351-400|es|392 Aguinaldo 2006


Y JESÚS CRECÍA EN SABIDURÍA, ESTATURA Y GRACIA” (Lc 2,52)


Una experiencia inolvidable. - EL AGUINALDO 2006. – 1. Riesgos y amenazas que pesan sobra la familia hoy. Un ambiente cultural contrario a la familia. – Una ‘solución’ fácil, el divorcio. – Privatización del matrimonio. – Falsas expectativas sobre el matrimonio. – Factores económicos y consumistas en la vida familiar. – 2. La familia, camino de humanización del Hijo de Dios. – 3. Vida de familia y carisma salesiano. – 3.1 “En el principio estaba la madre”. – 3.1.1  Breve reseña biográfica. a) Hasta el traslado a Valdocco (de 1788 a 1846). – b) Diez años con Don Bosco (de 1846 a 1856). – 3.1.2 Perfil espiritual de Mamá Margarita. – a) Mujer fuerte. – b) Educadora ‘salesiana’. – c) Catequista eficaz. – d) Primera cooperadora. – 3.2 Valdocco. “una familia que educa”. 4. La familia como misión. – 4.1 “Familia, sé lo que eres”. Célula de la sociedad. – Santuario de la vida. – Anunciadora del evangelio de la vida. – Escuela de compromiso social.4.2Familia, cree en lo que eres”. – 5. Aplicaciones pastorales y pedagógicas.He aquí, pues, mis indicaciones. – Algunas sugerencias prácticas. – Conclusión: una leyenda de sabor sapiencial.

1 de enero de 2006

Solemnidad de la Maternidad Divina de María

Queridísimos hermanos:

Os escribo al comienzo del Nuevo Año, en la solemnidad de  la Maternidad Divina de María, y os deseo un tiempo de gracia que nos haga crecer “en sabiduría, estatura y gracia delante de Dios y de los hombres”, como Jesús.

Para comprender adecuadamente la función maternal de María en relación con su hijo Jesús en toda su riqueza y profundidad, debemos partir del misterio central de nuestra fe: la Encarnación del Hijo de Dios que – con palabras de Pablo – “se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos” (
Fil 2,7).

Esta radical humanidad del Emmanuel (
Dios-con-nosotros), Jesucristo, implica un rasgo esencial del hombre: la historicidad, el hecho de que el ser humano se está haciendo, “se va realizando” a lo largo de la vida, y no es nunca un ser ya “acabado”. Semejante característica se encuentra presente también en Jesús, de quien dice el evangelio de Lucas que “crecía en sabiduría, estatura y gracia ante Dios y ante los  hombres” (Lc 2,52). Esta perspectiva proyecta una luz maravillosa sobre María, que – junto a José – tuvo la misión de “educar” a Jesús, de ayudarlo a desarrollar las potencialidades de su ser humano, de forma semejante a cuanto hace toda madre con sus hijos. Ciertamente el caso de Jesús es único, porque su núcleo más profundo, que constituye su ser eterno, es el de ser Hijo del Padre Celestial. Pues bien, esta filiación divina fue desarrollándose humanamente en él gracias a la acción educativa de María y,  sin  duda, de José,  que desempeñó la figura paterna dentro de la Sagrada Familia de Nazaret, una función indispensable, junto a la de la madre, para la maduración plena de un hombre.

He aquí, queridos hermanos, la misión más preciosa de la familia: ayudar a los hijos a alcanzar la plena estatura humana, la de Cristo. Por desgracia, esta realidad de la familia hoy tiene que afrontar un desafío gigantesco, es decir, recuperar su naturaleza y su misión. Esto explica el motivo del Aguinaldo 2006, que os presento aquí. Pero antes, querría compartir con vosotros una experiencia inolvidable.

Una experiencia inolvidable

Aunque en estos últimos tres meses, desde mi última carta circular, ha habido tantos acontecimientos que podría compartir con vosotros, entre ellos la del
Symposium de la Vida Consagrada y de la Plenaria de la Congregación de la Vida Consagrada, en la que he participado, y el Sínodo sobre la Eucaristía, prefiero hablaros de otro evento que me ha afectado profundamente.

El 12 de noviembre de 2005 he vivido una de las experiencias más hermosas y significativas no sólo de mi vida salesiana, sino de toda mi experiencia humana. Había ido a Valdocco, entre otras cosas, para el reconocimiento del cuerpo de Don Bosco, y debo decir que cualquier expectativa mía quedó absolutamente superada.

Había pedido al Inspector y al Rector de la Basílica que, antes del acto oficial, con la presencia de las autoridades competentes y de algunos SDB y FMA, pudiera quedarme sólo con Don Bosco, permanecer ante su cuerpo, para rezar.

Así bajé a la Capilla de las Reliquias y desde el primer momento, cuando contemplé el cuerpo de mi amado Padre fuera de la urna, que habitualmente lo conserva y lo expone a la veneración de los fieles, sentí una profunda emoción.

Con gran reverencia me acerqué y me puse a sus pies, de modo que pudiera verlo completamente. Lo primero que me llamó la atención fue una sensación tan especial, la de no encontrarme ante los restos mortales de un ser amado, sino ante un ser viviente. Así aparecía en su rostro sereno y sonriente. Me parecía oírle decir a sus muchachos del Oratorio de Valdocco: “Don Bosco no morirá del todo mientras viva en vosotros”.

Llevaba conmigo a tantas personas y situaciones de la Congregación, de la Familia Salesiana y de los jóvenes que tengo en el corazón. Mientras hablaba de ellos a Don Bosco y los confiaba a él, mi oración se convirtió en una larga acción de gracias.

Pensando que desde 1929 el cuerpo de Don Bosco estaba colocado en aquella urna conocida por nosotros, sin que se hubiera abierto nunca, me parecía estar llamado en aquel momento histórico de gracia a representar a todos los Salesianos, a los miembros de la Familia Salesiana, a los jóvenes, a los colaboradores seglares, en una palabra, a todos los que de alguna manera se identifican con Don Bosco, para decirle nuestro ‘gracias’ desde lo profundo del corazón por todo lo que ha sido, por todo lo que ha hecho, por todo lo que nos ha comunicado.

De hecho somos millones de personas que, en los cinco continentes, hemos hecho nuestros sus sueños, sus convicciones, su proyecto apostólico, su dinamismo espiritual.

Cuando contemplaba su rostro sereno y sonriente, me decía: “Pero, ¿cómo has logrado llegar a tanto sin que la vida te robase la alegría, la paz, la energía? No sé cuántas cosas habrán pasado por tu mente, pero estoy seguro de una cosa, que siempre habrán sido Dios y los jóvenes los que la llenaron: así, inseparablemente Dios y los jóvenes, como dos polos alrededor de los cuales ha girado tu vida, sintiéndote enviado por Él a ellos y por ellos a Él”.

Cuanto más lo contemplaba, más quería encarnarlo y hacer que todos los Salesianos lo encarnasen. Y quería tener su mente, su corazón, sus manos, sus pies, para contemplar la realidad como él la contempló desde la perspectiva de Dios y de los jóvenes, para imaginar con creatividad y generosidad las iniciativas que hay que seguir tomando, las respuestas que dar a las expectativas y a las necesidades de los jóvenes hoy, para tener la laboriosidad y la audacia que caracterizaron su vida consumida hasta el último aliento por ellos; para ponerme en camino – misionero de los jóvenes – e irlos a encontrar por las calles y los suburbios de Turín, imagen de todos los caminos y los suburbios del mundo.

De improviso sentí los pasos de las personas que bajaban. Me di cuenta de que el tiempo había volado. Las he saludado y hemos comenzado con gran devoción el reconocimiento, al final del cual hemos tomado una decisión para una mejor conservación del cuerpo de Don Bosco. Debo testimoniar el cuidado extremo con que los hermanos habían colocado el cuerpo en 1929. Efectivamente, todo había sido finamente preparado y decorado: desde la colchoneta bordada al alba y amito tejidos por las Hijas de María Auxiliadora, y a la riquísima casulla con que fue revestido, don del Papa Benedicto XV a Don Pablo Albera. Al término de todo fui invitado a tomar en mi mano su cabeza, que besé, en nombre de todos, con gratitud y reverencia, y la di a besar a las personas presentes.

EL AGUINALDO 2006

Ahora que os he abierto mi corazón, os ofrezco el comentario al Aguinaldo de este año.

