Una
experiencia inolvidable.
- EL AGUINALDO
2006. – 1.
Riesgos y amenazas que pesan sobra la familia hoy. –
Un ambiente cultural
contrario a la familia. – Una ‘solución’ fácil, el
divorcio. – Privatización del matrimonio. – Falsas
expectativas sobre el matrimonio. – Factores económicos y
consumistas en la vida familiar.
– 2. La familia,
camino de humanización del Hijo de Dios. – 3. Vida de familia y
carisma salesiano.
– 3.1 “En el
principio estaba la madre”. – 3.1.1 Breve reseña
biográfica. a) Hasta el traslado a Valdocco (de 1788 a 1846). –
b) Diez años con Don Bosco (de 1846 a 1856). – 3.1.2 Perfil
espiritual de Mamá Margarita. – a) Mujer fuerte. – b)
Educadora ‘salesiana’. – c) Catequista eficaz. – d)
Primera cooperadora. – 3.2 Valdocco. “una familia que educa”.
4. La familia como
misión. –
4.1 “Familia, sé lo que eres”.
Célula de la
sociedad. – Santuario de la vida. – Anunciadora del evangelio
de la vida. – Escuela de compromiso social.
– 4.2
“Familia, cree
en lo que eres”.
– 5. Aplicaciones pastorales y pedagógicas.
– He aquí, pues,
mis indicaciones. – Algunas sugerencias prácticas.
– Conclusión: una
leyenda de sabor sapiencial.
1
de enero de 2006
Solemnidad
de la Maternidad Divina de María
Queridísimos hermanos:
Os escribo al
comienzo del Nuevo Año, en la solemnidad de la Maternidad
Divina de María, y os deseo un tiempo de gracia que nos haga
crecer “en sabiduría, estatura y gracia delante de Dios y de
los hombres”, como Jesús.
Para comprender
adecuadamente la función maternal de María en relación con su
hijo Jesús en toda su riqueza y profundidad, debemos partir del
misterio central de nuestra fe: la Encarnación del Hijo de Dios
que – con palabras de Pablo – “se despojó de su rango, y
tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos” (Fil
2,7).
Esta radical humanidad del Emmanuel
(Dios-con-nosotros),
Jesucristo, implica un rasgo esencial del hombre: la historicidad,
el hecho de que el ser humano se está haciendo, “se va
realizando” a lo largo de la vida, y no es nunca un ser ya
“acabado”. Semejante característica se encuentra presente
también en Jesús, de quien dice el evangelio de Lucas que
“crecía en
sabiduría, estatura y gracia ante Dios y ante los hombres”
(Lc 2,52).
Esta perspectiva proyecta una luz maravillosa sobre María, que –
junto a José – tuvo la misión de “educar” a Jesús, de
ayudarlo a desarrollar las potencialidades de su ser humano, de
forma semejante a cuanto hace toda madre con sus hijos.
Ciertamente el caso de Jesús es único, porque su núcleo más
profundo, que constituye su ser eterno, es el de ser Hijo del
Padre Celestial. Pues bien, esta filiación divina fue
desarrollándose humanamente en él gracias a la acción educativa
de María y, sin duda, de José, que desempeñó
la figura paterna dentro de la Sagrada Familia de Nazaret, una
función indispensable, junto a la de la madre, para la maduración
plena de un hombre.
He aquí, queridos hermanos, la
misión más preciosa de la familia: ayudar a los hijos a alcanzar
la plena estatura humana, la de Cristo. Por desgracia, esta
realidad de la familia hoy tiene que afrontar un desafío
gigantesco, es decir, recuperar su naturaleza y su misión. Esto
explica el motivo del Aguinaldo 2006, que os presento aquí. Pero
antes, querría compartir con vosotros una experiencia
inolvidable.
Una
experiencia inolvidable
Aunque
en estos últimos tres meses, desde mi última carta circular, ha
habido tantos acontecimientos que podría compartir con vosotros,
entre ellos la del Symposium
de la Vida Consagrada y de la Plenaria
de la Congregación de la Vida Consagrada, en la que he
participado, y el Sínodo sobre la Eucaristía, prefiero hablaros
de otro evento que me ha afectado profundamente.
El 12
de noviembre de 2005 he vivido una de las experiencias más
hermosas y significativas no sólo de mi vida salesiana, sino de
toda mi experiencia humana. Había ido a Valdocco, entre otras
cosas, para el reconocimiento del cuerpo de Don Bosco, y debo
decir que cualquier expectativa mía quedó absolutamente
superada.
Había pedido al Inspector y al Rector de la
Basílica que, antes del acto oficial, con la presencia de las
autoridades competentes y de algunos SDB y FMA, pudiera quedarme
sólo con Don Bosco, permanecer ante su cuerpo, para rezar.
Así
bajé a la Capilla de las Reliquias y desde el primer momento,
cuando contemplé el cuerpo de mi amado Padre fuera de la urna,
que habitualmente lo conserva y lo expone a la veneración de los
fieles, sentí una profunda emoción.
Con gran
reverencia me acerqué y me puse a sus pies, de modo que pudiera
verlo completamente. Lo primero que me llamó la atención fue una
sensación tan especial, la de no encontrarme ante los restos
mortales de un ser amado, sino ante un ser viviente. Así aparecía
en su rostro sereno y sonriente. Me parecía oírle decir a sus
muchachos del Oratorio de Valdocco: “Don Bosco no morirá del
todo mientras viva en vosotros”.
Llevaba conmigo a
tantas personas y situaciones de la Congregación, de la Familia
Salesiana y de los jóvenes que tengo en el corazón. Mientras
hablaba de ellos a Don Bosco y los confiaba a él, mi oración se
convirtió en una larga acción de gracias.
Pensando
que desde 1929 el cuerpo de Don Bosco estaba colocado en aquella
urna conocida por nosotros, sin que se hubiera abierto nunca, me
parecía estar llamado en aquel momento histórico de gracia a
representar a todos los Salesianos, a los miembros de la Familia
Salesiana, a los jóvenes, a los colaboradores seglares, en una
palabra, a todos los que de alguna manera se identifican con Don
Bosco, para decirle nuestro ‘gracias’ desde lo profundo del
corazón por todo lo que ha sido, por todo lo que ha hecho, por
todo lo que nos ha comunicado.
De hecho somos millones
de personas que, en los cinco continentes, hemos hecho nuestros
sus sueños, sus convicciones, su proyecto apostólico, su
dinamismo espiritual.
Cuando contemplaba su rostro
sereno y sonriente, me decía: “Pero, ¿cómo has logrado llegar
a tanto sin que la vida te robase la alegría, la paz, la energía?
No sé cuántas cosas habrán pasado por tu mente, pero estoy
seguro de una cosa, que siempre habrán sido Dios y los jóvenes
los que la llenaron: así, inseparablemente Dios y los jóvenes,
como dos polos alrededor de los cuales ha girado tu vida,
sintiéndote enviado por Él a ellos y por ellos a Él”.
Cuanto
más lo contemplaba, más quería encarnarlo y hacer que todos los
Salesianos lo encarnasen. Y quería tener su mente, su corazón,
sus manos, sus pies, para contemplar la realidad como él la
contempló desde la perspectiva de Dios y de los jóvenes, para
imaginar con creatividad y generosidad las iniciativas que hay que
seguir tomando, las respuestas que dar a las expectativas y a las
necesidades de los jóvenes hoy, para tener la laboriosidad y la
audacia que caracterizaron su vida consumida hasta el último
aliento por ellos; para ponerme en camino – misionero de los
jóvenes – e irlos a encontrar por las calles y los suburbios de
Turín, imagen de todos los caminos y los suburbios del mundo.
De
improviso sentí los pasos de las personas que bajaban. Me di
cuenta de que el tiempo había volado. Las he saludado y hemos
comenzado con gran devoción el reconocimiento, al final del cual
hemos tomado una decisión para una mejor conservación del cuerpo
de Don Bosco. Debo testimoniar el cuidado extremo con que los
hermanos habían colocado el cuerpo en 1929. Efectivamente, todo
había sido finamente preparado y decorado: desde la colchoneta
bordada al alba y amito tejidos por las Hijas de María
Auxiliadora, y a la riquísima casulla con que fue revestido, don
del Papa Benedicto XV a Don Pablo Albera. Al término de todo fui
invitado a tomar en mi mano su cabeza, que besé, en nombre de
todos, con gratitud y reverencia, y la di a besar a las personas
presentes.
EL
AGUINALDO 2006
Ahora
que os he abierto mi corazón, os ofrezco el comentario al
Aguinaldo de este año.
“El desafío de la vida –
decía el Papa Juan Pablo II, de venerada memoria, en su última
alocución al Cuerpo Diplomático en enero de 2005 – tiene lugar
juntamente con lo que es propiamente el sagrario de la vida: la
familia. Ésta está
hoy, muchas veces, amenazada por factores sociales y culturales
que presionan sobre ella, haciendo difícil su estabilidad; pero
en algunos Países está amenazada también por una legislación,
que ataca – a veces incluso directamente – la estructura
natural, la cual es y puede ser exclusivamente la de una unión
entre un hombre y una mujer fundamentada en el matrimonio.
No se deje – proseguía el Papa – que la familia, fuente
fecunda de la vida y presupuesto primordial e imprescindible de la
felicidad individual de los esposos, de la formación de los hijos
y del bienestar social, sea amenazada por leyes dictadas por una
visión restrictiva y antinatural del hombre. Prevalezca un sentir
justo y alto y puro del amor humano, que en la familia encuentra
su expresión fundamental y ejemplar”.
