Los martires salesianos de Valencia y Barcelona 1936-38. Ramon Alberdi. CCS 2001


Los martires salesianos de Valencia y Barcelona 1936-38. Ramon Alberdi. CCS 2001

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LOS MÁRTIRES SALESIANOS
DE
VALENCIA Y BARCELONA
(1936-1938)
RAMÓN ALBERDI

1.3 Page 3

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Colección B I O G R A F Í A S S A L E S I A N A S - n.° 5
LOS MÁRTIRES SALESIANOS
DE V A L E N C I A Y B A R C E L O N A (1936-1938)
Autor: Ramón Alberdi.
Retratos: Joan Puigdollers.
Fotografía de cubierta: Mosaico bizantino.
Ravenna (Italia). Basílica de San Vitale.
Maquetación: Conchi Garzón.
© Editorial C C S , 2001
Alcalá, 164 / 28028 M A D R I D
I S B N : 84-8316-412-4
Depósito Legal: B. 9580-2001
Impreso en España
Printed in Spain
E G S - Rosario, 2, Barcelona
No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la
transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia,
por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor.

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A la Familia Salesiana
de Valencia y Barcelona,
que, cargando sobre sus hombros
la cruz de Jesucristo,
quiere servir a la Iglesia y ala sociedad.

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Uno de los ancianos se dirigió a mí y me pre-
guntó: Los que llevan estolas blancas, ¿quiénes
son y de dónde vienen? Contesté: tú ya sabes,
Señor. Me dijo: Estos son los que han salido de
una gran tribulación, han lavado y blanqueado
sus estolas en la sangre del Cordero. Por eso
están ante el trono de Dios, le dan culto día y
noche en su templo, y el que se sienta en el tro-
no habita entre ellos.
Apocalipsi 7, 13-15
9

1.9 Page 9

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A MODO DE INTRODUCCIÓN
«La Iglesia de Dios que habita como foras-
tera en Esmirna a la Iglesia de Dios que vive
forastera en Filomelio, y a todas las comunida-
des, peregrinas en todo lugar de la santa y uni-
versal Iglesia: que en vosotras se multiplique la
misericordia, la paz y la caridad de Dios Padre
y de Nuestro Señor Jesucristo.
Os escribimos, hermanos, la presente carta
sobre los sucesos de los mártires, y señalada-
mente sobre el bienaventurado Policarpo,
quien, como poniendo el sello, hizo cesar con
su martirio la persecución»1.
C o n estas palabras, tan llenas de sentido
religioso y eclesial, la comunidad cristiana de
Esmirna comunicaba a la de Filomelio y a
todas las demás un hecho extraordinario que
había ocurrido: habían asesinado a su obispo,
Policarpo, quien había muerto por su fe.
m¿

2 Pages 11-20

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2
A los cristianos de Esmirna les parecía que un suceso así convenía
¡-5
que fuera recordado, no sólo en sus propias reuniones, sino también en
y
las de otros grupos de creyentes, quienes habían manifestado el deseo
Q
de conocerlo. Y, para ello, juzgaban oportuno dar la debida informa-
os
ción, siquiera en forma abreviada: «Nos habíais pedido que os relatá-
g
ramos con todo pormenor lo sucedido; pero hemos tenido que limi-
w
tarnos, por ahora, a un resumen de lo principal, que os mandamos por
0
obra de nuestro hermano Marción»2.
Q
O
Policarpo —anciano de 86 años— fue sacrificado, ante la muche-
<
dumbre que llenaba el anfiteatro de la ciudad, en el año 155 ó 156.
El procónsul Quinto Estacio Cuadrado, que ejercía de juez en el
tribunal, trató de persuadir al obispo a que renunciara a su fe para ver-
se libre de una muerte segura: «Ten consideración a tu avanzada edad
—le dijo—. Reniega de Cristo». Y Policarpo le contestó aquellas pala-
bras que han quedado grabadas en los anales de la Historia de la Igle-
sia: «Ochenta y seis años hace que le sirvo y ningún daño he recibido
de E l : ¿cómo puedo renegar de mi Rey, que me ha salvado»?3.
Estas palabras fueron su sentencia de muerte. Policarpo ardió en la
hoguera y luego lo remataron. Un poco antes del holocausto, le habí-
an permitido hacer una oración: «Señor Dios omnipotente, Padre de tu
amado y bendecido siervo Jesucristo (...). Yo te bendigo, porque me
juzgaste digno de esta hora»4.
Sus diocesanos recogieron los huesos —«más preciosos que piedras
de valor y más estimados que oro puro», según escribe el relator5— y
los depositaron en un lugar conveniente. «Allí, según nos fuere posible
—añade el mismo testigo—, reunidos en júbilo y alegría, nos concede-
rá el Señor celebrar el natalicio del martirio de Policarpo, para memo-
ria de los que acabaron ya su combate, y ejercicio y preparación de los
que tienen aún que combatir»6.
Reinaba entonces el emperador romano Antonino Pío (138-161),
quien personalmente se había manifestado benévolo con respecto a los
cristianos. Pero incluso estos emperadores, tolerantes en alguna medi-
da con el cristianismo, no siempre podían frenar el odio de la masa
popular.
Esmirna era un ciudad opulenta de la costa occidental del Asia
Menor; Filomelio, en cambio, un pueblecito de la provincia romana de
Frigia, en el centro de la región. Ambas poblaciones distaban bastante
m

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en lo geográfico, pero, a mediados del siglo I I , sus respectivas comuni-
Z
dades cristianas estaban unidas por los lazos de una misma fe y querí-
an fomentar su comunión fraterna intercambiando informes y noticias.
O
Uu
Al propio tiempo, ambas trabajaban por la difusión de sus ideales:
Q
«Ahora, pues —les recomendaban los de Esmirna a los de Filomelio—,
O
f¡£¡
una vez que vosotros os hayáis enterado, tened la bondad de remitir
Hg
esta carta a los hermanos del contorno, a fin de que también ellos glo-
W
rifiquen al Señor, que es quien se escoge a los que quiere de entre sus
siervos»7.
D
O
Q
O
S
<
Cuando, a comienzos de noviembre del año pasado, recibimos la
honrosa invitación de preparar este librito, lo primero que hicimos fue
tratar de hallar una clave de interpretación y de presentación de los
contenidos que podía, o debía, ofrecer. Tuvimos que reflexionar un
poco. Pero pronto vino a nuestra mente el recuerdo de aquel docu-
mento que sale inevitablemente en las primeras lecciones de la Patro-
logía y lleva el título de Martyrium Sancti Policarpi (Martirio de San
Policarpo). Se trata de una de las piezas más importantes y hermosas
de la literatura cristiana del segundo siglo8. Entonces quedamos tran-
quilos, porque creímos encontrar en ella la clave que necesitábamos. El
lector juzgará si hemos acertado o no. Por el momento, ya tiene una
idea del documento.
Ahora queremos decirle que, usando el mismo estilo —escueto,
didáctico—, con el mismo propósito —de informar según la verdad
que creemos conocer— y, sobre todo, con el mismo espíritu cristiano
—mirando a Dios y a su Pueblo—, nos proponemos explicarle cómo,
hace algo más de sesenta años (1936/1938-2001), la vieja historia del
martirio de Policarpo se ha repetido entre nosotros del modo y de la
forma que le expondremos; y también deseamos declararle que si le
narramos lo sucedido es, exclusivamente, ad aedificandam Ecclesiam,
o sea, con la itención de ayudar a la construcción de la Iglesia por den-
tro, en su fidelidad a Dios y a los hombres.
Para llevar a buen término tales proyectos, es conveniente proceder
según el orden que indicamos ahora.
m

2.3 Page 13

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Z
Ante todo, se ha de comenzar por conocer lo que fueron y signifi-
£¡
carón para la Iglesia las persecuciones de los tres primeros siglos, así
y
como también la reflexión teológica —doctrinal y espiritual— que
Q
siguió a tales acontecimientos durante los dos siglos siguientes ( I V y
V ) . De esta forma, nos aproximaremos al concepto mismo de mártir
Z
y de martirio en la vida de la Iglesia.
Q
Una vez cumplida esta tarea, podemos fijar la atención en una épo-
O
ca más cercana a nosotros, porque, dada la condición humana y el ser
O
mismo de la Iglesia de Jesucristo, los mártires vuelven al primer plano
<
de la historia una y otra vez. Aquí tendremos ocasión de analizar lo
que fueron la Guerra C i v i l Española del 1936 al 1939 y la persecución
religiosa que se dio en aquella coyuntura, inmensamente dolorosa para
la convivencia social de los españoles.
En tercer lugar, como el fenómeno de las persecuciones religiosas sue-
le ser complejo — y a que pueden intervenir en él factores muy heterogé-
neos—, nos esforzaremos por estudiar el comportamiento de la Santa
Sede ante dicho fenómeno —que es histórico y eclesial a un mismo tiem-
po— y, muy concretamente, ante el hecho del martirio de 32 miembros
de la Familia Salesiana Española, según el resultado del proceso que la
misma Santa Sede ha concluido hace ahora algo más de un año.
A continuación, parece lógico que, además de describir el momen-
to histórico en el cual sufrieron el martirio esos 32 hermanos nuestros
—entre ellos, dos hermanas—, demos también de cada mártir una
apretada reseña biográfica: será como un recuerdo de familia.
Finalmente, en forma de breve epílogo, invitamos al lector a que haga
suyo el mensaje que lleva en su entraña la próxima beatificación (Roma,
11 de marzo de 2001), para que, si le parece bien, pueda pasar de la cele-
bración a la contemplación y, de ésta, al quehacer de la vida cristiana.
Estas páginas se dirigen, en primer término, a la Familia Salesiana
de España, para que también ella — s i lo cree oportuno— comunique
su contenido a otros creyentes cristianos e, incluso, a todos los hom-
bres y mujeres de buena voluntad, los cuales andan por los caminos del
mundo buscando el rostro de Dios.
Agradecemos de corazón la ayuda que nos han prestado nuestros
excelentes colaboradores, don Jesús Mairal López y el señor González
Torres: el primero ha revisado el texto original y el segundo se ha cui-
dado de los aspectos estéticos del libro.
1-4

2.4 Page 14

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Como cierre de esta presentación —que sirve también de introduc-
£
ción en la materia—, nos es grato recordar a San Juan Bosco. Porque
£
sus inquietudes literarias y educativas le llevaron a interesarse por los
y
mártires de la Iglesia antigua y a publicar algunas biografías. Escribió
Q
abundantemente sobre los papas mártires9 y los mártires más popula-
P¿Í
res10. Esta tarea literaria la fue desarrollando durante los años 1856 a
Z
1864. Y es que ese apasionado educador cristiano, que se llamó J u a n
«
Bosco, no podía v i v i r sin narrar a los alumnos y a las gentes del pue-
0
blo las gestas heroicas de la Iglesia perseguida. Lo tendremos en cuen-
°
ta al redactar las páginas que siguen.
S
<
Ramón Alberdi
Barcelona, 31 de enero 2001
Fiesta de San Juan Bosco
NOTAS
1 Martirio de San Policarpo, obispo de Esmirna, en Padres Apostólicos. La
Editorial Católica, Madrid 1979, 672-689 ( B A C 65). El texto citado en la
pág. 672.
2 Ibid.,XX.
3 Ibid.,\\X.
4 Ibid.,XlV.
5 Ibid.,XVll\\.
6 Ibid.
7 Ibid.,XX.
8 Cf J. Q U A S T E N , Patrología. I, Hasta el Concilio de Nicea. La Editorial
Católica, Madrid 1961, 83-84 ( B A C 206).
9 Como San Pedro (t 67), San Calixto I (t 222), San Urbano I (t 230), San
Ponciano (t 235), San Antero (t 236), San Fabián (t 250), San Cornelio I
(t 253), San Lucio (t 254), San Esteban I (t 257), San Félix I (t 279), San
Eutiquiano (+ 283), San Marcelino (t 304) y San Marcelo (t 308).
10 Como San Pancracio, San Policarpo, San Lorenzo. A este respecto se pue-
den consultar G. B O S C O , Opere edite, V I I I (1856), X (1857-1858), X I I
(1859-1860), X I I I (1860-1862), X V (1864).
15

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2.8 Page 18

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;OUÉ SON LOS MÁRTIRES?
Ha transcurrido mucho tiempo desde la
muerte del obispo Policarpo —¡unos 1.845
años!—. Desde entonces han cambiando enor-
memente las cosas dentro y fuera de la Iglesia
Católica, pero, todavía hoy, cuando llega el día
23 de febrero, sus miembros rezan con la litur-
gia romana de este modo: «Dios de todas las
criaturas, que te has dignado agregar a San
Policarpo, tu obispo, al número de los márti-
res; concédenos, por su intercesión, participar
con él en la pasión de Cristo y resucitar a la
vida eterna»1.
La flagelación de Cristo, de J. M. Subirachs.
Fotografía de Joan González.
Templo de la Sagrada Familia. Barcelona.
19

2.9 Page 19

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£
Si reparamos un poco en los términos en que está redactada la ple-
g
garia, hay que concluir que se necesita tener coraje para repetirla, año
£
tras año, todos los 23 de febrero. Porque, ¿cuál es el contenido de la
g
misma? Que Dios, por la intercesión del mártir y juntamente con él,
g
haga participar a sus devotos en la pasión de Cristo... y resucitar a la
-1
vida eterna. ¡Casi nada! ¿No se podría pedir la vida eterna por otro
O
camino un poco más agradable y no precisamente por el camino del
^
sacrificio? N o , puesto que al mártir cristiano se le considera siempre
§,
unido a la cruz de Cristo. El concepto de la cruz de Cristo es insepa-
rable del mártir. El mártir cristiano es uno que ha padecido la muerte
por Alguien que ya ha muerto antes por él. Y, precisamente en ello, ha
encontrado el camino de la vida eterna.
Esta simple consideración nos lleva a profundizar en la figura del
mártir: en su significado para la Iglesia y para los cristianos de todos
los tiempos. De lo contrario, ¿a qué hablar de mártires?
Tal es el objetivo próximo del presente capítulo. Según tenemos
indicado, estudiamos en él las persecuciones de la Iglesia durante los
tres primeros siglos y, en consecuencia, la formación del tipo del santo
cristiano.
LAS PERSECUCIONES
DE LOS TRES PRIMEROS SIGLOS
Cuando, a mediados del siglo primero, la Iglesia comenzó a difun-
dirse por las tierras del Imperio Romano, se encontró con que éste la
trataba con una actitud hostil2. La persecución promovida contra los
cristianos por el emperador N e r ó n sobre el año 64 fue la señal inequí-
voca. A partir de ese momento la actitud de intolerancia para con los
cristianos se fue haciendo permanente.
El delito cristiano
¿Cuál era el delito que cometían los cristianos para ser sistemática-
mente perseguidos? Mirando bien las fuentes históricas, se ve que no
era ninguno de los delitos comunes. Porque no hacían nada contra las
leyes establecidas para todos en el Imperio. Su delito consistía, simple-
mente, en ser cristianos. En los procesos que se organizaban contra
*2Er-'

2.10 Page 20

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ellos la pregunta clave del juez era si el acusado profesaba o no la fe
£
cristiana. Por eso, tales procesos resultaban brevísimos. Si se prolon-
g
gabán, era debido a que muchos jueces, en su sentido de humanidad y
£
justicia, hacían lo posible para que el acusado se echara atrás, retrac-
g
tándose de sus creencias cristianas. Para ello se valían de todos los
£
medios a su alcance: amenazas, promesas, halagos, tormentos. Ya se ha
-J
visto el caso del obispo Policarpo.
o
La praxis persecutoria quedó regulada de hecho por la normad-
"g
va que, en respuesta a una consulta, el emperador Trajano (98-117)
O1
daba al gobernador y legado en las provincias de Bitinia y el Ponto
(Asia Menor), Plinio Cecilio Segundo, el Joven, en el año 112. Este
deseaba saber del emperador qué castigaba cuando se sentaba en el
tribunal para juzgar a los cristianos y qué pasos debía dar según
derecho.
Después de una introducción, el emperador reconoce que, para
el proceso contra los cristianos, no había una regla del todo segura
—«materia es ésta en la que no conviene establecer nada en modo
absoluto con carácter de universalidad»—. Mientras tanto, el gober-
nador debía actuar así: I o ) «No se les debe inquirir». 2o) «Si se los
trae y se prueba contra ellos, castigúeseles». 3o) «Pero con esta reser-
va de que si dejaren de ser cristianos, y eso se patentiza con hechos
como es rindendo culto a nuestros dioses, aunque de lo pasado pue-
de tenerse sospecha, perdóneseles por la detestación que muestran».
4o) «Pero de ningún modo debe darse curso a libelos sin firma del
delator, pues eso, además de ser de pésimo ejemplo, es indigno de
nuestro tiempo»3.
C o m o se ve, según este famoso rescripto o carta de contestación de
Trajano, para poner en marcha el proceso anticristiano, la policía no
tomaba la iniciativa; hacía falta una acusación formal por parte de un
ciudadano cualquiera. La profesión de cristiano era merecedora de cas-
tigo. Sin embargo, siempre había una escapatoria: la apostasía, es decir,
el negar que se seguía siendo cristiano y manifestarlo por medio de un
acto de culto pagano. Las acusaciones anónimas no debían tenerse en
cuenta.
Esta normativa, que interpretaba autoritariamente el sentido de la
prohibición, sirvió, siquiera en teoría, para regular las acciones contra
los cristianos. Sobre todo, hasta la llegada de Decio (249-251), porque,
a partir de entonces, se persiguió a los cristianos en fuerza de unos
m-¡

3 Pages 21-30

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3.1 Page 21

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«
De aquí que, gradualmente, las Iglesias locales fueran distinguien-
£
do los dos tipos de celebración: la memoria que se hacía por los difun-
tos cristianos y el culto que se tributaba a los difuntos mártires.
S
->
Celebrar a los mártires
§
Este culto es tan antiguo como los mismos mártires. Desde luego,
"S
por lo que hemos dicho ya, San Policarpo fue uno de los primeros en
O^
tenerlo (mediados del siglo I I ) : los cristianos esmirnenses lloraron su
ausencia, recordaron su muerte heroica y la dieron a conocer, se
llevaron consigo sus restos humanos y, junto al sepulcro, solían reu-
nirse para celebrar, sobre todo, su tránsito a otra vida nueva y defi-
nitiva.
La fecha propia de la reunión comunitaria era el día del aniversario
del martirio. He aquí el elemento más significativo: los cristianos cele-
braban no el día del nacimiento del mártir a este mundo —esto lo prac-
ticaban más bien los paganos—, sino el día en que el mártir había sido
asesinado, porque ése era su dies natalis, en el que, por medio de la
muerte, había nacido a una vida eterna.
E r a un rito que todo el grupo de los fieles repetía año tras año, en
un ambiente de plegaria, alegría y gozo espiritual. Al rezar, no pedían
a D i o s por el eterno descanso del mártir, sino que le pedían gracias y
favores, y se encomendaban a su intercesión ante D i o s .
Dios, por encima de todo. Los creyentes, a través de la oración
hecha al mártir, entendían adorar sólo a Dios, manifestado en Cristo
Jesús, el primero de todos los mártires y el mártir referente absoluto,
del cual los santos mártires no eran más que discípulos e imitadores.
Así pensaban, por ejemplo, los amigos de Policarpo: «Los cristia-
nos jamás podemos abandonar a Cristo, que por nuestros pecados se
dignó a padecer tanto, ni dirigir a ningún otro nuestras oraciones. Por-
que a éste le adoramos y damos culto como a H i j o de D i o s , y a sus
mártires los abrazamos con honor y de buena gana como a discípulos
fieles y abnegados soldados, a la par que rogamos se nos conceda ser
también nosotros compañeros y condiscípulos suyos»9.
El núcleo central del culto era la celebración de la Eucaristía y la
lectura de los textos conmemorativos. Las inscripciones o graffiti que
todavía pueden encontrarse en los antiguos lugares de culto —por
*mi

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ejemplo, en algunas catacumbas romanas— evocan estas celebraciones
5i
festivas, en las cuales manifestaban y educaban su fe los creyentes.
g
El culto a los mártires fue lo primero. Más tarde, las Iglesias parti-
^
culares creyeron oportuno hacer algo semejante en relación a los san-
^
tos confesores. T a l vez, el primer santo no mártir a quien se tributó c u l -
°
to fue San Martín, monje y obispo de Tours (Francia, fallecido en el
z
año 397).
8
•di
Después de Constantino el Grande (306-337), a quien se le puede
Q,
considerar como el primer emperador cristiano, el culto a los mártires
pudo desarrollarse con toda libertad y fue ganando en extensión y énfa-
sis. Se construyeron iglesias junto a sus sepulcros —como reclamo de la
presencia de Dios sobre la tierra al lado de sus testigos—; se enriqueció
la liturgia con himnos, salmos, misas y ágapes (comidas, en las que se
invitaba a los pobres); comenzaron las peregrinaciones, se buscaron y se
multiplicaron sus reliquias y se instituyó la fiesta del traslado de las m i s -
mas a sitios más cercanos o accesibles a los fieles. Estos encontraron en
aquellas celebraciones conmemorativas el clima pedagógico, popular y
religioso que necesitaban para una mejor educación de la fe.
P o r supuesto, en medio de este fervor creciente, no faltaron los
excesos, desenfoques e intereses comerciales, que los obispos trataron
de corregir, reservándose también el derecho a reconocer oficialmente
a un cristiano como mártir. Pero la Iglesia nunca condenó este culto,
que, al llegar el cambio del siglo IV al V, estaba extendido por toda la
cristiandad.
Vino a ser una hermosa vivencia de la comunión de los santos, en el
cielo y sobre la tierra. El mártir se había ofrecido a la Iglesia, y la Igle-
sia se ofrecía al mártir en un movimiento recíproco de caridad frater-
na, y ambos —el mártir y la Iglesia— se ofrecían a Dios, en acción de
gracias, por medio de Jesucristo. El culto a los mártires se convertía así
en un signo particularmente visible de la comunión de los santos.
LA TEOLOGÍA DEL MARTIRIO
Mientras tanto, tal como hemos insinuado, fue madurando la refle-
xión teológica sobre el hecho del martirio y el culto correspondiente.
La aportación de los grandes padres, que florecieron tanto en O r i e n -
y^A

