ENTREVISTA PARA LA REVISTA “VIDA RELIGIOSA”
1. ¿Qué diagnóstico ofrece D. Pascual Chávez de la vida consagrada en este, recién estrenado, 2010?
Como había afirmado Juan Pablo II, la vida consagrada no tiene solamente “una historia gloriosa para recordar y contar, sino una gran historia que construir”1. Por tanto, aunque conscientes del malestar que ella está atravesando, sobre todo en Europa, por el envejecimiento inarrestable del personal, el escaso flujo de vocaciones y el nuevo contexto social, cultural y eclesial, creo poder afirmar que el compromiso de renovación de Órdenes, Congregaciones e Institutos a partir del Concilio Vaticano II no ha sido inútil, antes bien, está dando sus frutos.
Es cierto que la vida consagrada en Europa se ha debilitado y encuentra difícil responder actualmente a las necesidades y pedidos de la Iglesia. También es cierto que en su tiempo Pablo VI le pidió ayuda para América Latina, especialmente después de la Conferencia del CELAM en Medellín y, más tarde, lo hizo Juan Pablo II para África, Asia y Europa Este. Pues bien, en ambas ocasiones nuestros institutos respondieron generosamente, enviando misioneros europeos. Hoy debemos subrayar el aporte notable que los religiosos de América Latina, Asia y África están ofreciendo a las Iglesias de otros continentes.
A ello debemos añadir la necesidad, que sentimos en forma viva, de acompañar la nueva realidad de la vida consagrada que está surgiendo en Asia y África y los esfuerzoss que Órdenes, Congregaciones e Institutos están realizando en este sentido. Cierto, nos gustaría encontrar una profunda y convencida comprensión de la vida consagrada por parte de los Obispos y el apoyo de ellos en ofrecer una sólida formación a las nuevas generaciones de religiosos y religiosas.
Más concretamente, a partir del Congreso de 2004, queremos interpretar y vivir nuestra vida consagrada a través de una grande pasión por Cristo y una grande pasión por la humanidad. Por tanto nuestras prioridades son:
la espiritualidad: la Palabra y la Eucaristía deben volverse realmente el centro de la vida de la persona consagrada y de la comunidad religiosa, llamadas a ser signo y memoria viviente de la dimensión trascendente que existe en el corazón de todo ser humano;
la comunidad: somos conscientes que el testimonio de la comunión abierta a todos, especialmente a los necesitados, es fundamental en la construcción de nuestro mundo;
la misión: la vita consagrada está llamada a ir a las fronteras misioneras como la exclusión, la pobreza, la secularización, la cultura, la formación y la educación a todos los niveles; son éstos los “lugares” donde ella debe estar presente para expresar la dimensión misionera de la Iglesia; misión es empero también la “pasión”, comprendida como sufrimiento o enfermedad, de muchos religiosos que rezan por la Iglesia y por la vocaciones, y la “pasión”, entendida como martirio, de tantos religiosos encarcelados o hechos pedazos a causa del Reino; ellos son la mejor expresión del Evangelio.
2. La revisión de posiciones o reestructuración de los institutos religiosos tiene que suponer, ante todo, un proceso espiritual, una lectura del momento presente como signo de los tiempos... ¿Estamos centrados en ese esfuerzo?
¡Por supuesto! La USG ya ha dedicado una Asamblea semestral, en noviembre de 1998, a este desafío, con el tema «Volver a trazar las presencias y a colocar los carismas». La “presencia” en efecto manifiesta inmediatamente la identidad y vitalidad de un carisma o forma de vida consagrada; es su realización visible.
A la “presencia” se refieren muchos elementos de significatividad o, mejor, ella es el punto de conjunción de aspectos fundamentales de la vida consagrada. En ella influyen ante todo individualmente las personas, el tono de su vida, aquello en que creen y por lo cual se ponen en juego, sus elecciones frente a la cultura, lo que se proponen ser y logran comunicar. Mientras que los “carismas” en su aparecer y en su afirmarse están ligados a una experiencia “personal”, la “presencia” está ligada estrechamente a la vida de la comunidad: su estilo de relaciones, su capacidad de acoger y participar, su involución en el contexto, su cercanía a la gente, las manifestaciones de su elección de Dios. La comunidad, en efecto, se coloca como signo de la fraternidad, de la comunión eclesial, de la presencia de Dios en la familia humana.
