Turín, 19 de diciembre de 2009
La gracia y la tarea de este jubileo, que nos anima a continuar la preparación de la celebración del segundo centenario del nacimiento de Don Bosco.
1. Volver a Don Bosco hoy
El compromiso de amarlo, estudiarlo, imitarlo, invocarlo y darlo a conocer para recomenzar desde él, redescubriendo sus estimulantes inspiraciones, sus más profundas motivaciones, sus convicciones irrenunciables, compartiendo su pasión apostólica que brota del corazón de Cristo.
¡No se trata de nostalgia del pasado, sino de búsqueda de caminos de futuro! Él es nuestro criterio de discernimiento y la meta de nuestra identificación.
En su actividad incansable lo que más llama la atención es precisamente su extraordinaria integración: la gracia de la unidad, fruto de no tener más que una obsesión para la vida, los jóvenes, su felicidad, su salvación (cf el testimonio de Don Rua).
Esto quiere decir entender la propia vida como vocación y como misión, llamado por Dios y enviado por Él. Y efectivamente llegó a ser santo entregándose totalmente a los jóvenes, viviendo con ellos, amándolos como quizás ningún otro santo los ha amado. Aquí está el secreto de su santidad y de su eficacia como educador, sacerdote y fundador: Dios, centro de gravedad de su vida, manantial de su vida teologal.
Volver a Don Bosco es criterio de renovación espiritual y de santidad salesiana (cf Const 21)
2. Volver a los jóvenes
Volver a Don Bosco significa volver a los jóvenes, con un amor universal que no excluye a ninguno, pero que prefiere, no a todos, sino a los más «pobres, necesitados, en peligro».
Se trata de salir a su encuentro, atentos a sus necesidades, a sus aspiraciones, encontrarlos con alegría en su vida cotidiana, escuchando sus apelaciones, dispuestos a conocer su mundo, a estimular su protagonismo, a despertar en ellos el sentido de Dios, a proponer itinerarios de santidad según la espiritualidad salesiana (cf CG26).
Hoy nos sentimos todos interpelados por los jóvenes, por sus retos (vida, libertad, amor), por la dificultad de comprender su lenguaje. Y no hay otra alternativa más que la de ir a su encuentro, dando – como Don Bosco – el primer paso, escuchando y acogiendo sus deseos y aspiraciones, que para nosotros son opciones fundamentales. Todo esto nos habla de acogida incondicional, como principio de una relación educativa, eficaz, hacia ellos.
No deberíamos olvidar nunca que los jóvenes no son para nosotros un entretenimiento, ni tampoco una ocupación a liquidar lo antes posible, de cualquier manera. Los jóvenes, para nosotros, son misión, son nuestra razón de ser, son «lugar teológico» (cf Const. 95), son el camino de nuestra experiencia de Dios y de nuestra santificación: son por tanto la porción de nuestra herencia.
De la fidelidad a la misión para y con los jóvenes depende la renovación de nuestra Congregación. Nosotros estamos consagrados por el Señor para ser apóstoles de los jóvenes.
3. Don Bosco con Dios
Para superar la mediocridad espiritual, que nos priva del don de tener una actitud y una mirada de fe, es absolutamente necesario conocer, profundizar y vivir la espiritualidad de Don Bosco. No es suficiente conocer los aspectos externos de su vida, sus actividades y su método educativo. Como fundamento de todo, como fuente de fecundidad de su labor y de su actualidad, hay algo que con frecuencia olvidamos: su profunda experiencia espiritual, lo que podríamos llamar familiaridad con Dios.
Pero ésta no es posible sin una familiaridad con la Palabra de Dios y con la Eucaristía, centro existencial de la vida de un apóstol y de una comunidad de apóstoles.
No debe maravillarnos que la espiritualidad de Don Bosco fuese definida como «la continua unión con Dios», una actividad incansable santificada por la oración y la unión con Dios.
Sin esto caemos fácilmente en el activismo que produce solo cansancio físico hasta el agotamiento (“burned out”), estrés psicológico y superficialidad espiritual. Con razón puede ser considerado el activismo como la nueva herejía, la que hace creer que todo depende de nosotros, de nuestra acción, que podemos prescindir de Dios, olvidando la palabra de Jesús: «Sin mi no podéis hacer nada».
Ha llegado la hora de volver a dar al Espíritu el protagonismo que le corresponde y recuperar la primacía de la gracia. Solo así es posible la experiencia de Dios, sin la cual no hay misión salesiana, que consiste, no en hacer cosas, sino en ser «signos del amor de Dios».
Debemos por tanto cuidar nuestra llamada a la intimidad con el Señor, la que nos convierte en discípulos enamorados y en apóstoles entusiastas.