[1]
Recogiendo
la invitación del Papa para defender la vida, a través de la
familia, y tomando ocasión de los 150 años de la muerte de Mamá
Margarita, madre de la familia educativa creada por Don Bosco en
Valdocco, he pensado invitar a la Familia Salesiana a renovar su
compromiso para
Asegurar
una atención especial a la familia,
que
es cuna de la vida y del amor y lugar privilegiado de
humanización
Si
el hombre es el camino de la Iglesia, la familia es el “camino
del hombre”, el ámbito natural en el que el hombre se abre a la
vida y a la existencia social. Es el lugar de una fuerte
vinculación afectiva, el contexto en el que se realiza el
reconocimiento personal. Lugar privilegiado de humanización y
medio de socialización religiosa, asegura la estabilidad
necesaria para el crecimiento armónico de los hijos y para la
misión educativa de los padres respecto de ellos.
Creyendo
en su importancia estratégica para el futuro de la humanidad y de
la Iglesia, Juan Pablo II hizo de la familia uno de los puntos
prioritarios de su programa pastoral para la Iglesia al comienzo
del tercer milenio: “Una atención especial se ha de prestar
también a la pastoral de la familia, especialmente necesaria en
un momento histórico como el presente, en el que se está
constatando una crisis generalizada y radical de esta institución
fundamental... Conviene procurar que, mediante una educación
evangélica cada vez más completa, las familias cristianas
ofrezcan un ejemplo convincente de la posibilidad de un matrimonio
vivido de manera plenamente conforme al proyecto de Dios y a las
verdaderas exigencias de la persona humana: tanto la de los
cónyuges como, sobre todo, la de los más frágiles, que son los
hijos”.
[2]
1.
Riesgos y amenazas que pesan sobre la familia hoy
El
pensamiento de Juan Pablo II ha sido relanzado por el Papa
Benedicto XVI quien, en sus intervenciones, ha hablado de la
familia como de una “cuestión neurálgica, que requiere nuestra
mayor atención pastoral”; (la familia) “está profundamente
arraigada en el corazón de las jóvenes generaciones y se hace
cargo de múltiples problemas, ofreciendo apoyo y remedio a
situaciones, de otro modo, desesperadas. Y, sin embargo,..la
familia está expuesta, en el actual clima cultural, a muchos
riesgos y amenazas que todos conocemos. A la fragilidad e
inestabilidad interna se añade, en efecto, la tendencia, difusa
en la sociedad y en la cultura, a contestar el carácter único y
la misión propia de la familia fundada en el matrimonio”.
[3]
*
Un ambiente cultural contrario a la familia
Hoy,
con una cierta facilidad y superficialidad, se proponen y
presentan presuntas “alternativas” a la familia, calificada
como “tradicional”. La atención se dirige así desde el
problema del divorcio al de las “parejas de hecho”, desde el
aborto a la búsqueda y manipulación de las células
madre obtenidas de los embriones, desde el problema de la píldora
contraceptiva al de la píldora del día después, que también es
abortiva. La legalización del aborto prácticamente se ha
extendido en casi todo el mundo. Sucede también que se confieren
a las parejas efímeras, que no quieren comprometerse formalmente
en el matrimonio ni siquiera civil, los derechos y las ventajas de
una verdadera familia. Tal es el caso de la oficialidad de las
“uniones de hecho”, comprendidas las parejas homosexuales, que
a veces pretenden incluso el derecho a la adopción, creando de
este modo problemas muy graves de orden psicológico, social y
jurídico.
Así, el rostro – la realidad – de la
familia ha cambiado. A lo ya dicho antes se debe añadir la
marcada preferencia por una forma de creciente
“privatización” y la tendencia a una reducción de las
dimensiones de la familia que, pasando del modelo de “familia
plurigeneracional” al de “familia nuclear”, reduce ésta a
la realidad de papá, mamá y un solo hijo. Más grave todavía es
el hecho de que buena parte de la opinión pública no reconozca
ya en la familia, basada sobre el matrimonio, la célula
fundamental de la sociedad y un bien al que no se puede
renunciar.
* Una
“solución” fácil, el divorcio
Teniendo
en cuenta este clima cultural, presente sobre todo en las
sociedades occidentales, me parece oportuno recordar un trozo del
Evangelio en que Jesús habla del matrimonio: “Se acercaron unos
fariseos y le preguntaron para ponerlo a prueba: ‘¿Le es lícito
a un hombre divorciarse de su mujer?’. – Él les replicó:
‘¿Qué os ha mandado Moisés?’ – Contestaron: ‘Moisés
permitió divorciarse, dándole
a la mujer un acta de repudio’.
– Jesús les dijo: ‘Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés
este precepto. Al principio de la creación Dios
los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre
y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola
carne. De modo que
ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no
lo separe el hombre’” (Mc
10,2-9).
Se trata, a mi parecer, de un texto muy
iluminador, porque se refiere al tema del matrimonio como origen y
base de la familia; pero, sobre todo, porque nos hace ver la forma
de razonar de Jesús. Él no se deja enredar en las redes del
legalismo, sobre lo que está permitido y lo que está prohibido,
sino que se coloca frente al proyecto original del Creador, y
nadie mejor que Él conocía cuál era el plan original de Dios.
Es en este proyecto donde encontramos la “Buena Noticia” de la
familia.
Aun reconociendo que hay también muchas
familias, que viven el valor de una unión estable y fiel, sin
embargo, debemos constatar que la precariedad del vínculo
conyugal es una de las características del mundo contemporáneo.
Ésta se da en todos los continentes y puede constatarse en todos
los niveles sociales. Con frecuencia, semejante praxis hace frágil
la familia y pone en peligro la misión educativa de los padres.
Tal precariedad no bien cuidada, es más, aceptada como “un dato
de hecho”, conduce muchas veces a la opción de la separación y
del divorcio, que llegan a ser considerados como la única salida
ante las crisis que se producen.
Esta mentalidad
debilita a los esposos y hace más peligrosa su fragilidad
personal. El “rendirse” sin luchar es demasiado frecuente. Una
justa comprensión del valor del matrimonio y una fe firme
podrían, en cambio, ayudar a superar con valor y dignidad incluso
las dificultades más serias.
Del divorcio, en efecto,
debe decirse que no es solamente una cuestión de tipo
jurídico. No es una “crisis” que pasa. Incide profundamente
en la experiencia humana. Es un problema de relación, y de
relación destruida. Marca para siempre a todos los miembros de la
comunidad familiar. Es causa de empobrecimiento económico,
afectivo y humano. Y este empobrecimiento afecta particularmente a
la mujer y a los hijos. A todo esto se añaden, además, los
costes sociales, que son siempre particularmente
elevados.
Querría hacer notar que son diversos los
elementos que concurren al incremento actual de los divorcios, aun
con matices y componentes diversos según los diversos países.
Hay que tener presente, ante todo, la cultura del ambiente, cada
vez más secularizada, en la que emergen, como elementos que
la caracterizan, una falsa concepción de la libertad, el miedo
del compromiso, la práctica de la cohabitación, la “banalización
del sexo”, según la expresión de Juan Pablo II, además de las
estrecheces económicas, que a veces son una concausa de tales
separaciones. Estilos de vida, modas, espectáculos, telenovelas,
poniendo en duda el valor del matrimonio y difundiendo la idea de
que el don recíproco de los esposos hasta la muerte es algo
imposible, hacen frágil la institución familiar, hacen caer la
estima y llegan al punto de descalificarla a favor de otros
“modelos” de pseudo-familia.
*
Privatización del
matrimonio
Entre
los fenómenos a que asistimos hay que destacar, además, la
afirmación de un individualismo radical, que se manifiesta en
numerosas esferas de la actividad humana: en la vida económica,
en la concurrencia despiadada, en la competición social, en el
desprecio de los marginados y en otros muchos campos. Este
individualismo no favorece ciertamente el don generoso, fiel y
permanente de sí. Y, ciertamente, no es un hábito cultural que
pueda favorecer la solución de las crisis en el
matrimonio.
Sucede que las autoridades estatales,
responsables del bien común y de la cohesión social, alimentan
ellas mismas este individualismo, permitiéndole una plena
expresión a través de leyes a propósito (como, por ejemplo, en
el caso del PACS, “pactos civiles de solidaridad”), que se
presentan como alternativas, al menos implícitas, al matrimonio.
Peor aún cuando se trata de uniones homosexuales, y peor aún
pretendiendo el derecho de adoptar a niños. Haciendo así, estos
legisladores y estos gobiernos hacen precaria en la mentalidad
común la institución del matrimonio y contribuyen, además, a
crear problemas que son incapaces de resolver. De este modo sucede
que el matrimonio, muchas veces, no es ya considerado como un bien
para la sociedad, y su “privatización” contribuye a reducir,
o incluso a eliminar, su valor público.
Esta ideología
social de pseudo-libertad impulsa al individuo a obrar en primer
lugar según sus intereses, su utilidad. El compromiso asumido en
relación del cónyuge se considera como un simple contrato,
revisable indefinidamente; la palabra dada no tiene más que un
valor limitado en el tiempo; no se responde de los propios actos,
sino ante uno mismo.
