Educación
y Ciudadanía. Lectio magistralis para la Laurea Honoris Causa.
Génova
Educación y Ciudadanía
Drama de la humanidad moderna es la fractura entre educación y sociedad, que se exaspera en distancia creciente entre escuela y ciudadanía. Permítanme comenzar esta intervención parafraseando una célebre frase de Pablo VI (EN 20), porque me permite encuadrar en forma adecuada un grave problema actual referido a la educación y proyectar una adecuada solución mediante la integración de la educación en la cultura – ya sea la propia como la universal- y de la escuela en la educación a los valores. Solo de esta manera la escuela se podrá convertir en promotora y creadora de ciudadanía responsable.
Educación y Civilización
Ninguna sociedad puede subsistir sin una forma, al menos rudimental de educación, gracias a la cual se trasmiten a las jóvenes generaciones los valores, los ideales, los conocimientos y la percepción de un destino común.1
La educación informal –históricamente, el primer modelo educativo - se imparte en primer lugar en la familia y después en la iniciación progresiva en las actividades comunitarias: relaciones de parentesco y de vecindad, aprendizajes diversos, participación en el trabajo, en las fiestas, en las celebraciones, en el culto religioso. El niño adquiere así su lengua y sus conocimientos, los usos, creencias, tradiciones, comportamientos y reglas sociales indispensables para su integración en el grupo; la instancia educativa es siempre la sociedad, sea familiar sea civil.
En el progreso de las sociedades, la educación se ha desarrollado como una función específica, confiada a grupos e instituciones particulares: la escuela elemental, media y superior, la universidad, que tenían el deber de continuar este proceso de inculturación civil, esto es, de integración de los individuos en su respectiva sociedad, al mismo tiempo que asimilaban el progreso de la humanidad. La educación formal, vinculada a los sistemas educativos de las diversas naciones, tiene efectivamente el deber de preservar el patrimonio precioso del pasado para responder a los desafíos del presente y preparar el futuro.
La paideia clásica
Fundamentalmente el modelo educativo de las sociedades modernas tiene sus orígenes en la cultura greco-latina y judeo-cristiana2. Bien o mal, este modelo escolástico ha marcado al Occidente, así como a todos los países que han recibido la modernización económica, política, social y educativa. En lo bueno porque ha favorecido la unidad de la familia humana, en lo malo porque, sacrificando las culturas propias de los pueblos, se ha confundido la unidad con la uniformidad. En honor a la “civilización” se sacrificó la inculturación y se impuso la “transculturación” o transferencia hegemónica de una cultura a otra!
El ideal greco de educación proponía un humanismo “ciudadano”, vale decir, un modo de vivir en la ciudad a la medida del hombre. Esta pedagogía original, llamada “paideia”, tenía como alma la formación del hombre integral: cuerpo, alma, imaginación, razón, carácter, espíritu. El joven se desarrollaba mediante la gimnasia, la música, la danza, las matemáticas, la gramática, la lectura, las cartas, las ciencias, la retórica, el arte, la filosofía. La familiaridad con los grandes autores ofrecía modelos de coraje, de nobleza, y los jóvenes se iniciaban, de este modo, en la imitación de los héroes. Importa notar, sobretodo, que el genio helénico creó todas las disciplinas intelectuales, prácticas y artísticas de las cuales todavía viven hoy nuestros sistemas educativos (gramática, matemática, geometría, historia, teatro, escultura, música, derecho, retórica, filosofía, ciencias políticas, medicina, física).
Siguiendo a los griegos, los romanos se convirtieron en propagadores de una pedagogía humanística ligada a la cultura clásica. Cicerón traducía ‘paideia’ con ‘humanitas’, instilando así el objetivo de la educación, no centrado tanto en el acompañar sino orientado hacia el hacerse plenamente hombre.
La pedagogía cristiana
La difusión del cristianismo en todo el Imperio romano provocó una nueva síntesis cultural, en la que los valores clásicos se integraron, enriqueciéndose, con una visión evangélica del mundo y del destino humano. Estos valores se centraron en una cierta visión de la persona humana y de su destino trascendente, en un ideal de familia y de bien común, en una concepción del trabajo y de la relación con la naturaleza, en una visión de la economía y de la política, en una idea de la propia nación y de sus relaciones con el resto del mundo. Es en este contexto que nacieron los derechos del hombre, la democracia, la ciencia moderna, el Estado representativo, la exploración y la explotación de la tierra, el derecho universal.
Si quisiéramos describir brevemente los valores típicos aportados por este modelo de educación a la cultura del hombre moderno, deberemos reconocer los siguientes elementos: la visión propia de la felicidad del hombre visto en la economía divina, el respeto por el espíritu y por la libertad, el gusto por la creación y la superación, la racionalidad frente a un universo por conocer y por disfrutar, la necesidad de emprendimiento y de distinguirse, la búsqueda de sobresalir, el sentido de la competición y de la rivalidad, la preocupación por la ciudad y por los derechos humanos, la actitud de servir al bien común mediante un trabajo competente, una concepción de la persona creada a imagen de Dios y llamada a un destino eterno. La educación clásica lograba su objetivo cuando los jóvenes se convencían, como dice Pascal, que “el hombre supera infinitamente al hombre”.
Hacia un nuevo modelo cultural y educativo
Por una especie de paradoja, ha sido justamente el suceso de la educación clásica que ha llevado a su desorientación, ya que esta pedagogía favoreció ese prodigioso desarrollo de los conocimientos que concluyen con la revolución tecnológica y el nacimiento del espíritu moderno. Hoy, a la educación le cuesta muchísimo definirse, en una cultura marcada, desde entonces, por el pluralismo de convicciones y de comportamientos, por la caducidad y por la rápida sustitución de los conocimientos, por la socialización de los bienes culturales, por la escolarización generalizada y por la universidad de masas, por el rol dominante de los medios de comunicación social en la cultura moderna, por el desarrollo del cuarto sector que privilegia la innovación constante y la investigación.
Nada de extraño, entonces, que las instituciones educativas tradicionales, la escuela o la universidad, estén realmente en crisis frente a un mundo que cambia aceleradamente, que difícilmente acepta las élites y las jerarquías preestablecidas, y donde existen poderosas corrientes anticulturales que atacan a quienes poseen el saber, cuyo poder, como se dice, conduciría seguramente a la dominación social, al militarismo y a la destrucción ecológica.