“El desafío de la vida – decía el Papa Juan Pablo II, de venerada memoria, en su última alocución al Cuerpo Diplomático en enero de 2005 – tiene lugar juntamente con lo que es propiamente el sagrario de la vida:
la familia. Ésta está hoy, muchas veces, amenazada por factores sociales y culturales que presionan sobre ella, haciendo difícil su estabilidad; pero en algunos Países está amenazada también por una legislación, que ataca – a veces incluso directamente – la estructura natural, la cual es y puede ser exclusivamente la de una unión entre un hombre y una mujer  fundamentada en el matrimonio. No se deje – proseguía el Papa – que la familia, fuente fecunda de la vida y presupuesto primordial e imprescindible de la felicidad individual de los esposos, de la formación de los hijos y del bienestar social, sea amenazada por leyes dictadas por una visión restrictiva y antinatural del hombre. Prevalezca un sentir justo y alto y puro del amor humano, que en la familia encuentra su expresión fundamental y ejemplar”. [1]

Recogiendo la invitación del Papa para defender la vida, a través de la familia, y tomando ocasión de los 150 años de la muerte de Mamá Margarita, madre de la familia educativa creada por Don Bosco en Valdocco, he pensado invitar a la Familia Salesiana a renovar su compromiso para

Asegurar una atención especial a la familia,

que es cuna de la vida y del amor y lugar privilegiado de humanización

Si el hombre es el camino de la Iglesia, la familia es el “camino del hombre”, el ámbito natural en el que el hombre se abre a la vida y a la existencia social. Es el lugar de una fuerte vinculación  afectiva, el contexto en el que se realiza el reconocimiento personal. Lugar privilegiado de humanización y medio de socialización religiosa, asegura la estabilidad necesaria para el crecimiento armónico de los hijos y para la misión educativa de los padres respecto de ellos.

Creyendo en su importancia estratégica para el futuro de la humanidad y de la Iglesia, Juan Pablo II hizo de la familia uno de los puntos prioritarios de su programa pastoral para la Iglesia al comienzo del tercer milenio: “Una atención especial se ha de prestar también a la pastoral de la familia, especialmente necesaria en un momento histórico como el presente, en el que se está constatando una crisis generalizada y radical de esta institución fundamental... Conviene procurar que, mediante una educación evangélica cada vez más completa, las familias cristianas ofrezcan un ejemplo convincente de la posibilidad de un matrimonio vivido de manera plenamente conforme al proyecto de Dios y a las verdaderas exigencias de la persona humana: tanto la de los cónyuges como, sobre todo, la de los más frágiles, que son los hijos”.
[2]

1.  Riesgos y amenazas que pesan sobre la familia hoy

El pensamiento de Juan Pablo II ha sido relanzado por el Papa Benedicto XVI quien, en sus intervenciones, ha hablado de la familia como de una “cuestión neurálgica, que requiere nuestra mayor atención pastoral”; (la familia) “está profundamente arraigada en el corazón de las jóvenes generaciones y se hace cargo de múltiples problemas, ofreciendo apoyo y remedio a situaciones, de otro modo, desesperadas. Y, sin embargo,..la familia está expuesta, en el actual clima cultural, a muchos riesgos y amenazas que todos conocemos. A la fragilidad e inestabilidad interna se añade, en efecto, la tendencia, difusa en la sociedad y en la cultura, a contestar el carácter único y la misión propia de la familia fundada en el matrimonio”.
[3]

*  Un ambiente cultural contrario a la familia

Hoy, con una cierta facilidad y superficialidad, se proponen y presentan presuntas “alternativas” a la familia, calificada como “tradicional”. La atención se dirige así desde el problema del divorcio al de las “parejas de hecho”, desde el aborto a la búsqueda y manipulación de las células  madre obtenidas de los embriones, desde el problema de la píldora contraceptiva al de la píldora del día después, que también es abortiva. La legalización del aborto prácticamente se ha extendido en casi todo el mundo. Sucede también que se confieren a las parejas efímeras, que no quieren comprometerse formalmente en el matrimonio ni siquiera civil, los derechos y las ventajas de una verdadera familia. Tal es el caso de la oficialidad de las “uniones de hecho”, comprendidas las parejas homosexuales, que a veces pretenden incluso el derecho a la adopción, creando de este modo problemas muy graves de orden psicológico, social y jurídico.

Así, el rostro – la realidad – de la familia ha cambiado. A lo ya dicho antes se debe añadir la marcada preferencia por una forma  de creciente “privatización” y la tendencia a una reducción de las dimensiones de la familia que, pasando del modelo de “familia plurigeneracional” al de “familia nuclear”, reduce ésta a la realidad de papá, mamá y un solo hijo. Más grave todavía es el hecho de que buena parte de la opinión pública no reconozca ya en la familia, basada sobre el matrimonio, la célula fundamental de la sociedad y un bien al que no se puede renunciar.

Una “solución” fácil,  el divorcio

Teniendo en cuenta este clima cultural, presente sobre todo en las sociedades occidentales, me parece oportuno recordar un trozo del Evangelio en que Jesús habla del matrimonio: “Se acercaron unos fariseos y le preguntaron para ponerlo a prueba: ‘¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?’. – Él les replicó: ‘¿Qué os ha mandado Moisés?’ – Contestaron: ‘Moisés permitió divorciarse,
dándole a la mujer un acta de repudio’. – Jesús les dijo: ‘Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre’” (Mc 10,2-9).

Se trata, a mi parecer, de un texto muy iluminador, porque se refiere al tema del matrimonio como origen y base de la familia; pero, sobre todo, porque nos hace ver la forma de razonar de Jesús. Él no se deja enredar en las redes del legalismo, sobre lo que está permitido y lo que está prohibido, sino que se coloca frente al proyecto original del Creador, y nadie mejor que Él conocía cuál era el plan original de Dios. Es en este proyecto donde encontramos la “Buena Noticia” de la familia.

Aun reconociendo que hay también muchas familias, que viven el valor de una unión estable y fiel, sin embargo, debemos constatar que la precariedad del vínculo conyugal es una de las características del mundo contemporáneo. Ésta se da en todos los continentes y puede constatarse en todos los niveles sociales. Con frecuencia, semejante praxis hace frágil la familia y pone en peligro la misión educativa de los padres. Tal precariedad no bien cuidada, es más, aceptada como “un dato de hecho”, conduce muchas veces a la opción de la separación y del divorcio, que llegan a ser considerados como la única salida ante las crisis que se producen.

Esta mentalidad debilita a los esposos y hace más peligrosa su fragilidad personal. El “rendirse” sin luchar es demasiado frecuente. Una justa comprensión del valor del matrimonio y una fe firme podrían, en cambio, ayudar a superar con valor y dignidad incluso las dificultades más serias.

Del divorcio, en efecto, debe decirse que no es solamente una cuestión de tipo  jurídico. No es una “crisis” que pasa. Incide profundamente en la experiencia humana. Es un problema de relación, y de relación destruida. Marca para siempre a todos los miembros de la comunidad familiar. Es causa de empobrecimiento económico, afectivo y humano. Y este empobrecimiento afecta particularmente a la mujer y a los hijos. A todo esto se añaden, además, los costes sociales, que son siempre particularmente elevados.

Querría hacer notar que son diversos los elementos que concurren al incremento actual de los divorcios, aun con matices y componentes diversos según los diversos países. Hay que tener presente, ante todo, la cultura del ambiente, cada vez más secularizada, en la que emergen, como  elementos que la caracterizan, una falsa concepción de la libertad, el miedo del compromiso, la práctica de la cohabitación, la “banalización del sexo”, según la expresión de Juan Pablo II, además de las estrecheces económicas, que a veces son una concausa de tales separaciones. Estilos de vida, modas, espectáculos, telenovelas, poniendo en duda el valor del matrimonio y difundiendo la idea de que el don recíproco de los esposos hasta la muerte es algo imposible, hacen frágil la institución familiar, hacen caer la estima y llegan al punto de descalificarla a favor de otros “modelos” de pseudo-familia.

Privatización del matrimonio

Entre los fenómenos a que asistimos hay que destacar, además, la afirmación de un individualismo radical, que se manifiesta en numerosas esferas de la actividad humana: en la vida económica, en la concurrencia despiadada, en la competición social, en el desprecio de los marginados y en otros muchos campos. Este individualismo no favorece ciertamente el don generoso, fiel y permanente de sí. Y, ciertamente, no es un hábito cultural que pueda favorecer la solución de las crisis en el matrimonio.

Sucede que las autoridades estatales, responsables del bien común y de la cohesión social, alimentan ellas mismas este individualismo, permitiéndole una plena expresión a través de leyes a propósito (como, por ejemplo, en el caso del PACS, “pactos civiles de solidaridad”), que se presentan como alternativas, al menos implícitas, al matrimonio. Peor aún cuando se trata de uniones homosexuales, y peor aún pretendiendo el derecho de adoptar a niños. Haciendo así, estos legisladores y estos gobiernos hacen precaria en la mentalidad común la institución del matrimonio y contribuyen, además, a crear problemas que son incapaces de resolver. De este modo sucede que el matrimonio, muchas veces, no es ya considerado como un bien para la sociedad, y su “privatización” contribuye a reducir, o incluso a eliminar, su valor público.

Esta ideología social de pseudo-libertad impulsa al individuo a obrar en primer lugar según sus intereses, su utilidad. El compromiso asumido en relación del cónyuge se considera como un simple contrato, revisable indefinidamente; la palabra dada no tiene más que un valor limitado en el tiempo; no se responde de los propios actos, sino ante uno mismo.