* Falsas
expectativas sobre el matrimonio
Es
preciso también constatar que muchos jóvenes se forman una
concepción idealista o incluso errónea de la pareja, como el
lugar de una felicidad sin nubes, del cumplimiento de los propios
deseos sin precio que pagar. Pueden llegar así a un conflicto
latente entre el deseo de fusión con el otro y el de
proteger la propia libertad.
Un desconocimiento
creciente de la belleza de la pareja humana auténtica, de la
riqueza de la diferencia y de la complementariedad hombre/mujer,
conduce a una confusión mayor sobre la identidad sexual,
confusión llevada al colmo en la ideología feminista llamada del
“gender”
(género). Esta confusión complica la asunción de las funciones
y la distribución de los deberes dentro del hogar. Lleva a una
negociación de estas funciones, tan permanente como extenuante.
Por otra parte, las condiciones actuales de la actividad
profesional de los dos cónyuges reducen los tiempos vividos en
común y la comunicación en la familia. Y todo esto empobrece las
capacidades de diálogo entre los esposos.
Demasiadas
veces, cuando llega la crisis, las parejas se encuentran solas
para resolverla. No tienen a nadie que pueda escucharlas e
iluminarlas, lo cual tal vez permitiría evitar una decisión
irreversible. Esta falta de ayuda hace que la pareja permanezca
cerrada en su problema, no viendo sino la separación o,
incluso, el divorcio como solución del propio desaliento. ¿Cómo
no pensar, en cambio, que muchas de estas crisis tienen un
carácter transitorio y podrían ser superadas fácilmente, si la
pareja tuviese el apoyo de una comunidad humana y eclesial?
*
Factores económicos y consumistas en la vida familiar
Los
factores económicos, en su gran complejidad, influyen también
fuertemente en la configuración del modelo familiar, en la
determinación de sus valores, en la organización de su
funcionamiento, en la definición del mismo proyecto familiar. Las
entradas que se quieren asegurar, los gastos que se consideran
indispensables para satisfacer las necesidades o los niveles de
bienestar que se pretenden alcanzar o mantener, la falta de
recursos o, incluso, la falta de trabajo que se dan tanto en los
padres como en los hijos, condicionan y, en cierta medida,
determinan gran parte de la vida de las familias. Bastaría pensar
en los llamados “amigados”, que no son propiamente
convivientes, sino sólo pobres sin recursos para la celebración
de un matrimonio. Otra situación preocupante es la de los
emigrantes, forzados a dejar el país y la familia en busca de
trabajo y de medios de sustento, situación que no rara vez, por
la prolongada lejanía u otras motivaciones, produce el abandono y
la destrucción de la misma familia que se ha dejado.
Tienen
igualmente origen económico los mecanismos que crean un clima de
consumismo en que se encuentran sumergidas las familias. Desde
esta perspectiva se definen muchas veces los parámetros de
felicidad, generando frustración y marginación. Son también
económicos los factores que determinan una realidad tan
importante como es la del espacio familiar, es decir, las
dimensiones de las casas y la posibilidad de acceder a ellas. Son,
en fin, los factores económicos los que condicionan las
posibilidades educativas y las perspectivas de futuro de los
hijos.
Ante esta realidad no se puede dejar de sentir
profunda compasión por lo que es o debería ser la cuna de la
vida y del amor y la escuela de humanización.
2.
La familia, camino de humanización del Hijo de Dios
La
encarnación del Hijo de Dios, nacido de una mujer, nacido bajo la
Ley para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que
recibieran el ser hijos de Dios por adopción (cfr. Gal
4,4-5), no fue
un evento limitado solamente al momento del nacimiento, sino que
comprendió todo el arco de la vida humana de Jesús, hasta
la muerte en cruz, como confiesa el apóstol Pablo (cfr. Fil
2,8). El Concilio
Vaticano II se expresaba diciendo que el Hijo de Dios trabajó con
manos de hombre y amó con corazón de hombre (cfr. GS
22). Su humanidad no fue, pues, un obstáculo para revelar su
divinidad, más aún, fue el sacramento que le sirvió para
manifestar a Dios y hacerlo visible y alcanzable. Es hermoso
contemplar a un Dios que ha querido tanto al hombre que le ha
hecho camino para llegar a Él. Precisamente por esto, el
camino de la Iglesia es el hombre, que ella debe amar,
servir y ayudar a alcanzar su plenitud de vida.
Pero
precisamente porque quería encarnarse, Dios tuvo que buscarse
antes una familia, una madre (cfr. Lc
1,26-38) y un padre (cfr. Mt
1,18-25). Si en el seno virginal de María Dios se hizo hombre, en
el seno de la familia de Nazaret el Dios encarnado aprendió a ser
hombre. Para nacer, Dios tuvo necesidad de una madre; para crecer
y hacerse hombre, Dios tuvo necesidad de una familia. María no
fue sólo Aquella que dio a luz a Jesús; como verdadera madre,
junto a José, logró hacer de la casa de Nazaret un hogar de
“humanización” del Hijo de Dios (cfr. Lc
2,51-52).
La encarnación del Hijo de Dios,
precisamente porque es auténtica, asumió plenamente las
modalidades del desarrollo natural de toda criatura humana, que
tiene necesidad de una familia que la acoge, que la acompaña, que
la ama y que colabora con ella en el desarrollo de todas sus
dimensiones humanas, las que la hacen verdaderamente “persona”
humana. Todo esto en el descubrimiento de un proyecto de vida, que
permite comprender cómo desarrollar los propios recursos y
encontrar sentido y éxito en la vida.
Esta necesaria e
indefectible función educativa que toda familia debe ofrecer a
sus miembros, en el caso de la Familia de Nazaret encuentra su
testimonio en una página del evangelio de Lucas. Es el episodio
que refiere el encuentro de Jesús en el templo: “Al
verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: ‘Hijo, ¿por
qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos
angustiados’. Él les contestó: ‘¿Por qué me buscabais? ¿No
sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?’. Pero
ellos no comprendieron lo que quería decir. Él bajó con ellos a
Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba todo esto
en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en
estatura y en gracia ante Dios y los hombres”
(Lc
2,48-52).
En esta página encontramos tres indicaciones
preciosas sobre cuanto la familia está llamada a hacer respecto
de los hijos, para que lleguen a ser “verdaderos ciudadanos y
buenos cristianos”. En este sentido, ésta podría considerarse
una relectura salesiana atinada del principio de la encarnación
en un proyecto educativo.
Ante todo, no es indiferente
que José y María hayan llevado a Jesús al Templo a la edad en
que el hijo debe aprender a insertarse con todo derecho en la vida
de su pueblo, haciendo propias las tradiciones que han alimentado
y sostenido la fe de los padres: la familia de Jesús le ha
introducido en la obediencia a la Ley y en la práctica de la fe,
aunque sus padres sabían que su hijo era Hijo de Dios. El origen
divino de Jesús no le ha eximido de la obligación, universal en
Israel, de observar la Ley de Dios; el Hijo de Dios ha aprendido a
ser hombre aprendiendo a obedecer a los hombres.
Hay
que notar, además, la actitud respetuosa de los padres ante el
hijo que, por sí solo, busca la voluntad de Dios sobre la propia
vida. La respuesta de Jesús tiene casi un tono de maravilla, como
diciendo: “Pero ¿cómo? Vosotros me habéis enseñado a llamar
a Dios Abbá, Padre, y a buscar siempre su voluntad; y
precisamente hoy y aquí, en Su casa, en el día del “Bar
Mitzvá”, cuando he llegado a ser con todo derecho “hijo de la
Ley” para vivir desde ahora en adelante cumpliendo el designio
del Padre, ¿me preguntáis dónde me encontraba y por qué he
hecho esto?” (cfr.
Lc 2,49). Aún sin
ser todavía mayor de edad, Jesús recuerda a sus padres que han
sido ellos quienes le han enseñado que Dios y sus cosas
están antes que la familia y su cuidado.
Notamos, en
fin, que la incomprensión de los padres no es obstáculo para la
obediencia del hijo, que vuelve con ellos a Nazaret; Jesús se
somete a la autoridad de los padres que no son capaces de
comprenderlo. Y así, concluye el evangelista, mientras María
“conservaba todo esto en su corazón” (Lc
2,51), Jesús “crecía en sabiduría, estatura y gracia ante
Dios y ante los hombres” (Lc
2,52). He aquí el elogio más grande de la capacidad educativa de
José y María. He aquí lo que significa en práctica hacer de
una familia, casa y escuela, “cuna de la vida y del amor y lugar
privilegiado de humanización”.
Es en la familia
donde Jesús aprendió la obediencia a la Ley y se insertó en la
cultura de un pueblo; es en la familia donde Jesús manifestó
querer dar a Dios el primer lugar y ocuparse en primer lugar de
las cosas de Dios; es a la vida de familia adonde Jesús,
consciente de ser hijo de Dios, volvió para crecer, como hombre,
ante los hombres, “en estatura, sabiduría y gracia”. El hijo
de Dios pudo venir a la vida naciendo de una madre virgen, sin
contar para esto con una familia, ¡pero sin ella no pudo crecer y
madurar como hombre! Una virgen concibió al hijo de Dios; una
familia le humanizó.
¡Me pregunto si se podría decir
más sobre el valor sacrosanto de la familia!
3.
