CARTA DEL RECTOR MAYOR
BEATIFICACIÓN DEL COADJUTOR ARTÉMIDES ZATTI:
UNA NOVEDAD INTERPELANTE
1. LA PIEZA QUE FALTABA. – 2. LOS COADJUTORES DE DON BOSCO. – 3. PERFIL BIOGRÁFICO VOCACIONAL DE ARTÉMIDES ZATTI – 3.1. El encuentro con Don Bosco en la Patagonia – 3,2. La vocación salesiana – 3.3. La prueba de la enfermedad y su aceptación – 3.4. Siempre con Don Bosco como salesiano coadjutor – 3.5. Buen samaritano a tiempo pleno – 3.6. Hacia el encuentro con Dios largamente preparado: reconocimiento popular al “pariente de todos los pobres”. – 4. EL MENSAJE DE ARTÉMIDES ZATTI: PERSPECTIVAS PARA EL HOY – 4.1. Testigo original de santidad salesiana – El imán de Don Bosco – La entrega absoluta – Enfermero educador – El “trabajo santificado”: síntesis entre espiritualidad y profesionalidad – Reflejo de Dios con radicalidad evangélica. – 4.2. Como salesiano coadjutor – La figura del salesiano coadjutor – Algunos aspectos particulares que resaltar: - la forma institucional de los Institutos; - el salesiano coadjutor y los colaboradores seglares; - la formación del salesiano coadjutor – 5. PASTORAL VOCACIONAL: INVITACIÓN A UN COMPROMISO EXTRAORDINARIO. – Conclusión: nuestra vocación a la santidad.
Roma, 31 de mayo de 2001
Fiesta de la Visitación de María
1. LA PIEZA QUE FALTABA
El mosaico de nuestros santos y beatos, aun siendo bastante rico en cuanto a representatividad – Fundador, Cofundadora, Rectores Mayores, misioneros, mártires, sacerdotes, jóvenes – carecía todavía de la pieza preciosa de la figura de un coadjutor. Ahora también esto se está realizando.
El 11 de marzo de este año hemos tenido la alegría de honrar como beatos a los primeros siete coadjutores mártires, entre los 32 miembros de la Familia Salesiana mártires beatificados por el Papa Juan Pablo II. Su vida y su muerte han proclamado de forma clara la radicalidad de la adhesión a Cristo y la fidelidad a la vocación.
El 24 de abril pasado fue leído el decreto sobre el milagro obtenido por intercesión del coadjutor Artémides Zatti. En el íter de una Causa, esta etapa preludia la Beatificación. Él será, pues, el primer coadjutor no mártir que será proclamado beato. Otros tres miembros de nuestra Familia Salesiana están próximos también a los honores de los altares: Sor María Romero, Don Luis Variara, Sor Eusebia Palomino. Nosotros prevemos que la beatificación de Don Artémides Zatti podrá tener lugar durante el CG 25: ¡será ciertamente un momento fuerte de la sesión capitular!
Os invito a dar gracias al Señor, tanto por la reciente beatificación de nuestros mártires españoles, como por la próxima de Artémides Zatti. Esta carta circular pretende preparar nuestras comunidades a tal acontecimiento, recogiendo la peculiaridad del mensaje que proviene de la santidad de este hermano nuestro. Al mismo tiempo, deseo destacar la actualidad de la figura del salesiano coadjutor, su valor en nuestra vida comunitaria y en nuestra misión y, sobre todo, la necesidad de una más decidida propuesta vocacional.
El título que he dado a esta carta puede provocar interrogantes justificados. ¡Y conviene recogerlos sin miedo! Que entre nuestros hermanos coadjutores haya habido salesianos ejemplares, providenciales e incluso santos, no había dudas. Los hemos visto, hemos convivido con ellos en las comunidades ordinarias de trabajo y en tierras de misión. Hemos experimentado su aportación preciosa a la misión salesiana, prestada con competencia y fidelidad. Tal vez algunos desempeñaban trabajos que parecían en apariencia secundarios (portería, sacristía, enfermería, cocina, manutención de la casa...); pero en todas partes han sido elementos educativos de primer orden, confirmando las palabras de Don Bosco, recordadas en las Memorias Biográficas: “Un buen portero es un tesoro para una casa de educación”1. Y esto sin disminuir en nada las funciones de alta cualificación (jefes de taller, profesores y rectores, catequistas y animadores pastorales, etc.) desempeñados por muchísimos coadjutores, de todos conocidos.
De muchos hemos leído y oído repetir su historia. Se han publicado semblanzas, por las que se conoce con claridad qué ha significado para estos hombres vivir su responsabilidad histórica, llenos del amor de Cristo y trabajando en la órbita de Don Bosco: es decir, realizar su deseo de santidad en la caridad pastoral, viviendo la consagración total en servicio de los jóvenes. Los aspectos fundamentales que han caracterizado su experiencia vocacional son todavía hoy determinantes en nuestra historia. La vida consagrada se ha movido siempre y se ha expresado a través de la santidad, que no conoce sucedáneos.
He conocido personalmente a no pocos de estos coadjutores: de muchos se ha escrito una biografía, que nos permite descubrir su camino vocacional. Se presentan como “hombres de Don Bosco”, fascinados por él, identificados con su espíritu y su misión. Habrían dicho como Don Cagliero: “Fraile o no, es lo mismo. ¡Estoy decidido, como siempre lo estuve, a no separarme nunca de Don Bosco!”2. ¡Así, pues, a lo esencial! Que quiere decir relación sentida con el Padre, entusiasmo por Jesucristo, deseo de santidad y caridad perfecta, convencimiento de la llamada de Dios para vivir todo esto en la misión y en la fraternidad salesiana.
La novedad de hoy, a la que hace referencia el título de esta carta, consiste precisamente en incluir a un coadjutor entre los que la Iglesia ha considerado dignos de ser propuestos, con acto público, como modelos de vida espiritual y de caridad a sus hermanos religiosos y, más ampliamente, a todos los cristianos. Y esto, en virtud del testimonio de muchos, confirmado por Dios mediante un hecho ‘milagroso’, atribuido a su intercesión.
Artémides Zatti es el primer coadjutor salesiano no mártir que va a ser beatificado y este hecho hace que, como he dicho, quede completa la serie de modelos de espiritualidad salesiana, que la Iglesia declara oficialmente tales.
He denominado esta novedad “interpelante”, en el sentido de que nos sacude, nos interpela en nuestra fidelidad carismática y en la capacidad de proponer hoy modelos de vocación salesiana laical verdaderamente significativos y atrayentes.
Al referirme en esta carta al salesiano coadjutor, no pretendo afrontar cuestiones ya seriamente estudiadas en intervenciones precedentes, como el carácter3 indispensable de esta figura, o la relación entre servicio de la autoridad salesiana y ministerio sacerdotal4. Mucho menos pretendo poner sobre la mesa la cuestión de la naturaleza de nuestra Congregación, sobre la que, sin embargo, diré una palabra más adelante. Hay otras sedes indicadas para reflexionar sobres éstas y sobre otras cuestiones, y hay también momentos oportunos y sujetos competentes para tratarlas.
Sí quiero, en cambio, dirigir una seria invitación a meditar sobre la figura de Zatti, con el fin de suscitar una orientación y un compromiso práctico, en ámbito inspectorial y regional, a favor de la vocación del salesiano coadjutor. Donde no se logra comunicar ni “contagiar” a este ámbito, resulta poco incisivo nuestro trabajo y estériles los sueños de reformas globales. Para poder ser verdaderamente eficaces es indispensable pensar con mentalidad global y actuar con decisión en el ámbito local.
2. LOS COADJUTORES “DE DON BOSCO”
Partimos de Don Bosco y de la primera experiencia de nuestro peculiar estilo de santidad. Desde los primeros años encontramos figuras de coadjutores que, formados directamente por el Fundador, influyeron fuertemente en la fisonomía de la Congregación. Basta pensar –por ejemplo- en un Pedro Enria, para comprender cuán pobre hubiera sido Valdocco sin su presencia. Ellos contribuyeron, de forma determinante, a hacer grande la Congregación, sobre todo en el área de las escuelas profesionales y en el servicio a los más pobres.
Cada Inspectoría, cada nación, cada continente tiene su galería de retratos. No han faltado publicaciones acertadas que han puesto de relieve a los rostros más significativos, transmitiendo a la historia la aportación que ellos hicieron a la santidad de nuestra Familia.
Es el caso, por ejemplo, de los coadjutores que vivieron en Tierra Santa, que hicieron honor a la santidad, en la patria de Jesús. Tienen su representante más cualificado en el Venerable Simón Srugi, asemejado a Zatti por la misión, enfermero al servicio de los hermanos enfermos, y a quien esperamos ver pronto, junto con otros, en los altares.
Entre los primeros coadjutores de Don Bosco algunos eran muchachos crecidos en el Oratorio; otros llegaron siendo adultos, con la laicidad madurada en el mundo y en la Iglesia. En contacto con Don Bosco, comprendían que podían emplear sus cualidades y la profesionalidad adquirida, comprometiéndose en su obra educativa y pastoral. Surgía, pues, en ellos aquel entusiasmo que Don Cagliero expresó con el propósito: “¡Yo me quedo con Don Bosco...!”. Es la chispa de la verdadera vocación, como nos la indica el artículo 21 de nuestras Constituciones: la atracción de la misión y del Fundador, el deseo de continuar su carisma y de hacer vivir su espíritu.
La profesionalidad incipiente, alimentada con una buena inteligencia, con un temperamento maduro y con una humanidad cultivada, los llevaba a prestar a las comunidades y al ambiente educativo un servicio precioso. De este modo hubo, no sólo en Turín, sino también en el extremo sur de la Patagonia, porteros cordiales y de confianza, misioneros de frontera, responsables de construcciones, jefes de talleres.
La vocación salesiana ofreció desde los comienzos múltiples posibilidades de realización, determinadas más por el impulso de la caridad y por la exigencia de la misión que por la importancia del servicio y de la función dentro de la comunidad. Para la identidad y la colocación del hermano coadjutor, no había normas rígidas, sino un discernimiento que valoraba la generosidad, la disponibilidad, el espíritu comunitario, la alegría vocacional.
Don Bosco miraba a la calidad. No parece que se haya puesto el problema de la proporción, por ejemplo, entre clérigos y laicos. Acogía a los que Dios le mandaba, sacerdotes o laicos, y los unía en la consagración religiosa, en la misión y en la caridad.
Podemos presentar algunas figuras, entre muchas, para confirmar lo dicho.
José Buzzetti fue uno de los primeros “muchachos de Don Bosco”. Hizo la profesión como coadjutor muy tarde porque “no se sentía digno”, pero en realidad vivió y colaboró con Don Bosco toda la vida. Llegado al Oratorio con su hermano Carlos, que llegará a ser empresario y constructor de varias casas salesianas, al principio quería ser sacerdote, pero luego, herido por un proyectil disparado por alguno que quería matar a Don Bosco, tuvo que dejar la sotana y pasó momentos difíciles, tanto que estaba a punto de dejar el Oratorio. Después de un coloquio con Don Bosco, decidió no abandonarle nunca. Fue asistente, profesor de catecismo, responsable de la librería, maestro de canto, organizador de loterías: verdadero brazo derecho de Don Bosco, testigo fiel de toda la epopeya de nuestro Fundador.
También Pedro Enria, oficialmente, se hizo coadjutor muy tarde. Era un pequeño prodigio, sabía hacer de todo: maestro de música, director de escena, pintor, cocinero, enfermero. Sobre todo en esta última actividad manifestó sus dotes de sensibilidad y delicadeza. Las prodigó en varias circunstancias en favor de Don Bosco mismo, particularmente en la última enfermedad que llevó a nuestro Padre a la muerte.
José Rossi fue el primero entre los coadjutores no llegados directamente de las filas del Oratorio. A los 24 años cayó en sus manos el Joven Cristiano, escrito por Don Bosco. Se entusiasmó en seguida y, dejando su pueblo en la provincia de Pavía, llegó a Valdocco. Hizo la profesión en 1864. Fue ropero, asistente de los talleres, encargado de las compras en la ciudad, administrador: en una palabra, hombre de confianza, con la responsabilidad de todos los bienes materiales de la Congregación. Este papel lo llevó a emprender no pocos viajes por Italia y en el extranjero. Don Bosco le quería mucho y bromeaba gustoso con él.
Marcelo Rossi tuvo que esperar a ser mayor de edad para poder disponer libremente de sí mismo y quedarse a vivir con Don Bosco. Éste le confió el encargo “provisional” de portero, encargo que desempeñó “provisionalmente” durante 48 años con puntualidad, fidelidad y confianza. Se le llamó el centinela del Oratorio y el Cardenal Cagliero, señalándolo un día, lo indicó como “el verdadero monumento de Don Bosco”.
Podríamos continuar con muchas otras figuras de coadjutores de la primera hora. Por la semejanza con Zatti en la experiencia de la emigración y de su “entrar” en la órbita fascinante de Don Bosco, quiero referirme todavía, aunque brevemente, al coadjutor Silvestre Chiappini. Era hijo de inmigrantes italianos en Argentina. No realizó empresas memorables, pero fue el primer hijo de Don Bosco en el nuevo mundo5. Era cocinero en un hotel de Buenos Aires. A los dieciocho años encontró a los Salesianos en la iglesia que se les había confiado, donde él mismo iba con frecuencia a rezar. Entró a formar parte de la comunidad y allí desempeñó la actividad de cocinero. Después, pidió ser salesiano. Fue admitido como coadjutor y durante cuarenta años fue cocinero, enfermero y encargado de muchas otras pequeñas incumbencias de las que la comunidad tenía necesidad.
