FRATELLI-es


FRATELLI-es

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COLLANA « DOCUMENTI VATICANI »
Nota Dottrinale su alcuni aspetti dell’Evangelizzazione.
Il servizio dell’autorità e l’obbedienza.
Bibbia e morale. Radici bibliche dell’agire cristiano.
Vademecum per i Pastori.
Istruzione sugli Istituti Superiori di Scienze Religiose.
Orientamenti per l’utilizzo delle competenze psicologiche nel-
l’ammissione e nella formazione dei candidati al sacerdozio.
La Chiesa in Africa al servizio della riconciliazione, della giustizia e
della pace.
La Chiesa Cattolica nel Medio Oriente: comunione e testimonianza.
La Nuova Evangelizzazione per la trasmissione della Fede Cristiana.
Norme per procedere nel discernimento di presunte apparizioni e
rivelazioni.
La Teologia oggi: Prospettive, Princìpi e Criteri.
La Nuova Evangelizzazione per la trasmissione della Fede Cristiana
(Instrumentum laboris).
Orientamenti pastorali per la promozione delle vocazioni al
Ministero Sacerdotale.
Carta dei Diritti della Famiglia.
Vademecum per Religiose.
Educare al dialogo interculturale nella scuola cattolica.
Dio Trinità, unità degli uomini.
Dialogue in Truth and Charity. Pastoral Orientations for Interreligious.
Ispirazione e verità della Sacra Scrittura. La parola che viene da Dio
e parla di Dio per salvare il mondo.
Le sfide pastorali sulla famiglia nel contesto dell’Evangelizzazione
(Instrumentum laboris).
Le sfide pastorali sulla famiglia nel contesto dell’Evangelizzazione
(Discorsi e Omelie del Papa, Messaggio alle famiglie e Relazione
del Sinodo).
La vocazione e la missione della famiglia nella Chiesa e nel mondo
contemporaneo (Lineamenta).
La vocazione e la missione della famiglia nella Chiesa e nel mondo
contemporaneo (Instrumentum laboris).
La vocazione e la missione della famiglia nella Chiesa e nel mondo
contemporaneo (Discorsi e Relazione finale del Sinodo).
“Perché i doni e la chiamata di Dio sono irrevocabili”, Rm 11, 29
(Riflessioni su questioni teologiche ...).
ISBN 978-88-209-9711-3
€ 6,00
9 788820 997113
COLLANA
DOCUMENTI
VATICANI
CONGREGACIÓN PARA LOS INSTITUTOS
DE VIDA CONSAGRADA Y LAS SOCIEDADES
DE VIDA APOSTÓLICA
Identidad y Misión
del religioso Hermano
en la Iglesia
LIBRERIA EDITRICE VATICANA

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CONGREGACIÓN
PARA  LOS  INSTITUTOS  DE  VIDA  CONSAGRADA
Y  LAS  SOCIEDADES  DE  VIDA  APOSTÓLICA
Identidad y Misión
del Religioso Hermano
en la Iglesia
« Y todos vosotros sois hermanos» (Mt 23,8)
LIBRERIA EDITRICE VATICANA

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© Copyright 2015 - Libreria Editrice Vaticana
00120 Città del Vaticano
Tel. 06.698.81032 - Fax 06.6988.4716
ISBN 978-88-209-9711-3
www.libreriaeditricevaticana.va

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INTRODUCCIÓN
Hermano
1. Desde los primeros siglos del cristianismo la vida con-
sagrada ha sido sobre todo laical, expresión del vivo deseo
de hombres y mujeres de vivir el Evangelio con la radicali-
dad que propone a todos los seguidores de Jesús. Aún hoy
los miembros de la vida consagrada laical –hombres y mu-
jeres–, son una gran mayoría.
Hermano es el nombre que tradicionalmente se ha dado
al religioso laico1 en la Iglesia desde los comienzos de la
vida consagrada. No le pertenece en exclusiva, ciertamente,
pero sí le representa de un modo significativo en la comuni-
dad eclesial en la que es memoria profética de Jesús-Hermano,
quien declaró a sus seguidores: « Y todos vosotros sois herma-
nos » (Mt 23,8).2
Este dicho de Jesús nos lo trasmite Mateo en un contex-
to en el que Jesús se pronuncia contra la hipocresía de quien
1  A lo largo del documento usaremos preferentemente el térmi-
no propuesto en la Exhortación Apostólica Vita consecrata, n. 60: «el
religioso hermano » o, simplemente, «el hermano ». Cuando sea posible
utilizaremos el término correspondiente en plural, pues el hermano sólo
lo es en medio de los hermanos, en el contexto de la fraternidad, nunca
en solitario. Ser hermano implica siempre una relación, y es esta la que
queremos subrayar.
2 Cf. Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita con-
secrata (25 marzo 1996), 60.
3

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usaba la religión para obtener privilegios y gloria delante
de los hombres. Pero el valor del logion va más allá del con-
texto inmediato. El nombre de hermano/hermana subraya
la dignidad común y la igualdad fundamental de todos los
creyentes, hijos en el Hijo del mismo Padre celestial (cf. Mt
5,45), llamados a formar una fraternidad universal en Cris-
to, el primogénito de muchos hermanos (cf. Rom 8,29).
Aun cuando en esta Instrucción se habla directamente
de la vida y misión del religioso hermano, tenemos bien
presente que muchas de las cuestiones aquí tratadas, como
la participación en el misterio de la comunión y de la frater-
nidad eclesial o la función profética del testimonio y del ser-
vicio, son aplicables a la vida y misión tanto de los religiosos
hermanos como de las mujeres consagradas.
El religioso hermano y las religiosas, con su participa-
ción en el misterio salvador de Cristo y de la Iglesia, son
memoria permanente para todo el pueblo cristiano de la
importancia del don total de sí mismo a Dios y de que la
misión de la Iglesia, respetando las distintas vocaciones y
ministerios dentro de ella, es única y compartida por todos.
A pesar de ello, constatamos que no siempre la vocación del
religioso hermano y, como consecuencia, de las religiosas,
es bien comprendida y estimada dentro de la Iglesia.
La reflexión que aquí ofrecemos ha nacido para contri-
buir a apreciar la riqueza de las diversas vocaciones, espe-
cialmente en el seno de la vida consagrada masculina, y con
el fin de aportar luz sobre la identidad del religioso hermano y
sobre el valor y la necesidad de esta vocación.
4

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Los destinatarios
2. Los hermanos o religiosos laicos son hoy la quinta parte
del total de religiosos varones en la Iglesia. Unos pertene-
cen a Institutos clericales; otros a Institutos mixtos. Otros
están integrados en los Institutos laicales, también llamados
Institutos religiosos de Hermanos,3 cuyos miembros son, todos o
en su mayor parte, religiosos laicos. A todos ellos se dirige
esta reflexión, con el deseo de que sirva para afirmarles en
su vocación.
Dadas las semejanzas entre la vocación religiosa feme-
nina y la del religioso hermano, cuanto aquí se dice será
fácilmente aplicable a las religiosas.
Este documento se dirige también a los laicos, a los re-
ligiosos sacerdotes, a los sacerdotes diocesanos, a los Obis-
pos y a todos aquellos que quieran conocer, apreciar y pro-
mover la vocación del religioso hermano en la Iglesia.
Un marco para nuestra reflexión
3. La Exhortación Apostólica Vita consecrata de Juan Pa-
blo II sirve de marco de referencia para nuestra particular
reflexión sobre el religioso hermano, y a ella nos remitimos
para todos aquellos rasgos generales de la vida consagra-
da que conforman su identidad. Nos limitamos a proponer
aquí lo que es más específico o peculiar de esta vocación,
3  Esta última es la denominación propuesta por el Sínodo sobre
la Vida Consagrada (octubre de 1994) y recogida en la Exhortación
apostólica Vita consecrata, n. 60.
5

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aunque serán inevitables las referencias a la vida consagra-
da en general, y por tanto, a los documentos que desde el
Concilio Vaticano II la han presentado, enmarcada en la
eclesiología de comunión.4
Muchas características señaladas anteriormente como
propias, con una cierta exclusividad de la vida consagrada,
son consideradas hoy como pertenecientes al tesoro común
de la Iglesia y propuestas a todos los fieles. Los religiosos
tienen hoy el reto de reconocerse en lo que, aun siendo co-
mún, ellos viven de un modo particular, convirtiéndolo así
en signo para todos.
Plan del documento
4. Presentamos primeramente a los religiosos hermanos
en el interior de la Iglesia-Comunión, como parte del único
Pueblo de convocados, en el que están llamados a irradiar la
riqueza de su vocación particular.
A continuación, y siguiendo las tres dimensiones con las
que la Iglesia-Comunión se presenta a sí misma,5 desarro-
llaremos la identidad del hermano como misterio de comunión
para la misión. En el centro de esa triple perspectiva está el
corazón de la identidad del religioso hermano, a saber: la
4Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Christifideles
laici (30 diciembre 1998), 19: «Es esta la idea central que, en el Con-
cilio Vaticano II, la Iglesia ha vuelto a proponer de sí misma. (…)
La eclesiología de comunión es la idea central y fundamental de los
documentos del Concilio».
5 Cf. Christifideles laici, 8; 19; 32.
6

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fraternidad, como don que recibe (misterio), don que compar-
te (comunión) y don que entrega (misión).
Finalmente, propondremos algunas pistas para que,
en cada lugar de nuestro mundo, cada comunidad y cada
religioso hermano puedan dar respuesta a esta pregunta:
¿Cómo ser hermanos hoy?
7

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1.
LOS RELIGIOSOS HERMANOS
EN LA IGLESIA-COMUNIÓN
« Te he elegido como alianza del pueblo »
(Is 42,6)
Un rostro para la alianza
5. La renovación llevada a cabo por el Concilio Vaticano
II, a impulsos del Espíritu de Pentecostés, ha iluminado en
la Iglesia el núcleo central de su propio ser, revelado como
misterio de comunión.6 Ese misterio es el designio divino de salvación
de la humanidad,7 que se despliega en una historia de alianza.
El manantial de ese misterio no está, pues, en la Iglesia
misma sino en la Trinidad, en la comunión del Hijo con el
Padre en el don del Espíritu Santo. Esta comunión es el mo-
delo, fuente y meta de la comunión de los cristianos con Cristo;
y de ella nace la comunión de los cristianos entre sí.8
La vida consagrada, que « está en el corazón mismo de la
Iglesia como elemento decisivo para su misión »,9 ha de mirar
a ese corazón para encontrarse y comprenderse a sí misma.
El religioso hermano encuentra allí el significado profundo
6Christifideles laici, 8; Vita consecrata, 41.
7Christifideles laici, 19.
8  Cf. ibíd.,18; 19.
9Vita consecrata, 3.
9

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de su propia vocación. En esta contemplación le ilumina la
figura del Siervo de Yahvé descrita por Isaías, a quien Dios
dice: « Te he elegido como alianza del pueblo » (Is 42,6). Esa figura
adquiere su rostro perfecto en Jesús de Nazaret, quien sella
con su sangre la nueva alianza y llama a los que creen en Él
para continuar la mediación encomendada al Siervo, de ser
alianza del pueblo.
La identidad mediadora del Siervo de Yahvé tiene una
significación personal, pero también comunitaria, pues se
refiere al resto de Israel, el pueblo mesiánico, del que el Con-
cilio dice: « Constituido por Cristo en orden a la comunión
de vida, de caridad y de verdad, es empleado también por
El como instrumento de la redención universal y es enviado
a todo el mundo como luz del mundo y sal de la tierra (cf.
Mt 5,13-16) ».10
Sintiéndose parte de este pueblo y de su misión, el reli-
gioso hermano vive la llamada a ser memoria de la alianza
por su consagración a Dios en una vida fraterna en comunidad
para la misión.11 Así hace más visible la comunión que todo
el Pueblo de Dios está llamado a encarnar.
En comunión con el Pueblo de Dios
6. Animada por el Espíritu, la Iglesia afianza hoy su con-
ciencia de ser Pueblo de Dios, donde todos tienen una igual
10Conc. Ecum. Vaticano II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre
la Iglesia, 9.
11Vita consecrata, 72.
10

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dignidad recibida en el Bautismo,12 todos tienen una común
vocación a la santidad13 y todos son corresponsables de la
misión evangelizadora.14 Cada uno, según su vocación, su
carisma y su ministerio, se convierte en signo para todos
los demás.15
En este Pueblo de consagrados nace y se inserta la vida
consagrada, y dentro de ella la vida religiosa laical, con una
nueva y especial consagración que desarrolla y profundiza la con-
sagración bautismal;16 participa « de una forma especial en
la función profética de Cristo, comunicada por el Espíritu
Santo a todo el Pueblo de Dios »;17 vive su carisma especí-
fico en relación y continuidad con los otros carismas ecle-
siales; se integra en la misión de la Iglesia y la comparte con
los demás creyentes.
Los religiosos hermanos encuentran su hábitat natural
en este contexto de comunión por su pertenencia al Pueblo
de Dios, y también unidos a todos aquellos que, desde la
consagración religiosa, reflejan la esencia de la Iglesia, miste-
rio de comunión. En ella mantienen viva la exigencia de la frater-
nidad como confesión de la Trinidad.18
12  Cf. Christifideles laici, 55; Vita consecrata, 31.
13  Cf. Christifideles laici, 16.
14  Cf. Pablo VI, Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi (8 di-
ciembre 1975), 59.
15 Cf. Christifideles laici, 55.
16 Cf. Vita consecrata, 30.
17Ibíd., 84.
18Ibíd., 41; 46.
11