Vida de familia y carisma salesiano
Para
nosotros, hijos de Don Bosco, la familia no puede parecer un tema
extraño a nuestra vida y a nuestra misión. Como educadores,
conocemos bien la importancia de crear un clima de familia para la
educación de niños y muchachos, de adolescentes y jóvenes. Con
tal fin, el ambiente mejor es precisamente el que se espeja
en el modelo base de la familia: el que reproduce “la
experiencia de la casa”, donde los sentimientos, las actitudes,
los ideales, los valores se comunican vitalmente, con frecuencia
con un lenguaje no verbal y, sobre todo, no sistemático, pero no
menos eficaz y constante. La famosa expresión de Don Bosco “la
educación es cosa del corazón”
[4] tiene
su traducción operativa en la tarea de abrir las puertas del
corazón de nuestros muchachos para que éstos puedan acoger y
custodiar nuestras propuestas educativas.
Para
nosotros, Familia Salesiana, vivir en familia no es simplemente
una opción pastoral estratégica, hoy tan urgente, sino una
modalidad de realizar nuestro carisma y un objetivo que
privilegiar en nuestra misión apostólica. Como rasgo carismático
característico, nosotros Salesianos y Miembros de la Familia
Salesiana vivimos el espíritu de familia; como misión
prioritaria, compartimos con las familias, que nos confían a sus
hijos, el deber de educarlos y evangelizarlos; como opción
metodológica educativa, trabajamos recreando en nuestros
ambientes el espíritu de familia.
3.1
“En el principio
estaba la madre”
[5]
Margarita
Occhiena fue “la primera educadora y maestra de ‘pedagogía’”
[6] de
Don Bosco. “Todos conocéis -decía Juan Pablo II a los agentes
de la escuela reunidos en Turín en 1988 – la importancia que
tuvo Mamá Margarita en la vida de San Juan Bosco. No sólo dejó
en el Oratorio de Valdocco el característico “espíritu
de familia”, que subsiste todavía hoy, sino que supo
forjar el corazón de Juanito en la bondad y amabilidad que harían
de él el amigo y el padre de sus pobres jóvenes”.
[7]
3.1.1
Breve reseña biográfica
Convencido
también yo del papel decisivo de Mamá Margarita en la formación
humana y cristiana de Don Bosco, como también en la creación del
ambiente educativo, “familiar”, de Valdocco, me parece
obligado recordar aquí, aunque sea brevemente, su vida, y esbozar
su perfil espiritual.
a)
Hasta el traslado a Valdocco (de 1788 a 1846)
Nacida
en Serra di Capriglio, caserío del pueblo pequeño de la
provincia de Asti, el 1 de abril de 1788, de Melchor Occhiena y
Dominica Bassone, Margarita fue bautizada el mismo día de su
nacimiento; sus padres eran campesinos un tanto acomodados,
propietarios de su casa y de los terrenos contiguos.
Capriglio
no tenía escuela; por tanto Margarita no aprendió a leer ni
escribir. Pero iletrada no significa ignorante: supo adquirir una
eminente sabiduría escuchando con corazón despierto en la
iglesia parroquial los sermones, las catequesis y, más aún,
ajustando a todo ello su experiencia cotidiana, que no siempre fue
fácil y serena. Escribe Don Lemoyne, autor en 1886 de la
primera “biografía” escrita de Mamá Margarita: “La
naturaleza le había dado una resolución de voluntad que, con la
cooperación de un exquisito sentido común y de la gracia divina,
debía hacerla capaz de superar todos aquellos obstáculos
espirituales y materiales que habría de encontrar en el curso de
su vida... Recta en su conciencia, en sus afectos, en sus
pensamientos, segura en sus juicios acerca de los hombres y de las
cosas, desenvuelta en sus modales, franca en su hablar, no sabía
qué fuera la indecisión... Esta franqueza fue una salvaguardia
para su virtud, porque iba unida a una prudencia que no le dejaba
pisar en falso”.
[8]
A
dos kilómetros de Capriglio, en la colina de frente, en I
Becchi, caserío de Murialdo y de Castelnuovo de Asti, vivía
Francisco Bosco; joven campesino de 27 años, viudo, que tenía
bajo su cuidado a un niño de tres años, Antonio, la pidió por
esposa. Se casaron el 6 de junio de 1812. Margarita Bosco se
trasladó a la granja Biglione. La pequeña familia no tardó en
crecer. El 8 de abril de 1813 nació un primer hijo, que fue
llamado José, y dos años después, el 16 de agosto de 1815, un
segundo, que fue llamado Juan Melchor: el futuro San Juan
Bosco.
Al morir improvisamente Francisco, con apenas 33
años, Margarita, de 29 años, se convirtió en cabeza de la
familia – tres hijos y la abuela paterna – y responsable de la
gestión agrícola. Poco después de haberse quedado viuda,
recibió la propuesta de un matrimonio muy ventajoso: los niños
habrían sido confiados a un tutor. Lo rechazó sin dudarlo:
“Dios me dio un marido y me lo quitó. Al morir, él me
confió tres hijos, y yo sería una madre cruel si los abandonase
en el momento en que tienen mayor necesidad de mí”.
Desde
ahora se dedicará sobre todo a estos hijos para cumplir su deber
de educadora. En esta misión, Margarita manifestará sus dotes
excepcionales: su fe, su virtud, su saber hacer, su sabiduría de
campesina piamontesa y de verdadera cristiana llena del
Espíritu Santo.
Sabía adaptarse a cada uno de sus
hijos. Antonio había perdido a su mamá a la edad de tres años y
a su papá a la edad de nueve: adolescente irritable, joven
gruñón, a partir de los 18 años se hizo intratable, cayendo con
frecuencia en la violencia. Margarita se sintió llamar algunas
veces “madrastra”, mientras lo trataba siempre como a un hijo,
con una paciencia infinita. Pero sabía también ser justa y
fuerte: por la paz en casa, por el bien de José y de Juan, tomó
las decisiones dolorosas que fueron necesarias. Al final de 1830
procedió a la división de los bienes, casa y terrenos. Antonio,
que se quedó solo, no tardó en casarse y tuvo siete hijos.
Totalmente reconciliado con los suyos, será un buen padre de
familia, muy estimado, y un cristiano fiel.
José,
cinco años más joven, era dulce, conciliador y tranquilo.
Inseparable de su hermano Juan, sufría sin envidia la ascendencia
de él. Adoraba a su madre; y, durante los largos años de
estudio de Juan, será el hijo obediente y trabajador en el que
ella podrá apoyarse. También él se casará joven, a los 20
años, con una muchacha del pueblo, María Colosso, con la que
tendrá diez hijos.
Juan quería estudiar. Mamá
Margarita, que deseaba favorecerlo en este su deseo, encontró la
oposición decidida de Antonio. Con el corazón destrozado, le
mandó entonces a trabajar durante veinte meses como criado en la
granja de la familia Moglia (1828-1829). Sólo después de que
Antonio adquirió su autonomía, Mamá Margarita tuvo la
posibilidad de mandar a Juan a la escuela pública de Castelnuovo
(1831), y luego a Chieri, donde pasará diez años (1831-1841):
cuatro en la escuela pública y seis en el seminario mayor. Aquél
fue para Margarita un período finalmente tranquilo, feliz, lleno
de esperanza, en el que ella se convertía en abuela de los hijos
de Antonio y de José.
Don Bosco, con 70 y más años,
recordará el tono imperioso con el que Mamá Margarita, cuando en
1834 tuvo que decidir concretamente su porvenir, le había dicho:
“Oye, Juan. No tengo nada que decirte por lo que se
refiere a tu vocación, sino que la sigas como Dios te la inspira.
No te preocupes de mí. No quiero nada de ti. No lo olvides: nací
pobre, he vivido pobre y quiero morir pobre. Más aún, te lo
aseguro: si decides ser sacerdote secular y por desgracia llegaras
a ser rico, no iré a verte ni una vez”.
[9]
El
26 de octubre de 1835, a la edad de 20 años, Juan vistió el
hábito clerical en Castelnuovo, en la iglesia parroquial. Desde
aquel día, nos confía Don Bosco, “mi madre no me perdía de
vista...La víspera de la partida por la tarde me llamó y me dijo
estas memorables palabras: ‘Querido Juan, ya has vestido la
sotana de sacerdote. Como madre experimento un gran consuelo en
tener un hijo seminarista. Pero acuérdate de que no es el hábito
lo que honra tu estado, sino la práctica de la virtud. Si alguna
vez llegases a dudar de tu vocación, ¡por amor de Dios!, no
deshonres ese hábito. Quítatelo en seguida. Prefiero tener un
pobre campesino a un hijo sacerdote descuidado en sus deberes”.
[10]
Juan
fue ordenado sacerdote en Turín el sábado 5 de junio de 1841. El
día siguiente, después de haber celebrado la Misa solemne en la
iglesia parroquial de Castelnuovo, subió a I Becchi: al volver a
ver los lugares del primer sueño y de tantos recuerdos, el novel
sacerdote se conmovió hasta las lágrimas. Volvió a encontrarse
solo, en el silencio de la noche, con su madre. “Juan – le
dijo la Mamá – ya eres sacerdote, dices misa; de hoy en
adelante estás más cerca de Jesús Pero acuérdate que empezar a
decir misa quiere decir empezar a sufrir. No te darás cuenta en
seguida; poco a poco verás que tu madre te dijo la verdad.
Estoy segura de que cada día rezarás por mí, mientras yo viva y
cuando muera: esto me basta. Tú en adelante, piensa solamente en
la salvación de las almas, sin cuidarte para nada de mí”.