3.3 Page 23

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£
te10 como en Occidente11 desde mediados del siglo IV a mediados del
f¿
V, fue decisiva. Pero, antes que ellos, hubo otros que trataron también
P4
del tema, tales como, por ejemplo, San Justino (t 163), Tertuliano
g
(t después del 220), Orígenes (t 253) y San Cipriano (t 258). Y, según
g
hemos podido colegir, en los mismos autores o recopiladores de
J
las actas y de los relatos martiriales se hallan elementos m u y valiosos,
O
si no de teología, sí, al menos, de la experiencia cristiana en torno al
w
martirio.
o^
Unos y otros se inspiran, como no podía de ser otro modo, en el
Nuevo Testamento —los Evangelios y el Apocalipsis, singularmen-
te— y en el Antiguo Testamento —los Libros de los Macabeos, p o r
ejemplo.
Hagamos ahora un esfuerzo para ordenar las líneas más importan-
tes de la reflexión teológica que llevaron a cabo los primeros siglos
cristianos. Tales líneas se mueven alrededor de dos polos: el cristológi-
co y el eclesiológico. De esta forma daremos profundidad a nuestro
estudio, el cual ha de moverse en los parámetros de la historia y de la
teología.
Dimensión cristológica
Se abre en tres direcciones, íntimamente relacionadas entre sí.
I a ) El seguimiento de Cristo. El mártir cristiano tuvo, ante todo, esta
voluntad y esta conciencia de imitar a su Maestro, precisamente llevan-
do la cruz. Aquí creyó encontrar el camino directo, inmediato para su
encuentro con Cristo Salvador: «El que quiera venirse conmigo, que
reniegue de sí mismo, que cargue con su cruz y me siga, porque si uno
quiere salvar su vida, la perderá, pero el que pierda su vida por mí y por
la buena noticia, la salvará»12. Y recordaba la advertencia del mismo
Maestro: «Quien se avergüence de mí y de mis palabras entre esta gen-
te de hoy, infiel y pecadora, también este H o m b r e se avergonzará de él
cuando venga con la gloria de su Padre entre los santos ángeles»13. Por
eso, el obispo de Antioquía, Ignacio, quien, hacia el año 107, fue con-
ducido a Roma para ser devorado, como cristiano, por las fieras en el
circo, suplicaba a sus amigos romanos que no hicieran nada para librar-
le: «Permitidme ser pasto de las fieras, por las que me es dado alcanzar
a Dios. Trigo soy de Dios, y por los dientes de las fieras he de ser moli-
do, a fin de ser presentado como limpio pan de Cristo»14. Y declaraba
Wt

3.4 Page 24

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y recomendaba a sus amigos de la ciudad de Magnesia (Asia Menor):
5>
«Si no estamos dispuestos a morir por É l , para imitar su pasión, no ten-
g
dremos su vida en nosotros»15. Ignacio quería unirse a Cristo en un
£$
acto supremo de amor — e l martirio—, para llegar a ser del todo un
g
discípulo suyo: «Cuando el mundo no vea ya mi cuerpo, entonces seré
g
verdadero discípulo de Jesucristo. Suplicad a Cristo —invitaba a los
J
cristianos de Roma— para que logre ser sacrificio para Dios»16.
o
</>
C o m o se ve, estos cristianos de primera hora tenían muy claro don-
•g
de radicaba la razón del valor del martirio: éste no es más que un acto
&
de amor en el cual el Señor Jesús y su discípulo se compenetran en un
mismo abrazo, indisoluble y definitivo.
A q u í la saequela Christi o el seguimiento de Cristo por parte del
creyente alcanza su realización más plena.
2a) La identificación con Cristo. El mártir era consciente de que la
prueba a la que iba a ser sometido superaba del todo sus fuerzas. P o r
lo cual no le quedaba otra salida que la de echarse en los brazos del
mismo Señor: «Mantengámonos, pues, incesantemente adheridos a
nuestra esperanza y prenda de nuestra justicia, que es Jesucristo, el cual
levantó sobre la cruz nuestros pecados en su propio cuerpo —reco-
mendaba Policarpo a los cristianos de Filipos (Asia Menor)—; E l , que
jamás cometió pecado, y en cuya boca no fue hallado engaño, sino que,
para que vivamos en E l , lo soportó todo por nosotros»17.
Tanto el mártir como los miembros de la comunidad a la que per-
tenecía estaban convencidos de que Cristo mismo era el que sufría y
triunfaba en sus heroicos testigos. Efectivamente, todos los que se han
interesado por la historia de las primeras generaciones cristianas han
quedado maravillados ante aquel pasaje que se lee en el relato martirial
de las santas Perpetua y Felicidad y de sus compañeros. Vibia Perpetua
era una joven madre de 22 años de edad, perteneciente a la nobleza
romana y que tenía un hijo que criaba a sus pechos. Felicidad era una
esclava suya, la cual se encontraba encinta cuando la arrestaron junta-
mente con su señora. A ambas se les acusaba de ser cristianas. Estando
en la cárcel y poco antes de morir en la arena, a Felicidad se le adelan-
tó el momento del parto. Uno de los guardias de la prisión, al ver que
se quejaba de los dolores propios de un parto prematuro, le dice: «Tú,
que así te quejas ahora, ¿qué harás cuando seas arrojada a las fieras, que
despreciaste cuando no quisiste sacrificar?». A lo que ella respondió:
«Ahora soy yo la que padezco lo que padezco; mas allí habrá otro en
f$®.'

3.5 Page 25

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£
mí, que padecerá por mí, pues también yo he de padecer por É l . Y así
g
—añade el relator—, dio a luz una niña que una de las hermanas crió
^
como hija»18. La esclava Felicidad fue sacrificada, juntamente con su
g
señora, el 7 de marzo de 202, en Roma19.
O
3a) La esperanza cristiana. Es otra de las cosas que llama la atención
2
y que aparece con frecuencia en los documentos: los mártires reciben
£>
la sentencia de condena contra ellos no vamos a decir con alegría, pero
"g
sí con una resignación gozosa. Cuando el procónsul Galerio Máximo,
<y
que ejercía de juez en el tribunal, le leyó en alta voz al obispo de Car-
tago, Cipriano, la sentencia —«mandamos que Tascio Cipriano sea
pasado a filo de espada»—, el prelado contestó: —«Gracias a Dios»20.
Tascio Cipriano fue ajusticiado el 14 de septiembre del año 258, en el
lugar llamado Villa de Sexto, junto a la ciudad de Cartago, en la región
de la Numidia (África del Norte).
Idéntica conducta habían seguido 12 cristianos de un pueblecito
— E s c i l i o — de la misma región de Numidia. Habían sido sentenciados
a muerte por el procónsul Publio Vigelio Saturnino: «Sentencio que
sean pasados a espada». Y, a una orden suya, el heraldo pregonó:
«Están condenados al último suplicio». Y los doce, «a una voz», dije-
ron: «¡Gracias a Dios!»21. Inmediatamente fueron degollados. E r a el 17
de julio del año 180.
¿Cómo puede explicarse esta actitud de paz interior y de naci-
miento de gracias a Dios? Los motivos de raíz cristiana ya están seña-
lados arriba. Pero había también otros, procedentes de la tradición
judía. Así, la persuasión de que quien es fiel a Dios en los sufrimien-
tos y en la muerte recibirá sin falta la recompensa; de que, a pesar de
la muerte, la fe, que se mantiene inquebrantable, es garantía de
inmortalidad — e l mártir será coronado de gloria—; de que el mártir,
después de la muerte, no habrá de purgar nada, sino que irá inmedia-
tamente al paraíso. En el Antiguo Testamento, estas verdades de fe
hicieron posible la gesta martirial de los siete hermanos macabeos y
su madre22.
Sobre todo, se imponía el convencimiento de que el sufrimiento
del mártir tenía un valor expiatorio, es decir, que Dios le perdonaba
todos los pecados. Tal era el contenido teológico del llamado «bau-
tismo de sangre» o «segundo bautismo»: éste purificaba incluso a
quien no había recibido todavía el bautismo de agua. Esto aparece
también en el relato martirial de Perpetua, Felicidad y compañeros
*30---

3.6 Page 26

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donde se narra que, cuando uno de éstos, de nombre Saturo, fue
Si
echado a un leopardo, de una dentellada quedó completamente baña-
¿
do en su propia sangre. «El pueblo mismo dio testimonio de su
£
segundo bautismo —explica el testigo relator—, diciendo a gritos:
g
'¡Buen baño!, ¡buen baño!'. Y —añade— baño efectivamente de sal-
«
vación había recibido el que de este modo se había lavado» 23. Estas
J
creencias del Antiguo Testamento fueron confirmadas y reactualiza-
Q
das después en el Nuevo Testamento por Jesucristo, quien dijo «no
^
hay amor más grande que dar la vida por los amigos»24. Es cuanto
5,
entendían hacer los mártires cristianos de los primeros siglos: dar la
vida por su Señor.
Dimensión eclesial
Según sabemos, el término «mártir» significa «testigo». Y lo mismo
significa también el término «confesor». Tanto el mártir como el con-
fesor dan testimonio, primero, de su fe, y, segundo, de su fidelidad.
Aquél lo hace incluso con la efusión de su sangre. C o n su comporta-
miento en medio de los sufrimientos y en la misma muerte, atestigua
de una manera categórica que su fe y su fidelidad a Jesucristo son fir-
mes, inquebrantables. A h o r a bien, esto es un don que va destinado a
la comunidad cristiana. De aquí se derivan algunos extremos impor-
tantes.
I o ) La presencia de Cristo. La comunidad veía en los mártires la
presencia del Señor entre los suyos, que los anima y sostiene, asegu-
rándoles la verdad de la predicación y dándoles la esperanza de una
vida nueva. Efectivamente, la comunidad comprobaba que, en el
modo de conducirse el mártir en sus actos, era Cristo mismo quien
luchaba y triunfaba de nuevo sobre las potencias del mal; allí se había
producido un nuevo combate entre el Ungido de Dios, Cristo Jesús,
y Satanás, el padre de la mentira y de todos los males, y aquél había
resultado vencedor. La victoria de Cristo en su testigo fiel debía com-
putarse como una victoria de la comunidad creyente. Esta podía ale-
grarse porque, en uno de sus miembros, el dominio de Satanás había
quedado reducido. Por todo lo cual, la Iglesia recibía el testimonio de
los mártires como el testimonio mismo de Jesucristo: era éste quien le
estaba hablando, instruyendo y vigorizando por medio de la virtud de
sus mártires.
¿81

3.7 Page 27

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£
Todo esto, en su conjunto, se debía a la intervención del Espíritu
g
Santo. Aquel polémico y exuberante escritor que fue Quinto Septimio
£•
Florente Tertuliano, les recordaba a los que, delatados como cristianos,
g
yacían en la prisión esperando la sentencia: «No queráis contristar al
g
Epíritu Santo, que ha entrado en la cárcel con vosotros. Es tan cierto
-1
que ha entrado con vosotros que, de no ser así, no estaríais aún voso-
o
tros en ella. Por lo cual estáis obligados a trabajar porque permanezca
^
con vosotros, hasta que desde la cárcel os lleve a la casa del Señor, des-
^
pues de un glorioso martirio»25.
Automáticamente, el mártir se convertía para todos los miembros
de la Iglesia en un intercesor ante D i o s . La Iglesia podía y debía i n v o -
car la intercesión de los mártires, que eran amigos de Dios y de su
Cristo, el Señor. El obispo de Cartago, Cipriano, escondido durante la
persecución del emperador Decio (249-251), se encomendaba a las ora-
ciones de dos sacerdotes amigos que se hallaban ya encarcelados en
espera del último suplicio: «Ahora me queda, hermanos dichosos, que
os acordéis de mí; que entre vuestros pensamientos, altos y divinos,
nos tengáis en vuestra mente, y tenga yo un puesto en vuestras súpli-
cas y oraciones [...]. Pues ¿qué podéis pedir a la misericordia del Señor
que no merezcáis obtener?»26.
Y, en fin, siendo así las cosas, ¿no convenía que las nuevas Iglesias
estuvieran informadas sobre lo que había ocurrido? Esos informes
venían a ser como parte de la buena noticia, evangélica.
2°) Los frutos. El mejor era la solidaridad que se generaba entre los
mártires encarcelados y los miembros de sus Iglesias locales. Éstos les
asistían suministrándoles tanto la ayuda material como la espiritual,
desde el momento de la detención hasta el momento de la muerte y la
sepultura. Tertuliano, por ejemplo, una vez les ofreció lo que tenía más
a la mano, es decir, una exhortación henchida de sentido eclesial:
«Entre los alimentos corporales, benditos y selectos mártires, que de
sus pechos os ofrece nuestra Señora y Madre la Iglesia, y que os llevan
a la cárcel de sus propios bienes todos y cada uno de nuestros herma-
nos en la fe, tomad también alguna cosa de nosotros, que os sirva para
sustentar vuestras fuerzas espirituales»27.
Luego venía el efecto misionero, el propagandístico. Primero, natu-
ralmente, en las comunidades, las cuales quedaban edificadas por el
ejemplo sublime de sus hermanos y hermanas en la fe. Algunos de
éstos eran nobles, como Vibia Perpetua; otros, eclesiásticos eminentes,
g&

3.8 Page 28

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como Ignacio de Antioquía, Policarpo de Esmirna o Cipriano de Car-
5i
tago; otros, intelectuales, como el filósofo Justino; pero la inmensa
£
mayoría eran hombres y mujeres sin ningún relieve social o intelectual,
£
gentes sencillas del pueblo; Felicidad era una esclava... Unos daban su
g
testimonio en Palestina, otros, en Asia Menor o en África del Norte o
g
en las Galias o en Hispania... Ante estas experiencias, ¿cómo no se iban
->
a estrechar los lazos del amor y de la solidaridad entre las diversas
Q
comunidades cristianas?
^
En relación a los paganos, el efecto era doble: al principio reaccio-
&
naron con el desprecio, el silencio o el odio; pero luego, con el paso del
tiempo, algunos comenzaron a recapacitar. Se animaron incluso a
publicar diversas obras: poniendo en ridículo a los cristianos —preci-
samente, entre otras cosas, por su comportamiento durante las perse-
cuciones— o bien planteando cuestiones de fondo a la teología católi-
ca, como la encarnación del H i j o de Dios, los milagos de Cristo y su
resurrección de entre los muertos.
Algunos quedaban impactados ante aquel hecho, que les parecía
realmente espectacular. Por ejemplo, Diogneto —una eminente perso-
nalidad pagana— estaba interesado en saber de los cristianos, primero,
«qué D i o s es ése en quien confían y qué género de culto le tributan para
que así desdeñen todos ellos el mundo y desprecien la muerte [...]; y
luego qué amor es ése que se tienen unos a otros»28. Y el filósofo J u s t i -
no entró en crisis con su pensamiento platónico cuando llegó a conocer
la conducta de los cristianos ante una persecución a todas luces injusta:
«Y es así que yo mismo, cuando seguía la doctrina de Platón, al ver
cómo iban intrépidamente a la muerte y a todo lo que se tiene por
espantoso, me puse a reflexionar que era imposible que tales hombres
vivieran en la maldad y en el amor a los placeres». Y optó por conver-
tirse a la religión cristiana: «Yo confieso que mis oraciones y mis esfuer-
zos todos tienen por blanco mostrarme cristiano»29. Rubricó su fe con
el martirio en Roma, probablemente en el año 165. Se trata de San J u s -
tino Mártir, uno de los apologistas más relevantes de la Iglesia antigua.
Dentro de este cuadro de la expansión cristiana gracias, en buena
parte, al testimonio de los mártires, se ha de interpretar aquella famo-
sa frase de otro gran apologista, Quinto Tertuliano: «Plures efficimur,
quoties metimur a vobis: semen est sanguis christianorum» ( N o s hace-
mos más numerosos cada vez que nos cosecháis: semilla es la sangre de
cristianos)30.
'33

3.9 Page 29

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»
LA ESPIRITUALIDAD DEL MARTIRIO
tf
H
(A
La teología que acabamos de delinear suministraba a los primeros
cristianos la espiritualidad que entendían: vivir imitando, en lo posible,
O
J-I
a los mártires.
O
5
La espiritualidad bautismal
De entrada, los cristianos llamados a testimoniar la fe con el marti-
rio, sus amigos y admiradores sólo se proponían vivir la espiritualidad
que genera el sacramento del bautismo. Es aquí donde se halla la raíz
de todas las escuelas y tendencias de espiritualidad que entran en la
experiencia cristiana.
El sacramento del bautismo, en cuanto que es la fuente de la nueva
vida en Cristo Jesús, señala el único camino de la perfección o de la
santidad.
Por tanto, el cristiano ha de custodiar y desarrollar incesantemente
esa vida nueva que ha recibido. «¡Guardar el bautismo!», es la fórmu-
la que brinda a los creyentes el sabio y abnegado Orígenes, verdadero
maestro del espíritu (t 253). Según él, la fidelidad a Jesucristo se fun-
damenta en que, por medio del bautismo, Cristo mismo se ha hecho
esposo del alma. P o r tanto, negativamente, volver a las deshonestida-
des y pecados de la vida pagana sería manchar la blanca vestidura de la
gracia bautismal. Esta fidelidad sólo puede conservarse con la lucha
constante contra el misterio de la iniquidad, imitanto a Jesús penitente
y humilde. Y, -positivamente., de la espiritualidad del bautismo nacen,
sobre todo, esas dos actitudes que los antiguos cristianos tuvieron en
el más alto aprecio: el amor al prójimo y la disposición para el marti-
r i o . En cuanto a este punto, Orígenes enseña que el Espíritu Santo que
recibe el bautizado le infunde la energía necesaria para el combate con-
tra el pecado, y el que vive las renuncias que conlleva el bautismo
— a l demonio, al mundo, a la carne— está ya aceptando implícitamen-
te el martirio31.
Este es el punto exacto en que la espiritualidad del martirio se inser-
ta en el árbol, siempre fecundo, de la espiritualidad del bautismo. El
martirio viene a ser como el «segundo bautismo», según hemos dicho.
Como prolongación o profundización de la línea bautismal, el marti-
m?

3.10 Page 30

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rio es también camino seguro de perfección; es decir, camino de unión
c^
con Dios por medio de Cristo y de su Espíritu.
g
H
Ahora bien, la vocación martirial hace brotar una fuente inagotable
•<
de energía ascética: renuncia, abnegación, trabajo, dominio de uno
s
mismo, gratuidad. En la carta de los mártires de L y o n se hace mención
O
de un tal Vettio Epágato, «hombre lleno hasta rebosar de la plenitud de
z
la caridad de Dios y del prójimo», el cual estaba dispuesto a defender
£
públicamente la inocencia de los hermanos, los cristianos. No se lo
^
permitió el juez, pero le permitió agregarse al grupo de los mártires. «Y
^
es que Epágato —declara el relator— fue, y ahora lo es para siempre,
legítimo discípulo de Cristo, que sigue al Cordero doquiera va»32.
C o m o vemos, el relator se atreve a revestir con una conocida referen-
cia bíblica esa generosidad del discípulo, cuando está dispuesto a seguir
al Maestro donde sea, incluso al calvario, a la muerte33.
El martirio «espiritual»
Naturalmente, el martirio propiamente dicho —con la muerte violen-
ta— no siempre es posible. No todos están llamados a materializar esta
suprema expresión de fe y de amor. Pero en el cristiano son del todo
necesarias las actitudes internas que, prolongando la espiritualidad del
bautismo, comporta siempre el martirio. Por eso, más o menos pron-
to, en la Iglesia se comenzó a hablar del martirio «incruento» o «espi-
ritual». Se tiene éste cuando se sustituye a los enemigos exteriores por
los interiores —contra los cuales ha de luchar cada hombre y cada cris-
tiano—, y se sustituye la muerte corporal por la inmolación interior. Si
el mártir demostraba su fidelidad a Dios con la efusión de la sangre, el
cristiano virtuoso se sacrifica a sí mismo en el altar secreto del propio
corazón.
De esta manera tomaba forma una nueva espiritualidad, la que se
basa precisamente en el martirio incruento. San Cipriano, ya a media-
dos del siglo I I I , hacía esta afirmación: «La corona de un cristiano no
es sólo la que se gana en tiempo de persecución. También la paz tiene
sus coronas». Y explicaba su pensamiento con las siguientes palabras:
«La continencia se corona con haber sujetado la concupiscencia. Es
palma de la paciencia el resistir a la ira y a los ultrajes. El menosprecio
del dinero es victoria obtenida sobre la avaricia. Es mérito de la fe
sobrellevar las adversidades de este mundo con la esperanza de la vida

4 Pages 31-40

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4.1 Page 31

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£
futura. Y el que no se enorgullece en la prosperidad, obtiene su gloria
g
con la humildad. El que es inclinado a favorecer a los pobres gana la
£¡
recompensa del tesoro del cielo. Y el que no tiene envidia y ama cor-
g
dial y dulcemente a sus hermanos, será agraciado con el premio del
£
amor y de la paz. Todos los días —concluye diciendo el obispo que
J
acabará el curso de la vida siendo mártir— tenemos ocasión de correr
O
en el estadio de estas virtudes, y podemos llegar a esta palma y corona
^
de la santidad sin interrupción»34.
D
9^
Esta doctrina inspirará a los nuevos ascetas de profesión, que son los
monjes. Antes de comenzar el siglo IV, éstos, con San Antonio Abad y
otros maestros espirituales al frente, abandonarán la vida que estaban
haciendo en familia y se retirarán al desierto de Egipto, sencillamente
para llevar hasta el fin su compromiso bautismal y martirial. Ellos sus-
tituyeron, hasta cierto punto, a los mártires de la Iglesia antigua, cuan-
do terminaron las persecuciones. Pero, según hemos aprendido de San
Cipriano, el mensaje y el contenido de la martirio espiritual no eran
sólo para ellos, sino para todos los que habían sido o iban a ser rege-
nerados en el bautismo por la fuerza del Espíritu Santo. Así lo ha
recordado también el Concilio Vaticano II (1962-1965).
CONCLUSIÓN
Acabamos de leer, aunque sea muy por encima, las páginas de la
Historia de la Iglesia referentes a las persecuciones de los tres prime-
ros siglos. Nuestro propósito no ha sido otro que descubrir la imagen
verdadera del mártir, tal como se fue plasmando en la vida, en el pen-
samiento y en la piedad de aquella Iglesia antigua. Antes de superar el
siglo V, dicha imagen quedó elaborada y concluida. Aunque, como
ocurre siempre en la tradición eclesiástica, es posible un desarrollo
ulterior, ajustando, por ejemplo, los perfiles, actualizando los enfoques
y explicitando los contenidos implícitos. Es así como avanza la teolo-
gía. Sin duda, las aportaciones que hizo en su tiempo Santo Tomás de
Aquino (t 1274) son muy apreciables35. Pero la tarea central quedó
cerrada, como decimos, durante los primeros siglos. Apenas podía ser
de otra forma, dada la magnitud y la significación del fenómeno perse-
cutorio, por una parte, y de la respuesta de los creyentes en Jesucristo,
por otra.
Jb

