consumen. El ayudar a solucionarlas, el aclaras sus raíces, el asumirlas como límites
personales y afrontarlas con calma, sin permanecer fijos en ellas, es un gran servicio.
Es necesario educarse y educar a cada uno en las relaciones, también con una palabra,
un estímulo, un apoyo. Es necesario animar las relaciones, creando oportunidades para que se
puedan expresar y crecer. Es un aspecto de la caridad de todos, en particular del Director y
del Inspector con lo que se construye la unión de la comunidad.
Ninguno puede estar esperando, en la comunidad, solamente a recibir, como si fuese
un ambiente ya hecho e independientemente de la propia aportación. Por otro lado, es
necesario suplir eventuales carencias de algunos con una mayor capacidad de donación por
parte de los otros. En las comunidades hay siempre límites de comunicación, timideces,
excesivas cautelas que frenan la familiaridad. El Señor compensa estos límites con aquellos
hermanos que están dispuestos a poner un poco más de diálogo, de cercanía, de unión y de
alegría, a fin de que el nivel de la vida de comunidad en todo lo que se refiere al afecto mutuo
y al ambiente familiar no decaiga. “Una fraternidad donde reina la alegría es un verdadero
don de lo Alto a los hermanos que saben pedirlo y que saben aceptarse y que se comprometen
en la vida fraterna confiando en la acción del Espíritu” .41
Lo anterior puede parecer un comentario no habitual en una circular, algo muy
particular y casi técnico. Me lo ha sugerido el documento La vida fraterna en comunidad
donde afirma: “es útil llamar la atención sobre la necesidad de cultivar las cualidades
requeridas en toda relación humana: educación, amabilidad, sinceridad, control de sí,
delicadeza, sentido del humor y espíritu de participación” .42 Me lo ha sugerido también el
CG24 que habla de nuestra espiritualidad relacional: una espiritualidad que no sólo ama con
caridad interior, sino que, como Don Bosco había enseñado ya para el trato con los
muchachos, sabe entablar relaciones adultas conforme al ambiente de vida y a la sensibilidad
actuales. Me lo ha sugerido, también, la importancia que tienen hoy las relaciones, elevadas
casi a ser objeto de estudio y entrenamiento en cualquier campo del actuar humano. Me lo ha
inspirado finalmente el pensamiento de San Francisco de Sales, en el cual la “dulzura” se
traducía en la cantidad y en la calidad de las relaciones personales hasta constituir un rasgo
distintivo.
La espiritualidad de la relación tiene como fuente la caridad que se capacita y se
dispone a crear, curar, restablecer y multiplicar relaciones. Ésta caridad es “pastoral” cuando
se ejercita en el misterio de regir y orientar a una comunidad eclesial.
Más allá de las relaciones e incluida en su dinámica está la comunicación. Hoy se desea
que en las comunidades no se limite a lo funcional, sino que alcance a la experiencia
vocacional; que se intercambien no sólo noticias del periódico y datos del trabajo, sino
valoraciones, exigencias e intuiciones que miran a nuestra vida en Cristo y nuestra forma de
comprender el carisma. A esto es a lo que tiende la revisión de vida, la evaluación de la
comunidad, el intercambio en la oración, el discernimiento sobre situaciones, proyectos y
acontecimientos.
El tiempo actual ha hecho más necesaria la comunicación en la comunidad religiosa y
ha modificado sus criterios y sus formas, y, por consiguiente, es más ágil y participativa. La
complejidad de la vida requiere que nos confrontemos sobre tendencias, criterios y
acontecimientos de familia y hechos externos: o logramos comprenderlos e interpretarlos a la
luz del evangelio o nos quedamos fuera de la vida y del movimiento del mundo.
Se hace necesario el hábito de evaluar, igual que la elaboración de criterios comunes
de valoración. Con frecuencia esto requiere un camino que lleva consigo exploraciones y
pruebas. Debemos estar dispuestos a expresarnos con sencillez, a estar prontos a modificar
41 La vida fraterna en comunidad, 28
42 La vida fraterna en comunidad, 27
- 16 -