[11]
El
3 de noviembre de 1841 Don Bosco, joven sacerdote, se despedía de
su madre y de sus hermanos, y partía para Turín. Entró en el
Colegio Eclesiástico, por consejo de Don José Cafasso, y
comenzaba su apostolado entre los muchachos de la calle y en las
cárceles. El 8 de diciembre inauguró su catequesis con Bartolomé
Garelli: era el comienzo de la gran aventura salesiana.
El
joven sacerdote comenzó a reunir un tropel cada vez más numeroso
de muchachos en el Colegio Eclesiástico, luego junto a la
Marquesa Barolo, después en los prados cercanos, hasta cuando, en
Pascua de 1846, entró finalmente en el Cobertizo Pinardi, en
Valdocco. Durante este tiempo, Margarita vivía serena en I
Becchi, abuela feliz de unos nietecitos entre los 13 años y pocos
meses.
En julio de 1846 Juan, agotado de su trabajo
apostólico, está en el umbral de la muerte. Una vez
recuperado en su salud, sube a I Becchi para una larga
convalecencia: madre e hijo se encuentran de nuevo en la
intimidad. El corazón de Juan Bosco sacerdote se ha quedado en
Turín: ¡son tantos los jóvenes que le esperan! Pero hay un
problema que resolver: joven sacerdote de 30 años, Juan no puede
vivir solo en los locales que hace poco ha alquilado en la Casa
Pinardi, en el barrio de mala fama de Valdocco. “¡Llévate
contigo a tu madre!”, le dice el párroco de Castelnuovo.
Así narró Don Bosco la reacción generosa de su madre: “Si
crees que es del agrado del Señor, dispuesta estoy a partir al
momento”.
[12]
El 3 de noviembre de 1846, madre e hijo partían a pie, a
Turín.
b)
Diez años con Don Bosco (de 1846 a 1856)
Para
Mamá Margarita comenzaba el último período, en el que su
vida se confundirá con la de su hijo y con la fundación misma de
la obra salesiana.
Ayudando a Don Bosco, Margarita
quería evidentemente servir a los muchachos a los que su hijo
había dedicado su vida. Debió, en primer lugar, habituarse a los
gritos y al estruendo de los días de oratorio, a las altas horas
de las escuelas nocturnas. Luego llegó la acogida en casa de los
primeros huérfanos vagabundos. ¿Cuántos eran estos muchachos
que constituirán la gran familia de Mamá Margarita? Unos quince
en 1848, que ascienden a treinta en 1849, y a cincuenta en 1850.
La construcción de una casa de dos pisos permitió acoger a cerca
de setenta en 1853, y a un centenar en 1854: dos tercios eran
artesanos, un tercio estudiantes o seminaristas de la diócesis,
que iban a trabajar o a estudiar en la ciudad. Unos treinta, al
menos, estaban enteramente a cargo de Don Bosco.
Una
noche de 1850, Margarita sufrió su hora de Getsemaní. Cuatro
años de aquella vida podían bastar, ¡no podía más! Se
desahogó con su hijo: “Escúchame, Juan. Ya ves que es
imposible que yo lleve adelante las cosas de esta casa. Tus
muchachos hacen cada día una nueva faena...¡Mira! casi, casi me
volvería a I Becchi, para acabar en paz los pocos días de vida
que me quedan”. Conmovido, Don Bosco la miró; luego sus ojos se
dirigieron al Crucifijo colgado de la pared. Margarita miró; sus
ojos se arrasaron de lágrimas. “¡Tienes razón, tienes
razón!”. Y sin más, volvió a sus quehaceres. “A partir de
aquel instante ya no se escapó de sus labios ni una palabra de
disgusto”.
[13] ¿Quién
podrá medir este su sacrificio personal en el desarrollo de la
obra salesiana?
Ciertamente Mamá Margarita estuvo
presente, también activamente, en el primer desarrollo
“espiritual” de la obra: los primeros momentos de formación
del método y del clima salesiano, la presencia y el
acompañamiento de los primeros discípulos: Cagliero (1851), Rua
(1852), Don Alasonatti y Domingo Savio (1854); las primeras
Compañías, los primeros frutos de santidad, los primeros
clérigos y la preparación de la Sociedad Salesiana, que será
fundada sólo tres años después de su muerte. Esta larga
presencia femenina y maternal es un hecho único en la historia de
los Fundadores de Congregaciones educativas. “La Congregación
Salesiana nació en las rodillas de Mamá Margarita”, ha escrito
un biógrafo de Don Bosco.
[14]
Sin
embargo, la más hermosa de las tareas de Margarita fue aquella en
la que usaba no sólo los brazos, sino su corazón, su talento
innato de educadora. Todos aquellos huérfanos la llamaban “Mamá”:
estaba bien claro que no se limitaba a ser su cocinera y su
ropera. Tenían en ella una confianza total, un afecto de
huérfanos que se sentían amados por ella. A lo largo de la
jornada ella intervenía con diálogos exquisitos para corregir,
exhortar, consolar, ofrecer el consejo oportuno, para formar su
carácter y su corazón de creyentes, para recordar la presencia
de Dios, invitar a ir a confesarse con Don Bosco y recomendar la
devoción a María.
Los conocía uno a uno, a todos
estos muchachos, y sabía juzgarlos. Durante dos años pudo
observar a un singular adolescente llegado de Mondonio: su
conducta la impresionaba: “Tienes – dijo un día a Don Bosco-
muchos chicos buenos, pero ninguno supera la hermosura del corazón
y del alma de Domingo Savio... Le veo rezar siempre... Está en la
iglesia como un ángel en el Paraíso”.
[15]
Los
únicos momentos de calma y de descanso de Mamá Margarita, en
aquellos años, fueron las pocas semanas de vacaciones otoñales
en I Becchi. Descanso, por otra parte, relativo, porque Don Bosco
llevaba allá a todos los muchachos que no tenían familia. Al
volver de las vacaciones de 1856, a mediados de noviembre, se
sintió mal y se metió en la cama. El médico diagnosticó una
pulmonía. Murió el 25 de noviembre a las 3; la tarde anterior,
Don Borel, su confesor, le había administrado los últimos
sacramentos. “Dios – dijo a Don Bosco – sabe lo mucho que te
he querido a lo largo de mi vida. Espero poder amarte más
en la eternidad. He cumplido con mi deber en cuanto me ha sido
posible. Tal vez parezca que he sido rigurosa en algún caso, pero
era por vuestro bien. Di a nuestros queridos hijos que he
trabajado por ellos y que les tengo amor de madre. Te recomiendo
que recen mucho por mí y que hagan, al menos una vez, la Santa
Comunión por el eterno descanso de mi alma”.
[16]
Mamá
Margarita vivió pobre y murió pobre; enterrada en la fosa común,
nunca tuvo su nombre escrito en una lápida
3.1.2
Perfil espiritual de Mamá Margarita
La
muerte de la madre puso “en gran evidencia el fuerte vínculo
entre Don Bosco y su madre, la relación primaria que le había
plasmado los rasgos fundamentales de su personalidad”.
[17] Amada
por salesianos y jóvenes, en seguida después de su muerte, se
divulgó una convicción común: “¡era una santa!”. Y, sin
embargo, la Causa de Beatificación y de Canonización de Mamá
Margarita se introdujo sólo el 8 de septiembre de 1994. Concluido
el Proceso diocesano en Turín en 1996, la Positio
(es decir, la documentación sobre la fama de santidad y sobre la
heroicidad de la vida y de las virtudes), fue entregada
oficialmente a la Congregación para las Causas de los Santos el
25 de enero de 2000.
[18]
No
me resisto al deseo de esbozar aquí su perfil espiritual, tal
como se desprende de la Positio.
a)
Mujer fuerte
En
toda su existencia no se encuentran nunca momentos de fácil
abandono a las inclinaciones naturales. Manifiesta un equilibrio
extraordinario en armonizar tensiones nada fáciles en la vida de
familia. Su actitud aparece siempre despierta y atenta, y como
guiada por una preocupación superior: la de quien discierne cuál
debe ser el comportamiento mejor para el bien de sus hijos delante
de Dios. Se presenta tan tierna y firme, comprensiva e inamovible,
paciente y decidida.
A impulsar a Margarita hacia la
armonía de los contrarios, estaba el hecho de haber tenido que
hacer también de padre para con sus hijitos. Mamá Margarita, que
también habría tenido la posibilidad de evitar la condición
problemática de viuda, casándose nuevamente, supo lograr y
conservar siempre el justo equilibrio entre estas dos funciones:
una maternidad suficientemente fuerte para compensar la ausencia
del padre, y una “paternidad” suficientemente dulce para no
poner en peligro el indispensable calor materno. Por tanto, no
caricias vacías, ni gritos coléricos, sino firmeza y
serenidad.
En su rostro se transparentaba siempre
la calma, la serenidad, el dominio de sí, la verdadera dulzura.
No pegaba a sus hijitos, pero no cedía nunca ante ellos;
amenazaba con castigos severos, pero los perdonaba a la primera
señal de arrepentimiento. En un rincón de la cocina –
recordaba Don Bosco – estaba la vara: un palito flexible. No la
usó nunca, pero no la quitó nunca de aquel rincón. Era una
madre dulcísima, pero enérgica y fuerte. Logró dominar dos
presencias que, ordinariamente, resultan problemáticas en una
familia: la presencia de una suegra enferma y la de un hijastro
particularmente difícil. Sabia educadora, supo transformar
una condición familiar, con muchas dificultades, en un ambiente
educativo incisivo y fecundo.
