre todo la comunidad educativa, que une a los jóvenes y a los educadores en un ambiente de familia en torno a un proyecto de educación integral; la participación en la Iglesia local donde se reúnen todos los esfuerzos de fidelidad de los cristianos en una comunión visible y en un servicio perceptible en un territorio concreto; la estima y confianza hacia la Iglesia universal, percibida y vivida en la relación de amor hacia el Papa; el amor, la admiración, el culto y la imitación, de María Inmaculada y Auxiliadora, el conocimiento de los santos y las personalidades importantes del pensamiento y de las realizaciones cristianas en todos los campos.
Una espiritualidad del servicio responsable
La vida asumida como encuentro con Dios, el camino de identificación con Cristo, la Iglesia percibida como comunión y servicio donde cada uno tiene un lugar y donde se necesitan las dotes de todos, hacen que aparezcan y maduren en una convicción de que la vida lleva en sí una vocación de servicio. Don Bosco pedía a sus jóvenes que se hagan «buenos cristianos y honrados ciudadanos».
Don Bosco, joven y apóstol, percibió y vivió su existencia como vocación a partir del sueño de los nueve años. Él responde con corazón generoso a una invitación: meterse entre los jóvenes para salvarlos. Don Bosco invitaba a sus jóvenes a un «ejercicio práctico de amor al prójimo». La espiritualidad juvenil salesiana es una espiritualidad apostólica porque parte de la convicción de que estamos llamados a colaborar con Dios en su misión, respondiendo con entrega, fidelidad, confianza y disponibilidad total. A los jóvenes se les proponen, por tanto, las vocaciones apostólicas y las vocaciones de especial consagración.
El servicio responsable lleva consigo algunas actitudes y experiencias que deben favorecerse: abrirse a la realidad y al contacto humano; promover la dignidad de la persona y de sus derechos, en todos los contextos; vivir con generosidad en la familia y prepararse para formarla sobre las bases de una recíproca entrega; favorecer la solidaridad especialmente hacia los más pobres; realizar el propio trabajo con honradez y competencia profesional; promover la justicia, la paz y el bien común en la política; respetar la creación; favorecer la cultura; descubrir el proyecto de Dios en la propia vida; madurar gradualmente decisiones progresivas y coherentes, como servicio a la Iglesia y a los hombres; testimoniar la propia fe concretándola en algún ámbito como la animación educativa, pastoral y cultural, el voluntariado y el compromiso misionero; conocer y estar abiertos a las vocaciones de especial consagración.
3.4. Espiritualidad laical y familiar salesiana
Los grupos de la Familia Salesiana implican a numerosos laicos en su misión. Somos conscientes de que no puede haber una implicación plena, si no hay también una coparticipación del mismo espíritu. Comunicar la espiritualidad salesiana a los laicos corresponsables con nosotros en la acción educativa pastoral resulta un compromiso fundamental. Los Salesianos, así como otros grupos de la Familia Salesiana, han hecho un trabajo explícito de formulación de una espiritualidad laical salesiana en el Capítulo General XXIV. Sin duda los grupos laicales de la Familia Salesiana, especialmente los Salesianos Cooperadores, los Antiguos Alumnos y Antiguas Alumnas, constituyen una fuente de inspiración para esa espiritualidad.
Habiendo quedado además más conscientes de que no puede haber pastoral juvenil sin pastoral familiar, nos estamos preguntando sobre qué espiritualidad familiar salesiana debemos trabajar y proponer. Hay experiencia de familias que se inspiran en Don Bosco. Aquí el camino está todavía en sus comienzos, pero es un camino que nos ayuda a desarrollar nuestra misión popular, además de la juvenil. Procede promover la pastoral familiar y por tanto compartir experiencias espirituales con las familias, con las parejas, con la preparación de los jóvenes para la familia.
