ACG431_Vivir_el_sacerdocio


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2.  ORIENTACIONES Y DIRECTRICES
2.1. VIVIR EL SACERDOCIO COMO SALESIANOS
Ivo COELHO,
Consejero General para la Formación
Después de haber dedicado una carta a reflexionar sobre la vocación
del salesiano laico —«Una renovada atención al Salesiano Coadjutor» (ACG
424)— resulta necesario concentrar la mirada sobre la vocación del sale-
siano sacerdote.
No se puede olvidar que el primer objetivo a lograr en la sección de
formación del proyecto del Rector Mayor y su Consejo para el período
2014-2020 es «Promover en la Congregación una mejor comprensión de
la vocación consagrada salesiana en sus dos formas», «profundizando en
los temas como la vida consagrada, el salesiano presbítero y el Salesiano
coadjutor» (ACG 419, 50). Es esta una respuesta a la invitación del CG 27
a explorar en profundidad nuestra identidad carismática, a crecer en el
conocimiento de nuestra vocación y a vivir fielmente el proyecto apostólico
de Don Bosco, focalizando la atención sobre cuatro áreas temáticas: «Vivir
en la gracia de unidad y en la alegría de nuestra vocación consagrada
salesiana, que es don de Dios y proyecto personal de vida; hacer una
fuerte experiencia espiritual, asumiendo el modo de ser y actuar de Jesús
obediente, pobre y casto, y llegando a ser buscadores de Dios; construir
la fraternidad en nuestras comunidades de vida y de acción; dedicarse
generosamente a la misión, caminando con los jóvenes para dar esperanza
al mundo» (CG 27 p.90). Ya el CG 26 pidió a los salesianos «dar prioridad
y visibilidad a la unidad de la consagración apostólica, realizándola en
sus dos formas diversas» y de «profundizar en la originalidad salesiana del
ministerio ordenado y promover mayormente la vocación del Salesiano
coadjutor» (CG 26, 55).
Presentamos estas reflexiones y orientaciones sobre el salesiano sacer-
dote cuando estamos próximos al inicio del CG 28, con la esperanza que
sirvan como aportación para la reflexión que nace de la gran pregunta

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ACTAS DEL CONSEJO GENERAL, núm. 431
que nos hemos puesto y que está en el centro del Capítulo mismo: «¿Qué
salesianos para los jóvenes de hoy?».
1. Algunas consideraciones generales
Nuestra vocación consagrada salesiana es un don
El primer paso está en reconocer que nuestra vocación es un don de
Dios. Don Juan Vecchi, octavo sucesor de Don Bosco, nos recordó que la
categoría del «don» es fundamental para comprender la verdadera natu-
raleza de la vida consagrada. Es, de hecho, un término muy frecuente en
Vita Consecrata «referido a la totalidad de la Vida Consagrada, a cada una
de sus manifestaciones históricas o carismáticas, a muchos de sus com-
ponentes o aspectos particulares: los votos, la comunidad, el servicio de
la caridad. Un don recibido y un don ofrecido» (ACG 357 8). Los muchos
santos que han vivido su consagración religiosa como sacerdotes y que
han sido sacerdotes fundadores de familias religiosas, son ellos mismos
dones maravillosos para la Iglesia: Basilio, Benito, Domingo, Ignacio de
Loyola, Francisco Javier, Juan de la Cruz, José Vaz, Francisco de Sales, Vi-
cente de Paul, Don Bosco, José Benito Cottolengo, solo por citar algunos.
En nuestro tiempo, somos bendecidos con el Papa Francisco, que lleva en
la Iglesia el don de su sacerdocio vivido como religioso.
Nuestra vocación consagrada salesiana es un don de Dios para noso-
tros, para los jóvenes, para la Iglesia, para el mundo y estamos llamados a
serlo profundamente agradecidos y a alegrarnos de su belleza.
La consagración religiosa
es nuestra fundamental identidad en la Iglesia
Nuestra consagración religiosa es nuestra identidad fundamental en
la Iglesia. El derecho canónico ilustra la naturaleza del pueblo de Dios,
constituido por los fieles laicos, por los ministros ordenados y los miem-
bros de la jerarquía, y por los miembros de institutos de vida consagrada y
sociedades de vida apostólica. Como religiosos, todos nosotros, salesianos
sacerdotes y salesianos laicos, pertenecemos a la vida consagrada en el
pueblo de Dios. Aquí está la fuente de nuestra vocación y misión. Es aquí
donde la Iglesia nos coloca y donde desea vernos florecer y dar fruto.

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2.  ORIENTACIONES Y DIRECTRICES
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Extrañamente, no ha habido suficiente atención en la Iglesia al tema
del sacerdocio religioso. Don Viganò, séptimo sucesor de Don Bosco,
comentó dos veces este hecho; la primera vez en su carta de 1991, «Nos
importa el sacerdote del dos mil» (ACG 335), después del sínodo sobre la
formación al sacerdocio, y después, de nuevo, en 1995, en «El Sínodo sobre
la Vida Consagrada» (ACG 351). «Es un pecado, sin embargo —afirma don
Egidio— que en el Sínodo no se haya hecho siquiera referencia a la deli-
cada y compleja problemática del religioso-sacerdote. Quizá, los tiempos
no están maduros todavía y se necesita, primero, de ulteriores búsquedas
doctrinales»1. También hoy la situación parece ser la misma. La nueva Ratio
para la Iglesia, El don de la vocación presbiteral (2016), no contiene nin-
guna consideración especial para el sacerdote religioso, a pesar del hecho
que en 2016 hubiera 134.495 sacerdotes religiosos, el 32,3%, es decir, casi
un tercio del número total de sacerdotes en la Iglesia católica.
Para nosotros, aún, es urgente reflexionar sobre la identidad del sale-
siano sacerdote. Una identidad clara y sana trae alegría y unidad en la vida
y da una dirección estable al trabajo apostólico. En esta carta, trataremos de
evidenciar lo que se encuentra en la raíz del ser salesiano presbítero, en el
interior de nuestra vocación consagrada, recurriendo a una comprensión
renovada de la vida religiosa y del sacerdocio. La vida fraterna, los consejos
evangélicos y la misión no son elementos que existen al lado del ministerio
de los salesianos sacerdotes. Son, más bien, la matriz fundamental y la
raíz vital de nuestra vocación. En palabras de nuestra Ratio: «El salesiano
sacerdote [o diacono] une en sí los dones de la consagración salesiana y
los del ministerio pastoral, pero de modo tal que es la consagración sale-
siana la que determina las modalidades originales de su ser sacerdote y
del ejercicio de su ministerio» (FSDB 39).
Salesianos presbíteros y salesianos laicos
participan del mismo sacerdocio de Cristo
La reflexión teológica en el período postconciliar se encuentra caracte-
rizada por una intensa toma de conciencia del ligamen entre el sacerdocio
1  ACG 351, 20.

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ministerial y el sacerdocio común de los fieles. Todos nosotros, salesianos
clérigos y coadjutores, participamos del sacerdocio de Cristo.
El sacerdocio de Cristo es único y absolutamente original. En otras
religiones, incluso en el judaísmo, el sacerdote pertenece a la esfera de lo
sagrado. En el Nuevo Testamento, en cambio, lejos de ser una peculiar ex-
presión religiosa de lo sagrado, el sacerdocio de Jesús deriva directamente
de su vida y de los acontecimientos salvíficos de su Pascua, e involucra
así a toda la realidad humana entera. El sacrificio de Jesús es un sacrifi-
cio de obediencia: consiste en el ofrecerse a sí mismo completamente y
enteramente al Padre, hasta la entrega total de sí en la cruz. Su vida y su
muerte transforman nuestras resistencias y el mal que llevamos dentro,
abriendo el camino al arrepentimiento y al perdón, a la vida nueva de Za-
queo, Pedro, María de Magdala, es decir, a la vida de la resurrección. «Con
una sola ofrenda ha perfeccionado definitivamente a los que van siendo
santificados» (Heb 10,14).
Por tanto, para nosotros solo existe un único sacerdote y un único
sacrificio, dándonos cuenta del hecho que, desde el punto de vista judío,
Jesús era un laico, y que su sacrificio se ha cumplido no en el templo, sino
sobre el Calvario y en un contexto que, ciertamente, no era «sagrado». «Tal
modo de convertirse en sumo sacerdote es diametralmente opuesto respec-
to al antiguo: en vez de una separación ritual, encontramos una solidaridad
existencial; en vez de una elevación sobre los demás, encontramos una
extrema disminución; en vez de una prohibición de todo contacto con la
muerte, encontramos la exigencia de acentuar el sufrimiento y la muerte»2.
Todos los bautizados en Cristo son, de hecho, llamados a unirse a él,
ofreciendo sus cuerpos como sacrificio viviente, santo y agradable a Dios
(Rom 12,1). Esto es el «sacerdocio común» de los fieles, y de todos nosotros,
salesianos coadjutores y clérigos, que participamos en este sacerdocio. Este
sacerdocio común fundado sobre el bautismo es «la expresión suprema de
la dignidad humana … la modalidad histórica para sentirse involucrados en
la redención y en la salvación» (ACG 335 16-17). No hay dignidad más alta
que la que nos ha sido dada con el bautismo. Para quien entre nosotros
2Albert Vanhoye, «La novità del sacerdozio di Cristo», La Civiltà Cattolica núm. 3541, núm. 1
(1998) 16-27 [traducción propia].