4.2 Page 32

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Las comunidades cristianas, los historiadores y los teólog os se c/i
encargaron de transmitir todo ese bagaje —histórico, conceptual y
g
espiritual— a las generaciones siguientes. Y así ha llegado hasta núes-
£¡
tros días.
g
Ahora nos apremia precisar esto: que quienes, dadas las circunstan-
0
cias, han coronado su trayectoria cristiana con el martirio en unos
%
tiempos más o menos cercanos a nosotros —concretamente entre los
$
años 1936 y 1939 en España— no fueron educados en otra teología o
'g
en otra espiritualidad diferentes de las que hemos encontrado en la
9!
Iglesia antigua.
Siendo niños, jóvenes o adultos habían nutrido su mente y su cora-
zón con estas mismas substancias religiosas. Ya sea en la familia, en la
parroquia, en el seminario o en las asociaciones apostólicas, habían
aprendido los ejemplos de los antiguos y habían llegado a entrever que,
de encontrarse en una coyuntura difícil, habrían de estar dispuestos,
con la ayuda de Dios, a confesar la fe ante los perseguidores. Y trata-
ron de irla madurando en el trabajo perseverante de cada día y en el
ejerció de las virtudes evangélicas. El martirio no se improvisa36.
NOTAS
1 Misal Romano, oración colecta.
2 Dejando aparte las monografías, basta consultar algunos manuales conoci-
dos: J. L O R T Z , Historia de la Iglesia en la perspectiva de la historia del
pensamiento. I, Antigüedad y Edad Media. Ediciones Cristiandad, Madrid
1982, 84-101. H. J E D I N , Manual de Historia de la Iglesia. I, De la Iglesia
primitiva a los comienzos de la gran Iglesia. Ed. Herder, Barcelona 1966,
203-219, 251-257, 325-339, 558-569. A A . W . , Nueva historia de la Iglesia.
I, Desde los orígenes a San Gregorio Magno. E d . Cristiandad, Madrid 1964,
121-129, 175- 182, 241-244, 261-268, 269-276.
3 J. Z A M E Z A , La Roma pagana y el cristianismo. Los mártires del siglo I I .
Editorial Bibliográfica Española, Madrid 1943, n. 219.
4 Historia de la Iglesia. Ed. Herder, Barcelona 1984, 87.
5 Estos documentos pueden consultarse cómodamente en la traducción cas-
tellana preparada por Daniel Ruiz Bueno, en Actas de los mártires. La E d i -
torial Católica, Madrid 1962 ( B A C 75).
m-

4.3 Page 33

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^
6 Actas de los mártires, 345-346 ( B A C 75).
H
O
7 Hechos de los Apóstoles 7, 59-60.
8 Le 23, 43.
9 Martirio de San Policarpo, obispo de Esmirna, X I V .
10 En Alejandría: San Atanasio (t373) y San Cirilo (t444); en Asia Menor: San
Basilio de Cesárea (t379), San Gregorio Nacianceno (t390) y San Grego-
rio de N i s a (+394); en Antioquía: San C i r i l o de Jerusalén (+386) y San Juan
Crisóstomo (+407).
11 San Hilario de Poitiers (+367), San Ambrosio de Milán (+397), San Jeróni-
mo (+420) y San Agustín (+430).
12 Me 8, 34-36.
13 McS, 38.
14 Carta a los Romanos, I V , 1. L a s cartas de San Ignacio de Antioquía, en:
Padres Apostólicos. La Editorial Católica, Madrid 1979, 447-502 ( B A C 65).
15 Carta a los Magnesios, V, 2.
16 Carta a los Romanos, I V , 2.
17 Carta a los Filipenses, V I I I , 1.
18 Martirio de las Santas Perpetua y Felicidad y de sus compañeros, X V .
19 Se puede leer todo el relato que, como se ve, es impresionante por su car-
ga humana y cristiana: Actas de los mártires. La Editorial Católica, M a d r i d
1962, 419-440 ( B A C 75).
20 Martirio de San Cipriano, I V .
21 Martirio de los santos escilitanos, 14-17.
22 C f 2 Ma, 7, 1-42.
23 Martirio de las santas Perpetua y Felicidad y de sus compañeros, X X I .
24 Jn 15, 13.
25 Exhortación a los mártires, cap. I. H a c i a finales del siglo II o comienzos del
III.
26 Carta X X X V I I , IV Las cartas de San Cipriano, en Obras de San Cipriano.
La Editorial Católica, Madrid 1964, 364-740 ( B A C 241).
27 Exhortación a los mártires, cap. I.
28 Discurso a Diogneto, E x o r d i o . El texto entero se puede leer en Padres
Apostólicos. La Editorial Católica, Madrid 1979, 845-860 ( B A C 65).
-•38

4.4 Page 34

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29 Apología I I , 12-13.
g
H
30 £7 Apologético, cap. 50.
O
3 1 C f O R Í G E N E S , Exhortación a l martirio, e n T . H . M A R T I N (trad.),
Exhortación al martirio. Sobre la oración. E d . Sigúeme, Salamanca 1991,
29-69.
32 Carta de las Iglesias de Lyon y Viena, en Actas de los mártires. La E d i t o r i a l
Católica, Madrid 1962, 329 ( B A C 75).
33 Se refiere al Apocalipsis: «Nadie podía aprender aquel cántico fuera de los
ciento cincuenta y cuatro mil, los adquiridos en la tierra. Éstos son los que
no se pervirtieron con mujeres, porque son vírgenes; éstos son los que
siguen al Cordero adondequiera que vaya; los adquirieron como primicias
de la humanidad para D i o s y el Cordero» (Ap 14, 3-4).
34 De los celos y de la envidia, 16. Se puede ver todo el tratado en Obras de
San Cipriano. La Editorial Católica, Madrid 1964, 315-330 ( B A C 241).
35 La cuestión 124 de la Secunda Secundae de la Summa Theologica trata
sobre el martirio. U n a versión castellana en la B A C 142, 722-736.
36 Si el lector quisiera disponer de una mayor información sobre los diversos
temas que se han presentado aquí, puede consultar el término mártir en los
diccionarios más conocidos: Dictionnaire de Théologie Catolique, 10/1.
L i b r a i r i e Letouzey et Ané, Paris 1928, cois. 220-254. Dictionnaire de Spi-
ritualité, X. Beauchesne, Paris 1980, cois. 726-732. Dizionario Enciclopédi-
co di Spiritualitá, I I . Cittá N u o v a Editrice, R o m a 1990, 1518-1525. Enci-
clopedia cattolica, V I I I . Romae 1952, 243-244.
39

4.5 Page 35

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4.6 Page 36

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LOS MÁRTIRES
VUELVEN SIEMPRE

4.7 Page 37

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4.8 Page 38

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LOS MÁRTIRES VUELVEN SIEMPRE
Los mártires vuelven. No se trata de unos
fantasmas que, como en las novelas, aparecen y
desaparecen para luego volver a aparecer. Lo
que ocurre es que los hombres y las mujeres de
este mundo somos lo que somos: admirables
en muchos aspectos, pero también limitados,
intolerantes, egoístas y violentos. Y, por eso, en
nuestra historia social se dan fácilmente unas
coyunturas penosas de desajustes y enfrenta-
mientos. En estos casos, puede que el cristiano
se encuentre en la necesidad de salvaguardar,
incluso sacrificando la vida, los valores trans-
cendentes, inscritos en su conciencia religiosa.
La lapidación de San Esteban.
Pinturas murales de la iglesia de Sant Joan de Boí (Lleida).
Románico del s. XI.
43

4.9 Page 39

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PERSPECTIVA GENERAL
2
El tiempo clásico de las persecuciones terminó con la «paz constan-
tiniana» (desde el 313 en adelante). El emperador Constantino el G r a n -
ea
de (306-337) demostró ser un político inteligente cuando intuyó que ya
>
no se podía ignorar y condenar el cristianismo, sino que, más bien, se
w
debía contar con él. Pero Constantino y sus sucesores no se mantuvie-
P
ron en el fiel de la balanza, garantizando la libertad religiosa a todos los
^
habitantes del imperio, sino que se fueron orientando crecientemente
s
hacia una política de favor hacia los cristianos. El proceso culminó con
O
el emperador Teodosio, el Grande (379-395), quien confirió al cristia-
nismo el rango de religión oficial del Estado Romano, tanto en la parte
oriental como en la occidental. Esto ocurrió en el año 395.
Ahora bien, la gran Iglesia — l a imperial— cayó también en el peca-
do que tantas veces había condenado: es decir, en la intolerancia para
con las demás religiones. Pero, a pesar de sus pecados, el señor Jesús no
le retiró su confianza y la llamó una y otra vez a los niveles más altos
de entrega y fidelidad. P o r eso, la santa madre Iglesia fue teniendo nue-
vos mártires, no porque ella fuese santa del todo, sino para que se p u r i -
ficara del pecado con el testimonio y el ejemplo de sus hijos más fuer-
tes y generosos.
Por todo ello, hace unos cuarenta años, el concilio Vaticano II (1962-
1965) expresaba con estas palabras la visión que tenía sobre la historia del
martirio: «Ya desde los primeros tiempos, algunos cristianos se vieron lla-
mados, y otros se encontrarán llamados siempre, a dar este máximo testi-
monio de amor delante de todos, principalmente delante de los persegui-
dores». Y, para explayar la catequesis sobre este punto, repite el
pensamiento que nosotros ya hemos encontrado en la Iglesia antigua: «El
martirio, por consiguiente, con el que el discípulo llega a hacerse semejan-
te al Maestro, que aceptó libremente la muerte por la salvación del mun-
do, asemejándose a El en el derramamiento de su sangre, es considerado
por la Iglesia como un supremo don y la prueba mayor de la caridad»1.
En esta perspectiva, cabe señalar algunos de los hitos más impor-
tantes del martirologio católico.
I o ) La Reforma Luterana. Es un error pensar que la idea de la tole-
rancia nació con y de la Reforma Protestante (Martín Lutero, 1483-
1546, y demás reformadores,}. La historia demuestra que esta idea nació
M4

4.10 Page 40

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más tarde, precisamente como reacción al paroxismo intransigente ori-
w
vi
ginado por la Reforma. Las víctimas abundaron tanto en la parte de la
fe
Reforma (protestante) como en la de la Contrarreforma (católica). Y
£
aunque los católicos no llaman «mártires» a los herejes que murieron
g
defendiendo sus convicciones religiosas, reconocen sin embargo su
>
valentía y sinceridad. Alemania, Países Bajos, Francia, Suiza, Hungría
w
e Inglaterra supusieron un gran escenario martirial para los católicos.
>
2o) El Islam. A l g o semejante se ha de decir con respecto al I s l a m , en
¿
cuyos dominios no fue todo comprensión y tolerancia.
S
•<
3o) La Revolución Francesa —que tan poderosamente ha contribui-
m
do a difundir los grandes principios de la libertad, la igualdad y la fra-
2
ternidad— cometió, sin embargo, excesos enormes. H o y la Iglesia
Católica cuenta con verdaderos mártires de aquel período convulso y
desconcertante2.
4o) La tarea misionera que la Iglesia Católica ha ido desarrollando
a lo largo de varios siglos, tanto en Asia —China, Corea, Japón, Indo-
china, India— como en África y América, le ha proporcionado mil cir-
cunstancias en las cuales sus hijos e hijas han debido demostrar la
reciedumbre de su profesión cristiana.
5o) Los regímenes dictatoriales y totalitarios, de cuño ateo y mate-
rialista. H a n supuesto para más de un católico una verdadera prueba
de su autenticidad religiosa. Lo comprobaremos enseguida3.
Para dar un poco de color y calor a esta perspectiva general de la
historia del martirio, indiquemos, al menos, algunos ejemplos más cer-
canos a nuestro tiempo.
TESTIGOS DE NUESTRO TIEMPO
Nos fijamos solamente en tres grandes familias religiosas.
Desde el espíritu de Asís
La figura de Maximiliano Kolbe (1894-1941) ha llamado la atención
de toda la sociedad, porque ha llevado los valores humanitarios y
altruistas hasta el grado más alto que cabe en este mundo. Pero el sopor-
m

5 Pages 41-50

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5.1 Page 41

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£j
rosa inteligencia: es decir, preguntándose apasionadamente por la
g
razón de las cosas, el sentido de la historia, el lugar que ocupa en el
S
mundo la persona humana, la relación que guardan entre sí el alma y el
2
espíritu. E l l a va directamente en busca del ser, de lo objetivo, delfon-
>
do que comportan irrenunciablemente todas las personas, las cosas, los
w
acontecimientos. Y así Edith, que había perdido la fe tradicional de su
>
familia, se encuentra de bruces con el problema de Dios. La primera
w
Guerra Europea (1914-1918) le proporciona un nuevo campo, insos-
H
pechado, para la reflexión y la actividad.
g
Después de la guerra —que pierde Alemania—, sigue trabajando,
pensando y amando. Pero nota que, tal vez, el amor comienza a pre-
O
valecer en su alma. La larga noche oscura de su evolución intelectual y
espiritual termina, finalmente, con una conversión: Edith opta por el
Dios de Jesucristo, cuyo camino le ha facilitado la lectura de santa
Teresa de Jesús. Creyó haber encontrado a la misma Verdad. En con-
secuencia, recibió el bautismo cristiano en 1922. «Madre, soy católica»,
le había confesado, de rodillas y clavando sus ojos en ella. Madre e hija
asumieron con extraordinaria valentía que, a partir de aquel momento,
cada una de ellas seguiría su propio derrotero religioso.
Para E d i t h , la conversión al catolicismo fue como un primer paso
que debía llevarle a la culminación de su transformación interior. Des-
pués de más de diez años de esfuerzos, cuando ya había labrado su per-
sonalidad de filósofa y pedagoga, Edith pedía el hábito de las carmeli-
tas en el convento de Colonia-Lindenthal (Renania). Quiso llamarse
Teresa Benedicta de la Cruz, y es que la nueva Teresa de Á v i l a enten-
día vivir esa bendición que proviene sólo de la cruz. La futura mártir
acababa de colocarse en su sitio exacto: en el de la cruz de Nuestro
Señor Jesucristo. E r a el año 1934. Al terminar el noviciado (1934-
1935), hizo la profesión religiosa. P o r este tiempo había dejado escrito
en una de sus obras más importantes: «No es posible adherirse a C r i s -
to sin seguirle al mismo tiempo».
Como es sabido, la política racista del Tercer Reich (Adolfo Hitler
fue canciller alemán en enero de 1933) necesitaba inventar un enemigo
para aplastarlo y crecer a su costa: los judíos se convirtieron así para los
nacionalsocialistas en la encarnación del mal. En 1938 culminaba la
política antisemita nazi antes de la segunda Guerra Mundial (1939-
1945), de forma que, durante el mes de noviembre, habían sido deteni-
dos ya más de 25.000 judíos.
***8

5.2 Page 42

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La madre Teresa Benedicta de la Cruz, consciente de los padeci-
g
mientos que amenazaban sobre su pueblo en Alemania, acepta ser tras-
%
ladada al convento de la ciudad holandesa de Echt. ¿Se encontraría allí
2
más segura? Lo cierto es que allí encontró los caminos más sublimes de
g
la mística: se desposaba para siempre con Jesús Crucificado y, junto a
>
él, se ofrecía como víctima por la salvación del pueblo judío: «Ya des-
w
de ahora —dejó consignado en el testamento del 9 de junio de 1939—,
>
asumo la muerte que Dios me ha destinado, con total sumisión a su
«
santísima voluntad y con alegría. Pido al Señor que se digne aceptar mi
p
vida y mi muerte para gloria y honra suya, por todas las intenciones de
^
los santísimos Corazones de Jesús y de María y de la santa Iglesia [...],
^
para reparar la incredulidad del pueblo judío y para que el Señor sea
O
reconocido por los suyos y venga su Reino glorioso, por la salvación
de Alemania y la paz del mundo».
En 1940, los alemanes ocupan Holanda. Y, a los dos años (en enero
de 1942), ultiman el plan para llevar a cabo la liquidación total de los
indeseables judíos. Para la madre Teresa Benedicta la situación se hace
más peligrosa, casi insostenible, porque es una personalidad m u y
conocida. ¿A dónde podría huir para no crear problemas ni para ella ni
para sus hermanas carmelitas? ¿A Suiza, tal vez?
En julio de ese mismo año (1942), el obispado de Utrecht no pue-
de seguir callando por más tiempo y tiene que declarar que las autori-
dades de ocupación no tienen derecho alguno para entrometerse en
asuntos de la Iglesia... La respuesta de los nazis fue inmediata: proce-
den a la detención masiva de los judíos católicos, es decir, de los miem-
bros judíos de los conventos holandeses. Ya que no podían arremeter
contra la jerarquía eclesiástica, descargan su odio sobre los judíos cató-
licos. Estos van a ser las víctimas inocentes. Irán a parar a los campos
de concentración del Este.
El domingo, 2 de agosto de 1942, sor Teresa Benedicta es detenida
en su convento de Echt (Holanda). Tanto para ella, como para las
otras personas arrestadas, comienza el largo camino del exilio y del
holocausto. En el campo de concentración de Amersfort (Holanda)
queda claro que la detención de los hebreos católicos era un acto de
represalia motivado por el escrito pastoral de los obispos. En adelan-
te, para estos prisioneros no habría ninguna clase de amnistía. El nue-
vo destino fue el campo de concentración de Westerbork, situado
también en Holanda; pero la madre Teresa Benedicta y otras personas
•:¥)

5.3 Page 43

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g
detenidas con ella supieron pronto que serían llevadas a Polonia o a
g
Checoslovaquia...
w
!/>
Sor Teresa Benedicta fue trasladada a la pequeña aldea polaca de
§
Oswiecim, donde, según sabemos, funcionaba el complejo y terrible
5
campo de concentración de Auschwitz. En uno de sus departamentos
ID
—en el que ya se aplicaba el método de gasificación para eliminar a los
tn
condenados— sor Teresa Benedicta fue sacrificada. Probablemente,
ni
entre los días 8 y 11 de agosto de 1942. Contaba 51 años de edad. La
^
Iglesia católica la reconoce hoy como santa —mártir y religiosa— y
g
Patrona de Europa. Celebra su fiesta el 9 de agosto5.
O
1-1
Desde el Salesianismo
El 11 de noviembre de 1875, D o n Bosco consiguió poner en mar-
cha la primera expedición misionera. Sólo la componían diez sale-
sianos. Pero, a los dos años, también las Hijas de María Auxiliadora
quisieron asociarse a la empresa. La misma Cofundadora, Madre Maz-
zarello, acompañó al primer grupo de misioneras: primero, a Roma
—para recibir la bendición del papa Pío IX (1846-1878)— y, después,
al puerto de Genova. Esto ocurría en noviembre de 1877. A s í , la F a m i -
l i a Salesiana fue creando, en su propio seno, un gran movimiento
misionero, al servicio de la religión y de los pueblos.
Pero durante el siglo X I X , ni en Europa ni en las tierras llamadas
de misión, se le presentó ocasión alguna para coronar el heroísmo dia-
rio de miles de salesianos y salesianas con la prueba suprema del mar-
tirio. De todas formas, D o n Bosco proyectando —casi soñando— con
los suyos el método a seguir en la apertura de las obras propiamente
misionales en tierras remotas —entre los «salvajes» y las «tribus»—, se
había atrevido a pedir a sus compañeros la máxima generosidad: «Si el
Señor en su Providencia dispusiese que alguno de nosotros sufriera
el martirio, ¿tendríamos que amedrentarnos por eso?»6.
En cambio, el siglo X X , que acabamos de superar, ha marcado a la
Familia de Don Bosco con el sello, trágico y glorioso, del martirio cris-
tiano. Esta historia comenzó en 1930, en un escenario m u y lejano a
nosotros (¡nada menos que en China!). Pero, a los seis años, ese esce-
nario del dolor testimonial se trasladó a España, a nuestra propia casa:
llegó de una manera brutal y sangrienta. Ahora, apenas cerrado el siglo
X X , y mirando en su conjunto el estado de las cosas, la Familia Sale-
vm*

5.4 Page 44

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siana de España puede presentar a la Familia entera de D o n Bosco has-
g
ta 95 nombres que, tan pronto como llegue la rúbrica de la Santa Sede,
|j
entrarán a formar parte del martirologio cristiano. Y a continuación, al
2
poco tiempo de desmontarse el escenario español (1939), se levantó el
g
de Polonia...
>
L o s salesianos «mártires chinos» no son más que dos; los pola-
g
eos, seis; los españoles, según hemos dicho, serán 95. En total, 103.
</>
Estos números demuestran la magnitud del sacrificio que, dentro de
g
la vida de la Iglesia, se le pidió a la España Salesiana; demuestran
S
también que, durante el siglo X X , la Familia de D o n Bosco ha entra-
g
do a formar parte del círculo de las grandes Congregaciones y
g
Órdenes Religiosas marcadas por el sello del amor supremo: el mar-
-1
tirio cristiano.
Ahora tratemos de fijar nuestra atención, siquiera brevemente, en
los escenarios más remotos —China y Polonia—; después nos aden-
traremos en el español. Si el primer capítulo nos ha ayudado a descu-
brir la mentalidad de la Iglesia católica sobre el hecho histórico-teoló-
gico del martirio, éste nos servirá para acercarnos al pensamiento de la
Congregación Salesiana sobre el mismo hecho.
Los mártires «chinos»
L o s misioneros salesianos llegaron a C h i n a en el año 1906 y estable-
cieron su primer campo de apostolados en la ciudad portuguesa de
Macao. Dirigía la expedición un joven salesiano italiano, que había
nacido en un pueblecito próximo a la ciudad de Pavía (1873). Se lla-
maba Luis Versiglia. Siendo aún niño, había llegado a conocer a D o n
Bosco en su casa de Turín. Doctorado en filosofía por la Universidad
Gregoriana de Roma (1893), a los dos años se había ordenado de sacer-
dote (1895). E r a un hombre sensato, curtido en la vida salesiana, incan-
sable en el trabajo.
C o m o la revolución de 1910 expulsó a los religiosos de Macao, los
salesianos consiguieron establecerse en territorio chino, en la región de
Heung-Shan, situado entre Macao y Cantón. Durante casi veinte años
el padre Versiglia y otros salesianos desplegaron allí lo mejor de su
entusiasmo misionero, hasta 1928, año en que fueron reemplazados
por los jesuitas.
RS4-1