En el estado actual de las reflexiones pedagógicas y filosóficas vale la pena subrayar algunas orientaciones fundamentales:
Hoy más que nunca interesa redefinir los objetivos de la educación. La tradición bimilenaria de la educación clásica y cristiana ofrece una respuesta siempre válida afirmando que el objetivo de la educación es la formación de un espíritu capaz de juzgar con libertad y de insertarse en la sociedad con responsabilidad. Es una contradicción pedagógica reducir la escuela a un simple medio de reproducción ideológica, a un adoctrinamiento político, a un adiestramiento del tipo militar, o simplemente a la formación técnica requerida por el sistema económico. Sin negar los objetivos prácticos de la educación, su finalidad más elevada es de orden humanístico; colaborar con el joven en el difícil arte de aprender a ser persona, exige una firme reivindicación.
Importa buscar un delicado equilibrio entre formación personal del estudiante y su formación enciclopédica. El prodigioso desarrollo de los conocimientos en todos los campos hace imposible hoy una asimilación sintética de todo el saber. En la cultura moderna en adelante interesa aprender a vivir con un inmenso margen de no-saber: esos vastos sectores de las ciencias reservados a los expertos de disciplinas cada vez más especializadas. Se impone, como consecuencia, un esfuerzo común con el fin de percibir y afirmar la finalidad humanista y ética del saber que se enseña. La escuela se esforzará, por su parte, en hacer comprender que el conocimiento es más importante que el saber, porque es el único que lleva a la responsabilidad y a la sabiduría.
La familia, como primer ambiente educativo, y los educadores de profesión conservan todavía su puesto en la sociedad moderna. Con el pretexto de una racionalización política, económica, no se puede, sin caer en contradicciones, movilizar la escuela para hacer de ella un instrumento de poder, de manipulación económica, de reproducción social, ideológica. La experiencia demuestra que ningún proyecto educativo puede obtener suceso sin la participación de las familias, de los educadores competentes y de las fuerzas vivas de una cultura. En una nación, la política de la educación está llamada ante toso a favorecer la igualdad de oportunidades relativa a la instrucción en todos los niveles, poniendo los recursos del Estado al servicio del sistema educativo. El rol de estimular, de animar y de coordinar los deberes educativos corresponde al Estado, pero la misión de educar y de instruir pertenece a la comunidad humana, a las familias, a la escuela, a las universidades, a todas las instituciones culturales que forman el ambiente educativo propiamente dicho.
También importa defender la perspectiva humanista de la educación, es preciso reconocer que la escuela del pasado ha podido favorecer, más o menos conscientemente, un individualismo que se preocupaba poco de las responsabilidades de los profesores y de los estudiantes frente al cambio social. Se impone una revisión en las culturas, que ahora valorizan – al menos en la intención – la solidaridad y la aspiración de todos al desarrollo y a la justicia. Si la formación humanística de las personas conserva todo su valor, interesa también acentuar, mucho más que en el pasado, la función social de la educación. Unos de los cambios más profundos de nuestra época es la convicción creciente que las sociedades se pueden efectivamente cambiar mediante un esfuerzo humano mancomunado. Esto requiere una educación a la responsabilidad social, en el sentido cívico y político, entendido en el sentido más amplio de la palabra, de constructores de la ciudad. Este aspecto de la educación se carga de una urgencia particular en un mundo en busca de justicia y de participación universal en la cultura. La educación, de ahora en más, se concibe como un servicio al individuo, cierto; pero también como un facto de desarrollo y de promoción para el conjunto de la sociedad.
La capacidad de análisis social y cultura, entonces, es parte integrante de toda formación humana. Esto no significa que cada uno de los estudiantes deba especializarse en sociología, sino que todos, en una cultura de cambios acelerados, tienen la necesidad de discernir, en un contexto de valores pluralistas y de ideologías contradictorias. La formación al discernimiento social es una necesidad, si se quiere evitar la indeterminación ética y la pérdida de identidad. En otros tiempos el ambiente y las instituciones estables ayudaban a los individuos a situares en el corazón de una cultura. Ahora la responsabilidad se ha hecho en gran parte personal. La educación clásica enseñaba a analizar las grandes obras literarias del pasado; la educación moderna, sin descuidar esta actitud, debe preparar a los estudiantes a analizar las culturas vivas, sus valores dominantes, sus evoluciones, su impacto en las mentalidades y en sus comportamientos. Hoy educar significa enseñar a la persona a autoeducarse sin descanso en un ambiente cultural fluido y en una sociedad en constante evolución. De aquí la necesidad de la educación permanente, que se ha transformado en una exigencia ineludible.
En la sociedad moderna el pluralismo cultural pone problemas nuevos y difíciles a los responsables de la educación. Una solución de falsa racionalidad induce a ciertos gobiernos a una política educativa que simplemente prescinde de las convicciones religiosas y morales de las familias, relegando estos valores a la esfera de lo privado. Esto significa olvidar el derecho primario que tienen las familias de trasmitir a sus hijos las propias creencias y herencias espirituales.3 Una política educativa respetuosa del pluralismo cultural reservará un lugar legítimo a la enseñanza religiosa y a la formación moral. Es esta una de las concreciones más perfectas de la ‘libertad de educación’.
Como se ve, la gestión de un sistema educativo moderno pondrá a la sociedad problemas administrativos muy complejos; pero el desafío mayor es de orden moral y cultural.
El contexto del educar hoy, las nuevas culturas
El nacimiento de ‘nuevas culturas’ es un fenómeno que se ha venido repitiendo a lo largo de la historia, marcando todos los grandes cambios históricos. Una nueva cultura es siempre difícil de interpretar, porque es una realidad ‘in fieri’, un fenómeno en curso. Pero nuestra época, quizá más que cualquier otra, ha intentado comprender los estados de ánimo que caracterizan las generaciones que se van sucediendo. La expresión ‘nuevas culturas’ está acuñada precisamente para captar los valores y también los contravalores que modelan el espíritu de nuestro tiempo.
La novedad de la expresión no indica de por sí la creación de valores absolutamente originales, sino más bien la diversa acentuación de las eperanzas, de los anhelos y de las angustias que distinguen nuestra sociedad de aquellas precedentes. La llegada de una nueva cultura va acompañada muchas veces del avance de una contracultura, que llega a poner en crisis los valores y las instituciones recibidas hasta aquel momento en un grupo.
