Una carta después de la visita del Rector Mayor a Haití

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Il Rettor Maggiore




He visto. He escuchado. Ho comprendido. He bajado… Ve, libra a mi pueblo” (Ex 3, 7-8)

Una carta después de la visita del Rector Mayor a Haití



Queridos hermanos, miembros de la Familia Salesiana, amigos de Don Bosco:

Me agrada comenzar esta comunicación sobre mi visita a Haití con la dedicatoria que los hermanos de aquella Visitaduría han escrito y firmado en el libro “Haití, retrato de un país”, que me entregaron en el momento de la despedida. La considero, no como un elogio a mi persona, sino como una expresión sincera de su experiencia y de sus sentimientos y, al mismo tiempo, de agradecimiento a todos los que han dado rostro a la Providencia y les han hecho sentir su cercanía amorosa, solidaria de la de Dios:

En pocos segundos un seísmo terrible nos ha puesto de rodillas. Catástrofe apocalíptica. Ruinas. Muertos. Gritos. Llantos. Abatimiento. Desolación. Silencio. Rebelión. Tinieblas. Trauma. Miseria. Desesperación. Manos tendidas hacia el otro. Manos tendidas hacia el Señor.

He visto. He escuchado. He comprendido. He bajado… Ve, libra a mi pueblo” (Éxodo 3, 7-8)

Don Pascual, como el Señor has visto y comprendido. GRACIAS por haber comprendido tan inmediatamente. Gracias por la carta enviada a todos los Salesianos, gracias por la que tu corazón de padre nos envió a nosotros. Sensibilización. Toma de conciencia. Solidaridad. Fraternidad...

Don Chávez, ante el Señor te decimos en confidencia que la comunicación que nos gusta más es “la carta abierta de tu persona”. ¡Que corazón de padre! ¡Qué sensibilidad!

Gracias, padre, por no haber mandado a un Moisés. Gracias por haber venido en persona. Gracias por haber pisado las huellas de Jesús y el corazón de Don Bosco. Por compartir con nosotros el camino del sufrimiento por nuestros muertos y desaparecidos en la lucha emprendida por la vida, desde nuestras ruinas a la refundación, partiendo de la conversión personal y comunitaria.

¡Don Pascual, gracias, gracias!

Los días 12 al 15 de febrero de 2010, visité Haití. Desde el primer día del terremoto, que afectó con devastación y muerte a gran parte del país el 12 de enero último, me hice presente entre los hermanos por medio de una comunicación telefónica diaria con el entonces Superior, P. Jacques Charles, y con el que, a final de enero, debía sustituirlo como nuevo Superior de la Visitaduría, P. Sylvain Ducange. Actué, implicando oficialmente a la Inspectoría de las Antillas, a cuyo Inspector, P. Víctor Pichardo, le pedí que fuese inmediatamente a Port-au-Prince para establecer una conexión de ayuda; envié, además, una carta a toda la Congregación, informando sobre la situación dramática de nuestros hermanos, pidiendo la solidaridad de todas las casas, obras e Inspectorías para hacer frente a la situación de emergencia, así como a la futura reconstrucción; por último, movilicé a todas las Procuras misioneras, coordinadas por la de New Rochelle. Debo decir que encontré una respuesta de lo más positiva y ejemplar a todas estas gestiones, por lo que siento el deber de agradecerlo y testimoniarlo.

No obstante, consideraba necesario, importante y significativo ir personalmente a Haití para hacer sentir la cercanía, la fraternidad y la solidaridad de la Congregación en la persona del Rector Mayor. Quería compartir de cerca el sufrimiento y la incertidumbre en que vive toda la población. Me urgía conocer mejor la situación de las casas salesianas, que habían quedado parcial o totalmente destruidas, especialmente las del área de Port-au-Prince, y reflexionar con el Superior de la Visitaduría y su Consejo sobre las opciones que hubiera que hacer en el futuro inmediato.