5.5 Page 45

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g
Pero en 1918 se les había abierto un nuevo campo de misión: estaba
g
asentado al norte de Cantón y se llamaba Shiu-Chow. Cuando, dos años
£
más tarde, fue elevado a la categoría de vicariato, L u i s Versiglia fue nom-
g
brado vicario apostólico y consagrado obispo. A partir de entonces
>
(1920), monseñor Versiglia, ayudado por los Salesianos y las Hijas de
w
María Auxiliadora, llegó a crear una misión próspera y bien organizada.
^
Desde 1929, tuvo entre sus colaboradores a un joven salesiano 11a-
mado Calixto Caravario: un piamontés nacido en 1906. Comproban-
J2
do su sólida y rica formación vocacional, lo promovió al sacerdocio y
%
lo destinó a la misión de Lin Chow.
O
Pero no pudo contar por mucho tiempo con su ayuda. Porque,
durante un viaje que realizaban juntos por la misión, ambos fueron
detenidos y asesinados por una banda de piratas. ¿Motivo? Ambos clé-
rigos se habían opuesto radicalmente a que los bandidos violaran a las
tres muchachas catequistas que viajaban en barca juntamente con ellos.
E r a el 25 de febrero de 1930. A s í comienza la historia martirial de los
seguidores de D o n Bosco. Son los «protomártires» salesianos7. Fueron
beatificados en la plaza de San Pedro de Roma, el 15 de mayo de 1983,
domingo de la Ascesión del Señor.
Cuando la Santa Sede comunicó al Rector Mayor, don Egidio Viga-
nó, la fecha del acontecimiento, escribió estas dos palabras «Gracias,
Señor», y, emocionado, se apresuró a ponerlo en conocimiento de
todos los seguidores de D o n Bosco, saludándoles así: «Queridos her-
manos y amigos todos de la Familia Salesiana». Entre otras cosas, aquel
hecho le parecía extraordinario «para ahondar en el valor eclesial y
misionero de la vocación salesiana»8.
Y, efectivamente, a los pocos días, se animaba a escribir una carta a
los salesianos tratando de explicarse y explicar a los demás esa miste-
riosa relación que se da entre la pasión y la misión salesiana. Para ello,
echa mano de la teología y de la espiritualidad del martirio —que
nosotros hemos delineado en el capítulo primero—, de la doctrina del
Concilio Vaticano II (1962-1965) y de la vida de San Juan Bosco, y
escribe por ejemplo: « E l espíritu que nos legó nuestro Fundador está
constantemente impregnado de 'martirio de caridad y sacrificio', ilu-
minado por el gran ideal que llenaba su corazón: 'Las almas que hay
que salvar'»9. E r a la primera vez, según nos parece recordar, que un
Rector Mayor hacía un intento serio —teológico y espiritual— sobre
el tema pasión y misión salesiana.
-52

5.6 Page 46

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En la homilia de la beatificación, el papa Juan Pablo II esbozaba y
g
explicaba admirablemente el punto central del martirio que sufrieron
&
el obispo Versiglia y el sacerdote Caravario: «Los dos mártires salesia-
S
nos —decía textualmente— dieron su vida por la salvación e integridad
g
moral del prójimo. Se pusieron como escudo y defensa de la persona de >
tres jóvenes alumnas de la misión, a las que acompañaban a casa de sus
w
familiares o al campo del apostolado catequístico. Defendieron al pre-
>
ció de su sangre la elección responsable que de la castidad habían
w
hecho aquellas jóvenes. Y lo hicieron cuando éstas estaban a punto de
p
caer en manos de quienes no las iban a respetar. E s , pues, un testimo-
-<
nio heroico en favor de la castidad». Para el papa, se trata de un verda-
*
dero martirio, porque murieron «por causa de una acción moral, que
O
encuentra en la fe su principio y su razón de ser»10.
La fama de santidad de los llamados «mártires chinos» fue crecien-
do rápidamente en la conciencia de la Iglesia Católica de aquel gran
país. P o r lo que, cumplidos los requisitos canónicos, se pasó a la cano-
nización de los mismos. Es un grupo de 120, en el cual se encuentran
también los dos «protomártires salesianos». La solemne celebración
tuvo lugar en la Plaza de San Pedro el domingo 1 de octubre de 2000,
dentro de las celebraciones del Año Jubilar. El obispo Luis Versiglia y
el sacerdote Calixto Caravario son los primeros salesianos canonizados
después de San Juan Bosco (1934).
Los mártires polacos
Cuando, en septiembre de 1939, la Alemania de Hitler emprendió
la campaña contra Polonia y conquistó la capital, Varsovia, el país que-
dó totalmente deshecho. Y pronto fue víctima de una persecución sis-
temática, dirigida en especial contra los judíos y el clero católico.
Ahora bien, la Congregación salesiana, que entonces estaba bien
organizada en dos provincias o inspectorías y con las casas de formación
repletas de vocaciones, entró de lleno en la vorágine de la violencia, la
dispersión y la muerte. Durante el quinquenio 1939-1944 fueron sacri-
ficados unos 90 hombres. Sus nombres han quedado unidos a los de los
campos de concentración de Dachau, Mathausen, Auschwitz y otros11.
En junio de 1999, fueron beatificados en Varsovia por el papa Juan
Pablo II un joven sacerdote salesiano y cinco muchachos, alumnos y
colaboradores del Centro Juvenil Salesiano de Poznan (Polonia).
*m

5.7 Page 47

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£j
Esta revolución tuvo tres escenarios: en los de Madrid y Barcelona
E¡¡
fracasó pronto; pero, en el de Asturias, plantó cara durante unos quin-
S
ce días —del 5 al 19 de octubre— a las fuerzas gubernamentales20.
§
En Asturias se intentó llevar a cabo una verdadera revolución
I-J
social. Muy semejante a la que se había ido cumpliendo en la Europa
'P
Occidental a raíz de la revolución rusa de 1917. La U n i ó n General de
</i
Trabajadores ( U G T ) y la Confederación Nacional de Trabajadores
g
( C N T ) estaban de acuerdo en aunar sus fuerzas para derribar el pre-
£
dominio burgués. El ejército acabó aplastando a los mineros: entre una
"g
y otra parte habían perecido unas mil quinientas personas.
2
Dado el contexto que hemos señalado, la revolución asturiana inci-
dió profundamente en la vida de las instituciones eclesiales. En Astu-
rias, desapareció la sede central del Sindicato Católico Obrero de
Mineros que radicaba en Moreda, en la cuenca del río Aller, y 33 ecle-
siásticos fueron asesinados por los revolucionarios (sólo 3 en otras par-
tes de España).
Quintín Aldea Vaquero ha presentado una sucinta y pormenoriza-
da exposición de los hechos y ha recogido cuidadosamente nombres y
apellidos21. Y, al final, se pregunta por la causa o el motivo que ha pro-
ducido este ataque a personas e instituciones religiosas.
Si en los casos analizados anteriormente —en Alemania, Holanda,
Polonia— la agresión provenía del totaliratismo ateo derechista (nazi),
en la revolución asturiana interviene el izquierdismo anticlerical into-
lerante. Desde hacía años, los grupos obreros o los anarcosindicalistas
estaban intoxicados del odio contra todo lo sagrado. Y esos grupos,
impulsados por las leyes de la psicología colectiva, ya no se detenían:
actuaban emocionalmente y, por cualquier detalle, llevaban hasta el
extremo su furia. El insulto, el escarnio, el asesinato, el afán incendia-
rio y destructivo contra las personas, cosas e instituciones de la Iglesia
entraban en ellos como un rito que debían cumplir obligatoriamente.
Lo que decimos es importante, porque la Revolución de Asturias pue-
de considerarse no sólo como un anticipo de la que iba a venir dos años
más tarde, en el verano de 1936, sino también como un ensayo de la
persecución religiosa que se produciría entonces22.
Todo esto no significa, ni mucho menos, que aquella Iglesia Espa-
ñola de 1934 no tuviera fallos, deficiencias y hasta pecados colectivos
—por comisión u omisión—, aunque tanto los sacerdotes, como los
gWl3

5.8 Page 48

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seminaristas y los religiosos estaban, en general, absolutamente libres
de todo cargo delictivo. Los historiadores modernos de la Iglesia no
&
%
tienen empacho alguno en señalar esos defectos, que, por lo común, se
refieren al campo de la formación y al de la metodología pastoral.
z
Pero, a pesar de ello, al menos algunos de aquellos eclesiásticos
tS«í
—del clero secular, seminaristas o religiosos— fueron capaces de dar lo
>
mejor que podían dar de su sustancia religiosa: la fidelidad a Dios has-
en
ta la muerte y el perdón a sus injustos agresores. Después de maduro
A
examen, el papa Juan Pablo II ha declarado beatos a ocho Hermanos
ül
de la Doctrina Cristiana y a un padre pasionista, «mártires de Turón»
-<
(Asturias 1934). La beatificación tuvo lugar en Roma, el domingo 29
%
deabrilde!99023.
o
La Guerra Civil (1936-1939)
Como es sabido, la sublevación militar contra el régimen republicano
comenzó en Marruecos, adelantándose sobre la fecha prevista. En un
par de días (17 y 18 de julio de 1936), el ejército triunfó. El general
Francisco Franco, que había vencido también sin grandes dificultades
en las Islas Canarias, se puso al frente de todo el ejército de África.
A partir del sábado 18, la sublevación se extendió a toda la P e n í n -
sula, con resultado diverso. Triunfó en Navarra, en Valladolid y, por lo
común, en toda Castilla la Vieja, en Galicia (aunque hubo algunas
luchas callejeras), en Zaragoza y en Sevilla (y la baja Andalucía). En
cambio, fracasó en Málaga, Alicante, Valencia, Bilbao, muchas plazas
del Centro (Madrid), Cataluña y Norte. Por tanto, durante esos tres
días de julio —18, 19 y 20— se fue fraguando un mapa político de
España semejante al de las elecciones del Frente Popular (febrero de
1936): las regiones que entonces habían votado por las derechas eran
ahora las que apoyaban el levantamiento militar, y las izquierdas, las
leales a la República.
El citado Frente Popular fue una alianza electoral donde entraban,
fundamentalmente, socialistas, anarquistas, anarcosindicalistas y
comunistas. El resultado de las elecciones de febrero de 1936 le fue
favorable, aunque no cabe duda de que lo obtuvo, en buena parte, por
medio de violencias y falsificaciones. En definitiva, el triunfo fue para
las izquierdas.

5.9 Page 49

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£j
Las dos Españas enfrentadas —cada una a su manera y bajo su pro-
ig
pió signo ideológico— entraron en un proceso de revolución interna
2
—política, económica y social— y, sin solución de continuidad, en una
Z
guerra civil (1936-1939).
El mapa, al que acabamos de aludir, dividió también la geografía de
£>
las casas salesianas de la antigua Provincia Salesiana Tarraconense: unas
—como las de Pamplona y Huesca— quedaron en la zona nacional;
S
otras —como las de Valencia, Alicante, Alcoy, Villena, Ciudadela
^
(Menorca), Barcelona, Mataró, Girona y Sant Vicenc deis Horts—, en
^
la zona roja. Sobre estas casas, sus hombres y sus actividades descargó,
<q
como veremos, el peso de la revolución antirreligiosa.
La revolución en Valencia y en Barcelona
Digamos al menos una palabra sobre la marcha de los aconteci-
mientos en estas dos capitales, ya que forman el escenario más i m -
portante de los hechos que vamos a exponer. En ambas fracasó el
alzamiento, y, en consecuencia, se implantó la revolución de signo i z -
quierdista.
Valencia
Aquí los partidarios del levantamiento eran bastante numerosos,
pero no consiguieron triunfar por las dudas del general Manuel Gon-
zález Carrasco, encargado de dirigir a los militares, y porque la dere-
cha valenciana, presidida por el líder cedista Luis Lucia, optó por no
adherirse a los sublevados. Por tanto, el ejército se había quedado
encerrado y paralizado en los cuarteles.
Cuando llegó el lunes, día 20 de julio, la situación se mantenía en
una cierta indefinición y equilibrio de fuerzas. Pero los socialistas y
los anarcosindicalistas ya estaban consiguiendo lo que habían busca-
do desde el comienzo: sacar las armas de los cuarteles y distribuirlas
entre las organizaciones obreras adictas al Frente Popular. Y esa mis-
ma noche, del lunes 20 al martes 21, los milicianos asaltaron la iglesia
y el colegio de los salesianos, acusándoles de disparar contra el pue-
blo... «Pero desde la una de la madrugada —explicaba el superior pro-
vincial José Calasanz al Rector Mayor— comenzaron a sonar dispa-
ros alrededor de toda la casa, y se iban repitiendo constantemente,
-m

5.10 Page 50

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llegando a romper los cristales de nuestras ventanas los proyectiles
g
que disparaban contra la casa [...]. Sobre las cinco de la mañana y con-
vencidos, seguramente, de que no nos defendíamos porque no tenía-
2
mos armas, asaltaron nuestra casa»24. Según se ve, la revolución de sig-
g
no izquierdista y anticlerical ya estaba en la calle, y el gobierno de
Madrid se apresuró a tomar en sus manos el control de todo el País
«
Valenciano.
>
Todavía viven entre nosotros algunos como Fidel Martín Bolado y
£w¡
Domingo Pérez Méndez que describen con mucho detalle la angustia
t¿
de aquellas horas. A l l í estaban, con otros, los cuarenta salesianos que,
g
procedentes de las comunidades de Alcoy, Alicante, Villena y de la
g
misma ciudad de Valencia, se habían concentrado el 16 de julio en el
J
colegio San Antonio Abad para comenzar una tanda de ejercicios espi-
rituales. Gracias a la intervención de la Guardia de Asalto, hacia las
diez de la mañana del martes 21, aquellos salesianos, espantados y ató-
nitos, fueron sacados de casa —«nos despidieron con el himno de la
Internacional», recuerda don Domingo Pérez— y trasladados a la Cár-
cel Modelo de Mislata. Pero, inesperadamente, el 29 de julio por la
mañana, eran puestos en libertad. Y, así, cada uno comenzó, como
pudo, su propia aventura. Algunos salvaron la vida; otros, no.
Barcelona
La noticia del pronunciamiento militar del ejército de África el viernes
17, llegó aquella misma tarde a la capital catalana, y los dos bandos que
iban a enfrentarse comenzaron inmediatamente sus preparatativos: por
una parte, los oficiales de la U M E (Unión Militar Española) y, por
otra, especialmente las organizaciones anarcosindicalistas (la C N T y la
F A I ) . Desde luego, en Barcelona ningún partido político de cierta rele-
vancia apoyó la sublevación. Los primeros, en su antirepublicanismo y
anticomunismo, optaban por la rebelión; los segundos, en su antifas-
cismo, por la resistencia; aquéllos se organizaban en los cuarteles;
éstos, en sus centros sindicales. Si a los oficiales les apoyaban algunos
falangistas, a los obreros les cubría, al menos hasta un cierto punto, el
aparato del Estado y de la Generalitat de Catalunya. La noche del vier-
nes 17 al sábado 18 fue de espera y preparación intensa. Y lo mismo
todo el día 18. Durante la noche del sábado 18 al domingo 19, la ten-
sión era ya insostenible.
-61

6 Pages 51-60

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6.1 Page 51

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£j
El domingo se iban a inaugurar los Juegos Olímpicos Populares,
g
pero resultó una jornada de lucha. El general Manuel Goded, quien
2
había triunfado en Mallorca y tenía que dirigir la sublevación también
¡2
en Barcelona, llegó a esta capital después del mediodía. E r a demasiado
>
tarde, pues cada vez resultaba más evidente que la suerte de las armas
w1-1
no favorecía a los militares.
m
Al día siguiente, lunes 20, por la tarde, Goded hubo de capitular y
g
fue hecho prisionero. De esta manera, el pronunciamiento o levanta-
os
miento militar quedaba aplastado en Barcelona.
^
Las fuerzas anarcosindicalistas, organizadas en comités y patrullas,
o
y bien provistas de armas y vehículos que habían requisado, domina-
ron completamente la vida de la ciudad. El aparato del Estado y el de
la misma Generalitat eran prácticamente inexistentes. Comenzaba el
imperio de la revolución anarquista, impulsado y administrado por el
Comité de las Milicias Antifascistas.
N o s interesa individualizar lo más posible a este colectivo de gen-
tes — l a «masa» a la que tantas veces aluden las fuentes escritas—, por-
que va a desempeñar un protagonismo decisivo en la historia martirial
de muchos cristianos. El político gallego Manuel Pórtela Valladares se
encontraba en Barcelona durante aquellos primeros días de la rebelión
y la revolución, y si, tal vez, su mentalidad de masón no le dejó perci-
bir los signos de la persecución religiosa — y a que no habla para nada
de la misma—, percibió, en cambio, la formación del torbellino revo-
lucionario. «Los más terribles y dañosos —explica— no salieron de la
C N T ni de la F A I , sino de esta otra multitud advenediza que, por codi-
cia, por tomar puesto de ventaja, o por la novedad, o por hacer méri-
tos, o por miedo, se pasó a la revolución. A esa gran masa, que se
desembarazó de su honestidad, hay que atribuir muy buena parte de
las miserias que cayeron sobre Barcelona. Todos los integrantes del
Frente Popular —'Esquerra Republicana de Catalunya', 'Estat Cátala',
'Izquierda Republicana Nacional', socialistas, comunistas, los trostkis-
tas, 'Unión Republicana' y, en cierta manera, 'Acción Republicana de
Cataluña'— abrieron engache de afiliados, sin mirar antecedentes, en
puja de reclutamiento, y sirviendo sus carnets de banderín para el
saqueo revolucionario. Llamábanse 'grupos o patrullas de control';
penetraban en las casas para hacerse dueños de lo ajeno y, como justi-
ficación del robo, empleaban el asesinato»25. Lo que Pórtela Valladares
afirma de Barcelona se puede aplicar también, con los cambios necesa-
«!«&-•

6.2 Page 52

▲back to top
rios, a Valencia. El lector procurará no olvidar esta página con el fin de
£j
entender, dentro de lo que cabe, la fuerza y la dinámica de la acción
£¡
revolucionaria, en la cual se vieron atrapados los Salesianos y las Hijas
2
de M a r í a Auxiliadora de 1936 (capítulo cuarto).
2
H a y que añadir enseguida que esa «gran masa» se reveló violenta-
5
mente antirreligiosa y anticlerical.
£>
En lo que se refiere a la Ciudad Condal, el domingo 19, ya desde las
£
primeras horas, los revolucionarios habían atacado ferozmente los luga-
p
res de culto. La iglesia de los salesianos de Barcelona-Rocafort y la capi-
^
Ha de las Hijas de María Auxiliadora de Barcelona-Sepúlveda fueron
S
saqueadas y entregadas a las llamas. La noche del domingo 19 al lunes 20
o
fue horrorosa. «Barcelona —escribe un autor— aparecía fantásticamente
envuelta por ingentes llamaradas y columnas enormes de humo»26.
L o s milicianos se presentaron en la casa salesiana de Barcelona-
Sarria ese mismo día (lunes 20), y, al siguiente, los de Esquerra R e p u -
blicana de Sarria declaraban que, en nombre de la Generalitat de Cata-
lunya, toda la institución —con sus Escuelas Profesionales, colegio del
Santo Ángel, iglesia, editorial-librería y demás dependencias— queda-
ba incautada, y ordenaban que los salesianos la abandonaran inmedia-
tamente. El mismo día hacían otro tanto con el cercano colegio de San-
ta Dorotea, de las Hijas de María Auxiliadora.
Unos y otras se encontraron desamparados, sin un techo seguro
donde refugiarse, arrojados de este mundo como unos seres indesea-
bles. Y, también aquí, cada cual hubo de comenzar su odisea hacia lo
desconocido, posiblemente hacia la muerte...
Caídos, víctimas y mártires
Antes de proseguir un poco más en nuestra exposición, conviene
aclarar inmediatamente algunos hechos y fijar la terminología más
correcta posible.
I o ) En cuanto a los hechos. Al alzamiento o pronunciamiento militar
siguió, pues, la revolución, y con ésta se desencadenó la guerra civil. Pero
en la zona republicana, juntamente con la revolución y la guerra, se ori-
ginó un estado de verdadera persecución religiosa, el cual dio lugar a que
muchas personas murieran como mártires cristianos. Esta es, al menos,
en sus líneas generales, la perspectiva en que nos situamos.
tm}

6.3 Page 53

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£j
A lo largo de la contienda bélica, en la cual se iba produciendo la
g
revolución político-social, hay que distinguir tres tipos de personas.
2
Primero, el de los caídos en acciones de guerra en una y otra parte.
2
Segundo, el de las víctimas de la represión política, también en una y
•>
otra parte. En Euzkadi hubo sacerdotes y religiosos asesinados en
&
represalia por ambos bandos27. Tanto los caídos como las víctimas
>
merecen el máximo respeto y son recordados como héroes y modelos
vi
a imitar por quienes siguen sus respectivas ideologías. Tercero, el de los
p,
mártires a los cuales la Iglesia Católica reconoce como testigos de la fe,
-<tí
en cuanto que fueron sacrificados por motivos prevalentemente reli-
s
giosos, en odio a la fe cristiana o por cuestiones relacionadas con la
O
misma: no estaban implicados en luchas partidistas, no tenían armas ni
daban cobijo a desertores, jamás habían atentado contra la República
legítimamente constituida ni eran reos de delitos comunes.
2°) En cuanto a la terminología. No conviene presentar a los már-
tires como «víctimas de la guerra española», porque una cosa fue la
guerra civil y otra, muy distinta, la persecución religiosa que, tal como
hemos explicado, tuvo lugar entonces. Ni tampoco como «víctimas de
la Segunda República», porque, cualesquiera que hayan sido las rela-
ciones entre Iglesia y Segunda República Española, los que llamamos
«mártires» fueron asesinados, en primer término, por grupos de mili-
cianos y anarcosindicalistas, a los cuales, más de una vez, no pudo con-
trolar el poder constituido.
Parece que hay que admitir que las autoridades republicanas — e l
poder central y el autonómico catalán, en concreto— quedaron desbor-
dadas. Este término, «desbordamiento», se usa con frecuencia en los
libros de historia. Pero en este punto, el investigador debe proceder con
rigor y absoluta honestidad, distinguiendo bien los diferentes momentos
de la evolución de los hechos, tratando de descubrir las verdaderas inten-
ciones y de calibrar las posibilidades reales de intervención, sin olvidar la
actividad legislativa en lo pertinente, por ejemplo, a las expropiaciones, y
los diversos matices que pueden hacer cambiar el juicio histórico28.
Verdadera persecución religiosa
Toda obra historiográfica es obra humana y, por tanto, limitada.
Tiempo atrás, uno podía quedar más o menos satisfecho interprentan-
do los acontecimientos de 1936 desde una perspectiva religiosa o, al
m