Tendencias típicas
Una primera y rápida observación global nos revela una curiosa configuración de tendencias relativamente nuevas y contrastantes, muchas de las cuales se presentan como movimientos de reivindicación: ecologista, pacifista, feminista, importancia de los países en vías de desarrollo, movimientos de liberación, despertar religioso. Y frente a no pocos compromisos generosos, se difunden también actitudes preocupantes: permisivismo moral, individualismo dominante, consumismo desenfrenado, difusión de la droga, movimiento ‘gay’, ecc. Los analistas vacilan a la hora de indicar las tendencias de fondo y sus interpretaciones varían según el punto de vista de cada uno de ellos.
Cinco rasgos principales
Quisiera señalar cinco rasgos que aparecen particularmente adecuados a caracterizar las nuevas mentalidades. Se trata de otras orientaciones que parecen generalizados, duraderos, que se confían en modelar nuestro futuro. Son los siguientes: una inquietud generalizada por el futuro, una necesidad de justicia y de paz, un surgir de nuevos valores, nuevos tipos de relaciones hombre-mujer, una aspiración a construir conscientemente el porvenir. Algunas breves indicaciones nos permiten precisar nuestro punto de vista.
En casi todas las sociedades se ha ido desarrollando progresivamente un sentimiento de miedo y de angustia, generalizándose un temor sordo referente a la destrucción de la naturaleza y del ambiente (ver la última cumbre de la Naciones Unidas, desarrollada en Johannesburgo, Sudáfrica, del 26 de agosto al 4 octubre de2002). Todos temen las consecuencias imprevisibles de la experimentación biológica y se inquietan por el futuro de la familia humana frente a los riesgos insoportables del apocalipsis nuclear. Un sentido de angustia existencia provoca en todos una reacción elemental, una búsqueda radical de sobrevivencia del género humano. La cultura actual revela no solo una crisis de las costumbres o la crisis de ateísmo, sino es el ser mismo del hombre que está en cuestión. La penuria religiosa, de la que hablaba el joven Marx, no es solamente la de los proletarios. La penuria espiritual golpea ahora todas las clases que forman la sociedad moderna. Las grandes tentaciones de nuestros días es el fatalismo y el sentido de impotencia frente a los problemas extremadamente complejos que nos superan a todos. No obstante esto, los mejores espíritus rechazan esta tentación de abandono cobarde, este determinismo trágico que paraliza a demasiados de nuestros contemporáneos, cerrando su responsabilidad moral.
La búsqueda universal de la justicia y de la paz se expresa con rigor en estos últimos tiempos. Descubriéndose solidarios entre ellos, nuestros contemporáneos consideran siempre más intolerable el hecho que la miseria cohabite con la opulencia. También sabiendo de la no ingenuidad de algunos movimientos, pienso que el “Social forum” o los “Antiglobal” se puedan numerar entre algunas de estas reacciones. En el mundo se eleva una aspiración universal para que finalmente se realice el principio de unidad, de justicia y de corresponsabilidad en la libertad y en el respeto de todos los hombres. Está en gestación una especie de universalismo cultural. Más que nunca la defensa de los derechos humanos aparece como una exigencia y un signo de liberación. Son multitudes que hallan insoportable que el mundo moderno les niegue la libertad fundamental, el derecho al desarrollo y sobretodo a la plena libertad. No llama la atención que el mismo Papa Juan Pablo II hablara de la necesidad de globalizar los derechos humanos, la solidaridad, la paz.
La presencia de nuevos valores propone nuevos deberes al educador. ¿Estamos suficientemente atentos a los valores que están buscando nuestros contemporáneos, sobre todo en las nuevas generaciones y en las naciones jóvenes? Buscamos comprender las ansias que se expresan a través de los valores que hoy se afirman con energía, como por ejemplo el respeto de la identidad, la calidad de vida, el acceso a la educación, a la cultura, a la comunicación, el nuevo rol de la mujer, la estima del trabajo y del tiempo libre, la búsqueda de vida comunitaria, el nuevo interés por el hecho religioso, la revalorización de la tolerancia, del pluralismo, el redescubrimiento de la familia, el diálogo entre las generaciones, la atención a los con capacidades diferentes y a la aspiración universal a la paz y a la concordia. Importa, además, saber discernir aquella curiosa búsqueda de experiencias religiosas, tipo “New Age”, que se manifiesta como una nueva necesidad en los ambientes más diversos, sobretodo entre los jóvenes. Entre los nuevos valores es preciso reservar un puesto especial a la toma de conciencia generalizada que cada persona goza de una dignidad propia y de derechos propios, y que puede legítimamente aspirar a una libre participación en los quehaceres comunes. Estas tendencias culturales no se presentan jamás sin ambigüedades pero son ciertamente portadoras de esperanza. Este nuevo peso de la esperanza es quizá uno de los signos más claros que caracterizan las nuevas culturas. Los educadores, sobretodo, tienen una responsabilidad propia en la comprensión, en el discernimiento y trasmisión de estos nuevos valores.
Las nuevas relaciones hombre-mujer constituyen también un cambio cultural de alcance histórico. NO se trata de un simple movimiento de reivindicación que por otra parte ha sido reconocido por muchos con demasiado retardo. Estamos delante de la búsqueda de una nueva condición de la mujer en la sociedad moderna, especialmente en aquellas naciones o culturas que hasta ahora continúan a negarle toda voz y tipo de protagonismo social. Se busca un nuevo equilibrio de lo femenino a nivel de toda la humanidad. Este hecho cultural se entiende mejor ahora en toda su complejidad y en sus implicancias. Si la mujer adquiere una libertad es una responsabilidad igual a la del hombre en la colectividad, accede a mayor humanidad. Y esto beneficia a todo el género humano, tanto en la propia femineidad como en la propia masculinidad. En esta perspectiva se comprende que tanto el hombre como la mujer están llamados a ser sujeto y agente del cambio de los roles femeninos. En otras palabras, es tanto el hombre como la mujer que están llamados a crecer juntos en su necesaria e irreductible complementariedad. Se trata de una evolución que mirará a toda la humanidad como tal, y de uno de los cambios más profundos que haya conocido la cultura moderna. Estamos solo al inicio de una evolución cultural que llama a todos, sobretodo a los políticos y educadores, a ofrecer un servicio indispensable al ser humano como tal.