Falsas expectativas sobre el matrimonio

Es preciso también constatar que muchos jóvenes se forman una concepción idealista o incluso errónea de la pareja, como el lugar de una felicidad sin nubes, del cumplimiento de los propios deseos sin precio que pagar. Pueden llegar así a un conflicto latente entre el deseo de fusión con el  otro y el de proteger la propia libertad.

Un desconocimiento creciente de la belleza de la pareja humana auténtica, de la riqueza de la diferencia y de la complementariedad hombre/mujer, conduce a una confusión mayor sobre la identidad sexual, confusión llevada al colmo en la ideología feminista llamada del “
gender” (género). Esta confusión complica la asunción de las funciones y la distribución de los deberes dentro del hogar. Lleva a una negociación de estas funciones, tan permanente como extenuante. Por otra parte, las condiciones actuales de la actividad profesional de los dos cónyuges reducen los tiempos vividos en común y la comunicación en la familia. Y todo esto empobrece las capacidades de diálogo entre los esposos.

Demasiadas veces, cuando llega la crisis, las parejas se encuentran solas para resolverla. No tienen a nadie que pueda escucharlas e iluminarlas, lo cual tal vez permitiría evitar una decisión irreversible. Esta falta de ayuda hace que la pareja permanezca cerrada en su problema, no viendo  sino la separación o, incluso, el divorcio como solución del propio desaliento. ¿Cómo no pensar, en cambio, que muchas de estas crisis tienen un carácter transitorio y podrían ser superadas fácilmente, si la pareja tuviese el apoyo de una comunidad humana y eclesial?

*  Factores económicos y consumistas en la vida familiar

Los factores económicos, en su gran complejidad, influyen también fuertemente en la configuración del modelo familiar, en la determinación de sus valores, en la organización de su funcionamiento, en la definición del mismo proyecto familiar. Las entradas que se quieren asegurar, los gastos que se consideran indispensables para satisfacer las necesidades o los niveles de bienestar que se pretenden alcanzar o mantener, la falta de recursos o, incluso, la falta de trabajo que se dan tanto en los padres como en los hijos, condicionan y, en cierta medida, determinan gran parte de la vida de las familias. Bastaría pensar en los llamados “amigados”, que no son propiamente convivientes, sino sólo pobres sin recursos para la celebración de un matrimonio. Otra situación preocupante es la de los emigrantes, forzados a dejar el país y la familia en busca de trabajo y de medios de sustento, situación que no rara vez, por la prolongada lejanía u otras motivaciones, produce el abandono y la destrucción de la misma familia que se ha dejado.

Tienen igualmente origen económico los mecanismos que crean un clima de consumismo en que se encuentran sumergidas las familias. Desde esta perspectiva se definen muchas veces los parámetros de felicidad, generando frustración y marginación. Son también económicos los factores que determinan una realidad tan importante como es la del espacio familiar, es decir, las dimensiones de las casas y la posibilidad de acceder a ellas. Son, en fin, los factores económicos los que condicionan las posibilidades educativas y las perspectivas de futuro de los hijos.

Ante esta realidad no se puede dejar de sentir profunda compasión por lo que es o debería ser la cuna de la vida y del amor y la escuela de humanización.

2.  La familia, camino de humanización del Hijo de Dios

La encarnación del Hijo de Dios, nacido de una mujer, nacido bajo la Ley para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibieran el ser hijos de Dios por adopción (cfr.
Gal 4,4-5), no fue  un evento limitado solamente al momento del nacimiento, sino que comprendió todo el arco de  la vida humana de Jesús, hasta la muerte en cruz, como confiesa el apóstol Pablo (cfr. Fil 2,8). El Concilio Vaticano II se expresaba diciendo que el Hijo de Dios trabajó con manos de hombre y amó con corazón de hombre (cfr. GS 22). Su humanidad no fue, pues, un obstáculo para revelar su divinidad, más aún, fue el sacramento que le sirvió para manifestar a Dios y hacerlo visible y alcanzable. Es hermoso contemplar a un Dios que ha querido tanto al hombre que le ha hecho  camino para llegar a Él. Precisamente por esto, el camino de la  Iglesia es el hombre, que ella debe amar, servir y ayudar a alcanzar su plenitud de vida.

Pero precisamente porque quería encarnarse, Dios tuvo que buscarse antes una familia, una madre (cfr.
Lc 1,26-38) y un padre (cfr. Mt 1,18-25). Si en el seno virginal de María Dios se hizo hombre, en el seno de la familia de Nazaret el Dios encarnado aprendió a ser hombre. Para nacer, Dios tuvo necesidad de una madre; para crecer y hacerse hombre, Dios tuvo necesidad de una familia. María no fue sólo Aquella que dio a luz a Jesús; como verdadera madre, junto a José, logró hacer de la casa de Nazaret un hogar de “humanización” del Hijo de Dios (cfr. Lc 2,51-52).

La encarnación del Hijo de Dios, precisamente porque es auténtica, asumió plenamente las modalidades del desarrollo natural de toda criatura humana, que tiene necesidad de una familia que la acoge, que la acompaña, que la ama y que colabora con ella en el desarrollo de todas sus dimensiones humanas, las que la hacen verdaderamente “persona” humana. Todo esto en el descubrimiento de un proyecto de vida, que permite comprender cómo desarrollar los propios recursos y encontrar sentido y éxito en la vida.

Esta necesaria e indefectible función educativa que toda familia debe ofrecer a sus miembros, en el caso de la Familia de Nazaret encuentra su testimonio en una página del evangelio de Lucas. Es el episodio que refiere el encuentro de Jesús en el templo: “
Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: ‘Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados’. Él les contestó: ‘¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?’. Pero ellos no comprendieron lo que quería decir. Él bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba todo esto en  su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres” (Lc 2,48-52).

En esta página encontramos tres indicaciones preciosas sobre cuanto la familia está llamada a hacer respecto de los hijos, para que lleguen a ser “verdaderos ciudadanos y buenos cristianos”. En este sentido, ésta podría considerarse una relectura salesiana atinada del principio de la encarnación en un proyecto educativo.

Ante todo, no es indiferente que José y María hayan llevado a Jesús al Templo a la edad en que el hijo debe aprender a insertarse con todo derecho en la vida de su pueblo, haciendo propias las tradiciones que han alimentado y sostenido la fe de los padres: la familia de Jesús le ha introducido en la obediencia a la Ley y en la práctica de la fe, aunque sus padres sabían que su hijo era Hijo de Dios. El origen divino de Jesús no le ha eximido de la obligación, universal en Israel, de observar la Ley de Dios; el Hijo de Dios ha aprendido a ser hombre aprendiendo a obedecer a los hombres.

Hay que notar, además, la actitud respetuosa de los padres ante el hijo que, por sí solo, busca la voluntad de Dios sobre la propia vida. La respuesta de Jesús tiene casi un tono de maravilla, como diciendo: “Pero ¿cómo? Vosotros me habéis enseñado a llamar a Dios Abbá, Padre, y a buscar siempre su voluntad; y precisamente hoy y aquí, en Su casa, en el día del “Bar Mitzvá”, cuando he llegado a ser con todo derecho “hijo de la Ley” para vivir desde ahora en adelante cumpliendo el designio del Padre, ¿me preguntáis dónde me encontraba y por qué he hecho esto?” (cfr
. Lc 2,49). Aún sin ser todavía mayor de edad, Jesús recuerda a sus padres que han sido ellos quienes le han  enseñado que Dios y sus cosas están antes que la familia y su cuidado.

Notamos, en fin, que la incomprensión de los padres no es obstáculo para la obediencia del hijo, que vuelve con ellos a Nazaret; Jesús se somete a la autoridad de los padres que no son capaces de comprenderlo. Y así, concluye el evangelista, mientras María “conservaba todo esto en  su corazón” (
Lc 2,51), Jesús “crecía en sabiduría, estatura y gracia ante Dios y ante los hombres” (Lc 2,52). He aquí el elogio más grande de la capacidad educativa de José y María. He aquí lo que significa en práctica hacer de una familia, casa y escuela, “cuna de la vida y del amor y lugar privilegiado de humanización”.

Es en la familia donde Jesús aprendió la obediencia a la Ley y se insertó en la cultura de un pueblo; es en la familia donde Jesús manifestó querer dar a Dios el primer lugar y ocuparse en primer lugar de las cosas de Dios; es a la vida de familia adonde Jesús, consciente de ser hijo de Dios, volvió para crecer, como hombre, ante los hombres, “en estatura, sabiduría y gracia”. El hijo de Dios pudo venir a la vida naciendo de una madre virgen, sin contar para esto con una familia, ¡pero sin ella no pudo crecer y madurar como hombre! Una virgen concibió al hijo de Dios; una familia le humanizó.

¡Me pregunto si se podría decir más sobre el valor sacrosanto de la familia!

