ABRIL: LOS CONTINUADORES
La era post/apostólica fue marcada por los Padres de la Iglesia que han “estabilizado” la doctrina esparcida a manos llenas por los apóstoles del Señor y acogida por gentes diversas por lengua, cultura, tradiciones, costumbres. Los Apóstoles habían hecho lo que el Señor Jesús les había mandado. Entre los primeros convertidos al cristianismo había de todo: gente sencilla y de escasa cultura, plebeyos, esclavos, pero también hombres libres, patricios romanos, hombres insignes en el campo de las letras y de las ciencias, magistrados..
Las nuevas comunidades necesitaban de pastores santos, sabios y prudentes, capaces de comprender los desafíos y resolver los problemas que comenzaban a surgir dentro y fuera de ellas. La realidad se volvía cada vez más compleja, y eso exigía una estructura más robusta que pudiera sostener, proteger y promover el crecimiento del cuerpo social.
` Estando vivos los Apóstoles, los problemas de la autoridad, de la identidad y de la autenticidad eran garantizados, como lo demuestran la primera asamblea de Jerusalén (He 15) y las cartas de Pablo. El problema de la inculturación del Evangelio y la exigencia de responder a las necesidades de las comunidades en vista de su organización, de la administración de los sacramentos, de la enseñanza doctrinal y de la asistencia caritativa llevaron a la creación de oficinas y ministerios, para los cuales se buscó a hombres competentes y de íntegra fama: diáconos, anunciadores de la Palabra, catequistas. La difusión de las comunidades en contextos siempre diversos no menoscabó el sentido de unidad, de comunión y de pertenencia a la única Iglesia que Pablo había descrito como cuerpo místico de Cristo. Los primeros cristianos celebraban y reforzaban esta unidad en la fracción del Pan, compartiendo la misma fe y la comunión con el Obispo. Los fieles por su lado participaban en la vida de la comunidad y, hasta los siglos V y VI, los obispos eran elegidos por el pueblo entre las personas que se distinguían por el conocimientos y la interpretación de la Sagrada Escritura, demostraban prudencia y capacidad de gobierno, coherencia en su vida personal, buen discernimiento en las diversas corrientes filosóficas y culturales que surgían en la sociedad y en la misma Iglesia. Por su santidad reconocida y por la ortodoxia y la excelencia de su doctrina, un grupo de estos pastores son considerados los Padres de la Iglesia.
` Después del Concilio de Nicea (325), vertiente en la historia de la Iglesia antigua, Basilio representa una figura ejemplar del siglo IV. Seducido por Cristo, abandona la carrera del intelectual y se entrega a la búsqueda de Dios en la soledad. Nombrado obispo, llega a ser un incomparable predicador y un escritor penetrante que enfrenta los grandes problemas y las controversias de su época. Ambrosio era gobernador de Milán y catecúmeno, cuando la multitud lo proclamó obispo. Vio en ello la voluntad de Dios y se presentó como hombre libre y valiente ante los poderes temporales, a los cuales pedía coherencia, con penitencia pública cuando sus errores eran públicos. Enriqueció la Iglesia con obras exegéticas y con el primer tratado de moral cristiana: “De Officiis ministrorum”. Gerónimo, apasionado estudioso de las Sagradas Escrituras y de la literatura cristiana oriental, inició la traducción de varias obras, para que fueran conocidas en Occidente. A él se debe la “Vulgata”, traducción latina de la Biblia. Agustín es tal vez el más conocido. Después de una adolescencia inquieta y una primera juventud en búsqueda, halló lo que ansiaba hallar escuchando una homilía de Ambrosio. Las conversaciones con él, la lectura de la Biblia, la insistencia y la oración incansable de su madre Mónica, lo llevaron a la conversión definitiva en 386. Diez años más tarde es obispo de Ipona. Durante 34 años se consagró a la instrucción del pueblo de Dios a través de una inagotable y riquísima predicación. Testigo y defensor de la fe ante las herejías de su tiempo, fue forjador y modelo de pastores, llamados a ser disponibles para alimentar a su propia grey y dar la vida por ella.
` He citado solamente algunos nombres ilustres, pero sería posible añadir muchos otros, como, por ejemplo, en Oriente, Juan Crisóstomo, Clemente Alejandrino, Orígenes, Atanasio, Gregorio Niseno, Gregorio Nacianceno. Y, en Occidente, Cipriano de Cartago, León, Gregorio Magno… Sus escritos siguen siendo alimento para el pueblo de Dios.