Toda la familia humana aspira a construir conscientemente el porvenir. Nunca como hoy los seres humanos han tenido una semejante consciencia de su propia unidad e interdependencia. Es la primera vez en la historia que la humanidad en su conjunto está llamada a tomar en mano el propio porvenir y a construir conscientemente un mundo nuevo, digno del hombre y de todos los hombres. Se da aquí una visión de la cultura que va más allá de un simple acomodarse a los valores dominantes de una sociedad dirigida sobretodo por el economicismo. La cultura del futuro será aquella por la cual el hombre se construirá a sí mismo a partir de sus propias convicciones y de sus representaciones más nobles. La cultura aparece esencialmente como creación y libertad, es obra, por lo tanto, moral. Es precisamente la afirmación de este ideal lo que las jóvenes generaciones y las nuevas naciones esperan de sus educadores y líderes intelectuales, políticos y espirituales.
La escuela católica, agencia de educación
Durante siglos la escuela se ha identificado con una cierta idea de la civilización reconociendo que desarrollaba un rol civilizador propio. Ahora bien, este postulado parece haber caído en la actualidad, ya que es una nueva cultura la que ahora se produce y se trasmite por medio de poderosos rivales que han invadido el campo de la enseñanza, de la investigación, de la documentación y de la información. Las escuelas deben todavía descubrir como pasar de la competitividad a la cooperación con estos nuevos agentes de producción cultural. Pensamos, por ejemplo, en los medio de comunicación social, a los enseñantes y estudios ligados a la industria privada y del Estado.
El principal desafío para la escuela será el de definir el propio rol en el esfuerzo de reconciliar crecimiento económico, técnico y científico con el progreso del humanismo. Pensamos en un teórico del neoliberalismo, como es Francis Fukuyama y su tesis sobre el fin de la historia.4 La fría racionalidad del pragmatismo, de la utilidad, de la competitividad, no se armonizan fácilmente con la lógica del saber ni con la gratuidad de la solidaridad. Como se ve, la cuestión de fondo – una cuestión moral – es la del rol cultural que corresponde justamente a la escuela
En la sociedad actual, en la cual entran en crisis todas las ideologías y en la que el pragmatismo puro revela su dramática insuficiencia y sus efectos desestabilizadores, la educación debe afirmarse como reserva de valores éticos y lugar generador de motivación, dedicada a la búsqueda de sentido, como centro de la libre reflexión y de la justa socialización, indispensables para la salud de una nación.
Frente a este panorama de desafíos es natural, entonces, que la escuela, al menos en gran parte del mundo occidental, se esfuerce por adaptar/acordar planes y programas, como demuestra la reforma educativa ha realizado o se está realizando ya desde hace años en muchos países. Según Hannah Arendt, la educación se coloca “entre el pasado y el futuro”, entre la estabilidad y el cambio, entre la tradición y la innovación.5 No obstante, me parece que más importante que esto es el cambio global de la escuela, determinado especialmente por la modificación de dos relaciones: la relación entre escuela y educación, y la relación entre escuela y sociedad; y si pensamos, en la escuela de inspiración cristiana, la relación entre escuela y evangelización
Escuela y Educación
En los años pasados, la familia y la escuela cubrían el arco de toda la educación de un joven. No había margen para otros influjos educativos o deseducativos. Hoy se pueden contar otras agencias educativas, a veces con más peso que la misma familia o la escuela
Los medios de comunicación social, que han pasado de cadenas de información a verdaderas y propias redes educativas, creadoras de nueva cultura, con todo lo que esto implica: fragua de modelos, difusión de valores, modo de organizar la vida, de interpretar la realidad, etc. Dada su eficiencia y continuidad, a pesar que no se presentan con propósitos formalmente educativos, tienen, sobre una personalidad en formación, un porcentaje elevado de influencia
Los ambientes de tiempo libre y las actividades de libre elección, que han venido multiplicándose, y que no son determinados por un programa escolástico, pero que ejercen también un influjo sobre la construcción de la persona y contribuyen a plasmarla.
Los ambientes de socialización propios de la juventud, en los que se discute y se da el encuentro con los adultos y los compañeros, lugares que se convierten en una especie de “universidad de la vida”, en los que se va elaborando un modo de ver la existencia y las normas de comportamiento.
Es este el primer cambio: la nueva distribución de las instancias educativas. La escuela y la familia continúan a desarrollar un rol importante, pero no son más las únicas que intervienen en el proceso educativo. Ellas deben reconocer que hoy vivimos en un clima de pluralismo de propuestas y que, por tanto, deben asumir más que antes la tarea de convertir en influjos convergentes las propuestas y estímulos quizá paralelos y divergentes. De aquí la nueva necesidad que experimenta la escuela de no ser simplemente supermercado de la información, de trasmisión de datos, sino que debe dar fuerza al testimonio de los valores y a la elaboración de aquellos valores que aglutinan y sirven de filtro crítico a los múltiples influjos que hoy asedian a todas las personas, especialmente los jóvenes.
Escuela y Sociedad
El segundo cambio notable se refiere a la relación entre la escuela y la comunidad humana en la cual ella actúa. La escuela no es más propiedad de un grupo de educadores – sea religiosos sea el Estado -, y las familias no son simples clientes de una empresa educativa a la que confían sus propios hijos, exigiendo un servicio específico retribuido directamente (escuela privada) o indirectamente (escuela estatal).
Hoy la escuela se integra siempre más en la dinámica de la comunidad civil, y esta participa – debe participar – con responsabilidad en la programación y en la gestión. En algunos lugares se ha llegado a la gestión comunitaria de la escuela sancionada por la ley. La relación entre Escuela y Comunidad hoy está marcada por una realidad llamada participación. Tanto la sociedad como las familias no se ubican más fuera de la escuela. Hoy por hoy no se contentan con proveer alumnos. Ahora reivindican su derecho a participar en la elaboración del proyecto educativo y de las normas que sirven de guía a la educación.
Escuela y Evangelización
Otro elemento de cambio: la relación Escuela – Evangelización (o programación escolástica – formación cristiana). El cambio apunta sobretodo al tipo de presentación de la formación cristiana: basada no tanto sobre una exigencia curricular, cuanto sobre una propuesta de vida hecha a los jóvenes, que deben asumir en una atmósfera de libertad y, por eso, de libre elección, sin imposiciones externas de ningún género.