La comunidad salesiana, visible y activa, comenzando por la de Don Bosco, atraía con el testimonio de sus excelentes figuras. Tal fascinación no se limitaba a los más jóvenes, sino que seducía también a los “buenos cristianos” adultos. La institución se iba haciendo una casa y una familia, también por la presencia y la sensibilidad de los coadjutores, y con su aportación creativa la misión se enriquecía de nuevas expresiones.
3. PERFIL BIOGRÁFICO VOCACIONAL DE ARTÉMIDES ZATTI6
Concentremos ahora la atención más específicamente sobre Artémides Zatti y su experiencia de santidad salesiana. A quien se topa con él por primera vez, al menos con una cierta profundidad, se le presentan espontáneas algunas preguntas. ¿Quién fue Artémides Zatti? ¿Qué representa para nuestra Familia? ¿Qué palabras y qué mensajes nos ha transmitido mediante su existencia? ¿Qué desafíos lanza hoy? Es lo que trataremos de descubrir, releyendo su perfil biográfico e identificando los mensajes que subyacen.
3.1. El encuentro con Don Bosco en la Patagonia.
La llamada de Artémides Zatti para unirse a las filas misioneras de Don Bosco reproduce varios rasgos de la vocación de los primeros coadjutores. Cada persona es, evidentemente, portadora de su propia originalidad.
Emigrante en busca de mejores condiciones de vida, Artémides Zatti llegó a Bahía Blanca cuando tenía 17 años. Venía desde de Italia, junto con su familia. Los padres de Artémides, Luis Zatti y Albina Vecchi, tuvieron ocho hijos, cuatro mujeres y cuatro varones. Los Zatti, que vivían en Boretto en la provincia de Reggio Emilia, a poca distancia del Po, no poseían tierras propias, pero trabajaban como arrendatarios de otras familias.
Artémides, tercero de los hijos, nació el 12 de octubre de 1880. Fue bautizado el mismo día con los nombres de Artémides, Joaquín y Desiderio. Si la familia carecía de recursos materiales, llevaba una intensa vida cristiana que se hizo evidente cuando emigró a Argentina. En el ambiente de la familia, Artémides aprendió pronto a afrontar las fatigas y las responsabilidades del trabajo.
“En enero de 1897 –leemos en la Positio-, no sabemos si por una decisión improvisada o después de una dolorosa maduración o por algún hecho familiar particular, Luis Zatti, padre de familia, tomó la decisión de dejar Italia y emigrar a Argentina junto con la esposa y los hijos. Al final del siglo pasado, la emigración de los Italianos hacia América era un fenómeno de grandes proporciones y muchas razones justificaban esta corriente... Pudo influir en aquella decisión la invitación de un tío, Juan Zatti, que ya estaba en Argentina en la naciente ciudad de Bahía Blanca y allí había encontrado un discreto puesto de trabajo”7.
La separación de la patria abrió al Siervo de Dios la posibilidad de aprovechar en un mundo nuevo no sólo el trabajo de sus brazos, sino más aún las energías espirituales de una sólida educación cristiana. Parecía que iba al encuentro de lo desconocido y seguía, en cambio, el camino señalado por Dios”8, que lo habría de llevar a encontrar a Don Bosco.
La familia Zatti llegó a Buenos Aires el 9 de febrero de 1897 y el 13 del mismo mes, en el tren, llegó a Bahía Blanca; y se insertó en el ambiente donde ya estaba presente un numeroso grupo de emigrantes italianos.
Hay que decir que el ambiente de la emigración, junto a valores muy apreciados como el fuerte empeño en el trabajo, el amor a la familia y otros, ofrecía también elementos culturales heterogéneos y de alcance considerable. Entre los emigrantes italianos había un grupo consistente que había exportado aquella orientación anticlerical y aquella forma de aversión al Papado y a la Iglesia, que se habían abierto camino en Italia en la segunda mitad del siglo XIX. Esta actitud encontraba el modo de manifestarse clamorosamente todos los años, en algunas fechas especiales, tomando como punto de ataque la parroquia y la comunidad salesiana9.
En Bahía Blanca los Salesianos eran responsables de la parroquia de Nuestra Señora de la Merced, en cuyo territorio había ido a vivir la familia Zatti. Había dos escuelas: un liceo y un centro profesional. En la obra salesiana los cristianos y las personas de buena voluntad, que no faltaban ni siquiera entre los fanáticos manifestantes, veían algo especial y encontraban un centro de agregación. No pocos comenzaron a reagruparse alrededor de la parroquia. Entre los que hicieron esta opción y entraron en la órbita de Don Bosco estuvo Artémides Zatti. Su familia estrechó una amistad sólida y fecunda con el párroco, Don Carlos Cavalli, misionero bueno y celoso, preocupado sobre todo por los pobres y los enfermos.
Artémides encontró en Don Carlos un amigo sincero, un confesor prudente y un director espiritual experto, que lo formó a un ritmo cotidiano de oración y a la vida sacramental semanal. Estrechó con el sacerdote una relación espiritual y de colaboración10.
Siguiendo el ejemplo y la animación de Don Cavalli, Artémides unía progresivamente a la preocupación por su formación el ansia de hacer el bien. En efecto, leemos que su tiempo libre lo pasaba en la parroquia, donde se sentía como en su casa, y acompañaba al párroco en las visitas a los enfermos, en los funerales, ayudándole a Misa, cumpliendo las funciones de sacristán11.
El amplio ambiente social de los obreros católicos fue uno de los campos donde los misioneros se comprometieron. Artémides Zatti era asiduo asistente en los círculos de obreros que se reunían los domingos; pasaba con ellos la tarde, estrechando amistades, interesándose por las diversas situaciones, animando y comprometiendo las voluntades en el bien.
Todo esto lo hacía espontáneamente, sin retribución, como afectuoso y generoso servicio al Señor y al prójimo. “De un joven emigrante, en el mundo materialista y de negocios de Bahía Blanca, no se podía esperar más. Esta vida y esta actitud interior se prolongó unos tres años, desde su llegada a Bahía Blanca en 1897 hasta 1900, mientras maduró la realidad de la vocación”12.
3.2. La vocación salesiana.
“La vocación salesiana –leemos en la Positio- debió de surgir espontáneamente, como un hecho casi natural, en la vida del Siervo de Dios. La seriedad de su empeño espiritual y la voluntad de servir al Señor y al prójimo conducían a ello. Por otra parte, viviendo en contacto cotidiano con el P. Cavalli y con otros hermanos de la laboriosa comunidad salesiana, tenía ante sí un testimonio que debía servirle como el mejor estímulo para consagrar su vida de manera más radical”13. La generosidad apostólica del P. Cavalli, el ambiente salesiano y el consolidarse de la obra de Don Bosco en la Patagonia eran como una invitación diaria y constituían un ideal mucho más atrayente que cualquier otra perspectiva para un desconocido, pero buen emigrante llegado de Italia14.
En la biblioteca del párroco tuvo la posibilidad de leer la biografía de Don Bosco. Quedó fascinado. Fue el verdadero inicio de su vocación salesiana. En el origen de nuestra vocación hay siempre un encuentro inspirador con el Fundador y con sus seguidores15.
Cuando Don Carlos Cavalli le propuso emprender el camino hacia el sacerdocio en la Congregación de Don Bosco, Zatti ya había demostrado una madurez sin vanidades, con sentido sobrenatural, convencimiento inamovible de fe, celo y habilidad para orientar a chicos y grandes hacia el Señor.
Así, con el consentimiento de su familia, el 19 de abril de 1900, a sus veinte años, llevado del deseo sincero de seguir su vocación, entró con plena disponibilidad en el ritmo de la vida del aspirantado de Bernal, donde estaban también los novicios y los postnovicios. Aceptó sin complejos el sentarse en los bancos con muchachos de 11-14 años; se prestó a todas las ocupaciones que los Superiores, viendo su madurez y generosidad, le confiaron; se entregó de lleno al estudio para suplir el tiempo perdido, sin lamentarse de los trabajos materiales que disturbaban su aplicación. Seguir la vocación estaba por encima de todos sus pensamientos, y, sin dejarse turbar por las dificultades, trataba de aprovechar todos los recursos que el Señor ponía a su disposición”16.
“Las cartas escritas a los familiares en aquel período dan un testimonio fehaciente de la actitud interior del Siervo de Dios. Optimismo, inserción gozosa en la vida de la comunidad, sumisión cordial y fiel a los Superiores, sentido profundamente religioso y al mismo tiempo práctico en todas las cosas, abandono humilde a la voluntad de Dios, serenidad frente a toda prueba: éstas son las características que sobresalen del epistolario”17.
En el aspirantado de Bernal, Artémides Zatti transcurrió casi dos años de intensa formación y de estudio.
3.3. La prueba de la enfermedad y su aceptación.
Una circunstancia imprevista cambió su vida. Seguros de su responsabilidad, los Superiores le confiaron la asistencia de un joven sacerdote enfermo de tuberculosis. Zatti desempeñó con generosidad el encargo, pero poco después acusó la misma enfermedad18.
Esta enfermedad, que ponía en peligro su propia vida, y el consiguiente abandono de Bernal, que ponía un fuerte interrogante en su camino hacia el sacerdocio, constituyeron un hecho determinante en la vida de Zatti.
“Se puede fácilmente imaginar su estado de ánimo. Pero debemos constatar que de su boca no salió nunca un lamento por lo sucedido: ni por la enfermedad en sí, ni hacia los Superiores, ni por las circunstancias en que vino a encontrarse”19. Al contrario, esta experiencia, que se prolongó varios años, y la incertidumbre que llevaba consigo pusieron en evidencia su robustez espiritual, manifestada en la aceptación consciente y generosa del mal, cosa nada fácil en un joven de su edad20.
El 4 de septiembre de 1902 escribe así desde Viedma a sus padres para confortarlos: “Me parece, queridísimos padres, que os ha impresionado la carta que os escribí respecto a mi salud, porque, aunque os decía que iba mejorando, supe que os causó disgusto lo que seguía, cuando os decía que la tos no quería abandonarme. Queridos padres, creo que no olvidaréis el dicho de que “no se mueve hoja que Dios no quiera mover”; y que, por eso, si yo me encuentro en Viedma y con la tos, ha sido porque así agradó a Dios, ya sea para su mayor gloria, conformándome a su divino querer, ya sea también por el bien de mi alma, dándome así ocasión de hacer un poco de penitencia por mis pecados... Pudiendo haced una obra buena, para que alcance del Señor la gracia de la perseverancia y la conformidad con su voluntad, puesto que son muy del agrado del Señor las obras que se hacen por lo que se ama. Estad tranquilos y que se cumpla la voluntad de Dios en todo”21.
Después de una consulta médica, los Superiores habían mandado a Zatti a Viedma, que será la patria definitiva de su misión. La floreciente presencia salesiana, centro de irradiación del movimiento misionero de la Patagonia y residencia del Vicario Apostólico, el clima suave y la presencia de Don Evasio Garrone, salesiano médico, habían determinado aquella decisión.
La llegada de Artémides Zatti a Viedma coincidió con la de Zeferino Namuncurá, que venía de Buenos Aires y padecía la misma enfermedad. Los dos vivieron una relación cordial y amigable, hasta que Zeferino partió en 1904 para Italia con Mons. Cagliero.
Cuando en 1902 llegó Artémides Zatti, Viedma contaba con poco más de 5000 habitantes, de diversos orígenes y nacionalidades. La gente era pobre en su gran mayoría.
La presencia salesiana era significativa.. Dos colegios, el de las Hijas de María Auxiliadora y el de los Salesianos, ejercían una gran influencia para la elevación de las condiciones morales y materiales de la vida ciudadana. Los Salesianos tenían un gran complejo, que comprendía un internado y un externado de escuela primaria, una escuela profesional, que dio los primeros obreros especializados a la Patagonia, una escuela agrícola en la periferia. En el centro de la obra salesiana la iglesia Catedral, que servía de parroquia. Al lado de la Iglesia, el Hospital y la Farmacia.
El Hospital San José había sido fundado con la audacia de los pioneros en 1889 por Mons. Cagliero y por el director de la obra salesiana Don Bernardo Vacchina, para responder a las necesidades de los pobres. Don Evasio Garrone, que había estudiado y practicado la medicina en Italia y luego se había hecho salesiano y misionero, recibió el encargo de organizar y dirigir el hospital el 15 de junio de 1889, a pocas horas de su ordenación sacerdotal22.
Hospital y Farmacia serán el campo de trabajo de Zatti.
3.4. Siempre con Don Bosco, como salesiano coadjutor.
Cuando Artémides Zatti dejó Bernal, no era todavía salesiano. No obstante la enfermedad, los Superiores le habían mandado a Viedma como aspirante, tanto por las buenas cualidades que debieron intuir en él, como por la voluntad de hacerse salesiano que manifestaba sin ninguna vacilación. Fue un acto de confianza recíproca entre la Congregación y el Siervo de Dios.
Artémides no había abandonado la orientación inicial. Siguió pensando en su vocación sacerdotal en la Congregación Salesiana, y más, cuando en un cierto momento, la salud comenzó a mejorar y él pudo emprender un trabajo continuo y serio en la farmacia del P. Garrone.
