RMAguinaldo|2007



AGUINALDO 2007


Queridísimos hermanos y hermanas, miembros todos de la Familia Salesiana:


Al concluir el año 2006, que ha sido un año de gracia para la Familia Salesiana, con el magnífico don de la declaración de la heroicidad en el ejercicio de las virtudes de Mamá Margarita, con la que ha sido declarada Venerable, y al comienzo del 2007 que se abre ante nosotros rico de esperanza, me pongo en comunicación con vosotros, como hacía Don Bosco, deseándoos plenitud de vida en Cristo, mientras os entrego el programa espiritual y pastoral para este año, que tiene precisamente como tema la vida.


1. Introducción


El aguinaldo del año pasado suscitó en la Familia Salesiana un gran entusiasmo y ha dado origen a una multitud de iniciativas. Con el aguinaldo de este año querría dar continuidad a los itinerarios iniciados y, al mismo tiempo, abrir nuevos horizontes.


A lo largo de 2006, que habíamos dedicado a trabajar en favor de la familia, hemos vivido el gran acontecimiento eclesial del “V Encuentro Internacional de la Familia”, en el que se ha reafirmado el valor del amor y de la vida humana, cuyo ámbito privilegiado lo constituye la familia. Las palabras del Papa, dirigidas a centenares de miles de participantes, entre los que estaban muchos miembros de la Familia Salesiana, infunden esperanza y nos comprometen a seguir nuestro camino en defensa de la vida y a la renovación de la familia, cuna de la vida y del amor.


Pero, al mismo tiempo, hemos vivido acontecimientos dramáticos, en los que hemos conocido una vez más el desprecio por la vida humana: las guerras en Iraq y en Medio Oriente, la violencia terrorista, el avance imparable de la emigración, el abuso y la explotación de niños y mujeres, las leyes que aprueban la experimentación con las células embrionales, etc.


Todo esto nos hace ver que el gran don de la vida hoy se encuentra amenazado, como afirmaba el venerado Juan Pablo II dirigiéndose a los jóvenes en la VIII Jornada Mundial de la Juventud: “Con el correr del tiempo, las amenazas contra la vida no disminuyen. Al contrario, adquieren dimensiones enormes. No se trata sólo de amenazas que provienen del exterior, de las fuerzas de la naturaleza o de los ‘Caínes’ que asesinan a los ‘Abeles’; no, se trata de amenazas programadas de modo científico y sistemático. El siglo XX será considerado como una época de ataques masivos contra la vida, una serie interminable de guerras y una destrucción permanente de vidas humanas inocentes. Los falsos profetas y los falsos maestros han obtenido el mayor éxito posible”.1


Frente a tal realidad, no podemos permanecer indiferentes, sobre todo como miembros de la Familia Salesiana, animada por el espíritu del humanismo de San Francisco de Sales, que Don Bosco vivió y nos transmitió como preciosa herencia educativa. Es un humanismo que nos hace valorar, defender y desarrollar todo lo positivo presente en la vida de las personas, en las cosas y en la historia, creer en la fuerza del bien y comprometernos a promoverlo, más que a lamentarnos del mal; amar la vida y todos los valores humanos que se encuentran en ella.2


Debemos sentirnos interpelados por el Dios amante de la vida. Si la vida humana brota del Espíritu mismo de Dios, si es soplo divino, si hemos sido creados a su imagen y semejanza, necesariamente en nuestra existencia aletea el amor divino. Dios ama todos los seres. No puede odiar nada de cuanto ha creado amorosamente.


Contra lo que pueden pensar los que viven con la oscura convicción de que Dios constituye una amenaza para el ser humano y una presencia opresora, que es preciso eliminar para vivir y gozar más plenamente de la existencia, nosotros queremos proclamar nuestra fe en Dios como el mejor amigo del hombre y el defensor más seguro de su vida. Así se ha manifestado a lo largo de la historia de Israel y así se expresa el autor del libro de la Sabiduría.


“Amas a todos los seres que existen y no odias nada de lo que has hecho; si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado. Y ¿cómo subsistirían las cosas si tú no lo hubieses querido? ¿Cómo conservarían su existencia si tú no las hubieses llamado? Pero a todos perdonas, porque son tuyos, Señor, amigo de la vida. En todas las cosas está tu soplo incorruptible. Por eso corriges poco a poco a los que caen; a los que pecan les recuerdas su pecado, para que se conviertan y crean en ti, Señor” (Sap 11,24-12,2).


Dios da la vida por amor, la mantiene en el amor y la destina a amar. Y es el amor de Dios lo que nos impulsa a amar la vida, a promoverla con un servicio responsable, a defenderla con esperanza, a anunciar su valor y su sentido, especialmente a los jóvenes más débiles e indefensos, a cuantos van a la deriva entre el vacío y la inquietud.


Por esto, propongo a toda la Familia Salesiana dejarse guiar por este Dios amante de la vida y por su amor por la vida y comprometerse con decisión en la defensa y en la promoción de la vida.


En un momento en el que la vida está especialmente amenazada, como Familia Salesiana nos comprometemos a:

- asumir con gratitud y con alegría la vida como un don inviolable,

- promover con pasión la vida como un servicio responsable,

- defender con esperanza la dignidad y la calidad de toda vida, sobre todo, de la más débil, pobre e indefensa.


Este aguinaldo quiere ser una “reafirmación precisa y firme del valor de la vida humana y de su inviolabilidad, y, al mismo tiempo, una apasionada llamada dirigida a todos y cada uno, en nombre de Dios: respeta, defiende, ama y sirve a la vida, ¡a toda vida humana! ¡Sólo siguiendo este camino encontrarás justicia, desarrollo, libertad verdadera, paz y felicidad!”.3




El Papa Benedicto XVI decía a los sacerdotes de la Diócesis de Roma: “Creo que, en cierto modo, es éste el núcleo de nuestra pastoral: ayudar a hacer una verdadera opción por la vida, a renovar nuestra relación con Dios como la relación que nos da vida y nos muestra el camino de la vida”.4


Por tanto, nuestro primer esfuerzo debe ir orientado a tratar de discernir algunas de las graves contradicciones de la cultura de nuestro tiempo, a captar los interrogantes que pone el modo de vivir del hombre contemporáneo, a valorar lo que hay de positivo en la vida moderna para potenciarlo y a denunciar la “cultura de la muerte” que amenaza la existencia del ser humano y de su mundo.


* El valor de la vida humana proclamado y defendido, pero también agredido y amenazado

El hombre moderno ha adquirido, indudablemente, una conciencia mucho más viva de la dignidad de la persona humana y de sus derechos inviolables. Hoy, se reacciona vigorosamente contra la pena de muerte, la tortura, los malos tratos o cualquier ofensa que degrade a la persona. Las legislaciones modernas y las disposiciones sociales recogen, de muchos modos, esta exigencia de respeto a la persona y de defensa de la vida humana.


Pero sería un error ignorar los atropellos que se siguen cometiendo contra lo que se proclama socialmente y lo que se codifica en las leyes... La vida humana es eliminada antes del parto mediante acciones abortivas; y lo mismo sucede en situaciones más o menos terminales, en virtud de una mal entendida “compasión” hacia el enfermo, o de una proclamada “muerte digna” o eutanasia.


Es un escándalo que clama al cielo la existencia de numerosos niños y niñas maltratados o de los que se abusa sexualmente, de mujeres obligadas a prostituirse, explotadas y esclavizadas por grupos organizados al servicio del mercado del sexo.


Particularmente desolador es el espectáculo de tantas personas, especialmente jóvenes, metidos en el vértigo de la droga, del consumo del alcohol, o que se entregan a un estilo de vida frustrado, desordenado e irresponsable.


En una sociedad y en un mundo cada vez más desarrollados, en los que las posibilidades de una vida digna son cada vez más abundantes, crece, a pesar de todo ello, el número de personas excluidas, obligadas a vivir al límite de la subsistencia, naciones y enteros continentes explotados y olvidados, como si se tratara de seres de segunda categoría.