3.  Vida de familia y carisma salesiano

Para nosotros, hijos de Don Bosco, la familia no puede parecer un tema extraño a nuestra vida y a nuestra misión. Como educadores, conocemos bien la importancia de crear un clima de familia para la educación de niños y muchachos, de adolescentes y jóvenes. Con tal fin, el ambiente  mejor es precisamente el que se espeja en el modelo base de la familia: el que reproduce “la experiencia de la casa”, donde los sentimientos, las actitudes, los ideales, los valores se comunican vitalmente, con frecuencia con un lenguaje no verbal y, sobre todo, no sistemático, pero no menos eficaz y constante. La famosa expresión de Don Bosco “la educación es cosa del corazón”
[4] tiene su traducción operativa en la tarea de abrir las puertas del corazón de nuestros muchachos para que éstos puedan acoger y custodiar nuestras propuestas educativas.

Para nosotros, Familia Salesiana, vivir en familia no es simplemente una opción pastoral estratégica, hoy tan urgente, sino una modalidad de realizar nuestro carisma y un objetivo que privilegiar en nuestra misión apostólica. Como rasgo carismático característico, nosotros Salesianos y Miembros de la Familia Salesiana vivimos el espíritu de familia; como misión prioritaria, compartimos con las familias, que nos confían a sus hijos, el deber de educarlos y evangelizarlos; como opción metodológica educativa, trabajamos recreando en nuestros ambientes el espíritu de familia.

3.1  “
En el principio estaba la madre [5]

Margarita Occhiena fue “la primera educadora y maestra de ‘pedagogía’”
[6] de Don Bosco. “Todos conocéis -decía Juan Pablo II a los agentes de la escuela reunidos en Turín en 1988 – la importancia que tuvo Mamá Margarita en la vida de San Juan Bosco. No sólo dejó en  el Oratorio de Valdocco el característico “espíritu de familia”, que subsiste todavía hoy, sino  que supo forjar el corazón de Juanito en la bondad y amabilidad que harían de él el amigo y el padre de sus pobres jóvenes”. [7]

3.1.1    Breve reseña biográfica

Convencido también yo del papel decisivo de Mamá Margarita en la formación humana y cristiana de Don Bosco, como también en la creación del ambiente educativo, “familiar”, de Valdocco, me parece obligado recordar aquí, aunque sea brevemente, su vida, y esbozar su perfil espiritual.

a)  Hasta el traslado a Valdocco (de 1788 a 1846)

Nacida en Serra di Capriglio, caserío del pueblo pequeño de la provincia de Asti, el 1 de abril de 1788, de Melchor Occhiena y Dominica Bassone, Margarita fue bautizada el mismo día de su nacimiento; sus padres eran campesinos un tanto acomodados, propietarios de su casa y de los terrenos contiguos.

Capriglio no tenía escuela; por tanto Margarita no aprendió a leer ni escribir. Pero iletrada no significa ignorante: supo adquirir una eminente sabiduría escuchando con corazón despierto en la iglesia parroquial los sermones, las catequesis y, más aún, ajustando a todo ello su experiencia cotidiana, que no siempre fue fácil y serena. Escribe Don Lemoyne,  autor en 1886 de la primera “biografía” escrita de Mamá Margarita: “La naturaleza le había dado una resolución de voluntad que, con la cooperación de un exquisito sentido común y de la gracia divina, debía hacerla capaz de superar todos aquellos obstáculos espirituales y materiales que habría de encontrar en el curso de su vida... Recta en su conciencia, en sus afectos, en sus pensamientos, segura en sus juicios acerca de los hombres y de las cosas, desenvuelta en sus modales, franca en su hablar, no sabía qué fuera la indecisión... Esta franqueza fue una salvaguardia para su virtud, porque iba unida a una prudencia que no le dejaba pisar en falso”.
[8]

A dos kilómetros de  Capriglio, en la colina de frente, en I Becchi, caserío de Murialdo y de Castelnuovo de Asti,  vivía Francisco Bosco; joven campesino de 27 años, viudo, que tenía bajo su cuidado a un niño de tres años, Antonio, la pidió por esposa. Se casaron el 6 de junio de 1812. Margarita Bosco se trasladó a la granja Biglione. La pequeña familia no tardó en crecer. El 8 de abril de 1813 nació un primer hijo, que fue llamado José, y dos años después, el 16 de agosto de 1815, un segundo, que fue llamado Juan Melchor: el futuro San Juan Bosco.

Al morir improvisamente Francisco, con apenas 33 años, Margarita, de 29 años, se convirtió en cabeza de la familia – tres hijos y la abuela paterna – y responsable de la gestión agrícola. Poco después de haberse quedado viuda, recibió la propuesta de un matrimonio muy ventajoso: los niños habrían  sido confiados a un tutor. Lo rechazó sin dudarlo: “Dios me dio un marido y me lo  quitó. Al morir, él me confió tres hijos, y yo sería una madre cruel si los abandonase en el momento en que tienen mayor necesidad de mí”.

Desde ahora se dedicará sobre todo a estos hijos para cumplir su deber de educadora. En esta misión, Margarita manifestará sus dotes excepcionales: su fe, su virtud, su saber hacer, su sabiduría de campesina piamontesa  y de verdadera cristiana llena del Espíritu Santo.

Sabía adaptarse a cada uno de sus hijos. Antonio había perdido a su mamá a la edad de tres años y a su papá a la edad de nueve: adolescente irritable, joven gruñón, a partir de los 18 años se hizo intratable, cayendo con frecuencia en la violencia. Margarita se sintió llamar algunas veces “madrastra”, mientras lo trataba siempre como a un hijo, con una paciencia infinita. Pero sabía también ser justa y fuerte: por la paz en casa, por el bien de José y de Juan, tomó las decisiones dolorosas que fueron necesarias. Al final de 1830 procedió a la división de los bienes, casa y terrenos. Antonio, que se quedó solo, no tardó en casarse y tuvo siete hijos. Totalmente reconciliado con los suyos, será un buen padre de familia, muy estimado, y un cristiano fiel.

José, cinco años más joven, era dulce, conciliador y tranquilo. Inseparable de su hermano Juan, sufría sin envidia la ascendencia de él.  Adoraba a su madre; y, durante los largos años de estudio de Juan, será el hijo obediente y trabajador en el que ella podrá apoyarse. También él se casará joven, a los 20 años, con una muchacha del pueblo, María Colosso, con la que tendrá diez hijos.

Juan quería estudiar. Mamá Margarita, que deseaba favorecerlo en este su deseo, encontró la oposición decidida de Antonio. Con el corazón destrozado, le mandó entonces a trabajar durante veinte meses como criado en la granja de la familia Moglia (1828-1829). Sólo después de que Antonio adquirió su autonomía, Mamá Margarita tuvo la posibilidad de mandar a Juan a la escuela pública de Castelnuovo (1831), y luego a Chieri, donde pasará diez años (1831-1841): cuatro en la escuela pública y seis en el seminario mayor. Aquél fue para Margarita un período finalmente tranquilo, feliz, lleno de esperanza, en el que ella se convertía en abuela de los hijos de Antonio y de José.

Don Bosco, con 70 y más años, recordará el tono imperioso con el que Mamá Margarita, cuando en 1834 tuvo que decidir concretamente su porvenir, le había dicho: “Oye, Juan.  No tengo nada que decirte por lo que se refiere a tu vocación, sino que la sigas como Dios te la inspira. No te preocupes de mí. No quiero nada de ti. No lo olvides: nací pobre, he vivido pobre y quiero morir pobre. Más aún, te lo aseguro: si decides ser sacerdote secular y por desgracia llegaras a ser rico, no iré a verte ni una vez”.
[9]

El 26 de octubre de 1835, a la edad de 20 años, Juan vistió el hábito clerical en Castelnuovo, en la iglesia parroquial. Desde aquel día, nos confía Don Bosco, “mi madre no me perdía de vista...La víspera de la partida por la tarde me llamó y me dijo estas memorables palabras: ‘Querido Juan, ya has vestido la sotana de sacerdote. Como madre experimento un gran consuelo en tener un hijo seminarista. Pero acuérdate de que no es el hábito lo que honra tu estado, sino la práctica de la virtud. Si alguna vez llegases a dudar de tu vocación, ¡por amor de Dios!, no deshonres ese hábito. Quítatelo en seguida. Prefiero tener un pobre campesino a un hijo sacerdote descuidado en sus deberes”.
[10]

Juan fue ordenado sacerdote en Turín el sábado 5 de junio de 1841. El día siguiente, después de haber celebrado la Misa solemne en la iglesia parroquial de Castelnuovo, subió a I Becchi: al volver a ver los lugares del primer sueño y de tantos recuerdos, el novel sacerdote se conmovió hasta las lágrimas. Volvió a encontrarse solo, en el silencio de la noche, con su madre. “Juan – le dijo la Mamá – ya eres sacerdote, dices misa; de hoy en adelante estás más cerca de Jesús Pero acuérdate que empezar a decir misa quiere decir empezar a sufrir. No te darás cuenta en seguida;  poco a poco verás que tu madre te dijo la verdad. Estoy segura de que cada día rezarás por mí, mientras yo viva y cuando muera: esto me basta. Tú en adelante, piensa solamente en la salvación de las almas, sin cuidarte para nada de mí”.
[11]

El 3 de noviembre de 1841 Don Bosco, joven sacerdote, se despedía de su madre y de sus hermanos, y partía para Turín. Entró en el Colegio Eclesiástico, por consejo de Don José Cafasso, y comenzaba su apostolado entre los muchachos de la calle y en las cárceles. El 8 de diciembre inauguró su catequesis con Bartolomé Garelli: era el comienzo de la gran aventura salesiana.