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está acostumbrado a escuchar hablar del sacerdote como un alter Christus,
estas palabras de san Juan Pablo II pueden sorprender y hacer mucho bien.
Ya en el tiempo de los Padres, era costumbre afirmar: «Christianus alter
Christus» (El cristiano es un segundo Cristo), queriendo con eso subrayar
la dignidad del bautizado y su vocación, en Cristo, a la santidad… San
Agustín… solía repetir: «Vobis sum episcopus, vobiscum christianus» («Para
vosotros soy el obispo, con vosotros soy un cristiano»). Si se considera esto
adecuadamente, significa mucho más christianus que episcopus, aunque
se trate del Obispo de Roma3.
El sacerdocio ministerial existe solamente para servir
El sacerdocio ministerial está totalmente al servicio del sacerdocio
común de los fieles. Su único objetivo es ayudar a los discípulos de Cristo
a participar de su sacerdocio, a superar el mal con el amor y el perdón y a
ofrecerse totalmente al Padre (ACG 335 15-20). Colocando el ministerio en
el corazón de la comunidad, la ordenación lo consagra al servicio de esa
comunidad. Es una gracia no de separación sino de comunión. El sacerdote
está llamado a tener el corazón del Buen Pastor y a tener «un conocimiento
y un sentimiento interior que lo unen inseparablemente» a aquellos a quien
ha sido enviado. La caridad pastoral conduce a una constante inmersión
en la vida del pueblo de Dios, en la continua auto-donación del servicio4.
«Esta caridad pastoral», nos recuerda el Concilio Vaticano II, «fluye so-
bre todo del Sacrificio Eucarístico, que se manifiesta por ello como centro
y raíz de toda la vida del presbítero» (PO 14). Si en la Eucaristía cada bauti-
zado está llamado a unirse a la ofrenda que Jesús ha hecho de sí mismo al
Padre, con más razón, los llamados al sacerdocio ministerial están llamados
a aplicar a sí mismo «lo que se efectúa en el altar» (PO 14), tomando y
ofreciéndose a sí mismos al Padre, rompiéndose como el pan y dándose a
sus hermanos y hermanas, transformando sus vidas en Eucaristía.
3Juan Pablo II, Varcare le soglie della speranza, Mondadori, Milán 1994, 11-12. [Traducción
española: Vittorio Messori, Cruzando el umbral de la esperanza, Plaza-Janés, Barcelona
1994].
4S. Dianich, Teología del ministerio ordenado. Una interpretación eclesiológica, Ed. Pau-
linas, Madrid 1988, 324.

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La caridad pastoral no es un elemento nuevo que viene después de
la ordenación, identificado con particulares «actividades pastorales» reser-
vadas al sacerdote, sino que, en cambio, se encuentra en la raíz misma
de la vocación de los Salesianos llamados a convertirse en presbíteros. La
caridad pastoral está en el centro de nuestro espíritu, como fuerza motora
y motivacional que da energía a todo lo que somos y hacemos.
Don Bosco vivió y nos transmitió, por inspiración de Dios, un estilo original
de vida y de acción: el espíritu salesiano.
Su centro y síntesis es la caridad pastoral, caracterizada por aquel dinamis-
mo juvenil que tan fuerte aparecía en nuestro Fundador y en los orígenes
de nuestra Sociedad. La caridad pastoral es un impulso apostólico que nos
mueve a buscar las almas y servir únicamente a Dios (C 10).
El salesiano sacerdote es un hombre que se deja guiar por la caridad,
«ordenado» para servir. Se comprende enseguida por qué el clericalismo
no puede y no debe encontrar sitio en su vida. Don Egidio Viganò antici-
pó de modo sorprende los reclamos fuertes del Papa Francisco contra el
clericalismo.
Si hay una incrustación verdaderamente deletérea que hay que eliminar en
un ministro ordenado, sería la modalidad clericalista (de la que no faltan
ejemplos en la historia) que lo llevara a actuar como dueño y señor en el
pueblo de Dios; es algo que no concuerda en absoluto con el Cristo buen
pastor, Siervo de Yahveh. El presbítero que adoptara tal modalidad demos-
traría que no ha entendido el sacerdocio de la Nueva Alianza (ACG 335, 17).
Nos hace mucho bien acoger la invitación del Papa Francisco a meditar
sobre la «inconmensurable grandeza» y sobre nuestra pequeñez.
La inconmensurable grandeza del don que nos es dado para el ministerio
nos relega entre los más pequeños de los hombres. El sacerdote es el más
pobre de los hombres —sí, el sacerdote es el más pobre de los hombres—
si Jesús no lo enriquece con su pobreza, el más inútil siervo si Jesús no lo
llama amigo, el más necio de los hombres si Jesús no lo instruye paciente-
mente como a Pedro, el más indefenso de los cristianos si el Buen Pastor
no lo fortalece en medio del rebaño.
Leyendo en contraste el anuncio a Zacarías en el Santo de los Santos
dentro del templo de Jerusalén y el anuncio a María en una aldea desco-

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nocida de Galilea, en un tiempo marcado por los conflictos y miserias, el
Papa continúa presentando un reclamo paterno a los sacerdotes.
Ninguno de nosotros ha sido llamado para un puesto importante, ninguno.
A veces sin querer, sin culpa moral, nos habituamos a identificar nuestro
quehacer cotidiano como sacerdotes, religiosos, consagrados, laicos, ca-
tequistas, con ciertos ritos, con reuniones y coloquios donde el lugar que
ocupamos en la reunión, en la mesa o en el aula es de jerarquía; nos pare-
cemos más a Zacarías que a María.
El Papa invita, por tanto, a los sacerdotes a regresar a Nazaret: «quizás
tenemos que salir de los lugares importantes, solemnes; tenemos que
volver a los lugares donde fuimos llamados, donde era evidente que la
iniciativa y el poder eran de Dios». El secreto está en «volver a Nazaret» para
renovarnos como pastores que son al mismo tiempo discípulos y misione-
ros. Debemos rezar sin cansarnos jamás con las palabras de nuestra Madre:
«soy sacerdote porque Él miró con bondad mi pequeñez» (cf. Lc 1,48)5.
2.  El salesiano presbítero
Hemos hablado del sacerdocio bautismal como nuestra más grande
e insuperable dignidad (¡también para el obispo de Roma!), y de cómo el
sacerdocio ministerial es en todo y por todo un ministerio completamente
encaminado hacia el servicio del sacerdocio bautismal. El salesiano sacer-
dote asume totalmente el sacerdocio ministerial y lo vive «desde dentro»
de su consagración salesiana.
Encontramos la misma verdad de base sobre nuestra identidad ex-
presada en el artículo 3 de nuestras Constituciones, que es como una
contraseña para todo el texto constitucional: «La misión da a toda nuestra
existencia su tonalidad concreta, especifica nuestra función en la Iglesia
y determina el lugar que ocupamos entre las familias religiosas». No es,
primeramente, lo que hacemos en la gran variedad de nuestras obras lo
5Papa Francisco, Encuentro con los obispos, sacerdotes, religiosos/as, consagrados y sem-
inaristas, catequistas y animadores durante el viaje apostólico a Mozambique, Madagas-
car y Mauricio, (5 de septiembre de 2019): <https://w2.vatican.va/content/francesco/es/
speeches/2019/september/documents/papa-francesco_20190905_consacrati-mozambico.
html> (21.01.2020).

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ACTAS DEL CONSEJO GENERAL, núm. 431
que define la dimensión misionera de nuestra vida, sino, más bien, nuestra
misma existencia como salesianos consagrados. Mejor aún, «somos una
misión», como afirma el Papa Francisco: «Es algo que yo no puedo arrancar
de mi ser si no quiero destruirme. Yo soy una misión en esta tierra, y para
eso estoy en este mundo. Hay que reconocerse a sí mismo como marcado
a fuego por esa misión de iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar,
liberar» (EG 273). Si esto es verdad para cada cristiano, lo es también para
aquellos que han sido llamados a hacer de su consagración bautismal la
razón de ser de su vida a través de la consagración religiosa y sacerdotal.
Si la misión que he heredado con el carisma de Don Bosco no «da el
tono concreto» a toda mi vida, no soy ni un salesiano ni un sacerdote, por-
que la única modalidad de vivir el sacerdocio que la Iglesia reconoce en
mí cuando he sido elegido para recibir las órdenes sagradas es la de que
está ya contenida en nuestras Constituciones, desde el primero hasta el
último artículo. También el rito de ordenación lo expresa con claridad: es
la Congregación en la persona del inspector que presenta las «credenciales»
de quien va a ser ordenado, y es conjuntamente el obispo ordenante y el
inspector quienes representan el total de la Iglesia y de la Congregación,
que se hace promesa de obediencia. Es, de hecho, siempre y solo en la
autoridad de la Iglesia y de la Congregación donde la potestas de un sa-
lesiano sacerdote encuentra su manantial vivo y su plena justificación6.
Como diremos nuevamente después, la misión no es nunca genéri-
ca. Se cumple en un campo específicamente entregado y en un modo
salesianamente original, con raíces que vienen de lo alto, como profesamos
en nuestro primer artículo de las Constituciones.
6 En el derecho canónico, el término que se usa para expresar lo que se otorga con la orde-
nación (diaconal, sacerdotal, episcopal) es potestas. Es interesante notar que son 155 veces
en la traducción italiana del código las que se usa la palabra potestad, mientras que solo
dos veces se usa el término poder, referido al poder civil (can. 285 y 1254). La potestad
siempre reclama la fuente de donde proviene, últimamente al «poder concedido por Cristo
a sus apóstoles y a sus legítimos sucesores, para regir y gobernar los fieles y dirigirles a la
vida eterna» (<https://www.simone.it/newdiz/newdiz.php?action=view&dizionario=9> –
21.10.2020. Traducción propia). La potestas entregada con la ordenación no es un poder
privado que puedo ejercitar a gusto como y donde quiero, y que puedo invertir, como su
fuera de mi patrimonio, ahora en una congregación religiosa o luego en alguna diócesis,
según mi conveniencia. Es, en verdad, cuanto la Iglesia mi confía según su diseño, que
en nuestro caso está expresado en las Constituciones y que la Iglesia misma ha aprobado.