Está claro, por lo tanto, que tenemos que rezar y transformar nuestra acción en oración, hasta llegar a ser contemplativos en la acción, teniendo en cuenta que lo que pretendemos no es solamente la promoción humana y la creación de una cultura rica en valores, sino la salvación de los jóvenes.
4. Contemplar el corazón de Cristo
Todo esto concuerda con lo que escribía en una de mis primeras circulares, al decir que «el verdadero desafío actual de la vida consagrada es el de restituir a Cristo a la vida religiosa y la vida religiosa a Cristo, sin darlo por descontado» (ACG 382, 20, 2003).
Hoy más que nunca debe quedar clara nuestra identidad cristiana y, tratándose de consagrados, nuestra vocación de ser «memoria viva del modo de existir y de obrar de Jesús obediente, pobre y casto» (VC, 22).
Para nosotros la pasión del «Da mihi animas, cetera tolle» pasa necesariamente por la contemplación de Cristo, lo que supone conocerlo más profundamente, amarlo más intensamente, seguirlo más radicalmente. Él debería ser – como para San Pablo – nuestra ciencia más eminente (cf Const. 34).
No por nada el icono que mejor se aplica a la figura del Salesiano es la del Buen Pastor, tal como lo ha contemplado Don Bosco, que ha visto en Él los elementos fundamentales de su misión, sintetizada en su amor pastoral hasta el extremo de dar la vida por los suyos.
En Jesús eucaristía Don Bosco descubre el misterio inefable del amor.
En Jesús Don Bosco ve al Redentor que trae la salvación.
En Jesús contempla al Maestro y al Modelo a seguir.
En Jesús ve al Amigo y Compañero de camino, en definitiva, al Buen Pastor, siempre dispuesto a dar la vida por el bien de su rebaño.
De aquí surge su afán por predicar, sanar y salvar.
5. Recuperar la pasión apostólica del “Da mihi animas”
Volver a Don Bosco y volver a los jóvenes expresa las raíces y el horizonte de la identidad y de la misión salesiana. Don Bosco fue ante todo un apóstol y toda su vida ha quedado marcada por la urgencia de salvar a los jóvenes más pobres y necesitados.
Este impulso apostólico que nos lleva a gastar todas nuestras energías por los jóvenes lo llamamos «caridad pastoral». Es quizás la expresión más fiel de la actuación del programa espiritual y apostólico que Don Bosco vivió y nos consignó en el lema «Da mihi animas, cetera tolle» (cf Const. 4).
Aquí se concentra toda la energía de su amor, toda su caridad, toda su pasión por las almas de los jóvenes.
Para Don Bosco, trabajar por la salvación de las almas era la más santa de las obras. Todo esto era consecuencia de su existencia sacerdotal. Para esto se hizo sacerdote y en su vida no quiso otra cosa que ser sacerdote.
Estamos convencidos de que el lema vivido y escogido por Don Bosco para todos nosotros representa la síntesis de nuestra espiritualidad, de la mística y ascética salesiana.
Estoy convencido personalmente de que en este programa de vida de Don Bosco encontramos la motivación y el método para encarar, con valentía y lucidez, los actuales retos culturares, pues el «Da mihi animas» pone en el centro de la vida del Salesiano el sentido de la paternidad de Dios, las riquezas de la muerte y resurrección de Cristo, la fuerza del Espíritu y, al mismo tiempo, estimula el deseo ardiente de hacer conocer y gustar a los jóvenes estas posibilidades, a fin de que tengan en este mundo una vida feliz, iluminada por la fe, y consigan gozar de la salvación eterna.
Por eso es absolutamente indispensable inflamar el corazón de los Salesianos partiendo de Cristo y de Don Bosco. No se trata de un sentimiento o entusiasmo pasajero, sino de un compromiso urgente de conversión, de encuentro con el Señor, dejando que hable a nuestro corazón y nos ayude a recobrar nuestras energías mejores. Se trata, realmente, de hacer de manera que el Señor penetre en nuestro ser y venga a traer alegría y encanto a nuestra vida, que nos ayude a profundizar en nuestras motivaciones, a reforzar nuestras convicciones, a estimularnos a caminar en el signo de la fidelidad a la alianza, ordenando nuestra vida personal, comunitaria e institucional, según los valores del Evangelio y el carisma de Don Bosco.
6. La urgencia de evangelizar
Volver a Don Bosco quiere decir también dirigir una mirada a los orígenes. Ahora bien, no podemos olvidar que la Congregación Salesiana «comenzó siendo una simple catequesis». Como nuestro fundador y padre, nosotros estamos llamados a ser «educadores de la fe» y como él debemos caminar con los jóvenes para llevarlos a un encuentro con el Señor Resucitado. Por eso la evangelización constituye el centro de nuestra misión y hoy más que nunca tenemos que sentir la urgencia de privilegiar sobre todo una presencia evangelizadora entre los jóvenes.