6.4 Page 54

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menos, prevalentemente religiosa. Luego se comenzaron a descubrir
£j
otras dimensiones —económicas y reformistas— de aquellos aconteci-
íg
miemos, con el peligro de vaciarlos de su contenido religioso. Por eso
2
es muy oportuna la advertencia de Fernando García de Cortázar cuan-
^
do escribe: «Hablar de la guerra civil exclusivamente en términos de
>
contienda religiosa es decir una verdad a medias. Pero silenciar las
«
motivaciones confesionales de aquel trágico enfrentamiento es enmas-
>
carar la realidad». Y el historiador continúa levantando acta de la c o m -
£
plejidad de aquel estado de cosas: «Lucha de clases, combate de ideo-
p
logias respecto de la unidad de España y guerra religiosa: en todo eso
5j
se convirtió la insurrección militar de julio de 1936»29.
s
Las fuentes salesianas están plenamente de acuerdo: tal como
J
hemos explicado, hubo una verdadera persecución contra la Iglesia
católica y la fe cristiana. Basten tres testimonios. Monseñor Marcelino
Olaechea y Loizaga, salesiano y obispo de Pamplona (1935-1946) y,
luego, arzobispo de Valencia (1946-1966), refiriéndose a los salesianos
y salesianas cuya causa de beatificación había iniciado en su curia dio-
cesana, dejó escritas estas palabras: «Ninguna mente sana pondrá jamás
en duda que fueron muertos por el odio que tenían sus verdugos a
Cristo»30.
D o n Tomás Baraut y Obiols, el futuro padre provincial de Barce-
lona (1953-1958) y de Valencia (1958-1964), conoció de cerca a los que
estaban ocupando su casa salesiana de Sarria desde el martes 21 de julio
de 1936 y, a los tres días, estaba convencido de que eran gentes que se
habían alejado de Dios: «Ya ve, amado Padre —le escribía al Rector
Mayor, don Pedro Ricaldone—, que son difíciles para todos estos días;
pero abrigo la esperanza de que, dentro de poco, podremos de nuevo
trabajar provechosamente en favor del pueblo, a quien es absoluta-
mente necesario, por todos y con todos los medios posibles, volver a
poner en contacto con Dios»31.
Un par de meses después, el provincial don Julián Massana y R o v i -
ra (1936-1942), escribía también al mismo Rector Mayor desde Pam-
plona, y, entre otras cosas, le decía cómo los salesianos de aquella loca-
lidad habían hecho lo posible prestando su colaboración en el servicio
militar, «que, esta vez —precisaba—, es más de la religión que de la
patria»32.
No faltan historiadores nacionales y extranjeros que han puesto
claramente de relieve esta dimensión religiosa (o antirreligiosa) de
6b

6.5 Page 55

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£j
aquella coyuntura, la cual ya se hizo patente al menos desde el triunfo
E¡¡
del Frente Popular (febrero de 1936). « E l concepto de 'cruzada', o de
2
guerra religiosa, se puso en circulación desde los primeros momentos
£
de la contienda civil. Algunos escritores posteriores han opinado que
>
la conceptuación del Alzamiento como una 'cruzada' fue una inven-
ga
ción tardía para movilizar adhesiones populares y congregar en torno
>
a los militares que dirigían la sublevación una fuerza moral imprescin-
w
dible. Sin embargo, nos guste o no, la idea de que la guerra es una gue-
rra por motivaciones religiosas, surge desde el primer momento»33.
Y Manuel Ibáñez Escofet, con menos academicismo y más desga-
rro, reaccionaba ante las protestas que se levantaban en el país por la
beatificación de tres monjas carmelitas de Guadalajara, asesinadas el 24
de julio de 1936: «Cuando ya no existen problemas de conciencia para
los católicos, que cada día son menos y muchos de ellos se han hecho
socialistas, creo que hay algo que no se puede discutir: en España
hubo, en aquella época, persecución religiosa. No se trataba de atacar
y exterminar al canónigo rico y al político ultramontano, sino a la
pobre monja. A todo el que vistiera hábito. Esto, acaso, se podrá olvi-
dar cuando no quede ni un superviviente. Cuando hayamos muerto los
miles que quedamos, entre ellos yo»34.
Wifredo Espina, impresionado por el artículo del amigo periodista,
le dedicó una apretada glosa evocando aquella dantesca visión «de la
enorme montaña de imágenes y objetos religiosos, llenando la plaza
mayor de Vic, requisados a todo el vecindario para ser quemados». Y
se preguntaba: «¿No era otra cosa que un simple repudio a unos sím-
bolos sociales y políticos de la derecha de entonces?». Y se respondía:
« N o todo fue revolución social y política. H u b o también odio a lo reli-
gioso»35.
Por supuesto, hay también otras visiones diferentes, pero la que
acabamos de exponer es la que más se ajusta a las fuentes salesianas de
España35. Desde luego, es de agradecer el esfuerzo que, desde hace
años, están haciendo algunos historiadores para precisar y calibrar
mejor los contenidos de una coyuntura histórica extremadamente
compleja37.
Si de las opiniones pasamos a los números, los que se suelen pre-
sentar son los que Antonio Montero Moreno publicaba en 1961: Cle-
ro secular 4.184 (incluidos 12 obispos); Religiosos, 2.365; Religiosas,
283. Total, 6.83238.

6.6 Page 56

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Las diócesis de la Provincia Eclesiástica de Valencia —hecha excep-
£j
ción de la de Mallorca— pagaron un tributo de sangre muy elevado. La
g
de Valencia, que tenía 1.200 sacerdotes, perdió unos 345, es decir, casi
2
un tercio. Y junto a numerosos religiosos y religiosas, fueron asesina-
g
dos 372 hombres y jóvenes de A c c i ó n Católica y 93 mujeres de la m i s -
>
ma asociación. En fin, quedaron destruidas total o parcialmente, por
wj
incendios y saqueos, unas 800 iglesias39.
>
Para la antigua Provincia Eclesiástica Tarraconense: de los 5.060
¡*w¡
sacerdotes fueron asesinados 1.541 (30,4%) y, además, se suman los
|2
896 religiosos. En cuanto a los seglares católicos sacrificados, es difícil
g
dar una cifra segura, pero sin duda fueron muchísimos. En la diócesis
<"
de Barcelona, entre sacerdotes seculares y seminaristas mayores, fue-
-1
r o n inmolados 284, incluyendo al obispo Manuel Irurita Almandoz;
los seglares asesinados superaron en mucho a los sacerdotes y religio-
sos40.
Como se ve, se trata de una gran persecución, de «la gran persecu-
ción» en España41. La impresión que saca el investigador es que, al
menos en el verano-otoño-invierno de 1936, sobre las tierras de E s p a -
ña volvieron los antiguos mártires, pero en un número mucho mayor.
El historiador inglés Hugh Thomas, echando una mirada comparativa,
se atrevió a escribir estas palabras, realmente sobrecogedoras: « E n n i n -
gún momento de la historia de Europa, y quizás incluso del mundo, se
ha manifestado un odio tan apasionado contra la religión y todas sus
obras»42. Mientras escribimos estas cuartillas, llega a nuestras manos
un artículo de José Luis Martínez Sanz, de la Universidad Compluten-
se (Madrid), en el que se afirma: «A pesar de la libertad de cultos pro-
clamada en la Constitución de 1931, se desató una persecución religio-
sa contra la Iglesia católica, sus sacerdotes y militantes seglares, y fue
tan feroz y con tanto ensañamiento o sadismo que no se conoce otra
igual en la historia moderna desde la matanza de los hugonotes en la
Francia de 1572»43.
En los últimos sesenta años, tanto en la sociedad española como en
la Iglesia católica, se han ido operando unos cambios sustanciales,
enormes y, creemos, definitivos. Lo que ha de ser motivo de satisfac-
ción y esperanza.
'm~'

6.7 Page 57

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NOTAS
1 Constitución dogmática sobre la Iglesia, 42. La cursiva es nuestra.
2 P o r ejemplo, Juan Pablo II beatificó en 1995 a Juan Bautista S o u z y y 63
compañeros más —sacerdotes y religiosos—, quienes murieron en los
tiempos más duros de aquella revolución, 1793-1794.
3 Cf Dictionnaire de Théologie Catholique, 10/1. Librairie Letouzey et Ané,
París 1928, cois. 233-246. Dictionnaire d'Espirititualité, X. Beauchesne,
Paris 1980, cois. 732-737.
4 Cf M A R Í A W I N O W S K A , Massimiliano Kolbe. II pazzo dell'Immacola-
ta, maniré di Auschwitz. E d i z i o n e Paoline, Catania 1971.
5 Existe una bibliografía bastante extensa en castellano. Nosotros nos hemos
servido particularmente de T E R E S A A M A T R E D E I , Editb Stein. En bus-
ca de Dios. E d . Verbo D i v i n o , Estella 1969.
6 Memorias biográficas del Beato Juan Bosco, X I I , 2 1 .
7 U n a exposición detallada y documentada sobre todo el martirio, en Positio
super martyrio, R o m a 1974, 26-91. Ver también E. C E R I A , Annali della
Societá Salesiana, I V . S E I , T o r i n o 1951, 370-389.
8 Carta del Rector Mayor, R o m a 11 — I I — 1983, en Actas del Consejo Supe-
rior de la Sociedad Salesiana de San Juan Bosco [=Actas~\\. n. 308 (abril-junio
1983) 37.
9 Martirio y pasión en el espíritu apostólico de Don Bosco: Ibid., 8.
10 Ver toda la homilía traducida al castellano en Actas, n. 309 (julio-septiem-
bre 1983) 56-59.
11 Cf M. W I R D , Don Bosco y los salesianos. Ciento cincuenta años de histo-
ria. Ediciones D o n Bosco, Barcelona 1971, 324- 326.
12 Santidad y martirio al alba del tercer milenio, en Actas, n. 368 (julio-sep-
tiembre 1999) 3-41.
13 Ibid., 25. Se cita Summ. L X X X V , pág. 1685, párrafo 592s.
14 Actas, n. 308 (abril-junio 1983) 8.
15 Actas, n. 368 (julio-septiembre 1999) 17.
16 Cf J. C O N N E L Y U L L M A N , La Semana Trágica. Estudio sobre las causas
socioeconómicas del anticlericalismo en España (1898-1912). Ediciones
Ariel, Barcelona 1968. J. R O M E R O M A U R A , La rosa de fuego. Republi-
canos y anarquistas: la política de los obreros barceloneses entre el desastre
colonialy la Semana Trágica 1899-1909. E d . Grijalbo, Barcelona 1974/1975.
-m

6.8 Page 58

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17 C f R . A L B E R D I , Els salesians al barri de Sant Antoni. Barcelona 1890-
1990. Casa salesiana de Sant Josep, Barcelona 1994, 101-120.
<
H
O
18 Cf Nuestra semana negra. Los salesianos en la última semana de julio de
z
1909. L i b r e r í a Salesiana de Sarria, Sarria- Barcelona 1909 {Lecturas católi-
cas, núm. 185 noviembre — núm. 186 diciembre).
19 Cf A M B R O S I O D Í A Z R I V A S , La obra salesiana en la ciudad de Alican-
te. Inspectoría Salesiana de San José, Valencia 1994, 91-92. Los salesianos en
Campello 1907-1982. Inspectoría Salesiana de San José, Valencia 1984,174-
178.
2 0 C f R . C A R R , España 1808-1975. E d . A r i e l , Barcelona 1992, 601-613. J .
T U S E L L , Siglo XX. E d . H i s t o r i a 16, Madrid 1990, 361-379.
21 Cf A A . W , La Iglesia del siglo XX en España, Portugal y América, en
Q U I N T Í N A L D E A y E D U A R D O C Á R D E N A S , Manual d e Historia
de la Iglesia, X. E d . Herder, Barcelona 1987, 258-263.
22 Cf G. R E D O N D O , Historia de la Iglesia en España 1931-1939. I, La
Segunda República 1931-1936. Ediciones R i a l p , Madrid 1993, 406-416.
23 Cf La Vanguardia, lunes 30 de abril de 1990, 19.
24 Carta al Rector Mayor, don Pedro Ricaldone, desde la cárcel de Valencia,
22-VII-1936.
25 M. P Ó R T E L A V A L L A D A R E S , Memorias. Dentro del drama español.
Alianza Editorial, Madrid 1988, 56.
26 F. L A C R U Z , El alzamiento, la revolución y el terror en Barcelona. L i b r e -
ría A r y s e l , Barcelona 1943, 124.
27 Cf. G. R E D O N D O , Historia de la Iglesia en España 1931-1939. I I , La
guerra civil 1936-1939. Ediciones R i a l p , Madrid 1993, 136-144.
28 Cf R. C A R R , España 1808-1975. E d . A r i e l , Barcelona 1992, 613-623, 624-
662. X . T U S E L L , La España del siglo XX. Desde Alfonso X I I I a la muer-
te de Carrero Blanco. Dopesa, Barcelona 1975, 311-372. E. M A L E F A K I S
(dir.), La guerra de España (1936-1939). Ediciones El País, Madrid 1986. J.
T E R M E S , De la Revolució de Setembre a la fi de la Guerra Civil (1868-
1939), en P. V I L A R (dir.), Historia de Catalunya, V I . E d . 62, Barcelona
1987, 385-420.
29 E. M A L E F A K I S (dir.), La guerra de España (1936-1939). E d . Taurus,
Madrid 1996, 513.
30 A. B U R D E U S , Lauros y palmas. L i b r e r í a Salesiana, Barcelona 1957. P r ó -
logo de la segunda edición.
-69

6.9 Page 59

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£
31 Carta desde Barcelona-Sarria, 24-VII-1936.
O
32 Carta desde Pamplona, 29-IX-1936.
33 V. P A L A C I O A T A R D , Cinco historias de la República y de la guerra. E d i -
tora Nacional, Madrid 1973, 65.
34 Los supervivientes, en La Vanguardia, n. 37.816 (martes 31 de marzo 1987) 5.
35 ¿Escandalizarse?, en La Vanguardia, n. 37.818 (jueves 2 de abril 1987) 6.
36 Cf. V. C Á R C E L O R T Í (dir.), La Iglesia en la España contemporánea
(1808-1975), en R. G A R C Í A V I L L O S L A D A (dir.), Historia de la Iglesia
en España, V. Ed. B A C , Madrid 1975, 363-387. Q. A L D E A y E. C Á R D E -
N A S (dir.), Manual de Historia de la Iglesia. X, La Iglesia del siglo XX en
España, Portugal y América Latina. E d . Herder, Barcelona 1987, 279- 342.
V. C Á R C E L O R T Í , La persecución religiosa en España durante la Segun-
da República (1931-1939). E d . Rialp, Madrid 1990. J. E. S C H E N K , Gue-
rra mundial y Estados Totalitarios, en F L I C H E - M A R T Í N , Historia de la
Iglesia, X X V I / 1 . Edicep, Valencia 1979, 553-594.
37 Cf. H. R A G U E R , Los mártires de la guerra civil, en Razón y Fe, 215 (sep-
tiembre-octubre 1987) 883-892. Ver la recensión al libro de V. C Á R C E L
O R T Í , Mártires españoles del siglo XX. E d . B A C , Madrid 1996, en Ana-
lecta Sacra Tarraconensia, 70 (1997) 518-526.
38 Cf A. M O N T E R O , Historia de la persecución religiosa en España 1936-
1939. La Editorial Católica, Madrid 1961, 762- 768 ( B A C 204).
39 Cf V. C Á R C E L O R T Í - R . F I T A R E V E R T , Mártires valencianos del siglo
XX. Edicep, Valencia 1998, 63-65.
40 Cf J. B A D A , Guerra civil i Església catalana. Facultad de Teología de
Catalunya, Publicacions de PAbadia de Montserrat 1987, 15. A. P L Á D E -
V A L L , Historia de l'Església a Catalunya. E d . Claret, Barcelona 1989,179.
F. M U Ñ O Z (din), Testimonis de la fe amb el martiri al segle XX a l'Esglé-
sia de Barcelona. Arquebisbat de Barcelona — La Formiga d'Or, Barcelo-
na 2000, 97-148, 195-218.
41 Cf. V. C Á R C E L O R T Í , La gran persecución. España, 1931-1939. E d . Pla-
neta, Barcelona 2000.
42 La guerra ávil española 1936-1939,1. Ediciones Grijalbo, Barcelona 1976,
300.
43 El «contrainforme Onaindía», en Hispania Sacra, n. 106 (julio-diciem-
bre 2000) 696.
m

6.10 Page 60

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7 Pages 61-70

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7.1 Page 61

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7.2 Page 62

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LOS MÁRTIRES Y LA SANTA SEDE
De todo lo expuesto hasta aquí, se deduce
que el asunto de los mártires es algo muy serio
en la Iglesia. Por eso, ya hemos dicho que
desde la antigüedad la jerarquía hubo de inter-
venir de diversas formas (capítulo primero).
Con el paso del tiempo y la creciente centrali-
zación de la Iglesia, el derecho a reconocer a un
miembro de la misma como santo o como már-
tir —con el culto público correspondiente— se
fue reservando al Obispo de R o m a . T a l reserva
ya fue un hecho desde el inicio de la Baja E d a d
Media (segunda mitad del siglo X I ) .
En consecuencia, nos parece oportuno
insertar en nuestro estudio este capítulo terce-
ro el cual, en su brevedad, quiere enlazar el
segundo y el cuarto.
Crucifixión de San Pedro.
Óleo sobre lienzo, de Caravaggio (1601).
Iglesia de Santa María del Popólo (Roma).
73

7.3 Page 63

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o
EL PROCESO EN LA CAUSA DE LOS MÁRTIRES
<
Z
Este proceso estudia los fundamentos históricos, teológicos y jurí-
dicos que acreditan el valor del martirio de un miembro de la Iglesia.
3
Según los tiempos, se ha reglamentado de una u otra forma. Pero, desde
£
el siglo X V I I I , han fijado la pauta los criterios que señaló en su tiempo
§
el famoso canonista Próspero Lambertini (posteriormente papa
H
Benedicto X I V , 1740-1758). Hace unos años, el papa Juan Pablo II
•<
decretó una puesta al día de dicho proceso, reestructurando al mismo
<„
tiempo la Congregación Romana para las Causas de los Santos1.
O
En resumidas cuentas, la criteriología vigente exige que, para que
un miembro de la Iglesia sea declarado mártir, se den los elementos his-
tórico-jurídicos siguientes:
I o ) El elemento material. Ha de constar el hecho de la muerte v i o -
lenta del presunto mártir.
2o) El elemento personal. Ha de constar que la muerte ha sido pro-
ducida por una causa responsable, extrínseca y distinta de la persona
del mártir. Es decir, tiene que haber un agresor y una víctima.
3o) El elemento formal. El mártir ha de ser inmolado por motivos
de fe, o por una virtud moral referible y referida a la fe en D i o s . Es un
elemento imprescindible, porque es el que hace visible el significado
sobrenatural de la muerte del mártir. Dada la complejidad de las situa-
ciones persecutorias, es fácil que el agresor o los agresores tengan tam-
bién otros fines y otros objetivos —por ejemplo, el político, que apa-
rece con mucha frecuencia—; pero éstos no pueden oscurecer lo esen-
cial del significado religioso y moral del sacrificio. Y, para ello, el agre-
sor ha de actuar «in odium fidei», o «in odium Christi», o «in odium
Ecclesiae» (por odio de la fe o de Cristo o de la Iglesia).
A este respecto, hay que observar, primero, que esto no depende de
la víctima, sino del agresor, y, segundo, que también el agresor puede
esgrimir unas motivaciones diferentes de las que realmente le mueven.
En todo caso, si el agresor —sean cuales fueren sus intenciones—, con
palabras, modos de actuar, circunstancias ambientales, persuade o con-
vence al agradedido de que es víctima de un odio antirreligioso, y éste
acepta la agresión mortal con espíritu de fe y en un acto interior de ofren-
da a Dios, no deja de ser testigo de la fe y, por tanto, mártir.