Aunque, en el momento de la llegada a Port-au-Prince, el piloto del helicóptero había sobrevolado la zona más devastada – lo que me a permitió tener enseguida una visión de conjunto por medio del recorrido panorámico desde arriba – sólo el recorrido en automóvil, la verificación de los edificios arrasados, y la experiencia de caminar entre las ruinas me hicieron posible evaluar de más cerca lo dramático del seísmo que se había abatido sobre esta población inerme y totalmente desprevenida para un hecho como ese.

Quedé hundido ante la magnitud de la destrucción, el paisaje apocalíptico de muerte, sufrimiento y desesperación. El Palacio Nacional, símbolo del orgullo y del poder, se dobló prácticamente sobre sí mismo con las columnas lanzadas al aire y, del mismo modo, los otros edificios de los ministerios. De la Catedral han quedado en pie sólo la fachada y los muros laterales; el techo y las columnas se han derrumbado. Parecía como si la ciudad, en aquellos 28 segundos de duración de la fortísima sacudida, hubiese perdido la cabeza y el corazón. Efectivamente, es exactamente así, porque desde aquel momento hay una falta absoluta de liderazgo, y la vida, inmensamente mortificada, sigue yendo hacia adelante más por un impulso de inercia y de lucha por la supervivencia que por una organización social que la sostenga y estimule.

Mientras escuchaba los testimonios de los supervivientes, especialmente de los que lograron escapar de la muerte después de horas y días atrapados entre suelos, techos y muros, iba contemplando los edificios y las casas destruidos, trataba de oír la voz de Dios que, como la sangre de Abel, grita con las voces de los miles de muertos sepultados en fosas comunes o todavía bajo las ruinas. Trataba de escuchar a Dios que estaba hablando a través del rumor sordo de los millares de personas que intentan vivir en las tiendas, las que habían dado los organismos internacionales o las levantadas con harapos, puestos junto de cualquier modo. Intentaba abrir los oídos y el corazón al grito de Dios que se hacía oír, en medio de la rabia y la sensación de impotencia, de los que ven cómo todo lo que habían construido - mucho o poco – se había desvanecido en el humo, en la nada. Se calcula entre 300 y 500 mil el número de las personas que han quedado sin techo.

Es verdad que un terremoto de 7.5 grados en la escala de Richter produce una sacudida de una fuerza devastadora incalculable, pero también es verdad que en este caso la destrucción y las muertes han sido aún mayores a causa de la miseria en todos los sentidos. En esta condición no se puede construir una vita digna de tal nombre ni casas más seguras y más resistentes frente a este tipo de desahogos violentos de la naturaleza. Por eso el reto hoy no puede ser sólo levantar los muros de los edificios, de las casas y de las iglesias destruidas, sino hacer renacer a Haití edificándolo en condiciones de vida verdaderamente humana, donde los derechos, todos los derechos, sean para todos y no un privilegio de algunos.

La ausencia casi total de un gobierno deja a la población aturdida por el sufrimiento, sumergida en la angustia y arrastrada a la desesperación, vagando por las calles sin brújula y sin meta. Impresiona de verdad este caminar de la gente en una peregrinación de lucha por la vida. Pero también en la esfera eclesial, la muerte del Arzobispo, del Vicario General, del Canciller, de 18 seminaristas y 46 religiosos y religiosas, con el hundimiento de casas, escuelas y centros de asistencia ha significado una dolorosa pérdida de pastores, absolutamente necesarios para esta gente.

Por desgracia ya ha pasado prácticamente el momento de la noticia, cuando Haití se encontraba en el centro del escenario de la historia como víctima caída en el suelo, sobre la que se centraba la atención de las grandes redes de televisión y de los periodistas, siempre a la caza de los acontecimientos que venden para lograr cuotas altas de pantalla. Hoy la ciudad sigue en el caso más que antes. Es cierto que debe admirarse el sentimiento religioso que lleva al pueblo haitiano a reunirse en oración, un sentimiento fuertemente explotado ahora por las sectas evangélicas, igual que asombra notablemente el esfuerzo por volver a la normalidad cuando en realidad todo ha cambiado.

Aunque la situación de emergencia puede durar al menos otros dos meses, si es verdad lo que afirman los que gestionan esta fase, ha llegado la hora de remangarse la ropa y empezar a reconstruir el país, mejor aún, de hacerlo resurgir de sus cenizas. Esa es la gran oportunidad que se le ofrece a esta pobre nación, la antigua ‘Perla de las Antillas’.