La imagen que la “presencia” da de sí misma depende de la clase de servicio que ofrece, de la mentalidad que transmite, de su colocación en el contexto cultural y social, de los medios que utiliza. En el discernimiento para volver a trazar las presencias se pueden privilegiar algunos de estos aspectos, en particular los que resultan más relevantes para el carisma, como por ejemplo la fraternidad, la misión..., o los que se consideran “generadores” de nuevas actitudes, relaciones o mentalidades.
Las presencias locales, enlazándose entre sí, ofrecen una imagen particular, se vuelven la expresión de una forma de vida consagrada. Vivimos en amplios espacios intercomunicantes; imágenes y mensajes se difunden, se enfrentan, se suman; las iniciativas se completan mutuamente y se integran. Para incidir se aconsejan las sinergias, el trabajo en ‘red’. Hoy es indispensable considerar también la presencia “en radio amplio” de una provincia sobre su territorio, la del mismo Instituto y tal vez de la vida consagrada considerada en su totalidad, a lo menos en lo que se refiere a algunas tomas de posición. Lo cual abre perspectivas interesantes.
En esta “hora” nuestra, marcada por la comunicación social, es particularmente necesario hacer actualmente “visible” el carisma, transmitir con inmediatez las razones de nuestra esperanza y el sentido de nuestra elección.
El proceso de discernimiento lleva entonces a descubrir y dar un nombre a los elementos que crean una fractura entre lo que decimos, hacemos y somos y lo que la gente siente e imagina con respecto a nuestras palabras y a nuestro tipo de presencia, de vida, de trabajo. Es necesario, en efecto, estar tan cerca de las personas como para que nos comprendan, pero sin diluir la “diferencia” que caracteriza la vida consagrada. Ésta debe no solo responder a los desafíos, sino lanzar signos nuevos a la visión “cerrada”, al deseo de posesión, a la búsqueda del placer inmediato. Hay que entrar en diálogo con la mentalidad corriente, pero también infundir en ella elementos no presentes en su lógica.
Lo que debe guiar el proceso no es solo una reestructuración para reorganizar las fuerzas reducidas, sino nuevas modalidades de presencia y de acción que respondan a sensibilidades y urgencias actuales y sean, por su significado, capaces también de volver a engendrar recursos. Además, aunque la selección de las prioridades deba ser realizada siguiendo una referencia carismática, hay que tomar en cuenta también las variables de tipo organizativo, como el tiempo, la disponibilidad de las personas, los recursos, etc.
La experiencia de varios Institutos demuestra que son posibles al mismo tiempo:
reestructuraciones internas de presencias mediante el cambio de finalidad, la atención a nuevos destinatarios, la propuesta de nuevos servicios, la redefinición del papel de los religiosos de manera que ellos sean “núcleo animador” y la mayor responsabilidad pase a los laicos, los cambios en la forma de gestión, los cortes de sectores considerados menos fecundos;
la redestribución de las fuerzas entre las presencias existentes según una evalucación de su significatividad, para reforzar algunas y debilitar otras;
la abertura de nuevas presencias en los ámbitos juzgados más fecundos y según las condiciones más adecuadas por su significatividad;
el cierre de las que por su finalidad, exigencias de personal o peso de gestión no responden a las condiciones actuales de la vida consagrada, del personal y de los pedidos.
Volver a diseñar las presencias comporta un proceso comunitario de corresponsabilidad, un recorrido específico de discernimiento y decisión, una preparación de las personas para cometidos nuevos, un itinerario de actuación que es necesariamente gradual sin por esto ser lento.
3. Se habla mucho de vida consagrada envejecida, pero también hay jóvenes consagrados. ¿Cómo son?, ¿qué están ofreciendo de nuevo a la consagración?
También aquí nos encontramos con un tema enfrentado ya por la Unión de los Superiores Generales después del Congreso de los Jóvenes Religiosos. En efecto, la Asamblea de noviembre de 1997, que llevaba el título “Hacia el porvenir con los jóvenes religiosos – Desafíos, propuestas y esperanzas”, ha intentado conocer mejor la realidad de la nueva generación de religiosos. A esto se añade la reflexión hecha posteriormente en el Congreso Internacional sobre la VR organizado por las dos Uniones USG y UISG en noviembre de 2004 con el tema “Pasión por Cristo, pasión por la Humanidad”.