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Los lazos de comunión del religioso hermano se extien-
den más allá de los límites de la Iglesia, pues están impulsa-
dos por el mismo « carácter de universalidad que distingue
al Pueblo de Dios ».19 La vocación del hermano es parte de
la respuesta que Dios da al vacío de fraternidad que hoy
hiere al mundo. En la raíz vocacional del hermano hay una
experiencia honda de solidaridad que, en esencia, coincide
con la de Moisés ante la zarza ardiendo: se descubre a sí
mismo como los ojos, los oídos y el corazón de Dios, del
Dios que ve la opresión de su pueblo, oye su clamor, siente sus an-
gustias y baja a liberarlo. En esa experiencia íntima el hermano
escucha la llamada: « Anda, yo te envío al Faraón para que saques
de Egipto a mi pueblo... » (cf. Ex 3,7-10). Por eso, la dimensión
de comunión está íntimamente ligada en el hermano a una
fina sensibilidad por todo lo que afecta a los más pequeños
del pueblo, a los oprimidos por las diversas formas de injus-
ticia, a los abandonados al margen de la historia y del pro-
greso, a los que, en definitiva, tienen menos posibilidades de
experimentar la buena nueva del amor de Dios en sus vidas.
Una memoria viva para la conciencia eclesial
7. El primer ministerio que los hermanos desarrollan en
la Iglesia en cuanto religiosos, es el de « mantener viva en
los bautizados la conciencia de los valores fundamentales
del Evangelio » y « la exigencia de responder con la santidad
de la vida al amor de Dios derramado en los corazones por
19Lumen gentium, 13.
12

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el Espíritu Santo (cf. Rm 5,5) ».20 Todos los demás servicios
y ministerios que las diversas formas de vida consagrada
realizan, adquieren sentido y razón de ser a partir de este
primer ministerio.
Esta función de signo, reconocida por el Concilio Va-
ticano II21 y subrayada repetidamente en la Exhortación
Apostólica Vita consecrata,22 es esencial a la vida consagrada
y determina su orientación: no existe « para sí », sino en fun-
ción de la comunidad eclesial.
La propia consagración religiosa, que presenta la vida
como un testimonio de lo absoluto de Dios,23 o también, como
un proceso de apertura a Dios y a los hombres a la luz del
Evangelio, es una llamada a todos los fieles, una invitación
a que cada uno plantee su vida como un camino de radicali-
dad, en las diferentes situaciones y estados de vida, abiertos
a los dones y las invitaciones del Espíritu.24
La fraternidad de los religiosos hermanos es un estí-
mulo para toda la Iglesia, porque hace presente el valor
evangélico de las relaciones fraternas, horizontales, frente a la
tentación de dominar, de la búsqueda del primer puesto, del
ejercicio de la autoridad como poder: « Vosotros, en cambio,
no os dejéis llamar maestro, porque uno es vuestro maestro, y todos
20Vita consecrata, 33; Cf. 39.
21 Cf. Lumen gentium, 44.
22 Cf. Vita consecrata, 84. Cf. ibíd., 15; 21; 25; 26; 27; 42; 51; 80;
92; 105.
23Ibíd., 39.
24 Cf. ibíd., 84-94.
13

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vosotros sois hermanos. Ni llaméis a nadie padre vuestro en la tierra;
porque uno solo es vuestro Padre: el del cielo. Ni os dejéis llamar pre-
ceptores, porque uno solo es vuestro preceptor: Cristo. » (Mt 23,8-10).
La comunión se propone hoy a la Iglesia como un desa-
fío especialmente apremiante en el nuevo milenio, para que
ella se transforme en la casa y la escuela de la comunión.25 Los
hermanos son habitantes activos en esa casa y son a la vez
alumnos y maestros en esa escuela; por eso hacen suya la
urgencia que la Iglesia se plantea a sí misma, de desplegar y
promover la espiritualidad de la comunión.26
Redescubriendo el tesoro común
8. Las relaciones en la Iglesia-Comunión se establecen a
partir de lo que une, no de lo que separa. Hoy estamos recu-
perando la conciencia del patrimonio común, que es como
un gran tesoro que nos iguala a todos en lo fundamental,
en la común dignidad y en los comunes deberes y derechos.
Todos nacemos a la fe y entramos en la Iglesia como bau-
tizados; en ese marco común somos llamados a ejercer de-
terminadas funciones al servicio de la comunidad eclesial,
a vivir de forma significativa o profética determinadas ca-
racterísticas que pertenecen al patrimonio común, y a servir
a la misión común desde carismas y ministerios concretos.
Esta dimensión fundamental nunca nos abandona: los
cristianos laicos la viven de manera explícita en una forma de
25Juan Pablo II, Carta apostólica Novo millennio ineunte (6 enero
2001), 43.
26 Cf. Vita consecrata, 46, 51; Novo millennio ineunte, 43.
14

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vida laical; para los llamados al ministerio sacerdotal o a la
vida consagrada, es una referencia constante que les recuer-
da para quién y en función de quién ejercen su ministerio y
son signos de consagración.
El religioso hermano, enraizado en la base del pueblo
cristiano, recibe el testimonio y la ayuda de las demás voca-
ciones. Es llamado a vivir íntegramente y de modo proféti-
co el misterio de Cristo y de la Iglesia desde la vida consa-
grada, como servicio a todo el Pueblo de Dios.27
Un proyecto renovado
9. La vida consagrada, predominantemente laical en sus
comienzos, se propone como objetivo fundamental el cul-
tivo del tesoro colectivo cristiano, que está contenido y se
entrega a todos los fieles en los sacramentos de la inicia-
ción. Ciertamente lo hace de un modo especial: buscando la
conformación con Cristo en su manera de vivir, virgen, pobre
y obediente.28
En el transcurso de los siglos, este objetivo, tan esencial
a la vida consagrada, ha corrido el riesgo de pasar a segun-
do término en la vida religiosa masculina, en favor de las
funciones sacerdotales. Para devolverle su espacio propio,
el Espíritu suscitó a lo largo de la historia fundadores que
pusieron el acento en el carácter laical de sus fundaciones.
Así sucedió en la vida monacal con san Benito, cuyos mon-
27 Cf. Vita consecrata, 33.
28 Cf. ibíd., 16; 31.
15

2.9 Page 19

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jes hermanos fueron los evangelizadores de Europa; y en la
forma de vida propuesta por san Francisco, cuyos Frailes
Menores nacieron como una Orden mixta, formada por lai-
cos y sacerdotes. Tanto en este caso como en el anterior, la
tendencia al sacerdocio se impuso posteriormente sobre el
primer proyecto fundacional.
En los siglos XVI y XVII, nuevos fundadores renuevan
el proyecto de la vida religiosa laical, esta vez desarrollándo-
la en comunidades que, además de dar una especial relevan-
cia a la relación fraterna entre sus miembros, se identifican
y configuran con la necesidad social a la que pretenden dar
respuesta. Fijan incluso la vivienda en el interior o el en-
torno de esa situación existencial de necesidad, pobreza o
debilidad que evangelizan; y así, desde dentro, encarnan y
hacen visible el amor salvador de Dios. Estas fraternidades
consagradas dan lugar a los Institutos religiosos de Herma-
nos y de Hermanas. San Juan de Dios y san Juan Bautista
de la Salle, como también santa Ángela de Méricis y Mary
Ward por el lado femenino, entre otros, fueron instrumen-
tos del Espíritu para introducir en la Iglesia estos nuevos
carismas fundacionales que se multiplicarán especialmente
durante el siglo XIX.
Los religiosos hermanos, ya sea en las comunidades mona-
cales, en los conventos, en las comunidades de vida apostólica
o en las fraternidades que acabamos de describir, han resaltado
la dignidad de los servicios y ministerios relacionados con las
múltiples necesidades del ser humano. Los viven desde la uni-
dad de su consagración, haciendo de ellos el lugar central de su
experiencia de Dios y realizándolos con calidad y competencia.
16

2.10 Page 20

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Desarrollando el tesoro común
10. El contexto actual de la Iglesia-Comunión facilita y re-
clama más que nunca el que los religiosos hermanos reafir-
men con renovado empeño esta función original de la vida
consagrada, no solo hacia el interior de sus comunidades
sino hacia toda la comunidad eclesial. Lo hacen como fer-
mento en la masa, como guías expertos de vida espiritual29 que
acompañan fraternalmente a otros creyentes y les ayudan
a descubrir las riquezas de la herencia cristiana, o simple-
mente como hermanos que comparten sus propios des-
cubrimientos con otros hermanos para beneficio mutuo.
Resaltemos algunos aspectos de ese tesoro común que los
religiosos hermanos se comprometen a desarrollar:
– Vida sacramental. La consagración religiosa hunde sus
raíces en el bautismo y en los demás sacramentos de la ini-
ciación. Desde ellos, el hermano vive el impulso filial hacia
el Padre, celebra la vida nueva que ha recibido del Señor
Resucitado, se siente incorporado a Jesucristo Sacerdote,
Profeta y Rey, y se deja guiar por el Espíritu Santo.
– Pertenencia al Pueblo de Dios. El hermano afirma su per-
tenencia al pueblo de los creyentes, insertándose de buen
grado en la Iglesia local y en sus estructuras de comunión
y de apostolado, en conformidad con el propio carisma. Y
afirma también su pertenencia a toda la humanidad, con
quien se solidariza en todas sus necesidades, y especialmen-
te con sus miembros más débiles y vulnerables: « Los gozos
29Vita consecrata, 55.
17

3 Pages 21-30

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3.1 Page 21

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y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres
de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos
sufren… No hay nada verdaderamente humano que no en-
cuentre eco en su corazón ».30
– Integración personal de laicidad y sacralidad. El hermano
une ambas facetas en su propia persona. Rescata así la uni-
dad entre lo profano y lo sagrado, unidad que se hace más
evidente desde la encarnación humana del Hijo de Dios.
– Signo de la presencia de Dios en las realidades seculares. El
hermano asume los ministerios eclesiales comunitariamente
con sus hermanos de congregación y con otros creyentes
que participan en el mismo carisma fundacional. Desde ahí
busca y señala a Dios en las realidades seculares de la cul-
tura, la ciencia, la salud humana, el mundo del trabajo, el
cuidado de los débiles y desfavorecidos. Y simultáneamen-
te busca y señala al ser humano, hombre y mujer, « todo
entero, cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia
y voluntad », convencido de que « es la persona humana la
que hay que salvar. Es la sociedad humana la que hay que
renovar ».31
– Vida fraterna en comunidad. El hermano desarrolla la
comunión fraterna en la vida en común y la proyecta como
su forma de ser en sus relaciones fuera de la comunidad.
Apoyándose en la experiencia nuclear de su vocación, la de
30Concilio Ecum. Vat. II, Const. Past. Gaudium et spes, sobre la
Iglesia en el mundo actual, 1.
31Ibíd., 3.
18

3.2 Page 22

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sentirse con Jesús hijo amado del Padre, vive el mandamiento
nuevo del Señor como eje central de su vida y como compro-
miso primero de su consagración religiosa.
– Un carisma compartido. El hermano se hace consciente
de la riqueza contenida en su propio carisma fundacional,
para compartirlo con otros creyentes laicos que podrán vi-
virlo desde proyectos de vida diferentes32. Acepta ser in-
strumento del Espíritu en la transmisión del carisma y asu-
me su responsabilidad de ser memoria viva del fundador.
Así el carisma conserva su riqueza evangélica en orden a la
edificación de la Iglesia, al bien de los hombres y a la sati-
sfacción de las necesidades del mundo.33
Mientras desarrolla el tesoro común, el religioso herma-
no se siente hermano del pueblo cristiano y escucha en su
interior la llamada del Señor a su Siervo: « Te he elegido como
alianza del pueblo » (Is 42,6). Esta llamada da sentido a todo
lo que vive y hace, le convierte en profeta en medio de sus
hermanos y gracias a ella vive su consagración en una co-
munidad misionera y evangelizadora.
Hermano: una experiencia cristiana de los orígenes
11. « A los cristianos de todas las comunidades del mundo,
quiero pediros especialmente un testimonio de comunión
fraterna que se vuelva atractivo y resplandeciente. Que to-
32 Cf. Congregación para los Institutos de Vida Consagrada
y las Sociedades de Vida Apostólica, Instrucción Caminar desde Cris-
to (19 mayo 2002), 31.
33 Cf. Christifideles laici, 24.
19