El joven sacerdote comenzó a reunir un tropel cada vez más numeroso de muchachos en el Colegio Eclesiástico,  luego junto a la Marquesa Barolo, después en los prados cercanos, hasta cuando, en Pascua de 1846, entró finalmente en el Cobertizo Pinardi, en Valdocco. Durante este tiempo, Margarita vivía serena en I Becchi, abuela feliz de unos nietecitos entre los 13 años y pocos meses.

En julio de 1846 Juan, agotado de su trabajo apostólico, está en el umbral de la  muerte. Una vez recuperado en su salud, sube a I Becchi para una larga convalecencia: madre e hijo se encuentran de nuevo en la intimidad. El corazón de Juan Bosco sacerdote se ha quedado en Turín: ¡son tantos los jóvenes que le esperan! Pero hay un problema que resolver: joven sacerdote de 30 años, Juan no puede vivir solo en los locales que hace poco ha alquilado en la Casa Pinardi, en el barrio de mala fama de Valdocco. “¡Llévate contigo a tu madre!”, le dice el  párroco de Castelnuovo. Así narró Don Bosco la reacción generosa de su madre: “Si crees que es del agrado del Señor, dispuesta estoy a partir al momento”.
[12]   El 3 de noviembre de 1846, madre e hijo partían a pie, a Turín.

b)  Diez años con Don Bosco (de 1846 a 1856)

Para Mamá Margarita comenzaba el último período, en el  que su vida se confundirá con la de su hijo y con la fundación misma de la obra salesiana.

Ayudando a Don Bosco, Margarita quería evidentemente servir a los muchachos a los que su hijo había dedicado su vida. Debió, en primer lugar, habituarse a los gritos y al estruendo de los días de oratorio, a las altas horas de las escuelas nocturnas. Luego llegó la acogida en casa de los primeros huérfanos vagabundos. ¿Cuántos eran estos muchachos que constituirán la gran familia de Mamá Margarita? Unos quince en 1848, que ascienden a treinta en 1849, y a cincuenta en 1850. La construcción de una casa de dos pisos permitió acoger a cerca de setenta en 1853, y a un centenar en 1854: dos tercios eran artesanos, un tercio estudiantes o seminaristas de la diócesis, que iban a trabajar o a estudiar en la ciudad. Unos treinta, al menos, estaban enteramente a cargo de Don Bosco.

Una noche de 1850, Margarita sufrió su hora de Getsemaní. Cuatro años de aquella vida podían bastar, ¡no podía más! Se desahogó con su hijo: “Escúchame, Juan. Ya ves que es imposible que yo lleve adelante las cosas de esta casa. Tus muchachos hacen cada día una nueva faena...¡Mira! casi, casi me volvería a I Becchi, para acabar en paz los pocos días de vida que me quedan”. Conmovido, Don Bosco la miró; luego sus ojos se dirigieron al Crucifijo colgado de la pared. Margarita miró; sus ojos se arrasaron de lágrimas. “¡Tienes razón, tienes razón!”. Y sin más, volvió a sus quehaceres. “A partir de aquel instante ya no se escapó de sus labios ni una palabra de disgusto”.
[13] ¿Quién podrá medir este su sacrificio personal en el desarrollo de la obra salesiana?

Ciertamente Mamá Margarita estuvo presente, también activamente, en el primer desarrollo “espiritual” de la obra: los primeros momentos de formación del método y del clima salesiano, la presencia y el acompañamiento de los primeros discípulos: Cagliero (1851), Rua (1852), Don Alasonatti y Domingo Savio (1854); las primeras Compañías, los primeros frutos de santidad, los primeros clérigos y la preparación de la Sociedad Salesiana, que será fundada sólo tres años después de su muerte. Esta larga presencia femenina y maternal es un hecho único en la historia de los Fundadores de Congregaciones educativas. “La Congregación Salesiana nació en las rodillas de Mamá Margarita”, ha escrito un biógrafo de Don Bosco.
[14]

Sin embargo, la más hermosa de las tareas de Margarita fue aquella en la que usaba no sólo los brazos, sino su corazón, su talento innato de educadora. Todos aquellos huérfanos la llamaban “Mamá”: estaba bien claro que no se limitaba a ser su cocinera y su ropera. Tenían en ella una confianza total, un afecto de huérfanos que se sentían amados por ella. A lo largo de la jornada ella intervenía con diálogos exquisitos para corregir, exhortar, consolar, ofrecer el consejo oportuno, para formar su carácter y su corazón de creyentes, para recordar la presencia de Dios, invitar a ir a confesarse con Don Bosco y recomendar la devoción a María.

Los conocía uno a uno, a todos estos muchachos, y sabía juzgarlos. Durante dos años pudo observar a un singular adolescente llegado de Mondonio: su conducta la impresionaba: “Tienes – dijo un día a Don Bosco- muchos chicos buenos, pero ninguno supera la hermosura del corazón y del alma de Domingo Savio... Le veo rezar siempre... Está en la iglesia como un ángel en el Paraíso”.
[15]

Los únicos momentos de calma y de descanso de Mamá Margarita, en aquellos años, fueron las pocas semanas de vacaciones otoñales en I Becchi. Descanso, por otra parte, relativo, porque Don Bosco llevaba allá a todos los muchachos que no tenían familia. Al volver de las vacaciones de 1856, a mediados de noviembre, se sintió mal y se metió en la cama. El médico diagnosticó una pulmonía. Murió el 25 de noviembre a las 3; la tarde anterior, Don Borel, su confesor, le había administrado los últimos sacramentos. “Dios – dijo a Don Bosco – sabe lo mucho que te he  querido a lo largo de mi vida. Espero poder amarte más en la eternidad. He cumplido con mi deber en cuanto me ha sido posible. Tal vez parezca que he sido rigurosa en algún caso, pero era por vuestro bien. Di a nuestros queridos hijos que he trabajado por ellos y que les tengo amor de madre. Te recomiendo que recen mucho por mí y que hagan, al menos una vez, la Santa Comunión por el eterno descanso de mi alma”.
[16]

Mamá Margarita vivió pobre y murió pobre; enterrada en la fosa común, nunca tuvo su nombre escrito en una lápida

3.1.2  Perfil espiritual de Mamá  Margarita

La muerte de la madre puso “en gran evidencia el fuerte vínculo entre Don Bosco y su madre, la relación primaria que le había plasmado los rasgos fundamentales de su personalidad”.
[17] Amada por salesianos y jóvenes, en seguida después de su muerte, se divulgó una convicción común: “¡era una santa!”. Y, sin embargo, la Causa de Beatificación y de Canonización de Mamá Margarita se introdujo sólo el 8 de septiembre de 1994. Concluido el Proceso diocesano en Turín en 1996, la Positio (es decir, la documentación sobre la fama de santidad y sobre la heroicidad de la vida y de las virtudes), fue entregada oficialmente a la Congregación para las Causas de los Santos el 25 de enero de 2000. [18]

No me resisto al deseo de esbozar aquí su perfil espiritual, tal como se desprende de la
Positio.

a) 
Mujer fuerte

En toda su existencia no se encuentran nunca momentos de fácil abandono a las inclinaciones naturales. Manifiesta un equilibrio extraordinario en armonizar tensiones nada fáciles en la vida de familia. Su actitud aparece siempre despierta y atenta, y como guiada por una preocupación superior: la de quien discierne cuál debe ser el comportamiento mejor para el bien de sus hijos delante de Dios. Se presenta tan tierna y firme, comprensiva e inamovible, paciente y decidida.

A impulsar a Margarita hacia la armonía de los contrarios, estaba el hecho de haber tenido que hacer también de padre para con sus hijitos. Mamá Margarita, que también habría tenido la posibilidad de evitar la condición problemática de viuda, casándose nuevamente, supo lograr y conservar siempre el justo equilibrio entre estas dos funciones: una maternidad suficientemente fuerte para compensar la ausencia del padre, y una “paternidad” suficientemente dulce para no poner en peligro el indispensable calor materno. Por tanto, no caricias vacías, ni gritos coléricos, sino firmeza y serenidad.

En  su rostro se transparentaba siempre la calma, la serenidad, el dominio de sí, la verdadera dulzura. No pegaba a sus hijitos, pero no cedía nunca ante ellos; amenazaba con castigos severos, pero los perdonaba a la primera señal de arrepentimiento. En un rincón de la cocina – recordaba Don Bosco – estaba la vara: un palito flexible. No la usó nunca, pero no la quitó nunca de aquel rincón. Era una madre dulcísima, pero enérgica y fuerte. Logró dominar dos presencias que, ordinariamente, resultan problemáticas en una familia: la presencia de una suegra enferma y la de un hijastro particularmente difícil.  Sabia educadora, supo transformar una condición familiar, con muchas dificultades, en un ambiente educativo incisivo y fecundo.