Que la evangelización sea oferta propuesta por la escuela debe ser tanto más defendido cuanto más consciente se es del ambiente de pluralismo en el interior de la misma escuela: muchos enseñantes, familias y alumnos no son creyentes o pertenecen a otras religiones. Es más, educar a la apertura a la dimensión ética y religiosa contribuye a la “consolidación del humanismo integral”, como ha afirmado Juan Pablo II6.
Esta realidad desafía a la Escuela Católica a redescubrir su identidad como ambiente de evangelización y a examinar cómo esto se realiza en el respeto al camino y a la búsqueda religiosa de todos los miembros de su comunidad educativa. De todo lo dicho se sigue que la escuela católica:
debe privilegiar el testimonio de la fe sobre la sencilla explicación teórica de las verdades de la fe. Y esto no lo puede hacer si no bajo la condición que exista una experiencia personal de Dios en los miembros de la Comunidad Educativa:
da mayor importancia al testimonio de vida de la Comunidad Educativa, en cuanto comunidad. Ya no es suficiente la bondad de algunos enseñantes en particular, sino que es necesario que exista una vivencia de comunidad que haga visible este modo alternativo de enfrentar la vida;
no considera suficiente el testimonio. Es necesario desarrollar en la escuela católica una cultura verdaderamente inspirada en la fe e impregnada de los valores evangélicos, que se traduce en elecciones, criterios, metodología, organización. Solamente así podrá aparecer la dimensión antropológica y humanizante de la fe y su contribución a la construcción de la civilización;
además de la síntesis entre cultura y vida, exige otra síntesis, aquella entre fe y vida, que debe ser representada por los educadores. “En el proyecto educativo de la escuela católica no existe, en efecto, separación entre momentos de aprendizaje y momentos de educación, entre momentos teóricos o técnicos y momentos de sabiduría. Cada disciplina no presenta solo conocimientos a adquirir, sino también valores a asumir y verdades a descubrir.”7
Dada la situación actual de las escuelas católicas, con poco personal religioso y numerosos laicos, se hace necesaria, hoy más que nunca, la formación de estos últimos y su compromiso en el proceso educativo al que debe apuntar hoy la educación católica. Es este uno de los elementos que hará profética y significativa la educación católica. No se trata, naturalmente, de un “hecho cumplido” o de un “mal necesario”, más bien de tomar consciencia de la vocación y de la misión del laico, cuya presencia en las actividades temporales, para animarlas cristianamente y permearlas de espíritu cristiano, es típica por su condición de bautizado. Y la educación es uno, muy importante, de estos deberes.
4.La propuesta actual de la Escuela Salesiana
En este proceso de cambio, epocal y coyuntural, es vital que la escuela católica salesiana sepa conservar su identidad, apelando al genio pedagógico de Don Bosco y afrontando los desafíos actuales de nuestra sociedad.
El “sistema” educativo de Don Bosco ha sido practicado, verificado y perfeccionado en aquel que se ha definido el “laboratorio pedagógico” de Turín-Valdocco; es, entonces, decididamente “fechado”, en cuanto adecuado y conformado a un mundo que no existe más; es, sin embargo, siempre actual y vital, pero únicamente en cuanto – y si – es seriamente actualizado (“traducido”, inculturizado, repensado, aggiornato), a la luz de las modernas problemáticas educativas, obviamente ignoradas en los tiempo de Don Bosco8.
4.1El proyecto educativo
Para Don Bosco el presupuesto para un proyecto educativo verdadero y propio es la solicitud por la satisfacción de las necesidades fundamentales de los jóvenes: alimento, vestido, alojamiento, seguridad, trabajo, desarrollo físico y psíquico, inserción social, un mínimo de valores, etc. Viene después – pero los dos momentos no son cronológicamente separables – la educación verdadera y propia del joven dirigida a la promoción y a la expansión de la dimensión cognitiva, afectiva y ética: competencia decisional, capacidad de responsabilidad moral y civil, indispensable cultura de base y profesional, consciente y coherente compromiso religioso, etc.
Tales objetivos parecen hoy todavía actuales, considerando como, a continuación de las profundas transformaciones tenidas en la sociedad, está en acto una decidida recuperación de las valencias asistenciales y sociales del proyecto educativo salesiano, como también de aquellas valoriales propias de la esfera afectiva, emotiva, natural y sobrenatural.
Hoy el compromiso educativo se extiende siempre más y los deberes de la educación son cada vez más difíciles de seguir y verificar. Si un tiempo existían solamente el patio, la iglesia, el laboratorio, la escuela, hoy estamos en presencia de diversos tipos de escuela, de institutos educativos y terapéuticos, de comunidad de acogida para muchachos y jóvenes en dificultad, de centros de prevención contra la tóxicodependencia, de consultorios, de intervenciones humanitarias para los jóvenes que viven en la calle, de campos de prófugos con gran número de muchachos y jóvenes, de centros de acogida para inmigrantes…Y todo esto en el interior de una sociedad compleja y cosmopolita.
Don Bosco sintetizó el objetivo de la educación con una frase simple y comprensible: llevar al joven a ser “un honesto ciudadano y buen cristiano”. Con esta frase quería expresar la integridad de su ideal: formar constructores de la ciudad y hombres creyentes. En esto todas las dimensiones de la personalidad son tenidas en cuenta.
El honesto ciudadano del tercer milenio, es claro, no es más aquel que entendía Don Bosco, hijo de un tiempo en el cual no se concebía una “política activa” si no por parte de una minoría rica y privilegiada, la cual difícilmente habrían hecho los preadolescentes y los adolescentes pobres o de clase media recogidos en sus casa. Ni siquiera es aquel que, en el análisis y en la valoración del malestar social, tiende, como Don Bosco, a buscar las causas únicamente en las responsabilidades morales y religiosas de los individuos y no en los condicionamientos y determinismos de índole económica, política o social. Y tampoco es solo aquel que más bien pasivo que obedece las leyes, no da problemas a la justicia, y piensa únicamente en “sus cosas”. El pasaje del absolutismo monárquico al parlamentarismo liberal antes y a la democracia luego, el surgir de la “cuestión social” con el socialismo, el marxismo, el sindicalismo, la doctrina social de la Iglesia, la llamada universal a la ciudadanía activa y democrática, etc., han dejado molestamente el signo. Así como lo han dejado hoy el incontenible avance del pluralismo, de la globalización, de las modernas tecnologías informáticas y telemáticas, de la pluralidad difusa.
