Homilía: inicio del las nuevas provincias, España

Il Rettor Maggiore

Omelia nell'inizio delle nuove Ispettorie Spagnole

e insediamento dei nuovi Ispettori, alla vigilia di Pentecoste

Madrid-Atocha

2014.06.07




Queridísimos hermanos y hermanas, amigos y amigas, venidos de todas las inspectorías españolas. Hoy nos encontramos en Madrid como en casa, porque cualquier lugar de nuestra querida España podría ser nuestra casa y nuestro cenáculo, nuestro lugar de encuentro y punto de partida para nuestra misión.

Agradezco inmensamente a Dios por este regalo que nos hace en las vísperas de Pentecostés. Me permito adelantar una reflexión sobre este acontecimiento fundamental en la vida de la Iglesia, porque creo que es lo que estamos viviendo hoy aquí.


1. El Espíritu nos trae novedad y apertura. Cuenta el relato de los Hechos que los discípulos, aquellos que habían conocido a Jesús y compartido parte de su vida con Él, estaban encerrados buscando seguridad y mirando a un pasado que ya no volvería; encerrados en sus miedos y en “sus cosas”, en sus frustraciones y nostalgias. El Espíritu irrumpe para hacerlos salir de esa trinchera. ¡Cuántas veces tendemos a atrincherarnos en nuestras cosas, en nuestros prejuicios de los demás, en nuestra aparentes seguridades! Pero el Espíritu irrumpe. Cierto, que el camino ordinario de un pentecostés viene después de una pascua... y pascua es la vida nueva que ha dejado morir otra y ha aceptado las despedidas...


2. El Espíritu nos regala la capacidad de salir del propio ambiente, de lo seguro y lo habitual, de lo que “ya fue”, aunque sea todavía valioso. Pentecostés nos invita a permanecer abiertos y ligeros de equipaje para podernos mover con libertad: la libertad de resucitados con el Señor Jesús; la libertad que nos dona a algunos la vida religiosa que hemos abrazado; la libertad que se nos dona a todos como bautizados, verdaderos discípulos misioneros. A veces parece que cargamos pesadas mochilas y la historia vivida, en vez de ser fuente de vida y sabiduría, se transforma en un peso, en un “algo” que mantener; nos transforma en guardias de depósitos y museos, más que en custodios de la vida. ¡Ánimo, queridos hermanos y hermanas! El Espíritu nos regala dar sentido a la historia y a las historias personales, comunitarias e institucionales, haciendo de la historia un manantial y no una carga.


3. Mañana escucharemos la Palabra que nos dice que uno de los dones del Espíritu fue (y es) la comunicación profunda y desde la comunión. El texto dice una vez que “Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse” (Hch 2,4) Es la redención de Babel! El hablar en lenguas diversas ya no es un castigo de dispersión! (cfr. Gn 11, 7-9) Pero como se trata de un Espíritu de comunicación, hacen falta las dos direcciones: no basta ser capaces de hablar en lenguas... si no somos capaces de “escuchar” en lenguas. En efecto, el texto ya citado de los Hechos de los apóstoles, por tres veces hace mención a esto: “la multitud se llenó de asombro porque cada uno los oía hablar en la propia lengua” (v. 6); “¿Cómo es que cada uno de nosotros los oye en su propia lengua?” (v. 8), y “Judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos los oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios”

La comunicación abierta y de corazón, la capacidad de adaptarse al interlocutor lo mejor posible y según las propias capacidades, son también un don del Espíritu y signo de que somos hombres y mujeres del Espíritu de Pentecostés y no ciudadanos y ciudadanas de Babel...


4. En Pentecostés lo diferente se hace “uno” sin dejar de ser diferente. Esto está en la raíz de nuestra fe. Creemos en un Dios Trinidad. El Espíritu trae la unidad pedida por Jesús en la última cena: “Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mi y yo en ti” (Jn 17,21). Se trata de una unidad de intenciones, de búsquedas en común, de apertura a la comunión sincera y respeto por el otro en su ser otro, en el vivir el don de la comunión más allá de nuestros muros y nuestras fronteras. Es vivir la autonomía que nos da el ser uno y diferentes a la vez: es libertad de egoísmos personales, comunitarios y culturales; es rescatar lo que nos une, la historia común, la vocación común, las raíces comunes, y para nosotros consagrados, la Profesión Religiosa como Salesianos de Don Bosco que resignifica límites, diferencias de razas y lenguas para entrelazarlos en una gran comunidad mundial y regional.

No es fácil, si prescindimos de Dios. Es más, creo que es imposible. Sólo dejarnos zamarrear por Pentecostés puede ayudarnos a hacer de las diferencias un tejido, una trama bella y profética, la profecía de fraternidad de la que nos habla el Capítulo General 27!

De esta manera, como dice San Pablo, “En cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común” (1Co 12, 7) De esta manera, “muchos miembros hacen un solo cuerpo” (crf. 1Co 12,12-13)


5. Finalmente, en Pentecostés, Jesús, el Crucificado-Resucitado, nos deja como legado su Espíritu y con él su saludo de Pascua: Con vosotros esté la paz(Jn 20,19.21).

La Shalom es expresión de plenitud. No se trata de la paz de los cementerios, sino la paz que nace de los corazones reconciliados capaces de vivir en plenitud. Estamos llamados a vivir en plenitud nuestra vida, y hacer que ella valga la pena ser vivida.

Esta paz-plenitud-de-vida será la fuente de nuestra fuerza y calidad apostólica. La Paz de Jesús es una paz en movimiento, y en movimiento de salida. ¡Es una paz misionera! Con ella podremos vivir la misión como Pablo en Roma, que a pesar de estar “preso”, esperando el juicio del emperador “[predicaba] el reino de Dios y [enseñaba] lo que se [refería] al Señor Jesucristo con toda libertad, sin estorbos” (Hch 28,31)


6. María, la Madre de Jesús y Madre de la Iglesia, que rezaba junto a los apóstoles esperando el legado de Jesús, nos auxilie en cada momento; nos enseñe una y otra vez a crecer en comunión y en fraternidad, en ardor misionero y en la construcción de una vida plena, en la comunicación que supera lenguas y fronteras, y nos ayude también a cuidar nuestra comunión en la diversidad, y nuestra diversidad en la comunión.


7. Hoy, en la presencia salesiana de España nace una nueva realidad.

Quiero agradecer en nombre de todos el liderazgo, discernimiento y trabajo de los Padres Inspectores que terminan su servicio: don Ángel Azurmendi, de Barcelona; don Félix Urra Mendía, de Bilbao; don José Rodríguez Pacheco, de León; don Luis Onrubia, de Madrid; don Francisco Ruiz Millán, de Sevilla y don Juan Bosco Sancho Grau, de Valencia. Un gracias grandísimo a ellos y a sus respectivos consejos inspectoriales. Un gracias especial también a nuestro ex Consejero Regional, don José Miguel Núñez Moreno que llevó adelante el proceso de discernimiento junto con los Inspectores y el Consejo General.


Esta nueva realidad la fuimos construyendo juntos con fatiga y disponibilidad. Algunos podrán pensar que nos “achicamos”. ¡No! ¡Nos juntamos para ir a por más!

Me atrevo a decir que sólo necesitamos responder a la última palabra de Jesús en el cuarto Evangelio: “¡Tú sígueme!” (Jn 21, 22)




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