* Calidad de vida: una meta ambigua


Durante mucho tiempo, la preocupación de los pueblos se centró en asegurar las condiciones fundamentales e indispensables para lograr subsistir. Era el único objetivo al que se podía aspirar, cuando no había casi recursos para esperar mucho más. Desde hace algunos años, la calidad de vida se ha convertido en una nueva meta de la sociedad y de los individuos.


Esta preocupación por la calidad la vida puede llevar a consecuencias muy diversas, según la intención que la anime: si se inspira en una voluntad humanitaria de desarrollar las condiciones más favorables a la expansión y al desarrollo de una vida digna para todos los seres humanos, o, en cambio, si se convierte en una exigencia absoluta en sí misma, de inspiración utilitarista y hedonista, en base a la cual se mide, se valora y hasta se llega a excluir de la vida a los que no alcanzan un determinado nivel. De este modo se introduce una división, por ejemplo, entre enfermos que son curados con todo tipo de medios, y enfermos con escasa calidad de vida (ciertos discapacitados, ancianos sin familia, enfermos crónicos, etc.) que pueden ser desatendidos y a los que se puede, en el límite, negar una terapia más eficaz. Hay vidas que son consideradas menos importantes o menos útiles, vidas que sobran y que llegan al punto de ser consideradas como una amenaza para el bienestar de los demás y por esto son eliminadas.


Para consentir a unos pocos una alta calidad de vida, con mentalidad hedonista y consumista, se está favoreciendo la degradación y la destrucción del ecosistema planetario (contaminación en sus diversas formas, cambio climático, crisis de los recursos hidráulicos, reducción de la biodiversidad, etc.), favoreciendo un modelo de desarrollo no sostenible y que pone en grave peligro el futuro de toda la humanidad.




* Crecimiento de la agresividad destructiva


Al lado de tantos datos que demuestran cómo está creciendo la estima por la vida humana, la consideración por cada viviente y el respeto al ambiente natural, por desgracia aumentan también las manifestaciones de violencia cada vez más grave y destructiva. Pensemos en las guerras y en el comercio de armas que las sostiene, que siguen acumulando millares de víctimas inocentes; como también en los crueles combates entre pueblos y etnias, que obligan a enteras poblaciones a abandonar los propios hogares y a buscar refugio fuera de la propia patria; como también la creciente violencia xenófoba contra los inmigrantes, que son considerados como un peligro y una amenaza, a los que se explota y a quienes se niega los derechos más fundamentales.


Existen también otras formas de violencia que provienen de una actitud anti-vida, producto de experiencias de frustración de las aspiraciones más profundas de la persona; crece entonces en ella la hostilidad, el rechazo y el odio a la vida de los demás; se destruyen las cosas, se maltratan las personas, se hace daño gratuitamente... Este tipo de violencia es la que domina muchas veces en las bandas juveniles o en grupos que promueven acciones violentas en las calles, etc.



* Una cultura anti-vida


El aspecto que causa mayor preocupación es la difusión de una forma de pensar, de valorar y de comportarse que aparece como normal, presentada a veces incluso bajo especie de defensa de la libertad, y que, sin embargo, más que defender y promover la vida, la está conduciendo hacia el deterioro, al vacío y, en último término, hacia su misma eliminación. Es lo que el Papa Juan Pablo II llamaba una “cultura de muerte”: “Estamos – escribía - frente a una realidad más amplia, que se puede considerar como una verdadera y auténtica estructura de pecado, caracterizada por la difusión de una cultura contraria a la solidaridad, que en muchos casos se configura como verdadera ‘cultura de muerte’... Se desencadena así una especie de ‘conjura contra la vida’, que afecta no sólo a las personas concretas en sus relaciones individuales, familiares o de grupos, sino que va más allá llegando a perjudicar y alterar, a nivel mundial, las relaciones entre los pueblos y los Estados”.5


Frente a esta situación nos sentimos profundamente interpelados como educadores, que quieren ayudar a los jóvenes a descubrir y promover el valor absoluto de toda vida, sobre todo de la vida humana. He aquí algunos de estos retos e interpelaciones:


- El fundamento último del valor absoluto de toda vida humana.

¿Por qué toda vida humana merece ser defendida y respetada siempre y en cualquier situación y circunstancia? ¿Hay vidas que valen más que las otras?

¿Dónde se encuentra el criterio para determinar que una calidad de vida es verdaderamente digna de la persona humana?


- El reto de la promoción de la vida para todos, sobre todo para los más débiles e indefensos.

¿Es humano que precisamente la gran sensibilidad del hombre contemporáneo respecto de una vida más plena y mejor se convierta muchas veces en la mayor amenaza para la vida de los más débiles e indefensos?


- El reto de la evangelización en este contexto y en esta cultura.

¿Cómo afrontar esta cultura contraria a la vida y anunciar en ella el “Evangelio de la vida” como fuerza curadora y vivificadora para todos?

¿Cómo promover en nuestras comunidades, en los jóvenes y en la Familia Salesiana un estilo de vida según la propuesta de Don Bosco, que lleve a todos a amar, valorar, defender y promover la vida como don y como servicio?


3. Implicación de la Familia Salesiana en la defensa de la vida.


Esta visión de la realidad no sería realista si no pusiésemos de relieve los muchos esfuerzos, compromisos y realizaciones que se están llevando a cabo en todas las partes del mundo por obra de los diversos Grupos de la Familia Salesiana. Como ejemplo, quiero presentaros algunas de las iniciativas más comunes y significativas en nuestra Familia, mientras, al mismo tiempo, os invito a conocer, valorar y desarrollar los recursos, iniciativas y posibilidades ya existentes en cada país o región. He aquí una lista, ciertamente incompleta, de iniciativas que atestiguan el compromiso de la Familia Salesiana por la vida:


  • Los movimientos de solidaridad suscitados frente a los grandes desastres sucedidos en estos últimos años (“tsunami”, terremotos, inundaciones, incendios, atentados, guerras...), que demuestran la disponibilidad y la sensibilidad de tanta gente, sobre todo de la gente sencilla, para responder con generosidad a las necesidades de los demás y para defender la vida de los más pobres, infundiéndoles esperanza y futuro.


  • La acogida cotidiana de tantos jóvenes en situaciones de peligro, muchachos de la calle, jóvenes desocupados, etc., por parte de miles de educadores, que con gran generosidad y sentido salesiano consumen su vida para ayudarlos a superar su situación de marginación y de peligro y poder afrontar con mayor calidad su futuro.


  • Los diversos programas de ayuda a los refugiados y a los inmigrantes que la Familia Salesiana lleva adelante en diversos países, comprometiéndose en su acogida y educación y en ayudarlos a integrarse positivamente en la nueva cultura.


  • Las iniciativas en curso en África, como los programas “Stop au SIDA!” y “Love matters”, para salir al encuentro del drama del SIDA que tortura a este probado continente, condenando a muerte a millones de personas y dejando, al mismo tiempo, millones de huérfanos. La Familia Salesiana pone en acto estrategias preventivas orientadas a informar profesionalmente a los jóvenes sobre el tema y a formar sus conciencias, conscientes de que esta pandemia no se vence con los profilácticos sino con una educación eficaz.


  • Los miles de educadores y educadoras que en las diversas obras y presencias salesianas están comprometidos en la educación de los jóvenes, preparándolos para que puedan insertarse en el mundo del trabajo.


  • El inmenso trabajo humanitario, educativo y de evangelización que se hace en las misiones, y que constituye muchas veces una de las pocas posibilidades de defensa de la vida y de promoción humana integral para millares de personas y para enteras poblaciones.


  • El compromiso generoso en las misiones con una enorme actividad orientada no sólo a preservar la existencia de pueblos indígenas, sino, sobre todo, a su desarrollo, a su reconocimiento público, social, con sus propios derechos de lengua, cultura, cosmovisión, organización social, representación política.