En la misma perspectiva es evidente también que el buen cristiano de hoy no existe más como lo concebía Don Bosco y tantos como él: un mínimo de formación religiosa, recepción frecuente de los sacramentos, devociones a los santos como modelos e ideales de vida cristiana, lectura exclusiva de “buenos” libros, obediencia absoluta a las legítimas autoridades eclesiásticas dentro de la única y verdadera Iglesia, la católica, una vida de progreso en las virtudes que después sería felizmente concluida con una muerte virtuosa. Un siglo de reflexión teológica e un Concilio Vaticano II hubieran pasado en vano y la multireligiosidad y multiconfesionalidad del mundo de hoy no indicarían nada.
Es necesario entonces dejar en claro que la conocida fórmula de “honestos ciudadanos y buenos cristianos” exige hoy ser refundada sobre el plano antropológico y sobre el teológico, exige ser reinterpretada histórica y políticamente.
Una renovada antropología deberá individuar, entre los valores de la tradición, cuáles sean para subrayar en la sociedad posmoderna y cuáles en cambio nuevos para proponer; una renovada reflexión teológica precisará las relaciones entre fe y política, entre diversas fe; un renovado análisis histórico-político compondrá educación y política, educación y compromiso social, política y sociedad civil.
4.2El ambiente educativo
La escuela salesiana presenta un segundo elemento distintivo: es el clima humano o ‘ambiente’ que se respira en la obra salesiana. Nos damos cuenta de su presencia solo cuando nos paramos a pensar en él. Así puede suceder que para el niño o el joven el ambiente sea indefinible aún cuando ambos lo perciban. Es lo que nosotros estamos acostumbrados a denominar “el espíritu de familia”. Es justamente este ambiente, una especie de ecología formativa y que constituye uno de los elementos esenciales del Sistema Preventivo de Don Bosco, lo que lo hace válido en todos los contextos culturales y religiosos, como lo demuestran la experiencia consolidada en Asia y África, donde la mayoría de nuestros estudiantes, padres y colaboradores no son cristianos, pero hallan en la escuela salesiana una atmósfera familiar que los hace sentir cómodos, en casa.
El ambiente fue una de las preocupaciones de Don Bosco. En una época de reglamentos, él puso en relieve la espontaneidad y el espacio que se debía dejar. En una época de muchos niveles de autoridad, Don Bosco puso en evidencia la necesidad de la familiaridad y de la convivencia con el educando, justo porque para él la educación era “cuestión del corazón”, una trasmisión vital de valores, la creación de un ecosistema donde se respiraba optimismo y bien, y donde circulaba una serie de valores que iban configurando la personalidad del joven.
Nuestro compromiso, él decía, es hacer de tal manera que el muchacho llegue a ser tan amigo nuestro que nos abra el corazón, y que nosotros podamos influir en él a partir del mismo centro de su vida. De este modo nos será posible no solo ofrecerle los elementos de tipo instrumental para obrar con destreza en la realidad, sino, aun más, acompañarlo en la elaboración de sus propios criterios y proyectos de vida. Hoy este aspecto se hace todavía más relevante teniendo en cuenta la carencia, en muchos casos, de una experiencia familiar que sea verdaderamente la primer escuela de la vida.
Esta relación ‘familiar’ es el modo más eficaz, aunque si no siempre consciente, de vivir en comunidad y de ser introducidos en sociedad. Puede existir una relación de fría y distante autoridad; o bien una relación de educada formalidad o, en vez, una relación de simpatía, de intimidad y de servicio constante; esto último se manifiesta en la disponibilidad a dialogar, a convivir, a abordar temas que interesan a los jóvenes. Tal es el clima educativo de Don Bosco.
El primer deber del educador es, por tanto, el de estar presente y no de estar fuera del campo donde se juega el partido. Si es verdad que en el educando existen todas las disposiciones para realizar su vida plena, es igualmente verdad que, dejado a sí mismo, podría correr el riesgo de no actuar todas o completamente sus posibilidades de crecimiento
El educador seguro y que ofrece seguridad, consciente del propio deber y responsable, competente y no autoritario, busca instaurar un auténtico diálogo y un constructivo encuentro con un joven. Vitalmente implicado en la relación educativa, su personalidad, su pasado, sus temores, sus ansias, inciden sobre la formación del educando. Es su persona la que educa.
En el educador el joven no busca tanto al padre que piensa todo en lugar de él, al amigo que le organiza el tiempo libre, al hermano que se interesa por su crecimiento, al adulto que distribuye órdenes, o al vigilante que amenaza castigos, sino al hombre capaz de ponerse junto a él, más atento a su persona que a las exigencias genéricas de la educación, más disponible a ofrecerle una contribución positiva al desarrollo de sus potencialidades escondidas, que no atento únicamente a neutralizar los elementos negativos o contraproducentes.
El educador, entonces, no se cree más poseedor e intérprete único del sistema, para así imponer y proponer certezas preconfeccionadas; se hace capaz de interpretar las necesidades juveniles difícilmente expresables por ellos mismos, de acompañarlos en su no fácil búsqueda de las respuestas a las preguntas fundamentales de la vida, de respetarlo en su derecho de ser y sentirse protagonista, de reducir la propia función predominante por educarse mientras educa, sea sobre el fácil terreno del encuentro sea sobre aquel difícil, pero también útil, del inevitable desencuentro.
4.3El espacio educativo
Don Bosco ha querido actuar su proyecto a través de la cooperación de vastos círculos de personas. En la utopía de un movimiento vasto como el mundo ha soñado la colaboración y la complementariedad de todos los católicos militantes y de todos los hombres de buena voluntad interesados en el futuro de la humanidad. Concretamente, sin embargo, su experiencia se concretizó en un instituto: un sistema “institucional” cerrado, separado, apolítico, autónomo donde todo se desarrollaba en el interior de un preciso espacio educativo autosuficiente, donde los maestros oficialmente reconocidos eran Don Bosco y sus “hijos” y donde regía una única y simple cultura: la católica de la clase popular, cuya única aspiración era proveerse de suficientes medios en la vida terrena, a la espera del premio celeste de tal vida.