Con el ejemplo y la palabra enseñó a sus hijos las grandes virtudes del humanismo piamontés de aquel tiempo: el sentido del deber y del trabajo, el  valor cotidiano de una vida dura, la franqueza y la honradez, el buen humor. Ellos aprendieron también a respetar a los ancianos y a abrirse voluntariamente al servicio del prójimo. Por otra parte, serena y fuerte, no temía exponer su punto de vista a aquellos cuyas palabras o actos provocaban escándalo. Tales ejemplos penetraban en lo más hondo de la conciencia de los tres muchachos.

La dimensión de la fe añadía sabor sapiencial e incisiva a cada lección que esta maestra analfabeta daba a sus hijitos.

b) 
Educadora “salesiana”

Este arte educativo es lo que permite a Mamá Margarita descubrir las energías ocultas en sus hijos, sacarlas a la luz, desarrollarlas y ponerlas casi visiblemente en sus manos. Esto se aplica sobre todo respecto de su fruto más rico: Juan. ¡Qué impresionante es notar en Mamá Margarita este consciente y claro sentido de “responsabilidad materna”, al seguir cristianamente y de cerca a su propio hijo, aún respetándolo en su autonomía vocacional, pero acompañándolo ininterrumpidamente en todas las etapas de su vida hasta la propia muerte!

El sueño que Juanito tuvo a los nueve años, si fue revelador para  él, lo fue también ciertamente (si no antes) para Mamá Margarita; fue ella la que tuvo y manifestó la interpretación: “¡Quién sabe si un día serás sacerdote!”. Y algún año después, cuando comprendió que el ambiente de casa era negativo para Juan a causa de la hostilidad del hermanastro Antonio, ella hizo el sacrificio de mandarlo como mozo de campo a la granja Moglia de Moncucco. Una madre que se priva del hijo tan joven para mandarlo a trabajar la tierra lejos de casa, hace un verdadero sacrificio, pero ella lo hizo, no sólo para eliminar un desacuerdo familiar, sino también para iniciar a Juan en el camino que le (y les) había revelado el sueño.

Se puede afirmar que a Mamá Margarita hay que atribuir el mérito de haber sembrado en Don Bosco los gérmenes de aquel célebre trinomio:
razón, religión, cariño, que ella vivió sencillamente en su calma, afabilidad y autoridad. La divina Providencia le concedió la gracia de ser una educadora “salesiana”, animada de un amor preventivo que sabía comprender, exigir, corregir, esperar y sonreír.

Sus hijos eran vigilados, controlados y guiados, pero no oprimidos. Debían obedecer y pedir los permisos, pero la Mamá los dejaba gustosamente abandonarse a su alegría y a sus juegos. No cedía nunca a los caprichos, y corregía amorosamente... Don Lemoyne testifica: “Quería a toda costa que la corrección no provocase iracundia, desconfianzas, aborrecimiento. Su máxima sobre este punto era precisa: formar a sus hijos a hacer todo por afecto o por agradar al Señor. Por esto, ella era una madre adorada”.
[19] Don Bosco dirá más tarde que la educación es cosa del corazón: había hecho ya la feliz experiencia en el hogar doméstico de I Becchi.

c)  Catequista eficaz

Mamá Margarita tenía la rara capacidad de sacar de todo lo que acontecía en la vida una ocasión para catequizar. Se consideró la primera responsable de la enseñanza de la fe a sus hijos, y supo proponerles valores sencillos y fuertes en su escuela de familia. Lo que transmitió en  primer lugar a los hijos, con paciencia, en los años del crecimiento, fue su fe diamantina. El sentido de un Dios de amor siempre presente, una devoción tierna a María.

Ha quedado como célebre el
catecismo de Mamá Margarita. Ella, que no sabía ni leer ni escribir y que había aprendido de memoria, en su infancia, las fórmulas necesarias, las transmitía a los hijos, pero también las sintetizaba y las interpretaba según su infalible instinto maternal.

Las grandes verdades de la fe se transmitían en el modo más sencillo y elemental,  todas expresadas en fórmulas brevísimas:

Dios te ve: era la verdad de todo momento, no destinada a infundir miedo, sino a confirmar a los niños en el hecho de que Dios se preocupaba de ellos y que la misma bondad de Dios les pedía responder con una vida buena.

¡Qué bueno es el Señor!, exclamaba todas las veces que algo impresionaba la fantasía de los niños y despertaba su admiración.

¡Con Dios no se juega!, afirmaba convencida cuando se trataba de inculcar el horror del mal y  del pecado.

-  ¡
Tenemos poco tiempo para hacer el bien!, explicaba cuando quería animarlos a ser más solícitos y generosos.

¿Qué importa tener vestidos preciosos, si el alma está sucia?, observaba cuando quería educarlos en una pobreza digna y en el cuidado de la belleza interior del alma.

Estaba, luego, el
catecismo de los sacramentos. Sabemos, por el relato del mismo Don Bosco, cómo ella lo aplicó con el pequeño Juan. Cuando se acercó el tiempo de la primera comunión, ella comenzó a enseñarle todos los días alguna oración y alguna lectura particular; luego preparó al niño para hacer una buena confesión (y se la hizo repetir tres veces durante el tiempo de cuaresma); luego, cuando llegó el gran día (la Pascua de 1826), hizo de modo que el niño hiciese verdaderamente una experiencia de comunión con Dios. “¡Estoy  persuadida de que Dios ha tomado verdadera posesión de tu corazón! Prométele que harás cuanto puedas para conservarte bueno hasta el fin de la vida”. [20]

Y, finalmente, estaba el
catecismo de la caridad: tanto en los años del relativo bienestar, como en los del hambre, la casa de Margarita estuvo siempre abierta a los pobres, a los caminantes, a los ambulantes, a los guardias vigilantes que pedían un vaso de vino, a las muchachas en dificultades morales; así como siguió siendo la casa a la que se dirigían las vecinas cuando había una desgracia que aliviar, algún enfermo que asistir, o un moribundo que acompañar en su último viaje.

d) 
Primera cooperadora

 Hay modalidades, acentos, tonos en el sistema preventivo practicado por Don Bosco, que tienen un algo de maternal, de dulce, de tranquilizador, que nos permiten ver en Margarita no sólo una figura femenina que ejerce su influjo desde lejos, sino también
desde dentro como inspiradora y modelo, como colaboradora y, ciertamente, primera cooperadora.

Fue precisamente la presencia de Mamá Margarita en Valdocco durante el último decenio de su vida lo que influyó, y no marginalmente, sobre el “espíritu de familia” que todos consideramos como el corazón del carisma salesiano. Efectivamente, no fue un decenio cualquiera, sino el primero, aquel en el que se pusieron las bases del clima que pasará a la historia como el clima de Valdocco. Don  Bosco había invitado a su madre, movido por necesidades prácticas. En realidad, en los planes de Dios esta presencia estaba destinada a trascender los límites de una necesidad contingente, para inscribirse en el cuadro de una colaboración providencial a un  carisma todavía en estado naciente.

Mamá Margarita fue consciente de esta su nueva vocación. La aceptó con humildad y lucidez. Así se explica el valor demostrado en las circunstancias más duras. Piénsese sólo en la epidemia del cólera. Piénsese en gestos y palabras que tienen algo de profético, como el usar los manteles del altar para hacer vendas para los enfermos. Valga, sobre todo, el ejemplo de las célebres “Buenas Noches”, una nota original de la tradición salesiana. Era un punto al que Don Bosco daba mucha importancia y lo inició precisamente Mamá Margarita con un sermoncito breve dirigido al primer joven acogido.
[21] Luego Don Bosco continuaría esta práctica, no en la  iglesia en forma de sermón, sino en el patio, o en los pasillos, o bajo los pórticos, de modo paternal y familiar.

La estatura interior de esta madre es tal que el hijo, también cuando llegó a ser educador experto, tendrá siempre que aprender de ella. Si quisiéramos compendiar cuanto se ha dicho, valga el juicio de Don Lemoyne: “Podía decirse que ella personificaba el Oratorio”.
[22]

3.2 
Valdocco, “una familia que educa [23]

Aunque Valdocco haya sido la  primera – y la única – institución asistencial y educativa fundada y dirigida por Don Bosco en persona, la fisonomía típica de la obra y, sobre todo, el sistema educativo de prevención allí usado, solamente pueden ser bien comprendidos en conexión no sólo con Don Bosco, con su experiencia y su temperamento, sino  también con los de sus ayudantes. Desde los comienzos el Oratorio fue una empresa comunitaria, iniciada y llevada adelante en interacción entre el fundador y sus colaboradores.
[24]

Entre éstos destaca un grupo consistente de mujeres. Mamá Margarita no fue, ciertamente, la única colaboradora de Don Bosco en el Oratorio; “otras madres vivieron en Valdocco, dejando siempre la huella familiar que necesariamente provenía de su naturaleza y de su experiencia”. Cuando murió Mamá Margarita, Mariana, su hermana mayor, permaneció en el Oratorio todavía casi un año, hasta su muerte. Luego “se estableció en el Oratorio la mamá de Don Rua, ayudada por la madre del clérigo Bellia, por la del canónigo Gastaldi y por otras. Vivió en el Oratorio también Mariana Magone, madre del conocido alumno de Don Bosco”.
[25] Después de la muerte de ella, en 1872, desaparece la presencia y el influjo de las mamás en el Oratorio. [26]

Hay que subrayar, sin embargo, que la mamá de Don Bosco, durante el decenio 1846-1856, fue la  principal compañera y cooperadora de Don Bosco, compartiendo con él “pan, trabajo, fatigas, preocupaciones y misión juvenil”.
[27] “Mamá Margarita” – éste es ya su nombre definitivo en Valdocco – estará activamente presente en el primer desarrollo “exterior” de la obra: primer oratorio, “casa anexa” o pensionado para los primeros artesanos y estudiantes, primeras escuelas y primeros talleres, iglesia dedicada a San Francisco de Sales, publicación de las Lecturas Católicas, en un clima de revoluciones y de amenazas a Don Bosco (1853).