  • El trabajo de tantas familias que con dificultad, pero con dedicación y generosidad, están comprometidas en un esfuerzo cotidiano de educación y de defensa de la vida.


  • El voluntariado en sus diversas formas: social, misionero, vocacional.


Y otras muchas iniciativas y realidades, que día tras día están construyendo una red que sostiene a un gran número de personas amenazadas y en peligro, y que promueven, con decisión y generosidad, el que se establezca un estilo de vida más humano, solidario y evangélico, creando, de este modo, la “cultura de la vida”.


Creo que con esta gran cantidad y calidad de grupos de personas podemos y debemos afrontar los grandes desafíos que nos presenta hoy la defensa de la vida. El aguinaldo es un estímulo para profundizar la propia vocación por la vida, una invitación a unir las fuerzas y a proseguir en nuestros compromisos para poder responder con creatividad y dinamismo a estos enormes desafíos.


4. El Dios que ama la vida


Desde las primeras páginas del Génesis hasta la última página del libro del Apocalipsis, la Sagrada Escritura manifiesta la fe y la convicción profunda del Pueblo de Dios de que la vida proviene de Dios y es preciso vivirla delante de Él, que la tutela y la protege. Es una bendición de Dios que hace brillar en este don su amor y su generosidad. Es el mayor de los bienes que Dios puede conceder.


Por eso, lo primero que hay que hacer es gozar del mismo hecho de vivir. El primer mandamiento que recibimos de Dios es el de vivir: un mandamiento que no está escrito en tablas de piedra, sino esculpido en lo más profundo de nuestro ser. Nuestro primer gesto de obediencia a Dios es el de amar la vida, acogerla con corazón agradecido, cuidarla con solicitud, desarrollar todas las posibilidades que se encuentran contenidas en ella.


La Biblia pone continuamente de relieve la relación directa de la vida con Dios. La vida del hombre viene de Dios; es, como hacía ver Juan Pablo II, “un don con el que Dios comparte algo de sí mismo con la criatura”.6 Dios es el único Señor de la vida; el hombre no puede disponer de ella. Vida y muerte están en las manos de Dios: “Él tiene en su poder el hálito de todo viviente y el espíritu de todo ser humano” (Jb 12,10). Toda vida viene de Dios y Dios la protege. No crea al hombre para dejarlo morir, sino para que viva (cfr. Sab 2,23).

Precisamente por esto, el Dios de la vida es el “Dios de los pobres”, que apenas logran sobrevivir; es el “Dios de la justicia”, que defiende a los que están amenazados por los abusos y por las injusticias de los fuertes y de los poderosos (cfr. Código de la Alianza, en Ex 21,1 – 23,9). Sólo el Dios fiel a la vida puede revelarse a lo largo de la historia como defensor de la vida del pobre, del débil, de la viuda, del extranjero, del indefenso. Conocer a este Dios significa practicar la justicia que produce vida y luchar contra la injusticia que mata. Creer en Él quiere decir promover la solidaridad con quien sufre y muere abandonado. Escuchar su voz es abrir el oído y el corazón a su constante llamada: “¿Qué has hecho de tu hermano?” (cfr. Gn 4,9-10).


El Dios, que ya en el Antiguo Testamento se revelaba como “amigo de la vida”, se encarnó en Jesucristo. En Él los discípulos han podido ver con sus ojos y tocar con sus manos al que es “Palabra de vida” (cfr. 1 Jn 1,1). Sus palabras y sus gestos están orientados a promover, desde entonces, vida y salud en el ser humano. En efecto, éste fue el recuerdo que quedó de Jesús en la primera comunidad: “Dios ha ungido con la fuerza del Espíritu Santo a Jesús de Nazaret, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Hch 10,38).


Para Jesús la vida es un don precioso, “más que el alimento” (Mt 6,25). Salvar una vida prevalece sobre el sábado (cfr. Mc 3.4), porque “Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos” (Mc 12,27). La defensa de la vida humana es una idea central en el programa del Reino. Los dos aspectos – la proclamación del Reino y el cuidado por la vida del hombre – integran el contenido de su actividad mesiánica, como aparece siempre en los relatos evangélicos: “Jesús recorría toda Galilea... proclamando el evangelio del Reino, curando todas las enfermedades y todas las dolencias del pueblo” (Mt 4,23; 9,35; Lc 6,18). Es más, la actividad curativa es la que mejor caracteriza al Mesías. Es ahí donde más inmediatamente se manifiestan las obras del enviado de Dios: “Los ciegos recobran la vista y los cojos caminan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y el evangelio es anunciado a los pobres” (Mt 11,5).


También en el evangelio de Juan la vida es el valor central. Jesús es portador y garante de una vida “eterna” y definitiva, es decir, una vida que Dios comunica a sus hijos y que tendrá su consumación última más allá de este mundo. Por esto el evangelista nos presenta a Cristo como “el pan de la vida” (Jn 6,35.48), “la luz de la vida” (Jn 8,12); “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6); “la resurrección y la vida” (11,25), hasta tal punto que todo hombre o mujer “que cree en él, aunque muera, vivirá” (Jn 11,25).


Esta vida eterna puede ser experimentada ya desde ahora por el creyente: “quien cree tiene la vida eterna” (Jn 6,47); quien escucha su palabra “tiene la vida eterna... y ha pasado de la muerte a la vida” (Jn 5,24); “quien come su carne y bebe su sangre tiene vida eterna y él lo resucitará en el último día” (Jn 6,54). Pero la experiencia fundamental que garantiza la apertura y la orientación de nuestra vida actual hacia esta salvación eterna es siempre el amor: “Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos. El que no ama permanece en la muerte” (1 Jn 3,14).


Jesús no sólo aprecia la vida y la defiende, sino también da su misma vida como servicio supremo de amor, a fin de que la humanidad no termine en la muerte y en la destrucción definitiva. “Yo doy mi vida... Nadie me la quita. Yo la doy voluntariamente. Tengo el poder de darla y el poder de volverla a tomar” (Jn 10,17-18). Si Jesús se da a sí mismo hasta la muerte no es ciertamente porque desprecie la vida, sino porque ama mucho la vida y la quiere para todos, también para los más infelices y desgraciados, y la quiere definitiva, plena y eterna.


Esta “vida crucificada” por amor es “escándalo y necedad” según los modelos de vida hoy vigentes en la sociedad. Pero, desde el punto de vista de la fe cristiana, constituye el criterio último de toda vida que quiera ser plenamente humana y no desfigurada o alterada por el egoísmo, por la falta de solidaridad, por la injusticia. Es más, esta “vida crucificada” es para los creyentes la revelación suprema del amor de Dios para con el hombre y de su estima y defensa de la vida humana: es el “Evangelio de la vida”.


Este evangelio culmina en la resurrección. El Dios que resucita a Jesús es un Dios que pone vida donde los hombres ponen muerte. Así lo predican los apóstoles: “Vosotros lo matasteis... pero Dios lo resucitó” (Hch 2,23-24). El que cree en este Dios resucitador, “Dios de los vivos”, comienza a amar la vida de modo radicalmente nuevo y con un amor total. La fe pascual impulsa al creyente a ponerse de parte de la vida donde ésta se encuentre agraviada, ultrajada o destruida. Su lucha contra la muerte no nace sólo de algún imperativo ético, sino de la fe en este Dios resucitador, que quiere que el hombre participe por siempre de su misma vida divina. “Así alcanza su culmen la verdad cristiana sobre la vida. Su dignidad no sólo está ligada a sus orígenes, a su procedencia divina, sino también a su fin, a su destino de comunión con Dios en su conocimiento y amor. A la luz de esta verdad San Ireneo precisa y completa su exaltación del hombre: ‘el hombre que vive’ es ‘gloria de Dios’, pero ‘la vida del hombre consiste en la visión de Dios’”.7

5. Dejémonos guiar por el amor de Dios a la vida


El amor de Dios por la vida nos estimula al compromiso: a testimoniar, proclamar y amar el valor de la vida humana. Juan Pablo II ha escrito: “Es necesario hacer llegar el Evangelio de la vida al corazón de cada hombre y mujer e introducirlo en lo más recóndito de toda la sociedad”.8 Tal anuncio exige proponer con claridad y decisión el carácter inviolable de la vida.