3.3 Page 23

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dos puedan admirar cómo os cuidáis unos a otros, cómo os
dais aliento mutuamente y cómo os acompañáis: “En esto
reconocerán que sois mis discípulos, en el amor que os tengáis unos a
otros » (Jn 13,35) ».34 El reclamo del Papa Francisco a todo el
pueblo cristiano resalta el puesto especial que la fraternidad
tiene en el conjunto del tesoro común cristiano. Es la perla
que los religiosos hermanos cultivan con especial esmero.
De esta forma son, para la comunidad eclesial, memoria
profética de su origen y estímulo para retornar a él.
Los Hechos de los Apóstoles presentan la Iglesia na-
ciente como una comunidad de discípulos cuya misión es
anunciar la salvación y ser testigos del Resucitado, y cuya
fuerza la encuentran en la Palabra, en la fracción del pan,
en la oración y en ser hermanos entre sí. Los discípulos son
hermanos; este es el signo de que son discípulos de Jesús.
Pero son hermanos no tanto por una opción personal sino
porque han sido convocados. Son reunidos antes de ser en-
viados.
La fraternidad es fuente de fuerza para la misión. Pero
se apoya sobre otra fuerza: el Espíritu Santo. Sobre los her-
manos reunidos en oración viene el Espíritu el día de Pen-
tecostés y los lanza a dar testimonio (Hch 2,1ss.). Sobre los
hermanos reunidos de nuevo en oración, apoyándose mu-
tuamente tras el apresamiento y liberación de Pedro y Juan,
viene el Espíritu y los llena de fuerza para predicar la Pala-
34Papa Francisco, Exhortación apostólica Evangelii gaudium (24
noviembre 2013), 99.
20

3.4 Page 24

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bra de Dios con valentía (Hch 4,23ss.). La narración de los
Hechos de los Apóstoles nos muestra cómo la comunidad
de discípulos se va haciendo consciente progresivamente
de que fraternidad y misión se requieren mutuamente, y que
ambas se desarrollan por impulso o exigencia del Espíritu.
Este es el dinamismo que se establece: el cultivo de la frater-
nidad crea una mayor conciencia de misión, y el desarrollo
de la misión produce fraternidad.
Con renovado empeño el Espíritu Santo rescata y re-
nueva ese mensaje en la Iglesia, especialmente desde el
marco de la vida consagrada. Por eso suscita la presencia
de religiosos hermanos en el interior de las Congregacio-
nes clericales. Esta presencia es importante, no solo por su
contribución a satisfacer las necesidades materiales u otras,
sino sobre todo porque en dichas congregaciones ellos son
recuerdo permanente de « la dimensión fundamental de la frater-
nidad en Cristo »35 que todos sus miembros deben construir.
Por el mismo motivo, el Espíritu suscita también los Insti-
tutos religiosos de Hermanos, juntamente con los de Her-
manas: todos ellos evocan permanentemente en la Iglesia
el valor supremo de la fraternidad y de la entrega gratuita
como expresiones eminentes de comunión.
El nombre de « hermanos » designa positivamente lo
que estos religiosos asumen como misión fundamental de
su vida: « Estos religiosos están llamados a ser hermanos de
Cristo, profundamente unidos a Él, primogénito entre muchos
35Vita consecrata, 60.
21

3.5 Page 25

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hermanos (Rm 8,29); hermanos entre sí por el amor mutuo y
la cooperación al servicio del bien de la Iglesia; hermanos
de todo hombre por el testimonio de la caridad de Cristo
hacia todos, especialmente hacia los más pequeños, los más
necesitados; hermanos para hacer que reine mayor fraterni-
dad en la Iglesia ».36
36Ibíd., 60, citando el discurso de Juan Pablo II en la Audiencia
general del 22 de febrero de 1995.
22

3.6 Page 26

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2.
LA IDENTIDAD DEL RELIGIOSO HERMANO
Un misterio de comunión para la misión
Memoria del amor de Cristo: « Lo mismo debéis hacer
vosotros... » (Jn 13,14-15)
12. Para profundizar en la identidad del Hermano nos de-
jaremos iluminar interiormente contemplando uno de los
iconos más sugerentes de los cuatro evangelios: Jesús lavando
los pies a sus discípulos.
La narración que el evangelista Juan nos ofrece sobre la
cena del Jueves Santo se inicia con esta solemne y entrañable
afirmación: « Y él, que había amado siempre a los suyos que estaban
en el mundo, llevó su amor hasta el fin » (Jn 13,1). La última cena de
Jesús con sus discípulos se desarrolla en un ambiente de testa-
mento: Jesús compromete a sus discípulos y, a través de ellos, a
toda la Iglesia, a continuar el ministerio de salvación que alcanza
su culmen en la muerte de Jesús en la cruz, pero que había
desarrollado durante su vida, tal como se refleja en aquella
respuesta a los discípulos de Juan: « Id y decid a Juan lo que es-
táis viendo y oyendo: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan
limpios de su enfermedad, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los
pobres se les anuncia el mensaje de salvación » (Lc 7,22).
La Iglesia se siente, pues, constituida en pueblo ministerial
por encargo de Jesús. Los evangelistas representan la insti-
23

3.7 Page 27

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tución del ministerio eclesial a través de dos iconos. Los tres
sinópticos eligen el icono de Jesús partiendo y entregando
su Cuerpo y su Sangre a sus discípulos, al tiempo que les
encarga: « Haced esto en memoria mía » (Lc 22,19). En cambio,
el evangelio de Juan nos presenta el icono de Jesús con la
toalla ceñida a la cintura y lavando los pies a sus discípulos,
para encargarles después: « Lo mismo debéis hacer vosotros unos
con otros... como yo lo he hecho con vosotros » (Jn 13,14-15).
En la conciencia de la Iglesia, es a la luz del icono del
lavatorio de los pies como adquiere todo su sentido aquel
otro en que Jesús reparte su Cuerpo y su Sangre. Es decir, el
mandamiento del amor fraterno nos da la clave fundamen-
tal para entender el sentido de la Eucaristía en la Iglesia. Así
lo refleja la liturgia del Jueves Santo.
Este testamento que la Iglesia recibe de Jesús se re-
fiere a dos facetas o dimensiones del ministerio de salvación
que se despliega en la Iglesia a través de diversos minis-
terios particulares. De una parte, con el sacerdocio minis-
terial, instituido por un sacramento específico, la Iglesia
garantiza su fidelidad a la memoria de la entrega de Jesús,
su muerte y resurrección, y la actualiza por la Eucaristía.
De otra, el propio Espíritu Santo aviva entre los fieles el
recuerdo de Jesús en la actitud del servidor, y la urgencia
de su mandato: « ...en esto conocerán que sois mis discípulos »
(Jn 13,35).
Por eso se despiertan entre los fieles numerosos caris-
mas para desarrollar la comunión por el servicio fraterno.
De este modo la salvación llega a los más desfavorecidos:
24

3.8 Page 28

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para que los ciegos vean, los cojos anden, los presos sean
liberados; y para educar a la juventud, cuidar a los enfermos,
atender a los ancianos... El amor fraterno se concreta así en
numerosos servicios, muchos de los cuales llegan a insti-
tucionalizarse o reconocerse como ministerios eclesiales.37
La vida consagrada surge en la Iglesia en respuesta a
esta llamada del Espíritu a mantener fielmente la memoria
del amor de Cristo, que ha amado a los suyos hasta el extre-
mo.38 Son muchas las formas que adopta esa respuesta, pero
en la base está siempre la opción « del don de sí mismo por
amor al Señor Jesús y, en Él, a cada miembro de la familia
humana ».39
La vocación y la identidad del religioso hermano adquie-
ren significado en esta dinámica, que es al mismo tiempo
integradora y complementaria de los diversos ministerios,
pero también necesitada y promotora de signos proféticos.
I.  El misterio:
la fraternidad, don que recibimos
Testigo y mediador: «Hemos creído en el amor de Dios »
13. ¿Qué hay en el origen de la vocación del hermano, sino
la experiencia del amor de Dios? « Nosotros hemos conocido el
37 Cf. Vita consecrata, 60; Novo millennio ineunte, 46.
38 Cf. Vita consecrata, 75.
39Ibíd., 3.
25

3.9 Page 29

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amor que Dios nos tiene y hemos creído en él » (1Jn 4,16). Ese
es también el origen de toda vocación cristiana. « No se
comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran
idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una
Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una
orientación decisiva ».40
La opción radical que el Antiguo Testamento propone
al pueblo de Israel y a cada israelita en particular se sitúa
en este contexto del encuentro del creyente con Dios, de
Dios que sale al encuentro del Pueblo con el que ha hecho
alianza. Se trata de una consagración total de la vida: « Ama-
rás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas
las fuerzas » (Dt 6,4-5). Jesús reafirma esta exigencia, pero
uniéndola a esta otra: « Amarás a tu prójimo como a ti mismo »
(Lv 19,18). En adelante ambos mandamientos formarán
uno e indivisible (cf. Mc 12,29-31). « Y, puesto que es Dios
quien nos ha amado primero (cf. 1Jn 4,10), ahora el amor ya
no es solo un “mandamiento », sino la respuesta al don del
amor, con el cual viene a nuestro encuentro ».41
La vocación del hermano no es solo ser destinatario del
amor de Dios, sino también testigo y mediador de ese mis-
mo don, del proyecto de comunión que Dios tiene sobre
la humanidad y que se fundamenta en la comunión trini-
taria. Dicho proyecto, el Misterio que nos ha sido revelado
40Benedicto XVI, Carta encíclica Deus caritas est (25 diciembre
2005), 1.
41Ibíd.
26

3.10 Page 30

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en Cristo, pretende establecer una relación horizontal entre
Dios y la humanidad, en el interior mismo de la humanidad,
allí donde Dios ha querido situarse.
Las relaciones de filiación se transforman así, simultá-
neamente, en relaciones de fraternidad. Por ello, decir « her-
mano » es tanto como decir « mediador del amor de Dios »,
del Dios que « tanto amó al mundo que entregó a su Hijo único,
para que todos los que creen en él tengan vida eterna » (Jn 3,16).
Ser “hermano » es también ser mediador del amor del
Hijo, el Mediador por excelencia, que « llevó su amor hasta el
extremo » (Jn 13,1) y nos pidió que nos amáramos como Él
nos amó (Jn 13,34). De este mundo que Dios ama tanto, el
hermano no puede huir; al contrario, es impulsado a salir a
su encuentro y a amarlo. Al contemplar la obra salvadora
de Dios, el hermano se descubre a sí mismo como instru-
mento del que Dios quiere valerse para hacer más visibles
su alianza, su amor y su preocupación por los más débiles.
El hermano es consciente de que toda la creación está
impregnada del amor y la presencia de Dios y que, en espe-
cial, cuanto afecta a la persona humana forma parte del plan
salvador de Dios. Así nace en el hermano y en la comunidad
de hermanos el empeño por la calidad de su servicio profe-
sional en toda tarea, por profana que parezca.
Consagrado por el Espíritu
14. Nada hay más grande que la consagración bautismal.
El Bautismo « nos regenera a la vida de los hijos de Dios;
nos une a Jesucristo y a su Cuerpo que es la Iglesia; nos
27

4 Pages 31-40

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4.1 Page 31

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unge en el Espíritu Santo constituyéndonos en templos es-
pirituales ».42 Toda la existencia del cristiano ha de ser un
proceso de integración en el plan de comunión significado
en el Bautismo, asumiendo sus compromisos bautismales
según la vocación que ha recibido de Dios.
El enunciado anterior corre el riesgo de no entenderse
si lo leemos al margen del gran relato de la historia de la
salvación, en el que cobra vida y en el que, gracias al Bau-
tismo, el cristiano encuentra un lugar propio e insustituible.
Dicha historia narra cómo la Trinidad proyecta su propia
comunión en la misión de salvación de la humanidad, cómo
intenta la alianza de diversas formas y se compromete en
ella hasta el extremo por la encarnación del Hijo. Esta his-
toria de salvación se continúa gracias al Espíritu, que reúne
a la Iglesia y la edifica con sus dones para seguir salvando
por ella a la humanidad.
En ese gran relato participamos todos, pues « Dios lla-
ma a cada uno en Cristo por su nombre propio e inconfun-
dible ».43 Cada uno interviene activamente y su influencia
en los demás es decisiva. A cada uno, como miembro de la
Iglesia, « se le ha confiado una tarea original, insustituible e
indelegable, que debe llevar a cabo para el bien de todos ».44
Cada uno, gracias a la unción recibida en el Bautismo y la
Confirmación, podrá repetir las palabras de Jesús: « El Espí-
42Christifideles laici, 10.
43Ibíd., 28.
44Ibíd.
28