En aquellos días, en el Oratorio se vivía una vida de familia a la buena, escasa de recursos y llena de sueños; con frecuencia Don Bosco debía salir de casa, o para procurarse los fondos para gestionar, aún con sencillez, un pensionado cada vez más numeroso, o para encontrar un poco de paz y escribir sus libros en la biblioteca del Colegio Eclesiástico o en otra parte. Mamá Margarita lo sustituía en la asistencia a los muchachos, además de atender a los trabajos domésticos ordinarios, en la cocina de día y remendando sus vestidos de noche. Son hechos completamente ordinarios, “pequeños detalles” ciertamente, pero que “tuvieron su peso en muchos aspectos de la vida de Don Bosco y de los jóvenes, y (que) nos ayudan a ver concretamente la ’familia’ del Oratorio”:
[28] el Oratorio, en efecto, en la intención de Don Bosco, “tenía que ser una casa, es decir, una familia, y no quería ser un Colegio”. [29]

Pues bien, hace tiempo, Don Egidio Viganò hizo notar con énfasis el influjo de la presencia maternal de Mamá Margarita en Valdocco, y su aportación para hacer “familiar” el clima del Oratorio: “El heroico trasladarse a Valdocco (de Mamá Margarita) sirvió para dar al ambiente de aquellos pobres jóvenes el mismo estilo familiar del que brotó la sustancia del Sistema Preventivo y muchas modalidades tradicionales vinculadas a él. Don Bosco había experimentado que la formación de su personalidad tenía su raíz vital en el extraordinario clima de entrega y bondad (‘donación de sí’) de su familia en I Becchi, y quiso reproducir sus características más significativas en el  oratorio de Valdocco con aquellos jóvenes pobres y abandonados”.
[30]

Resulta obvio, pues, que los componentes de la “familia educativa”
[31] que Don Bosco quiso que fuese su Oratorio, no todos fueron tomados sólo de idealizaciones pedagógicas y teológicas,  sino también de la vida cotidiana campesina del Piamonte. [32] Las presencias femeninas de las mamás que fueron a Valdocco y, ante todo, la de mamá Margarita, dieron esta peculiar aportación de fe y de sencillez, de carácter concreto y de sabiduría educativa.

4.  La familia como misión

Estas reflexiones sobre Mamá Margarita y su familia nos hacen comprender que la familia, además de ser parte, aunque indirecta, de nuestra misión, es, ante todo, y por su naturaleza, una institución social cuyos miembros se encuentran unidos en su interior por relaciones interpersonales de diversos tipos, pero todas animadas por un clima afectivo, comunicativo y normativo, que las caracteriza con una particular vitalidad carismática. Nuestros destinatarios son los jóvenes, nuestro campo de trabajo es su educación y su evangelización. Pero ambos, jóvenes y educación, son inseparables de la familia.

Lo recordaba Don Egidio Viganò en su comentario al Sínodo de los Obispos de 1980 sobre la familia, al que siguió la Exhortación Apostólica
Familiaris Consortio de Juan Pablo II: “El compromiso de nuestra Vocación Salesiana deberá cumplirse de un modo característico entre los humildes y los pobres. Son ellos los que tienen necesidad, ante todo, de la familia y para ellos llegó Don Bosco –como escribe Pedro Braido – a su invención más genial: la afectuosidad” (= amorevolezza) que educa en el clima de una familia gozosamente compenetrada”. [33]

4.1  “¡Familia, sé lo que eres!”

¡Familia, sé lo que eres!”: con esta llamada Juan Pablo II invitaba a las familias del mundo entero a encontrar en sí mismas la propia verdad y a realizarla en medio del mundo. Hoy, en un mundo minado por el escepticismo, no puede no resonar todavía fuerte la exhortación del Santo Padre que animaba a las familias a redescubrir esta verdad sobre sí mismas añadiendo, “¡Familia, cree en lo que eres!”.

“Arquitectura de Dios”, plan de Dios inviolable, la familia es también “arquitectura del hombre”, compromiso del hombre en el designio divino.

*  Célula de la sociedad

La familia es fundamento y sostén de la sociedad por su misión esencial de servicio a la vida: en la familia nacen los ciudadanos y en la familia encuentran la primera escuela de aquellas virtudes que son el alma de la vida y del desarrollo de la sociedad misma.

En cuanto comunidad interpersonal de amor, la familia encuentra en el don de sí la ley que la guía y la hace crecer. El don de sí inspira el amor de los cónyuges entre sí y se presenta como modelo y norma que dirige las relaciones entre hermanos y hermanas y entre las diversas generaciones que conviven en familia. La comunión y la participación cotidianamente vividas en la casa, en los momentos de alegría y en los de dificultad, representan para los hijos la pedagogía más concreta y eficaz en el más amplio horizonte de la sociedad. Todo niño es un don a los hermanos, a las hermanas, a los padres, a toda la familia. Su vida es un don para los mismos donadores de la vida, los cuales no podrán no sentir la presencia del hijo, su participación en su existencia, su aportación al bien de la comunidad familiar y de la sociedad entera.

La misma experiencia de comunión y participación, que debe caracterizar la vida cotidiana en familia, representa su primera y fundamental aportación a la sociedad. Las relaciones entre los miembros de la comunidad familiar están inspiradas y guiadas por la ley de la “gratuidad” que, respetando y favoreciendo en todos y en cada uno la dignidad personal como único título de valor, se hace acogida cordial, encuentro y diálogo, disponibilidad desinteresada, servicio generoso, solidaridad profunda.

Así la promoción de una  auténtica y madura comunión de personas en la familia se convierte en la primera e insustituible escuela de sociabilidad. Ella representa un ejemplo y un estímulo para las más amplias relaciones interpersonales bajo el signo del respeto, de la justicia, del diálogo y del amor, lugar nativo e  instrumento eficaz de humanización y de personalización de la sociedad.
[34]

Todo esto es importante hoy, de modo especial, si se quieren contrastar eficazmente los dos modelos familiares reducidos y limitados que son fruto de la sociedad consumista actual: el de la familia-castillo, centrada egoístamente en sí misma, y el de la familia-hotel, privada de identidad y de relaciones. Por consiguiente, frente a una sociedad que corre el peligro de ser cada vez más despersonalizada y masificada, y por tanto deshumana y deshumanizante, con los efectos negativos de tantas formas de “evasión”, la familia posee y libera todavía hoy energías formidables, capaces de arrancar al hombre del anonimato, de mantenerlo consciente de  su dignidad personal, de enriquecerlo de profunda humanidad y de insertarlo activamente con su unicidad e irrepetibilidad en el tejido de la sociedad.

Cuando sirve a la vida, cuando forma a los ciudadanos de mañana, cuando les comunica los valores humanos que son fundamentales para la nación, cuando introduce a los hijos en la sociedad, la familia juega una función esencial: es patrimonio común de la humanidad. La razón natural así como la Revelación divina contienen esta verdad. Como decía el Concilio Vaticano II, la familia constituye entonces “la célula primera y vital de la sociedad”.
[35]

*  Santuario de la vida

La primera y fundamental misión de la familia es el servicio a la vida, que realiza a lo largo de la historia la bendición del Creador, y transmite así la imagen divina de hombre a hombre (cfr.
Gn 5, 1 ss.). Esta responsabilidad brota de su misma naturaleza – la de ser comunidad de vida y de amor, fundada en el matrimonio – y de su misión de custodiar, revelar y comunicar el amor. Está en juego el amor mismo de Dios, del que los padres han sido constituidos colaboradores y casi intérpretes al transmitir la vida y al educarla según su  proyecto de Padre. En la familia el amor continúa comunicando vida en el tiempo: se hace gratuidad, acogida, donación. En la familia cada uno es reconocido, respetado y honrado porque es persona y, si alguno tiene más necesidad, más intenso y más atento es el cuidado en relación con él.

La familia está llamada, pues, en causa durante todo el arco de la existencia de sus miembros, desde el nacimiento hasta la muerte. Es verdaderamente el santuario de la vida, el lugar en que la vida, don de Dios, puede ser adecuadamente acogida y protegida contra los múltiples ataques a que está expuesta, y puede desarrollarse según las exigencias de un auténtico crecimiento humano.