La vida del ser humano es frágil, precaria y efímera, pero es una realidad sagrada e inviolable. Dios ha infundido su propio espíritu en el hombre, lo ha creado “a su imagen y semejanza” (Gn 1,27). Nadie puede disponer de la vida a su capricho, ni de la propia ni de la de los demás. Esta vida recibida de Dios es el fundamento de la dignidad constitutiva e indestructible de todo hombre, el primer valor en el que se basan y se desarrollan todos los demás valores y derechos.


El mandamiento de Dios es claro e inequívoco: “No matar” (Ex 20,13). Aunque esté formulado de modo negativo, expresa el sentido fundamental del valor de la vida y sigue estimulándonos a reafirmarlo hoy.


Frente a los numerosos atentados contra la vida adquiere una importancia decisiva el compromiso de promover una educación más sensible al valor de la vida, a su respeto y a su defensa; una educación capaz de ofrecer una visión integral de la vida y de la salud y de aportar sentido ético a la persona. Las nuevas generaciones tienen necesidad de encontrar padres y educadores que sean verdaderos “maestros de vida”. Tienen necesidad de que se les enseñe a ser agradecidos por la vida, a vivir de modo sano y moderado, a asumir la responsabilidad de la propia existencia, a construirla, a integrar fracasos, dificultades, renuncias, sufrimientos, a celebrar la vida y al Dios que nos la da, a vivirla en el amor y en la entrega.


Para cumplir este compromiso es necesario recordar la vocación y la misión de la familia. Su responsabilidad educativa brota de su misma naturaleza y de su misión específica; es decir, el hecho de ser comunidad de vida y de amor y de estar destinada a “custodiar, revelar y comunicar el amor”.9 La familia anuncia el evangelio de la vida sobre todo educando a los hijos en la veneración por la vida, enseñándolos a ser agradecidos por este don de Dios.


Se trata de un trabajo atento de formación de la conciencia moral. Con su palabra y su testimonio, en las relaciones y en las decisiones cotidianas, la familia puede enseñar, educar y ayudar a vivir los grandes valores de la libertad, del respeto a los demás, de la acogida, del diálogo, del sentido de la justicia, de la solidaridad, de la entrega de uno mismo. De este modo, con confianza y valor, los padres educarán a sus hijos en los valores esenciales de la vida humana.



6. Don Bosco amante y promotor de la vida de los jóvenes, sobre todo de los más pobres


Para nosotros, miembros de la Familia Salesiana, el amor y el compromiso por la vida encuentra en Don Bosco un modelo y un maestro.


Desde niño Don Bosco demuestra una gran vitalidad; aprende de su madre, Mamá Margarita, a descubrir la belleza de la naturaleza y de la vida; sabe gozar del esplendor del paisaje, de las colinas y de los campos en flor que rodean “I Becchi”, contempla admirado las noches estrelladas, se aficiona a un pajarito y le cuida con ternura. En todas estas cosas su madre le enseña a descubrir la obra de Dios creador que se preocupa de sus hijos, su sabiduría y su infinito poder y, sobre todo, su amor. De este modo Juan se abre a una visión positiva y providencial de la vida, sabe gozar de los momentos sencillos de la vida campesina y afrontar, sin desanimarse, las dificultades que encuentra desde joven en su misma casa. Con este espíritu trata de comunicar la alegría a sus compañeros, entreteniéndolos los días festivos con una gran variedad de juegos; pero actúa movido siempre por una intención educativa: hacerlos mejores y ayudarlos a cumplir los deberes del buen cristiano. Siendo todavía joven estudiante en Chieri, funda con sus amigos la “Sociedad de la alegría”, cuya primera norma era precisamente la de estar siempre alegres y procurar no ofender nunca al Señor.


Ya sacerdote, recorriendo las calles de Turín y visitando las cárceles, Don Bosco comprende que los jóvenes buscan la felicidad, desean gozar de la vida, sentirse acogidos y apreciados; y si a veces viven sus aspiraciones siguiendo caminos descarriados que los llevan a la cárcel, no es porque sean malos, sino porque no encuentran personas que crean en ellos y que los ayuden a desarrollar positivamente las propias energías y cualidades. Por esto, Don Bosco entrega su vida en su favor y crea con ellos un ambiente positivo de vida, en el que puedan experimentar la alegría de vivir, con amplias posibilidades de jugar y de divertirse, de formarse y de encontrar trabajo, de sentirse amados, aceptados y valorizados en un clima de familia. El juego, la música, el teatro, las excursiones y los paseos son para Don Bosco instrumentos importantes de educación y camino para conquistar el corazón; y así poder ayudar a estos jóvenes a desarrollar las mejores cualidades, a sentirse capaces de hacer el bien y de hacerse útiles a los demás y a la sociedad. Y de este modo Don Bosco los lleva a conocer y a vivir la amistad con Jesucristo.


Podemos decir que Don Bosco vive con sus jóvenes en Valdocco una verdadera pedagogía de la vida, de la alegría y de la fiesta; es más, los invita a comprometerse ellos mismos a promover entre los compañeros este ambiente. Escribe en la biografía de Francisco Besucco: “Si quieres hacerte bueno practica sólo tres cosas y todo irá bien (...). Helas aquí: Alegría, Estudio, Piedad. Éste es el gran programa, y si lo pones en práctica, podrás vivir feliz y hacer mucho bien a tu alma”. La alegría es característica esencial del ambiente familiar y expresión del cariño, resultado lógico de un régimen basado en la razón y en una religiosidad, interior y espontánea, que tiene su fuente última en la paz con Dios, en la vida de gracia.10 Por esto, la alegría es para Don Bosco, no sólo un medio para hacer aceptable la seriedad de la educación, sino también una forma de vida que tiene en cuenta la realidad del muchacho y su deseo de vivir; Don Bosco lo comprende y quiere que se realice plenamente, comprende que la exigencia más profunda del joven es la alegría de vivir, la libertad, el juego, la amistad. Pero, sobre todo, Don Bosco como sacerdote cree profundamente que el cristianismo no es una religión de prohibiciones, sino, al contrario, es la religión de la vida, de la felicidad, del amor; por esto, mediante la pedagogía de la fiesta y de la alegría abre los jóvenes a Jesucristo, los conduce a una relación personal de amistad con Él. Frente a una imagen de vida cristiana que estos jóvenes recibían de la sociedad de su tiempo como de una vida triste, cargada de renuncias y de prohibiciones, una vida poco adaptada a la juventud, Don Bosco les propone una forma de vida cristiana feliz y gozosa.


Don Bosco santificó el trabajo y la alegría. Era el santo de la jovialidad cristiana, de la vida cristiana activa y alegre... Aquí radica su verdadera originalidad. “En un impulso genial de su caridad llena de comprensión humana, convencido de las naturales y honestas exigencias de la juventud y de la vida sana, Don Bosco santificó, al mismo tiempo que el trabajo, la alegría, la alegría de vivir, de trabajar, de rezar”.11


Don Bosco vive y sabe comunicar a todos sus hijos, colaboradores y amigos una visión positiva e integral de la vida; cree en la bondad y en la dignidad de toda persona humana, sobre todo de todo joven, de modo especial del más pobre y en peligro; escribía: “El educador debe persuadirse de que todos o casi todos estos queridos jóvenes tienen una inteligencia natural para conocer el bien que se les hace, y un corazón sensible, fácilmente abierto al agradecimiento”.12 Por esto, cree en la capacidad de recuperación de todo joven, en la eficacia del trabajo educativo, cuando es vivido con entrega generosa y se sigue el método de la razón y del cariño.