Con el ejemplo y la
palabra enseñó a sus hijos las grandes virtudes del humanismo
piamontés de aquel tiempo: el sentido del deber y del trabajo,
el valor cotidiano de una vida dura, la franqueza y la
honradez, el buen humor. Ellos aprendieron también a respetar a
los ancianos y a abrirse voluntariamente al servicio del prójimo.
Por otra parte, serena y fuerte, no temía exponer su punto de
vista a aquellos cuyas palabras o actos provocaban escándalo.
Tales ejemplos penetraban en lo más hondo de la conciencia de los
tres muchachos.
La dimensión de la fe añadía sabor
sapiencial e incisiva a cada lección que esta maestra analfabeta
daba a sus hijitos.
b)
Educadora
“salesiana”
Este
arte educativo es lo que permite a Mamá Margarita descubrir las
energías ocultas en sus hijos, sacarlas a la luz, desarrollarlas
y ponerlas casi visiblemente en sus manos. Esto se aplica sobre
todo respecto de su fruto más rico: Juan. ¡Qué impresionante es
notar en Mamá Margarita este consciente y claro sentido de
“responsabilidad materna”, al seguir cristianamente y de cerca
a su propio hijo, aún respetándolo en su autonomía vocacional,
pero acompañándolo ininterrumpidamente en todas las etapas de su
vida hasta la propia muerte!
El sueño que Juanito tuvo
a los nueve años, si fue revelador para él, lo fue también
ciertamente (si no antes) para Mamá Margarita; fue ella la que
tuvo y manifestó la interpretación: “¡Quién sabe si un día
serás sacerdote!”. Y algún año después, cuando comprendió
que el ambiente de casa era negativo para Juan a causa de la
hostilidad del hermanastro Antonio, ella hizo el sacrificio de
mandarlo como mozo de campo a la granja Moglia de Moncucco. Una
madre que se priva del hijo tan joven para mandarlo a trabajar la
tierra lejos de casa, hace un verdadero sacrificio, pero ella lo
hizo, no sólo para eliminar un desacuerdo familiar, sino también
para iniciar a Juan en el camino que le (y les) había revelado el
sueño.
Se puede afirmar que a Mamá Margarita hay que
atribuir el mérito de haber sembrado en Don Bosco los gérmenes
de aquel célebre trinomio: razón,
religión, cariño,
que ella vivió sencillamente en su calma, afabilidad y autoridad.
La divina Providencia le concedió la gracia de ser una educadora
“salesiana”,
animada de un amor preventivo que sabía comprender, exigir,
corregir, esperar y sonreír.
Sus hijos eran vigilados,
controlados y guiados, pero no oprimidos. Debían obedecer y pedir
los permisos, pero la Mamá los dejaba gustosamente abandonarse a
su alegría y a sus juegos. No cedía nunca a los caprichos, y
corregía amorosamente... Don Lemoyne testifica: “Quería a toda
costa que la corrección no provocase iracundia, desconfianzas,
aborrecimiento. Su máxima sobre este punto era precisa: formar a
sus hijos a hacer todo por afecto o por agradar al Señor. Por
esto, ella era una madre adorada”.
[19] Don
Bosco dirá más tarde que la educación es cosa del corazón:
había hecho ya la feliz experiencia en el hogar doméstico de I
Becchi.
c)
Catequista eficaz
Mamá
Margarita tenía la rara capacidad de sacar de todo lo que
acontecía en la vida una ocasión para catequizar. Se consideró
la primera responsable de la enseñanza de la fe a sus hijos, y
supo proponerles valores sencillos y fuertes en su escuela de
familia. Lo que transmitió en primer lugar a los hijos, con
paciencia, en los años del crecimiento, fue su fe diamantina. El
sentido de un Dios de amor siempre presente, una devoción tierna
a María.
Ha quedado como célebre el catecismo
de Mamá Margarita. Ella, que no sabía ni leer ni escribir y que
había aprendido de memoria, en su infancia, las fórmulas
necesarias, las transmitía a los hijos, pero también las
sintetizaba y las interpretaba según su infalible instinto
maternal.
Las grandes verdades de la fe se transmitían
en el modo más sencillo y elemental, todas expresadas en
fórmulas brevísimas:
-
Dios te ve:
era la verdad de todo momento, no destinada a infundir miedo, sino
a confirmar a los niños en el hecho de que Dios se preocupaba de
ellos y que la misma bondad de Dios les pedía responder con una
vida buena.
- ¡Qué
bueno es el Señor!,
exclamaba todas las veces que algo impresionaba la fantasía de
los niños y despertaba su admiración.
-
¡Con Dios no se
juega!, afirmaba
convencida cuando se trataba de inculcar el horror del mal y
del pecado.
-
¡Tenemos poco
tiempo para hacer el bien!,
explicaba cuando quería animarlos a ser más solícitos y
generosos.
- ¿Qué
importa tener vestidos preciosos, si el alma está sucia?,
observaba cuando quería educarlos en una pobreza digna y en el
cuidado de la belleza interior del alma.
Estaba, luego,
el catecismo de los
sacramentos.
Sabemos, por el relato del mismo Don Bosco, cómo ella lo aplicó
con el pequeño Juan. Cuando se acercó el tiempo de la primera
comunión, ella comenzó a enseñarle todos los días alguna
oración y alguna lectura particular; luego preparó al niño para
hacer una buena confesión (y se la hizo repetir tres veces
durante el tiempo de cuaresma); luego, cuando llegó el gran día
(la Pascua de 1826), hizo de modo que el niño hiciese
verdaderamente una experiencia de comunión con Dios. “¡Estoy
persuadida de que Dios ha tomado verdadera posesión de tu
corazón! Prométele que harás cuanto puedas para conservarte
bueno hasta el fin de la vida”.
[20]
Y,
finalmente, estaba el catecismo
de la caridad:
tanto en los años del relativo bienestar, como en los del hambre,
la casa de Margarita estuvo siempre abierta a los pobres, a los
caminantes, a los ambulantes, a los guardias vigilantes que pedían
un vaso de vino, a las muchachas en dificultades morales; así
como siguió siendo la casa a la que se dirigían las vecinas
cuando había una desgracia que aliviar, algún enfermo que
asistir, o un moribundo que acompañar en su último
viaje.
d)
Primera
cooperadora
Hay
modalidades, acentos, tonos en el sistema preventivo practicado
por Don Bosco, que tienen un algo de maternal, de dulce, de
tranquilizador, que nos permiten ver en Margarita no sólo una
figura femenina que ejerce su influjo desde lejos, sino también
desde dentro
como inspiradora y modelo, como colaboradora y, ciertamente,
primera
cooperadora.
Fue
precisamente la presencia de Mamá Margarita en Valdocco durante
el último decenio de su vida lo que influyó, y no marginalmente,
sobre el “espíritu de familia” que todos consideramos como el
corazón del carisma salesiano. Efectivamente, no fue un decenio
cualquiera, sino el primero, aquel en el que se pusieron las bases
del clima que pasará a la historia como el clima de Valdocco.
Don Bosco había invitado a su madre, movido por necesidades
prácticas. En realidad, en los planes de Dios esta presencia
estaba destinada a trascender los límites de una necesidad
contingente, para inscribirse en el cuadro de una colaboración
providencial a un carisma todavía en estado naciente.
Mamá
Margarita fue consciente de esta su nueva vocación. La aceptó
con humildad y lucidez. Así se explica el valor demostrado en las
circunstancias más duras. Piénsese sólo en la epidemia del
cólera. Piénsese en gestos y palabras que tienen algo de
profético, como el usar los manteles del altar para hacer vendas
para los enfermos. Valga, sobre todo, el ejemplo de las célebres
“Buenas Noches”, una nota original de la tradición salesiana.
Era un punto al que Don Bosco daba mucha importancia y lo inició
precisamente Mamá Margarita con un sermoncito breve dirigido al
primer joven acogido.
[21] Luego
Don Bosco continuaría esta práctica, no en la iglesia en
forma de sermón, sino en el patio, o en los pasillos, o bajo los
pórticos, de modo paternal y familiar.
La estatura
interior de esta madre es tal que el hijo, también cuando llegó
a ser educador experto, tendrá siempre que aprender de ella. Si
quisiéramos compendiar cuanto se ha dicho, valga el juicio de Don
Lemoyne: “Podía decirse que ella personificaba el Oratorio”.
[22]
3.2
Valdocco, “una
familia que educa”
[23]
Aunque
Valdocco haya sido la primera – y la única –
institución asistencial y educativa fundada y dirigida por Don
Bosco en persona, la fisonomía típica de la obra y, sobre todo,
el sistema educativo de prevención allí usado, solamente pueden
ser bien comprendidos en conexión no sólo con Don Bosco, con su
experiencia y su temperamento, sino también con los de sus
ayudantes. Desde los comienzos el Oratorio fue una empresa
comunitaria, iniciada y llevada adelante en interacción entre el
fundador y sus colaboradores.
[24]
Entre
éstos destaca un grupo consistente de mujeres. Mamá Margarita no
fue, ciertamente, la única colaboradora de Don Bosco en el
Oratorio; “otras madres vivieron en Valdocco, dejando siempre la
huella familiar que necesariamente provenía de su naturaleza y de
su experiencia”. Cuando murió Mamá Margarita, Mariana, su
hermana mayor, permaneció en el Oratorio todavía casi un año,
hasta su muerte. Luego “se estableció en el Oratorio la mamá
de Don Rua, ayudada por la madre del clérigo Bellia, por la del
canónigo Gastaldi y por otras. Vivió en el Oratorio también
Mariana Magone, madre del conocido alumno de Don Bosco”.