4.2 Page 32

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ritu del Señor está sobre mí; por lo cual me ha ungido para evangelizar
a los pobres, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y
la vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, y a proclamar
el año de gracia del Señor » (Lc 4,18-19). De esta manera, « el
bautizado participa en la misma misión de Jesús el Cristo, el
Mesías Salvador ».45
Compromiso público: hacer hoy visible el rostro de
Jesús-hermano
15. En esta historia personal que comienza en el Bautismo,
se inserta y encuentra su pleno sentido la consagración reli-
giosa. Esta es « una singular y fecunda profundización » de
la consagración bautismal, en cuanto expresa una vocación
que implica « un don específico del Espíritu Santo ».46 Este
don se experimenta como un impulso a proclamar con la
propia vida ante la comunidad eclesial y ante el mundo lo que
Jesús anuncia en la sinagoga de Nazaret: « Hoy se cumple ante
vosotros esta escritura » (Lc 4,21). Dicho impulso, que caracteriza
la vida del profeta, va acompañado de una invitación sentida
interiormente, a manifestar con el celibato voluntario, abra-
zado por amor y vivido en comunidad fraterna, la novedad
del mundo revelado en Jesucristo, la fecundidad de su alianza
con la Iglesia, más allá de la carne y la sangre.
Cada consagración religiosa manifiesta a los fieles que el
misterio de Cristo Salvador se cumple hoy y aquí, en este mun-
45Ibíd., 13.
46Vita consecrata, 30.
29

4.3 Page 33

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do y por medio de la Iglesia de hoy. En cada tiempo y lugar
las personas consagradas revelan a sus contemporáneos los
rasgos de Jesús con los que Él mismo hacía notar que el
misterio del Reino de Dios había irrumpido en la historia.
La visibilidad se produce por un modo de presencia que
descubre el carisma de cada familia consagrada en el aquí y
ahora. Por eso las personas consagradas han de preguntarse
frecuentemente: ¿cómo ser testigos del Señor, hoy?; ¿qué
tipo de presencia hemos de asumir para que el Señor Jesús
pueda ser visto, intuido, por las gentes de hoy?
La vida consagrada está llamada a ser « memoria vivien-
te del modo de existir y de actuar de Jesús como Verbo en-
carnado ante el Padre y ante los hermanos ».47 En particular,
el religioso hermano, al igual que la religiosa hermana, hace
visible en la Iglesia el rostro de Cristo hermano, « primogénito
entre muchos hermanos » (Rm 8,29), artífice de una nueva frater-
nidad que instaura con su enseñanza y con su vida.
Ejercicio del sacerdocio bautismal
16. El Concilio Vaticano II ha puesto en evidencia la ri-
queza del Bautismo y la grandeza del sacerdocio común a
todos los bautizados. Ha señalado la relación mutua entre
el sacerdocio bautismal y el sacerdocio ministerial, y ha re-
cordado que este último está radicalmente ordenado al de
todos los fieles.48
47Ibíd., 22.
48 Cf. Christifideles laici, 22; cf. Lumen gentium, 10.
30

4.4 Page 34

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El religioso hermano, al vivir su condición laical me-
diante una consagración especial, es testigo del valor del
sacerdocio común, recibido en el Bautismo y la Confirma-
ción: « Nos ha hecho un reino de sacerdotes para su Dios y Padre »
(Ap 1,5-6). Su consagración religiosa constituye de por sí un
ejercicio en plenitud del sacerdocio universal de los bautiza-
dos. El acto esencial de este sacerdocio consiste en la ofren-
da del sacrificio espiritual por el que el cristiano se entrega
a Dios como hostia viva y agradable (Rm 12,1), en respuesta a su
amor y para procurar su gloria.
El hermano vive la comunión con el Padre, fuente de
toda vida, por la ofrenda total de su existencia a Él, en acti-
tud de alabanza y adoración. Al enraizar profundamente su
vida en Dios, el hermano consagra toda la creación, recono-
ciendo la presencia de Dios y la acción del Espíritu en las
criaturas, en las culturas, en los acontecimientos. Y porque
reconoce esa presencia activa, puede anunciarla a sus con-
temporáneos. Esta capacidad es el fruto de un proceso per-
manente de apertura a Dios por su consagración, esto es, de
la vivencia diaria de su sacerdocio bautismal.
Semejante en todo a sus hermanos
17. La consagración religiosa ayuda al hermano a participar
más conscientemente en la dimensión fraterna que caracte-
riza el sacerdocio de Cristo. Él « tuvo que asemejarse en todo a
sus hermanos, para ser un sumo sacerdote misericordioso y fiel » (Hb
2,17-18). Para revestirnos de su filiación divina, Jesucristo
se hizo previamente hermano, compartió nuestra carne y
31

4.5 Page 35

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sangre, se hizo solidario con los sufrimientos de sus her-
manos. Hermano es el título que Jesús da a sus discípulos
tras su resurrección, y María Magdalena es la encargada de
comunicárselo: « Vete a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y
a vuestro Padre... » (Jn 20,17).
En la comunidad fraterna que lo acoge, el religioso her-
mano experimenta el misterio de Jesús resucitado como
anuncio y envío. Esta comunidad es espacio teologal49 don-
de Jesús se hace presente en medio de los hermanos (cf. Mt
18,20) para reunirlos con un solo corazón, para darles su
Espíritu (cf. Jn 20,22) y enviarlos como a María Magdalena
a anunciar que en Cristo todos somos hermanos, hijos del
mismo Padre. Fundamentado en esta experiencia, el her-
mano desarrolla el sacerdocio bautismal por la fraternidad,
siendo por ella puente de unión entre Dios y sus hermanos,
ungido y enviado por el Espíritu para hacer llegar la Buena
Nueva del amor y la misericordia de Dios a todos y, espe-
cialmente, a los más pequeños de sus hermanos, los miem-
bros más débiles de la humanidad.
Tanto el religioso hermano como el laico comprome-
tido en la sociedad secular viven el sacerdocio universal
según modalidades diferentes. Ambas expresan la riqueza
compleja de este sacerdocio que implica cercanía a Dios y
cercanía al mundo, pertenencia a la Iglesia como sierva del
Señor, y a la Iglesia que se construye a partir del mundo,
49 Cf. Vita consecrata, 42.
32

4.6 Page 36

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destinado a Dios. El laico comprometido con el mundo re-
cuerda eficazmente al religioso hermano que no puede ser
indiferente a la salvación de la humanidad, ni al progreso en
la tierra, querido por Dios y ordenado a Cristo. El hermano
recuerda al laico comprometido en la sociedad secular que
el progreso en la tierra no es la meta definitiva, que « la edi-
ficación de la ciudad terrena se funda siempre en Dios y se
dirige a Él, no sea que trabajen en vano los que la edifican ».50
La profesión: una consagración única, expresada en
votos diversos
18. La ofrenda de sí se hace pública y es recibida por la
Iglesia a través de la profesión de los votos. La consagración
precede a los votos, los abarca y los supera existencialmen-
te. Esta afirmación se comprenderá a la luz de lo que sigue.
Para responder a la acción amorosa de Dios que lo con-
sagra, la persona consagrada se ofrece a Dios por la profe-
sión religiosa: hace ofrenda, ante todo, de la propia vida,
para convertirla en signo del primado de Dios, de una vida
toda para Él, de la alianza, del amor de Dios por su Pueblo.
Es el compromiso del amor como orientación fundamental
de la vida. Es el vínculo de la fraternidad como respuesta al
don de la filiación, recibido de Dios en su Hijo Jesús.
Esta consagración que unifica e integra la vida, com-
promete a la persona a vivir en el aquí y ahora de cada día
50Lumen gentium, 46.
33

4.7 Page 37

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el sacrificio de sí mismo en todas las dimensiones de su
existencia concreta. En este dinamismo integrador adquie-
ren sentido los votos, como modo de abarcar, con diversos
acentos, la totalidad de la existencia.
En la historia de la vida consagrada la profesión pública
religiosa se ha explicitado de diversas formas, pero desde el
siglo XIII se fue haciendo común la tendencia a expresarla a
través de los consejos evangélicos, que resaltan la intención
de conformar con Cristo toda la existencia51 en tres dimensio-
nes esenciales: castidad, pobreza y obediencia.
El religioso hermano expresa su consagración por la
profesión de los consejos evangélicos, al tiempo que señala
la unidad de su vida y su conformidad con Cristo desde el
eje central del Evangelio, el mandamiento del amor a Dios
y al prójimo. Vive su castidad, especialmente, como expe-
riencia del amor de Dios por el que se siente impulsado a
un amor universal y a ser promotor de comunión con el
testimonio de su fraternidad.52 Vive su pobreza como quien
ha recibido gratuitamente, en la persona de Jesús, la perla
preciosa del Reino de Dios; por ella se hace disponible para
construir la fraternidad y servir en la caridad a todos, espe-
cialmente a los más pobres; esa pobreza abre los hermanos
unos a otros y les hace sentirse necesitados unos de otros.
Vive su obediencia, de modo particular, como búsqueda en
común de la voluntad del Padre, en la fraternidad anima-
51 Cf. Vita consecrata, 16.
52 Cf. ibíd., 46; 51.
34

4.8 Page 38

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da por el Espíritu, con la disposición de caminar juntos en
unión de espíritu y de corazón53 y aceptando gustosamente
las mediaciones humanas indicadas por la Regla del Insti-
tuto.54
Los votos expresan, pues, el compromiso del hermano
a vivir el misterio de Dios, del que ha sido constituido, en
unión con sus hermanos, signo y profecía para la comunidad
eclesial y para el mundo:55 misterio de amor, de alianza, de
fraternidad.
Una espiritualidad encarnada y unificadora
19. La dimensión profética es parte esencial de la identidad
del consagrado y se desarrolla, en primer lugar, por la escu-
cha. Así lo experimenta el Siervo de Yahvé: « Cada mañana
me despierta el oído para escuchar como un discípulo » (Is 50,4). Solo
la experiencia de estar enraizado en Dios e imbuido por
su Palabra, puede garantizar la vivencia de esta dimensión
en la acción apostólica, pues « la verdadera profecía nace
de Dios, de la amistad con Él, de la escucha atenta de su
Palabra en las diversas circunstancias de la historia ».56 La
aptitud para leer en profundidad los signos de los tiempos,
para captar tras ellos la llamada de Dios a trabajar según sus
53 Cf. ibíd., 92.
54 Cf. Congregación para los Institutos de Vida Consagrada
y las Sociedades de Vida Apostólica, Instrucción El servicio de la
autoridad y la obediencia (11 mayo 2008), 9.
55 Cf. Vita consecrata, 15.
56Ibíd., 84.
35

4.9 Page 39

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planes,57 para descubrir la presencia de Dios en las perso-
nas y especialmente en los pobres, es fruto del cultivo de la
contemplación, que nos ayuda a ver las cosas y las personas
como las ve Dios.
La espiritualidad del hermano ha de conducirle a revivir
de un modo especial la experiencia cristiana de los orígenes
que el evangelista Mateo expresó simbólicamente: « El velo
del templo se rasgó » (Mt 27,51). Esta imagen nos sugiere que
Jesús, con su muerte, « nos ha abierto un camino nuevo y viviente
a través del velo de su propia humanidad » (Hb 10,20) para que
podamos encontrarnos con el Padre. La presencia de Dios
ya no es exclusiva de un « lugar sagrado »; desde entonces,
« a Dios hay que adorarlo en espíritu y en verdad » (Jn 4,24).
El hermano está llamado a vivir esta espiritualidad en-
carnada y unificadora que le facilita el encuentro con Dios,
no solo en la escucha de la Palabra, los Sacramentos, la li-
turgia, la oración, sino también en la realidad cotidiana, en
todas sus tareas, en la historia del mundo, en el proyecto
temporal de la humanidad, la realidad material, el trabajo y
la técnica. Una tal espiritualidad tiene su base en una visión
profunda de la unidad del designio de Dios: es el mismo
Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien crea el mun-
do y quien lo salva. Se trata de llevar toda la vida a la oración
y de que la oración se continúe en la vida.
Los religiosos hermanos concilian la oración oficial de
la Iglesia con la dimensión de servicio que caracteriza su
57 Cf. ibíd., 73.
36

4.10 Page 40

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vida consagrada. Cultivan una actitud contemplativa capaz
de vislumbrar la presencia de Jesús en su historia, en sus
vidas cotidianas, en sus quehaceres y compromisos, para
poder exclamar con Él: « Yo te bendigo, Padre… porque has reve-
lado estas cosas a los sencillos… » (Lc 10,21).
Una espiritualidad de la Palabra para vivir el Misterio
« en casa », con María
20. Los tres evangelios sinópticos narran brevemente una
escena en la que Jesús establece una diferencia inequívoca
entre « su madre y sus hermanos » según la carne y « su ma-
dre y sus hermanos que oyen la palabra de Dios y la cumplen »
(Lc 8,21). En el relato, Jesús se pronuncia claramente en
favor de estos últimos. Los primeros están fuera de la casa, lo
llaman desde fuera; los segundos están en torno a Él, dentro
de casa, escuchándolo. En esta nueva categoría de relación
familiar establecida por Jesús es donde María encuentra su
verdadera grandeza y su significación profunda para la co-
munidad cristiana. De ella nos afirma el propio San Lucas
que « lo guardaba todo en lo íntimo de su corazón, meditando conti-
nuamente en ello » (Lc 2,19.51). María acoge y vive a fondo el
misterio del amor de Dios hasta hacerlo carne suya. Ella es
lazo de unión en la comunidad naciente de los hermanos,
a la que acompaña y en la que se integra como madre y
hermana; y en esta fraternidad orante recibe el Espíritu (cf.
Hch 1,14; 2,1-4).
Como María, el religioso hermano está invitado a vi-
vir intensamente la espiritualidad de la Palabra, a tener esta
37