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Con sentimientos de humilde gratitud, creemos que la Sociedad de san
Francisco de Sales no es sólo fruto de una idea humana, sino de la inicia-
tiva de Dios. Para contribuir a la salvación de la juventud - la porción más
delicada y valiosa de la sociedad humana -, el Espíritu Santo suscitó, con la
intervención materna de María, a san Juan Bosco.
Formó en él un corazón de padre y maestro, capaz de una entrega total:
«Tengo prometido a Dios que incluso mi último aliento será para mis po-
bres jóvenes».
Pasamos ahora a algunos puntos sobre la identidad-misión del salesia-
no presbítero, aunque no se trate de un estudio sistemático o exhaustivo7.
2.1.  La comunidad
Como insiste la nueva Ratio de la Iglesia, la comunidad tiene un lugar
absolutamente esencial para la vida de un sacerdote, ya sea en las fases
de su preparación (discipulado, configuración, síntesis vocacional), ya
sea en su ministerio, vivido como formación permanente8. La vida frater-
na en comunidad es esencial para la madurez humana y espiritual, para
crecer en el amor. Como seres humanos, crecemos solo a través de las
relaciones impregnadas de amor. Nuestros hermanos y hermanas crecen
en su capacidad de amar y de ser amados en el seno de sus familias; para
nosotros, salesianos sacerdotes y salesianos laicos, esto sucede en el seno
de la comunidad religiosa y, junto con los laicos, en la comunidad educa-
tiva y pastoral.
Como religioso, el ministerio del salesiano sacerdote se encuentra me-
diado siempre por la comunidad. El título del artículo 44 de las Constitu-
ciones lo dice explícitamente: «misión comunitaria».
7 Muchos de estos puntos se pueden encontrar en ACG 335. Después de revelar que el
sínodo sobre la formación sacerdotal no trató el tema del sacerdocio de los religiosos,
don Viganò prosiguió diciendo que en la Congregación salesiana, en cambio, ya habíamos
elaborado algunas reflexiones, sobre todo cuando se reflexionó sobre la calidad pastoral
de nuestra misión, refiriéndose probablemente al CG 23 sobre la educación en la fe (cf.
ACG 335 20-29).
8  Congregación para el Clero, El don de la vocación presbiteral (2016) 51.

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El mandato apostólico, que nos confía la Iglesia, lo reciben y realizan, en
primer lugar; las comunidades inspectoriales y locales. Sus miembros tienen
funciones complementarias, con incumbencias todas ellas importantes. Son
conscientes de que la cohesión y la corresponsabilidad fraterna permiten
lograr los objetivos pastorales.
Para el salesiano sacerdote esto significa que no hay espacio para el
individualismo apostólico: sus elecciones apostólicas deben estar mediadas
por la comunidad; no pueden ser simplemente identificadas con sus elec-
ciones individuales en base a simpatías, antipatías o posiciones personales.
Debemos tener en mente, además, que la comunidad salesiana se en-
cuentra caracterizada por una complementariedad esencial entre salesianos
sacerdotes y salesianos laicos.
La presencia significativa y complementaria de salesianos clérigos y laicos
en la comunidad constituye un elemento esencial de su fisonomía apostólica
completa (C 45).
«El salesiano-sacerdote debe sentirse referido espontáneamente, por la
fuerza de comunión a la misma salesianidad, al coadjutor; y el Salesiano
coadjutor debe experimentar lo mismo hacia el hermano sacerdote. Nues-
tra vocación, radicalmente comunitaria, exige una comunión efectiva no
solo de fraternidad entre las personas»9.
La dimensión sacerdotal no es exclusiva de los hermanos sacerdotes
y la dimensión laical no pertenece en exclusividad a los hermanos coad-
jutores. La comunidad salesiana no es un conglomerado artificial de dos
tipologías de miembros que se esfuerzan de algún modo en vivir juntos. En
el corazón de cada hermano están presentes ambas dimensiones, eviden-
ciadas en modos diversos, pero siempre íntimamente conexas, de modo
que el salesiano sacerdote cultiva también la dimensión laical de la misión
común, mientras el Salesiano coadjutor cultiva también la dimensión sacer-
dotal de la misma misión. «Sin la dimensión laical perderíamos ese aspecto
positivo de una sana «secularidad» que nos caracteriza en la elección de
las mediaciones educativas. Y sin la dimensión sacerdotal correríamos el
9  ACG 335, 22.

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riesgo de perder la calidad pastoral de todo el proyecto. Alterando la
complementariedad podríamos caer, por un lado, en una especie de acti-
vismo social pragmático y, por otro lado, en un tipo de actividad pastoral
demasiado genérico que no sería la más auténtica misión de Don Bosco»10.
Naturalmente, don Viganò subrayó que la intensidad de la caridad
pastoral y el grado de santidad no dependen del ministerio ordenado o
de los diversos servicios que colocamos a disposición de los demás, por-
que parte de nuestra responsabilidad apostólica compartida, pero solo
desde nuestra vitalidad interior, es decir, del modo en el que vivimos el
sacerdocio común; dicho con otras palabras, de la vida de fe, esperanza
y caridad. Don Egidio, así, prosigue con afirmaciones que siguen siendo
también hoy sorprendentes.
La vida de gracia, es decir, de caridad pastoral, tiene —como dice santo
Tomás de Aquino— un valor que en sí mismo supera a las cosas creadas.
Todos seremos juzgados según nuestro amor. En la Jerusalén del cielo ya
no necesitaremos Biblia, ni obispos ni presbíteros, ni magisterio, ni sacra-
mentos, ni coordinación, ni un sinnúmero de servicios imprescindibles aquí
en la historia. Por eso, ya ahora, en la comunidad eclesial, el orden de las
realidades institucionales, jerárquicas y operativas pasa a segunda línea (si
cabe hablar así; basta pensar dónde se colocó, en la constitución «Lumen
gentium» el capítulo del pueblo de Dios), frente al misterio que sirven y
revelan a quien vive la fe. La santidad depende del grado de participación
y comunión con la vida trinitaria. La intensidad de la santidad la vemos
representada en María; la autenticidad ministerial, en Pedro. Ambos son
grandes santos; sin embargo, en ellos vemos que el grado de santidad no
se identifica con el grado jerárquico o ministerial11.
El sacerdocio ministerial no es un privilegio especial, sino que es un
servicio destinado a cesar, y que ya ahora ocupa un segundo puesto. Su
gloria consiste en ponerse al servicio del pueblo de Dios con el fin de que
todos, incluidos sacerdotes, puedan lograr las «alturas vertiginosas» de la
santidad.
10  ACG 335, 23-24. Cf. también ACG 424, 65-69: «Una renovada atención al Salesiano Coadjutor».
11  ACG 335, 24. Cf. también Catecismo de la Iglesia Católica 773.

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2.2.  El carisma
Siendo salesiano en su esencia, como hemos visto, el ministerio del
hermano sacerdote se encuentra mediado siempre por su carisma. Es así
por lo que el término salesiano precede a la designación sucesiva de coad-
jutor o sacerdote: «salesiano» es comprendido como primer indicador de
la identidad. El carisma salesiano da el tono a todo el resto12.
Visto como modalidad del seguimiento de Cristo, el sacerdocio religio-
so es muy distinto del sacerdocio diocesano. Para el sacerdote diocesano
es fundamental y determinado el ministerio, al que dedica enteramente
su vida. El sacerdote religioso, en cambio, encuentra la regla de vida en
su fundador y en su modo original (y originante) de seguir al Señor. La
existencia del salesiano sacerdote está, por tanto, impregnada en todo y
por todo por el carisma que tiene su origen en Don Bosco13. Don Bosco
no pensaba primariamente en el tipo de ministerio que le sería entregado
en la Iglesia, como la mayor parte de los jóvenes seminarista, que normal-
mente tienen en perspectiva el animar y presidir una comunidad parro-
quial. No sentía el ser llamado a desempeñar un ministerio ya existente;
sentía, más bien, el ser llamado a concretar y traducir en obras la nueva
pedagogía de la gracia que era todo uno con su modo de estar presente
entre los jóvenes 14.
12Ibid. 21: Sabemos que la consagración propia de nuestra profesión religiosa tiene su raíz
en la dignidad bautismal y nos hace crecer en la fe y en el discipulado de Cristo con un
peculiar espíritu salesiano para ser signos y portadores del amor de Dios a los jóvenes.
Con razón expresamos esta característica espiritual poniendo el término ‘salesiano’ como
substantivo de base: todo profeso es así salesiano presbítero o salesiano laico.
  En esta carta han sido utilizados los términos presbítero, cura, sacerdote, como también
laico y coadjutor, referidos a los hermanos salesianos, en el modo en que se encuentran
ya presentes en los documentos de la Congregación, sin querer dar acentuaciones o dif-
erenciaciones particulares de significado a cada uno de ellos.
13 Ver A. Bozzolo, Salesiano prete e salesiano coadiutore: spunti per un’interpretazione teo-
logica, en Sapientiam dedit illi. Studi su Don Bosco e sul carisma salesiano, ed. A. Bozzolo,
LAS, Roma 2015, 340.
14 Ibid. 347 [traducción propia]: En este sentido, Balthasar reconoce en Pedro la fisionomía
típica del clero diocesano, mientras individua en Juan el emblema del clero religioso. En
estos dos discípulos, de hecho, la interacción de oficio y amor sigue «un movimiento que
va en direcciones opuestas. Pedro obtiene un oficio, y por el oficio, para ejercitarlo mejor,
le viene por añadidura donado el amor. Juan interpreta originalmente el amor, [… y] a
partir del aspecto personal obtiene el oficio de sacerdote» (H.U. von Balthasar, Gli stati

