Salesiana y sorteando las dificultades. Los primeros salesianos se formaron en este espíritu y
podemos decir que hoy urge actualizar esta característica suya también en el campo formativo.
En sociedades como las actuales, con cambios tan rápidos y profundos, el salesiano deberá ser
capaz de estar abierto a tales cambios y superar la resistencia natural que se sienten ante lo
novedoso, lo desconocido; deberá habituarse a buscar soluciones nuevas cuando sean necesarias, sin
quedarse en el ‘siempre se ha hecho así’; deberá estar dispuesto a aprender lo nuevo y afrontarlo,
abierto al diálogo para distinguir entre lo permanente y lo mutable; y deberá ser capaz, en fin, de
vivir como religioso en estos contextos.
Puesto que la Congregación ya lo ha expresado en momentos diversos, no puede resultar extraño
pensar que las estructuras de la formación deben adaptarse a las necesidades de los tiempos, lugares
y personas; y, por eso mismo, deben ser plurales, descentralizadas, flexibles y funcionales. El joven
salesiano ha de formarse en contacto con la realidad del ambiente en que vive: las familias, los
jóvenes de su edad, la vida salesiana real con sus actividades apostólicas; ha de formarse, como
hacen tantas personas, contando con su esfuerzo, sacrificio, sobriedad, austeridad, lejos de cualquier
status de privilegio o de élite. Ello nos debe hacer pensar siempre con flexibilidad acerca de la
formación del salesiano en el mundo de hoy para los jóvenes de hoy.
La formación habría de llevarnos a asimilar los rasgos propios de la personalidad del salesiano
con un estilo de vida espiritual18, centrado en Dios como Padre y en Cristo Salvador, basado en una
fe concreta que ayuda a leer la presencia de Dios en lo cotidiano, en la historia y los
acontecimientos humanos. El espíritu ha de ser el de la caridad inspirada en la dulzura de san
Francisco de Sales, como quiso Don Bosco. Con Don Bosco como modelo, el salesiano, sostenido
por una sencilla piedad eucarística y mariana, debe distinguirse por una esperanza que es fuente de
optimismo y alegría aún en las dificultades.
Como hijo de Don Bosco, el salesiano debería caracterizarse por un equilibrio personal y por
unas relaciones humanas llenas de jovialidad, sinceridad, comprensión, capacidad de amistad y de
afecto verdadero y maduro. Todo esto es enriquecido por el estilo de relaciones fraternas y
educativas propias del espíritu de familia que nos distingue como salesianos.
Naturalmente este camino no se puede llevar a cabo sin las mediaciones. Estas son diversas. Hay
que encontrar los primeros acompañantes para iniciar el camino. Pensando en el salesiano de hoy,
se necesita, cada vez con más urgencia, un verdadero discernimiento y acompañamiento19. Será
importante el papel de la comunidad, los seglares de la CEP, los miembros de la Familia Salesiana y
los hermanos de la propia Inspectoría, pero ante todo, especialmente en los primeros años, la
eficacia de toda renovación formativa dependerá en gran medida del clima que hemos descrito, de
un verdadero discernimiento, de un acompañamiento continuado, y de la capacidad de los
formadores. Estos han de ser muy conscientes de que la formación de los hermanos también estará
influenciada por su modo de pensar y obrar. Por eso, necesariamente, hemos de seguir
planteándonos siempre cómo conseguir los mejores equipos de formadores, que sean equipos
estables, no improvisados, que se van preparando para este ministerio. Formadores con
personalidades diversas y complementarias, pero muy sólidos en su ser salesianos.
Sabemos también, y este es sin duda un gran desafío en toda la Congregación, que la formación
debe ser el resultado de la acción acorde de todos los hermanos: de las comunidades formativas de
18 Cf. Const. 11, 12; Cf. CGE, 667; Cf. CG25, 191; Cf. CG27, 67.3.
19 Cf. Sínodo de los Obipos: Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional, Vaticano 2017, capítulos II y III.
Cf. CGE, 673, 678; Cf. CG23, 155, 250, 252.
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