Las siguientes asambleas de la USG enfocaron los temas: “Lo que está brotando” (mayo 2005); “Fidelidad y abandonos en la Vida Consagrada” (noviembre 2005); “Para una Vida Consagrata fiel” (mayo 2006). Como se ve, ha habido el esfuerzo por comprender y acompañar mejor la novedad que la vida consagrada en general está viviendo, y la representada en particular por los jóvenes consagrados.
Quisiera sintetizar en tres razgos la novedad de los jóvenes consagrados: búsqueda de profunda experiencia de Dios, deseo de comunión aunque no siempre acompañado por deseo de comunidad, entrega a la causa de los más pobres y marginados. Características que van unidas frecuentemente a fragilidad psicológica, a inconsistencia vocacional, a marcado sujetivismo.
Este triple desafío puede ser positivamente resuelto con una formación que haga de la historia de cada persona el horizonte y el camino de auténtica realización humana. La formación debe comprender y aceptar, además, que la libertad es el valor supremo de la realización humana en cuanto “terminus a quo”, como punto de partida, pero no como “terminus ad quem”, porque al final el único valor absoluto, que está en condiciones de realizar la maravillosa obra de la plena transformación humana, es el amor. La formación sepa luego demitizar la experiencia, esta palabra mágica recurrente, porque lo que importa no es el valor de la experiencia, sino la experiencia del valor que se debe interiorizar y asimilar.
Finalmente, hay que hablar de una realidad que en nuestro tiempo implica ir ‘contra corriente’: la formación a la renuncia. Hablando en paradoja, hay que favorecer la experiencia de la renuncia. Más aún, jugando con las palabras, diría que no hay que limitarse únicamente a proponer la experiencia de la renuncia, sino también, en muchas situaciones, es necesaria la renuncia a la experiencia, una de las cosas más difíciles de comprender y de aceptar, hoy. De aquí la necesidad urgente de formar a la libertad interior, que te permite hacer elecciones valientes y evangélicas y ordenar la vida en torno de ellas.
4. La multiculturalidad es un hecho global. La vida consagrada es multicultural. Señale las aportaciones más significativas que recibimos de la vida consagrada en América, África, Asia, Oceanía y Europa.
En la asamblea semestral de la USG de mayo de 2009 hemos querido dedicar nuestra reflexión cabalmente a este argumento, con el tema: “Cambios geográficos y culturales en los Institutos de Vida Consagrada: desafíos y perspectivas”.
Había una doble justificación del tema, una por ciertos lados ocasional y otra sustancial. La motivación ocasional era determinada por el reanudarse de los Sínodos continentales, comenzando por el de África: con nuestra reflexión habíamos expresado el empeño de seguir de cerca el camino actual de la Iglesia. La razón sustancial era sugerida por la necesidad advertida de reflexionar sobre una nueva realidad, es decir, la descentralización de la Iglesia y de la Vida Consagrada hacia la periferia.
El tema es particularmente interesante, porque no siempre resulta claro definir qué cambios, desplazamientos geográficos y equilibrios culturales se están engendrando en la Vida Consagrada; se ve por tanto más que nunca necesario comenzar a describirlos y comprenderlos. Se constata en efecto que no siempre los Institutos tienen conciencia de los cambios que están sucediendo. En los continentes se producen cambios demográficos que tienen consecuencias sobre el crecimiento vocacional; hay luego la realidad del envejecimiento, al que se añade el escaso flujo vocacional en los países tradicionalmente ricos de vocaciones.
Tampoco es fácil individualizar los desafíos que al respecto interpelan la vida consagrada. Un ejemplo claro está representado por el número creciente de vocaciones tribales que llegan a la vida consagrada. Los candidatos tienen un background familiar y cultural débil y pueden a veces encontrarse trabajando en obras de sus Institutos situadas en las ciudades o, como quiera, fuera de su contexto cultural, sin la debida preparación o inculturación.