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El sacerdocio visto desde el horizonte de un carisma particular confiere
al ministerio del sacerdote religioso un lugar particular en la Iglesia, que no
es igual al que tiene el clero diocesano. Mientras que el sacerdote diocesa-
no se encuentra enraizado en un territorio particular, el sacerdote religioso
se caracteriza por una apertura universal. Al primero le es confiado el cui-
dado pastoral ordinario de una parroquia y de una diócesis, mientras que
el segundo participa en una misión especial que es transversal respecto a
los confines territoriales eclesiásticos15. El sacerdote diocesano es llamado
a un ministerio general que se dirige a todo el marco de la vida humana,
desde su concepción hasta su muerte. El sacerdote religioso, en cambio,
tiene una vocación que es esencialmente un servicio particular a una fase
o dimensión de la vida, como se ha manifestado y después codificado en
su carisma. San Benito, Antonio de Padua, Camilo de Lellis, y, en tiempos
más cercanos a nosotros, Maximiliano Kolbe, Alberto Hurtado y tantos
otros, han sido grandes dones para la Iglesia y para el mundo gracias a
su fidelidad al carisma particular al que han sido llamados, y con el que
estaba perfectamente en sintonía el don de su sacerdocio.
Por eso las opciones apostólicas de un salesiano sacerdote se encuen-
tran siempre mediadas por nuestro carisma educativo-pastoral para los
jóvenes, especialmente aquellos con más dificultad. A veces escucho jó-
venes diáconos o sacerdotes salesianos quejarse del hecho de que no han
tenido la ocasión de celebrar un bautismo o presidir un matrimonio y me
pregunto: ¿cuántos bautismos celebró Don Bosco o cuántos matrimonios
presidió? ¿Y por esto era menos sacerdote? Jamás debemos perder de vista
di vita del cristiano, Jaca Book, Milano 1984, 247 [Traducción española: Distintos estados
de la vida, Ed. Encuentro, Madrid 1994.]).
  Es significativo, en esta perspectiva, que mientras Pedro ciertamente había tomado mujer,
Juan permaneció virgen: «En cuanto virgen él es representante de los ‘sacerdotes regulares’
frente al casado ‘sacerdote secular’ Pedro». La presencia de Juan a los pies de la cruz con
María ilumina, después, la particular unión mariana de la vida consagrada y de los sac-
erdotes que la asumen. En ello, de hecho, el sacerdocio ministerial y objetivo aparece de
modo particular asociado al sacerdocio subjetivo y existencial de la entrega de sí, así como
los votos de castidad, pobreza y obediencia que piden. En los religiosos presbíteros, por
tanto, la gracia de la ordenación se coloca dentro del espacio mariano de la obediencia a
Dios propia de su Orden, dentro de una forma característica de actuación del amor joánico
que María siempre enseña de nuevo a los grandes fundadores y a sus hijos espirituales.
15Ibid. 352.

2.4 Page 14

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66
ACTAS DEL CONSEJO GENERAL, núm. 431
la particularidad tan concreta de la fisionomía del salesiano sacerdote, así
como Don Bosco la modeló. Conjuntamente con el hermano salesiano lai-
co, el salesiano sacerdote está llamado a una misión inmersa en el mundo
de los jóvenes y de la condición social popular, que se declina toda ella
por empeños de carácter educativo-pastoral, y se dirige a personas que se
encuentran a menudo lejos de la Iglesia o pertenencias a otras religiones.
La consagración apostólica del salesiano presbítero se concreta y se
expresa en los tres munera del sacerdocio ministerial.
A través del ministerio de la Palabra (munus docendi), el salesia-
no sacerdote siembra la palabra de Cristo en una amplia variedad de
situaciones y mediante diversas formas de predicación, ayuda y consejo,
iluminando la experiencia de los jóvenes, ayudando a orientar sus vidas,
acompañándoles en la transformación y transfiguración de su existencia
(FSDB 39).
La identidad carismática surge también del hecho de que el ministerio
de la Palabra se adapta a una amplia variedad de situaciones y contex-
tos. El salesiano sacerdote se encuentra preparado para hacer uso de los
acercamientos más variados y sabe cómo encontrarse con los jóvenes en
el punto en que se encuentran en su libertad (C 38). Adaptarnos nosotros
mismos a los jóvenes y a sus experiencias, en vez de esperar que sean ellos
quienes se configuren con nuestro estándar es la primera y fundamental
forma de inculturación salesiana.
La figura del salesiano catequista, que formaba parte de la vida de
muchas de nuestras casas, nos da una idea de la variedad de formas en las
que el munus docendi puede realizarse dentro del ambiente salesiano. El
catequista era, a menudo, un salesiano sacerdote joven y dinámico, que se
ocupaba de todo lo que tenía que ver de algún modo con la evangelización,
la catequesis y la vida cristiana dentro de la casa salesiana. Cuidaba las
celebraciones litúrgicas y las prácticas de piedad, de la vida de los grupos,
en particular de aquellos configurados por un explícito interés apostólico
(como, por ejemplo, el grupo misionero); seguía la animación vocacional y
el acompañamiento personal de los jóvenes. Esta figura, que se encuentra
en la historia no remota de nuestras casas, nos ayuda a percibir cómo el
carisma salesiano se puede fundir armoniosamente con el munus docendi
del ministerio sacerdotal, dentro de la misión confiada a la comunidad.

2.5 Page 15

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2.  ORIENTACIONES Y DIRECTRICES
67
Es significativo, también, el hecho de que sea el ministerio de la Pa-
labra el que ocupe el primer puesto, y no el de la santificación. Sería un
pecado, por tanto, si nuestros jóvenes salesianos llegaran a la conclusión
de su formación específica con una preocupación excesiva y exclusiva por
el munus celebrandi, en vez de tener en el corazón una vibrante pasión
por el primer anuncio, sobre la que insiste con fuerza Christus Vivit16.
El ministerio de la santificación (munus sanctificandi) puede tener
muchas expresiones en clave salesiana, pero la más significativa consiste
en el ponerse al servicio de los jóvenes acompañándolos en la iniciación
a la vida en Cristo, en la oración litúrgica y en la celebración de los sacra-
mentos, en particular los de la Reconciliación y la Eucaristía (FSDB 39).
El salesiano sacerdote es un especialista en iniciar a los «Garelli» y a los
«Magone» de hoy a la vida sacramental. También este campo aprende a
encontrarse con los jóvenes en el punto en el que se encuentra su libertad
y la experiencia de vida a la que han sido expuestos (cf. C 38). Sabe que es
llamado a ser un experto en este arte, con la capacidad de crear símbolos
y lenguaje que tengan sentido para los jóvenes de hoy.
El Sínodo sobre los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional se
ha convertido en un reclamo fuerte para la Iglesia, con el fin de que se
renueve la capacidad de alcanzar a las nuevas generaciones, los nativos
del mundo digital que viven dentro de las redes sociales, con los riesgos
grandes, pero con el inmenso potencial que todo ello conlleva. La Iglesia
tiene el derecho de esperar que los hijos de Don Bosco estén en primera
línea en encontrar nuevas vías de iniciación al misterio de Cristo sobre
este nuevo terreno digital. «No se trata solamente de ‘usar’ instrumentos
de comunicación, sino de vivir en una cultura ampliamente digitalizada,
que afecta de modo muy profundo la noción de tiempo y de espacio, la
percepción de uno mismo, de los demás y del mundo, el modo de comu-
nicar, de aprender, de informarse, de entrar en relación con los demás»
(ChV 86). El munus sanctificandi prevé acompañar estos y otros jóvenes
en su encuentro con Cristo, con una creatividad que surge desde lo más
profundo de nuestra vida de fe, esperanza y caridad.
16  ChV 214, en referencia a EG 165.