Los jóvenes abandonados y descarriados debían ser ayudados a encontrar el sentido más elemental de la vida; esto exigía suscitar en ellos el deseo de vivir para ganarse con el trabajo y con el sudor de la frente los medios para mantener, ellos y sus familiares, una vida digna. Para los que vivían con carencias afectivas, Don Bosco se proponía crear un ambiente y una red rica de relaciones familiares y de amistad, capaces de recomponer una vida afectiva llena de intensas implicaciones operativas y emocionales.


Además, Don Bosco estaba convencido de que la fe cristiana y la amistad con Jesucristo constituyen la energía más fuerte y eficaz para sostener el esfuerzo educativo y para conducir a un estilo de vida alegre y feliz aquí en la tierra y garantizar una felicidad para siempre en la vida eterna. Por esto ponía – y lo proclamaba con claridad – en la santidad el objetivo educativo supremo; no como una meta para algunos privilegiados, sino como un ideal propuesto a todos, como decía en las “buenas noches” que movieron a Domingo Savio a asumir el empeño de la santidad: “Es voluntad de Dios que todos seamos santos; es fácil conseguirlo; a los santos les está preparado un gran premio en el cielo”.13


Es constante en él, sacerdote y educador, la voluntad de valorar y de desarrollar cuanto hay de positivo en la vida y en el corazón de cada persona, de promover una vida cristiana capaz de gustar y valorar lo que de humano, de positivo y de noble existe en la vida de cada día y en el corazón de las personas, incluso de las más desgraciadas, esforzándose al mismo tiempo para abrir la educación y la cultura a Jesucristo, convencido de que sólo en Él puede ser salvada plenamente.14


Siguiendo, pues, a Don Bosco, como Familia Salesiana estamos llamados a testimoniar y a anunciar que la vida humana es sagrada e inviolable, y que, por eso, no sólo no debe ser suprimida, sino positivamente protegida y defendida. El valor de la vida es parte integrante del evangelio de Jesús. En una cultura y una civilización que amenaza radicalmente la vida, la Familia Salesiana de Don Bosco debe ser particularmente sensible a un servicio educativo que cuide y acoja toda la vida y la vida de todos15; capaz especialmente de acompañar y proteger, además de la vida en su origen, la vida amenazada de tantos jóvenes que se debaten en la pobreza, en la marginación, en el sufrimiento, en la falta de ideales y en el absurdo. Es, sobre todo, para la vida de estos jóvenes para lo que hemos sido llamados a ser “signos y portadores del amor de Dios”.16



7. Compromiso de la Familia Salesiana en favor de la vida


La Iglesia ha recibido el evangelio de la vida y ha sido enviada a anunciarlo y a hacer que llegue a ser realidad. Tal vocación y misión requiere la acción generosa de todos sus miembros, también de la Familia Salesiana. Juntos, debemos sentir “el deber de anunciar el evangelio de la vida, de celebrarlo en la liturgia y en toda la existencia, de servirlo con las diversas iniciativas y estructuras de apoyo y de promoción”.17


Frente a tantas solemnes proclamaciones en favor de la vida, que coexisten al lado de profundas actitudes anti-vida, nuestro servicio educativo-pastoral debe testimoniar y anunciar su valor, y comprometernos en defenderla y en promover una auténtica cultura de la vida.



7.1. Defender el valor de toda vida humana


La vida humana se ha visto siempre rodeada de peligros, amenazada de violencia y de muerte. Hoy las amenazas a la vida no sólo no han disminuido, sino que están adquiriendo dimensiones alarmantes, siendo incluso programadas de forma sistemática y científica. A veces se llega al punto de considerar expresión de progreso y de civilización la muerte provocada violentamente.


Persisten las antiguas amenazas, fruto del odio, de la violencia o de intereses contrapuestos (homicidios, guerras, masacres), agravadas por el desinterés y por la falta de solidaridad. Al lado de estas formas, está la violencia practicada contra millones de seres humanos que van adelante a duras penas y mueren de hambre, el comercio escandaloso de armas que continúa a pesar de tantas denuncias, la descompensación de los equilibrios ecológicos, la difusión de la droga, los accidentes debidos al tráfico, los atentados terroristas, que causan verdaderos y propios estragos en la humanidad. Desde sus fases iniciales hasta los momentos terminales, la vida humana sufre el incomprensible asedio de los mismos seres humanos.


Frente a su actual oscurecimiento, es necesario y urgente como nunca defender el valor inviolable y sagrado de toda vida humana. Para ello debemos promover entre nosotros y en los jóvenes una actitud positiva hacia la vida. Esto presupone:


  • Considerar la vida como un don


Con frecuencia la vida es considerada como un producto de la capacidad y del poder del hombre, más que como un don de Dios. Esta mentalidad puramente productiva induce fácilmente a una sutil discriminación respecto de las vidas no deseadas, incómodas o ‘improductivas’: niños no nacidos, ancianos, discapacitados físicos o mentales, vidas defectuosas. Considerar la vida como un don lleva a vivirla en actitud de gratitud, de alabanza y de profunda alegría, a comprometernos a cuidarla y amarla, tratando de desarrollar todas sus virtualidades positivas.


  • Promover una visión integral de la vida


Para todos los seres humanos la vida es mucho más que un simple bienestar material o el progreso económico; la vida es un itinerario hacia la realización personal, una realización que abraza no sólo la actividad material, económica o social, sino también el progreso en la vida espiritual. La defensa de la vida requiere asumir la responsabilidad de cuidar, amar y desarrollar todas las posibilidades de la vida y de la naturaleza, para conducirla a su plenitud y a la auténtica calidad humana. Vivir con una visión integral de la vida requiere también superar el activismo exagerado, que nos impide cuidar otros aspectos importantes de la vida como el encuentro personal y la amistad, el silencio y la contemplación, la alegría y la belleza, el servicio gratuito.



7.2. Proteger la vida de los pobres


Preciosa y digna de respeto es toda vida humana. Se sigue de ello que se justifica no sólo la vida sana, útil, feliz, sino también la vida disminuida, la vida en el dolor y en la enfermedad, la del niño no nacido y la del anciano inválido. No sólo es preciosa la vida de los poderosos; lo es también la vida de los pobres y de los abandonados.


Como hijos e hijas de Don Bosco nos sentimos particularmente llamados a proteger y cuidarnos de la vida de tantos jóvenes que deben abrirse un camino en la pobreza, al margen de la sociedad del bienestar. Debemos ser capaces de imaginar y de crear nuevas formas de presencia misionera en el mundo de la marginación y de la exclusión. He aquí algunas sugerencias concretas:


  • Cuidado de los jóvenes en peligro


Toda presencia salesiana debe comprometerse a responder a los crecientes desafíos que nos presentan los jóvenes que viven en la marginación o en situaciones de peligro: muchachos de la calle, sin familia o lejos de ella, jóvenes sin formación y sin trabajo; los inmigrados, sobre todo los jóvenes que llegan solos, sin su familia; jóvenes expuestos a la delincuencia o víctimas de la explotación sexual, y tantas otras situaciones degradantes, en las que la vida humana está expuesta al peligro y a la ofensa.


  • Acompañamiento y ayuda a familias en dificultad


Un cuidado particular merecen las familias que viven graves tensiones o que ya se han roto, familias que encuentran enormes dificultades para educar a sus hijos, y otras en situaciones de malestar. En respuesta al aguinaldo del año pasado han surgido muchas iniciativas de apoyo y de ayuda a los padres en su compromiso educativo, apoyo y orientación de parejas en dificultad, creación de grupos y comunidades familiares, etc. Os invito a continuar en este camino. En el comentario al aguinaldo del año 2006 sugería una serie de actitudes y de intervenciones, que os invito a consolidar. La familia es el ambiente primario para la defensa y la promoción de la vida y, como tal, debe continuar siendo objeto privilegiado de nuestro cuidado pastoral.