4. Compromisos para la Familia Salesiana
4.1. Empeñémonos en profundizar cuál fue la experiencia espiritual de Don Bosco, su perfil espiritual, para descubrir al «Don Bosco místico»; así podremos imitarlo, viviendo una experiencia espiritual con identidad carismática. Sin apropiarnos de la experiencia espiritual vivida por Don Bosco, no podremos ser conscientes de nuestra identidad espiritual salesiana; solo así seremos discípulos y apóstoles del Señor Jesús, teniendo a Don Bosco como modelo y maestro de vida espiritual. La espiritualidad salesiana, reinterpretada y enriquecida con la experiencia espiritual de la Iglesia posterior al Concilio y con la reflexión de la teología espiritual de hoy, nos propone un camino espiritual que conduce a la santidad. Reconocemos que la espiritualidad salesiana es una verdadera y completa espiritualidad: ha bebido en la historia de la espiritualidad cristiana, sobre todo en san Francisco de Sales; tiene su fuente en la peculiaridad y originalidad de la experiencia de Don Bosco, se ha enriquecido con la experiencia eclesial y ha llegado a la relectura y a la síntesis madura de hoy.
4.2. Vivamos el centro y la síntesis de la espiritualidad salesiana, que es la caridad pastoral. Don Bosco la vivió como búsqueda de la «gloria de Dios y salvación de las almas» y se convirtió para él en oración y programa de vida en el “Da mihi animas, cetera tolle”. Es una caridad que necesita alimentarse con la oración y radicarse en ella, mirando al Corazón de Cristo, imitando al Buen Pastor, meditando la Sagrada Escritura, viviendo la Eucaristía, dando lugar a oración personal, asumiendo la mentalidad del servicio a los jóvenes. Es una caridad que se traduce y se hace visible en gestos concretos de cercanía, afecto, trabajo, entrega. Tomemos el Sistema Preventivo como experiencia espiritual y no solo como propuesta de evangelización y metodología pedagógica; él encuentra su fuente en la caridad de Dios «que previene a cada criatura con su Providencia, la acompaña con su presencia y la salva dando la vida»; él nos dispone a acoger a Dios en los jóvenes y nos llama a servirlo en ellos, reconociendo su dignidad, renovando la confianza en sus recursos de bien y educándolos en la plenitud de vida.
4.3. Comunicamos la propuesta de la espiritualidad salesiana según la diversidad de las vocaciones especialmente a los jóvenes, a los laicos implicados en la misión de Don Bosco, a las familias. La espiritualidad salesiana necesita que se viva según la vocación que cada uno ha recibido de Dios. Reconocemos los rasgos espirituales comunes de los diversos grupos de la Familia Salesiana, indicados en la «Carta de identidad»; damos a conocer a los testigos de la santidad salesiana; invocamos la intercesión de nuestros Beatos, Venerables y Siervos de Dios y pedimos la gracia de su canonización. Ofrecemos a los jóvenes a los que acompañamos la espiritualidad juvenil salesiana. Proponemos la espiritualidad salesiana a los laicos comprometidos en compartir la misión de Don Bosco. Con atención a la pastoral familiar, indicamos a las familias una espiritualidad adaptada a su condición. Finalmente invitamos a la experiencia espiritual también a los jóvenes, laicos y familias de nuestras comunidades educativas pastorales o de nuestros grupos y asociaciones que pertenecen a otras religiones o que se encuentran en situación de indiferencia ante Dios; también para ellos es posible la experiencia espiritual como espacio para la interioridad, el silencio, el diálogo con la propia conciencia, la apertura a lo trascendente.
4.4. Leamos algunos textos de Don Bosco, que podemos considerar como fuentes de la espiritualidad salesiana. Ante todo os invito a volver a leer y actualizar el «sueño de los diez diamantes», que nos propone el rostro espiritual de cada uno de nosotros que nos inspiramos en Don Bosco. Os propongo además la recogida de escritos espirituales de Don Bosco, en los que aparece como un verdadero maestro de vida espiritual. Podremos llegar así a páginas menos conocidas, pero que nos hablan con inmediatez de la vivencia espiritual salesiana.
5. Conclusión
Esta vez concluyo al comentario del aguinaldo no con una fábula, sino con el testimonio y el mensaje que nos ha dejado don Pascual Liberatore, durante años Postulador de las Causas de nuestros Santos y santo él mismo, en su pequeño poema titulado «Los Santos».