5 Pages 41-50

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5.1 Page 41

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experiencia de estar en casa, en torno a Jesús, escuchando su
mensaje, y a vivir a su lado el misterio del Padre que nos
hace hijos en el Hijo y hermanos entre nosotros y con Jesús.
Como María, el hermano está invitado a dejarse llenar
por el Espíritu, a escucharlo dentro de sí, que clama en lo
más profundo del corazón: Abbá! (Gál 4,6; Rm 8,15). Esta
experiencia es la única en la que puede sustentar su vocación.
Apoyado e inspirado en María, el hermano vive en su
comunidad la experiencia del Padre que reúne a los her-
manos con su Hijo en torno a la mesa de la Palabra, de
la Eucaristía y de la vida. Con María, el hermano canta la
grandeza de Dios y proclama su salvación: por eso se siente
urgido a buscar y hacer sentar a la mesa del Reino a los que
no tienen para comer, a los excluidos de la sociedad y a
los marginados del progreso. Esa es la eucaristía de la vida
que el hermano está invitado a celebrar desde su sacerdocio
bautismal, reafirmado por su consagración religiosa.
II. La comunión:
la fraternidad, don que compartimos
Del don que recibimos, al don que compartimos:
« Que sean uno para que el mundo crea » (Jn 17,21)
21. El misterio de la comunión de la propia vida interior que
la Trinidad nos comunica se hace don compartido por los
hermanos en la comunidad. El don recibido y compartido
será también entregado en la misión.
38

5.2 Page 42

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El cimiento que sostiene la comunidad religiosa es, so-
bre todo, el don de la fraternidad que ha recibido, antes que
el esfuerzo o la generosidad de sus componentes o la tarea
que realizan. « Cuando se olvida esta dimensión mística y
teologal, que la pone en contacto con el misterio de la co-
munión divina presente y comunicada a la comunidad, se
llega irremediablemente a perder también las razones pro-
fundas para hacer comunidad, para la construcción paciente de
la vida fraterna ».58
La comunidad de los hermanos manifiesta así el carácter
universal de la fraternidad inaugurada por Cristo, pues no se
apoya sobre lazos naturales sino sobre la fuerza del Espíri-
tu Santo, principio vivo del amor entre los seres humanos.
La vida comunitaria auténtica constituye un signo vivo de
la realidad esencial que los hermanos han de anunciar. El
amor que Dios ha mostrado a la humanidad en Jesucristo
se convierte en principio de unión de los seres humanos
entre sí: « que sean uno para que el mundo crea » (Jn 17,21). Cons-
truyéndose sobre la fe, la comunidad ejerce el ministerio de
revelar el amor de Dios Trinidad mediante la comunión que
reina en ella.
Consagración y misión quedan unidas en la comunidad.
En medio de ella, reunida en el nombre de Jesús, el herma-
no experimenta el misterio de Dios: el amor del Padre, la
58Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y
las Sociedades de Vida Apostólica, Instrucción La vida fraterna en
comunidad (2 febrero 1994), 12.
39

5.3 Page 43

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vida de Jesús Resucitado, la comunión del Espíritu Santo.
El Señor consagra al hermano en la comunidad y desde ella
le envía a comunicar ese mismo misterio: el amor, la vida,
la comunión.
Comunidad que desarrolla el sacerdocio bautismal
22. La comunidad de los hermanos es en sí misma una ma-
nifestación privilegiada del sacerdocio bautismal. Toda ella
se ordena para facilitar que sus miembros vivan la experien-
cia de ser elegidos por el Señor « como piedras vivas, utilizadas
en la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo,
para ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios por mediación
de Jesucristo » (1 Pe 2,5). La imagen de la primera carta de San
Pedro nos da idea del dinamismo de un edificio en cons-
trucción. Es muy apropiada para referirnos a una comuni-
dad religiosa de hermanos llamada a desarrollar la dimen-
sión de su sacerdocio común.
La comunidad organiza su vida para ver pasar la acción
de Dios por su agenda diaria y descubrir en las páginas de
esta la historia de la salvación que se va cumpliendo día a
día. En la misma contemplación, la comunidad se descubre
a sí misma como mediadora en la acción salvadora de Dios.
Agradece, celebra y se ofrece para continuar, como instru-
mento útil, la historia de la salvación.
La materia de la ofrenda sacerdotal de la comunidad, es
la realidad misma de los hermanos, con las limitaciones, po-
brezas y debilidades de cada uno. Los hermanos construyen
la comunidad desde el don gozoso de sí mismos. Es una
40

5.4 Page 44

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experiencia eucarística, por la cual se unen a Cristo en su
ofrenda al Padre, para continuar su obra redentora a través
de su comunidad. En esa celebración de la vida no puede
faltar el perdón entre los hermanos, no solo como exigen-
cia del amor y condición para construir la comunidad, sino
como expresión del sacerdocio bautismal. Se convierten así
en mediadores, los unos para los otros, de la gracia y el per-
dón que vienen de Jesús Resucitado (cf. Jn 20,22-23).
Fraternidad ministerial: « Fuente y fruto de la misión »
23. « La comunión representa a la vez la fuente y el fruto de
la misión ».59 Esta afirmación de la reflexión postconciliar de
la Iglesia encuentra una imagen visible en la comunidad que
construyen los hermanos. Esta es siempre una fraternidad
para la misión. No es, simplemente, que la comunidad tenga
una ocupación externa apostólica. El misterio de Dios salva-
dor brota como fuente en la comunidad, es vivido entre los
hermanos y se proyecta en la misión eclesial. Vuelve luego a
la comunidad y realimenta la vida de esta desde la realidad
experimentada en la misión.
Impulsados por los respectivos carismas fundacionales,
los Institutos de Hermanos construyen comunidades que
se sitúan dentro de la misión, en alguna parcela de la gran mi-
sión eclesial, ya sea esta activa o contemplativa o mixta. La
comunidad actúa como embajadora del amor de Dios en el
59Christifideles laici, 32.
41

5.5 Page 45

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mundo, instrumento de su salvación entre los que sufren,
entre los marginados, entre los pequeños y los débiles. Ella
encarna la presencia salvadora de Dios dentro de la realidad
humana necesitada de salvación. Por eso es fácil identificar-
la como signo que conduce directamente al significado. Se
trata de un grupo de hermanos que se esfuerzan por vivir en
comunión en torno a Quien les ha reunido y comunican esa
experiencia como mensaje de Quien les envía.
La aprobación de los Institutos de Hermanos por parte
de la Iglesia lleva consigo, en primer lugar, la encomienda
de la misión que realizan desde su propio carisma. En se-
gundo lugar, el reconocimiento de que su compromiso con
las diversas situaciones humanas en que están implicados
no es algo accidental o externo a su vida religiosa, sino que
forma parte esencial de su identidad y de su consagración.
Más allá de las tareas concretas que desarrollan, estas co-
munidades consagradas representan a la Iglesia, sacramento
universal de salvación,60 en el interior de la sociedad y especial-
mente al lado de los pobres y los que sufren.
Parece, pues, apropiado referirnos a estas comunidades
de hermanos como fraternidades de servicio, en el sentido de
que el ministerio eclesial61 asumido por la comunidad de
hermanos le da su identidad peculiar en la Iglesia. Además,
la comunidad pone el acento en la relación fraterna entre
60Lumen Gentium, 48.
61 Cf. Vita consecrata, 60.
42

5.6 Page 46

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sus miembros y con los destinatarios de su misión. Quien
lleva a cabo el ministerio no es un individuo sino la comu-
nidad. Los miembros de una comunidad ministerial pue-
den realizar funciones muy diversas; incluso algunos pue-
den estar imposibilitados para cualquier tarea externa, por
enfermedad o por edad. El ministerio no se identifica con
una tarea concreta. Es el conjunto de la comunidad quien
lo realiza a través de los diversos servicios de sus miem-
bros, incluidos el de la oración, la ofrenda de su sufrimiento
por parte de los enfermos, la actitud solidaria de unos con
otros... La comunidad entera se responsabiliza de la misión
que la Iglesia le ha confiado.
La fraternidad en el servicio ha sido una aportación
fundamental de los Institutos religiosos de hermanos a la
vida consagrada y a la Iglesia. A través de ella dichos Ins-
titutos subrayan el lazo indisoluble entre comunión y mi-
sión, el papel esencial del amor fraterno como eje central
de la evangelización, la extensión y complejidad de esta, la
realidad de la acción del Espíritu y las semillas de la Palabra62
presentes de algún modo en todos los pueblos y culturas.
Comunión fraterna y vida en común
24. La vida en común, característica esencial de la vida reli-
giosa de los hermanos, tiene la finalidad de favorecer inten-
62Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, sobre la actividad misio-
nera de la Iglesia, 11.2 y 15.1.
43

5.7 Page 47

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samente la comunión fraterna, pero la vida fraterna no se
realiza automáticamente con la observancia de las normas
que regulan la vida común.63
Si bien es cierto que las estructuras son necesarias, la co-
munidad de los hermanos se expresa principalmente en sus
actitudes. Ellos se reúnen para participar más intensamente
en la vida y misión de Jesús, para testimoniar la fraternidad y
la filiación a la que todos los fieles están llamados.
La comunidad es, pues, para los hermanos, una experien-
cia, más que un lugar; o mejor aún, los hermanos viven en
común, se reúnen en un lugar para poder desarrollar a fondo
esa experiencia. De esta forma responden a la llamada a
ser expertos en comunión,64 signos eficaces de la posibilidad de
vivir relaciones profundas enraizadas en el amor de Cristo.
El amor mutuo es el distintivo de los cristianos (cf. Jn
13,35), y esta es la señal que los hermanos ofrecen. Este ha
de ser el criterio de discernimiento de cada comunidad de
hermanos, por encima de la eficacia de sus obras. Es fácil
comprobar cómo en el período fundacional de cada uno de
los Institutos de Hermanos se señala el amor fraterno como
eje central del proyecto, y se asume explícitamente el ideal
de los primeros cristianos, de ser « un solo corazón y una sola
alma » (Hch 4,32). A partir de este eje organizan su acción
apostólica, conscientes de que esta consiste en transmitir
63 Cf. Vida fraterna en comunidad, 3.
64Vita consecrata, 46.
44

5.8 Page 48

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lo que los hermanos viven previamente en comunidad. Su
fraternidad será creadora de fraternidad, y la misión de los
hermanos se perfila desde el principio como ser comunión y
crear comunión.
Fraternidad y consejos evangélicos: un signo
contracorriente
25. La vivencia profética de la fraternidad65 por parte de
los hermanos se acompaña con el compromiso de asumir
el estilo de vida de Jesús. El celibato consagrado les permite
vivir plenamente la vida comunitaria y ser hermanos de to-
dos, en lugar de vivir un amor exclusivo. La pobreza, como
elección de un estilo de vida sobrio y sencillo, compartien-
do los bienes para experimentar así la comunión fraterna
con los otros.66 Y la obediencia, por la que todos se unen
en el proyecto común, « en un mismo testimonio y en una
misma misión, aun respetando la propia individualidad y la
diversidad de dones ».67 Esta vivencia profética exige una
ruptura inicial con el lugar de procedencia, con la familia,
los amigos, el pueblo... para recuperarlos luego, desde el en-
raizamiento en la nueva familia, en el nuevo marco de la
fraternidad universal.
65 Cf. ibíd., 85.
66 Cf. Papa Francisco, Mensaje para la celebración de la XLVII Jorna-
da Mundial de la Paz (1 enero 2014), 5.
67Vita consecrata, 92.
45

5.9 Page 49

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La comunidad de los hermanos vive su misión profética
a contracorriente, pues por su estilo de vida según el evan-
gelio se opone al que el mundo promueve. Ella es « una fra-
ternidad nacida del Espíritu, de la libertad interior de quien
se fía de Dios a pesar de los límites humanos de los que lo
representan ».68 Y por eso es un lugar de compromiso múlti-
ple, de interdependencia mutua, de concordia y solidaridad
que se abre y se proyecta al exterior, en un modo de vida
exigente, en el discernimiento de su estilo de vida a la luz
del evangelio. No hay que olvidar, sin embargo, que es un
signo frágil: necesita una constante renovación, ha de ser vi-
vido en el camino hacia la santidad y en el dinamismo evan-
gélico que vivifica y rehace constantemente las estructuras.
Comunidad en búsqueda
26. En el comienzo de su experiencia vocacional (cf. Hch
22,3-21) el Apóstol Pablo pregunta: « ¿Qué debo hacer, Señor? »
La pregunta señala el cambio radical de actitud que se ha
dado en él al dejar su propio camino para entrar en el de
Jesús. La respuesta no la encontrará en el cumplimiento
exacto de la Ley y las tradiciones de la Sinagoga, sino en la
escucha a las personas, la lectura de los acontecimientos y la
contemplación de la Palabra.
Los religiosos hermanos, al afrontar el presente, han de
arriesgarse a hacer la misma pregunta que Pablo: « ¿Qué debo
68Ibíd.
46