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68
ACTAS DEL CONSEJO GENERAL, núm. 431
Debemos, así, insistir sobre el hecho de que el servicio es el de «iniciar»
a la vida en el Espíritu, y no solo el de administrar sacramentos. Preparar a
los jóvenes salesianos para que vivan con pasión y competencia este cam-
po apostólico es, de hecho, una de los grandes desafíos que la formación
inicial debe afrontar, porque requiere mucho más que la introducción de
algún curso añadido de catequesis o teología sacramental en un plan de
estudios ya repleto de exámenes.
El sacramento de la Reconciliación ocupa un lugar especial en la vida
de un sacerdote salesiano, como lo fue en la vida de Don Bosco. Para
nuestro padre, este sacramento ha sido, quizás, el medio más grande para
la iniciación a la vida en el Espíritu. Dedicó mucho tiempo y energías,
alcanzando a sus jóvenes uno a uno, encontrando ese «punto accesible
al bien … esa cuerda sensible del corazón»17 sobre la que podía florecer
una nueva vida. Este arte espiritual no surge de la nada. Repensamos al
adolescente Juan Bosco, que aprendió a amar este sacramento durante los
años en la casa de los Moglia y después en la escuela del buen don Calosso.
Caminamos con la memoria sobre el joven sacerdote que se prepara bajo
la guía sabia de don Cafasso para el «examen de confesión» en el Convicto-
rio. Preguntémonos sobre el sitio de este sacramento, primero en nuestra
vida personal y después en nuestro ministerio. ¿Qué tipo de sacerdotes
salesianos seríamos si no somos asiduos en frecuentar este sacramento y
estamos disponibles raramente para este ministerio?
El ministerio de animación de la comunidad cristiana (munus pas-
cendi) se halla totalmente orientado al servicio de la unidad en las dife-
rentes comunidades: la comunidad religiosa, la comunidad educativa y
pastoral, la Familia Salesiana, el movimiento salesiano y la comunidad
humana y social en sentido amplio (FSDB 39). Animación, con su raíz
17 Las Memorias Biográficas, después de haber narrado el modo de vivir este sacramento en
el Oratorio de Valdocco, ofrecen un breve sumario sobre cómo Don Bosco «solía razonar»:
«Así como no hay terreno tan ingrato y estéril del que, a fuerza de paciencia, no se pueda
finalmente sacar fruto, así sucede con el hombre; es una verdadera tierra moral, que por
dura que sea, llega a producir, más tarde o más temprano, pensamientos y después actos
virtuosos, cuando un director, con fervorosa oración, une sus esfuerzos a la mano de Dios
para cultivarla y transformarla en fecunda y hermosa. Todo joven, por desgraciado que
sea, tiene un punto sensible al bien y es el primer deber del educador descubrir ese punto,
esa cuerda sensible del corazón y sacar provecho de ella» (MBe V 266).

2.7 Page 17

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2.  ORIENTACIONES Y DIRECTRICES
69
latina anima, consiste en dar vida y promover unidad. No se trata, por
tanto, de una dinámica vertical. El alma está presente en todas las partes y
trabaja desde el interior. La Iglesia invita a aquellos a quienes les ha sido
confiado el munus pascendi a adoptar un nuevo modo de ejercer la auto-
ridad, que dé luz y fuerza a la dinámica de la fraternidad (A vino nuevo,
odres nuevos, 41).
Es interesante al respecto, ver cómo se entiende la autoridad en las
nuevas orientaciones para el director y la comunidad salesiana aprobadas
por el Rector Mayor y su Consejo en junio de 2019.
El Sistema Preventivo promueve un estilo de liderazgo en el que la confianza
y la familiaridad son fundamentales en la relación entre educadores y jóve-
nes, e igualmente entre los hermanos dentro de la comunidad salesiana. El
rol de guía y animación de aquellos a los que les ha sido confiado un «servicio
de autoridad» no se ve disminuido en absoluto por ello. Al contrario, cuando
tal rol y servicio son vividos según el espíritu salesiano, ellos adquieren una
mayor autoridad, mucho más eficaz de la que se logra obtener recurriendo
solamente a la «frialdad de un reglamento» (Carta de Roma 1884).
Es interesante encontrar la misma llamada a la autoridad en el documento
final de la asamblea sinodal sobre los jóvenes, la fe y el discernimiento
vocacional: «Para cumplir un verdadero camino de maduración los jóvenes
necesitan a adultos con autoridad. En su significado etimológico la aucto-
ritas indica la capacidad de hacer crecer; no expresa la idea de un poder
directivo, sino de una verdadera fuerza generadora» (Documento final Sí-
nodo sobre los jóvenes, 71).
Para hacer posible que un salesiano madure en este tipo de auctoritas,
primero como educador con los jóvenes y después también en su servicio
de liderazgo, se debe poner mucha atención y ayuda a su crecimiento hu-
mano y espiritual18.
Consecuentemente, es necesaria una formación y una cualificación
claras en los objetivos y eficaces en los itinerarios que se deben seguir,
con el fin de habilitar en la capacidad de relaciones humanas significati-
vas, en ser libres y defensivos contra toda forma de clericalismo, con una
buena teología del laicado en la base y experiencias que nos conviertan
18ll direttore salesiano: un ministero per l’animazione e il governo della comunità locale
(2019) núm. 40 [traducción propia].

2.8 Page 18

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70
ACTAS DEL CONSEJO GENERAL, núm. 431
en expertos de formación conjunta con los laicos con los que compartimos
nuestra misma misión. La vida fraterna en comunidad debe convertirse
en un elemento claro y en un criterio ineludible para el discernimiento
vocacional y la admisión a la profesión perpetua.
Insistimos sobre este punto: ningún sacerdote, mucho menos el salesia-
no sacerdote, puede creerse exento o encontrar modos para diluir y dismi-
nuir el servicio de la comunión. Jesús murió para poder reunir en unidad a
todos los hijos dispersos de Dios (Jn 11,52). ¿Hay límites que podamos po-
ner nosotros a los que Dios considera y quiere como hijos suyos? ¿«Quien
es mi prójimo» no debe, quizás, convertirse siempre y sin excepción en
«quien es mi hermano y mi hermana»? ¿Podemos nosotros, que somos
discípulos apasionados en el seguimiento del Señor, permitirnos colocar
límites a la comunión, excluyendo quizá primero a los samaritanos, des-
pués a los judíos, y finalmente a las personas de otras religiones; primero
a los juzgados como pecadores, y después también a los refugiados, a los
migrantes y a todos los que consideramos como intrusos y perturbadores
del confort al que nos hemos apegado? Estamos llamados a ser profetas de
fraternidad y no hay límites a la comunión fraterna: se expande en círculos
concéntricos para abrazar a la entera creación de Dios, que es Padre de
todos nosotros, y que hace salir su sol sobre buenos y malos. Estaría bien
recordar que la comunión en la Iglesia es una realidad teologal antes de
ser una preocupación pastoral. «Y todo lo puso bajo sus pies, y lo dio a la
Iglesia, como Cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que llena
todo en todos (to plērōma tou ta panta en pasin plēromenou)» (Ef 1,22-23).
Es en el contexto de este amor por el Cuerpo de Cristo, en su totalidad
y en su concreción como comunidad en que estamos incorporados, don-
de el servicio de la autoridad encuentra su significado y su justificación.
El ministerio de Papa Francisco es un recordatorio constante del modo
evangélico de «servir a los siervos de Dios» confiados a nuestro cuidado. El
nuevo Manual del Director ofrece motivos válidos para la meditación y el
estímulo de los hermanos que están llamados al servicio de la autoridad,
una responsabilidad que, en áreas diversas de la Congregación, hoy, puede
exigir gran sacrificio personal.

2.9 Page 19

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2.  ORIENTACIONES Y DIRECTRICES
71
2.3.  El signo
Como consagrado, el salesiano sacerdote es un signo escatológico, un
memorial viviente del modo de vivir de Jesús. En su celibato por amor al
Reino, se convierte en un signo de la vida de la resurrección que Jesús ofrece
a todos19. La insistencia de Don Bosco en las cosas últimas (los novísimos)
puede ser entendida como una profecía ligada a nuestra identidad: somos
en la Iglesia, en particular para los jóvenes, signos de la resurrección. El
salesiano sacerdote es siempre y en todas partes un educador-pastor,
orientado siempre al bien total, a la salvación de aquellos a quienes es
enviado, «totalidad» que se comprende y se define desde la misión y desde
la persona del Señor Jesús.
Por tanto, como todas las personas consagradas, la vida del salesiano
sacerdote está marcada por una verdadera pasión por el Señor, que se
traduce y se expresa en una alegría que fácilmente se contagia y se visibi-
liza (¡la alegría salesiana! Cf. C 17), «mientras esperamos la gloriosa venida
de nuestro Salvador Jesucristo» (Ordinario de la Misa, rito de comunión).
Cuando preside la celebración de los sacramentos, el hermano sacerdo-
te sabe que actúa in persona Christi y que sus acciones tienen una eficacia
(ex opere operato) que no depende de su ser digno o de su valor como
persona. Sin embargo, es igualmente consciente del hecho de que está
llamado a unir su ofrenda a la de Cristo, como todos los cristianos, y que,
19 A CG 342, 20-21. La vida consagrada expresa de modo eminente la naturaleza sacramental
de la Iglesia. «Proclama abiertamente, en particular, la índole escatológica del pueblo de
Dios. Los consagrados, gracias a su donación total mediante la práctica de los consejos
evangélicos, se hacen signo visible de la fuerza de la resurrección, procuran ser expertos
en discernir la acción de Cristo resucitado en la historia y son testigos del compromiso y
alegría de la esperanza al preparar la vuelta del Señor mientras aguardan “un cielo nuevo
y una tierra nueva”».
A CG 347, 18. «Pensando en la ‘sacramentalidad’ de toda a Iglesia, muy destacada por el
Concilio, se habló de la función simbólico-transformadora de la Vida Consagrada en sus
variadas formas carismáticas, como si fuese una «parábola escatológica» para la fe de todo
el Pueblo de Dios. Su significación, según dicho papel simbólico-profético, no la coloca por
encima de los demás miembros de la Iglesia como si poseyera una dignidad mayor, sino
que la distingue y la hace subsidiaria porque está destinada a un servicio peculiar. La vida
religiosa proclama algunos aspectos del multiforme misterio de Cristo y hace perceptibles
a los contemporáneos sus ricos contenidos de salvación».