La misión salesiana se desarrolla dentro de la misión de la Iglesia, que consiste precisamente en llevar a cabo el anuncio y la transmisión del Evangelio.
La preocupación por el anuncio del Evangelio no es una de tantas actividades posibles entre las acciones pastorales de la Iglesia. Ésta es su misión. La Iglesia existe para evangelizar y la evangelización constituye su identidad mas profunda.
La evangelización es urgente hoy, no porque la sociedad, especialmente en Europa Occidental, está fuertemente secularizada – esto si acaso hace más apremiante la urgencia -, sino porque es ésta su misión esencial.
La Iglesia presenta esta urgencia de evangelizar como una nueva evangelización, haciendo así de ella un auténtico programa pastoral para el tercer milenio. Se trata de anunciar la persona de Jesús y su forma plenamente humana de existencia, para así llevar a los jóvenes a adherir a Él y a ser sus secuaces.
El tener que estar atentos a los nuevos contextos socioculturales, a los signos de los tiempos, a los desafíos que provienen del mundo y de los jóvenes, en vez de ser una razón para no evangelizar, nos empuja a dar más calidad a nuestra acción evangelizadora. La globalización, el secularismo, el pluralismo, el relativismo nos indican el escenario en el que hoy debe resonar la buena nueva que da al hombre luz y esperanza.
La nueva evangelización presupone y exige nuevos evangelizadores, llenos de entusiasmo, de alegría y credibilidad de testimonio, valientes en el anuncio, con confianza en el hombre moderno, humildes y serviciales, dialogantes, abiertos al pluralismo, con un lenguaje que exprese el Evangelio con las categorías de la cultura actual. Se trata de presentar la fe como adhesión a una persona y a su mensaje evangelizador. De aquí el imperativo de estar antes nosotros mismos evangelizados.
La urgencia de evangelizar supone sobre todo un compromiso serio de renovación espiritual y pastoral. Sin esto la evangelización se convierte en proselitismo y no en verdadera creación de una comunidad de creyentes unidos por la fe en la persona de Jesús, que actúan con la fuerza de la caridad y saben dar testimonio con la vida de lo que profesan con la boca y el corazón.
Ha llegado el momento de traspasar el umbral de la timidez y de anunciar con convicción, alegría y valor a Jesús y su Evangelio, como el don más grande que el Padre nos ha dado y que nosotros podemos dar.
Ciertamente, nosotros evangelizamos educando, y no cualquier evangelización educa y no cualquier educación evangeliza, precisamente porque evangelizar y educar son dos acciones diversas, con finalidades y métodos propios. Mientras la primera se sitúa en el ámbito de la cultura, la segunda se coloca en el de la fe, pero ambas actúan en la unidad de la persona destinataria de la evangelización y de la educación, ambas tienen como destinatario la persona humana, ambas tienden a su crecimiento y desarrollo.
Por eso nuestra práctica debe unir indisolublemente entre sí la educación y la evangelización, para formar «honrados ciudadanos y buenos cristianos».
7. María lo ha hecho todo
El volver a Don Bosco nos lleva necesariamente a descubrir el papel que María ha jugado en su vida. Si ésta gira alrededor de Dios, podemos decir que gira también alrededor de María. La Virgen estuvo siempre presente en su vida. Ella ha sido la maestra y su guía en la búsqueda y cumplimiento de la voluntad de Dios.
Sabemos bien que desde niño Mamá Margarita lo consagró a la Virgen y después le enseñó a invocarla tres veces al día, y poco a poco llegó a ser para él una experiencia de vida, una verdadera madre que lo acompañó por doquier. En el sueño de los nueve años Jesús se la entrega como Maestra que lo guiará en la misión que le confiaba. Y de esta manera estaba convencido de que María lo guiaba, hasta el punto de poder decir: «Ella es la fundadora de nuestra obra y la que la sostiene».
Si es verdad que Don Bosco era el santo de María Auxiliadora, es también verdad que María Auxiliadora es «la Virgen de Don Bosco».
A Ella encomiendo a todos y cada uno de vosotros, a nuestra Congregación, a toda la Familia Salesiana, a nuestros colaboradores, a los jóvenes del mundo. Ella seguirá guiándonos en los próximos 150 años y nos ayudará a seguir escribiendo esta brillante historia que hoy estamos celebrando.
Don Pascual Chávez V., SDB
Rector Mayor