7.3. Educar en el valor de la vida


Para defender y hacerse cargo de la vida es preciso educar en el valor de la vida: “Para ser verdaderamente un pueblo al servicio de la vida debemos, con constancia y valentía, proponer estos contenidos desde el primer anuncio del Evangelio y, posteriormente, en la catequesis y en las diversas formas de predicación, en el diálogo personal y en cada actividad educativa”.18


Es éste un deber que nos compromete a todos: padres, educadores, profesores, catequistas, teólogos. Como ya he indicado, las nuevas generaciones tienen necesidad de encontrar en sus padres, educadores y catequistas verdaderos “maestros de vida”. Buscan en nosotros no sólo ciencia, información o doctrina, sino personas que les muestren un camino positivo de vida y los estimulen y los acompañen en el desarrollo de sus mejores cualidades y posibilidades. Con nuestra vida y en nuestras palabras debemos ser capaces de poner de relieve el valor absoluto de la vida, comprometiéndonos a darle la máxima calidad posible, promoviendo siempre una actitud de respeto incondicional a las personas, suscitando una visión positiva y de esperanza respecto de ellas y de su futuro, combatiendo todo lo que impide vivir con dignidad y solidaridad. Nuestras actitudes y nuestros gestos de cada día, aunque pequeños y simples, deben ser para los jóvenes una verdadera escuela de vida.


Como educadores debemos también saber despertar en los jóvenes la alegría de vivir, el aprecio por los valores humanos más profundos, el gusto del servicio gratuito a los demás y hacia la naturaleza que nos rodea; debemos suscitar en ellos el sentido de la vida como vocación y como servicio y educarlos para ser ciudadanos responsables y activos en la construcción de una sociedad más humana, más libre y solidaria.


Otro aspecto importante del compromiso de educar en el valor de la vida es ayudar “a los jóvenes a comprender y vivir la sexualidad, el amor y toda la existencia según su verdadero significado y en su íntima correlación... Sólo un amor verdadero sabe custodiar la vida”.19 Para ello, es preciso desarrollar una verdadera educación para el amor, según la experiencia típica de Don Bosco y los criterios de su sistema educativo. En la propuesta pastoral que acompañaba el aguinaldo del año pasado se indicaban algunos pasos que dar en este sentido; es importante tomarlos verdaderamente en consideración en todo el camino educativo.


Difícilmente se llegará a un verdadero aprecio por la vida humana si ésta no es apreciada en el ámbito familiar, si en él reina un clima de violencia, si se presenta como signo de progreso la interrupción de una vida incómoda o no deseada, si se vive teniendo como fin la competitividad, el éxito o el poder. La mentalidad y las actitudes se transmiten en sentido positivo o negativo a través del dinamismo cotidiano de la vida familiar. La familia educa o deseduca a través de la palabra y del ejemplo, de las opciones y las decisiones, de las relaciones, los gestos y los signos concretos.


En relación con este compromiso de educar para el valor de la vida os indico algunos ambientes y propuestas educativas que me parece que ofrecen particulares posibilidades, a condición de que dispongan de un auténtico clima de familiaridad. Presento dos: el Oratorio-Centro Juvenil y el Voluntariado.


* El Oratorio-Centro Juvenil, como ambiente típicamente salesiano, es un ambiente de vida y de acogida gratuita de todos los jóvenes, un espacio para el protagonismo juvenil en el que se aprende a gustar la vida y a comprometerse en favor de ella, un lugar en el que se establece una relación espontánea y gratuita entre educadores y jóvenes, y en el que unos y otros se implican y se acompañan en un camino de educación y de crecimiento humano y cristiano.


El Oratorio y Centro Juvenil Salesiano debe llegar a ser para los jóvenes un verdadero “laboratorio de vida y de vida cristiana”; el ambiente en que ellos puedan vivir su mundo vital, expresar y desarrollar sus propios valores, su protagonismo, sus relaciones interpersonales; un ambiente en el que encuentren también propuestas educativas positivas y significativas y personas que los acojan y los acompañen.


Para que el Oratorio salesiano pueda realizar este compromiso por la vida debe asegurar algunas condiciones importantes:

  • ser un espacio abierto, en el que se cuidan las relaciones personales, se favorece el estar juntos, el hablar y comunicarse gratuitamente;

  • favorecer la diversidad de iniciativas significativas para los jóvenes, que correspondan a sus esperanzas y a sus necesidades;

  • crear espacios en los que ellos puedan vivir como protagonistas;

  • promover una presencia activa de adultos y de jóvenes adultos, animadores, que sean para los jóvenes puntos de referencia y de estímulo;

  • ofrecer una propuesta educativa y cultural de calidad;

  • trazar un itinerario de evangelización y de educación en la fe arraigado en la vida del joven.


De este modo, el Oratorio se convertirá en el lugar donde los jóvenes integran y reestructuran los mensajes, experiencias y valores que reciben en los otros ambientes (en familia, en la escuela, en la parroquia, con los amigos, etc.) y elaboran un estilo de vida significativo para su futuro.


* El voluntariado es una experiencia importante para los jóvenes, sobre todo cuando se plantean el problema de su futuro; puede ser mucho más que una experiencia puntual y pasajera, convirtiéndose en una auténtica escuela de vida, entendida como servicio gratuito y eficaz en situaciones de pobreza y de necesidad. El voluntariado, cuando se realiza con un proceso sistemático de preparación, que va ayudando al joven a madurar las propias motivaciones, y con un acompañamiento personal y de grupo, favorece y desarrolla una opción personal de vida; en el voluntariado los jóvenes adultos aprenden a ser ciudadanos responsables y cristianos comprometidos.



7.4. Anunciar a Jesucristo como sentido y fuente de vida


El anuncio del evangelio de la vida debe conducir a los jóvenes al encuentro y a la relación personal con Jesucristo, en el que encontrarán el modelo, el camino y la energía para una vida humana plena. Tal vez no ha sido nunca tan urgente como hoy la evangelización, el anuncio de Jesús, frente a un mundo que exalta modelos engañosos y seductores, que no dan ni logran dar un sentido a la vida. Los jóvenes sufren muchas veces un enorme vacío interior, que intentan colmar con el placer, las diversiones, el sexo o la droga, o incluso recorriendo los caminos tortuosos de la violencia y de la delincuencia. Pero ni el placer, ni el consumismo, ni el aferrarse a diversos modos de explotar el instante presente satisfacen sus aspiraciones y sus necesidades. Son también muchos los jóvenes que viven situaciones sociales y económicas de exclusión o graves fragilidades personales, en un mundo cada vez más duro. Es precisamente en estas situaciones donde debe resonar como “buena noticia” el evangelio del Dios amigo de la vida, donde se debe hacer presente a Jesucristo y su propuesta de felicidad.


La evangelización es la mejor propuesta de vida humana plena y feliz. Por esto, debemos comprometernos a realizarla con franqueza y entrega en todos los ambientes juveniles. Dada la variedad de estos últimos, la evangelización exige propuestas diversas según la situación de los jóvenes a los que nos dirigimos. Indico tres importantes:


  • En los ambientes en que los jóvenes viven en la indiferencia y en la superficialidad de una vida vacía o materialista, les propondremos un camino gradual, que los ayude a descubrir y a apreciar los valores más positivos y más profundos, a experimentar la alegría de la interioridad y del silencio, a despertar la “búsqueda de sentido”, a abrirse a Dios, desarrollando la dimensión religiosa de la vida.


  • En cuanto a los jóvenes que viven una práctica religiosa rutinaria y superficial, o solamente al servicio de los propios intereses y necesidades, los ayudaremos a descubrir la persona de Jesús, a entusiasmarse con Él, hasta promover en ellos una opción personal y decidida a seguirle, comprometiéndose en un itinerario serio de educación en la fe.


  • En cambio, para aquellos que ya forman parte de grupos o movimientos de formación cristiana propondremos un camino sistemático que los ayude a personalizar cada vez más su fe, a celebrarla y a traducirla en vida, hasta una opción vocacional madura de vida cristiana.