Como iglesia doméstica, la familia está llamada a anunciar, celebrar y servir al Evangelio de la vida. En la procreación de una nueva vida los padres notan que el hijo, si es fruto de su recíproca donación de amor, es, a su vez, un don para los dos, un  don que brota del “Don”.

*  Anunciadora del evangelio de la vida

Es, sobre todo, por medio de la educación de los hijos como la familia cumple su misión de anunciar el Evangelio de la vida. Con la palabra y con el ejemplo, en la vida diaria de las relaciones y de las opciones, con gestos y signos concretos, los padres introducen a sus hijos en la libertad auténtica que se vive en el don sincero de sí, y desarrollan  en ellos el respeto del otro, el sentido de la justicia, la acogida cordial, el diálogo, el servicio generoso, la solidaridad y todos los demás valores que ayuden a entender la vida como vocación y como misión de amor.

Así, aun en medio de las dificultades de la acción educativa, los padres deben con confianza y con valor formar a los hijos en los valores esenciales de la vida humana. Y los hijos deben crecer en  una justa libertad frente a los bienes materiales, adoptando un estilo de vida sencillo y austero, bien convencidos de que el hombre vale más por lo que es que por lo que tiene.

La intervención educativa de los padres cristianos es, pues, un servicio a la fe de los hijos y ayuda para que realicen la vocación recibida de Dios. Entra en la misión educativa de los padres enseñar y testimoniar a los hijos el verdadero sentido del sufrir y del morir: lo podrán hacer si saben estar atentos a todo sufrimiento que encuentran a su alrededor y, antes aún, si saben desarrollar actitudes de cercanía, de asistencia y de participación

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[1] LOsservatore Romano, 10-11 enero 2005, p. 5.
HYPERLINK "http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm" \\l "ftnref2" [2] Novo millennio ineunte, n. 47.
HYPERLINK "http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm" \\l "ftnref3" [3] Audiencia a los participantes en la LIV Asamblea General de la Conferencia Episcopal Italiana, OR 30-31 mayo 2005, p. 5.
HYPERLINK "http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm" \\l "ftnref4" [4] Carta circular de Don Bosco sobre los castigos 1883, Epistolario di San Giovanni Bosco (a cura di E. Ceria), SEI, Torino, vol. IV, p. 209.
HYPERLINK "http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm" \\l "ftnref5" [5] Así comenzaba su biografía de Don Bosco G. Joergensen, Don Bosco (ediz. italiana a cura di A. Cojazzi), SEI, Torino, 1929, p. 19.
HYPERLINK "http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm" \\l "ftnref6" [6] P. Braido, Prevenir no reprimir. El sistema educativo de Don Bosco. CCS, Madrid 2001, p. 152.
HYPERLINK "http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm" \\l "ftnref7" [7] Discurso a los agentes de la escuela. Texto citado en la carta circular de Don Egidio Viganò El  Papa nos habla de Don Bosco, ACG 328, p. 19.
HYPERLINK "http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm" \\l "ftnref8" [8] Más que una  biografía, la obra de Lemoyne debería leerse como una  narración ejemplar, de carácter edificante. El mismo  autor era consciente de ello cuando tituló el librito: Scene morali di famiglia esposte nella vita di Margherita  Bosco. Racconto edificante ed ameno. Turín, Tip. Salesiana, 1886, 192 pp.
HYPERLINK "http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm" \\l "ftnref9" [9] Cfr. Memorias Biográficas, I, pág. 296 (MBe, I, pág. 247-248).
HYPERLINK "http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm" \\l "ftnref10" [10] Memorias del Oratorio, en Obras fundamentales, Madrid, BAC 1979, pág. 391.
HYPERLINK "http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm" \\l "ftnref11" [11] Memorias Biográficas, I, pág. 522 (MBe, I, pág. 414).
HYPERLINK "http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm" \\l "ftnref12" [12] Memorias del Oratorio, en Obras fundamentales, Madrid, BAC 1979, pág. 456.
HYPERLINK "http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm" \\l "ftnref13" [13] Memorias Biográficas, IV, pág. 233 (MBe, IV, pág. 184-185).
HYPERLINK "http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm" \\l "ftnref14" [14] Teresio Bosco, Don Bosco: Una biografía nueva, Madrid, CCS, 1979.
HYPERLINK "http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm" \\l "ftnref15" [15] Memorias Biográficas, V, pág. 207 (MBe, V, pág. 156-157).
HYPERLINK "http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm" \\l "ftnref16" [16] Memorias Biográficas, V, Pág.. 563 (MBe, V, pág. 400).
HYPERLINK "http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm" \\l "ftnref17" [17] P. Braido,  Don Bosco prete dei giovani nel secolo delle libertà. Vol. I. LAS, Roma 2003, p. 317.
HYPERLINK "http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm" \\l "ftnref18" [18] En este trabajo tuvo un gran mérito la Comisión Histórica que se cuidó de la Causa. Estaba compuesta por Sor P. Cavaglià, Don F. Desramaut, Don R. Farina, Don G. Milone, Don F. Motto y Don G. Tuninetti.
HYPERLINK "http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm" \\l "ftnref19" [19] G. B. Lemoyne. Scene morali di famiglia esposte nella vita di Margherita Bosco, Turín, Tip. Salesiana, pág. 39.
HYPERLINK "http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm" \\l "ftnref20" [20] Memorias del Oratorio, en Obras Fundamentales. Madrid, BAC, pág. 356.
HYPERLINK "http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm" \\l "ftnref21" [21] Don Bosco  cuenta este episodio en las Memorias del Oratorio, en Obras Fundamentales, Madrid, BAC, 1979, pág. 461.
HYPERLINK "http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm" \\l "ftnref22" [22] Memorias Biográficas, III, pág. 376 (MBe, III, 293).
HYPERLINK "http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm" \\l "ftnref22" [23] La fórmula está sacada del testimonio del mismo Don Bosco: Esta Congregación en 1841 era  en sus comienzos una sencilla catequesis, un jardín de recreo festivo, al que en 1846 se añadió un Asilo para los pobres artesanos, formando un Instituto privado como una familia numerosa (Juan  Bosco, Brevi notizie sulla Congregazione di San Francesco di Sales, Tip. Salesiana, San Pier dArena, 1879 (OE, vol. XXXI, p. 240).
HYPERLINK "http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm" \\l "ftnref24" [24] Cfr. P. Braido, Prevenir, no reprimir. El sistema educativo de Don Bosco, CCS, Madrid 2001, cap. 8º.
HYPERLINK "http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm" \\l "ftnref25" [25] Cfr. P. Stella, Don Bosco nella Storia della Religiosità Cattolica. Vol I: Vita e Opere, LAS, Roma 1997, p. 115.
HYPERLINK "http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm" \\l "ftnref26" [26] Eran tiempos en que el Colegio estaba ya bien organizado, la vida religiosa de la Congregación no permitía ya la presencia de mujeres en casa y Don Bosco estaba pensando en las Hijas de María Auxiliadora (P. Stella, o.c. pág. 115).
HYPERLINK "http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm" \\l "ftnref27" [27] P.  Braido, Don Bosco, prete dei giovanni nel secolo delle libertà. Vol. I.LAS, Roma 2003, p. 213.
HYPERLINK "http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm" \\l "ftnref28" [28] P. Stella, o.c.p. 115. Cfr José M. Prellezo, Don Bosco, fundador de comunidad. Aproximación a la comunidad de Valdocco: Cuadernos de Formación Permanente 7 (2001) 166.
HYPERLINK "http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm" \\l "ftnref29" [29] A. Caviglia, Il Magone Michele’”, en Opere e scritti editi e inediti di Don Bosco. Vol. V., SEI, Turín 1965, p. 141.
HYPERLINK "http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm" \\l "ftnref30" [30] E. Viganò, En el año de la familia. ACG 349, junio 1994, pág. 27.
HYPERLINK "http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm" \\l "ftnref31" [31] Tomo la expresión de P. Braido. Prevenir no reprimir. El sistema educativo de Don Bosco. CCS, Madrid, 2001, cap. 15.
HYPERLINK "http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm" \\l "ftnref32" [32] Cfr. P. Braido, o.c. Para un desarrollo del tema sobre el estilo de familia en el método educativo de Don Bosco, véase el cap. 15, pág. 336 ss. Para una reconstrucción histórica, en relación también con la personalidad de Don  Bosco, es igualmente interesante el cap. 8, pág. 173 ss.
HYPERLINK "http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm" \\l "ftnref33" [33] E. Viganò, Llamadas del Sínodo 1980. ACG 299, diciembre 1980, pág. 31.

HYPERLINK "http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm" \\l "ftnref34" [3] Francesco di Felice. Radici umane e valori cristiani della famiglia, Librería Editrice Vaticana, 2005, pág. 138 s.
HYPERLINK "http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm" \\l "ftnref35" [35] Apostolican Actuositatem n. 11.