2.10 Page 20

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72
ACTAS DEL CONSEJO GENERAL, núm. 431
como persona consagrada, está llamado a vivir en modo tal que la ofrenda
de su cuerpo y de su vida se conviertan en una profecía y en un signo20.
Como todas las personas consagradas, también el salesiano sacerdote
encuentro su sitio en el corazón mariano de la Iglesia. María es la mujer
que es la Iglesia. La vocación de cada miembro de la Iglesia es de ser, como
María, un total sí a Dios. Somos la esposa que espera con ansia la llegada
del Esposo, y con el Espíritu decimos: ¡Ven, Señor Jesús! (Ap 22,17). La
vocación de María es la vocación de todos nosotros. La vida consagrada
tiene su sitio en este corazón mariano de la Iglesia, porque su rol y tarea
es ser una profecía de este sí y de la comunión final de todos los seres
humanos con Dios en la vida de la resurrección.
Al mismo tiempo, María es también una persona concreta con quien
mantenemos una relación muy especial. Esto es lo que sucedió en la vida
de Don Bosco, para quien la Iglesia tenía no solo un rostro mariano, sino
también el rostro de su madre, aquella mujer sabia que, mientras intuía las
exigencias de la vocación sacerdotal de quien se prepara para convertirse
en sacerdote, también supo confiar a su hijo enteramente a María21.
La madurez afectiva del salesiano sacerdote, vivida en una clara iden-
tidad sexual, es una expresión transparente de su celibato, que asume
una importancia particular en el contexto de la tutela y salvaguarda de los
menores. Aquí se recoge la permanente validez y la fuerte relevancia de
la insistencia de Don Bosco sobre la virtud de la pureza. Como salesiano,
el hermano sacerdote está llamado a una imitación particular de la pureza
de Jesús. Jesús es el puro de corazón en cuya presencia las mujeres, niños
y hombres se sentían acogidos y seguros. Es tan plenamente el Hijo del
20 «Espero que “despertéis al mundo”, porque la nota que caracteriza la vida consagrada es
la profecía. Como dije a los Superiores Generales, “la radicalidad evangélica no es sólo de
los religiosos: se exige a todos. Pero los religiosos siguen al Señor de manera especial, de
modo profético”». Carta Apostólica del Santo Padre Francisco a todos los consagrados con
ocasión del Año de la Vida Consagrada, 21.11.2014. Cf. también Bozzolo, op. cit., 335: «A
diferencia del ministerio ordenado que tiene una consistencia institucional suprapersonal,
gracias a la cual permanece válido también el ministerio de un sacerdote indigno, la vida
consagrada consiste en la calidad de la respuesta amante de aquellos que la viven. No
existe castidad para quien no es casto, la pobreza para quien no es pobre, la obediencia
para quien no obedece» [traducción propia].
21Bozzolo, op. cit., 347-349.

3 Pages 21-30

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3.1 Page 21

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2.  ORIENTACIONES Y DIRECTRICES
73
Padre que fue capaz de mostrarse a cada hombre y mujer exclusivamente
como hermano. «Solamente como hermano se ofreció a la atención, a la
amistad, a la ternura afectiva de sus hermanas y de hermanos. Su libertad
sobre este punto es total, transparente y divina. Su celibato, lejos de ser
una renuncia y una limitación, es la consecuencia de su condición exclu-
sivamente filial y fraterna»22. El salesiano sabe, no obstante, que está lla-
mado no solo a ser una presencia sin más confiable para los jóvenes, sino
también un signo que resplandece e irradia, que enganche a los jóvenes,
permitiendo educarles en el amor y en la pureza (C 81).
Como sacerdote, el salesiano está llamado a ejercitar la paternidad
espiritual con esa finura de madurez humana y espiritual que lo ayuda a
ser realmente paterno sin caer en el paternalismo. El riesgo de un pater-
nalismo sofocante que se ve afectado por el clericalismo y el abuso de
autoridad, puede ser un riesgo más fuerte por el que las figuras paternas
puedan vivirse y comprendidas en determinados contextos culturales. En
estas situaciones debemos llevar a cabo mayores esfuerzos para imitar la
paternidad de Don Bosco. Por exigente que esta tarea pueda parecer, no
podemos disminuir el estándar y descender los compromisos cuando está
en juego este objetivo. La paternidad de Don Bosco es como un signo
distintivo de su espíritu y de su carisma. «De nuestro Padre se recuerda,
sobre todo, la preocupación por el bien espiritual, la bondad que inspi-
raba sus relaciones y la sabiduría en orientar los individuos y el grupo:
un trinomio que caracteriza su paternidad. Esto, después, se expresa en
múltiples gestos y comportamientos»23.
La amabilidad está en el corazón del sistema preventivo. Es el único
modo de Don Bosco de relacionarse con los jóvenes; la misma palabra,
nacida de la espléndida unión de amor materno y fuerza paterna de quien
se la transmitió, fuera de nuestro contexto y de nuestra historia pierde su
significado. Este tipo de amor puro o pureza amable que está en el corazón
de nuestro carisma puede ser comprendido y absorbido solo por ósmosis.
Madura lentamente en el transcurso de los años, hasta lograr el sincero y
transparente don de sí, que contemplamos no solo en la vida de Don Bos-
22F. Rossi de Gasperis, Sentieri di vita, Paoline, Milano 2007, vol. 2.2:242 [traducción propia].
23J. E. Vecchi, ACG 365, 43.

3.2 Page 22

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74
ACTAS DEL CONSEJO GENERAL, núm. 431
co, sino también en tantos de sus hijos, como Srugi, Variara, Zatti, Cimatti
o Sandor, por citar solo algunos.
Hay otro campo en el que, hoy, nuestro ser «signo escatológico» y
«memorial viviente del modo de vivir de Jesús» se convierte en un don pre-
cioso para los jóvenes, la Iglesia y el mundo. La conciencia ecológica está
madurando y crece conjuntamente con el aumento, en escala geométrica,
del riesgo ecológico sin precedentes, que todos corremos como familia
humana, y que golpea sobre todo a las generaciones más jóvenes. Siendo
signos de la resurrección a través del don de nuestra consagración, somos
también signos del valor de la creación y de la llamada a la conversión
eco-espiritual reclamada por Laudato Si’. La resurrección arroja una luz
nueva sobre la vida, iluminando nuestra profundísima interconexión con
toda la creación.
Si reducimos al hombre exclusivamente a su dimensión horizontal, a lo que
se puede percibir empíricamente, la vida misma pierde su sentido profundo.
El hombre necesita eternidad, y para él cualquier otra esperanza es demasia-
do breve, es demasiado limitada. El hombre se explica sólo si existe un Amor
que supera todo aislamiento, incluso el de la muerte, en una totalidad que
trascienda también el espacio y el tiempo. El hombre se explica, encuentra
su sentido más profundo, solamente si existe Dios. … se nos invita, una vez
más, a renovar con valentía y con fuerza nuestra fe en la vida eterna, más
aún, a vivir con esta gran esperanza y testimoniarla al mundo: tras el presente
no se encuentra la nada. Y precisamente la fe en la vida eterna da al cristiano
la valentía de amar aún más intensamente nuestra tierra y de trabajar por
construirle un futuro, por darle una esperanza verdadera y firme24.
Cuanto más crezcamos en la conciencia del destino eterno incorpo-
rado en cada rostro humano, más se redescubre todo otro aspecto de la
vida en su inmenso valor, partícipe del único diseño divino, en el que el
universo creado y la libertad creada de cada «nacido de mujer» se reflejan
uno sobre el otro, ambos misterios de la misma dimensión infinita. Como
personas consagradas se nos invita indubitablemente también a testimo-
niar la maravillosa interconexión de todo lo que Dios ha creado, y de su
crecimiento y avance hacia (uni-verso) el eschaton, la recapitulación de
todas las cosas en Cristo.
24Benedicto XVI. Audiencia general, 2 de noviembre de 2011.

3.3 Page 23

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2.  ORIENTACIONES Y DIRECTRICES
75
3. Animación, vocación y formación
Bajo la luz de todo lo que hemos compartido, propongo algunas su-
gerencias que podrían ayudarnos a profundizar la identidad consagrada
salesiana en la forma sacerdotal en nuestro tiempo.
Un primer punto es profundizar en nuestra conciencia de la belleza
de la vida consagrada. La animación vocacional y la formación inicial
son procesos que funcionan sustancialmente «por contagio»: una persona
consagrada que vive su vocación con alegría y pasión es atrayente y pro-
fética. En este contexto, es necesario recordar los folletos publicados por
la CIVCSVA durante el año dedicado a la vida consagrada, todos centrados
en el Señor: la alegría de seguir al Señor (Alegraos); saber discernir los
signos de su presencia en la esperanza de la venida del Señor, que está en
el corazón de la vocación consagrada (Escrutad); la belleza y el esplendor
del Señor (Contemplad); ser testimonio del Señor Resucitado entre todas
las gentes (Anunciad)25.
Un segundo punto es profundizar en nuestra comprensión del sacer-
docio mismo. El problema no deriva de ser demasiado sacerdotes, sino de
serlo demasiado poco: tendemos a concentrarnos en el «hacer de sacerdote»
en vez de serlo realmente. El problema en la Congregación es que tenemos
«muchos sacerdotes, pero poco sacerdocio»26. La tendencia es la de estar
fascinados por lo que hacemos como sacerdotes, y, quizás, también por
el regreso inmediato que de ello deriva, con el «estímulo social» ligado al
estatus y el aprecio de los fieles, todo ello en vez de vivir el sacerdocio de
Cristo en su profundidad auténtica. Hay un verdadero tesoro escondido
por redescubrir y hacer nuestro en la tarea renovada por comprender la
belleza del sacerdocio de Cristo.
En tercer lugar, el salesiano presbítero debe ser formado para estar
muy atento al contexto sociocultural y a los cambios rápidos en acto,
25 C IVCSVA. Alegraos. A los consagrados y consagradas del magisterio del Papa Francisco
(febrero de 2014); Escrutad. A los consagrados y consagradas que caminan tras los signos
de Dios (septiembre de 2014); Contemplad. A los consagrados y consagradas que caminan
tras los signos de la Belleza (noviembre de 2015); Anunciad. A los consagrados y consa-
gradas, Testigos del Evangelio entre las gentes (agosto de 2016).
26ACG 335, 6.