Es indudable, además, que en este tiempo la comunidad requiere de nuevos modelos de encarnación; la vida consagrada presenta siempre más situaciones multiculturales en su interior. El gobierno de los Institutos está buscando nuevos caminos que favorezcan, junto a los equilibrios culturales, la unidad y la comunión, fruto de una auténtica y madura interculturalidad. También en este nivel se colocan nuevos problemas de inculturación del carisma y de la formación.
Hace falta decir, luego, que los cambios imponen decisiones sobre las que no siempre se ha reflexionado lo suficiente. Para sostener actividades y obras o llevar adelante procesos de evangelización, por ejemplo, se ha tenido la tentación de importar en Europa vocaciones de otros continentes, pero luego se descubre que la solución no resulta adecuada. Las decisiones frente a los cambios piden por tanto ser iluminadas mejor.
Nuestra reflexión ha querido centrar la atención sobre dos realidades, con las cuales se mide hoy la vida consagrada: el desplazamiento del centro a la periferia y la interculturalidad que caracteriza siempre más a las comunidades religiosas. Si el primer hecho hace referencia a la universalidad de la Iglesia, y por tanto de la vida consagrada, llamada a injertarse en todas las culturas, el segundo evidencia un elemento no accidental, ya que la misma forma de ser de la vida consagrada lleva a personas diversas a vivir juntas, unidas por un carisma como signo y testimonio de comunión al servicio de una misión compartida.
La fe en el Señor Jesús, que llama a vivir el Evangelio en la especificidad del carisma y de la misión de los Institutos, permite a personas tan diversas por caracteres, formaciones, edades, expectativas y culturas, constituir verdaderas comunidades de hermanos y hermanas unidos en el Amor. La “verdad del Evangelio” es por tanto la llave de interpretación de la vida consagrada en la diversidad de los contextos y en la interculturalidad de las comunidades, su criterio de evaluación, la auténtica Regla de vida.
En efecto, el amor fraterno en comunidad no es el resultado de la simpatía recíproca, sino el fruto de un camino de conversión en que los religiosos y las religiosas aprenden a amar al Señor sobre cualquier otra cosa, a través de los signos visibles de la comunión fraterna. Por esto ellos se comprometen a reconocer el valor de las diversidades que emergen de las relaciones, cultivando juntos las cualidades que ayudan a realizar “una síntesis concreta de lo que es no sólo una evangelización de la cultura, sino también una inculturación evangelizadora y una evangelización inculturada»2.
5. La vida consagrada en la Iglesia está convencida de su servicio en pro de la comunión... ¿Dónde apoyar la comunión en medio de la diversidad? ¿Cómo superar la tentación de la uniformidad?
En vista de una mayor significatividad social, política y cultural, así como de fecundidad espiritual, pastoral y vocacional, la comunión es don que acoger, pero también misión confiada a los consagrados no sólo a través de un testimonio silencioso, sino también de una acción intencionada. Motivados por su experiencia personal de fraternidad, que es don de Dios, los consagrados, como individuos y como comunidad, están llamados a difundir, robustecer o volver a crear la comunión: se vuelven “expertos de comunión”3, levadura de unidad, operadores de reconciliación.
Frecuentemente estamos llevados a dar por descontado el rol de comunión al que los religiosos son llamados en la Iglesia universal y en las iglesias particulares. Este rol puede tener nuevas expresiones en una inserción más visible en estas Iglesias a través de servicios especializados y testimonios del sentido de universalidad que se avienen con la naturaleza de los institutos religiosos.
La misión de comunión se refiere también a las relaciones entre los consagrados. “Permaneciendo siempre fieles a su propio carisma, pero teniendo presente la amistad espiritual que frecuentemente ha unido en la tierra diversos fundadores y fundadoras, estas personas están llamadas a manifestar una fraternidad ejemplar, que sirva de estímulo a los otros componentes eclesiales en el compromiso cotidiano de dar testimonio del evangelio”4.
Y, gracias a Dios, no faltan nuevas insistencias prácticas al respecto. A la participación activa en los órganos de animación, comunicación y coordinación, con el “intento de comprender el designio de Dios en los actuales avatares de la historia, para así responder mejor con iniciativas apostólicas adecuadas"5, se añade la posibilidad de establecer colaboraciones sistemáticas y estables entre diversos Institutos para iniciativas específicas que piden convergencia de capacidades y recursos. Cosa ya comprobada con los centros de estudio. Lo complejo del contexto actual y las nuevas exigencias de la evangelización llevan no sólo a concordar enfoques y líneas, sino también a planear iniciativas en colaboración.
