Respecto a los actos enseña que en la Sagrada Escritura éstos son presentados como pecados
graves. La Tradición los ha considerado siempre intrínsecamente inmorales y contrarios a la ley
natural. Por tanto, no pueden aprobarse en ningún caso.
Por lo que se refiere a las tendencias homosexuales profundamente arraigadas, que se encuentran en
un cierto número de hombres y mujeres, son también éstas objetivamente desordenadas y con
frecuencia constituyen, también para ellos, una prueba. Tales personas deben ser acogidas con
respeto y delicadeza; respecto a ellas se evitará cualquier estigma que indique una injusta
discriminación. Ellas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en sus vidas y a unir al sacrificio
de la cruz del Señor las dificultades que puedan encontrar.[8]
A la luz de tales enseñanzas este Dicasterio, de acuerdo con la Congregación para el Culto Divino y
la Disciplina de los Sacramentos, cree necesario afirmar con claridad que la Iglesia, respetando
profundamente a las personas en cuestión,[9] no puede admitir al Seminario y a las Órdenes
Sagradas a quienes practican la homosexualidad, presentan tendencias homosexuales
profundamente arraigadas o sostienen la así llamada cultura gay.[10]
Dichas personas se encuentran, efectivamente, en una situación que obstaculiza gravemente una
correcta relación con hombres y mujeres. De ningún modo pueden ignorarse las consecuencias
negativas que se pueden derivar de la Ordenación de personas con tendencias homosexuales
profundamente arraigadas.
Si se tratase, en cambio, de tendencias homosexuales que fuesen sólo la expresión de un problema
transitorio, como, por ejemplo, el de una adolescencia todavía no terminada, ésas deberán ser
claramente superadas al menos tres años antes de la Ordenación diaconal.
3. El discernimiento de la idoneidad de los candidatos por parte de la Iglesia
Dos son los aspectos inseparables en toda vocación sacerdotal: el don gratuito de Dios y la libertad
responsable del hombre. La vocación es un don de la gracia divina, recibido a través de la Iglesia,
en la Iglesia y para el servicio de la Iglesia. Respondiendo a la llamada de Dios, el hombre se ofrece
libremente a Él en el amor.[11] El solo deseo de llegar a ser sacerdote no es suficiente y no existe un
derecho a recibir la Sagrada Ordenación. Compete a la Iglesia, responsable de establecer los
requisitos necesarios para la recepción de los Sacramentos instituidos por Cristo, discernir la
idoneidad de quien desea entrar en el Seminario,[12] acompañarlo durante los años de la formación
y llamarlo a las Órdenes Sagradas, si lo juzga dotado de las cualidades requeridas.[13]
La formación del futuro sacerdote debe integrar, en una complementariedad esencial, las cuatro
dimensiones de la formación: humana, espiritual, intelectual y pastoral.[14] En ese contexto, se
debe anotar la particular importancia de la formación humana, base necesaria de toda la formación.
[15] Para admitir a un candidato a la Ordenación diaconal, la Iglesia debe verificar, entre otras
cosas, que haya sido alcanzada la madurez afectiva del candidato al sacerdocio.[16]
La llamada a las Órdenes es responsabilidad personal del Obispo[17] o del Superior Mayor.
Teniendo presente el parecer de aquellos a los que se ha confiado la responsabilidad de la
formación, el Obispo o el Superior Mayor, antes de admitir al candidato a la Ordenación, debe
llegar a formarse un juicio moralmente cierto sobre sus aptitudes. En caso de seria duda a este
respecto, no debe admitirlo a la Ordenación.[18]