Para que este sueño se convierta en realidad, no se parte de la nada, sino en primer lugar de los mismo haitianos, llamados más que nunca a ser protagonistas de esta nueva fase de su historia. No se encuentran solos. Más aún, anima el hecho de ver a tantísimas organizaciones (un total de 80) seriamente comprometidas en esta desafiante tarea, junto a muchísimas personas de buena voluntad, deseosas de sembrar esperanza y de construir un futuro para el pueblo haitiano.

Este protagonismo de los mismos haitianos es absolutamente indispensable para superar no sólo una tendencia a la resignación, que es un rasgo de tipo cultural, sino también la absoluta dependencia del exterior, que podría llevar a la tentación de juegos de poder y privar a Haití de su soberanía.

Por eso la apertura de nuestras casas, aunque gravemente dañadas – me refiero a las de los Salesianos – para acoger a los desplazados, con el esfuerzo de hacerles sentirse bien, aun en medio de su tragedia, así como la organización cívica de estos campos de refugiados y la opción de vivir en tiendas como ellos, me ha infundido una gran alegría y el orgullo por mis hermanos Salesianos.

Que el Señor quiera transformar este duelo que ha llenado de luto a todas las familias de Haití en canto y en danza de alegría. No sería justo ni responsable dejar caer en la nada, en el vacío, en la esterilidad la muerte de los cientos de miles de víctimas, más la pérdida de todo lo que tenían los que ahora se encuentran en la calle ya sin nada.

Por nuestra parte sentimos la necesidad de renovar nuestro compromiso en el renacimiento del país, refundando al mismo tiempo la Congregación con presencias que respondan a las expectativas y a las necesidades de la sociedad haitiana, de la Iglesia y de los jóvenes.

Decía antes que más que levantar de nuevo los muros, se trata de un cambio de mentalidad.

El Estado debe cambiar de forma que asegure una vida digna a todos sus ciudadanos, garantizándoles todos los derechos y aboliendo la injusticia, la corrupción, la miseria, sin ideologías y con expresiones de auténtica democracia.

Pero también la Iglesia, y en ella la vida consagrada, debe cambiar, buscando cada día más su identidad, su fidelidad al Señor Jesús y a su Evangelio, integrando bien evangelización, promoción humana y transformación de la cultura y de la sociedad.

Según este perfil, estoy contento de la forma con que el Superior de la Visitaduría y su Consejo están gestionando esta situación. Han organizado la asistencia (proveyendo de tiendas, alimento, agua, ayuda psicológica y espiritual) a todos los miles de refugiados, sin techo, que fueron a buscar cobijo en Thorland, Pétion-Ville, Delmas, Cité Soleil. Se han volcado en prestar asistencia a los empleados de nuestras comunidades y obras. Han colocado a los hermanos de las casas que han quedado inhabitables: ENAM, Fleuriot, Casa Provincial, Gressier.

Ha empezado a ejecutarse ya un plan inmediato, que contempla la reorganización de la Visitaduría en todos los niveles, incluido el de la refundación de las obras, la revisión del planteamiento pastoral en general, y en ciertos ambientes, teniendo siempre presentes, de modo especial, las necesidades de la sociedad, de la Iglesia y de los jóvenes.

Después de la visita sobre el terreno y con la información disponible en relación con nuestras obras, se ve necesario, ante todo, verificar la utilización o no de las casas y obras que han quedado en pie y, a continuación:

  • hacer seguras todas las obras, algunas de las cuales han sido ya saqueadas, reconstruyendo los muros de protección caídos;

  • reconstruir todo el conjunto de las OPEPB, las del ENAM y las situadas en Cité Soleil, lo que implica la elaboración de un plan de conjunto para la Escuela Lakay y un Centro Juvenil;

  • recolocar la ENAM de modo que se construya un Centro de Formación Profesional que esté a la altura de la demanda, pasando página en la historia de esta obra; para ello se debe buscar el mejor lugar;