[25] Después
de la muerte de ella, en 1872, desaparece la presencia y el
influjo de las mamás en el Oratorio.
[26]
Hay
que subrayar, sin embargo, que la mamá de Don Bosco, durante el
decenio 1846-1856, fue la principal compañera y cooperadora
de Don Bosco, compartiendo con él “pan, trabajo, fatigas,
preocupaciones y misión juvenil”.
[27] “Mamá
Margarita” – éste es ya su nombre definitivo en Valdocco –
estará activamente presente en el primer desarrollo “exterior”
de la obra: primer oratorio, “casa anexa” o pensionado para
los primeros artesanos y estudiantes, primeras escuelas y primeros
talleres, iglesia dedicada a San Francisco de Sales, publicación
de las Lecturas
Católicas, en un
clima de revoluciones y de amenazas a Don Bosco (1853).
En
aquellos días, en el Oratorio se vivía una vida de familia a la
buena, escasa de recursos y llena de sueños; con frecuencia Don
Bosco debía salir de casa, o para procurarse los fondos para
gestionar, aún con sencillez, un pensionado cada vez más
numeroso, o para encontrar un poco de paz y escribir sus libros en
la biblioteca del Colegio Eclesiástico o en otra parte. Mamá
Margarita lo sustituía en la asistencia a los muchachos, además
de atender a los trabajos domésticos ordinarios, en la cocina de
día y remendando sus vestidos de noche. Son hechos completamente
ordinarios, “pequeños detalles” ciertamente, pero que
“tuvieron su peso en muchos aspectos de la vida de Don Bosco y
de los jóvenes, y (que) nos ayudan a ver concretamente la
’familia’ del Oratorio”:
[28] el
Oratorio, en efecto, en la intención de Don Bosco, “tenía que
ser una casa,
es decir, una familia, y no quería ser un
Colegio”.
[29]
Pues
bien, hace tiempo, Don Egidio Viganò hizo notar con énfasis el
influjo de la presencia maternal de Mamá Margarita en Valdocco, y
su aportación para hacer “familiar” el clima del Oratorio:
“El heroico trasladarse a Valdocco (de Mamá Margarita) sirvió
para dar al ambiente de aquellos pobres jóvenes el mismo estilo
familiar del que brotó la sustancia del Sistema Preventivo y
muchas modalidades tradicionales vinculadas a él. Don Bosco había
experimentado que la formación de su personalidad tenía su raíz
vital en el extraordinario clima de entrega y bondad (‘donación
de sí’) de su familia en I Becchi, y quiso reproducir sus
características más significativas en el oratorio de
Valdocco con aquellos jóvenes pobres y abandonados”.
[30]
Resulta
obvio, pues, que los componentes de la “familia educativa”
[31] que
Don Bosco quiso que fuese su Oratorio, no todos fueron tomados
sólo de idealizaciones pedagógicas y teológicas, sino
también de la vida cotidiana campesina del Piamonte.
[32] Las
presencias femeninas de las mamás que fueron a Valdocco y, ante
todo, la de mamá Margarita, dieron esta peculiar aportación de
fe y de sencillez, de carácter concreto y de sabiduría
educativa.
4.
La familia como misión
Estas
reflexiones sobre Mamá Margarita y su familia nos hacen
comprender que la familia, además de ser parte, aunque indirecta,
de nuestra misión, es, ante todo, y por su naturaleza, una
institución social cuyos miembros se encuentran unidos en su
interior por relaciones interpersonales de diversos tipos, pero
todas animadas por un clima afectivo, comunicativo y normativo,
que las caracteriza con una particular vitalidad carismática.
Nuestros destinatarios son los jóvenes, nuestro campo de trabajo
es su educación y su evangelización. Pero ambos, jóvenes y
educación, son inseparables de la familia.
Lo
recordaba Don Egidio Viganò en su comentario al Sínodo de los
Obispos de 1980 sobre la familia, al que siguió la Exhortación
Apostólica Familiaris
Consortio de Juan
Pablo II: “El compromiso de nuestra Vocación Salesiana deberá
cumplirse de un modo característico entre los humildes y los
pobres. Son ellos los que tienen necesidad, ante todo, de la
familia y para ellos llegó Don Bosco –como escribe Pedro Braido
– a su invención más genial: la afectuosidad” (=
amorevolezza)
que educa en el clima de una familia gozosamente compenetrada”.
[33]
4.1
“¡Familia, sé lo que eres!”
“¡Familia,
sé lo que eres!”:
con esta llamada Juan Pablo II invitaba a las familias del mundo
entero a encontrar en sí mismas la propia verdad y a realizarla
en medio del mundo. Hoy, en un mundo minado por el escepticismo,
no puede no resonar todavía fuerte la exhortación del Santo
Padre que animaba a las familias a redescubrir esta verdad sobre
sí mismas añadiendo, “¡Familia,
cree en lo que eres!”.
“Arquitectura
de Dios”, plan de Dios inviolable, la familia es también
“arquitectura del hombre”, compromiso del hombre en el
designio divino.
*
Célula de la sociedad
La
familia es fundamento y sostén de la sociedad por su misión
esencial de servicio a la vida: en la familia nacen los ciudadanos
y en la familia encuentran la primera escuela de aquellas virtudes
que son el alma de la vida y del desarrollo de la sociedad
misma.
En cuanto comunidad interpersonal de amor, la
familia encuentra en el don de sí la ley que la guía y la hace
crecer. El don de sí inspira el amor de los cónyuges entre sí y
se presenta como modelo y norma que dirige las relaciones entre
hermanos y hermanas y entre las diversas generaciones que conviven
en familia. La comunión y la participación cotidianamente
vividas en la casa, en los momentos de alegría y en los de
dificultad, representan para los hijos la pedagogía más concreta
y eficaz en el más amplio horizonte de la sociedad. Todo niño es
un don a los hermanos, a las hermanas, a los padres, a toda la
familia. Su vida es un don para los mismos donadores de la vida,
los cuales no podrán no sentir la presencia del hijo, su
participación en su existencia, su aportación al bien de la
comunidad familiar y de la sociedad entera.
La misma
experiencia de comunión y participación, que debe caracterizar
la vida cotidiana en familia, representa su primera y fundamental
aportación a la sociedad. Las relaciones entre los miembros de la
comunidad familiar están inspiradas y guiadas por la ley de la
“gratuidad” que, respetando y favoreciendo en todos y en cada
uno la dignidad personal como único título de valor, se hace
acogida cordial, encuentro y diálogo, disponibilidad
desinteresada, servicio generoso, solidaridad profunda.
Así
la promoción de una auténtica y madura comunión de
personas en la familia se convierte en la primera e insustituible
escuela de sociabilidad. Ella representa un ejemplo y un estímulo
para las más amplias relaciones interpersonales bajo el signo del
respeto, de la justicia, del diálogo y del amor, lugar nativo e
instrumento eficaz de humanización y de personalización de la
sociedad.
[34]
Todo
esto es importante hoy, de modo especial, si se quieren contrastar
eficazmente los dos modelos familiares reducidos y limitados que
son fruto de la sociedad consumista actual: el de la
familia-castillo, centrada egoístamente en sí misma, y el de la
familia-hotel, privada de identidad y de relaciones. Por
consiguiente, frente a una sociedad que corre el peligro de ser
cada vez más despersonalizada y masificada, y por tanto deshumana
y deshumanizante, con los efectos negativos de tantas formas de
“evasión”, la familia posee y libera todavía hoy energías
formidables, capaces de arrancar al hombre del anonimato, de
mantenerlo consciente de su dignidad personal, de
enriquecerlo de profunda humanidad y de insertarlo activamente con
su unicidad e irrepetibilidad en el tejido de la sociedad.
Cuando
sirve a la vida, cuando forma a los ciudadanos de mañana, cuando
les comunica los valores humanos que son fundamentales para la
nación, cuando introduce a los hijos en la sociedad, la familia
juega una función esencial: es patrimonio común de la humanidad.
La razón natural así como la Revelación divina contienen esta
verdad. Como decía el Concilio Vaticano II, la familia constituye
entonces “la célula primera y vital de la sociedad”.
[35]
*
Santuario de la vida
La
primera y fundamental misión de la familia es el servicio a la
vida, que realiza a lo largo de la historia la bendición del
Creador, y transmite así la imagen divina de hombre a hombre
(cfr. Gn 5,
1 ss.). Esta responsabilidad brota de su misma naturaleza – la
de ser comunidad de vida y de amor, fundada en el matrimonio – y
de su misión de custodiar, revelar y comunicar el amor. Está en
juego el amor mismo de Dios, del que los padres han sido
constituidos colaboradores y casi intérpretes al transmitir la
vida y al educarla según su proyecto de Padre. En la
familia el amor continúa comunicando vida en el tiempo: se hace
gratuidad, acogida, donación. En la familia cada uno es
reconocido, respetado y honrado porque es persona y, si alguno
tiene más necesidad, más intenso y más atento es el cuidado en
relación con él.
La familia está llamada, pues, en
causa durante todo el arco de la existencia de sus miembros, desde
el nacimiento hasta la muerte. Es verdaderamente el santuario de
la vida, el lugar en que la vida, don de Dios, puede ser
adecuadamente acogida y protegida contra los múltiples ataques a
que está expuesta, y puede desarrollarse según las exigencias de
un auténtico crecimiento humano.
