cambio, se queda personalmente fuera..., evita ver que aquel objeto contiene en relación con él la
exigencia de ser, o al menos de aspirar a ser, lo que admira”9.
Contemplar a Cristo no es, pues, diversión estética, ni libre pasatiempo y, ni siquiera
curiosidad intelectual; es, en cambio, pasión nunca satisfecha y necesidad urgente de conocimiento,
amor, seguimiento: queremos contemplar cada vez mejor a Aquel a quien querríamos adherirnos
más, porque “adherirse cada vez más a Cristo” constituye el “centro de la vida consagrada”10.
Nosotros, Salesianos, contemplamos a Jesús con una nuestra especificidad bien precisa.
Nuestra forma de vida realiza el proyecto apostólico de Don Bosco: “Ser en la Iglesia signos y
portadores del amor de Dios a los jóvenes, especialmente a los más pobres” (Const. 2); cumpliendo
esta misión “encontramos el camino de nuestra santificación” (Const. 2). La misión salesiana, que
“da a toda nuestra existencia su tonalidad concreta” (Const. 3), nos hace más “sensibles a ciertos
rasgos de la figura del Señor” (Const. 11) y hace que nuestro contemplar a Cristo y nuestro obrar
cristiano estén permeados de pasión por Dios y de compasión por los jóvenes. Nosotros, Salesianos,
conocemos, amamos y seguimos a Jesús, estando entre los jóvenes. Inmersos en el mundo y en las
preocupaciones de la vida pastoral, aprendemos a encontrar a Cristo a través de aquellos a los que
hemos sido mandados (cf. Const. 95). Nuestro acceso a Cristo pasa a través de los jòvenes.
Nosotros, Salesianos, no podemos pensar, ver, encontrar, amar y seguir a Cristo sin estar rodeados
de los jóvenes o, al menos, sin ser conscientes de haber sido enviados a ellos. Los jóvenes son
nuestra misión y “el lote que nos ha tocado, la heredad que hemos recibido” (Sal 16,6). Lejos de los
jóvenes, no logramos contemplar a Cristo o, al menos, no miramos al Cristo contemplado por Don
Bosco; los jóvenes a los que somos enviados son el lugar y la razón de nuestra experiencia cristiana.
Esto significa que existe un camino salesiano para contemplar y, por tanto, para conocer, amar y
seguir a Jesús.
Puesto que la cristología es la reflexión sistemática sobre la persona y sobre la obra de Jesús
de Nazaret, el Cristo, el Hijo de Dios, alguno podría preguntarse si se puede dar una “cristología
salesiana”, o si la cristología, para ser auténtica, debe estar libre de cualquier adjetivo.
Está claro que, para ser la misma, la reflexión cristológica debe ser fiel a su función, que
mira a la comprensión y a la inteligencia de la fe en la persona real, concreta e histórica de Jesús de
Nazaret, confesado como Cristo e Hijo de Dios. Por lo tanto, debe permanecer fiel al modo como la
tradición normativa cristiana ha comprendido y explicado dicha figura a lo largo de los siglos.
Sin embargo, esta fidelidad no excluye aproximaciones diversas a la persona y a la obra de
Jesús, sin agotar nunca la riqueza; el mismo misterio personal de Cristo las exige y las hace
inevitables. Si es verdad que ninguna persona humana puede ser definida con una sola frase, ni
fijada en una sola actitud, ni contemplada desde una única perspectiva, esto es así con mayor razón
para Jesús, hijo de María e Hijo de Dios, verdadero hombre y verdadero Dios. Cuanto más nos
acercamos, tanto más percibimos la figura de Cristo como misterio. Por tanto, no pierde actualidad
ni urgencia la pregunta que Jesús dirigió a sus discípulos y sigue dirigiéndola también a nosotros:
“Y vosotros, ¿quén decís que soy yo?” (Mc 8,29).
Entre tantos factores que “diversifican” las perspectivas y, por tanto, multiplican las
respuestas a la pregunta cristológica, podemos mencionar:
- la permanente profesión eclesial de fe que, a lo largo de dos mil años, ha utilizado conceptos y
términos diversos para comprender y expresar la experiencia de la salvación en Cristo y en la que
aparece más que la inmutabilidad de las fórmulas, el compromiso de fidelidad de los creyentes;
9
S. KIRKEGAARD, Esercizio del cristianesimo, en Opere, traducción de C. FABRO, Sansoni, Florencia,
1972, pág. 812.
10
CIVCSVA, Caminar desde Crisro, n. 21.
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