  • reconstruir el Centro de los Jóvenes de Thorland y la sala polivalente;

  • reconstruir la Parroquia de Cité Soleil y el Centro Juvenil;

  • reconstruir el dormitorio y las aulas de clases de Gressier;

  • reconstruir una parte de la Escuela Primaria de Pétion-Ville;

  • reflexionar sobre toda la obra de Fleuriot, teniendo en cuenta las necesidades de la casa para los posnovicios y del Centro de Estudios;

  • resituar la Casa Inspectorial, dejando en la sede actual la casa para la comunidad de Cité Soleil;

  • simplificar el conjunto de obras en Fort-Liberté, privilegiando al Centro de Formación Profesional, la escuela de formación de docentes, que es estratégica y absolutamente necesaria parar formar el nuevo tipo de educadores que necesita Haití, y la escuela de enfermería, la única que ha quedado en el país;

  • discernir sobre el futuro de la Escuela Agrícola ‘Fundación Vincent’ de Cap-Haïtien, situada en una propiedad que no es nuestra y ver si se puede situar en Tosiá o en Gressier, donde tenemos un terreno bastante grande de nuestra propiedad. De momento debe continuar funcionando con los diversos servicios educativos que ofrece;

  • decidir sobre Baudin (casa para el noviciado, que de hecho no ha funcionado más que tres años): o se le regala a la Conferencia Episcopal Haitiana para un centro de formación suyo, o se vende.

Esto no quiere decir que se tenga que hacer todo y al mismo tiempo. Se deberá hacer antes una prelación del orden de intervención que acometer. Debemos contar con la disponibilidad, que ya está actuando, de la Protección Civil Italiana, que ha manifestado su intención y satisfacción de colaborar estrechamente con nosotros, y con los donativos, llegados ya, de las Procuras, de organismos internacionales, de Inspectorías o casas, de Conferencias episcopales y de bienhechores.

Lo que resulta prioritario, considerando el presente y el futuro, es seguir haciendo funcionar las escuelas y los centros juveniles donde se pueda y construir o reconstruir lo antes posible las obras que han quedado desmanteladas. La prioridad del cuidado y la educación de los jóvenes es absoluta, tanto más que lo que está en juego es la creación de una nueva cultura, por medio de una nueva educación, capaz de construir el nuevo Haití.

Todo esto requiere urgentemente personal capaz de coordinar estos trabajos. Sería también una buena ocasión para hacer funcionar bien el ‘Bureau de Planification et de Développement’ de la Visitaduría. En todo caso, el responsable directo de toda la “operación emergencia: reconstruir Haití” es – como debe ser – el Superior de la Visitaduría, don Sylvain Ducange, con quien están en comunicación Fr. Mark Hyde, Director de la Procura de Misiones de New Rochelle, a quien se ha confiado la coordinación, y los otros organismos implicados en esta operación de reconstrucción.

El próximo año la Visitaduría “Beato Felipe Rinaldi” de Haití celebrará el 75° aniversario de la presencia en aquel país. Para los hermanos haitianos será un auténtico jubileo, y mi deseo es que ya entonces podamos ver la refundación del carisma como un renovado don de Dios para los jóvenes haitianos.

Un jubileo es también tiempo para la conversión: esto quiere decir que debemos tomar conciencia de nuestros pecados personales, comunitarios e institucionales por no haber logrado vivir a fondo nuestra identidad de consagrados apóstoles, haciendo del Proyecto espiritual y apostólico de don Bosco, codificado en las Constituciones, un auténtico proyecto evangélico de vida.

Al agradecer a la Congregación, a nuestras Procuras, a los organismos internacionales cercanos a nosotros, a los bienhechores y simpatizantes de la obra la generosidad e iniciativas con las que han respondido a mi carta anterior, invito a seguir en nuestro esfuerzo en atender a las necesidades ingentes de aquel país tan necesitado.

Confío a María esta nueva fase de la historia. Que Ella nos guíe para saber estar a la altura del reto. Y que os bendiga a todos.

Con afecto y estima, en Don Bosco



Don Pascual Chávez V., SDB

Rector Mayor



Roma, 25 Febrero de 2010