Hoy, para poder recrear este espacio, parece necesaria la máxima implicación, con relativa responsabilidad moral, de todos los “obreros” de educación, augurándolo de todos los adultos que, de diversos modos, inciden en la educación de los jóvenes y en su capacidad de cumplir opciones existenciales: padres, enseñantes, educadores, asistentes y trabajadores sociales, etc.
Formar alianzas compartiendo estrategias, tiempos, modalidad que conlleva lógicamente no pocas dificultades, teniendo en cuenta la desemejanza y divergencias de las fuerzas en cuestión. Pero se trata de una conditio sine qua non para recoger los frutos de nuestro compromiso educativo y obliga al establecimiento de una fuerte, y cordial, relación entre los educadores.
Los educadores pueden mantener tres tipos de relaciones, o laboral, reducido fundamentalmente al mínimo: la prestación de un servicio y la correspondiente remuneración; o profesional, en el cual además de la prestación de servicios y a la remuneración, existe una relación de amistad y de discusión de los temas que tocan la común profesión; o vocacional, propia de los educadores que están convencidos del valor de la educación y la desarrollan como misión
Ser hoy profesor es una profesión técnica (docente), pero sobretodo, una vocación personal (educador). Formar y educar, orientar y enseñar reclaman una preparación rigurosa que, no obstante, en el momento de ponerse en juego, deja al educador dependiente de su creatividad, perspicacia y bondad, porque el sujeto delante al que se encuentra, por su inteligencia viva y su libertad activa, es siempre un misterio con acciones y reacciones insospechadas, al cual todo le es necesario y, todavía, nada le es suficiente.
Ahora bien, la relación vocacional entre los educadores es lo que une mediante ideas de vida y valores idénticos y lo que se quiere cultivar en común. Este tipo de relación es el que mejor conviene a un grupo de educadores que desean llevar adelante un proyecto educativo con coherencia y con profundizaciones progresivas. En definitiva, se basa en la convicción que existe un conjunto de valores que estamos cultivando y una misión que estamos realizando juntos.
A partir esta relación sigue la posibilidad de una mayor personalización de ella en relación a la “libertad” efectiva del educando, a sus reclamos de autonomía en la elección de objetivos y medios para alcanzarlos, a las “energías” de las cuales es portador que han de ser respetadas y ayudadas a desarrollarse con recursos y modalidades diferenciadas en los diversos estadios de la vida.
Educar así lleva a proponer experiencias válidas e implicantes, hace crecer a los jóvenes en su interior haciendo palanca sobre la libertad interior y contrastando los condicionamientos exteriores; “conquistar el corazón” de los jóvenes para animarlos serenamente hacia los valores, corrigiendo las desviaciones y conteniendo las pasiones; los prepara para el futuro acoplando a la formación de la mente la adquisición de habilidades operativas; llega allá donde nacen y se radican los comportamientos de los jóvenes para desarrollar en ellos una personalidad capaz de decisiones propias y de discernimiento; habilita a los jóvenes a la concretez de la vida social y eclesial: he ahí la difícil tarea del educador salesiano.
5.Conclusión
“Hoy nuestros problemas no son solo políticos. Son morales (y culturales) y tienen que ver con el sentido de la vida. Hemos dado por descontado que mientras continuaba el crecimiento económico podíamos relegar todo el resto en la esfera de lo privado. Ahora que el crecimiento económico comienza a interrumpirse y que la ecología moral está privada de orden, estamos comenzando a comprender que nuestra vida en común requiere algo más que una preocupación exclusiva por la acumulación material”9.
Las sociedades actuales tienen un deber fundamental, improrrogable: ¡preparar a los hombres para ser más humanos! La preocupación no es nueva: ya Sócrates entonces se maravillaba que existiesen escuelas que preparaban caballeros, los marinos, los soldados para el ejercicio de su profesión futura, y en cambio, no existiesen escuelas que preparasen para ser hombres. La educación se realiza en el contexto de un pueblo, a cuyo servicio se pone en el interior del proceso de humanización del mismo. La escuela debe tener en cuenta la realidad socio-cultural de los propios destinatarios y mantenerse abierta a la humanidad total.
Objetivo de la educación en Europa debe ser el de construir un porvenir humano más digno para todos los jóvenes. Si la educación se limita a alcanzar únicamente objetivos económicos o a acumular bienes materiales, a cuanto apunta la actual globalización, traiciona su misma misión. Se impone una profunda reforma moral y cultural, si nuestro mundo quiere continuar siendo el dueño del propio destino común. Y esta reforma es tarea, si no primera sí principal, de la educación.
La educación del hombre, sobre el trasfondo del siglo XX, se encuentra amenazada por dos abismos: por un lado, los dogmatismos, la militancia y el proselitismo; por el otro, la tecnificación pura, fría y dura, a la que siguen la desaparición del sentido, el desánimo y la desmoralización. En este cruce nos encontramos en este momento. El cruce puede desembocar en una ciudadanía más compleja, acogedora de la diversidad y enriquecida por otros horizontes que han cultivado fibras distintas de lo humano, suscitando una nueva sinfonía de valores y esperanzas.
Pero todo esto requiere un esfuerzo por redescubrir el común humano, el universal trascendente y la dimensión sacra de cada rostro. De otro modo surgirán, primero, el desencuentro y, después la voluntad de exclusión. Solo la búsqueda de comunicación, en la aceptación realista de las diferencias, hará de Europa una tierra pacífica y reconciliada.
La nueva Europa ha recuperado admirablemente la voluntad de concordia y defensa de los derechos humanos para todos. Pero estos grandes resultados y conquistas llevan consigo problemas, desafíos y responsabilidades nuevas. Educar en una sociedad sacudida por costumbres e ideas diferentes de las que habían configurado hasta ahora la moral de Europa, determinada hoy por un individualismo radical, donde el principio de la seducción sustituye al de la convicción; donde cada sujeto es elevado al absoluto con distancia o indiferencia en relación con su prójimo, con la masificación y con la despersonalización de medios y mensajes; donde el narcisismo y el cinismo mercantil, por una parte, la violencia y la falta de solidaridad, por otra, configuran en gran medida la vida pública.