Es conmovedor constatar la adhesión firmísima a la propia vocación, manifestada incluso cuando la enfermedad parecía excluir absolutamente este camino. Leemos, por ejemplo, lo que escribe a los suyos el 7 de agosto de 1902: “Os hago saber que no era sólo deseo mío, sino también de mis Superiores, el vestir la santa sotana; pero hay un artículo de la Santa Regla que dice que no puede recibir el hábito uno que padezca la más pequeña cosa en la salud. Así que si Dios no me ha encontrado digno del hábito hasta ahora, confío en vuestras oraciones para sanar pronto y de este modo satisfacer mis deseos”23.
Pero, en un determinado momento, para no arrastrar demasiado una situación en suspenso, había que tomar una solución clara. Los Superiores, aun constatando las mejorías de la salud, no debieron de estar plenamente persuadidos de sus futuras posibilidades. La tuberculosis, en aquellos tiempos, no daba nunca seguridad de curación definitiva; el curriculum de estudios que el Siervo de Dios habría debido afrontar, a su edad (23-24 años), era todavía largo y ciertamente no conveniente para un tuberculoso. Él, por otra parte, ya había comenzado a trabajar, y, todo lo hace suponer, con éxito y con satisfacción recíproca en la Farmacia en una ocupación propia de un seglar; tal vez, el mismo P. Garrone hacía alguna presión para tenerlo consigo en su trabajo.
Los Superiores, dadas todas estas circunstancias, debieron de proponer a Zatti, que perseveraba en su propósito de consagrarse a Dios, que profesara como salesiano coadjutor: aparte de los problemas de una salud incierta –por lo que la solución parecía prudente- era la entrega total a Dios en la vida salesiana a lo que Artémides aspiraba en primer lugar. La propuesta de los Superiores y la aceptación por parte del Siervo de Dios debió de acaecer entre el 1904 y el 1906, pero no se tienen datos para precisarlo mejor.
No resulta que la decisión haya sido tomada por un juicio negativo sobre sus capacidades intelectuales; es más, fue siempre unánime el reconocimiento de las dotes de inteligencia del hermano, de su preparación cultural y de su equilibrio24.
Tampoco resulta que los Superiores desde entonces conocieran la promesa hecha por él a la Virgen por sugerencia de Don Garrone de consagrarse al bien del prójimo en caso de que sanara: parece que la cosa se hizo pública sólo cuando Zatti lo manifestó en 191525.
En efecto, aquel año, cuando, con ocasión de la inauguración de un monumento funerario sobre la tumba del P. Garrone, se publicó un número único de la revista Flores del Campo, en ella apareció el siguiente testimonio del Siervo de Dios: “Si yo estoy bueno y sano y en estado de hacer algún bien a mis prójimos enfermos, se lo debo al Padre Garrone Doctor, quien viendo que mi salud empeoraba cada día, pues estaba afectado de tuberculosis con frecuentes hemotisis, me dijo terminantemente que, si no quería concluir como tantos otros, hiciera una promesa a María Auxiliadora, de permanecer siempre a su lado, ayudándole en la cura de los enfermos y él, confiando en María, me sanaría. CREÍ, porque sabía por fama que María Auxiliadora lo ayudaba de manera visible. PROMETÍ, pues siempre fue mi deseo ser de provecho en algo a mis prójimos. Y habiendo Dios escuchado a su siervo, SANÉ. (Firmado) ARTÉMIDES ZATTI”26.
Se trata de una declaración en tono solemne, firmada y hecha pública, que es clara expresión de la fe del Siervo de Dios y de su voluntad ya decidida de dedicarse por entero y siempre a la asistencia de los enfermos.
De este modo, Artémides Zatti, consciente de su situación y –como leemos en la Positio- “propenso como era a ver la voluntad de Dios en todo lo que disponían los Superiores, aceptó hacerse salesiano seglar y vivir de este modo su firme propósito de consagrarse al Señor. La promesa hecha a la Virgen para sanar parecía ser conforme a esta solución, en cuanto que como laico habría podido más directamente y más completamente realizar “la cura de los enfermos”, cosa que probablemente no habría podido hacer como sacerdote”27. “Su actitud fundamental fue siempre hacer lo que agrada a Dios”28.
Se puede observar cómo Artémides Zatti busca en primer lugar el camino del Señor y tiene una voluntad decidida de permanecer con Don Bosco y de servirle de ayuda, según todo lo que le es posible. Él es ya de Don Bosco porque Dios ha preparado para él el encuentro con este Santo que es fascinador y, en la tierra patagónica, es incluso profeta determinante de la evangelización y de la formación de un pueblo de Dios plural y universal. Está, pues, más que maduro para un camino de santidad en la vida salesiana.
¿Sacerdote? ¿Coadjutor? Decía él mismo a un hermano: “Se puede servir a Dios sea como sacerdote, o como coadjutor: delante de Dios una cosa vale tanto como la otra, con tal que se la viva como una vocación y con amor”29.
Ninguna tristeza o reacción, pues, por un cambio en la perspectiva vocacional inicial. Al contrario, profunda gratitud por el hecho de ser salesiano y por tener claros los signos de la voluntad de Dios. Y así escribe a sus padres y a sus hermanos en enero de 1908, después de la profesión religiosa, hecha a sus veintiséis años: “Con el corazón lleno de una santa e indivisible alegría por la gracia extraordinaria que el buen Dios, más allá de todas mis esperanzas, se ha dignado concederme (pero que yo la atribuyo a vuestras oraciones y a las de los demás que rezáis por mis intenciones), me dirijo a vosotros rogándoos encarecidamente que deis gracias conmigo al buen Dios y a la Santísima Virgen comulgando y oyendo una Misa...”30.
A cada uno su don expresado en la caridad, en la misión salesiana, en la santidad: éstas eran las palabras clave y orientadoras de su vida. Y Zatti se dispuso a vivir su propio don. Y el Señor no le falló nunca.
3.5. Buen samaritano a tiempo pleno.
En Viedma, Artémides Zatti volvió a encontrar la salud y encontró su misión en el cuidado de los enfermos; de enfermo pasó a ser enfermero, y la enfermedad de los demás llegó a ser su apostolado, su misión. Se dedicó a ella a tiempo pleno y con la radicalidad del da mihi animas, ampliando constantemente su acción.
Desde esta perspectiva planteó decididamente su futuro. Desde entonces, los diversos aspectos de su original personalidad, permanente serenidad y buen humor, y sus competencias profesionales, crecerán cada vez más, bajo el impulso interior del propósito de ser fiel a la gracia de Dios y de hacerse lo más útil posible a la misión que, asumida plenamente, día tras día, irá adquiriendo nuevas dimensiones y mostrará nuevas exigencias, a las que Zatti se adapta con espíritu de servicio y de sacrificio.
El hospital y las casas de los pobres, visitados noche y día yendo en una bicicleta, considerada ahora como elemento histórico de la ciudad de Viedma, fueron el horizonte de su misión. Vivió la entrega total de sí a Dios y la consagración de todas sus fuerzas al bien del prójimo, primeramente como válido y generoso colaborador del P. Garrone, luego, a la muerte del Padre (1911) y sobre todo desde 1915, cuando se inauguró la nueva sede, como primer responsable, verdadero director y administrador de la obra. Él, de hecho, estaba en todo: aceptaba, formaba, dirigía, pagaba al personal; hacía todo género de las compras; vigilaba la manutención; asistía a los médicos en las visitas y en las intervenciones quirúrgicas; trataba con las familias; sobre todo, se preocupaba de cubrir los gastos de la gestión siempre superiores a las entradas31. Se ha hecho famosa una expresión suya: “Yo no pido a Dios que me dé dinero, sino que me indique dónde está”32.
El horario de trabajo y su consumirse en el día a día testimonian concretamente la total entrega a la misión, el sentido comunitario, el cuidado de la vida espiritual y de la competencia profesional. Sigámoslo a lo largo de una jornada33.
El Siervo de Dios se levantaba a las 4,30 o a las 4, dedicaba tiempo a la oración personal en la iglesia, luego hacía la meditación con la comunidad y participaba en la Eucaristía.
A continuación se dirigía a las salas de los enfermos. Se presentaba sonriente y decía: “Buenos días, Vivan Jesús, José y María”. Y preguntaba: “¿Respiran todos?”. Los ancianos se revolvían en sus camas y respondían: “Todos, Don Zatti”. “Deo gratias”, decía él con alegría, y comenzaba a pasar cama por cama para ver de qué tenía necesidad cada uno. Y también para cerciorarse de si alguno “no respiraba”, porque entonces se lo cargaba sobre los hombros y lo llevaba a la cámara mortuoria.
Después de esta visita, iba a desayunar, luego pasaba por cada uno de los enfermos para satisfacer sus demandas. Terminados estos deberes, se montaba en la bicicleta y salía, con la cabeza descubierta y con la blusa blanca, para poner inyecciones a los muchos enfermos dispersos en el pueblo. Cuando aparecieron los antibióticos, se multiplicó el trabajo, porque con frecuencia había que ir por las inyecciones cada dos horas y aún de noche. “Raras veces –dice el ayudante- dormía toda la noche”. Y viajaba siempre en bicicleta o en autobús, si se ofrecía la ocasión, nunca en automóvil.
A las 12 –no se sabe cómo hacía para ser siempre puntual- él estaba preparado para rezar las oraciones antes de la comida con la comunidad. Rezaba con fe, con los ojos cerrados, apretando labios y manos para concentrar su atención. Casi siempre tocaba él la campana para llamar a los hermanos; y sonaba –dicen- con devoción: ¡era la voz de Dios!
Después de la comida, muchas veces jugaba a las bochas con los convalecientes y lo hacía con entusiasmo. De las 14 a las 16, más o menos, de nuevo en la bicicleta. No dejaba nunca la merienda, después de la cual salía todavía a la ciudad, o visitaba las salas, hacía las cuentas, arreglaba lo estropeado.
A las 18, lectura espiritual y servicio en la bendición eucarística, cuando la había. Después de la cena de los enfermos, pasaba de nuevo sala por sala para hacer rezar y daba las “Buenas Noches” salesianas, es decir, dejaba un buen pensamiento sobre la vida de un Santo, de Don Bosco, sobre la liturgia. Pocas palabras, pero sustanciosas. Luego, todavía trabajo, y buenas noches a las enfermeras, a las que dejaba recuerdos y daba enseñanzas especiales y orientaciones prácticas para su trabajo.
A las 20, cena con la comunidad, todavía otra visita a las salas y, finalmente, a su habitación para lecturas o trabajos personales. Durante la noche, y era cosa habitual, se levantaba rápidamente, una o más veces, para atender las llamadas de los enfermos.
Su vida se desarrollaba en un ambiente donde las dificultades surgían diariamente y se repetían constantemente, pero donde encontraba también comprensión y simpatía. La madurez que ya había alcanzado y la ayuda de una fervorosa vida comunitaria debían favorecer su ansia y su firme voluntad de santificación. El Siervo de Dios no malgastó nada de cuanto Dios ofrecía a su alma y se sirvió de todo y en todo precisamente para ejercitar el heroísmo de las virtudes34.
Fueron cuarenta largos y laboriosos años en los que la figura del Siervo de Dios creció continuamente en la generosidad del servicio y en la búsqueda de profesionalidad. Artémides Zatti no fue un obrero aproximativo: fue un auténtico director de hospital, dotado de una ciencia práctica sólida, que los médicos no pudieron dejar de reconocer. La “Secretaría de la Salud Pública” le había dado la matrícula oficial de enfermero (número 7253), mientras él mismo, empeñándose en el estudio, obtuvo de la Universidad de La Plata el título de idoneidad y capacitación para la farmacia, título indispensable para abrir y gestionar la farmacia del Hospital35. El conjunto de los testimonios de los médicos, dados por cada uno de ellos, es una prueba admirable de la entrega, de la competencia, de la fe y de la consideración respetuosa de Zatti hacia ellos.
No faltaron, durante los cuarenta años transcurridos en Viedma, momentos extraordinarios que atestiguan de diversas maneras la sólida virtud y el espíritu salesiano de Zatti. Podríamos recordar la serenidad con que afrontó los pocos días transcurridos en la cárcel a causa de la fuga del hospital de un preso que había sido acogido por orden del director de la cárcel (1915); la prudencia y la paciencia manifestada en ocasión de la demolición no concertada del hospital y del traslado a una nueva sede no preparada (1941); la íntima alegría salesiana vivida en 1934 durante los tres meses que pasó en Italia para asistir a la canonización de Don Bosco.
3.6. Hacia el encuentro con Dios largamente preparado: reconocimiento popular al “pariente de todos los pobres”.
Después de haber sanado de la tuberculosis en los primeros años del siglo, Artémides Zatti gozó siempre de una salud óptima, que le permitió afrontar continuos y pesados trabajos y graves sacrificios. Efectivamente, sólo el celo ardiente por el bien del prójimo explica las fatigas que afrontó con desenvoltura y serenidad hasta el final de la vida casi sin tomarse nunca ningún descanso.
Pero el Señor lo llamaba a asociarse nuevamente a su pasión y a compartir el sufrimiento con los que él mismo atendía. Era julio de 1950, cuando, al cuidarse de las consecuencias de la caída de una escalera, mientras hacía algunas reparaciones, le fue diagnosticada una insuficiencia hepática y sucesivamente un tumor al hígado.