Promover estos itinerarios de educación en la fe es la aportación más preciosa y más significativa que podemos ofrecer desde nuestro compromiso en favor de la vida.



7.5. Dar gracias por la vida y celebrarla


Frutos del anuncio del evangelio de la vida son la alegría, la admiración, la alabanza, la gratitud a Dios, amante de la vida, por su don. El anuncio suscita una actitud profunda de celebración del evangelio de la vida. Toda vida, en cuanto don de Dios, tiene no sólo una dimensión de compromiso y de trabajo que desarrollar, sino también de culto. Ya de por sí es manifestación de alabanza, porque toda vida humana es un prodigio de amor. Acogerla constituye ya alabanza y acción de gracias.


Celebrar la vida sugiere e impulsa a cultivar una mirada contemplativa: ante la naturaleza, el mundo, la creación, la vida, para los que muchas veces tenemos actitudes utilitaristas o consumistas; ante las personas, con las que con frecuencia mantenemos relaciones superficiales o funcionales; ante la sociedad y la historia, que tantas veces consideramos sólo según nuestros intereses... Es preciso superar nuestros comportamientos egoístas para lograr una actitud contemplativa, que comporta una mirada en profundidad para captar y admirar la belleza y la grandeza del mundo, de las personas, de la historia. Hay que aprender a acoger, respetar y amar las cosas, las personas, la vida en todas sus formas. Es preciso saber gozar del silencio, aprender la escucha paciente, la admiración y la sorpresa frente a lo imprevisto y a lo inimaginable. Hay que saber hacer espacio al otro, para poder establecer con él una nueva relación de intimidad y de confianza.


Desde esta perspectiva contemplativa surge la alabanza y la oración. Celebrar la vida es admirar, amar y rezar al Dios de la vida, que nos ha entretejido en el seno materno. Significa bendecirle y agradecérselo: “Te doy gracias porque me has hecho portentosamente; porque son admirables tus obras” (Sal 139,14). La vida del hombre constituye uno de los prodigios más grandes de la creación.



7.6. Preocuparse de la creación con amor


El Dios biófilo (philópsychos es el término usado por Sap 11,26) no ama sólo la vida humana, ama toda vida, porque toda la creación es obra de su amor. Junto al valor y la dignidad de la vida humana, la Sagrada Escritura expresa también, desde las primeras páginas, el reconocimiento explícito de la bondad de la naturaleza: “Dios vio todo lo que había hecho, y era muy bueno” (Gn 1,31). Animales, plantas, firmamento, sol, océanos... todo es bueno, todo tiene valor en sí mismo.


Pero este reconocimiento es real sólo cuando el hombre reconoce la dignidad de la tierra, respeta la naturaleza, acoge y acepta la riqueza inserta en las criaturas. Y sólo este reconocimiento real conduce a la afirmación de su valor y de sus derechos y, por consecuencia, a superar el abuso y el saqueo, e invita a un desarrollo respetuoso del ambiente y a una convivencia armoniosa con la naturaleza.


La civilización industrial ha favorecido la producción y la eficiencia, pero con frecuencia ha deshumanizado al hombre, convirtiéndolo en mero productor/consumidor. La cultura de la vida nos lleva a una verdadera actitud ecológica: el amor hacia los seres humanos, los animales y las plantas, el amor a toda la creación, el compromiso de defender todas las señales de vida contra los mecanismos de destrucción y de muerte. Ante las amenazas de explotación desordenada, de opresión de la naturaleza, de desarrollo insostenible, es oportuno recordar las palabras del Gran Capo Seattle: el que hiere la Tierra, hiere a los hijos y las hijas de la Tierra.


La ecología constituye un auténtico signo de la solidaridad humana, que implica obviamente la conservación y el uso de los recursos de la Tierra – afirma la Santa Sede en un documento redactado en preparación a la Cumbre Mundial sobre el Desarrollo Sostenible de 2002. Semejante desarrollo debe basarse en “valores éticos, sin los cuales ningún progreso será sostenible”. Por esto, “el concepto de desarrollo sostenible sólo se puede comprender en la perspectiva de un desarrollo humano e integral”. En este sentido pide que se adopte el término de “ecología humana” que “implica asegurar y salvaguardar las condiciones morales en la interacción de los seres humanos con el ambiente”. El cuidado de la familia, la promoción y la protección del trabajo, la lucha contra la pobreza, el desarrollo de la educación y de los servicios sanitarios, la solidaridad entre naciones al servicio de un desarrollo humano integral... son algunos de los elementos que la Santa Sede presenta para una ecología digna de la persona humana.20


El cuidado y el amor de la creación, el compromiso/preocupación por la ecología, han de ser promovidos en el cuadro de la vida de cada día, educándonos y educando a los jóvenes a respetar la naturaleza y a cuidarla, a usar de sus bienes (el agua, las plantas, los animales, las cosas...) con moderación y teniendo siempre ante la vista el bien de todos, a suscitar un compromiso positivo de defensa y de desarrollo sostenible de la tierra y de los recursos naturales... Formar y desarrollar una mentalidad y una actitud ecológica es hoy un elemento importante de una educación integral.


¿Cómo no evocar en este punto a San Francisco de Asís y su Cántico de las Criaturas?


Omnipotente, altísimo, bondadoso Señor,

tuyas son la alabanza, la gloria y el honor;

tan sólo tú eres digno de toda bendición,

y nunca es digno el hombre de hacer de ti mención.


Loado seas por toda criatura, mi Señor,

y en especial loado por el hermano Sol,

que alumbra, y abre el día, y es bello en su esplendor,

y lleva por los cielos noticia de su autor.


Y por la hermana Luna, de blanca luz menor,

y las estrellas claras, que tu poder creó,

tan limpias, tan hermosas, tan vivas como son,

y brillan en los cielos: ¡loado mi Señor!


Y por la hermana Agua, preciosa en su candor,

que es útil, casta, humilde: ¡loado, mi Señor!

Por el hermano Fuego, que alumbra al irse el Sol,

y es fuerte, hermoso, alegre: ¡loado, mi Señor!


Y por la hermana Tierra, que es toda bendición,

la hermosa madre Tierra, que da en toda ocasión

las hierbas y los frutos y flores de color,

y nos sustenta y rige: ¡loado, mi Señor!


Y por los que perdonan y aguantan por tu amor

los males corporales y la tribulación:

¡felices los que sufren en paz con el dolor,

porque les llega el tiempo de la consolación!


Y por la hermana Muerte: ¡loado, mi Señor!

Ningún viviente escapa de su persecución;

¡ay si en pecado grave sorprende al pecador!

¡Dichosos los que cumplen la voluntad de Dios!


¡No probarán la muerte de la condenación!

Servidle con ternura y humilde corazón.

Agradeced sus dones, cantad su creación.

Las criaturas todas, load a mi Señor.


8. Conclusión: dos textos que compartir.


A modo de síntesis de cuanto he dicho, os presento ante todo el texto elaborado por las diversas tradiciones religiosas reunidas para el IV Parlamento de las Religiones del Mundo en Barcelona en 2004:



Nosotros, ciudadanos y ciudadanas del mundo,

gente del camino, gente que busca,

herederas y herederos del legado de antiguas tradiciones,

queremos proclamar:

que la vida humana es, por sí misma, una maravilla;

que la naturaleza es nuestra madre y nuestro hogar,

y que debe ser amada y preservada;

que la paz ha de ser construida con esfuerzo,

desde la justicia, el perdón y la generosidad;

que la diversidad de culturas

es una gran riqueza y no un obstáculo;

que el mundo se nos muestra como un tesoro

si lo vivimos desde la profundidad;

y las religiones quieren ser caminos

hacia tal profundidad;

que, en su búsqueda, las religiones encuentran fuerza y sentido

en la apertura al Misterio inabarcable;

que hacer comunidad nos ayuda en esta experiencia;

que las religiones pueden ser un camino de acceso

a la paz interior, a la armonía consigo mismo y con el mundo,

lo que se traduce en una mirada de admiración, de gozo y de gratitud;

que la gente que pertenecemos a diversas tradiciones religiosas

queremos dialogar entre nosotros;

que queremos compartir con todos

la lucha por hacer un mundo mejor,

para resolver los graves problemas de la humanidad:

el hambre y la pobreza,

la guerra y la violencia,

la destrucción del medio natural,

la falta de acceso a una experiencia profunda de vida,

la falta de respeto a la libertad y a la diferencia;

y que queremos compartir con todos

los frutos de nuestra búsqueda

de las aspiraciones más altas del ser humano,

desde el respeto más radical de lo que cada uno es

y con el propósito de poder vivir todos juntos

una vida digna de ser vivida.