3.4 Page 24

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76
ACTAS DEL CONSEJO GENERAL, núm. 431
que son, de hecho, la realidad en la que viven los jóvenes. Ello implica
al mismo tiempo un constante retorno a la inspiración carismática de la
que se alimenta nuestra identidad y misión salesiana. Nosotros hemos
nacido de la experiencia de Don Bosco con los jóvenes marginados de
Valdocco, para los cual consumió toda su vida, hasta el último suspiro.
Nuestras Constituciones son la encarnación de esta vocación y misión, y
la Iglesia nos pide solo y siempre ser fieles a este patrimonio y mandato
específicos. Lejos de ser una propiedad privada de la Congregación, las
Constituciones pertenecen a la Iglesia, y es sobre la autoridad de Pedro
desde donde la Iglesia nos llama a vivirlas. En la variedad de contextos y
continuos cambios que condicionan la cultura y la vida de las personas de
hoy, la experiencia carismática de Don Bosco permanece siempre como
centro de gravedad para nosotros. Es el criterio permanente no solo para
las actividades varias que se llevan a cabo, sino también, y en mayor ra-
zón, para nuestro trabajo personal en la misión entre los jóvenes, como
salesianos sacerdotes y coadjutores.
Don Bosco vivió una típica experiencia pastoral en su primer Oratorio, que
para los jóvenes fue casa que acoge, parroquia que evangeliza, escuela que
encamina hacia la vida, y patio donde se comparte la amistad y la alegría.
Al cumplir hoy nuestra misión, la experiencia de Valdocco sigue siendo
criterio permanente de discernimiento y renovación de toda actividad y
obra (C 40).
Cuarto punto: el carisma salesiano debe caracterizar nuestra tarea en
el campo de la animación vocacional en toda su expresión. Mientras
acompañamos a los jóvenes a descubrir su vocación, debemos también
proponer con coraje lo que es típico de nuestro carisma, envolviéndolos
en nuestra misión, en la vida de comunidad y en la experiencia de los
valores comunes de nuestro espíritu27. En el interior de esta presentación
del carisma, tenemos que aprender a promover una buena percepción de
la vocación consagrada del carisma, sobre todo en el testimonio gozoso
de nuestro modo de vivirla, y después, también, con el hacer explícita la
propuesta. Habrá siempre quienes vendrán a nosotros con la intención
primaria de convertirse en sacerdotes. Estos deben ser ayudados a discernir
27Criterios y normas de discernimiento vocacional salesiano, 3a edición, Roma 2000, 39.

3.5 Page 25

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2.  ORIENTACIONES Y DIRECTRICES
77
si se sienten y son realmente llamados a abrazar el carisma salesiano con
todo su corazón. Tal «conversión» al carisma es condición indispensable
para pasos posterior en el camino. De aquí, observamos la gran tarea para
todas nuestras inspectorías: migrar, de una vez para siempre, del recluta-
miento de candidatos a una verdadera cultura vocacional28.
En cuanto a lo que tiene que ver con la vocación a ser salesiano sa-
cerdote, algunos criterios de discernimiento deben tenerse presentes con
mucha atención: la consagración salesiana (capítulo 2 de las Constitucio-
nes); la capacidad de ser un verdadero constructor (¡y no un destructor!)
de comunidad; el celo por la salvación de los jóvenes… limitándonos a
enunciar lo esencial, de lo cual otros muchos elementos típicos de nuestra
vida derivan.
Un quinto punto tiene que ver con la mejora y el refuerzo de los
procesos de acompañamiento durante prenoviciado, noviciado y pos-
noviciado. Estas tres fases forman una unidad entre ellas y son de vital
importancia para el crecimiento de la identidad consagrada salesiana en
sus dos formas. Es verdad que, como revela nuestro reciente estudio sobre
el acompañamiento espiritual salesiano, cerca del 80% de nuestros candida-
tos habla de un verdadero descubrimiento del acompañamiento espiritual
personal solo en el prenoviciado, estas fases se convierten en cruciales29. El
acompañamiento espiritual personal en el contexto del acompañamiento
de la comunidad es un instrumento indispensable para la asunción per-
sonal de los valores de nuestra vocación. Cada inspectoría está llamada a
invertir con coraje en la preparación de los formadores, individualmente y
como equipo, de modo que se conviertan en guías capaces de ganarse la
confianza (¡Trata de hacerte amar!) y de llegar al corazón de los salesianos
en formación inicial. No podemos permitirnos tener situaciones en las que
la autoridad mal gestionada genere dinámicas de miedo y de sospecha,
que acaben por arruinar el proceso de acompañamiento y de formación
28  Cf. CG 27, 75,1.
29M . Bay, Giovani salesiani e accompagnamento. Risultati di una ricerca internazionale,
LAS, Roma 2018, 472-473. Ver también Giovani salesiani e accompagnamento. Orienta-
menti e direttive, Roma 2019, núm. 46. Se debe tener presente que el 54,42% dice también
de haber sido seguido de algún modo por ‘un amigo del alma’ en los primeros años del
prenoviciado.

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78
ACTAS DEL CONSEJO GENERAL, núm. 431
en todo su conjunto30. Además, los formadores, y especialmente aquellos
que ofrecen el servicio de acompañamiento espiritual personal, deben ser
capaces de ayudar a profundizar sobre todo en las dimensiones carismá-
tica y comunitaria, dentro del camino de configuración a Cristo, que es el
horizonte último sobre el que cada paso encuentra su razón de ser.
Un sexto punto se refiere a la mejora y refuerzo de los procesos de
acompañamiento y discernimiento durante el tirocinio y la preparación
a la profesión perpetua. Nuestras Constituciones describen el tirocinio
como una fase de intensa experiencia de vida, hecha de acción educativa
y pastoral salesiana.31 Dada su proximidad a la profesión perpetua, esta
fase de formación inicial se vuelve todavía más importante, sea por parte
del individuo que por la comunidad. ¿No valdría la pena invertir en formas
de acompañamiento mejores y más eficaces durante esta fase tan preciosa
y delicada para nuestra vida como salesianos, de modo que se convierta
verdaderamente en un hacer «experiencia de los valores de la vocación
salesiana» (C 98)? El Rector Mayor ha insistido para que los inspectores
envíen tirocinantes solo a las comunidades que tengan una capacidad pro-
bada para acompañarlos. Podría ser útil también fomentar una reflexión
renovada sobre los criterios para la admisión a la profesión perpetua.
El paso del tirocinio a la fase sucesiva de la formación inicial, que nor-
malmente tiene lugar a poca distancia del tiempo de la preparación para
la profesión perpetua, puede ofrecer buenas oportunidades de discerni-
miento, sea para el hermano que para la comunidad. Activar un proceso de
evaluación que abrace el conjunto de la experiencia salesiana del hermano
desde el noviciado en adelante, con especial atención al tirocinio, ofrecer
una base adecuada para explorar a fondo las propias motivaciones. La
elección de iniciar una formación específica para convertirse en salesiano
presbítero necesita raíces sólidas y «criterios positivos»32 que se manifiesten
30 M. Bay, op. cit., 482-483: 8. Elementi di disagio o difficoltà nell’esperienza di accompa-
gnamento spirituale personalizzato. Cf. también Giovani salesiani e accompagnamento.
Orientamenti e direttive, Roma 2019, núm. 53-59.
31 C 115: «intensa confrontación vital con la acción salesiana en una experiencia educati-
vo-pastoral».
32  Cf. Criterios y normas 39; 42-43.