Acogió y vivió conscientemente la evolución del mal (¡él mismo preparó para el médico el certificado de su propia muerte!), mantuvo su alegre serenidad, aun en medio de graves sufrimientos, consumió todas las fuerzas que le quedaban en el trabajo y en la comunidad, transcurrió los últimos meses en la espera del encuentro con el Señor. Repetía: “Hace cincuenta años vine acá para morir y he llegado hasta este momento: ¿qué más puede desear ahora? Por otra parte, he pasado toda mi vida preparándome a este momento...”36.
Y el momento del encuentro con el Señor llegó el 15 de marzo de 1951.
El día de su funeral se puede decir que ningún habitante de Viedma se quedó en casa: los adultos tomaron parte en él por admiración y gratitud, los niños para aprender un trozo de “historia” importante de su ciudad.
Toda Viedma saludó al “pariente de todos los pobres”, como le llamaban desde hacía tiempo; aquel que siempre estaba disponible para acoger a los enfermos especiales y a la gente que llegaba de los campos lejanos; aquel que podía entrar en la más dudosa de las casas a cualquier hora del día o de la noche, sin que nadie pudiera insinuar la más mínima sospecha sobre él; aquel que, aun estando siempre en números rojos, había mantenido una relación singular con las instituciones financieras de la ciudad, siempre abiertas a la amistad y a la colaboración generosa con los que componían el cuerpo médico de la pequeña ciudad.
Se podría continuar. La biografía que acompaña los testimonios de la Positio es muy rica, abundante en episodios, matices y valoraciones. Nosotros que le hemos conocido y recordamos aún gestos y palabras, damos testimonio de la verdad de los hechos. Las anécdotas sucedidas y transmitidas por la población son incontables y no tienen ya confines reales. Nada de extraño que antes del proceso fuese común en la gente la opinión de que nos encontrábamos ante un gigante de la caridad, engrandecido todavía más por la acusación genérica y malévola de haber ejercido ilegalmente la medicina, de la que fue justificado por el pueblo mismo.
Y como para prolongar la presencia en la vida de la ciudad, se dio su nombre a una de las calles principales y al moderno Hospital y en su honor se erigió un monumento conmemorativo.
El salesiano coadjutor Artémides Zatti fue verdaderamente un “buen samaritano” con el estilo de Don Bosco, “signo y portador del amor de Dios”, de su compasión, de su presencia que sana, consuela y abre horizontes de fe y de esperanza a los enfermos, a los jóvenes: él amó a todos, y supo hacerse amar por todos, como quería Don Bosco.
4. EL MENSAJE DE ARTÉMIDES ZATTI: PERSPECTIVAS PARA EL HOY
4.1. Testimonio original de santidad salesiana.
Las rápidas pinceladas sobre la biografía de Zatti nos han introducido en el corazón de su historia espiritual. Contemplando la fisonomía que ha asumido en él la vocación salesiana, marcada por la acción del Espíritu y ahora propuesta por la Iglesia, descubrimos algunos rasgos de la típica santidad a la que estamos llamados. De ella hemos ya percibido algunas expresiones características: el sentido profundo de Dios y la disponibilidad total y serena a su voluntad, la atracción por Don Bosco y la cordial pertenencia a la comunidad salesiana, la presencia animadora y estimulante, el espíritu de familia, la vida espiritual y de oración cultivadas personalmente y compartidas con la comunidad. No puede escaparse al observador atento la total consagración a la misión salesiana vivida en la acogida de los pobres de todas las clases, en la entrega a los necesitados y en la atención médica a los enfermos contagiosos o repelentes, en dar espacio a los marginados de la sociedad, en el cuidado pastoral para llevar a los enfermos, y a los moribundos, a Dios. ¡Se trata de una presencia en lo social, toda animada por la caridad de Cristo que lo impulsaba interiormente!
No han faltado gestos que nos hablan de lo heroico e insólito, como el de ceder la propia cama al último llegado.
Aunque han pasado cincuenta años de su muerte y ha sido profunda la evolución de la Vida Consagrada, de la experiencia salesiana, de la vocación y de la formación del Salesiano Coadjutor, el camino salesiano de la santidad trazado por Artémides Zatti es un signo y un mensaje que abre perspectivas para el hoy a todos nosotros, llamados a vivir en la consagración apostólica el carisma de Don Bosco. Se cumple de esta forma la afirmación de nuestras Constituciones: “Los hermanos que han vivido o viven con plenitud el proyecto evangélico de las Constituciones nos estimulan y ayudan en el camino de santificación”37. La beatificación de este nuestro hermano nos indica concretamente “el alto grado de vida cristiana ordinaria” a la cual nos estimula Juan Pablo II en la Carta Apostólica Novo Millennio Ineaunte38.
Su testimonio se dirige a cadaz uno de los salesianos, a cada comunidad local e inspectorial, y nos habla de la vocación como de una experiencia de vida en Dios según las características del carisma, del que el Espíritu nos ha hecho don. Este es el camino que hay que recorrer: ¡Si se pierde este surco, todo lo demás resulta descompaginado!
4.1.1. El imán de Don Bosco.
Es siempre interesante tratar de individuar en el plano misterioso, que el Señor tejió para cada uno de nosotros, el hilo conductor de toda la existencia. Si yo debiera expresar con una fórmula sintética el secreto que inspiró y guió todos los pasos de la vida de Artémides Zatti, consideraría exhaustivas estas palabras: el seguimiento de Jesús, con Don Bosco y como Don Bosco, en todas partes y siempre.
En esta formulación está el imán que lo atrajo de forma permanente y lo guió al seguimiento de Jesús: ¡Don Bosco! Ahí está la entrega absoluta –en todas partes y siempre- sin preocuparse de lugares, funciones y mansiones. Ahí está la línea educativa de toda la acción, como Don Bosco.
Nos detenemos a considerar estos elementos.
4.1.2. La entrega absoluta a la misión.
La misión da a toda nuestra existencia su tonalidad concreta...”, dicen las Constituciones39. Artémides Zatti vivió la misión salesiana en el campo que se le había confiado, encarnando la caridad pastoral educativa como buen samaritano, con el estilo de Don Bosco.
Su fe le llevó a ver a Jesús en el enfermo, incluso en el peligroso, deforme y repelente. Hay una serie de anécdotas que le muestran mientras carga y lleva junto a sí a enfermos, de los que otros se alejan porque son contagiosos, deformes, repugnantes, difíciles de tratar. Ya esto deja entrever con qué visión procedía. Pero más aún nos edifican expresiones como éstas, repetidas a las Hijas de María Auxiliadora, que fueron en todo momento colaboradoras delicadas, siempre dispuestas y caritativas del Hospital, en el que una sección estaba reservada a las mujeres: “Hermana, por favor, un vestido y una cama para un Jesús de 14 (o de 75) años”.
En sus largos años de cercanía a enfermos graves, próximos a la muerte, no logró nunca habituarse: el sufrimiento y la muerte, especialmente de los jóvenes, siempre lo conmovieron, suscitando en él profunda compasión, aunque sin hacerle perder nunca la serenidad de ánimo. Tenía una especial capacidad de tratar a los jóvenes enfermos y de ayudarlos a cerrar los ojos en el Señor con sentido de confianza, alegría y serenidad. Me es grato, entre tantos casos, recordar esta anécdota conmovedora escuchada a un testigo. A un muchachito al que le ha llegado el momento supremo, Zatti, puesto a su lado como padre y hermano, le dice: “Vamos hacia nuestro Padre: cierra los ojos, pon las manos juntas. Ahora digamos: Padre nuestro”. Durante la oración el alma del joven vuela al cielo. De este modo acompañaba hacia el encuentro con el Señor.
Esto es ciertamente don de Dios, pero también fruto de una continua unión con Él y de una caridad que se ha hecho hábito de vida, capaz de volcarse sobre los que servimos, y en los que descubrimos el amor del Padre y el rostro de su Hijo. Es la entrega propia de una vida totalmente consagrada al Señor y al servicio de los hermanos, que es como el motor de nuestra misión: Don Bosco la condensaba en el da mihi animas, cetera tolle.
Artémides Zatti nos recuerda, con sentido de lo concreto, el sentido profundo de nuestra misión, totalmente centrada en el amor de Dios: amor que nos mueve interiormente y que nosotros queremos volcar sobre aquellos a los que hemos sido enviados.
4.1.3. Enfermero educador.
Artémides Zatti no fue simplemente un enfermero, sino un educador de la fe de toda persona, en el momento de la prueba y de la enfermedad. En el Hospital creó un ambiente de familia que –como ya he recordado- tenía su momento matinal al despertarse, respondiendo a coro a una pregunta que ya era un rito: “¿Respiran todos?”, a la que seguía la asistencia personal a los necesitados y la acción de gracias al Señor. Momento de familia era también, después de la comida, el juego de bochas y su salesianísimo momento vespertino en las “Buenas Noches” de todos los días. A todo esto se añadían los encuentros personales de Zatti, con las Hijas de María Auxiliadora y con los otros colaboradores.
Se ha dicho que su principal medicina era él mismo: su actitud, sus bromas, su alegría, su afecto. Numerosas personas lo han testificado. Se trataba no sólo de suministrar sustancias químicas para detener la enfermedad, sino de ayudar a los vecinos y a los presentes a prestar ayuda, a ver en la propia situación un signo de la voluntad de Dios, sobre todo cuando la muerte estaba cerca.
En verdad Zatti había hecho de la misión por los enfermos su propio espacio educativo, donde vivía diariamente los criterios del Sistema Preventivo de Don Bosco –razón, religión, cariño- en la cercanía y asistencia amorosa a los necesitados, en la ayuda prestada a comprender y aceptar las situaciones de sufrimiento, en el testimonio vivo de la presencia del Señor y de su amor indefectible. Por esto podemos hablar de línea educativa de la santidad de este nuestro hermano enfermero.
Permítaseme una palabra sobre el cuidado de la salud como área de nuestra misión. Es significativo el hecho de que los dos coadjutores en camino hacia los altares, Artémides Zatti y Simón Srugi, hayan trabajado precisamente en esta área; a ellos hay que añadir también a Don Luis Variara. Considerando el puesto que la atención a los enfermos tiene en la predicación de Jesús, como también el papel que el problema de la salud tiene en nuestras misiones y, en general, en la vida de las personas y de nuestras comunidades, podemos inspirarnos en Artémides Zatti para encontrar espacios de caridad fraterna todavía inexplorados, donde nuestra disponibilidad puede llegar a ser signo del amor de Dios, respondiendo a la urgencia de las personas, particularmente de los jóvenes.
Quiero atraer la atención sobre esta posibilidad de conjunción entre salud y educación, más allá de cualquier profesionalismo formal. A veces, encontramos las dos necesidades juntas en nuestros alumnos. Personalmente, he tenido la oportunidad y la fortuna de acompañar dos Capítulos Generales de una Congregación femenina, que había expresado en un primer momento un carisma educativo a través de instituciones específicas; y, sucesivamente, precisamente en contacto con la enfermedad también juvenil, asumió valientemente esta responsabilidad. La discusión fue clarificadora: se afirmó que también era misión de la religiosa educar en, la y para la enfermedad. Las mediaciones médicas se podían delegar.
De hecho, en nuestras amplias comunidades educativas hemos tenido que preocuparnos siempre de los diversísimos aspectos que se refieren a la integralidad de los jóvenes: instrucción y cultura, movimiento, juego y socialidad, catequesis, salud física y psíquica, en forma directa e indirecta, protección del ambiente, etc. De aquí se deriva la apertura a una multiplicidad de intervenciones realizadas con calidad educativa y constancia.
4.1.4. El “trabajo santificado”: síntesis entre espiritualidad y profesionalidad.
Una atenta consideración de la vida del Venerable Artémides Zatti lleva a reconocer, en los contenidos y en las modalidades de su servicio, la intuición de la dignidad propia de los valores de toda creatura y de las acciones cotidianas, que son el horizonte normal de la vida y del mundo laical.
Es la contraprueba, vivida durante toda la vida, de que hay una apertura de todo lo humano a la acogida de todo lo que es cristiano, y que se expresa tanto en las virtudes teologales como en las grandes dimensiones bautismales, que el Concilio ha vuelto a proponer con fuerza.
También la vida del Siervo de Dios estaba –como nuestra vida- completamente tejida de las minucias cotidianas, que son propias de un servicio, como el de enfermero, que podría fácilmente caer en la rutina. Pero todo estaba penetrado por un permanente flujo de caridad, que empapaba todo, transfigurándolo, hasta hacerse energía de unificación vital y de tácita evangelización. También su esfuerzo continuo por hacerse menos incompetente ante sus funciones –a través de procesos de información y de formación permanente- debe ser comprendido como un rebrotar de la flor de la caridad, por la que el salesiano procura hacer bien todas las cosas, con sencillez y mesura40.
Esto, si por una parte nace del reconocimiento de la legítima autonomía de las leyes y de las realidades terrestres, por otra expresa la convicción de que “el bien debe hacerse bien” y que los miembros de Cristo –trátese de enfermos, o de pobres, o de jóvenes en dificultad- deben ser abrazados con una caridad iluminada por una inteligencia industriosa y creativa.
Resulta, con singular evidencia, de la historia del Venerable Artémides Zatti, la pretensión apasionada de una síntesis, cada vez más madura, entre búsqueda de auténtica profesionalidad y crecimiento en autenticidad espiritual.