7.4 Page 64

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Por esto, nosotros nos hemos esforzado en hacer ver que, en la
w
O
coyuntura histórica de julio de 1936, se dio, concretamente en la zona
rt
de la España Republicana, una verdadera persecución religiosa.
<
4o) El elemento moral o psicológico. El mártir ha de aceptar la muer-
%
<
te conscientemente, a sabiendas de que es víctima del odio antirre-
<
ligioso, y sufrirla con fortaleza y sentimientos de perdón. Hemos pro-
A
curado ponerlo muy de relieve en algunos ejemplos que hemos
•r
</>
recordado: Maximiliano Kolbe, Teresa Benedicta de la Cruz, José
rt
ñ
Kowalsky.
H
•<
Los cuatro elementos que acabamos de enumerar son indispensa-
S
bles para que haya un mártir, y deben basarse racionalmente en testi-
Vi
O
gos de primera mano o en documentos auténticos y exhaustivos2.
En varios casos expuestos hasta aquí, hemos tenido ocasión de
hablar de la beatificación y de la canonización de un mártir. La beatifi-
cación es un acto oficial de la Santa Sede por el cual autoriza a que un
cristiano (un mártir, en nuestro caso) sea venerado públicamente en las
Iglesias locales; la canonización, en cambio, es otro acto ulterior de la
misma Santa Sede, por el cual el Sumo Pontífice establece que dicho
beato (mártir) sea honrado como santo en toda la Iglesia.
Los mencionados «Mártires de Turón» son los primeros beatos
mártires españoles del siglo XX canonizados.
EL AÑO JUBILAR Y EL PAPA JUAN PABLO II
Sin lugar a duda, el papa actual ha querido introducir, en su peda-
gogía relativa a la celebración del Año Jubilar (2000), el recuerdo y el
valor testimonial de los mártires. Ha expuesto su pensamiento con
cierto énfasis en dos escritos programáticos: Tertio Millennio
Adveniente (Ante el Tercer Milenio, 1994) e Incarnationis Mysterium
( E l Misterio de la Encarnación, 1998). He aquí los contenidos más
importantes relativos a nuestro tema.
I o ) En el segundo milenio y en el siglo X X , que acaban de cerrarse,
ha habido muchos mártires. «La Iglesia del primer milenio nació de la
sangre de los mártires [...]. Al término del segundo milenio, la Iglesia
ha vuelto de nuevo a ser Iglesia de mártires». «En nuestro siglo han
vuelto los mártires, con frecuencia desconocidos»3. «Personas de todas

7.5 Page 65

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g
las clases sociales han sufrido por su fe, pagando con su sangre su adhe-
sión a Cristo y a la Iglesia, o soportando con valentía largos años de
<
prisión y de privaciones de todo tipo por no ceder a una ideología
£
transformada en un régimen dictatorial despiadado»4. No hace falta
"
aquí comentario alguno, porque este punto ya lo hemos expuesto sufi-
1-1
cientemente.
>-
w
2o) El ejemplo los mártires no hay que olvidarlo: «en la medida de
Pi
lo posible, no deben perderse en la Iglesia sus testimonios»5. Esta
H
P<¿
S
memoria de los mártires es un signo perenne, «pero hoy particular-
mente significativo de la verdad del amor cristiano»6. Y, a este respec-
O
to, el papa evoca, una y otra vez, la praxis de los primeros siglos cris-
•-i
tianos, que nosotros ya conocemos desde el capítulo primero.
3o) Y este recuerdo lo han de mantener, o recuperar si lo han perdi-
do, las Iglesias locales. «Es preciso —señala el papa— que hagan todo
lo posible por no perder el recuerdo de quienes han sufrido el marti-
rio, recogiendo para ello la documentación necesaria»7.
4o) La razón última para mantener este recuerdo, confeccionando o
renovando los diversos martirologios, estriba en que los mártires «son
los que han anunciado el Evangelio dando su vida por amor»8.
Por todo ello, hay que congratularse con la archidiócesis de
Barcelona la cual, siguiendo estas reflexiones e invitaciones del papa,
ha publicado recientemente un hermoso libro titulado Testimonis de la
fe amb el martiri al segle XX a l'Església de Barcelona (Testimonios de
la fe mediante el martirio en la Iglesia de Barcelona durante el siglo
X X ) 9 . Como también nos hemos de alegrar del esfuerzo que están rea-
lizando varias diócesis para completar sus respectivos martirologios10.
En fin, este mismo libro está demostrando también que la Familia
Salesiana de España se coloca decididamente en esa onda espiritual y
pastoral indicada recientemente por el papa Wojtyla.
L O S M Á R T I R E S E S P A Ñ O L E S (1936-1939) Y J U A N P A B L O I I
Es sabido que, después de haber consultado al episcopado español, el
papa Pablo VI (1963-1978) decidió en 1964 suspender, por el momen-
to, los procesos de beatificación de los mártires españoles que varias
diócesis habían solicitado a la Santa Sede. El papa Montini quería, así,
76

7.6 Page 66

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evitar interpretaciones políticas que pudieran instrumentalizar el enfo-
g
que esencialmente religioso del hecho martirial.
$
Pero, hacia 1980, en Roma se pensó que la situación comenzaba a
g
cambiar y que ya no era tan fácil que se dieran aquellas interpretacio-
^
nes. En 1983, el papa Juan Pablo II disponía que los procesos ya inco-
<
ados en las diversas diócesis españolas siguieran su camino. Y, efecti-
>-
vamente, no tardó mucho en llegar la primera solemne beatificación
w
de los mártires de la guerra española: en marzo de 1987 fueron pro-
p
clamadas mártires tres religiosas Carmelitas descalzas, asesinadas en
^
Guadalajara, el día 24 de julio de 1936.
^
A continuación, han seguido otras beatificaciones. He aquí algunas,
-O-1
a modo de ejemplo.
— Los 26 religiosos Pasionistas de la comunidad de Daimiel
(Ciudad Real): fueron martirizados entre el 23 de julio y el 23 de octu-
bre de 1936 en varias localidades castellanas, y beatificados en Roma el
1 de octubre de 1989.
— Los 71 Hermanos Hospitalarios de San Juan de Dios (64 espa-
ñoles y 7 colombianos): formaban parte de diversas comunidades hos-
pitalarias en Cataluña y zona centro, y se dedicaban a sus tareas de
asistencia a los enfermos. Se les dio violenta muerte en distintos luga-
res y fechas, durante el verano y el otoño de 1936; su beatificación tuvo
lugar en Roma el 25 de octubre de 1992, dentro de la conmemoración
del tercer centenario de la canonización de San Juan de Dios.
— Los 51 Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María, cla-
retianos, de Barbastro: la casa-seminario, con 39 seminaristas y sus for-
madores, fue asaltada el lunes 20 de julio de 1936, y 51 de sus morado-
res sufrieron el martirio durante el mes de agosto. El papa Juan Pablo II
los beatificó el 25 de octubre de 1992 en Roma.
— Los Mártires de Almería: grupo formado por el obispo de la dió-
cesis (Diego Ventaja Milán), por el obispo de Guadix-Baza, provincia
de Granada (Manuel Medina Olmos), y 7 Hermanos de las Escuelas
Cristianas que desempeñaban su labor educativa en el colegio de San
José, de Almería. Los 9 fueron asesinados en el verano de 1936, y bea-
tificados en Roma el 10 de octubre de 1993. Los obispos mencionados
han sido los primeros en ser declarados mártires de la persecución reli-
giosa.
<m

7.7 Page 67

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NOTAS
1 Ver la constitución apostólica Divinus perfeccionis magister, en Acta
Apostolicae Sedis, 75 (1983) 349-355.
2 Cf Dictionnaire de Théologie Catholique, 10/1. Librairie Letouzey et Ané,
Paris 1928, cois. 223-233. Enciclopedia cattolica, V I I I . Romae 1952, 243-
244.
3 Ante el Tercer Milenio, n. 37.
4 El Misterio de la Encarnación, n. 13.
5 Ante el Tercer Milenio, n. 37.
6 El Misterio de la Encarnación, n. 13.
7 Ante el Tercer Milenio, n. 37.
8 El Misterio de la Encarnación, n. 13.
9 Arquebisbat de Barcelona, La Formiga d'Or, Barcelona 2000.
10 Por ejemplo, los martirologios diocesanos publicados en Cataluña son ya,
al menos, siete, comenzando con el conocidísimo de J O S E P S A N A B R E ,
Martirologio de la Iglesia en la diócesis de Barcelona durante la persecución
religiosa 1936-1939. Ed. Librería religiosa, Barcelona 1943.
11 Síntesis biográficas de los nuevos mártires se encuentran en V. C Á R C E L
O R T I , Mártires españoles del siglo XX. Biblioteca de Autores Cristianos,
Madrid 1995, 111 y ss. ( B A C 555).
12 Ante el Tercer Milenio, n. 37.
13 Osservatore Romano [ed. castellana], n. 51 (22 de diciembre de 2000) 2.
14 Original latino y traducción castellana de este decreto sobre el martirio, en
Actas del Consejo General, n. 370 (enero-marzo de 2000) 95-104.
15 A. B U R D E U S , Lauros y palmas. Librería Salesiana, Barcelona 1958, pró-
logo a la segunda edición.
16 Martirio de las Santas Perpetua y Felicidad, I.
*m

7.8 Page 68

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LOS MÁRTIRES,
NUESTROS
HERMANOS
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7.9 Page 69

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7.10 Page 70

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LOS MÁRTIRES, NUESTROS HERMANOS
La antigua Inspectoría o Provincia Salesiana
Tarraconense se había formado en 1901 —hace
ahora un siglo exactamente (1901-2001)— de
la división en tres zonas de la única demarca-
ción existente entonces: la Provincia Salesiana
Ibérica o «Española». Ésta se repartió en tres:
la Céltica de Santiago el Mayor, con sede en
Madrid; la Bética de María Auxiliadora, con
sede en Sevilla, y la Tarraconense de Nuestra
Señora de la Merced, con sede en Barcelona-
Sarria. Las casas de Portugal formaron al inicio
una Visitaduría.
La Transfiguración (detalle).
Óleo sobre lienzo, de Rafael (hacia 1519-1520).
Pinacoteca Apostólica (Vaticano).
83

8 Pages 71-80

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8.1 Page 71

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Q
Desde 1901 —o desde 1902, año en que las primeras Inspectorías o
Z
Provincias adquieren un reconocimiento oficial de la Santa Sede— has-
S
ta 1936, la Tarraconense fue creciendo, poco a poco, bajo la dirección
w
de Antonio Aime Ghibaudi (italiano, 1901-1903) y sus sucesores al
</,
frente de la misma: Manuel Benito Hermida Pérez (1903-1909), José
°
María Manfredini (italiano, 1909-1911, 1911-1915), José Binelli (italia-
S
no, 1915-1921), Marcelino Olaechea Loizaga (1921-1925) y José Cala-
^
sanz Marqués (1925-1936), quien se encontró ante la revolución de
julio de este último año.
W
p
La casa de Huesca se fundó en 1903; la de Mataró (Barcelona), en
^
1905; la de Campello (Alicante), en 1907; la de Barcelona-Tibidabo,
2
en 1912; la de Alicante, en 1914; la de Villena (Alicante), en 1917: la de
O
Pamplona (Navarra), en 1924 y la de A l c o y (Alicante), en 1928. Entre
las más antiguas —anteriores al año 1901— se contaban las de Barce-
lona-Sarria (1884), Barcelona-Rocafort (1890), Girona (1891), Sant
Vicenc deis Horts (Barcelona 1895), Valencia (1898) y Ciudadela de
Menorca (1899). A la altura del año 1936, las dos casas más importan-
tes eran las de Barcelona-Sarria y la de Valencia. Y, según tenemos
dicho, a partir de julio de ese mismo año las casas de Pamplona y de
Huesca quedaron en la zona nacional, y todas las demás, en la zona
roja.
Los salesianos profesos en la Provincia Tarraconense eran 249, en
tanto que los novicios, ocho. A ellos se les añadían algunos estudiantes
que se encontraban en Roma o en Madrid, y llegaban a unos diez. Unos
cuantos profesos residían, provisionalmente, en alguna de las repúblicas
hispanoamericanas, donde cumplían el servicio militar sustitutorio,
dedicándose a las actividades sociales que desarrollaban los salesianos1.
De todos los residentes en la Provincia Tarraconense, fueron asesi-
nados 29, es decir, un 12% aproximadamente. De los otros tres siervos
de Dios incluidos en el decreto de martirio correspondiente, dos son
Hijas de María Auxiliadora y uno, seglar, el cual hacía vida habitual-
mente con los salesianos de Sant Vicenc, deis Horts (por eso, se le lla-
ma también en las fuentes históricas «familiar» o «donado»).
Vamos a presentar un breve esbozo biográfico de cada uno de estos
siervos de Dios, insistiendo precisamente en el punto relativo a su
pasión y muerte durante la persecución religiosa que, como tenemos
dicho repetidis veces, se dio en la Guerra C i v i l Española (1936-1939).
84

8.2 Page 72

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Lógicamente, después de analizar los avatares y los comportamien-
g
tos personales, trataremos de señalar aquellos rasgos comunes más
Z
importantes, que, de una forma u otra, emergen en su dimensión mar-
S
tirial.
«
X
o
SEMBLANZAS
S
w
•p
Z
Preferimos seguir el orden de la Informatio o informe oficial que el
</>"
relator de esta causa, monseñor José L u i s Gutiérrez, el postulador sale-
%
siano don Pasquale Liberatore y su colaborador Joan Cañáis Pujol,
presentaron ante la Congregación para las Causas de los Santos, con
P< Í
fecha 16 de abril de 1995. Este mismo informe suministra los materia-
les esenciales para dibujar las semblanzas de los mártires2. No hace fal-
ta decir que, sobre todo, el mencionado colaborador Cañáis y Pujol
conocía a fondo los escritos del historiador y testigo Amadeo Burdeus
Mingarro, cuyos méritos en todo este asunto son indiscutibles3.
Grupo de Valencia. Subgrupo de Valencia
Los grupos de Valencia y de Barcelona son los más importantes.
Conviene comenzar por el de Valencia, ya que en esta archidiócesis se
introdujo la causa de los mártires que consideramos.
De los 37 salesianos que estaban haciendo ejercicios espirituales en
dicha ciudad, perecieron asesinados nueve: el padre provincial, un
sacedote ejercitante que había venido de Alcoy y siete salesianos de la
misma comunidad de Valencia (subgrupo de Valencia). Los otros dos
que completan el total de once proceden de Alcoy, y fueron asesinados
uno en Valencia y otro en la ciudad de Villena (Alicante), subgrupo de
Alcoy.
•85

8.3 Page 73

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CUADRO
N OMBRE
S A L E S I A T M O S 3V
1
NACIIvlIEN
* FECHA
LUGAR
PROVINCIA
1 JOSÉ CALASANZ MARQUÉS
S 23-XI-1872
AZANUY
HUESCA ''
2 ANTONIO MARTÍN HERNÁNDEZ
s 18-VI-1885 CALZADA DE BÉJAR SALAMANCA
3 RECAREDO DE LOS RÍOS FABREGAT s 11-1-1893
BÉTERA
VALENCIA
4 JOSÉ GIMÉNEZ LÓPEZ
s 31-X-1904 CARTAGENA
MURCIA :
5 AGUSTÍN GARCÍA CALVO
SL 28-VIII-1905 SANTANDER
SANTANDER;
6 JULIÁN RODRÍGUEZ SÁNCHEZ
S 16-X-1896 SALAMANCA SALAMANCA
7 JUAN MARTORELL SORIA
S l-IX-1889
PICASENT
VALENCIA .
8 JAUME BUCH CANALS
SL 9-IV-1889
BESCANÓ
GIRONA
9 PEDRO MESONERO RODRÍGUEZ
E 29-V-1912 ALDEARRODRIGO SALAMANCA
10 JOSÉOTÍNAQUILUÉ
11 ALVARO SANJUÁN CANET
ST^TBC^R.1U]?»CD
S 22-XII-1901
HUESCA
HUESCA
S 26-IV-1908 ALCOCER DE PLANES ALICANTE
* S - SACERDOTE SL - SALESIANO LAICO E-ESTUDIANTE L- LAICO
»86

8.4 Page 74

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^RTIRES - GRUPO VALENCIA
O
MARTIRIO
DIÓCESIS
FECHA
LUGAR
PROVINCIA
DIÓCESIS EDAD
LLEIDA
29-VII-1936 VALENCIA
VALENCIA
VALENCIA
64
CORIA
9-XII-1936 VALENCIA
VALENCIA
VALENCIA
51
VALENCIA
9-XII-1936 VALENCIA
VALENCIA
VALENCIA
43
CARTAGENA 9-XII-1936 VALENCIA
VALENCIA
VALENCIA
32
SANTANDER 9-XII-1936 VALENCIA
VALENCIA
VALENCIA
31
SALAMANCA 9-XII-1936 VALENCIA
VALENCIA
VALENCIA
40
VALENCIA 10-VIII-1936 VALENCIA
VALENCIA
VALENCIA
47
GIRONA
31-VII-1936 VALENCIA
VALENCIA
VALENCIA
47
SALAMANCA 21-VIII-1936 TORRENTE
VALENCIA
VALENCIA
24
A . L C Z : CZ> Y ( J L , I C Z A . 1SJ T E )
HUESCA
Detenido en Valencia afínales de noviembre de 1936
35
VALENCIA
2-X-1936
VILLENA
ALICANTE
MURCIA
28
87

8.5 Page 75

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8.6 Page 76

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JOSÉ CALASANZ MARQUÉS, SACERDOTE
Nació en Azanuy, provincia de Huesca y diócesis de Lleida (hoy de
Barbastro), el 23 de noviembre de 1872, de una familia de labradores. A los
diez años, perdió al padre; y a los once, a su madre. Poco tiempo después
de la muerte de ésta (agosto de 1883), su hermana Dolores le llevó a Bar-
celona, donde servía en casa de los señores Fontcuberta quienes, como
buenos cooperadores salesianos, le pagaron la estancia en el colegio-taller
de los salesianos de Barcelona-Sarria. Allí conoció personalmente a San
Juan Bosco, cuando, en su visita a Barcelona en abril-mayo de 1886, vivió
en aquella casa. Calasanz tenía entonces 13 años.
El muchacho se ganó enseguida la confianza de los superiores, los cuales
le encaminaron a la vida sacerdotal y salesiana por la vía más corta. Recibió el
presbiterado en diciembre de 1895, cuando sólo contaba 23 años. No tuvo,
por tanto, ni tiempo ni medios adecuados para hacer bien los estudios ecle-
siásticos. Pero, por otra parte, tuvo la fortuna de formarse al lado de don Feli-
pe Rinaldi —hoy beato—, quien dirigía la casa de Sarria desde el año 1889.
José Calasanz fundó el colegio salesiano de Mataró cuando, en 1905, se
trasladó allí con la sección de bachilleres que, bajo su dirección, funciona-
ba, desde dos años antes, en la torre llamada «La Esmeralda», de les Corts
de Sarria. Calasanz estuvo al frente del colegio once años (1905-1916). Y, a
continuación, fue enviado, como misionero y fundador, a tierras de Cuba,
Perú y Bolivia, en las cuales desplegó una gran actividad, no siempre coro-
nada con el éxito.
En 1925 volvió a Barcelona, con el cargo de superior provincial, tal
como ya hemos apuntado. A sus 53 años, pudo realizarse como un gran
salesiano: trabajador, serio y enérgico a veces —pero, por encima de todo,
padre y amigo de todos—, educado, humilde y servicial.
Como superior provincial, presidía la tanda de ejercicios espirituales
que había comenzado en la casa salesiana de Valencia-Sagunto el día 16 de
89

8.7 Page 77

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Q
julio. Al darse cuenta de la nueva situación que se estaba creando en la
£
ciudad de Valencia a partir del sábado 18, optó por tranquilizar a sus
S
salesianos y dispuso que no se interrumpiera la marcha habitual de los
w
ejercicios.
O
Pero era inútil, porque la tensión exterior era cada vez más fuerte.
H
Como queda consignado (pp. 62-63), el martes 21 todos los salesianos
P
residentes en la casa —ejercitantes o no— fueron llevados a la Cárcel
z
Modelo de la cercana localidad de Mislata. Desde allí, el padre Cala-
w
sanz escribió una carta al Rector Mayor, don Pedro Ricaldone: «No sé
p
el tiempo que nos tendrán aquí: Dios sabe si se prolongará por unos
^
días o por semanas; y sé mucho menos la muerte que puede esperar-
as
nos. Pero nuestra confianza está puesta en Dios y en la protección de
o
María Auxiliadora y de nuestro Padre San Juan Bosco. No dudamos
1-1
tampoco —concluía— de su bendición y de las oraciones de usted y
demás Superiores y hermanos»4.
Cuando, inesperadamente, en la madrugada del miércoles 29 de
julio se les concedió a todos la libertad, el padre provincial recomendó
a los suyos que se refugiaran en casas de familiares o bienhechores, les
distribuyó una cantidad de dinero y fue despidiéndose personalmente
de cada uno: «Hay que tener confianza en la Divina Providencia»
—decía, entre otras cosas—. «Y si nos matan, nos volveremos a ver en
el cielo». «Yo creo que estoy en gracia de Dios»5.
Al padre Calasanz y a don Recaredo de los Ríos les duró poco la
alegría de la liberación, porque fueron detenidos de nuevo por una
patrulla de milicianos en la misma localidad de Mislata. Los llevaron al
Comité. Allí los registraron. En la maleta del padre provincial apareció
una sotana...«Son sacerdotes —concluyeron los milicianos— y debe-
mos matarlos»6. Por lo demás, Calasanz no tuvo inconveniente en
declarar que, tanto él como su compañero Recaredo de los Ríos, eran
sacerdotes.
También habían sido detenidos, por aquel entonces, los salesianos
laicos Florencio Celdrán Chazarra y Agustín García Calvo, los cuales
se encontraron con el padre Provincial y don Recaredo. A los cuatro
se les hizo subir a una camioneta. Se dirigían a Valencia. «Poco después
—según testimonio de don Florencio— sonó un tiro y se oyó la voz
del padre Calasanz, quien exclamó: '¡Dios mío!', y cayó sin vida: don
Recaredo le dio la absolución. En aquel momento, la camioneta se
fmt]

8.8 Page 78

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paró, porque estábamos llegando al puente de San José»7. Al padre
g
Calasanz el disparo le había producido una herida mortal en el parie-
^
tal derecho. Depositaron el cadáver en la Casa de Socorro de Valencia
y la comitiva —con don Recaredo y los señores Celdrán y García—
wtA
prosiguió el camino hasta la sede del Gobierno Civil.
M
Los tres salesianos terminaron aquella triste jornada en el mismo
H
sitio que habían abandonado por la mañana: en la cárcel celular de M i s -
g
lata. Volveremos a hablar de ellos.
2
W£
H
-P<Í
S
O
m?