5.10 Page 50

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hacer, Señor? » Pero esta pregunta solo es sincera cuando va
precedida de la disposición de « levantarse », pues ésa es la
primera exigencia de la respuesta (cf. Hch 22,10.16). Es de-
cir, la fidelidad al tiempo presente exige la disposición per-
sonal al cambio y la desinstalación. Sin ella, de poco valdrá
la renovación de estructuras.
El hermano no se hace la pregunta a sí mismo sino que
la dirige al Señor Jesús porque quiere conocer y cumplir
su voluntad. Deberá ser un contemplativo, para descubrirlo en
las personas y en los acontecimientos a la luz de la Palabra.
Esta iluminación permite al hermano leer la vida diaria des-
de el corazón de Dios y vivir cada momento como tiempo
de gracia y salvación.
La vida consagrada, como toda forma de vida cristiana,
es una búsqueda de la perfección en el amor.69 La vocación del
hermano y su compromiso de ser memoria para todos de
esta obligación es también motivo para un mayor esfuer-
zo.70 En esta búsqueda han de estar muy atentos al desgaste
de la vida fraterna en comunidad. Son muchos los factores
que tienden a destruirla si los hermanos no la construyen
diariamente y no reparan los daños o fricciones que se pro-
ducen. Parte de su proceso de conversión es volver continua-
mente a lo esencial, a su misión profética en la Iglesia: vivir la
69 Cf. ibíd., 30; 35.
70 Cf. ibíd., 39; 93.
47

6 Pages 51-60

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6.1 Page 51

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fraternidad como un don recibido de Dios, y construirla
con su ayuda y el compromiso de los hermanos, hacia den-
tro y hacia fuera de la comunidad.
III. La misión:
la fraternidad, don que entregamos
La vida como fraternidad con los pequeños: « Lo que
hicisteis a uno de estos mis pequeños hermanos » (Mt 25,40)
27. Dos imágenes evangélicas nos ilustran el sentido de la
misión del hermano. Una es la de Jesús compadecido de la
muchedumbre, « porque parecían ovejas sin pastor » (Mc 6,34).
Jesús les sacia ampliamente con el pan de su Palabra y, mo-
vido de la compasión, pide a sus discípulos que les repartan
también el pan de la vida natural: « Dadles vosotros de comer »
(Mc 6,37).
La otra imagen nos presenta también a Jesús, el Hijo del
hombre, pero esta vez su compasión se presenta como au-
téntica fraternidad con los más desfavorecidos, hasta iden-
tificarse con ellos. Su mandato se convierte en una solemne
advertencia: « Lo que hicisteis a uno de estos mis pequeños herma-
nos, a mí me lo hicisteis. ... Cuanto dejasteis de hacer en favor de los
más humildes, también a mí dejasteis de hacerlo » (Mt 25,40.45).
En todo el Evangelio es notoria la preocupación de Je-
sús por aliviar los sufrimientos y satisfacer las necesidades
48

6.2 Page 52

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de la gente, hasta el punto de identificarse Él mismo con
los más necesitados y advertir que solo los que les soco-
rren heredarán el Reino prometido. De la misma forma, el
encargo que reciben sus discípulos al ser enviados a evan-
gelizar, no se refiere solo al anuncio del mensaje espiritual
sino también a la liberación de cuanto oprime a la persona
y a su desarrollo humano,71 ya que « entre evangelización y
promoción humana -desarrollo, liberación- existen efecti-
vamente lazos muy fuertes ».72
A lo largo de toda su historia la Iglesia se ha tomado
muy en serio el mandato de Jesús: « Dadles vosotros de comer ».
Su acción evangelizadora ha ido sistemáticamente ligada a
la distribución del pan humano, en sus diversas formas: ali-
mento, salud, liberación, cultura, sentido de la vida, etc. De
manera especial, la historia de la vida consagrada relata este
esfuerzo que convierte en una realidad la Buena Noticia del
Reino.
La misión del hermano sigue este mismo movimiento
presentado por los dos iconos que acabamos de contem-
plar. De un lado, es el fruto de un corazón que se deja com-
padecer por las necesidades y las miserias de la humanidad;
siente en ellas la llamada de Cristo que le envía a calmar el
hambre en formas muy variadas; su carisma le hará espe-
cialmente sensible a alguna de ellas. Pero no es suficiente; el
hermano, cuya vocación última es identificarse con el Hijo
71 Cf. Mt 10,1; Mc 3,14-15; 6,12-13.
72Evangelii nuntiandi, 31.
49

6.3 Page 53

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del hombre, se siente impulsado a hacerse como él, herma-
no de los más pequeños. Y así es como el don de la fraterni-
dad que ha recibido y que vive en su comunidad, lo entrega
ahora en la misión. Es un don cuyos últimos destinatarios
son los pequeños hermanos con los que Cristo se ha identifi-
cado. La misión no es « lo que hace », sino su vida misma
hecha comunión con los pequeños: « para que el don no
humille al otro, no solamente debo darle algo mío, sino a mí
mismo; he de ser parte del don como persona ».73
Participando en el ministerio de Jesús, « el Buen Pastor »
28. « …Los religiosos hermanos desempeñan múltiples y
valiosos servicios dentro y fuera de la comunidad, partici-
pando así en la misión de proclamar el Evangelio y de dar
testimonio de él con la caridad en la vida de cada día. Efec-
tivamente, algunos de estos servicios se pueden considerar
ministerios eclesiales confiados por la legítima autoridad ».74
Los servicios « son todos una participación en el ministerio
de Jesucristo, el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas
(cf. Jn 10,11), el siervo humilde y totalmente sacrificado por
la salvación de todos (cf. Mc 10,45) ».75
La imagen del Buen Pastor, al igual que la imagen del
Maestro con la toalla ceñida y lavando los pies a sus discípulos,
73Deus caritas est, 34.
74Vita consecrata, 60.
75Christifideles laici, 21.3.
50

6.4 Page 54

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nos habla, no de poder, sino de servicio, de amor y de sacrificio
hasta dar la vida. Así ha de entender el hermano su servicio,
cualesquiera que sean las funciones concretas que tiene enco-
mendadas en complementariedad con sus hermanos.
Entre los servicios y ministerios desempeñados por los
hermanos, unos están más ligados a la vida interna de la
Iglesia, mientras que otros resaltan su carácter misionero.
Unos dependen de tareas más espirituales como el servi-
cio de la Palabra de Dios o la liturgia, otros manifiestan
más bien a la Iglesia preocupada por el bien material de los
hombres, como fuerza del Espíritu para la sanación y trans-
formación del mundo.
En cualquier caso, la misión del hermano no se redu-
ce a la actividad que realiza, aunque sea apostólica. Misión
es la obra de la evangelización en su sentido más global.
« Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación pro-
pia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para
evangelizar... ».76 Lo mismo ha de poder afirmarse de la vida
consagrada y, específicamente, de la del religioso hermano:
« En su llamada está incluida por tanto la tarea de dedicarse
totalmente a la misión. Antes que en las obras exteriores,
la misión se lleva a cabo en el hacer presente a Cristo en
el mundo mediante el testimonio personal. ¡Este es el reto,
este es el quehacer principal de la vida consagrada! La per-
sona consagrada está “en misión” en virtud de su misma
76Evangelii nuntiandi, 14.
51

6.5 Page 55

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consagración, manifestada según el proyecto del propio
Instituto ».77 En esta relación tan íntima entre misión y con-
sagración se fundamenta la unidad de vida del religioso, que
se compromete en la misión por su consagración y vive su
consagración en la misión.
Las actividades, incluso las más apostólicas, podrán va-
riar o desaparecer a causa de la enfermedad o la vejez, pero
siempre queda la misión. La obra de evangelización, vivida y
animada desde el carisma propio, es la razón de ser del her-
mano y lo que da sentido a su consagración religiosa. Como
Jesús, ha de poder decir: « Yo por ellos me consagro » (Jn 17,19).
No es, pues, una cuestión de tarea sino de identidad:
« Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este
mundo. Hay que reconocerse a sí mismo como marcado
a fuego por esa misión de iluminar, bendecir, vivificar, le-
vantar, sanar, liberar ».78 El ministro es la persona entera del
hermano: consagrado, hombre de comunidad, identificado
con la misión. Todo él asume el privilegio y la responsabi-
lidad de representar para la Iglesia al Buen Pastor que da la
vida por sus ovejas.
La misión que conduce a las fuentes: « Ven y verás »
29. La sed de espiritualidad aparece con fuerza en la socie-
dad actual, pero tiende a ahogarse en multitud de sucedá-
77Vita consecrata, 72.
78Evangelii gaudium, 273.
52

6.6 Page 56

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neos. Lo mismo que Felipe a Natanael, el hermano se apre-
sura a anunciar el hallazgo de la Persona que da respuesta
a los deseos más profundos del corazón humano; y ante la
incredulidad de su interlocutor ha de poder decir: « Ven y
verás » (cf. Jn 1,45-46). Es la misma invitación hecha por la
Samaritana a la gente de su pueblo, tras haber encontrado
la fuente de agua viva que le ofrece Jesús: « Venid a ver a un
hombre que me ha adivinado todo lo que he hecho. ¿Será acaso este el
Mesías? » (Jn 4,29).
Los hermanos se ofrecen como guías en la búsqueda
de Dios,79 conscientes de sus propias incoherencias, pero
capaces de acompañar a sus contemporáneos en su itinera-
rio de fe. A nivel comunitario los hermanos planifican sus
comunidades para que sean escuelas de auténtica espiritualidad
evangélica,80 y las ofrecen como lugares privilegiados donde se ex-
perimentan los caminos que conducen hacia Dios.81 Están llamados,
pues, como comunidad, a convocar a la oración, a compar-
tir la búsqueda y la experiencia de Dios, a facilitar la lectura
comprensiva de la Escritura y a profundizar el diálogo entre
la fe y la cultura...
Las comunidades contemplativas concentran su misión
en este mostrar las fuentes. Estas comunidades son un signo
poderoso que interroga a nuestra sociedad alejada de Dios.
Son lugares de encuentro para jóvenes y adultos en búsque-
79Vita consecrata, 103.
80Ibíd., 93.
81Vida fraterna en comunidad, 20.
53

6.7 Page 57

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da del sentido profundo de sus vidas. No es casual el fenó-
meno del despertar espiritual y de atracción de jóvenes por
comunidades orantes de tipo ecuménico como la de Taizé
u otras comunidades monacales y conventuales católicas,
tanto de hombres como de mujeres.
Todos los hermanos, cualquiera que sea su misión es-
pecífica, han de preocuparse por ser testigos de la esperanza
que llevan dentro, según nos invita San Pedro (1 Pe 3,15).
Están llamados a dar un rostro a la esperanza, haciéndose
presentes en las situaciones de dolor y de miseria, mani-
festando que la ternura de Dios no tiene fronteras, que la
resurrección de Jesús es prenda de victoria, que el Dios de
la Vida tendrá la última palabra sobre el dolor y la muerte,
que en el último día Dios secará todas las lágrimas (Ap 7,17)
y viviremos como hermanos y hermanas.
Misión de fraternidad, buscando al hermano perdido
30. Los carismas de los Institutos de Hermanos respon-
den frecuentemente a esta invitación de Jesús: « Crucemos a la
otra orilla » (Mc 4,35). El relato evangélico que nos transmite
Marcos (Mc 4,35-5,20) nos muestra a Jesús y sus discípulos
adentrándose en tierras paganas para anunciar el mensaje del
Reino. Revela una situación típica de la vida eclesial: fren-
te a la tentación de recluirse en su propio espacio, la Iglesia
está urgida por su Maestro a desbordar toda frontera. Nada
humano le es ajeno, y cualquier situación humana será siem-
pre un escenario potencial para la Iglesia, un lugar apropiado
para el anuncio de la Buena Nueva del Reino.
54

6.8 Page 58

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La búsqueda del alejado, del extraño, del extraviado, del
que tiene otra cultura,… es una preocupación fuerte en los
orígenes de la Iglesia y se repite como un eco potente en
el comienzo de los Institutos religiosos. En los Hechos de
los Apóstoles la expresión « los confines del mundo » indica el
lugar adonde han de dirigirse los discípulos de Jesús en su
anuncio del Evangelio: « Seréis mis testigos... hasta los confines del
mundo » (Hch 1,8). Los religiosos hermanos, animados por
sus carismas, aceptan esta invitación.
¿Dónde están hoy los confines? Ya no coinciden tanto con
los lugares alejados sino con las situaciones marginales, las
periferias de nuestro mundo. Los confines están hoy en los
países empobrecidos, en los pueblos en vías de desarrollo y
también en las zonas deprimidas de los países desarrollados.
Los confines coinciden con la realidad dramática que viven
hoy tantos hombres y mujeres, en un contexto marcado por
el empobrecimiento, la migración, el hambre, la injusticia,
la indiferencia y la falta de sensibilidad ante el dolor ajeno,
la superficialidad, la pérdida de valores religiosos y huma-
nos… La vocación de hermano, vivida con autenticidad y
encarnada en esta realidad, adquiere un gran sentido.
La tensión hacia los confines se traduce en una opción pre-
ferencial por los pobres, por quienes se encuentran en una
situación de necesidad urgente.82 A dicha opción están obli-
gados todos los discípulos de Cristo, pues pertenece a la
82 Cf. Vita consecrata, 82; cf. Evangelii gaudium, 197-201.
55