La búsqueda de profesionalidad –que hoy se presenta como una exigencia ineludible de nuestras sociedades, especialmente de las más desarrolladas- representa un desafío para la vida religiosa. En efecto, la profesionalidad podría correr el peligro de nivelarse bajo el aspecto secular, haciendo de éste la fuente de la propia identidad, y ocultando –o dejando, de todos modos, caer hasta un segundo plano- la identidad de la vida religiosa, que está fundada en motivaciones sobrenaturales.
A tal desafío es necesario responder con una particular “gracia de unidad”, que transforme la profesionalidad en recurso de la vida consagrada; es más, si así se puede decir, en una cualificación ulterior. En la raíz de tal unidad no es difícil descubrir una caridad industriosa, la confianza serena en los progresos de la ciencia y de la técnica, la necesidad de dialogar de tú a tú con nuestros interlocutores, para dar vigor a nuestra misma vocación y a su mensaje, para que se convierta en energía evangelizadora y presencia cualificada de Iglesia.
El Siervo de Dios había aprendido bien y vivido bien lo que el Beato Felipe Rinaldi llamó “trabajo santificado”, pidiendo una oportuna indulgencia al Santo Padre41, y viendo en él un rasgo esencial de la espiritualidad salesiana42. En el concepto de “trabajo” está incluida toda la seriedad profesional de que somos capaces. Y en lo de “santificado”, el fermento vivo constituido por la caridad, por el ofrecimiento, por el espíritu de sacrificio.
Esa cualidad de nuestro trabajo es fruto de una vida salesiana siempre atenta a evitar el peligro de una profesionalidad autocéntrica (toda lanzada a promover nuestra propia imagen), puramente competitiva o exclusivamente técnica, para alcanzar la meta de una profesionalidad oblativa, “caritativa”, integralmente educativa.
El salesiano, en virtud de su experiencia, estará entonces capacitado para educar a sus destinatarios –antes implícitamente y luego explícitamente- para una nueva profesionalidad, inspirada en el Evangelkio, capaz de renovar la calidad de la vida. Éste es el resultado armónico de una específica competencia técnica y cultural, de una articulada capacidad relacional y solidaria y de profundas motivaciones éticas y espirituales. Y así estará en condiciones de redimir y de significar el trabajo del hombre –que es parte sustancial de su vida- y, al mismo tiempo, de sostener y estimular la civilización del amor.
4.1.5. Reflejo de Dios con radicalidad evangélica.
Lo que daba espesor a todo esto – entrega a la misión y capacidad profesional y educativa- y que llamaba la atención inmediatamente de aquellos con quienes se encontraba era la figura interior de Artémides Zatti, la de discípulo del Señor, que vivía en todo momento su consagración, en la continua unión con Dios y en la fraternidad evangélica.
Tanto el juicio de médicos que vivieron a su lado durante mucho tiempo, en momentos profesionalmente delicados como las largas operaciones; de las valoraciones de colaboradores y cooperadores, de las palabras de administradores públicos, como del testimonio de los hermanos, surge una figura completa, con aquel equilibrio salesiano por el que las diversas dimensiones logran su unidad en una personalidad armónica unificada y serena, abierta al misterio de Dios vivido en lo cotidiano.
Es admirable que, con las tareas exigentes que desempeñaba, Artémides Zatti no perdiera nunca el sentido comunitario, sino que siempre participó y gozó en la oración diaria, en los momentos de fraternidad en la mesa y en las ocasiones de alegría común de familia, que en él se manifestaba en forma del todo especial. La comunidad salesiana fue para él el lugar de experiencia de Dios y de hermandad evangélica.
Podemos recoger algunos testimonios tomados del Sumario para la declaración de la heroicidad de las virtudes.
Respecto de la intensidad con la que el Siervo de Dios vivía su fe, con una continua unión con Dios, se expresa así Mons. M. Pérez:: “La impresión que yo recibí fue de un hombre unido al Señor. La oración era como la respiración de su alma; todo su porte demostraba que vivía plenamente el primer mandamiento de Dios: lo amaba con todo el corazón, con toda la mente y con toda su alma”43.
Lo mismo confirma P. F. López: “Era evidente que el Siervo de Dios practicaba una oración continua: en la bicicleta pedaleaba y rezaba; cuando atendía a los enfermos con naturalidad profería expresiones de fe y pronunciaba palabras que elevaban el espíritu, también con los religiosos”44.
Por lo que se refiere, en general, a su vida religiosa y comunitaria, en la Positio se afirma que el santo enfermero era ante todo un religioso, miembro de una comunidad. El servicio que él hacía a los enfermos no se convirtió nunca en una coartada para sustraerse a sus deberes de vida comunitaria o motivo de distracción de su gran familiaridad con Dios.
P. F. Prieto ha dejado este testimonio: “En el cumplimiento de los actos de comunidad era ejemplar. Quiero decir que nunca se sirvió de las libertades que tenía en su cargo para eximirse de ningún acto comunitario”45. Y el testigo continúa: “El Siervo de Dios fue un religioso observante, ejemplar. Puntual, indefectible, nunca le oí decir: - No he estado porque... Su presencia era de gran fraternidad...”46.
Escuchemos todavía a P. F. López, que fue su director, respecto de la práctica de la pobreza evangélica: “Ejercitó ejemplarmente y mucho más allá de la pura obligación la pobreza de un coadjutor salesiano. Demostró en grado perfecto que estaba libre de los honores terrenos y de los deseos de codicia. Mientras duró su autonomía administrativa, nadie vio nunca ni supo, ni a mí me llegó noticia alguna, de que hubiese adquirido algo para su propio provecho y en vista de lujo o satisfacción personal... El Siervo de Dios amaba la pobreza. Diríamos que se había desposado con la pobreza. Él personalmente sobresalía como pobre”47.
Respecto de la obediencia, P. L. Savioli atestigua: “Con los Superiores practicaba, como me consta, una reverencia y obediencia filial. Recuerdo que se aconsejaba con P. Pedemonte y tengo la impresión general de que así hizo con los demás Superiores. Me consta que estaba adornado con una obediencia simple, pronta y alegre”48.
Todo esto nos hace ver la ejemplaridad del testimonio evangélico de este nuestro hermano, que bien podemos definir un “reflejo de Dios”.
4.2. Como Salesiano coadjutor.
Quiero detenerme ahora, particularmente, en el carácter específico de la vocación de Artémides Zatti, la de salesiano coadjutor, que marcó toda su acción y el camino de su santidad.
Si es verdad –como se ha afirmado con autoridad- que el carisma salesiano no sería el que debe ser sin la figura del coadjutor, es fácil comprender la importancia que reviste el hecho de que la Iglesia eleve al honor de los altares a un representante de un componente tan original e indispensable de nuestra identidad.
Por esto es justo que toda la Familia Salesiana festeje este acontecimiento con particular entusiasmo y tome motivo para relanzar la figura del coadjutor tal como maduró al lado de Don Bosco, compartiendo el Da mihi animas, al calor de su caridad pastoral y educativa, en la búsqueda continua de la santidad: por lo tanto, no como fuerza complementaria de trabajo, sino como experiencia de Dios, vivida en la comunidad y en el servicio de los jóvenes.
4.2.1. La figura del coadjutor en la comunidad salesiana.
En la experiencia de Artémides Zatti, salesiano coadjutor, brillan características eminentes de esta vocación específica y se nos ofrece una gracia particular para acogerla, vivirla y proponerla en nuestras comunidades y en la acción formativa.
El camino vivido por Artémides Zatti en la vocación salesiana debe ser atentamente meditado, porque es típico del momento inicial al que hay que volver siempre.
Ya hemos dicho cómo se formó el primer núcleo de coadjutores, alrededor de Don Bosco y al servicio de su misión educativa y apostólica: algunos provenían de las mismas filas de los muchachos del Oratorio, otros con una laicidad ya madura, orientada a la caridad, que en las comunidades de Don Bosco encontraban el espacio donde darle cauce y hacerla crecer por el bien de los jóvenes con tantas aportaciones de acuerdo con la competencia ya inicialmente adquirida. En torno a Don Bosco crecían en el plano humano, profesional y religioso y constituían verdaderos tesoros, no tanto por el papel que desarrollaban, cuanto por la calidad educativa que expresaban.
De este modo, en el ambiente del Oratorio de Don Bosco, y en las primeras comunidades salesianas, se forjó la figura del salesiano coadjutor, con aquellos rasgos característicos que permanecen en la Congregación, como expresión genuina del carisma, aun con los cambios y adaptaciones acaecidos.
Las Constituciones, en el artículo 45, al presentar de modo esencial algunos de tales rasgos, colocan al salesiano coadjutor dentro de la única vocación y misión salesiana, en la que él da su propia aportación específica de consagrado laico, “testigo del Reino de Dios en el mundo, cercano a los jóvenes y a las realidades del trabajo”49, mientras que el salesiano presbítero “aporta al trabajo común de promoción y de educación en la fe lo específico de su ministerio”50.
La figura del salesiano coadjutor debe verse en el contexto de la comunidad consagrada salesiana, dotada de dones múltiples. A este propósito no me parece fuera de lugar recordar cuanto escribía hace tres años en la carta sobre nuestra consagración apostólica: “El Padre nos consagra y nos envía51, que considero de fundamental importancia, bajo el título: Los múltiples dones de nuestra comunidad consagrada.
“La comunidad salesiana –decía- se enriquece con la presencia significativa y complementaria del salesiano presbítero y del salesiano coadjutor52. Juntos configuran una plenitud insólita de energías para el testimonio y la misión educativa.
Podemos preguntarnos qué ponen en evidencia las figuras del salesiano coadjutor y del salesiano presbítero en la experiencia y en el testimonio de la consagración apostólica; qué acentúa la “laicidad” en la “consagración” y qué da la “consagración” a la “laicidad”, plasmadas ambas y como fundidas por el espíritu salesiano. Igualmente podemos preguntarnos qué acentúa el ministerio presbiteral en la consagración salesiana y qué aporta ésta al ministerio.
El valor original no está en la adición extrínseca de cualidades o de categorías de socios, sino en la fisonomía que toma la comunidad salesiana.
El salesiano coadjutor “une en sí los dones de la consagración y de la laicidad”53. Vive la laicidad no en las condiciones seculares, sino en las de la vida consagrada; vive como religioso salesiano su vocación de laico y vive como laico su vocación comunitaria de religioso salesiano54.
“A los hermanos consagrados –afirma el CG24- les recuerda los valores de la creación y de las realidades seculares; a los seglares les hace presentes los valores de la entrega total a Dios por el Reino, y ofrece a todos una sensibilidad particular por el mundo del trabajo, la atención a la zona y las exigencias de la competencia profesional, por donde pasa su acción educativa y pastoral”55.
En él, profesionalidad técnica, campos de trabajo seculares, formas prácticas de intervención muestran su orientación sustancial hacia el bien último del hombre, especialmente de los jóvenes, y hacia el Reino. “Todo está abierto para él, aún aquellas cosas que los sacerdotes no pueden hacer”; pero todo queda colocado bajo la luz del amor radical a Cristo, polarizado hacia la evangelización y la salvación eterna de los muchachos. (...).
Sobre todo en ciertos contextos y frente a un cierto modo de percibir y concebir al sacerdote, como figura sagrada o cultual, el estilo de consagración del salesiano coadjutor proclama concretamente la presencia y comunicación de Dios en lo cotidiano, la importancia de hacerse discípulos antes de ser maestros, el deber de testimoniar una experiencia personal de fe, más allá fe los compromisos funcionales o de ministerio. (...).
En la comunidad salesiana, clérigos y laicos construyen y testimonian una fraternidad ejemplar por la eliminación de las distancias basadas en funciones y ministerios, por la capacidad de poner juntos dones diversos en un proyecto único. La mutua relación es fuente de recíproco enriquecimiento y estímulo para una experiencia armónica, donde el sacerdocio no eclipsa la identidad religiosa y la característica laical no oculta la radicalidad de la consagración”56.
Hay que decir que la presencia del religioso laico en las Órdenes y en las Congregaciones es un hecho común, pero su figura aparece diversificada en relación al origen, a la evolución, a las finalidades y a la colocación en la comunidad. Una cosa es haber nacido como hermanos y ser espiritualmente “hermanos entre hermanos”, y otra es haber sentido la llamada a colaborar en una comunidad “pastoral”, que pone en el vértice de la formación de jóvenes o fieles la relación sacramental con la Trinidad. Ciertamente, no es sólo nuestra Congregación la que considera a los hermanos laicos componente esencial para la propia identidad y misión. Estudios recientes –incluso en la Comisión instituida por la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada, con el encargo de profundizar el tema de la “forma de los Institutos”- han indicado que en cada Instituto la figura y la colocación del hermano consagrado debe ser definida de acuerdo con el propio carisma, dando a las consideraciones sociológicas y teológicas el justo peso, pero sin aislarlas del carisma y de la misión propia.
Para nosotros hubo, a este respecto, una reflexión propuesta con toda autoridad por el CG2157, tratada luego por Don Egidio Viganó58, y recogida luego en las Constituciones59. En ella se evidencia cómo la dimensión laical atraviesa nuestra vida y nuestra Familia, hasta marcar profundamente su fisonomía: nosotros somos educadores, colocados en tantos campos de actividad secular, donde gestión, administración y orientación pastoral se funden. Hay en nuestra misión compromisos en la vertiente laical, que asumen el humanismo y recorren los caminos del desarrollo humano como el trabajo, la instrucción, el deporte. En el ámbito de la Familia Salesiana y en nuestras obras trabajamos con elementos laicos de notable espesor (cooperadores, antiguos alumnos, colaboradores). Por esto, la comunidad religiosa, y más aún la comunidad educativa, muestra el rostro de la Iglesia, pueblo de Dios inserto en la historia de la humanidad.