8.9 Page 79

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8.10 Page 80

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ANTONIO MARTÍN HERNÁNDEZ, SACERDOTE
Nació en Calzada de Béjar, provincia de Salamanca y diócesis de Coria
(Cáceres), de una familia muy cristiana, el 18 de junio de 1885. P o r consejo
de un tío suyo sacedote cursó los estudios de Magisterio, que terminó en
Salamanca. En esta ciudad conoció a los salesianos. Entró en la Congrega-
ción en 1913, cuando tenía 28 años cumplidos. Después de un corto perío-
do, una vez concluidos los estudios eclesiásticos, recibió el presbiterado en
1919.
C o n esto, el padre Martín se convirtió en el tipo ideal de educador. En
1923 fue Maestro de N o v i c i o s en Barcelona-Sarria, a los cuales les inculcó
especialmente una devoción que llevaba en el alma: la devoción al Corazón
de Jesús.
En julio de 1936 era director de la casa de Valencia-Sagunto y estaba
entre los Ejercitantes. La noche del asalto del lunes 20 al martes 2 1 , fue
terrible para él, ya que los milicianos le humillaron con la simulación de su
fusilamiento.
Libre de la cárcel, como los demás, el miércoles 29 de julio, el padre
Antonio Martín encontró refugio en casa de doña Ricarda Alemany, a don-
de fue también a parar el sacerdote José Giménez López. Según la señora,
juntos «hacían las prácticas de piedad, rezaban el rosario, recitaban el Bre-
viario y hacían la meditación»8. Pero los milicianos les seguían los pasos y,
a los quince días, el 3 de septiembre, los arrestaron y los condujeron a la
Cárcel Modelo.
Con esto, eran cinco los salesianos que, apresados de nuevo, fueron a
parar a la cárcel de Mislata: los sacerdotes Recaredo de los Ríos, Antonio
Martín y José Giménez, y los hermanos laicos (o coadjutores) Celdrán y
García. Antes de proseguir la historia de Antonio Martín, conozcamos
mejor a sus compañeros de cárcel.
93

9 Pages 81-90

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9.1 Page 81

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9.2 Page 82

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RECAREDO DE LOS RÍOS FABREGAT, SACERDOTE
Nacido en Bétera, provincia y diócesis de Valencia, el 11 de enero de
1893. Hacia 1899, la familia se estableció en la capital del Turia, cerca
del colegio salesiano. Recaredo y sus hermanos serán de los primeros
mediopensionistas de dicho centro. Recaredo sobresalió enseguida por su
piedad, mansedumbre y amor al estudio. Salesiano en 1909, recibió el pres-
biterado en El Campello en 1917. Director, primero, de la obra salesiana
de Villena (1922-1927) y, después, de la de Alicante. Fue aquí donde le
sorprendió la llamada «Quema de conventos», a la que hemos hecho refe-
rencia.
Durante todos estos años, Recaredo fue madurando su vocación cris-
tiana, salesiana y sacerdotal. Humilde, sencillo, optimista, abnegado,
amable, piadoso. Todos decían que era un santo: «Un gran santo de una
santidad genuina —lo calificaba monseñor Olaechea—; estoy seguro de
que, aun sin ser mártir, hubiera sido canonizado»9. Desde luego, durante
aquellos días del asalto y de la quema del colegio salesiano de Alicante (12
de mayo de 1931), su director demostró tener talla de mártir.
En julio de 1936 residía en el colegio salesiano de Valencia-Sagunto, en
el que desempeñaba el cargo de catequista o animador espiritual de los
alumnos internos. El día 16 había comenzado los ejercicios espirituales.
Conocemos su itinerario martirial hasta que, el miércoles 29 de julio, hubo
de volver, arrestado, a la cárcel de Mislata. Pero, mientras tanto, fue testi-
go cualificado del asesinato del padre Calasanz, quien, bañado en sangre,
se desplomó sobre sus rodillas.
-95

9.3 Page 83

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9.4 Page 84

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JOSÉ GIMÉNEZ LÓPEZ, SACERDOTE
Nacido en Cartagena, provincia de Murcia y diócesis de Cartagena, el
31 de octubre de 1904. A los dos años perdió a su madre, y a los cinco,
al padre. Conoció a los salesianos en Alicante y se hizo uno de ellos en Bar-
celona-Sarria, en 1925. F u e sacerdote en 1934 y, como tal, comenzó a tra-
bajar en la casa salesiana de Alcoy. A los dos años, la persecución religiosa
de julio segó para siempre la trama de su vida. El 3 de septiembre entraba,
como sabemos, en la cárcel de Mislata.
*W

9.5 Page 85

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9.6 Page 86

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AGUSTÍN GARCÍA CALVO, SALESIANO LAICO
Nacido en Santander, provincia y diócesis de Santander, el 3 de febrero
de 1905, conoció en la misma capital a los salesianos. Profesó como sale-
siano laico en Barcelona-Sarria, en 1922, y rubricó su vocación salesiana
con los votos perpetuos en Girona, en 1933. Un hombre sencillo, piadoso,
diligente y entregado a su tarea de educador. Juntamente con Florencio
Celdrán, volvieron a meterle en la cárcel el 29 de julio de 1936.
99

9.7 Page 87

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9.8 Page 88

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JULIÁN RODRÍGUEZ SÁNCHEZ, SACERDOTE
Nacido en Salamanca, provincia y diócesis de Salamanca, el 10 de octu-
bre de 1896. Conoció a los salesianos en esta ciudad y se sintió inclinado a
ser uno de ellos. Y después de haber superado algunas dificultades de
orden intelectual y psicológico, por fin llegó a ser sacerdote salesiano en
1930, cuando ya casi contaba 34 años de edad. A los ojos de todos, apare-
cía como un hombre piadoso, sacrificado y totalmente inmerso en su acti-
vidad educativa. El 18 de julio de 1936 se encontraba en la casa de Valen-
cia, calle Sagunto, haciendo también los ejercicios espirituales, y, por tanto,
sufrió en su carne las molestias y las zozobras de aquellos días. El 29 de
julio, una vez libre de la cárcel, halló cobijo sucesivamente en casa de dos
bienhechores. Pero consciente de que, como sacerdote, era un peligro
seguro para las familias que le pudieran acoger, decidió presentarse en el
Gobierno C i v i l , donde expuso su condición de clérigo y su falta absoluta
de medios de subsistencia. Aquel gesto equivalía, en la práctica, a entre-
garse al enemigo con las manos atadas: su destino fue la Cárcel Modelo de
Mislata. E r a el 3 de septiembre de 1936.
Este comportamiento del padre Julián Rodríguez deja ver, a las claras,
ese amargo sufrimiento de tantas personas de significación católico-reli-
giosa quienes se veían proscritas de aquella sociedad, a la que creían haber
servido lealmente. La España del Frente Popular no les concedía ni siquie-
ra un tribunal con las mínimas garantías para defender su inocencia. Hasta
tal punto llegaba la democracia de aquella Segunda República Española...
C o n esto ya tenemos reunidos otra vez en la cárcel a seis salesianos:
Recaredo de los Ríos, Florencio Celdrán y Agustín García habían ingresa-
do el 29 de julio; y Antonio Martín, José Giménez y Julián Rodríguez, el
3 de septiembre. Al día siguiente, vinieron a liberar a Florencio Celdrán los
miembros del Comité de su pueblo, Benijófar (Alicante). En consecuencia,
pudo escapar de aquel lugar de muerte y quedó como un testigo cualifica-
do para el futuro.
101

9.9 Page 89

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o
<
¿Qué fue de los otros cinco, cuyas semblanzas acabamos de pre-
pd
sentar? L o s retuvieron en la cárcel por espacio de tres meses: « E n los
X
recreos nos reuníamos todos —recuerda uno de los reclusos, el sacer-
O
dote diocesano Miguel Porter Martínez—. [Los padres Antonio Mar-
H
tín y Recaredo de los Ríos], eran optimistas porque incluso pensaban
g
que serían puestos en libertad; pero, como todos, siempre se mostra-
Z
ban preparados para el sacrificio, pensando que era la parte de heren-
£
cia mejor que el Señor habría podido reservarnos. El padre Recaredo
«
decía: ' E n resumidas cuentas, un golpecito, y en el cielo'. Y el padre
^
Martín: '¿Qué premio mayor que ser mártires de Jesucristo?'»10. Por
S
estos detalles, se puede entrever cuáles eran las actitudes interiores de
o
los cinco salesianos. Hasta que les llegó el día del sacrificio.
-j
Según narra el mencionado Miguel Porter, cuando hicieron salir de
la celda a don Antonio Martín, adivinando que aquella era su hora, «se
arrodilló sobre el jergón de paja, levantó los ojos al cielo, juntó las
manos y dijo estas palabras: 'Vamos, Señor, al sacrificio'. Me pidió que
le diera la absolución —como lo hice efectivamente— y que le enco-
mendara a Dios. Nos encomendamos recíprocamente a E l . Después,
no sé lo que pasó»11.
Probablemente, al mismo tiempo sacaron de sus celdas a los otros
cuatro salesianos: era la madrugada del 9 de diciembre de 1936. Les
quitaron la vida por disparos de armas de fuego al día siguiente, en el
Picadero del término de Paterna.
402

9.10 Page 90

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JUAN MARTORELL SORIA, SACERDOTE
Nacido en Picasent, provincia y diócesis de Valencia, el 1 de septiembre
de 1889, sus padres eran labradores.
Estudió en el colegio de los salesianos de Valencia; profesó en la Congre-
gación en 1914 y le ordenaron de presbítero en 1923. Después de ejercer el
apostolado salesiano en varias localidades, en 1928 pasó a desempeñar el
cargo de párroco en la iglesia de San Antonio Abad, aneja a la casa salesia-
na de Valencia, a cuya comunidad pertenecía. El padre Martorell fue, sobre
todo, el párroco de los pobres y de los enfermos, a los que visitaba y ayu-
daba económicamente. En contacto con las gentes del barrio, supo de la
hostilidad que muchos tenían a la Iglesia. Él siempre se mostraba abnega-
do, generoso y valiente.
Cuando llegaron los sucesos de julio de 1936, fue conducido a la C á r -
cel Modelo juntamente con los demás salesianos. U n a vez liberado, el día
29, el padre Martorell comenzó una larga y agitada marcha en busca de un
lugar seguro donde refugiarse. Pero no lo consiguió: detenido, fue a parar
al colegio salesiano, que ya funcionaba como una checa. A l l í le encontró el
9 de agosto el señor don José Soto Serra, Capitán de Estado Mayor. Según
su testimonio, el padre Martorell tenía las muñecas, el cuello y el abdomen
manchados de sangre a causa de unas heridas recientes; y, acurrucado en un
rincón, seguía rezando12. Al día siguiente, él y dos más fueron sacados de
la checa e inmolados, seguramente, por la noche. El cadáver del buen
párroco nunca se ha podido encontrar.
105

10.3 Page 93

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10.4 Page 94

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JAUME BUCH CANALS, SALESIANO LAICO
Nació en el pueblecito de Bescanó, provincia y diócesis de Girona, el 6
de abril de 1889. Al cumplir los 14 años, sus padres le colocaron en la
Granja Escuela de San Isidro, de Girona-Pont Major. Se hizo salesiano en
1909. En 1914, fue uno de los fundadores de la obra salesiana de Alicante,
en la que pasó 17 años seguidos, es decir, hasta mayo de 1931 cuando, en la
«Quema de conventos» aquella casa quedó, como sabemos, destruida por
completo.
El señor Buch se realizó plenamente como salesiano: «ecónomo, reca-
dero, maestro, educador, alma del oratorio festivo [centro juvenil] con los
jóvenes mayores, procurando hacer buena labor religiosa con ellos», según
testimonio del salesiano Alejandro Morido Matas13.
L a guerra civil le sorprendió en la casa de Valencia, donde residía des-
de el año 1934. Encarcelado con los demás en Mislata y puesto en libertad
—también como los demás—, el 29 de julio de 1936, no tuvo la suerte de
encontrar una familia que lo acogiera de buena gana. Le acompañaba otro
salesiano, sacerdote, Feliciano U n z u Irisara. Al final, ambos pudieron
pasar aquella noche en la clínica de un exalumno médico: uno, sobre la
mesa de operaciones; el otro, en un sillón metálico.
Al día siguiente (30 de julio), el señor B u c h salió a buscar algo para
desayunar, y se llevó consigo el carnet de identidad de don Feliciano, el
cual no tenía otro documento: en él constaba su condición de sacerdote. El
señor Buch, en un gesto de compañerismo, tenía el propósito de arreglar-
lo o cambiarlo por otro menos comprometido... Pero fracasó. El ingreso
de su cadáver en el cementerio de Valencia se registró con el nombre y los
datos de Feliciano Unzu Irisarri...
107

10.5 Page 95

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10.6 Page 96

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PEDRO MESONERO RODRÍGUEZ, ESTUDIANTE
Nació en Aldearrodrigo, provincia y diócesis de Salamanca, el 29 de
mayo de 1912. Profesó como salesiano en Girona en 1931 y, a los tres años,
se encontraba en el colegio salesiano de Valencia como joven maestro. Allí
le sorprendió la guerra civil y hubo de correr la misma suerte que los
demás salesianos.
Liberado de la cárcel el 29 de julio, Pedro Mesonero, se ofreció a acom-
pañar a don Fidel Martín. Se refugiaron, primero, en Meliana y se detuvie-
ron después en Torrente. D o n Fidel creyó posible encontrar aquí un lugar
más o menos seguro; pero el inquieto Pedro Mesonero prefirió llegarse al
pueblecito cercano de Almácera. Los señores que, tanto en la primera como
en la segunda localidad, le brindaban hospedaje eran padres de alumnos que
el salesiano había tenido en el colegio de Valencia. Estas familias veían en
Pedro Mesonero a un joven maestro de 24 años, piadoso, correcto y de agra-
dable conversación. Pero también inquieto, decidido e, incluso, temerario en
sus movimientos. Estando en Almácera, acudió al Comité local para conse-
guir un salvoconducto y gozar así de mayor movilidad... Esto le creó un pro-
blema tan grave que se vio obligado a huir enseguida de aquella localidad.
Pero un grupo de milicianos de Meliana lo reconocieron, lo capturaron y se
lo llevaron a Torrente, donde lo mataron. E r a el día 21 de agosto de 1936.
Atestigua el señor Toribio Zanit Soler, quien le había tenido acogido en
su casa de Meliana, que, unos días después de los últimos sucesos, se le pre-
sentó el nuevo alcalde de la localidad y le dijo: « ' E l que estaba en tu casa
ya no volverá a fastidiarte'; y mostrando, al mismo tiempo, la pistola que
llevaba, añadió: ' L e ha matado ésta'»14.
Grupo de Valencia. Subgrupo de Alcoy
Dos salesianos, pertenecientes a la comunidad de Alcoy, hallaron el
martirio fuera de esta ciudad, si bien en el ámbito geográfico y social de la
capital valenciana.
•t09

10.7 Page 97

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JOSÉ OTÍN AQUILUÉ, SACERDOTE
Nació en Huesca, provincia y diócesis de Huesca, el 22 de diciembre de
1901. A los ocho años entró en el colegio salesiano de la misma ciudad,
donde su corazón comenzó a abrirse a la vocación religiosa.
Profesó como salesiano en 1920 y, ocho años más tarde, fue ordenado
sacerdote. E r a «francote y optimista, siempre alegre y jovial, caritativo y
muy servicial con todos», según testimonio de don Alejandro Morido15.
Y, sin duda, un gran pedagogo entre los muchachos.
En julio de 1936, se encontraba en su comunidad de Alcoy, donde los
salesianos desplegaban una gran actividad. Como el director, don Antonio
Recasens Cruset, estaba ausente de Alcoy, era él quien hacía sus veces.
La casa salesiana de Alcoy sufrió tres registros los días 20, 21 y 22 de
j u l i o . El último fue m u y serio: las patrullas de milicianos y milicianas, que
ya empezaban a dominar en la ciudad, lo revolvieron todo. Decían
que iban en busca de armas y de fascistas. Naturalmente, sus pesquisas
resultaron infructuosas. Pero los salesianos tuvieron que abandonar la
casa. Los llevaron en un coche al Hotel España —sede del Comité— y,
después de tomarles la filiación, les condujeron al Ayuntamiento. Cercio-
rado el alcalde de que en la casa salesiana no se había encontrado nada
comprometedor, ordenó que se les extendiera un salvaconducto para
poder circular libremente. Pasaron la noche del miércoles 22 al jueves 23
en el Hotel Continental, muy bien atendidos por los dueños, que eran
amigos de los salesianos.
El jueves 23, cada uno de ellos comenzó su pequeña o gran odisea. Dos
de ellos —José Otín y Alvaro Sanjuán—, se verían enseguida atrapados en
la vorágine de la persecución religiosa.
El primero fue recibido en el domicilio del salesiano don Vicente Asensi
Victoria, en la ciudad de Valencia. Llegó a encontrarse a gusto. Según don V i -
cente, «era él quien bendecía la mesa, dirigía el rezo del rosario, oía en confe-

10.9 Page 99

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o
sión a toda la familia»16. Pero, a finales de noviembre (1936), se pre-
^
senta en el domicilio la policía con orden de detener a don Vicente y a
S
una hermana suya, religiosa. José Otín teme, y decide abandonar la
g
casa de Asensi, hasta que pase el peligro. Se va a una fonda de la calle
</>
don Juan de Austria, n. 17, donde lleva una vida retirada, de oración.
c¿
Pero alguno, probablemente de la misma fonda, sospecha de él y lo
£
denuncia a los de la F A I . Éstos lo detienen y se lo llevan. Nadie supo
^
más de él.
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P<¿
s
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p2?

10.10 Page 100

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11.2 Page 102

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ALVARO SANJUÁN CANET, SACERDOTE
Nacido en Alcocer de Planes, provincia de Alicante y diócesis de Valen-
cia, el 26 de abril de 1908. Siendo adolescente, pensaba ingresar en el semi-
nario diocesano; pero un sacerdote, sabedor de las dificultades económicas
que pesaban sobre la familia, lo encaminó al seminario salesiano de El
Campello. Llegó a ser salesiano en 1925 y sacerdote en 1934. Se ordenó en
Barcelona, pero ya antes había cursado la mayor parte de la teología en el
Centro Internacional Salesiano de Turín-Crocetta. Alvaro Sanjuán era
entonces un joven salesiano trabajador, alegre, bueno y, aunque un tanto
tímido, atrayente.
L a guerra civil le sorprendió en la ciudad de Alcoy, donde había estre-
nado su apostolado sacerdotal entre los niños y muchachos del colegio
salesiano. Los percances de los días 20 al 23 los pasó al lado de José Otín y
demás salesianos de aquella casa. Seguidamente se trasladó a la cercana
población de Cocentaina (Alicante), junto a la familia. Al inicio, la vida
transcurría en paz. Pero las cosas fueron cambiando: por ejemplo, el
Comité había clausurado la iglesia parroquial. D o n Alvaro era perfecta-
mente consciente de lo que pasaba en España y del peligro en que se
encontraba por su propia profesión: «Estaba dispuesto a aceptar la volun-
tad de Dios con alegría y gran sencillez», asegura su primo, Luis Maiques
Canet17.
Llevaba ya un par de meses en Cocentaina cuando, por medio de un
bando, se exigió que se presentaran en el Comité todos los que habían lle-
gado a la localidad a partir del 18 de julio. D o n Alvaro obedeció. A finales
de septiembre —sería el 26 o el 27—, dos milicianos de Alcoy se presenta-
ron en su casa. Les habían avisado desde el Comité de Cocentaina. «Madre,
ahora nos toca a nosotros», dijo18. Y se lo llevaron. Estuvo encerrado unos
días en el convento de las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús, de Alcoy,
que funcionaba provisionalmente como cárcel. Su hermana Elodia pudo
visitarle aún el 1 de octubre: «Cuando me vio, me abrazó llorando y me
115

11.3 Page 103

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Q
respondió que sabía lo iban a matar. Su mayor preocupación era que
no me preocupara de él, sino de mis padres. Tales fueron sus últimas
S
palabras»19. Lo fusilaron y lo remataron con el tiro de gracia. Para los
w
Comités y los milicianos de la C N T la cosa estaba clara: «Sotana que
</,
pillamos, sotana que matamos»20.
P<
H
W
£
Grupo de Barcelona. Subgrupo de Barcelona-Sarria
£
Consideramos aquí a los que que fueron asesinados en Barcelona o
£
en sus alrededores. En total, son 21: 18 Salesianos, dos Hijas de María
Auxiliadora y un laico que vivía con la comunidad de Sant Vicenc deis
S
Horts.
2
Presentamos las semblanzas de los Siervos de Dios, comenzando
por los vinculados a la comunidad y a la Obra de Barcelona-Sarria.
Esta comunidad contaba 61 profesos, a los cuales se añadían, en
verano, algunos que estudiaban en Roma, Madrid y Turín. En el curso
1935-1936, las Escuelas Profesionales y el adjunto Colegio del Santo
Ángel daban cobijo a casi 500 alumnos, todos ellos internos y reparti-
dos, mitad y mitad, entre artesanos y estudiantes.
Ya tenemos referido cómo en Barcelona fracasó el levantamiento
militar y también cómo la casa-escuela de los salesianos fue incautada
el martes 21 de julio. Los salesianos hubieron de marcharse, abando-
nados a su suerte. Sólo quedaron unos pocos para atender, en lo posi-
ble, a unos 200 muchachos cuyas respectivas familias aún no habían
podido recogerlos.
>1Í6

11.4 Page 104

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11.5 Page 105

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CUADRO
N OMB RE
S A L E S I A N O S M,
2
NACIMIEN'
* FECHA
LUGAR
PROVINCIA
12 FRANCISCO BANDRÉS SÁNCHEZ S 24-IV-1896
HECHO
HUESCA
13 SERGIO CID PAZO
S 24-IV-1886
ALLARIZ
OURENSE
14 JOSEP BATALLA PARRAMON
S 15-1-1873 ABELLADELACONCA LLEIDA
15 JOSEP RABASA BENTANACHS
SL 26-VI-1862 NOVES DE SEGRE
LLEIDA
16 GIL RODICIO RODICIO
SL 23-111-1888
REQUEJO
OURENSE
17 ÁNGEL RAMOS VELÁZQUEZ
SL 9-III-1876
SEVILLA
SEVILLA !
18 FELIPE HERNÁNDEZ MARTÍNEZ
E 14-111-1913
VILLENA
ALICANTE •
19 ZACARÍAS ABADÍA HUESA
E 5-XI-1913 ALMUNIENTE
HUESCA
20 JAIME ORTIZ ALZUETA
SL 24-V-1913
PAMPLONA
NAVARRA
21 XAVIER BORDAS PIFERRER
E 24-IX-1914 SANTPOLDEMAR BARCELONA
22 FÉLIX VIVETTRABAL
E 23-1-1911 SANTFELIUDETORELLÓ GIRONA
23 MIQUEL DOMINGO CENDRA
ES 10-111-1909
CASERES
TARRAGONA
SUBGRUPO ]
24 JOSÉ CASELLES MONCHO
S 8-VIII-1907 BENIDOLEIG
ALICANTE
25 JOSÉ CASTELL CAMPS
S 12-X-1901
CIUD ADELA
MENORCA
* S - SACERDOTE SL - SALESIANO LAICO E-ESTUDIANTE L-LAICO
118