6.9 Page 59

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esencia del Evangelio.83 En efecto, ése es el signo que da Je-
sús cuando le preguntan si Él es el esperado (cf. Mt 11,2-6).
Las personas consagradas, que han hecho profesión pública
de conformarse con Jesús, están llamadas a ser coherentes con
su compromiso de vivir siempre por los pobres y, en la me-
dida en que su carisma lo exija, con los pobres o como los
pobres.
El evangelio de Lucas ofrece al religioso hermano un
icono en el que « mirarse » para dejarse confrontar por él en
su búsqueda del hermano alejado. Se trata del Buen Sama-
ritano (Lc 10,30-37). El hombre compasivo de Samaria, que
se hace prójimo y hermano del que está caído, es signo del
amor misericordioso del Padre.
Signo de un Reino que busca la salvación integral de
la persona
31. Muchos religiosos hermanos realizan su misión ejer-
ciendo una profesión secular, sea el servicio de la salud, la
educación, la asistencia a inmigrantes, el acompañamiento
de niños y adolescentes en situación de riesgo, etc. Testimo-
nian así que el compromiso por el Reino implica también el
esfuerzo por construir, en el aquí y ahora, un mundo más
humano y habitable, y que el amor de Cristo va unido al
amor a la humanidad, en especial a sus miembros más débi-
les y necesitados. Hoy más que nunca el mundo necesita de
consagrados que, desde el corazón mismo de las realidades
83  Cf. Evangelii gaudium, 48-49.
56

6.10 Page 60

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seculares y de la vida humana, testimonien que conocen y
aman al Dios de la vida.
Hemos de referirnos aquí, en primer lugar, al trabajo
manual que realizan muchos hermanos. Los monjes herma-
nos, especialmente en los monasterios benedictinos, tuvie-
ron un papel decisivo en Occidente, en la restauración de la
dignidad y el valor positivo del trabajo manual, que aún hoy
en algunas culturas se considera como propio de personas
de rango inferior. Con el trabajo manual los religiosos her-
manos testimonian el excelso valor del trabajo mediante el
cual el hombre colabora con Dios en el perfeccionamiento
de la obra maravillosa de la creación, se hace próximo a sus
hermanos más sencillos y se identifica con Jesús, hermano
y obrero.
Los Institutos de Hermanos cuya misión está asociada a
la promoción social y al ejercicio de los derechos humanos
en los diversos campos de la marginación, de la fragilidad
humana o de la maduración de la persona, ofrecen el signo
profético de un Reino que busca la salvación integral de
cada ser humano. Su inserción en esas tareas y ambientes es
preferentemente comunitaria. Aportan así el testimonio de
una comunidad fraterna cuya cohesión se fundamenta en
Aquel que les ha llamado y enviado. Incluso cuando, por la
edad u otras circunstancias, los hermanos no pueden impli-
carse en tareas profesionales, la presencia de la comunidad
consagrada en ese contexto es una señal que muestra el ca-
mino y apunta hacia un horizonte revelador de sentido.
57

7 Pages 61-70

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7.1 Page 61

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El Reino de Dios está siempre entre nosotros, se cons-
truye aquí; y siempre está más allá, porque supera cualquier
realización humana; es la obra del Espíritu. Esa tensión es-
catológica queda personalizada y representada en la con-
sagración y en la persona del hermano, y se hace visible
especialmente en la comunidad de los hermanos.

7.2 Page 62

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3.
SER HERMANOS HOY:
UN RELATO DE GRACIA
« ¡Permaneced en mi amor! »
(Jn 15,9)
Un relato que sea historia de salvación
32. ¿Cómo pueden los hermanos ser hoy un rostro reco-
nocible de la alianza, en continuidad con el ministerio del
Siervo de Yahvé (cf. Is 42,6), y en fidelidad a la vocación
profética recibida del Señor? ¿Cómo pueden seguir siendo
memoria viva e interpelante para toda la Iglesia, del Jesús
que sirve, lava los pies y ama hasta dar la vida? ¿Podrán
sentir y valorar su mensaje, el que la Iglesia espera y necesita
de ellos, el mensaje de la fraternidad? En definitiva, ¿qué
implica ser hermanos hoy?
La respuesta a estas preguntas no es fácil ni simple, de-
bido a las diferencias entre los múltiples Institutos religio-
sos y a la diversa situación de la vida religiosa en los distin-
tos continentes.
La vida consagrada ha sido siempre un relato de gracia
en la Iglesia y para el mundo: « un don de Dios Padre a su
Iglesia por medio del Espíritu », que orienta la mirada de los
fieles « hacia el misterio del Reino de Dios que ya actúa en
la historia, pero espera su plena realización en el cielo ».84
84Vita consecrata, 1.
59

7.3 Page 63

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La vida de los hermanos es un relato, una historia de salvación
para sus contemporáneos, y entre ellos, especialmente para
los más pobres. « La belleza misma del Evangelio no siem-
pre puede ser adecuadamente manifestada por nosotros,
pero hay un signo que no debe faltar jamás: la opción por
los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y des-
echa ».85 Lo propio de los hermanos es preocuparse por ser
don de Dios Padre para aquellos a los que son enviados. Son
transmisores del amor que pasa del Padre al Hijo y del Hijo
a sus hermanos: « Como el Padre me ha amado, así os he amado
yo. Permaneced en mi amor » (Jn 15,9). La permanencia que se les
pide tiene un dinamismo activo, el del amor.
¿Quién es mi hermano?
33. La pregunta sobre qué significa ser hermano hoy supone
la siguiente: ¿Quién es mi hermano? Y la parábola del Buen
Samaritano nos remite a esta otra: ¿Para quién, o de quién,
nos hacemos hermanos? La respuesta para los religiosos her-
manos es clara: preferentemente, aquellos que más necesi-
tan su solidaridad y que les vienen señalados por su carisma
fundacional.
Para dar vitalidad y realismo al relato los hermanos están
llamados a dejarse inspirar por una serie de iconos bíblicos,
fundacionales y contemporáneos, que mejor pueden abrir
su vida cotidiana al misterio de amor y alianza revelado por
el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
85Evangelii gaudium, 195.
60

7.4 Page 64

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Los dos primeros capítulos de esta reflexión están salpi-
cados de iconos bíblicos, desde Moisés ante la zarza ardien-
do y el Siervo de Yahvé, « alianza del pueblo », hasta Pablo
caído en el camino de Damasco. Jesús es el icono central,
que nos invita a ser memoria de su amor. El conjunto de
esos iconos nos presenta el gran relato de la historia de sal-
vación en la que los hermanos están llamados a actuar coo-
perando así en la obra salvadora de Dios.
Esos iconos bíblicos han de unirse, por una parte, a los
iconos del período fundacional del propio Instituto, que
recuerdan a los hermanos el fuego inicial que necesitan re-
cuperar. Y por otra, a los iconos que transmiten hoy la voz
del Espíritu: rostros de hermanos que en tiempos recientes
han dado su vida, incluso hasta el martirio, en lugares de
conflicto social o religioso; y también rostros de niños, jó-
venes, adultos y ancianos que hoy viven dignamente gracias
al apoyo y a la presencia cercana de los religiosos hermanos.
Hay muchos más rostros, que esperan aún que el Buen
Samaritano se acerque a ellos para hacerse hermano suyo
y darles vida. Con sus miradas reclaman al hermano los
dones que él ha recibido como mediador y cuyos últimos
destinatarios son ellos. Están invitando a los religiosos her-
manos hoy, sea cual sea su edad, a componer un relato de
gracia viviendo la pasión por Cristo y por la humanidad. La
preocupación por la propia supervivencia, para que el relato
de salvación se siga escribiendo, es justa. Pero mucho más
procedente es el deseo de dar la vida, de enterrarse como
el grano de trigo, sabiendo que Dios hará que produzca el
ciento por uno en la forma que Él juzgue oportuno.
61

7.5 Page 65

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Establecer los fundamentos: la formación inicial
34. La historia del hermano hoy empieza a fundamentarse
desde la formación inicial: en ella el candidato a este estilo
de vida toma conciencia de la experiencia del Siervo: « El
Señor me llamó desde el seno materno, desde las entrañas de mi madre
pronunció mi nombre. … Yo soy valioso para el señor, y en Dios se
halla mi fuerza » (Is 49,1.5). Enraizado así en la iniciativa libre
de Dios y en la experiencia personal de su amor gratuito,86
el joven formando va creciendo en el sentimiento de perte-
nencia al Pueblo de Dios, dentro del cual y para el cual ha
sido elegido.
Un estudio adecuado de la eclesiología de comunión le
ayudará a relacionarse con las personas que siguen las diversas
formas de vida en las que se articula la vida eclesial;87 asimis-
mo le animará a sentirse hermano con todos los hermanos
y hermanas que forman el Pueblo de Dios. Podrá también
descubrir y valorar sus propios dones, no como algo que le
separa o eleva por encima de los demás, sino como la capaci-
dad que ha recibido de aportar algo particular al crecimiento
del Cuerpo de Cristo y a su misión en el mundo.
« Todos en la Iglesia son consagrados en el Bautismo
y en la Confirmación ».88 Profundizando en este cimiento
común y leyéndolo desde la perspectiva propia del carisma
fundacional, se llega a encontrar el sentido de la consagra-
86  Cf. Vita consecrata, 17.
87  Cf. ibíd., 31.
88Ibíd.
62

7.6 Page 66

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ción del religioso hermano. La intuición teológica carismáti-
ca que fundamenta su vocación ha de tenerse muy presente
en la formación inicial. Dicha intuición revela una forma
específica de vivir el evangelio mediante una consagración
especial enraizada en la consagración bautismal y al servicio
de una misión peculiar.
Alimentar la esperanza: la formación permanente
35. Los hermanos viven su vocación en el mundo de hoy
de forma diversa: unos con cierto desencanto y frustración,
otros con fidelidad, paz, alegría y esperanza. La formación
permanente se hace necesaria para estimular a unos, para
mantener a otros y para dar a todos la posibilidad de vivir
el presente como tiempo de gracia y de salvación (cf. 2 Cor 6,2).
Hoy, más que nunca, es una exigencia intrínseca de la consagra-
ción religiosa89 y ha de ser programada en cada Instituto, en
un proyecto lo más preciso y sistemático posible.
La formación permanente de los hermanos se orienta
a que puedan revivir en nuestro tiempo el itinerario de los
fundadores; a que descubran y apliquen en el presente el di-
namismo que les movió a poner en marcha un proyecto de
evangelización; a que relean el carisma fundacional a la luz
de los desafíos y posibilidades actuales, lo descubran como
raíz y profecía y se dejen inspirar por él para dar respuesta a
los problemas del presente.
89Ibíd., 69.
63

7.7 Page 67

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El objetivo de la formación permanente es dar claves
para vivir la vida consagrada en el mundo y en la Iglesia de
hoy, y proporcionar los criterios que orienten la presencia
de los hermanos en el campo de la misión. Dicha forma-
ción les ha de llevar a apropiarse de valores que acompañen
su acción. Debe plantearse como un proceso de discerni-
miento comunitario para producir el cambio de toda la co-
munidad y no solo de los individuos aislados.
En lo posible, la formación ha de ser compartida, no
solo con los miembros del propio Instituto sino con per-
sonas de otros estados de vida que participan del mismo
carisma. Será también muy provechoso plantear una buena
parte de ella en coordinación con otras familias carismáticas
más o menos afines, sin descuidar por ello los rasgos pecu-
liares de cada vocación.
Recuperar los maestros de vida y esperanza
36. Un caso particular es la formación permanente de los
hermanos mayores, miembros activos en la construcción
del relato común de salvación. Muchos de los religiosos
hermanos desarrollan su misión en el ejercicio de profe-
siones seculares como la educación o la sanidad. Se nece-
sita una mentalización previa para evitar que, de hecho, la
jubilación laboral conlleve la jubilación religiosa. No existe
jubilación en la misión evangelizadora, simplemente se par-
ticipa en ella de diversas formas. Una, y muy importante, es
la de apoyar la misión común con la oración y el sacrificio;
64

7.8 Page 68

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otra forma son los pequeños servicios que se pueden ofre-
cer de acuerdo con su salud; y también, siendo testigos y
protagonistas de la gratuidad.
La aportación que se espera de las personas mayores
no es tanto la realización de tareas concretas sino princi-
palmente el saber estar en medio de la comunidad como
maestros de vida y esperanza, dispuestos a acompañar el camino
y el cansancio de los que están más implicados en las tareas
externas de la misión. De esta forma cooperan a que la co-
munidad de servicio sea para el conjunto de la sociedad el
signo profético90 de fe, amor y esperanza que esta necesita.
Profetas para nuestro tiempo
37. Cada tiempo necesita sus profetas. Nos hemos referido
ya a diversos servicios proféticos que los religiosos herma-
nos ofrecen a la sociedad y a la Iglesia de hoy para contri-
buir a una mayor humanización de la sociedad y responder
a su búsqueda de espiritualidad. Señalamos algunos otros
que el momento actual de cambio social está requiriendo
y que son una interpelación para los religiosos hermanos:
–– La profecía de la hospitalidad como apertura y aco-
gida al otro, al extranjero, al de religión, raza o cultura dife-
rentes. Es un elemento esencial de la convivencia humana
frente a la intolerancia, la exclusión y la falta de diálogo.
90 Cf. ibíd., 85.
65