Y, sin embargo, el punto de atracción o vértice de nuestra acción está claro: poner a los jóvenes en relación sacramental con Dios, revelarles y hacerles vivir su condición de hijos de Dios. En nuestras comunidades la dimensión laical se funde de manera original con la dimensión pastoral y con el ministerio sacerdotal, al que se reconoce la misión singular de representar y reavivar el fundamento de la comunidad, que es Jesucristo. Don Bosco ha querido que los superiores pusieran los dones o ministerios sacerdotales al servicio de la comunidad, con el ejercicio de la Palabra, el ministerio de la santificación, la orientación de todos hacia el vértice de la comunión sacramental con Dios. Por esto, según las Constituciones60, Directores, Inspectores, Rector Mayor deben ser “sacerdotes” de las respectivas comunidades y no sólo orientadores y coordinadores de la acción.
Las consecuencias no son pequeñas, ni para el modo de ejercer la autoridad, ni para la vida espiritual de las comunidades. Éstas no son simplemente grupos que coordinar técnicamente o de gestionar, sino comunidades que santificar del mismo modo que hizo Jesús con sus discípulos, uniéndolos al Padre, vitalmente, con todos los medios.
Pero, en este contexto, el hermano coadjutor no tiene menos posibilidades de contribuir a la santificación de sus hermanos y de los jóvenes, de asumir responsabilidades importantes en las mediaciones educativas, o de recorrer con madurez los caminos de la espiritualidad salesiana.
No faltan a los coadjutores espacios de responsabilidad plena y madura, capaces de incidir en la vida comunitaria y en la misión apostólica. Son las vastas mediaciones educativas y laicales, extremamente amplias y necesarias para la plenitud pastoral. La vocación del coadjutor está abierta a la caridad en diversísimas formas. Y éstas son las expresiones de su vocación consagrada.
Lo demuestra la pluralidad de realizaciones de la vocación del salesiano coadjutor en el ámbito de la comunidad salesiana. “Las posibilidades concretas de vivir en la Congregación la laicidad consagrada son muchas y muy variadas”61, como lo confirma la vida de Artémides Zatti y de tantos otros hermanos. La característica laical de la misión salesiana, la atención a los jóvenes pobres y a las situaciones urgentes, la sensibilidad y la competencia en el mundo del trabajo, la inserción en el contexto social y popular, los frentes de compromiso que se abren en la dimensión misionera, en la realidad popular y en la comunicación social, y encuentran una especial sintonía con la vocación del salesiano coadjutor, se expresan en los perfiles tradicionalmente conocidos y se abren a formas y figuras nuevas, como la experiencia actual está poniendo de manifiesto.
La historia salesiana nos enseña que muchas veces el hermano coadjutor ha dado fuerza y eficacia a la misión juvenil y popular de la comunidad con una aportación singular, también como punta avanzada en las fronteras de la misión. Basta pensar en la relación original que se da entre entrega a los jóvenes pobres, escuelas de artes y oficios y evangelización de los pueblos, y salesiano coadjutor.
Se trata de una aportación múltiple, pero no indefinida. La indefinición lleva al genericismo; la pluralidad en la complementariedad enriquece la comunidad y la misión. No hay que pensar que funciones humildes, consideradas a veces humanamente poco importantes, carecen de importancia. Ya he recordado la expresión de Don Bosco: “Un buen portero es un tesoro para una casa de educación”. Es la expresión de uno que sabe bien que se educa con el conjunto; y yo mismo podría contar la historia de algún portero-tesoro, trasladado a las más lejanas “pampas” de la Patagonia.
4.2.2. Algunos aspectos particulares que resaltar.
Como ya he apuntado, hablando del salesiano coadjutor no me he propuesto hacer un estudio exhaustivo de los diversos aspectos que se refieren a su vocación y misión. Tomando la inspiración de la figura y de la experiencia de santidad de Artémides Zatti, he considerado algunos elementos que tocan la identidad del salesiano coadjutor, su peculiar aportación a la misión y su colocación en la comunidad62. Otros aspectos podrán ser ulteriormente profundizados. Hago ahora una alusión a algunos aspectos particulares.
4.2.2.1. La forma institucional de los Institutos.
Cuanto decía en el párrafo anterior sobre la presencia de los hermanos laicos en numerosas Órdenes y Congregaciones, tiene relación directa con la forma institucional de los Institutos. Sabemos que ésta es hoy objeto de discernimiento en el ámbito eclesial. Con ocasión del Sínodo sobre la Vida Consagrada, en efecto, se volvió a proponer la reflexión sobre la relación entre los diversos carismas, las figuras de los socios y las diversas formas institucionales de los Institutos (Institutos clericales e Institutos laicales). En la Exhortación Vita Consecrata el Papa hizo referencia a una Comisión ad hoc, instituida dentro de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, con el fin de profundizar en este contexto el tema de los Institutos llamados “mixtos”63.
Precisamente refiriéndose a esta indicación y en relación con el trabajo de dicha Comisión, el CG24 estableció la siguiente orientación actualizada sobre la “forma” de nuestra Sociedad: “A la luz de la exhortación apostólica Vita Consecrata y de los actuales estudios jurídicos sobre la ‘forma’ de los Institutos religiosos, el CG24 cree que es importante hacer un estudio sobre la posible forma ‘mixta’ de nuestra Sociedad y una nueva profundización para ver si las novedades que comporte dicha reforma responden a nuestro carisma y al proyecto originario del Fundador”64.
Sabemos que dicha Comisión no ha llevado aún a término su propio estudio y, por lo mismo, no disponemos todavía de orientaciones autorizadas y definidas. Sin embargo, se sabe, en todo caso, que prevalece el criterio de la fidelidad carismática en cada Instituto.
Sigue siendo válida la solicitud del CG24, que deberá ser tenida en consideración cuando se conozcan los resultados de los estudios realizados por la Comisión, que podrán iluminar nuestra reflexión, teniendo en cuenta también cuanto ya fue afirmado sobre los aspectos de nuestro carisma en precedentes Capítulos.
4.2.2.2. El salesiano coadjutor y los colaboradores laicos65.
Un tema sobre el que, en el contexto del CG24, he sido interrogado se refiere a preguntas de este tipo: ¿Cómo se coloca el salesiano coadjutor en el nuevo modelo operativo compuesto de salesianos y seglares? Si el sujeto de la misión, el núcleo operativo está compuesto de salesianos y laicos, ¿cuál es la aportación específica o la significatividad del salesiano coadjutor? La presencia de tantos laicos, que comparten el espíritu y la misión de Don Bosco, ¿hace tal vez menos significativa la presencia del salesiano coadjutor como expresión de la dimensión laical de la vocación y misión salesiana?
Digamos en seguida que si se pone entre paréntesis la consagración religiosa para razonar en términos de acciones y de roles funcionales, esto no sólo confunde los planos, sino que también altera las dimensiones. Con razón, en los últimos tiempos la misma Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica subrayaba la triple condición según la cual el cristiano vive su inserción en Cristo: ministro o sacerdote, laico, consagrado según un carisma.
He ahí, pues, que la primera diferencia sustancial del religioso laico –por tanto, la del salesiano coadjutor- respecto de los colaboradores laicos proviene de su identidad de “consagrado”, aún con connotación laical: por tanto de cómo vive la relación de alianza, que Dios ha establecido con él, y su misma relación con Dios. No hay esperanza de futuro para una figura religiosa que no exprese inmediatamente, y casi emocionalmente, un significado trascendente; que no sea una flecha apuntada hacia lo divino y hacia el amor al prójimo, que nace del divino. Inútil y desviado sería buscar la diferencia en base a funciones, relevancia, jerarquía. Deberíamos releer los pasos del Evangelio sobre el servicio de los discípulos a los demás.
El debilitamiento de la identidad de la comunidad religiosa salesiana como núcleo animador específico, o su colocación en la CEP solamente funcional, no testimonial, podría llevar a una nivelación de las diversas figuras del salesiano consagrado y del laico colaborador, a un genericismo operativo sobre todo en el ser y en el manifestarse. Son preocupaciones que leemos en las siguientes expresiones del documento capitular: “La maduración posconciliar de la vocación laical plantea interrogantes sobre a identidad del SDB en cuanto consagrado. En algunos se notan sensibilidades preocupantes: (...)algunos opinan que el seglar puede hacer todo o casi todo lo que hacía y hace el consagrado, sin perder su carácter de seglar; otros piensan que el bien que hacen como consagrados en una comunidad que les ‘limita’, lo podrían hacer con más eficacia ‘fuera’ como seglares comprometidos”66.
A estas preocupaciones el CG24 dio respuesta, refiriéndose a la comunidad salesiana y al salesiano visto como miembro de la comunidad de consagrados, especialmente hablando de la “comunidad de consagrados alma de la CEP”67. Yo mismo he subrayado este punto en la conclusión del Capítulo, afirmando que muchos comparten el carisma de Don Bosco, “sin embargo, el carisma tiene en la comunidad salesiana un grado particular de concentración: por la fuerza de su consagración, por su vivencia comunitaria, por su proyecto de vida (profesión) y por su plena dedicación a la misión”68. Y en mi reciente carta sobre la pastoral vocacional, invitándoos a proponer con claridad la vocación a la vida consagrada, escribía: “Es verdad que ellos (los seglares) pueden dar mucho, pero es igualmente verdad que Don Bosco quiso en el centro de su familia una comunidad de consagrados”69.
Por otra parte, es evidente que nadie puede pretender que un hombre en las mediaciones educativas exprese sólo la dimensión religiosa. Son actividades con valor secular, requieren competencias diversas y se distribuyen entre los que sobresalen por tales competencias. Pero hay otra dimensión, más profunda, para el consagrado, cuyo ideal de vida es la relación con Dios, que Jesús quiso para sus discípulos: se trata de la consagración como referencia y paradigma de santidad.
4.2.2.3. La formación del salesiano coadjutor.
Otra pregunta que se suscita con frecuencia, y con razón si se propone “con discernimiento”, se refiere al itinerario y al nivel formativo del salesiano coadjutor. En efecto, la formación y la cualificación de los hermanos coadjutores sigue siendo el camino real para una experiencia significativa, una formación que haga elocuente su presencia y su aportación.
El argumento debe ser tratado “con discernimiento”, en el sentido de que es necesario ver claro que la formación espiritual, educativa y pastoral, están en la base de nuestra vocación apostólica, mientras que la técnica o profesional específica debe medirse según las formas concretas y personales de la mediación educativa. La Ratio, renovada en estos años, incluso con la aportación de los hermanos coadjutores, ha asumido la susodicha orientación en la medida justa. Y en diversas regiones se ven ya realizaciones concretas.
Se puede afirmar que una formación de calidad, que hace significativa la vocación del salesiano coadjutor, su presencia y su aportación específica a la misión, es el secreto del futuro de los coadjutores. En la “galería” de coadjutores presentados precedentemente, se ve el entrelazado entre calificación cotidiana y ejercicio de la caridad educativo-pastoral.
A este respecto de ha hecho un camino considerable, en el campo de la formación permanente e inicial, camino que la Ratio nos impulsa a proseguir.
La orientación fundamental de la Congregación es clara en lo que se refiere a todo salesiano, coadjutor, candidato al presbiterado y presbítero, y debe ser asumida con responsabilidad por las Inspectorías.
En cuanto a la formación, dicen las Constituciones, “tiene, de ordinario, un currículo de nivel paritario, con las mismas etapas y con objetivos y contenidos similares. Las distinciones quedan determinadas por la vocación específica de cada uno, por sus dotes y aptitudes personales y por las necesidades de nuestro apostolado”70.
En la Ratio están indicadas las exigencias formativas para todo salesiano educador pastor, los criterios, los contenidos y las condiciones que hay que asegurar para una formación paritaria aunque no homologante, específica y diferenciada; para una cualificación y una profesionalidad adecuadas a la misión, a las múltiples formas de participación en ella y a las posibilidades concretas de los hermanos.
Atención particular por parte de los responsables debe darse a la calidad del itinerario formativo, a la formación consagrada específica y a la cualificación profesional, a las iniciativas para sostener el camino de formación permanente. En algunos casos será indispensable a tal fin poner por obra la colaboración interinspectorial. Lo esencial no se debe perder nunca, ni puesto en segundo plano en la vida de los jóvenes candidatos o de los salesianos maduros: “Nosotros, los Salesianos, -nos recuerdan las Constituciones- formamos una comunidad de bautizados que, dóciles a la voz del Espíritu, nos proponemos realizar, en una forma específica de vida religiosa, el proyecto apostólico del Fundador: ser en la Iglesia signos y portadores del amor de Dios a los jóvenes, especialmente a los más pobres”71. Si se pierde esto, se pierde nuestra identidad y nuestro proyecto.
5. LA PASTORAL VOCACIONAL: INVITACIÓN A UN COMPROMISO EXTRAORDINARIO
De la reflexión sobre la vocación del salesiano coadjutor, a la luz también de la experiencia de santidad de Artémides Zatti, y del convencimiento de la significatividad de su presencia en la misión salesiana, y por lo mismo en la Congregación, se deduce la necesidad y la importancia de un especial compromiso para promover hoy esta vocación.
