Mensaje del Rector Mayor
para el Boletín Salesiano de Mayo
EDUCAR EVANGELIZANDO
“Nuestra
acción educadora es «pastoral», no solo en el sentido de que, por
parte del educador, nace y se alimenta, explícitamente y día a día,
de la caridad apostólica, sino también en el sentido de que todo el
proceso educativo, con sus contenidos y metodología, está orientado
a la finalidad cristiana de la salvación, e impregnado de su luz
y de su gracia”[1]
.
Para Don Bosco la instrucción religiosa era la base de cualquier educación. Aunque algo reductiva, tal vez la fórmula que mejor expresa su pensamiento es: honrados ciudadanos y buenos cristianos. Es decir, los valores de nuestra santa religión deben inspirar y orientar el desarrollo de las potencialidades del joven hasta cuando llegue a ser persona. Pero en el contexto de la evolución de las sociedades modernas no resulta claro que educación y evangelización deban proceder unidas e interactuar. “Hoy día se tiende a presentar el hecho educativo, predominantemente, de forma laicista” [2].
Es
fácil interpretar “la profesionalidad de los educadores”
reduciéndolos al nivel de simples docentes. Muy a pesar nuestro el
peligro de la fractura entre papel cultural y tarea pastoral no es
imaginario. Educar y evangelizar son dos acciones diferentes de por
sí, pero la misma unidad de la persona del joven exige no
separarlas. La actividad educativa se coloca en el ámbito de la
cultura y pertenece a las realidades terrenas; se refiere al proceso
de asimilación de un complejo de valores humanos en evolución, con
una meta específica y una legitimación intrínseca que se puede
instrumentalizar. Su finalidad es la promoción del hombre, es decir,
que el adolescente aprenda el oficio de ser persona.
Se
trata de un proceso que se verifica a través de un camino de
crecimiento largo y gradual. “Más que tender a imponer normas,
procura hacer cada vez más responsable la libertad y desarrollar los
dinamismos de la persona, apelando a su conciencia, a la autenticidad
de su amor y a su dimensión social. Es un verdadero proceso de
personalización, que debe madurar en todo individuo”[3]
.
La educación no puede reducirse a simple metodología. La actividad
educadora está vitalmente ligada al desarrollo del individuo. “Es
una especie de paternidad y maternidad, como si se tratara de una
generación humana compartida para el desarrollo de valores básicos,
tales como la conciencia, la verdad, la libertad, el amor, el
trabajo, la justicia, la solidaridad, la participación, la dignidad
de la vida, el bien común, los derechos de la persona.
Precisamente por eso, procura también que se evite lo
que degrada y desvía: las idolatrías (riqueza, poder, sexo), la
marginación, la violencia, los egoísmos, etcétera. Se dedica a que
el joven crezca desde dentro, a fin de hacerse hombre responsable y
actuar como un ciudadano honrado. Educar quiere decir, pues,
participar con amor paterno y materno en el crecimiento del sujeto a
la vez que se cuida también, para ello, la colaboración con otros,
pues la relación educativa supone varios agentes colectivos. En
cambio, la evangelización por sí misma se ordena a trasmitir y
cultivar la fe cristiana; pertenece al orden de aquellos
acontecimientos de salvación que provienen de la presencia de Dios
en la historia y se dedica a hacerlos conocer, a comunicarlos y
hacerlos vivir en la liturgia y en el testimonio [4]
.
Puntualizadas estas diversidades, diremos que en todas las situaciones debemos considerar fundamental e indispensable la relación mutua entre maduración humana y crecimiento cristiano. En su discurso al CG23, Juan Pablo II decía: “Habéis elegido bien: la educación de los jóvenes es una de las grandes cuestiones de la nueva evangelización” [5] . Y el entonces cardenal Ratzinger recordaba, en el encuentro de la Inspectores de Europa, que a los salesianos les tocaba seguir siendo “profetas de la educación”. Por esto nosotros hablamos de “evangelizar educando y educar evangelizando”, convencidos que la educación debe tomar inspiración del Evangelio y que la evangelización exige adaptarse a la condición evolutiva del educando.
Nuestro
modo de evangelizar tiende a formar la persona madura en sentido
pleno. Nuestra educación tiende a abrir a Dios y al destino eterno
del hombre. Para ser evangelizadora, la educación debe tomar en
consideración algunos elementos: la prioridad de la persona con
relación a otros intereses ideológicos o institucionales; el
cuidado del ambiente, que debe ser rico de valores humanos y
cristianos; la calidad y coherencia evangélica de la propuesta
cultural que se ofrece a través de programas y actividades; la
búsqueda del bien común; el compromiso hacia los más necesitados;
la pregunta acerca del sentido de la vida, el sentido trascendente y
la abertura a Dios; el ofrecimiento de propuestas educativas que
despierten en los jóvenes el deseo de crecer en su propia formación
y en el compromiso cristiano en la sociedad y a favor de los demás.
El educador cristiano con estilo salesiano es aquel que asume la
tarea educativa considerándola una colaboración con Dios en el
crecimiento de la persona
[6].
[1] E.VIGANO’, ACG 290, 4.3
[2] E.VIGANO’, ACG 337,p.11
[3] E.VIGANO’, ACG 337, p.12
[4] E.VIGANO’, ACG 337, p.13
[5] JUAN PABLO II, en “Actas del Capítulo General 23”, n.332
[6] Cfr. J.E.VECCHI, “Spiritualità Salesiana”, LDC, 2001, p.128