7
llamadas a ser «expertos en comunión». Espero, por tanto, que la «espiritualidad de comunión»,
indicada por san Juan Pablo II, se haga realidad y que vosotros estéis en primera línea para
acoger «el gran desafío que tenemos ante nosotros» en este nuevo milenio: «Hacer de la Iglesia
la casa y la escuela de la comunión».[5] Estoy seguro de que este Año trabajaréis con seriedad
para que el ideal de fraternidad perseguido por los fundadores y fundadoras crezca en los más
diversos niveles, como en círculos concéntricos.
La comunión se practica ante todo en las respectivas comunidades del Instituto. A este respecto,
invito a releer mis frecuentes intervenciones en las que no me canso de repetir que la crítica, el
chisme, la envidia, los celos, los antagonismos, son actitudes que no tienen derecho a vivir en
nuestras casas. Pero, sentada esta premisa, el camino de la caridad que se abre ante nosotros es
casi infinito, pues se trata de buscar la acogida y la atención recíproca, de practicar la comunión
de bienes materiales y espirituales, la corrección fraterna, el respeto para con los más débiles...
Es «la mística de vivir juntos» que hace de nuestra vida «una santa peregrinación».[6] También
debemos preguntarnos sobre la relación entre personas de diferentes culturas, teniendo en
cuenta que nuestras comunidades se hacen cada vez más internacionales. ¿Cómo permitir a
cada uno expresarse, ser aceptado con sus dones específicos, ser plenamente corresponsable?
También espero que crezca la comunión entre los miembros de los distintos Institutos. ¿No podría
ser este Año la ocasión para salir con más valor de los confines del propio Instituto para
desarrollar juntos, en el ámbito local y global, proyectos comunes de formación, evangelización,
intervenciones sociales? Así se podrá ofrecer más eficazmente un auténtico testimonio profético.
La comunión y el encuentro entre diferentes carismas y vocaciones es un camino de esperanza.
Nadie construye el futuro aislándose, ni sólo con sus propias fuerzas, sino reconociéndose en la
verdad de una comunión que siempre se abre al encuentro, al diálogo, a la escucha, a la ayuda
mutua, y nos preserva de la enfermedad de la autoreferencialidad.
Al mismo tiempo, la vida consagrada está llamada a buscar una sincera sinergia entre todas las
vocaciones en la Iglesia, comenzando por los presbíteros y los laicos, así como a «fomentar la
espiritualidad de la comunión, ante todo en su interior y, además, en la comunidad eclesial misma
y más allá aún de sus confines».[7]
4. Espero de vosotros, además, lo que pido a todos los miembros de la Iglesia: salir de sí mismos
para ir a las periferias existenciales. «Id al mundo entero», fue la última palabra que Jesús dirigió
a los suyos, y que sigue dirigiéndonos hoy a todos nosotros (cf. Mc 16,15). Hay toda una
humanidad que espera: personas que han perdido toda esperanza, familias en dificultad, niños
abandonados, jóvenes sin futuro alguno, enfermos y ancianos abandonados, ricos hartos de
bienes y con el corazón vacío, hombres y mujeres en busca del sentido de la vida, sedientos de lo
divino...
No os repleguéis en vosotros mismos, no dejéis que las pequeñas peleas de casa os asfixien, no