Se trata de un pequeño y personal «credo», que recoge todo lo que es la espiritualidad salesiana, que se puede ver concretada en su autenticidad y validez en los riquísimos y diversísimos frutos de santidad de la Familia Salesiana, comenzando por nuestro amado fundador y padre Don Bosco. Hemos encontrado este poema en su despacho el día de su Pascua. En él teje el elogio de los Santos y usa una variedad de imágenes, cuya belleza nosotros descubrimos con placer. Leyendo este poema podemos tocar la delicada y fina sensibilidad humana y espiritual de nuestros santos y sentir su anhelo de plenitud de vida, amor y felicidad en Dios; notemos su fuerza interior y su experiencia espiritual, que nosotros mismos estamos llamados a vivir y a saber proponer de forma apasionada y convincente a los demás, especialmente a los jóvenes.
Mi primera carta como Rector Mayor se titulaba «Salesianos, ¡sed santos!», una carta que consideraba programática para mi Rectorado. Y me alegro de que mi último escrito como sucesor de Don Bosco sea una invitación encendida a beber en su espiritualidad. Aquí se encuentra todo lo que yo querría vivir y proponeros a todos vosotros, queridos miembros de la Familia Salesiana y jóvenes.
LOS SANTOS
«Ellos serán como estrellas en el cielo: brillarán como el firmamento»
Visibles a millares
como
las estrellas a simple vista,
pero
incomparablemente más numerosos
en
el telescopio que llega también a los que no tienen aureola.
Volcanes incandescentes,
casi
brechas
en
el misterio del Fuego Trinitario.
Venturosos romances
escritos
por el Espíritu Santo
donde
la sorpresa es la norma.
Existencia
del género literario más variado
pero
siempre fascinante:
con el estilo de un drama con el sabor de una fábula
Clásicos con la sintaxis de las Bienaventuranzas,
siempre
convincentes
gracias
a su gozosa existencia.
Cosmonautas del espacio
a
los que se deben los más audaces descubrimientos,
posibles
solo para quien se aleja tanto de la tierra.
Gigantes tan diferentes de nosotros
como
lo es siempre el genio,
y
aun así conciudadanos con nuestra misma estofa.
Sujetos a errores y fracasos,
pero
hombres siempre de excepción:
no
se les debe desdeñar con la excusa de sentirlos como compañeros de
viaje.
Signos de la absoluta gratuidad de Dios
que
enriquece y eleva
según
los misteriosos criterios de Su liberalidad.
Tienen como residencia una paz inalterable
por
encima de los comunes conflictos humanos
y,
no obstante, siempre insatisfechos porque no cesan de tender al más.
En órbita en torno a lo esencial
ellos,
los
profetas de lo absoluto.
Grandes artistas
en
el taller de lo Bello
ante
el que queda en éxtasis el corazón humano.
Hombres y mujeres logrados,
testigos
de la secreta armonía
entre
naturaleza y gracia.
Locos de Dios,
enamorados
hasta el punto
de
editar un vocabulario desconcertante.
Los más lejanos, por instinto, de todo género de culpa
y
los más cercanos, siempre,
a
todas las categorías de culpables.
Plateas en las que lo divino representa
y
humildes espectadores ellos mismos,
gracias
a una despiadada conciencia de su nada.
Empeñados en un continuo esconderse
y
no obstante inevitablemente luminosos,
como
ciudades puestas sobre el monte.
Portadores de mensajes eternos
más
allá del tiempo,
del
progreso, de las culturas, de las razas.
Palabras de fuego
que
el Señor pronuncia para sacudir nuestra indolencia,
golpecitos
que el Maestro Divino da en el pupitre, para despertarnos
a
nosotros, alumnos distraídos.
Milagros vivientes
ante
los que no es necesario ser expertos
para
aceptar lo extraordinario del Evangelio vivido sin glosa.
Heroicamente arrancados de lo humano
ellos,
especialistas en superlativo
de
matices humanos.
Verdaderos maestros de psicología
que
por el camino del amor
llegan
a los pliegues más recónditos del corazón humano.
Capaces de hacer vibrar nuestras mejores raíces,
y
pulsando las cuerdas de resonancia antigua
infunden
nostalgia de futuro.
Como las estrellas del cielo:
tan
diferentes entre sí
y,
en el fondo, encendidas por un mismo fuego.
Pascual Chávez Villanueva
Rector Mayor