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2.  ORIENTACIONES Y DIRECTRICES
79
en la experiencia salesiana vivida de hecho. En esta línea, la Ratio nos
invita a efectuar una evaluación de conjunto de la experiencia del tirocinio.
Es oportuno que, al finalizar el tirocinio, se haga una evaluación global de
toda la experiencia y del itinerario vocacional recorrido, tanto por parte
del Inspector y de la comunidad como también por parte del interesado
(FSDB 439).
Al término del tirocinio se haga una evaluación global de la experiencia por
parte del Inspector, de la comunidad y del hermano (FSDB 444).
Nada nos impide ampliar el horizonte de tal evaluación, con el fin
de descubrir el arco de vida salesiana entero, desde el noviciado hasta el
momento presente, desde el cual mirar hacia adelante para un programa
de vida que se proyecta con valentía hacia el futuro. Algunas inspectorías
sintonizan esta evaluación global con la «declaración de intención» nece-
saria para iniciar la formación específica hacia el sacerdocio.
La formación específica del hermano clérigo exige de todo candidato la
orientación clara hacia la vida sacerdotal. Por ello, en el momento de su
aceptación para esta fase formativa, se pide al hermano una declaración
de intención en el sentido arriba mencionado. Las modalidades para tal
declaración pueden ser diversas: por ejemplo, a través de la petición al
Inspector de emprender los estudios teológicos o bien de iniciar la pre-
paración a la profesión perpetua con la orientación hacia el presbiterado
salesiano (FSDB 482).
Buenas prácticas como estas pueden contribuir a valorar mejor el paso
crucial del tirocinio a la formación específica y a la profesión perpetua.
Evidentemente se piden las mejores disposiciones y la implicación con-
vencida, sea del hermano interesado que de aquellos que lo acompañan
en ese momento de su vida.
Un séptimo punto se refiere a la formación específica de prepara-
ción al sacerdocio salesiano. Esta fase, también por su duración, tiene
un impacto formidable sobre la identidad consagrada salesiana en su for-
ma sacerdotal. La Ratio no podría ser más clara al formular los objetivos
propios de esta fase:
«Nuestra regla viviente es Jesucristo… a quien nosotros descubrimos pre-
sente en Don Bosco, que entregó su vida a los jóvenes» (C 196). Esta afir-

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ACTAS DEL CONSEJO GENERAL, núm. 431
mación de las Constituciones expresa en síntesis la vocación del Salesiano:
configurarse a Jesucristo y dar la vida por los jóvenes, como Don Bosco.
Toda la formación, inicial y permanente, consiste en asumir y hacer real en
las personas y en la comunidad esta identidad. A su desarrollo se orientan
el compromiso de cada candidato y de todo hermano, la acción de los ani-
madores y el entero proyecto de formación.
Por tanto, la identidad salesiana es fundamento de unidad y de pertenencia
a la Congregación en su extensión mundial. Es el corazón de toda la forma-
ción; de ella arranca el proceso formativo y a ella se refiere constantemente.
Y es criterio determinante de discernimiento vocacional (FSDB 25).
El salesiano sacerdote [o diacono] une en sí los dones de la consagración
salesiana y los del ministerio pastoral, pero de modo tal que es la consa-
gración salesiana la que determina las modalidades originales de su ser
sacerdote y del ejercicio de su ministerio. Como signo sacramental de Cristo
Buen Pastor de quien recibe su caridad pastoral, busca «salvar» a los jóvenes,
trabajando en el contexto de su comunidad (FSDB 39).
Es momento de repensar el proceso entero de formación específica,
de modo que se dé a nuestra identidad consagrada salesiana la centralidad
que le pertenece. No es en absoluto suficiente garantizar que el plano de
estudios corresponda con los requisitos académicos en vista a la ordena-
ción sacerdotal. Debemos identificar y promover los métodos que mejor
favorezcan el logro continuo de esta síntesis carismática que es el núcleo
de la vocación del salesiano sacerdote. Como el cardenal J.J. Hamer había
sostenido con fuerza en el trascurso del sínodo sobre La formación de los
sacerdotes en las circunstancias actuales, los superiores mayores tienen
la responsabilidad de garantizar una perfecta armonía entre la formación
al sacerdocio y la formación a la vida religiosa, según la identidad parti-
cular y el carisma de cada instituto.33 Durante el estudio de la teología,
deberíamos unir los esfuerzos y poner a punto itinerarios formativos y
procesos académicos que ayuden a leer los tratados teológicos a la luz de
nuestro carisma.
33 Citado en ACG 335, 11. Jean Jérôme Hamer, OP, (1916-1996) fue un cardenal belga,
Prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida consagrada y las Sociedades de
Vida Apostólica (1985-1992).

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2.  ORIENTACIONES Y DIRECTRICES
81
Existen, en particular, dos tipos de relaciones que tienen un impacto
realmente fuerte sobre el ministerio futuro y que, por tanto, deben ser
objeto de atención particular. La primera es la experiencia vivida de la
comunidad religiosa: un claro sentido de pertenencia y la capacidad de
donarse en un servicio generoso son signos positivos extremadamente
importantes. los problemas en la vida de la comunidad después de la or-
denación, a menudo, tienen sus raíces en una experiencia débil de comu-
nidad durante la formación inicial. La segunda es la capacidad de vivir el
espíritu y la misión salesianos compartidos con los laicos. La consistencia
de estas convicciones, competencias y habilidades no surgen por sí mismas
después de la ordenación, como si fueran automáticas; se pide, en cambio,
una atención deliberada y sistemática a este campo durante los procesos
de formación inicial.
Debemos garantizar que la formación específica no se reduzca en su
conjunto a su dimensión intelectual, aun siendo necesaria, y mucho menos
al mero «aprobar exámenes». Los aspirantes al sacerdocio salesiano deben
ser ayudados a entrar más profundamente en su identidad específica de
hermanos llamados a vivir el sacerdocio en la vocación y misión salesiana.
Ello reclama, como hemos dicho, una revisión profunda de los procesos
e instrumentos de formación (proyecto formativo comunitario y proyecto
personal de vida; acompañamiento personal, de grupo y de comunidad),
un entrenamiento del equipo de personas envueltas en la formación, in-
cluyendo hombres y mujeres laicos y parejas casadas, y favoreciendo una
mejor preparación de los formadores. Todo ello se llevará a cabo con
un planteamiento participativo, con el fin de garantizar que los jóvenes
hermanos sean envueltos activamente, como primeros responsables de
su formación.
Octavo punto: el período del quinquenio. No hay nada que pue-
da probar la importancia de esta fase de modo más convincente que la
experiencia directa de Don Bosco. Es en los cinco primeros años de su
sacerdocio, coincidentes con el tiempo transcurrido entre su ordenación
sacerdotal y el inicio del Oratorio con estancia estable en Valdocco, donde
nació la misión salesiana. La experiencia personal de nuestro fundador
ofrece al mismo tiempo un testimonio formidable sobre la importancia de
ser acompañados durante el período crucial de la integración plena en el

3.10 Page 30

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ACTAS DEL CONSEJO GENERAL, núm. 431
ministerio educativo-pastoral: sin Cafasso a su lado no podríamos siquiera
imaginar al San Juan Bosco que conocemos y que buscamos seguir. Es,
inicialmente, responsabilidad del inspector asignar hermanos a comuni-
dades en las que puedan ser seguidos y acompañados, así como, sin duda
alguna, se espera de los hermanos interesados reconocer que es necesaria
tal cercanía, acogiendo de buen ánimo ser acompañados y sostenidos. No
menos importante en este momento es el soporte proveniente del grupo
de iguales. Son ya en acto experiencias muy válidas de encuentros entre
salesianos del quinquenio para el apoyo recíproco, a nivel inspectorial
e interinspectorial; vale la pena compartir estas buenas prácticas. Y des-
pués, está el estudio, que Cafasso definía como el octavo sacramento del
sacerdote. Sería una tragedia si los salesianos sacerdotes abandonaran
leer, reflexionar y estudiar justo después de la ordenación. Si queremos
ser educadores y pastores y no funcionarios o jornaleros, debemos cuidar
realmente la dimensión reflexiva y contemplativa de nuestra vocación. El
mejor ejemplo aquí es el mismo Don Bosco: el Don Bosco que tenía una
habitación reservada para él en el Convictorio donde retirarse cada día en
sus primeros años de sacerdocio, para leer y escribir34.
Noveno. Dado el gran número de parroquias en la Congregación y el
impacto formativo tan fuerte de esta forma particular de servicio pastoral
sobre nuestra vida salesiana y sobre nuestro modo de percibir y vivir el
ministerio sacerdotal, sería importante en el próximo sexenio promover
procesos de escucha, estudio y reflexión sobre este tema, para llevarlo
adelante conjuntamente con los Dicasterios de Pastoral Juvenil, de Misio-
nes y de Formación, involucrando hermanos y comunidades directamente
dedicadas al ministerio parroquial salesiano.
Por último, como décimo punto, el salesiano sacerdote, junto al Sa-
lesiano coadjutor, está llamado a promover activamente la eclesiología
de comunión, que se expande en círculos concéntricos hasta abrazar a
la humanidad entera. Esto significa ir más allá de los límites de nuestras
comunidades religiosas y educativo-pastorales, para hacer red con otros
34 Cf. G. Buccellato, Appunti per una «Storia Spirituale» del sacerdote Gio’ Bosco, LDC, Turín
2008, 67. Ver también la grandísima serie de publicaciones de Don Bosco mismo, ahora
accesible fácilmente en <http://www.donboscosanto.eu/>.

4 Pages 31-40

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4.1 Page 31

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2.  ORIENTACIONES Y DIRECTRICES
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religiosos, con la comunidad diocesana, con la comunidad humana en la
que estamos situados y con todos aquellos que están interesados en cui-
dar nuestra casa común y en promover la vida y el futuro de los jóvenes,
sobre todo los más marginados. El sacerdocio de Cristo abraza a la familia
humana entera y, en verdad, a cada forma de vida dentro del esplendor
de la creación, obra de Dios.
* * *
Según aprendamos a cuidar mejor la identidad de nuestros hermanos
sacerdotes, al mismo tiempo, veremos una mejora en la calidad pastoral,
en la espiritualidad y en la responsabilidad compartida del primer pro-
tagonista de la misión, que es la comunidad. El crecimiento permanente
en todos estos aspectos hasta aquí presentados es un desafío permanente
para la vida religiosa salesiana en sus dos formas, con el objetivo último
de crecer juntos, salesianos laicos y salesianos presbíteros, en fe y en
humanidad, para ofrecer un servicio más fecundo a los jóvenes y a todos
aquellos a los que se nos envía, poniendo el corazón y todas las energías
y recursos a nuestra disposición.

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