El segundo texto que os presento a modo de conclusión es, como en los años pasados, una fábula que pone en evidencia la importancia de la actitud positiva ante la vida. Es lo que marca la diferencia entre la cultura de la muerte, en la que podemos vivir sin siquiera darnos cuenta, y la cultura de la vida, que llena de gozo, de color y de generosidad la existencia propia y la de los demás.


Visitando Bielorrusia, quedé gratamente sorprendido por el grupo de jóvenes que encontré en Minsk y por la representación de una historia puesta en escena por ellos. Me gustó tanto y me pareció tan iluminante que me dije: he aquí lo que querría comunicar a toda la Familia Salesiana, he aquí lo que querría hacer con cada miembro de ella: dar mi paraguas amarillo, el que también yo he recibido de Don Bosco.



Érase una vez un pueblo gris y triste, donde, cuando llovía, todos los habitantes recorrían las calles con paraguas negros. Siempre, rigurosamente, negros.


Bajo el paraguas todos tenían una cara ceñuda y triste... ¡Y no puede ser de otro modo bajo un paraguas negro!


Pero un día que llovía a cántaros, una lluvia más densa que nunca, apareció de improviso un señor algo extravagante que paseaba bajo un paraguas amarillo. Y para colmo, aquel señor sonreía.


Algunos transeúntes lo miraban escandalizados bajo el paraguas negro que los cobijaba, y refunfuñaban:

¡Mirad qué indecencia! Es verdaderamente ridículo con ese paraguas amarillo. ¡No es serio! ¡En cambio, la lluvia es una cosa seria y un paraguas sólo puede ser negro!”.

Otros montaban en cólera y se decían unos a otros: “Pero ¿qué clase de idea es ésa de ir por ahí con un paraguas amarillo? Aquel tipo es sólo un exhibicionista, uno que quiere hacerse notar a toda costa. ¡No tiene nada de divertido!”.


Efectivamente, no había nada de divertido en aquel pueblo, donde llovía siempre y los paraguas eran todos negros.


Sólo la pequeña Natacha no sabía qué pensar. Un pensamiento le bullía en la cabeza con insistencia: “Cuando llueve, un paraguas es un paraguas. Que sea amarillo o negro, lo que cuenta es tener un paraguas que cobije de la lluvia”.

Además, la pequeña se daba cuenta de que aquel señor bajo su paraguas amarillo tenía el aspecto de sentirse perfectamente a gusto y feliz. Se preguntaba el porqué.


Un día, a la salida de la escuela, Natacha se dio cuenta de haber olvidado su paraguas negro en casa. Sacudió los hombros y se encaminó hacia casa con la cabeza descubierta, dejando que la lluvia empapase sus cabellos.


La casualidad quiso que al poco tiempo se cruzase con el hombre del paraguas amarillo, el cual le propuso sonriendo:

Niña, ¿quieres cobijarte?”.

Natacha dudó. Si aceptaba, todos le habrían tomado el pelo. Pero en seguida tuvo el otro pensamiento: “Cuando llueve, un paraguas es un paraguas. Que sea amarillo o negro, ¿qué importa? ¡Siempre es mejor tener el paraguas que empaparse de lluvia!”.


Aceptó y se metió debajo del paraguas amarillo al lado de aquel señor gentil.


Entonces comprendió por qué era feliz: bajo el paraguas amarillo ¡el mal tiempo ya no existía! Había un gran sol en el cielo azul, donde los pajarillos volaban gorjeando.


Natacha tenía un aspecto tan de asombro que el señor se echó a reír a carcajadas: “¡Ya lo sé! También tú me tienes por loco, pero quiero explicarte todo. Durante algún tiempo, estaba triste también yo, en este pueblo donde llueve siempre. Yo también tenía un paraguas negro. Pero un día, saliendo de mi despacho, me olvidé del paraguas y me encaminé a casa, así como estaba. Mientras caminaba, encontré a un hombre que me ofreció cobijarme bajo su paraguas amarillo. Como tú, dudé porque tenía miedo de ser diverso, de hacer el ridículo. Pero luego acepté, porque tenía aún más miedo de pillar un resfriado. Y me di cuenta – como tú – que bajo el paraguas amarillo el mal tiempo había desaparecido. Aquel hombre me enseñó por qué bajo el paraguas negro las personas estaban tristes: el repitequeo de la lluvia y el negro del paraguas les ponía la cara larga, y no tenían ninguna gana de hablarse. Luego, improvisamente, el hombre se fue y yo me di cuenta de que tenía en la mano su paraguas amarillo. Lo busqué, pero no logré encontrarlo: había desaparecido. Así, he conservado el paraguas amarillo y el buen tiempo no me ha dejado nunca”.


Natacha exclamó:

¡Qué historia! Y ¿no siente empacho en tener el paraguas de otro?”.

El señor respondió:

No, porque bien sé que este paraguas es de todos. Aquel hombre lo había recibido también él sin duda, de algún otro”.


Cuando llegaron a la casa de Natacha, se despidieron.

Apenas el hombre, alejándose, desapareció, la muchachita se dio cuenta de tener en la mano su paraguas amarillo. Pero aquel señor gentil quién sabe dónde estaría ya.


Así Natacha se quedó con el paraguas amarillo, pero ya sabía que pronto habría cambiado otra vez de propietario; habría de pasar a otras manos, para proteger de la lluvia y llevar el “buen tiempo” a otras personas.



Concluyo renovando mis mejores deseos de un Feliz Año 2007, con el compromiso de ser dignos creyentes de un Dios que ama la vida, mientras junto a Él, como Familia Salesiana, trabajamos por la construcción de una cultura de la vida.



Don Pascual Chávez Villanueva

Rector Mayor





1 Juan Pablo II, Discurso durante la Vigilia de Oración para la VIII Jornada Mundial de la Juventud en Denver, del 14-8-1993, en L’Osservatore Romano, 17/18-8-1993.

2 Cfr. Carta de la Misión de la Familia Salesiana, nn. 9. 10. 16.

3 Juan Pablo II, Encíclica Evangelium Vitae (EV), 5.

4 Al Clero de la Diócesis de Roma. Cuaresma 2006, en L’Osservatore Romano, 4-03-2006, p. 4 stes.

5 EV 12.

6 EV 34.

7 EV 38.







8 EV 80.

9 Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Familiaris consortio, 17.

10 Cfr. P. Braido, Prevenir, no reprimir, CCS, Madrid 2001, págs. 356-360.

11 F. Orestano, citado por P. Braido, o. c. pág. 259.

12 A. Da Silva Ferreira, Il dialogo tra Don Bosco e il maestro Francesco Bodrato – 1864, RSS 3 (1984) 385.

13 J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio, en Obras fundamentales, BAC, Madrid, 1979, pág. 155.

14 Cfr. P. Braido, o.c., pág. 255.

15 Cfr. EV 87.

16 Constituciones SDB, 2.

17 EV 79.

18 EV 82.

19 EV 97.

20 Cfr. Documento del Pontificio Consejo de la Justicia y de la Paz con ocasión de la Cumbre mundial sobre el desarrollo sostenible de Johannesburgo (26 agosto – 4 septiembre 2002).

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