Como iglesia
doméstica, la familia está llamada a anunciar, celebrar y servir
al Evangelio de la vida. En la procreación de una nueva vida los
padres notan que el hijo, si es fruto de su recíproca donación
de amor, es, a su vez, un don para los dos, un don que brota
del “Don”.
*
Anunciadora del evangelio de la vida
Es,
sobre todo, por medio de la educación de los hijos como la
familia cumple su misión de anunciar el Evangelio de la vida. Con
la palabra y con el ejemplo, en la vida diaria de las relaciones y
de las opciones, con gestos y signos concretos, los padres
introducen a sus hijos en la libertad auténtica que se vive en el
don sincero de sí, y desarrollan en ellos el respeto del
otro, el sentido de la justicia, la acogida cordial, el diálogo,
el servicio generoso, la solidaridad y todos los demás valores
que ayuden a entender la vida como vocación y como misión de
amor.
Así, aun en medio de las dificultades de la
acción educativa, los padres deben con confianza y con valor
formar a los hijos en los valores esenciales de la vida humana. Y
los hijos deben crecer en una justa libertad frente a los
bienes materiales, adoptando un estilo de vida sencillo y austero,
bien convencidos de que el hombre vale más por lo que es que por
lo que tiene.
La intervención educativa de los padres
cristianos es, pues, un servicio a la fe de los hijos y ayuda para
que realicen la vocación recibida de Dios. Entra en la misión
educativa de los padres enseñar y testimoniar a los hijos el
verdadero sentido del sufrir y del morir: lo podrán hacer si
saben estar atentos a todo sufrimiento que encuentran a su
alrededor y, antes aún, si saben desarrollar actitudes de
cercanía, de asistencia y de participación
h
[1]
L’Osservatore
Romano, 10-11 enero 2005, p. 5.
HYPERLINK
"http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm"
\\l "ftnref2" [2]
Novo millennio ineunte, n. 47.
HYPERLINK
"http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm"
\\l "ftnref3" [3]
Audiencia a los participantes en la LIV Asamblea
General de la Conferencia Episcopal Italiana, OR 30-31 mayo
2005, p. 5.
HYPERLINK
"http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm"
\\l "ftnref4" [4]
Carta circular de Don Bosco sobre los castigos
1883, Epistolario di San Giovanni Bosco (a cura di E.
Ceria), SEI, Torino, vol. IV, p. 209.
HYPERLINK
"http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm"
\\l "ftnref5" [5]
Así comenzaba su biografía de Don Bosco G.
Joergensen, Don Bosco (ediz. italiana a cura di A.
Cojazzi), SEI, Torino, 1929, p. 19.
HYPERLINK
"http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm"
\\l "ftnref6" [6]
P. Braido, Prevenir no reprimir. El
sistema educativo de Don Bosco. CCS, Madrid 2001, p.
152.
HYPERLINK
"http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm"
\\l "ftnref7" [7]
Discurso a los agentes de la escuela. Texto
citado en la carta circular de Don Egidio Viganò El
Papa nos habla de Don Bosco, ACG 328, p. 19.
HYPERLINK
"http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm"
\\l "ftnref8" [8]
Más que una biografía, la obra de
Lemoyne debería leerse como una narración ejemplar, de
carácter edificante. El mismo autor era consciente de ello
cuando tituló el librito: Scene morali di famiglia esposte
nella vita di Margherita Bosco. Racconto
edificante ed ameno. Turín, Tip. Salesiana, 1886, 192
pp.
HYPERLINK
"http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm"
\\l "ftnref9" [9]
Cfr. Memorias Biográficas, I, pág. 296
(MBe, I, pág. 247-248).
HYPERLINK
"http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm"
\\l "ftnref10" [10]
Memorias del Oratorio, en Obras
fundamentales, Madrid, BAC 1979, pág. 391.
HYPERLINK
"http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm"
\\l "ftnref11" [11]
Memorias Biográficas, I, pág. 522 (MBe,
I, pág. 414).
HYPERLINK
"http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm"
\\l "ftnref12" [12]
Memorias del Oratorio, en Obras
fundamentales, Madrid, BAC 1979, pág. 456.
HYPERLINK
"http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm"
\\l "ftnref13" [13]
Memorias Biográficas, IV, pág. 233
(MBe, IV, pág. 184-185).
HYPERLINK
"http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm"
\\l "ftnref14" [14]
Teresio Bosco, Don Bosco: Una biografía
nueva, Madrid, CCS, 1979.
HYPERLINK
"http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm"
\\l "ftnref15" [15]
Memorias Biográficas, V, pág. 207 (MBe,
V, pág. 156-157).
HYPERLINK
"http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm"
\\l "ftnref16" [16]
Memorias Biográficas, V, Pág.. 563
(MBe, V, pág. 400).
HYPERLINK
"http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm"
\\l "ftnref17" [17]
P. Braido, Don Bosco
prete dei giovani nel secolo delle libertà. Vol. I. LAS, Roma
2003, p. 317.
HYPERLINK
"http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm"
\\l "ftnref18" [18]
En este trabajo tuvo un gran mérito la Comisión
Histórica que se cuidó de la Causa. Estaba compuesta por Sor P.
Cavaglià, Don F. Desramaut, Don R. Farina, Don G. Milone, Don F.
Motto y Don G. Tuninetti.
HYPERLINK
"http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm"
\\l "ftnref19" [19]
G. B. Lemoyne. Scene morali di famiglia
esposte nella vita di Margherita Bosco, Turín, Tip.
Salesiana, pág. 39.
HYPERLINK
"http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm"
\\l "ftnref20" [20]
Memorias del Oratorio, en Obras
Fundamentales. Madrid, BAC, pág. 356.
HYPERLINK
"http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm"
\\l "ftnref21" [21]
Don Bosco cuenta este episodio en las
Memorias del Oratorio, en Obras Fundamentales, Madrid, BAC,
1979, pág. 461.
HYPERLINK
"http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm"
\\l "ftnref22" [22]
Memorias Biográficas, III, pág. 376
(MBe, III, 293).
HYPERLINK
"http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm"
\\l "ftnref22" [23]
La fórmula está sacada del testimonio del mismo Don Bosco: “Esta
Congregación en 1841 era en sus comienzos una sencilla
catequesis, un jardín de recreo festivo, al que en 1846 se añadió
un Asilo para los pobres artesanos, formando un Instituto privado
como una familia numerosa”
(Juan Bosco, Brevi notizie sulla Congregazione di San
Francesco di Sales”,
Tip. Salesiana, San Pier d’Arena,
1879 (OE, vol. XXXI, p. 240).
HYPERLINK
"http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm"
\\l "ftnref24" [24]
Cfr. P. Braido, Prevenir, no reprimir. El
sistema educativo de Don Bosco, CCS, Madrid 2001, cap.
8º.
HYPERLINK
"http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm"
\\l "ftnref25" [25]
Cfr. P. Stella, Don Bosco nella Storia della
Religiosità Cattolica. Vol I: Vita e Opere, LAS, Roma 1997,
p. 115.
HYPERLINK
"http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm"
\\l "ftnref26" [26]
“Eran
tiempos en que el Colegio estaba ya bien organizado, la vida
religiosa de la Congregación no permitía ya la presencia de
mujeres en casa y Don Bosco estaba pensando en las Hijas de María
Auxiliadora”
(P. Stella, o.c. pág. 115).
HYPERLINK
"http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm"
\\l "ftnref27" [27]
P. Braido, Don Bosco, prete dei
giovanni nel secolo delle libertà. Vol. I.LAS, Roma 2003, p.
213.
HYPERLINK
"http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm"
\\l "ftnref28" [28]
P. Stella, o.c.p. 115. Cfr José M. Prellezo,
“Don Bosco,
fundador de comunidad. Aproximación a la comunidad de Valdocco”:
Cuadernos de Formación Permanente 7 (2001) 166.
HYPERLINK
"http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm"
\\l "ftnref29" [29]
A. Caviglia, “Il
‘Magone
Michele’”, en
Opere e scritti editi e inediti di Don Bosco. Vol. V., SEI,
Turín 1965, p. 141.
HYPERLINK
"http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm"
\\l "ftnref30" [30]
E. Viganò, En el año de la familia. ACG
349, junio 1994, pág. 27.
HYPERLINK
"http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm"
\\l "ftnref31" [31]
Tomo la expresión de P. Braido. Prevenir no
reprimir. El sistema educativo de Don Bosco. CCS, Madrid,
2001, cap. 15.
HYPERLINK
"http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm"
\\l "ftnref32" [32]
Cfr. P. Braido, o.c. Para un desarrollo del tema
sobre el estilo de familia en el método educativo de Don Bosco,
véase el cap. 15, pág. 336 ss. Para una reconstrucción
histórica, en relación también con la personalidad de Don
Bosco, es igualmente interesante el cap. 8, pág. 173
ss.
HYPERLINK
"http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm"
\\l "ftnref33" [33]
E. Viganò, Llamadas del Sínodo 1980.
ACG 299, diciembre 1980, pág. 31.
HYPERLINK
"http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm"
\\l "ftnref34" [3]
Francesco di Felice. Radici umane e valori
cristiani della famiglia, Librería Editrice Vaticana, 2005,
pág. 138 s.
HYPERLINK
"http://www.sdb.org/ESP/Documenti/2006/_3_24_66_1_16_.htm"
\\l "ftnref35" [35]
Apostolican Actuositatem n. 11.
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