Siempre en el corazón de la comunión eclesial, pero incluso trascendiéndola, los religiosos son invitados a iniciar vastos “movimientos”, “agregaciones” o “familias” de y con los laicos. El factor vinculante puede ser el deseo de participar al espíritu y misión del Instituto en el caso de los “cercanos y asociados”6, un interés cultural o social común (paz, ecología, derechos humanos, voluntariado...), una iniciativa concreta. En dichas agregaciones los religiosos toman parte sinceramente en la acción a favor de causas justas y dan un aporte específico de reflexión y solidaridad.
Se desea con siempre mayor entusiasmo y convicción, además, la creación de comunidades internacionales e interculturales que, haciendo de ello experiencia, se vuelvan talleres de acogida y valorización de las diversidades.
La Exhortación apostólica “Vida Consagrada” ha visto además la vida religiosa como lugar privilegiato para el diálogo entre las grandes religiones7, porque en su origen hay una opción que, en términos generales, toda persona profundamente religiosa acepta. Esta atención se vuelve por tanto mentalidad que adquirir, práctica que poner en acto en todas las presencias, y espacio donde situar comunidades con finalidades específicas.
6. Finalmente, de cara a la celebración del día de la vida consagrada, ¿cuál es el mensaje del Presidente de la USG?
En sus cinquenta y tres años de vida8, la USG ha debido enfrentar los continuados y rápidos cambios de la Iglesia, de la vida consagrada y de la sociedad. Después del Sínodo de 1994 con la consiguiente Exhortación apostólica post-sinodal “Vita Consecrata” (1996), y ciñéndonos a la publicación de la Instrucción “Caminar desde Cristo – Un renovado compromiso de la vida consagrada en el tercer milenio” (2002), hemos tomado nuevamente conciencia del significado de nuestros carismas, de la misión que tenemos en la Iglesia, de los compromisos que brotan de la fidelidad a Cristo, al Pueblo de Dios, a nuestros Institutos y al hombre y a la mujer de hoy9.
También para nosotros la cultura hodierna, en particular el mundo de la comunicación social y de la globalización, abren nuevas perspectivas y presentan problemas inéditos. Esto pide a la USG una renovada voluntad de servir a la vida consagrada. Debemos volver a lanzar, con fidelidad creativa, el dinamismo y la audacia de los orígenes de la Unión, para que ella continúe siendo una presencia viva y activa en la Iglesia, al servicio de una espiritualidad de comunión y de participación. Estamos llamados a descubrir nuevos caminos para una diálogo más eficaz con la Sede Apostólica y con las Conferencias episcopales, para una mayor colaboración entre nuestros Institutos y con las Conferencias nacionales o continentales de los religiosos.
Cada Instituto de Vida Consagrada es profundamente consciente que los procesos de renovación exigen respuestas que pasan a través de: 1) una vuelta ininterrumpida a las fuentes de toda vida cristiana; 2) una vuelta ininterrumpida a la inspiración originaria de los institutos; 3) una adaptación de los institutos a las condiciones volubles de los tiempos. Pero observando ante todo el criterio normativo siquiente: las tres exigencias deben ser puestas en práctica en conjunto, ¡simul!. No puede haber renovación adecuada con una sola de tales perspectivas. Además, con el crecimiento de nuestros Institutos en Asia y África, la inculturación y la interculturalidad se vuelven una urgencia. Análogamente, sentimos fuertemente los compromisos de la evangelización en Europa. Es en estas perspectivas que la Vida Consagrada está llamada a renacer.
Gracias.
Roma, 1 de enero de 2010
Don Pascual Chávez V, SDB
1 JUAN PABLO II, Vida consagrada, 110.
2 VFC 52
3 cf. VC 46
4 VC 52
5 VC 53
6 VC 54-56
7 cf. VC 101-102
8 La organización fue reconocida oficialmente por la Congregación de los Religiosos en marzo de 1955, con el título “Unión Romana de los Superiores Generales”. Una docena de años más tarde, en 1967, del título fue eliminado el término “Romana”.