Si es verdad que alrededor de nuestro Padre y de otros salesianos, hombres de Dios, se vio un movimiento de atracción que no tuvo necesidad de manuales ni de grandes operaciones, también es verdad que la historia, a través de esfuerzos operativos y conjuntos de experiencias, nos ha manifestado los diversos caminos y las condiciones para el nacimiento y el crecimiento de esta forma vocacional, en vista de la misión salesiana, y su plena realización hasta la santidad. La reflexión que se ha hecho de todo esto ha revelado su originalidad, su belleza y su eficacia.
Hay, pues, que buscar este don donde está y hay que cultivarlo. Debemos comprometernos decididamente en la pastoral vocacional, que es cercanía, comunicación e invitación. Reconocer y acoger el don de Dios es la primera actitud de toda pastoral vocacional. Estamos convencidos de que el Espíritu Santo ha suscitado esta figura de religioso en nuestra comunidad y sigue suscitándola.
De la pastoral vocacional como uno de los compromisos prioritarios de nuestra misión y de sus características en el momento actual os he hablado hace algún mes en la carta “Es el tiempo favorable”72. A la pastoral vocacional específica, además, está dedicada la parte tercera del libro “El salesiano coadjutor”73.
No es mi intención recordar ahora todo lo que podéis encontrar en esos dos escritos. Más bien querría, en la ocasión extraordinaria de la Beatificación del coadjutor Artémides Zatti, pedir a cada Inspectoría, a cada comunidad y a cada hermano en los próximos años –comenzando este año- un compromiso renovado, extraordinario y específico por la vocación del salesiano coadjutor, dentro de la pastoral vocacional: rezando por ella, anunciándola y proponiéndola, llamando, acogiendo y acompañando, viviéndola personalmente y juntos en la comunidad.
La primera reflexión y el compromiso concreto deben tener lugar en el contexto local: en cada casa y en cada Inspectoría; luego, en el ámbito interinspectorial y regional. Los contextos en que vive una Congregación mundial como la nuestra son muy diversos, como son diversas las sensibilidades y las perspectivas, también por lo que se refiere a la figura del salesiano coadjutor. Los Superiores Generales muchas veces evidenciamos claramente esta pluralidad en el vasto fenómeno de la globalización y somos conscientes de la importancia de la comunión carismática expresada sin mantener modelos rígidos y sin homologar los itinerarios formativos.
El compromiso por las vocaciones había sido propuesto por algunas Inspectorías como tema para el próximo Capítulo. Si bien no ha sido escogido como punto específico, este tema encuentra su lugar dentro del discernimiento capitular que estudiará las condiciones que pueden favorecer una experiencia gozosa y estimulante de la vocación en la comunidad, y no es difícil prever que se hará referencia también a las diversas formas de la vocación salesiana.
Sé que cada vez que se comparte la reflexión sobre este punto vital, surgen inmediatamente desafíos que afrontar y dificultades que superar.
Un primer desafío evidente está en el escaso número de vocaciones de coadjutores y de su lenta y progresiva disminución en la Congregación, un fenómeno que viven todos los Institutos, a veces en formas aún más graves, y particularmente los Institutos laicales. Cuando murió Artémides Zatti, se vivía en la Congregación una época de gran desarrollo de la vocación del salesiano coadjutor, tanto por su aumento numérico como por el empeño de cualificación. Desde este punto de vista la situación ha cambiado profundamente. Algunos datos estadísticos nos hacen percibir las dimensiones del cambio. Son indicadores que debemos colocar en el más amplio contexto de la situación vocacional, de la vida consagrada y de las diversas áreas en que está presente la Congregación74.
El aspecto estadístico puede ser también consecuencia de otros desafíos o dificultades, que aparecen así en el libro sobre el salesiano coadjutor: “Hay una cierta dificultad para presentar a los jóvenes la fisonomía religiosa, espiritual y apostólica del salesiano coadjutor en toda su riqueza, de manera que puedan comprenderla y ver que satisface sus anhelos. Los diversos congresos sobre la vocación del religioso laico han tratado de ividenciar las causas de esta dificultad: el papel poco evidente del laico en la comunidad cristiana, la falta de modelos de identificación, la mentalidad ‘clerical’ de algunas comunidades religiosas, la ausencia de signos distintivos en el religioso laico, un pasado donde aparecía como subalterno en las familias religiosas con predominio sacerdotal, el planteamiento de la pastoral vocacional y la tendencia natural en los jóvenes a unir vocación y servicio religioso al pueblo”75.
En mi carta sobre las vocaciones he subrayado la dificultad actual de proponer la vocación a la vida consagrada. “Nuestra sociedad y con frecuencia la misma comunidad cristiana, -escribía- no posee un conocimiento adecuado de la vida religiosa, para comprender su sentido y su valor. Nuestra forma de vivir la vida consagrada ha perdido visibilidad y en no pocos aspectos parece indescifrable. Esto resulta todavía más preocupante frente al crecimiento de la presencia de los laicos en la Iglesia y, para nosotros, en la misión salesiana”76.
Estas dificultades, de cuya incidencia somos conscientes, lejos de debilitar, deben estimular y hacer más convencido nuestro compromiso. En este contexto, me parecen sumamente oportunas las palabras de Juan Pablo II en la Exhortación Apostólica Vita Consecrata, referidas a las dificultades y a las perspectivas vocacionales: “Las nuevas situaciones de penuria han de ser afrontadas con la serenidad de quien sabe que a cada uno se le pide no tanto el éxito, cuanto el compromiso de la fidelidad”77. Se trata de compromiso de fidelidad: fidelidad al don de Dios y fidelidad al proyecto de Don Bosco.
Nuestra primera actitud debe ser de confianza en el Señor y de recurrir a Él. Traigo a este respecto las palabras que me ha escrito un hermano coadjutor: “Aún hoy resuena el ‘Ven y sígueme’. Hay siempre un estupor al constatar que también hoy hay jóvenes a quienes no les faltaría nada para orientarse hacia el sacerdocio y, en cambio, hacen la opción del laico consagrado también en la Congregación salesiana. Por esto, en la pastoral vocacional hay que creer en esta vocación completa en sí misma, y transmitir por ósmosis su estima, sin presionar ni distorsionar en dirección de la figura clerical. Hay que estar convencidos de que hay jóvenes que no se identifican con el modelo presbiteral, mientras que se sienten atraídos por el modelo del laico consagrado. ¿Cuáles son los motivos de esta opción? Todas las motivaciones son insuficientes: en el fondo queda el misterio de la Gracia y de la libertad”.
Muchos son los caminos para proponer la vocación del salesiano coadjutor: hacer conocer a Don Bosco y la historia salesiana, presentar la experiencia actual en la Congregación, poner en contacto de forma inmediata o mediata con modelos, profundizar el carácter laical de la vocación.
Conocemos las condiciones que hay que asegurar para despertar el interés, para animar, acoger y acompañar las vocaciones.
Es indispensable hacer conocer la vocación del salesiano coadjutor a través de una presentación específica y explícita, que dé importancia a la vida consagrada según el carisma original de Don Bosco y haga comprender su realización en el coadjutor y en el salesiano presbítero. En esta perspectiva se podrán indicar los criterios de discernimiento específico, evitando decisiones fundadas en estereotipos, o en la mera ausencia de requisitos para la vocación presbiteral.
Tal presentación puede ser oportuna y a veces indispensable en al ámbito “eclesial”, donde la vocación del laico cristiano y, por tanto, del religioso laico –como el salesiano coadjutor- con frecuencia es poco conocida o hasta ignorada; y esto incluso en el contexto de la Familia Salesiana.
Pero no recuerdo vocaciones salesianas sólidas que no tuvieran estas cuatro características: espíritu y deseo de Dios hasta darle el primado en el amor y en la organización de la vida; fascinación por Don Bosco; pasión por la misión juvenil educativa y pastoral; sentido de complementariedad fraterna sin complejos de subalternidad, benigna, tolerante y generosa en la comunidad.
Muchas veces se dice que la vocación del salesiano coadjutor, aún siendo en sí completa y significativa, adolece de una débil visibilidad, refiriéndose sobre todo a su experiencia de consagrado, a su ser educador pastor, a su capacidad de animación y de comunicación de los valores del carisma. Es una consideración que interpela a todo salesiano y a toda comunidad en el contexto actual y en el nuevo modelo operativo. ¿Cómo lograr que los jóvenes y los colaboradores capten las motivaciones de fondo que mueven nuestra vida y constituyen su originalidad, y se sientan animados a seguir nuestro camino?78. La respuesta puede venir del cuidar la experiencia personal de vida, de su comunicación, de la calidad de la formación, de la valoración de aquellas formas de “visibilidad” que manifiestan la “significatividad” vivida y testimoniada. Será necesario también estar atentos a ciertas formas de “visibilidad”, a las que nos llaman las Constituciones y los Reglamentos, como la participación “responsable y efectiva” en la vida de la comunidad local, inspectorial y mundial, en la elección de los responsables de gobierno, la presencia en los Capítulos y en los equipos de formación y de animación79.
Es evidente que será inútil una organización y una manifestación poco auténticas. La labor conjunta de personas significativas para la práctica del Sistema Preventivo, la presencia acogedora y contagiosa. el seguimiento radical y testimonial de Jesucristo, el primado de Dios y del amor son también hoy y más que nunca los móviles o las motivaciones de toda vocación religiosa. Resulta engañoso fundar la llamada vocacional sobre otros atractivos. Sólo una robusta formación cristiana puede provocar el seguimiento de Jesucristo. Y, como siempre, quien es depositario de este don es el “primer” responsable de comunicarlo y de hacerlo conocer. La vocación se comunica en lo inmediato, por contacto directo o por contagio. Así ha sucedido con los hombres carismáticos de siempre y así será dada la belleza de esta vocación. Cuanto más convencidos y serenos estén los hermanos en vivir su vida en Dios, tanto más capaces serán de atraer a alguno a su experiencia.
Es útil que nuestros centros de espiritualidad y de formación permanente promuevan encuentros y cursos de estudio sobre las figuras vocacionales –laical o presbiteral- que componen nuestra comunidad y son los motores de nuestra misión, según la propia especificidad. Estos estudios, al mismo tiempo que son útiles para un conocimiento profundo y actualizado de nuestra vocación, son ciertamente un estímulo para una pastoral vocacional eficaz. He pedido de modo particular a la Inspectoría del Medio Oriente y al centro de Cremisán que se hagan promotores de iniciativas de este tipo: la orientación bíblica que lo caracteriza – en la Tierra que ha visto la experiencia de la Palabra de Dios hecha carne- puede abrir horizontes significativos.
Intercesión de Artémides Zatti y fecundidad vocacional: un testimonio singular.
No será inútil escuchar a uno que ha experimentado la intercesión eficaz de Artémides Zatti, precisamente respecto a la vocación del consagrado laico y ha tenido la delicada atención de contarnos su experiencia. Se trata de Su Eminencia el Cardenal Jorge Mario Bergoglio, hoy Arzobispo Cardenal de Buenos Aires, y Provincial de los Jesuitas en los tiempos en que ofreció el siguiente testimonio.
Transcribo el texto de la carta escrita a Don Cayetano Bruno SDB y fechada en Buenos Aires, 18 de mayo de 1986.
¡Querido P. Bruno: Pax Christi! En su carta del 24 de febrero Usted me pedía que tratara de escribir algo sobre la experiencia que he tenido con el Sr. Zatti (del que me he hecho gran amigo), respecto de las vocaciones de Hermanos Coadjutores. (...)
Nosotros teníamos una gran penuria de Hermanos Coadjutores. Tomo como punto de referencia el año 1976, el mismo en que conocí la vida del Sr. Zatti. Aquel año, el Hermano Coadjutor más joven tenía 35 años, era enfermero y moriría cuatro años más tarde víctima de un tumor cerebral. El que lo seguía en edad tenía 46 años, y el que venía después tenía 50. Los demás, todos ancianos (muchos de ellos aún siguen remando teniendo encima sus 80 años). Este ‘cuadro demográfico’ de Hermanos Coadjutores en la Provincia Argentina llevaba a muchos a pensar que se podía tratar de una situación irreversible, y que no habría habido otras vocaciones. Algunos, incluso, se preguntaban sobre la ‘actualidad’ de la vocación del Hermano Coadjutor en la Compañía, porque –estando a los hechos- parecía que se habrían extinguido. Además, se hacían esfuerzos en varios lugares para delinear una ‘nueva imagen’ del Hermano Coadjutor, para ver si –por este camino- se obtenía un reclamo más fuerte de jóvenes que siguieran esta ideal.
Por otra parte, el Padre General, P. Pedro Arrupe, S.I., insistía con fuerza sobre la necesidad de la vocación del Hermano Coadjutor para todo el cuerpo de la Compañía. Llegaba a decir que la Compañía no era la Compañía sin Hermanos Coadjutores. Los esfuerzos del P. Arrupe en esta área fueron enormes. La crisis no era sólo de alguna Provincia, sino de toda la Compañía (respecto de las vocaciones de Coadjutores).