7.9 Page 69

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–– La profecía del sentido de la vida. El servicio del
diálogo y la escucha gratuita, a los que muchos religiosos
y religiosas dedican gran parte de su tiempo, es una ayuda
para el descubrimiento de lo esencial, frente al vacío exi-
stente en la sociedad del bienestar.
–– La profecía de la afirmación de los valores femeninos
en la historia de la humanidad. Las religiosas tienen aquí el
papel principal de aportar la visión femenina de la vida y abrir
así nuevos horizontes a la tarea evangelizadora en general.
Los religiosos hermanos contribuyen a ahondar esta línea
profética con su apoyo fraterno y su valoración de la presen-
cia femenina, de religiosas y laicas, en la evangelización.
–– La profecía del cuidado y defensa de la vida, de la
integridad de la creación. Hay religiosas y religiosos que ar-
riesgan su vida en la denuncia de prácticas y políticas que
atentan contra la vida humana y su hábitat. Otros dedican
gran parte de su tiempo y energías a trabajos manuales de
conservación de la naturaleza. Con su consagración, unos y
otros señalan, de diversa forma, el sentido y valor espiritual
de esta misión, de conservar nuestro mundo para las nuevas
generaciones.
–– La profecía del sabio uso de las nuevas tecnologías
para ponerlas al servicio de la comunicación, para democra-
tizar la información, para que se busque el beneficio de los
más desafortunados, y para hacer de ellas un instrumento
útil en la tarea evangelizadora.
66

7.10 Page 70

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En familia: un nuevo modo de ser Iglesia
38. Los religiosos hermanos viven hoy frecuentemente su
vocación integrados en familias carismáticas. Muchas de
ellas vienen de antiguo, pero han sido profundamente re-
novadas, al tiempo que aparecen otras nuevas como fruto
de la eclesiología de comunión impulsada por el Concilio
Vaticano II. Ellas señalan una nueva manera de vivir y cons-
truir la Iglesia, un modo nuevo de compartir la misión y de
poner en común los diversos dones que el Espíritu reparte
entre los fieles. Representan « un nuevo capítulo, rico de es-
peranzas, en la historia de las relaciones entre las personas
consagradas y el laicado ».91
Los carismas fundacionales nacidos con las Órdenes y
Congregaciones religiosas, se despliegan hoy como ríos que
riegan la faz de la Iglesia y se extienden más allá de ella. A
sus orillas llegan fieles de diversos estados y proyectos de
vida, para beber en sus aguas y participar en la misión de la
Iglesia desde la inspiración y el vigor, siempre renovado, de
dichos carismas.92
Laicos y laicas, religiosos, religiosas y sacerdotes se unen
en una familia carismática para revivir juntos el carisma que
ha dado origen a esta familia, para encarnar juntos el rostro
evangélico que revela dicho carisma y servir juntos a la misma
misión eclesial, que ya no es solo misión de un Instituto par-
ticular.
91Ibíd., 54.
92 Cf. Caminar desde Cristo, 31
67

8 Pages 71-80

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8.1 Page 71

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El religioso hermano encuentra en su familia carismática
un entorno propicio para el desarrollo de su identidad. En
dicho entorno los hermanos comparten la experiencia de la
comunión y promueven la espiritualidad de la comunión, como
verdadera sangre que da vida a los miembros de la familia
y desde ella se extiende a toda la Iglesia.93 En la familia ca-
rismática los religiosos hermanos se sitúan junto a los otros
cristianos y en función de ellos. Con ellos son hermanos que
construyen una fraternidad para la misión, animada por el
carisma fundacional; para ellos son signos de esa misma frater-
nidad que están llamados a vivir en la vida consagrada.
El vino nuevo, en odres nuevos
39. El vino nuevo necesita odres nuevos. Es responsabili-
dad de toda la Iglesia el favorecer que ese vino nuevo, no
solo no se pierda, sino que pueda ganar en calidad.
–– Los Institutos de Hermanos están urgidos a desarrol-
lar nuevas estructuras y planes de formación inicial y per-
manente que ayuden a los nuevos candidatos y a los actuales
miembros a redescubrir y valorar su identidad en el nuevo
contexto eclesial y social.
–– Los Institutos llamados « mixtos »94 a los que se refiere
la Exhortación Apostólica Vita Consecrata, formados por
93 Cf. Vita consecrata, 51.
94Ibíd., 61.
68

8.2 Page 72

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religiosos presbíteros y hermanos, están invitados a seguir
avanzando en su propósito de establecer entre todos sus
miembros un orden de relaciones basado en la igual digni-
dad, sin más diferencias que las derivadas de la diversidad
de sus ministerios. Con el fin de favorecer este progreso,
esperamos se resuelva con determinación y en un lapso de
tiempo oportuno la cuestión acerca de la jurisdicción de los
hermanos en dichos institutos.
–– La teología de la vida consagrada está llamada a de-
sarrollar una reflexión en profundidad, especialmente por
los propios Institutos de Hermanos, sobre la vida religiosa
de estos. Dicha reflexión se inspirará en la eclesiología y
espiritualidad de comunión, fundamento del estilo de vida
religiosa que se ha desarrollado en la Iglesia en los últimos
siglos bajo la forma de fraternidades de servicio.
–– Los superiores y órganos de gobierno de los Insti-
tutos han de reforzar su atención para descubrir los indi-
cios de vida nueva, para promoverla y acompañarla, y para
detectar las manifestaciones del carisma fundacional en las
nuevas relaciones características de la Iglesia-Comunión.
–– Los pastores y la jerarquía de la Iglesia están invita-
dos a favorecer el conocimiento y la valoración del religioso
hermano en las Iglesias locales, lo que se traduce en pro-
mover esta vocación, especialmente en la pastoral juvenil, y
en facilitar que los religiosos hermanos y las religiosas par-
ticipen activamente en los órganos de consulta, decisión y
actuación de la Iglesia local.
69

8.3 Page 73

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El hilo del relato: « ¡Permaneced en mi amor! »
40. Concluimos esta reflexión sobre la identidad y misión
del religioso hermano, recordando el encargo del Maestro:
« Permaneced en mi amor » (Jn 15,9). Los hermanos necesitan
tenerlo bien presente mientras se entregan con ardor a ser
hermanos hoy: « ¡No perdamos el hilo del relato! ». Este hilo
que va tejiendo su vida es la experiencia de sentirse envia-
dos como signos de la ternura maternal de Dios y del amor
fraterno de Cristo; es el hilo que da unidad a todas sus ac-
ciones y acontecimientos para constituirlos en historia de
salvación. Cuando se pierde ese hilo, la vida se fragmenta en
anécdotas que ya no remiten a Dios ni a su Reino sino que
se convierten en autorreferentes.
En su afán por responder a las necesidades de la misión,
los hermanos pueden ser acosados por la tentación del ac-
tivismo, pues es mucho el pan que hay que preparar para
los comensales. El activismo les vacía rápidamente de las
motivaciones evangélicas y les impide contemplar la obra
de Dios que se realiza en su acción apostólica. Dejándose
llevar por él, terminan sustituyendo la búsqueda de Dios y
su voluntad por la búsqueda de sí mismos.
Es provechosa la contemplación del icono que repre-
senta a Marta y María, visitadas por Jesús en su casa (Lc
10,38-42). Las dos hermanas viven en tensión recíproca. Se
necesitan mutuamente, pero la convivencia no siempre es
fácil. No cabe separarlas, si bien en cada momento puede
predominar una u otra. Pero una de ellas está especialmente
70

8.4 Page 74

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atenta al sentido y profundidad de la vida que le aporta la
palabra de Jesús: María eligió « la mejor parte », mientras Mar-
ta « andaba afanosa en los muchos quehaceres ».
El evangelista Lucas nos narra la escena de las dos her-
manas, justamente a continuación de la del Buen Samarita-
no (Lc 10,30-37), el hombre que se hizo hermano de quien
le necesitaba. Ambos iconos, pues, se complementan en el
mensaje y recuerdan al religioso hermano la clave esencial
de su identidad profética, la que le asegura la permanencia en
el amor de Cristo: el hermano está llamado a ser un transmisor
en la cadena de amor y alianza que viene del Padre por Jesús
y que él ha experimentado en su persona. Mientras realiza
esa función, y para no olvidarse de que es solo un instru-
mento movido por el Espíritu en la obra de Dios, habrá de
recordar siempre la palabra de Jesús: « Sin mí no podéis hacer
nada » (Jn 15,5).
Vaticano, 4 de octubre de 2015.
Fiesta de San Francisco de Asís.
João Braz, Card. de Aviz
Prefecto
X José Rodríguez Carballo, ofm
Arzobispo Secretario
71

8.5 Page 75

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8.6 Page 76

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ÍNDICE
Introducción
1.  Hermano . . . . . . . . . . . . . . 3
2.  Los destinatarios. . . . . . . . . . . . 5
3.  Un marco para nuestra reflexión . . . . . . . 5
4.  Plan del documento. . . . . . . . . . . 6
1.
Los religiosos hermanos en la iglesia-comunión
« Te he elegido como alianza del pueblo » (Is 42,6)
5.  Un rostro para la alianza. . . . . . . . .
9
6.  En comunión con el Pueblo de Dios . . . . . 10
7.  Una memoria viva para la conciencia eclesial . . . 12
8.  Redescubriendo el tesoro común. . . . . . . 14
9.  Un proyecto renovado. . . . . . . . . . 15
10.  Desarrollando el tesoro común . . . . . . . 17
11.  Hermano: una experiencia cristiana de los orígenes. 19
2.
La identidad del religioso hermano
Un misterio de comunión para la misión
12.  Memoria del amor de Cristo: « Lo mismo debéis hacer
vosotros... » (Jn 13,14-15). . . . . . . . . 23
73

8.7 Page 77

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I.
El misterio: la fraternidad, don que recibimos
13.  Testigo y mediador: « Hemos creído en el amor de Dios ». 25
14.  Consagrado por el Espíritu. . . . . . . . . 27
15.  Compromiso público: hacer hoy visible el rostro de
Jesús-hermano. . . . . . . . . . . . 29
16.  Ejercicio del sacerdocio bautismal. . . . . . 30
17.  Semejante en todo a sus hermanos. . . . . . 31
18.  La profesión: una consagración única, expresada en
votos diversos . . . . . . . . . . . . 33
19.  Una espiritualidad encarnada y unificadora. . . . 35
20.  Una espiritualidad de la Palabra para vivir el Misterio
« en casa », con María. . . . . . . . . . 37
II.
La comunión: la fraternidad, don que compartimos
21.  Del don que recibimos, al don que compartimos:
« Que sean uno para que el mundo crea » (Jn 17,21) . . 38
22.  Comunidad que desarrolla el sacerdocio bautismal. 40
23.  Fraternidad ministerial: « Fuente y fruto de la misión ». 41
24.  Comunión fraterna y vida en común. . . . . . 43
25.  Fraternidad y consejos evangélicos: un signo contra
corriente. . . . . . . . . . . . . . 45
26.  Comunidad en búsqueda . . . . . . . . . 46
III.  La misión: la fraternidad, don que entregamos
27.  La vida como fraternidad con los pequeños: « Lo que
hicisteis a uno de estos mis pequeños hermanos » (Mt 25,40). 48
74

8.8 Page 78

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28.  Participando en el ministerio de Jesús, « el Buen Pastor ». 50
29.  La misión que conduce a las fuentes: « Ven y verás » . 52
30.  Misión de fraternidad, buscando al hermano perdido 54
31.  Signo de un Reino que busca la salvación integral de
la persona. . . . . . . . . . . . . 56
3.
Ser hermanos hoy: un relato de gracia
« ¡Permaneced en mi amor! » (Jn 15,9)
32.  Un relato que sea historia de salvación . . . . . 59
33.  ¿Quién es mi hermano?. . . . . . . . . . 60
34.  Establecer los fundamentos: la formación inicial . . 62
35.  Alimentar la esperanza: la formación permanente. . 63
36.  Recuperar los maestros de vida y esperanza . . . 64
37.  Profetas para nuestro tiempo. . . . . . . . 65
38.  En familia: un nuevo modo de ser Iglesia. . . . 67
39.  El vino nuevo, en odres nuevos. . . . . . . 68
40.  El hilo del relato: « ¡Permaneced en mi amor! ». . . 70
75

8.9 Page 79

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TIPOGRAFÍA VATICANA

8.10 Page 80

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9 Pages 81-90

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9.1 Page 81

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