Educar en una sociedad siempre más determinada por el pluralismo ideológico, religioso y cultural, fruto del proceso incontenible de globalización. Educar para la justicia y la solidaridad, para la convivencia respetuosa y colaboradora, en que se unen el respeto necesario a los valores e ideales constitutivos de la comunidad nacional y, al mismo tiempo, la integración de los valores complementarios, propios de las minorías. Educar personalmente cuando la televisión y el internet se han convertido en las primeras agencias educativas y casi ninguna institución tiene el coraje de ir más allá de los saberes técnicos y de la estrecha información jurídica para ofrecer valores, sentido y esperanza a aquellos que se abren a la vida e integran la sociedad.
Con el fin de alcanzar el objetivo de una formación integral de la persona en el respeto a los democráticos de convivencia y a los derechos y libertades fundamentales, la educación abrazará formación y información, técnica y valores, de modo que forje primero hombres, luego ciudadanos, y entonces profesionales. Estos tres objetivos son sagrados para todas las escuelas, sea las que pertenecen al Estado sea las que son públicas no estatales: humanidad, ciudadanía, profesión.
Estos hechos ponen delante nuevos desafíos a profesores, educadores y políticos. ¿Cómo educar cuando no existe una cultura antropológica compartida? ¿Cómo canalizar las generaciones nuevas, ayudándolas a ser hombres y mujeres con alegría, cuando no se tienen ideas claras y puestas en común las metas de la humanidad, a cuya luz se discierne lo verdadero de lo falso, lo justo de lo injusto, lo que dignifica de lo que degrada, en suma, lo humano de lo inhumano? Cultivo y defensa de los derechos humanos, del sentido de la ciudadanía, de la dimensión ética, estética y religiosa, realizaciones de proyectos comunes: todo esto es el imperativo moral de nuestro momento histórico. Pero la acción debe ser asistida por la reflexión, que investiga en los fundamentos antropológicos de la existencia. La paz se instaura sobre el consenso y los acuerdos logrados, pero no menos sobre los problemas reales afrontados, sobre las convicciones compartidas y los ideales. El hombre, cada hombre, está sentado sobre un fundamento sacro, que debe descubrir, porque procede más allá de sí y lleva más allá de sí: Dios.
Genova – 23 Aprile 2007
1 L. Kroebber, uno de los grandes antropólogos de la cultura, ha ilustrado este punto plásticamente: “Se tome un huevo de hormiga de cada sexo; huevos no recién nacidos, frescos. Se destruyan todos los demás individuos y todos los demás huevos de la especie. Se preste algún cuidado de este par en lo referente al calor, la humedad, la protección y el alimento. Toda la ‘sociedad’ de las hormigas, con todas sus habilidades, poderes, realizaciones y actividades de la especie, será reproducida, y reproducida sin disminución, en una generación. En cambio, póngase sobre una isla desierta o en un terreno alambrado doscientos bebés en la mejor condición física, de la clase más alta y de la nación más civilizada, denles la necesaria incubación y nutrición; aíslenlos totalmente de su especie y ¿qué obtendremos? ¿La civilización de la que fueron arrancados? ¿Una décima parte de la misma? ¡No! Ni siquiera una fracción de los resultados obtenidos de tribu salvaje más atrasada. Solo un par o una legión de mudos, sin arte ni conocimientos, sin fuego, si orden, sin religión. La civilización permanecería anulada dentro de esos límites; no desintegrada, y ni siquiera herida en vida, sino anulada con un golpe de esponja. La herencia salva para la hormiga todo lo que ella posee, de generación en generación. Pero la herencia no conserva, y no ha conservado porque no puede conservarla, una pequeña parte de la civilización, que es la única realidad específicamente humana” (Citato da G. P. Murdoch, Cultura y Sociedad, México, 1987, 72).
2 Es verdad que las tradiciones culturales de la China, de India, de Egipto, han producido también formas pedagógicas admirables en las cuales puede todabía inspirarse nuestro mundo, pero sus métodos educativos no han conocido ni la sistematización ni la irradiación universal del modelo greco-romano difundido por el Occidente.
3 Juan Pablo II, hablando a los miembros del Consejo Pontificio para la Cultura, decía: “A menudo las concepciones del hombre presentes en la sociedad moderna se han transformado en sistemas de pensamiento que tienden a alejarse de la verdad y a excluir a Dios, pensando que así afirman la primacía del hombre, en nombre de una supuesta libertad y de su plena y libre realización. Actuando de este modo, estas ideologías privan al hombre de su dimensión constitutiva de persona creada a imagen y semejanza de Dios. Esta mutilación profunda se transforma hoy en una verdadera amenaza para el hombre, porque lleva a concebirlo sin ninguna relación con la trascendencia”. (19.novembre.1999)
4 Cf. F. FUKUYAMA, “Occidente puede resquebrajarse”, artículo en el cual, aunque se plantea la pregunta “si ‘Occidente’ es verdaderamente un concepto coherente”, escribe: “Los ataques terroristas del 11 de setiembre han significado un cambio importante, por al final, la modernización y la globalización continuarán siendo los principios estructurantes fundamentales de la política mundial” (El País, edición internet, 17/08/2002).
5 Cf. Pilar Del Castillo, “El futuro de la sociedad es el presente de la educación”, en EL PAIS – edizione internet – 16.IX.2002. La Ministro di Educación, Cultura e Deporte, de España,
explicando la urgencia de la reforma educativa afirma con claridad que “los países deben adaptar con periodicidad sus sistemas educativos”. Atendiendo a sus palabras “la educaciónes, de cualquier manera, el ‘lugar’ donde la sociedad y las culturas se juegan lo que son y lo que quieren llegar a ser”.
6 Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, 8 de diciembre de 2000, n.20: “La educación puede contribuir a la consolidación del humanismo integral, abierto a al dimensión ética y religiosa, que atribuye la debida importancia al conocimiento y estima de las culturas y de los valores espirituales de las diversas civilizaciones”.
7 La Escuela Católica en el umbral del tercer milenio. Congregación para la Educación Católica,
28 de diciembre de 1997.
8 Cfr. MOTTO Francesco, Elementi di attualità del Sistema Preventivo di Don Bosco (2003) Conferencia dada en la 22ª edición de las jornadas de espiritualidad de la familia Salesiana, Roma 22-25 de enero de 2004. editado en CD- rom por Julio H. Olarte.
9 R.BELLAH (ed altri), Hábitos del corazón, Madrid, 1989, p. 374.