En 1976, creo que fue hacia el mes de septiembre aproximadamente, durante una visita canónica a los misioneros jesuitas del norte argentino, me detuve algún día en el Arzobispado de Salta. Allí, entre una conversación y otra al final de las comidas, Mons. Pérez me contó la vida del Sr. Zatti. Me dio también el libro de su vida para que lo leyese. Me llamó la atención su figura tan completa de Coadjutor. En aquel momento sentí que debía pedir al Señor, por intercesión de aquel gran Coadjutor, que nos mandase vocaciones de coadjutores. Hice novenas y rogué a los novicios que también ellos las hiciesen. (...)
En Salta, en varias ocasiones sentí la inspiración de recomendar al Señor y a la Virgen del Milagro el aumento de vocaciones de la Provincia (esto en general y no específicamente de Coadjutores, cosa que hice con el Sr. Zatti). Además, hice una promesa: que los novicios irían en peregrinación a la fiesta del Señor del Milagro si alcanzaban el número de 35 novicios (esto se realizó en septiembre de 1979).
Vuelvo a la petición de vocaciones de Coadjutores. En julio de 1977 entró el primer Coadjutor joven (actualmente tiene 32 años). El 29 de octubre de aquel año entró el segundo (actualmente con 33 años)”.
La carta continúa, presentando año por año la lista de otros 16 coadjutores entrados desde 1978 a 1986. Y sigue:
“Desde que comenzamos las oraciones al Sr. Zatti, han entrado 18 coadjutores jóvenes que perseveran y otros 5 que salieron del noviciado y del juniorado. En total, 23 vocaciones.
Los novicios, los estudiantes y los Coadjutores jóvenes han hecho varias veces la Novena en honor del Sr. Zatti, pidiendo vocaciones de Coadjutores. Yo mismo la he hecho. Estoy convencido de su intercesión en este problema, ya que, considerado el número, es un caso raro en la Compañía. En agradecimiento, en la 2ª y 3ª edición del Devocionario del Sagrado Corazón, hemos puesto la Novena para pedir la Canonización del Sr. Zatti.
Un dato interesante es la calidad de los que han entrado y que perseveran. Son jóvenes que quieren ser Coadjutores como San Ignacio quería que fuesen, sin que se les ‘dorase la píldora’. Para nosotros, la vocación del Hermano Coadjutor es muy importante. El P. Arrupe decía que la Compañía, sin ellos, no era la Compañía. Tienen un carisma especial que se alimenta en la oración y en el trabajo. Y hacen bien a todo el cuerpo de la Compañía. (...)Son hombres de piedad, alegres, trabajadores, sanos. Muy viriles y son conscientes de la vocación a la que fueron llamados. Sienten especial responsabilidad de rezar por los jóvenes Estudiantes jesuitas que se preparan al sacerdocio. En ellos no se ven ‘complejos de inferioridad’ por el hecho de no ser sacerdotes, ni les pasa por la cabeza aspirar al diaconado... etc.; saben cuál es su vocación y la quieren así. Esto es saludable. Y hace bien.
Ésta ha sido, en líneas generales, la historia de mi relación con el Sr. Zatti sobre el problema de las vocaciones de Hermanos Coadjutores para la Compañía. Repito que estoy convencido de su intercesión, porque sé cuánto hemos rezado poniéndole a él como abogado.
Nada más por hoy. Soy su afmo., en Nuestro Señor y en Su Madre Santísima.
Jorge Mario Bergoglio, S.I.”.
Un espléndido estímulo para que nosotros acudamos a la intercesión de Artémides Zatti por el incremento de buenas y santas vocaciones de Salesianos Coadjutores.
Conclusión: nuestra vocación a la santidad.
Queridos hermanos, dispongámonos a acoger la gracia y el mensaje que la Iglesia nos comunica a través del testimonio de santidad salesiana de este hermano coadjutor.
La figura de Artémides Zatti constituye estímulo e inspiración para hacernos sensibles a nuevas áreas de pastoral hoy urgentes y sobre todo para impulsarnos a repensar con generosidad y amplitud la presencia del salesiano coadjutor marcado con estos rasgos típicos:
- el deseo absoluto de permanecer y trabajar con Don Bosco, según el da mihi animas;
- la vivencia de una consagración total, que tiene su expresión más inmediata y fuerte en la participación en la misión comunitaria y en el amor fraterno;
- el desarrollo sereno y continuamente actualizado de la propia preparación profesional como medio para hacer el bien.
El acontecimiento de su Beatificación, que lo propone como modelo singular a nuestra Familia y a la Iglesia, subraya un elemento fundamental de nuestra vida diaria de consagrados al comienzo del Tercer Milenio: es la prioridad dada a la dimensión espiritual de la existencia, novedad y profecía de la Encarnación, que se manifiesta en una caridad capaz de realizar actos más grandes que el hombre. Se trata de la principal forma profética del cristianismo: sorprender con la opción radical del amor, rechazando sin miedo toda ambigüedad, operando decididamente contra el mal, que humilla a las personas. Tal vez la urgencia hoy no es la de fundar un gran número de instituciones (educativas formales), sino de revisar el mensaje transmitido por nuestra vida personal y comunitaria como evangelio desplegado en el tiempo80, y prolongación de la vida y del obrar de Jesús. En una palabra, ¡nuestra santidad!
No puedo concluir sin hacer una alusión a la presencia y al papel que tuvo la Auxiliadora en la vocación y en el camino de santidad de Artémides Zatti.
“Creo –afirma un testigo- que el Siervo de Dios sentía como pocos la devoción a María Auxiliadora”81. Y en la Positio: “Para captar el hálito con que él amaba a María hay que hojear sus cartas, donde aconseja a sus familiares que acudan a María (S. p. 2, p. 3, etc.), donde afirma que si está en la Congregación se lo debe a Ella (S. p. 17), donde reconoce que debe la vida a la Virgen (S. p. 33) y donde a cada momento se encuentra el reclamo a su auxilio y a su intercesión (S. P. 15, p. 16, p. 20, etc.)”82.
Efectivamente, él atribuye a la Virgen –como hemos visto- su curación de la tisis y por esto consagró a Dios, en los enfermos y en los pobres, toda su vida. Todos los días la honraba con el rezo del Rosario, hasta cuando iba en bicicleta por las calles de Viedma y todos los días hacía rezar el Rosario a los enfermos. Característico el saludo mariano cuando entraba en las casas: “Ave María Purísima”83.
Son muchos los signos que testimonian que la presencia de María continuamente sentida, sostenía al Siervo de Dios en su misión y en Ella se inspiraba la fe que le movía y la caridad de buen samaritano al servicio de los necesitados. Se realizaba estupendamente en Artémides Zatti –como debe cumplirse también en nosotros- cuanto dicen nuestras Constituciones: “María Inmaculada y Auxiliadora nos educa para la donación plena al Señor y nos alienta en el servicio a los hermanos”84.
Queridos hermanos, la Virgen María, nuestra Madre y Auxiliadora, sostenga el camino de cada uno de nosotros y de toda la Congregación en las vías de la santidad salesiana por el bien de los jóvenes a quienes somos enviados
Es el deseo más hermoso también en vista del CG25.
Vuestro afectísimo en Don Bosco
Juan Vecchi
1 MBe IV, pág. 422
2 MBe VI, pág. 257
3 Cf. CXG21, 197-198
4 Sobre la autoridad salesiana, también en relación con el ministerio sacerdotal, puede verse la reflexión del CG21 sobre la función del Director (CG21, 49 y stes.); la carta circular de E. VIGANÒ, La animación del Director salesiano en ACS 306; y J. VECCHI, Rasgos de espiritualidad salesiana, CCS Madrid 2000, pág. 202-212
5 Este testimonio sobre Silvestre Chiappini (o Chiappino, como aparece en algunos documentos) es de Don José Vespignani que, en su carta mortuoria, habla de “primera profesión salesiana en el Nuevo Mundo”.
6 El contenido de este capitulito está tomado, en gran parte, muchas veces con las palabras textuales, de la Positio de la Causa de Beatificación, aunque no siempre se hace referencia en nota ni se ponen entre comillas afirmaciones citadas al pie de la letra.
7 Positio, pág. 27
8 Ibid.
9 En Bahía Blanca hay una historia casi cómica de mazzinianos, garibaldinos y settembrinos. Todos los años estos grupos se preocupaban de celebrar con estruendo cada vez mayor el aniversario de la brecha de la Puerta Pía, con marchas y gritos contra Pío IX y el Papado. En la historia de nuestra presencia salesiana en Bahía Blanca, documentada por la prensa local, por las crónicas de la casa, por informes enviados al Obispo, se lee que el martirio mayor para el director salesiano fue “el 20 de septiembre” garibaldino, recuerdo de mil batallas. Se veía llegar la fecha como una granizada sobre los sembrados. Las crónicas del colegio Don Bosco comienzan a anunciar la temida fecha desde 1889. Aquel año, el 20 de septiembre, los “settembrini” comenzaron a pasar delante de la iglesia mientras se celebraba la novena de la Patrona, “Nuestra Señora de la Merced”, haciendo sonar con la banda el himno de Garibaldi y otras músicas hostiles a la Iglesia. El año 1893 se lee en la crónica: “La noche del 20 de septiembre, los garibaldinos disturbaron mucho. Pasaron delante de la iglesia gritando: ¡Muera el Papa, muerte al párroco Borghino, abajo los curas!”.
10 Cf. Positio, pág. 35
11 Cf. Positio, pág. 36
12 Ibid.
13 Ibid.
14 Cf. Ibid.
15 Cf. Const. 21
16 Cf. Positio, pag. 41
17 Ibid.
18 Cf. Positio, pág. 47
19 Cf. Positio, pág. 49
20 Cf. Positio, pág. 76
21 Positio, pág. 76
22 Informaciones sobre la obra salesiana en Viedma: cf. Positio, pág. 61-65
23 Positio, pág. 79
24 Cf. Positio, pág. 79 y stes.
25 Cf. Positio, pág. 74
26 Positio, pág. 75
27 Positio, pág. 80
28 Positio, pág. 81
29 Summarium, pág. 310, n. 1224
30 Positio, pág. 84
31 Cf. Positio, pág. 93
32 Positio, pág. 149
33 Cf. Positio, pág. 104-105
34 Cf. Positio, pág. 103
35 Cf. Positio, pág. 92
36 Positio, pág. 198
37 Const. 25
38 Novo Millennio Ineunte, 31
39 Cf. Const. 3
40 Cf. Const. 18
41 Rescripto del Papa Pío XI a Don Felipe Rinaldi, 10 de junio de 1922. Se hace notar que esta Indulgencia, después de la Constitución Apostólica Indulgentiarum doctrina de Pablo VI del 1 de enero de 1967 y el sucesivo decreto de aplicación de la Penitenciaría Apostólica, ya no está en vigor. La Penitenciaría, con fecha de 31 de enero de 1968, concedió especiales Indulgencias plenarias, a lucrar por los Salesianos y las Hijas de María Auxiliadora, en determinadas ocasiones.
42 Cf. Const. 95
43 Summarium, pág. 43, n. 160
44 Summarium, pág. 179, n. 73
45 Summarium, pág. 60, n. 231
46 Cf. Summarium, pág. 65, n. 248
47 Cf. Summarium, pág. 187, n. 768-771; pág. 51, n. 199
48 Cg. C. P. f. 730 t.
49 Const. 45
50 Ibid.
51 Cf. ACG 365
52 Cf. CG24, 174; Const. 45
53 CG24, 154; cf. 236
54 Cf. El Salesiano Coadjutor, Roma 1989, n. 99
55 CG24, 154
56 ACG 365, pág. 44-46
57 Cf. CG21, Documento 2, El salesiano coadjutor, n. 166-211
58 Cf. El componente laical de la comunidad salesiana, carta circular del 24 de agosto de 1980, ACS 298
59 Cf. Const. 45; El proyecto de vida de los Salesianos de Don Bosco, pág. 456-459
60 Cf. Const. 121
61 CG21 301; FSDB 324
62 Sobre estos elementos de la vocación y misión del salesiano coadjutor, se puede ver: CG21, Documento 2 citado; El proyecto de vida de los Salesianos de Don Bosco, pág. 456-459; El salesiano coadjutor. Historia, pastoral vocacional y formación, Editorial CCS – Madrid 1989; FSDB, passim
63 Cf. VC 61
64 CG24, 192
65 El CG24 trató ampliamente el tema. Se puede ver el Índice analítico en la voz: Relaciones entre SDB y seglares. Específicamente sobre los coadjutores, n. 154
66 CG24, 45
67 Cf. CG24, 149-155
68 CG24, 236
69 ACG 373, pág. 48
70 Const. 106
71 Const. 2
72 Cf. ACG 373
73 Cf. La vocación del salesiano coadjutor en la pastoral vocacional, en El Salesiano coadjutor. Historia, identidad, pastoral vocacional y formación, Editorial CCS – Madrid 1989, pág. 167-202
74 De todos modos, no se puede decir que las vocaciones de salesianos coadjutores hayan faltado. La media anual de primeras profesiones y de profesiones perpetuas de salesianos coadjutores desde 1990 a 1999 (10 años) ha sido: primeras profesiones 57,3; profesiones perpetuas 32,8.
75 El salesiano coadjutor, pág. 176-177
76 ACG 373, pág. 48
77 VC 63
78 Cf. ACG 363, pág. 28
79 Cf. Const. 123; Reg. 169; FSDB 234. 284
80 Cf. VC 62
81 Summarium, pág. 270, n. 1080
82 Positio, pág. 229
83 Cf. ibid.
84 Const. 92