11.6 Page 106

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^RTIRES - GRUPO B A R C E L O N A
'O
MARTIRIO
DIÓCESIS
FECHA
LUGAR
PROVINCIA
DIÓCESIS EDAD
JACA
Detenido en Barcelona el 2 de agosto de 1936 VALENCIA 40
OURENSE
30-VII-1936 BARCELONA BARCELONA BARCELONA
50
LASEUD'URGELL 4-VIII-1936 BARCELONA BARCELONA BARCELONA
63
LASEUD'URGELL 4-VIII-1936 BARCELONA BARCELONA BARCELONA
74
OURENSE
Detenido en Barcelona el 4 de agosto de 1936
48
SEVILLA
Detenido en Barcelona el 11 de octubre de 1936
60
ORIHUELA 27-VIII-1936 BARCELONA BARCELONA BARCELONA
23
HUESCA
27-VII-1936 BARCELONA BARCELONA BARCELONA
23
PAMPLONA 27-VII-1936 BARCELONA BARCELONA BARCELONA
23
GIRONA
23-VII-1936 BARCELONA BARCELONA BARCELONA
22
VIC
25-VIII-1936 BARCELONA BARCELONA BARCELONA
25
TORTOSA
12-VIII-1936 PRATDECOMTE TARRAGONA
TORTOSA
27
. A. E L <Z2 E L O X ^ T A - T I B I E > . A . B. O
VALENCIA
27-VII-I936 BARCELONA BARCELONA BARCELONA
29
MENORCA 28-VII-1936 BARCELONA BARCELONA BARCELONA
35
119

11.7 Page 107

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26 JOSEPBONET NADAL
27 JAUME BONET NADAL
SUBGRUPO
B
S 25-XII-1875 STA. M.1 DE MONTMAGASTRELL LLEIDA ;
S 4-VIII-1884 STA. M.a DE MONTMAGASTRELL LLEIDA
28 ALEXANDRE PLANAS SAURÍ
29 ELÍSEO GARCÍA GARCÍA
SUBGRUPO SANT í
S 31-X-1878
MATARÓ
BARCELONA :
SL 19-VIII-1907 EL MANZANO SALAMANCA
30 JULIJUNYERPADERN
S 31-X-1892 VILAMANISCLE
GIRONA ¡
31 CARMEN MORENO BENÍTEZ
32 AMPARO CARBONELL MUÑOZ
S A L E S I A I S T A S ISA J
24-VIII-1885 VILLAMARTÍN
CÁDIZ
8-X-1893
ALBORAYA
VALENCIA
* S - SACERDOTE SL - SALESIANO LAICO E-ESTUDIANTE L-LAICO
'120

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ARCELONA
,A SEU D'URGELL 13-VIII-1936 BARCELONA
,A SEU D'URGELL 16-VIH-1936 TÁRREGA
R O CZ JK F O R T
BARCELONA BARCELONA
61
LLEIDA
SOLSONA
52
ICENQ
BARCELONA
SALAMANCA
DELS HORTS (BARCELONA)
Detenido en Sant Vicenc deis Horts el 19 de noviembre de 1936
56
Detenido en Sant Vicenc deis Horts el 19 de noviembre de 1936
29
C ^ I I R . <Z> T^T ^ V
GIRONA
26-IV-1938 BARCELONA BARCELONA BARCELONA
46
RXIRES -
CÁDIZ
6-IX-1936
VALENCIA
6-IX-1936
GRUPO BARCELONA
BARCELONA BARCELONA BARCELONA
51
BARCELONA BARCELONA
MATARO
63
121

11.9 Page 109

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11.10 Page 110

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SERGIO CID PAZO, SACERDOTE
Nació en Allariz, provincia y diócesis de Ourense, el 24 de abril de
1886. Entró como aspirante en la casa salesiana de Barcelona-Sarria. Le
aceptaron a la primera profesión religiosa en 1906 y le ordenaron sacerdo-
te en 1912. De 1914 a 1936 —22 años sin interrupción— estuvo en Sarria
como catequista o animador espiritual de la sección de estudiantes.
C o m o Recaredo de los R í o s , Sergio C i d fue adquiriendo una gran
madurez humana, cristiana y sacerdotal. Todos lo consideraban como un
santo y como un gran educador. Debió de presentir la prueba que se cer-
nía sobre la Iglesia y sobre él mismo. «En uno de los últimos sermones, en
uno de los últimos domingos, tal vez el mismo 19 de julio de 1936 —es un
recuerdo del antiguo alumno salesiano Mariano Laborda Gracia—, nos
habló con tal ardor del martirio por causa de Jesucristo, que parecía prever
lo que iba a ocurrir, y que derramaría su sangre por Cristo»22.
A los pocos días, alguien le vio deambulando, como un pordiosero, por
el Paseo de la Bonanova, en el barrio de San Gervasio, sin saber a dónde
dirigirse. Según algunas referencias lo detuvieron en el tranvía. Las averi-
guaciones efectuadas por su hermano salesiano, L u i s , añaden que «después
de declarar su condición de sacerdote salesiano, fue conducido en un coche
por la carretera de Sarria hasta las proximidades de la estación del funicu-
lar de Vallvidrera, en donde tuvo lugar el martirio»23. Según el historiador
Amadeo Burdeus, su cadáver ingresó en el Hospital Clínico de Barcelona
el 30 de julio.
125

12 Pages 111-120

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12.1 Page 111

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12.2 Page 112

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JOSEP BATALLA PARRAMON, SACERDOTE
Nació en Abella de la Conca, provincia de Lleida y diócesis de la Seu
d'Urgell, el 15 de enero de 1873, en el seno de una familia numerosa y
pobre. A los 20 años, profesa como salesiano en Sarria y en 1900 recibe el
presbiterado. Después de nueve años, comienza a actuar como confesor y
enfermero en la gran casa de Barcelona-Sarria. No se apartará de esta enfer-
mería durante 27 años, es decir, hasta julio de 1936. Hacía de buen samari-
tano para con todos: educadores, educandos y personal auxiliar. Mariano
Laborda Gracia le describe con una expresión gráfica: «parecía San Juan de
Dios»24.
Desde la revolución de julio del 36, su vida estuvo particularmente uni-
da a la del señor Josep Rabasa.
127

12.3 Page 113

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12.4 Page 114

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JOSEP RABASA BENTANACHS, SALESIANQ LAICO
Nacido en Noves de Segre, provincia de Lleida y diócesis de la Seu
d'Urgell, el 26 de junio de 1862. Al quedar huérfano en temprana edad y
siendo pobres en su familia, una señora se hizo cargo de él y consiguió
ingresarlo en los salesianos de Barcelona-Sarria como ayudante de coci-
na. C o r r í a el año 1890. Josep contaba ya 28 años de edad y poseía un
corazón generoso. Por eso, le aceptaron en el noviciado y le concedieron
hacer la profesión perpetua en 1892. Después de haber trabajado duran-
te unos quince años como cocinero en diversas casas, regresó a Sarria en
1923. Cuando, por la edad, notó que le faltaban las fuerzas para respon-
sabilizarse de la marcha de la cocina, se entregó, aun más intensamente
que antes, a la oración y a la unión con Dios. D o n Juan Manuel Imbert
Marrero declaró que tenía «un gran espíritu de piedad» y Gaspar Mestre
Beltrán aseguraba que «los últimos años los pasaba continuamente en la
iglesia»25.
El mes de julio de 1936 trajo la gran prueba para estos dos religiosos
cuyas datos biográficos acabamos de adelantar. Cuando, el martes 21, los
salesianos fueron expulsados de su casa, Josep Batalla y Josep Rabasa
consiguieron de los nuevos amos —Esquerra Republicana y los milicia-
nos— la autorización necesaria para seguir en el puesto, atendiendo a los
heridos de guerra. Pero, el día 31, la casa salesiana dejó de funcionar
como hospital de sangre, y entonces ambos salesianos se vieron echados
a la calle.
Pasaron unos pocos días refugiados en casa de doña Emilia Munill
Capell, pariente del padre Batalla: «Hacían una vida normal —atestigua la
señora Munill—; no les oí lamentarse de Dios porque permitía aquellas
cosas; hacían oración usando sus libros de costumbre»26.
El antiguo alumno don José Pérez Gómez ya les tenía preparados los
pasaportes para trasladarse a Italia. Pero, en vez de ir directamente a reco-
m}

12.5 Page 115

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Q
gerlos en el lugar convenido, quisieron llegarse hasta su casa de Sarria
Z
a buscar un poco de ropa. Probablemente de retorno —después de
haber reunido lo que pudieron encontrar—, fueron sorprendidos y
w
reconocidos en el tranvía y, seguidamente, asesinados, sin considera-
ción alguna a su avanzada edad.
O
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12.6 Page 116

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12.7 Page 117

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12.8 Page 118

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GIL RODICIO RODICIO, SALESIANO LAICO
Nació en Requejo, provincia y diócesis de Ourense, el 23 de marzo de
1888. Ingresó en los salesianos de Barcelona-Sarria, de los cuales quedó
prendado. Profesó el 1908. En 1921 se encontraba en esta casa como pana-
dero. Sencillo, bueno, ejemplar en todo momento, le gustaba hacerse pre-
sente entre los alumnos internos.
El martes 21 de julio le produjo la amargura de tener que abandonar la
casa y su panadería. D o n Alberto L l o r Fá le brindó hospedaje: «Mientras
estuvo en mi casa, él continuaba haciendo sus prácticas de piedad, con fer-
vor y según la costumbre salesiana. Pedía continuamente a Dios que le
concediese la gracia del martirio de la manera más cruel, a fin de reparar el
daño que estaban haciendo 'los ignorantes malhechores' como él solía lla-
mar a los perseguidores»27.
Toda esta situación cambió radicalmente cuando algunos milicianos se
presentaron en el domicilio y se lo llevaron al Comité que funcionaba en
el Museo Naval. E r a un momento en que el señor L l o r estaba ausente de
casa. «Llevadme a mí—decía, indefenso, el salesiano—; haced de mí lo que
queráis, pero no hagáis nada en esta casa, porque sus dueños no tienen nin-
guna culpa»28. Tal vez hubo de por medio la denuncia de algún antiguo
alumno, tal vez el control de la correspondencia epistolar dio la pista a los
milicianos de la F A I , que eran los que actuaban en la sede del Museo
Naval. Debieron de matarlo enseguida.
El señor L l o r tuvo que presentarse también ante el comité de la F A I ,
porque le consideraba un «fascista» y quería saber si conocía otros «frai-
les». Confiesa que había oído «muchas veces» decir a los milicianos frases
como ésta: «No ha de quedar ningún fraile, ningún sacerdote, ninguna
monja». Por eso concluía que era opinión común que los asesinados
«murieron como mártires». «No conozco a nadie —añadía— que haya
sostenido que fueron muertos por una razón diversa de la de ser sacerdo-
tes o religiosos»29.
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ÁNGEL RAMOS VELAZQUEZ, SALESIANO LAICO
Nació en Sevilla, provincia y diócesis de Sevilla, el 9 de marzo de 1876.
Cautivado por la bondad del director — e l actual beato Felipe Rinaldi—,
entró en las Escuelas Profesionales de Barcelona-Sarria en 1894. Y ya no se
movió de este lugar, porque como agente educativo y como maestro deco-
rador resultaba imprescindible. Se hizo salesiano en 1897. E r a un andaluz
alegre, artista, piadoso, sacrificado, trabajador, humilde. D o n Ángel pare-
cía un fuera de serie, muy bien dotado incluso para el arte del teatro.
Después del 21 de julio de 1936, encontró refugio en un par de pensio-
nes (calles Escudellers y Doctor D o u ) . Su comportamiento fue siempre
correcto, generoso en la ayuda a otros salesianos. Pero fue denunciado por
un antiguo alumno, que le había visto por la calle, y los milicianos lo detu-
vieron. A la dueña de la pensión (Doctor D o u , n. 12) se le quedó grabada
la reacción de don Ángel cuando se encontró, frente a frente, con el
muchacho que le acusaba: «'Hijo mío, ¿acaso te había hecho algún mal?'
'Usted no' le respondió, 'pero otros sí que me lo han hecho. Usted pagará
por todos'. Entonces don Ángel sólo pudo decir: 'Hijo, que Dios te per-
done el mal que me haces, como yo te perdono'»30. Y ya no se supo nada
más de él.
435

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FELIPE HERNÁNDEZ MARTÍNEZ,
SALESIANO ESTUDIANTE
Nacido en Villena, provincia de Alicante y diócesis de Orihuela, el 14
de marzo de 1913, trató a los salesianos en el colegio de su pueblo y se v i n -
culó a ellos en 1930. C o n el fin de prepararse próximamente para el sacer-
docio, había iniciado los estudios de teología en Madrid-Carabanchel Alto
el curso 1935-1936; al terminarlo, se fue a Sarria, donde le sorprendió la
revolución de julio.
Como la historia de su martirio está unida a dos compañeros suyos,
digamos enseguida una palabra sobre éstos.
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ZACARÍAS ABADÍA BUESA, TOVEN SALESIANO
Nacido en Almuniente, provincia y diócesis de Huesca, el 5 de noviem-
bre de 1913, se relacionó con los salesianos por medio de su hermano Fede-
rico, que ya lo era desde el 1918. Piadoso y buen estudiante, hizo la profe-
sión religiosa en 1930. Destinado al colegio del Santo Ángel, de Sarria, no
sólo se reveló como un buen maestro, sino también como animador y
coordinador del deporte escolar. Al concluir el curso 1935-1936, sólo dese-
aba comenzar a estudiar la teología, ordenarse de sacerdote y marchar a las
misiones. Pero la revolución de julio deshizo brutalmente tales proyectos.
Después de sufrir algunas peripecias, halló cobijo en la casa de un antiguo
alumno, hacia finales del mes de julio. Pero, a los pocos días, se le ocurrió
ir a hacer una visita a dos amigos salesianos... Lo veremos enseguida.
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JAIME ORTIZ ALZUETA, SALESIANO LAICO
Nació en Pamplona, provincia de Navarra y diócesis de Pamplona, el 24
de mayo de 1913. Conocemos bien su vida31. Si despuntó en él la vocación
salesiana no fue precisamente por la permanencia en el colegio salesiano de
aquella capital, sino por la experiencia que tuvo en un taller, donde le había
colocado el padre. Su hermana Mercedes lo explica así: «Oyendo las con-
versaciones que se mantenían allí y observando el ambiente, Jaime llegó a
pensar que la cosa más importante era salvar el alma, y que se salvaran tam-
bién otras muchas; por esto decidió hacerse salesiano»32. A partir de este
momento (hacia 1928), Jaime dejó las trastadas y veleidades de su época
anterior, y se hizo plenamente responsable de sí mismo. En esto consistió la
«conversión» del joven Ortiz.
Quedó inscrito entre los salesianos en 1932. Tres años de perfecciona-
miento como maestro mecánico en Italia y, para el curso 1935-1936, ya
estaba en las Escuelas Profesionales Salesianas de Barcelona-Sarria. Traba-
jaba y estudiaba: quería obtener el título de perito industrial (ingeniero téc-
nico).
Los tres jóvenes de los que acabamos de hablar eran excelentes salesia-
nos, con grandes cualidades y totalmente centrados en su misión educado-
ra. Cada uno de ellos podía haber suscrito la carta que Jaime Ortiz escri-
bía a sus padres con fecha 8 de mayo de 1936: «Ciertamente estaréis
preocupados por lo que pudiera ocurrimos si continuasen las salvajadas de
los últimos días [...]. Nosotros seguimos trabajando normalmente, tanto
los salesianos como los chicos, con tranquilidad, sin preocuparnos gran
cosa por lo que pueda ocurrir. Quiero decir, sin dejarnos abatir por el pesi-
mismo [...]. Ya veremos cuándo nos querrá probar el Señor. Mientras tan-
to, debemos hacer todo lo posible para que cese de castigarnos. Estad tran-
quilos y rezad por nosotros dos [él y su hermana, sor Mercedes] para que
amemos un poco más nuestra vocación y contribuyamos, en lo que poda-
mos, a la mayor gloria de Cristo Rey»33.
141

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Q
Una vez arrojados de la casa salesiana, el martes 21 de julio, Jaime
2
Ortiz y Felipe Hernández fueron a parar a la pensión que tenía doña
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Aurelia Viñas, en la calle Diputación 71, piso 2°. Pasaron unos días más
w
o menos tranquilos. Pero, el lunes 27 de julio, entre las cinco y las seis
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de la tarde, se presentaron los milicianos. Tal vez, hubo de por medio
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una denuncia de algún exalumno que conocía a Jaime Ortiz. En aquel
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momento, llegaba también a esa fonda de la calle Diputación 71, el
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salesiano Zacarías Abadía acompañado del alumno Mariano Laborda...
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Los cuatro quedaron detenidos. Según Laborda —que pudo escaparse
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por la intervención de Zacarías a su favor—, «ellos, sin titubeos, afir-
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marón con santa arrogancia su condición de salesianos»34. En conse-
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cuencia, fueron torturados y asesinados. Al día siguiente, martes 28,
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sus cadáveres ingresaron en el Hospital Clínico.
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XAVIER BORDAS PIFERRER,
ESTUDIANTE DE FILOSOFÍA
Nació en Sant P o l de Mar, provincia de Barcelona y diócesis de G i r o -
na, el 24 de septiembre de 1914. A l u m n o interno en el colegio salesiano de
Mataró, profesó como salesiano en 1932. Al año siguiente, inició en la P o n -
tífica Universidad Gregoriana de Roma los estudios de licenciatura en filo-
sofía, que concluyó al inicio del verano de 1936.
Permaneció en la casa salesiana de Sarria hasta el martes 21 de julio.
Luego se refugió en la de don José Pedro Campón (Barcelona, calle del
O r o , 46), muy amigo de los Bordas.
A los pocos días, el jueves 23 por la tarde, se le ocurrió llegarse hasta el
barrio de Horta, a la casa llamada «de Fusta» —una pequeña finca que sus
padres poseían entre las carreteras del Valle Hebrón y de la Rabasada, jun-
to al antiguo orfelinato Ribas. Según su hermano Mariano, quería ver «si
en ella podrían refugiarse algunos salesianos»35. Xavier quedó allí para
siempre. Muy probablemente, le denunció alguno de los colonos. Desde
ese mismo día, la estrecha y apartada carretera del Valle Hebrón se había
convertido en un lugar fatídico, donde, para los condenados, finalizaba «el
paseíto».
El miércoles 29 se dio con la fotografía de su cadáver en el Hospital C l í -
nico de Barcelona. Pero su cuerpo no pudo ser identificado.
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FÉLIX VIVET TRABAL, ESTUDIANTE DE TEOLOGÍA
Nacido en Torelló (o Sant Feliu de Torelló), provincia de Girona y dió-
cesis de Vic, el 23 de enero de 1911, entró en el colegio salesiano de Barce-
lona-Rocafort el año 1922. Se encontró a gusto. En consecuencia, manifes-
tó su deseo de ser salesiano. Profesó como tal en 1928. De 1934 a 1936
cursó los dos primeros años de teología en la Pontificia Universidad Gre-
goriana, de Roma. Durante este tiempo, su vocación salesiana y sacerdotal
se fue consolidando firmemente.
Al comenzar el período veraniego, Félix había vuelto de Roma y se
encontraba en la casa de Sarria. Expulsado, como todos los demás salesia-
nos, el día 21 de julio, se marchó a Esplugas, a donde se había trasladado
su familia. Él se mantenía tranquilo: «Tenía simpatía entre la gente del pue-
blo —declaraba la madre, María Trabal Sola—. Iba a Barcelona a recibir los
sacramentos que se administraban a escondidas, recitaba el santo rosario en
familia, nunca intentó huir o esconderse, y sus palabras eran siempre de
aceptación de la voluntad de Dios»36.
El 22 de agosto, estando ausente de casa Félix, llegó un camión de mili-
cianos armados. Registraron el domicilio. Sólo encontraron un rosario de
Félix, escondido en su colchón. Pero los milicianos acabaron por arrestar
al padre de Félix, Joan, y a su hermano, Ramón. De la casa de Esplugas los
llevaron a otra que poseían en Collblanc. Félix, al volver al domicilio de sus
padres y enterarse de lo que había ocurrido, dejando sola a su madre, voló
a reunirse con su padre y su hermano.
A partir de este momento comienza un intenso calvario para la familia
Vivet. Y termina trágicamente en un segundo arresto, ocurrido el 25 de
agosto: «Por la tarde, a eso de la siete, se presentó el camión que he dicho
—es la señora Trabal la que atestigua—, y los llevó fuera [a los tres: mari-
do y dos hijos]. No quisieron llevarme a mí también, que no quería sepa-
rarme de ellos. En la despedida, noté en ellos una gran entereza de ánimo.
Mi hijo Félix me dijo: 'Madre, hasta vernos en el cielo'»37.
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Q
Aquella misma noche fueron fusilados cerca de Pedralbes. Los tres
2
cayeron abrazados. La madre encontró sus cadáveres en el Hospital
§
Clínico de Barcelona y dispuso que los enterrasen en el cementerio del
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antiguo pueblo de Sants.
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MIQUEL DOMINGO CENDRA,
ESTUDIANTE DE TEOLOGÍA
Nacido en Caseres, provincia de Tarragona y diócesis de Tortosa, el
10 de marzo de 1909. C o m o el pueblo era bastante indiferente en mate-
ria de religión, la madre María Eugenia Cendra, con el fin de asegurar una
buena educación cristiana para su hijo, lo llevó a los salesianos de El
Campello (Alicante). Allí comenzó a despuntar la vocación salesiana de
Miquel. Profesión religiosa en 1928 y, a continuación, estudios y a c t i v i -
dades propias de la vida salesiana. D o n José Enseñat Daura lo describe
como un hombre «simple, humilde y trabajador»38. En 1934, inicia los
estudios de teología en Madrid-Carabanchel Alto. Acabado el segundo
curso, se encuentra en Barcelona-Sarria, dispuesto a participar en los tra-
bajos típicos del verano. Fue entonces cuando le sorprendió la revolución
de julio.
Como los demás salesianos, hubo de pensar en una casa donde hospe-
darse. Pensó en acudir a la de unos parientes lejanos, los señores Rubiola.
Mientras tanto, se encontró con el joven salesiano Nemesio Delgado Cas-
tañeda, quien, por ser estudiante en Turín y no conocer la ciudad de Bar-
celona, andaba totalmente desorientado, sin saber a dónde acudir. Miquel
se brindó a ayudarle y le condujo a casa de los señores Rubiola. Un gesto
elegante de compañerismo. A l l í permanecieron los dos por espacio de una
semana. Después, para no causar más molestias, tuvieron que buscar otra
solución.
Miquel se dirigió a Caseres, su pueblo. Se detuvo en Arenys de Lledó,
para saludar a unos tíos paternos. Era el 11 de agosto. El Comité del lugar
lo reconoció y, por ser religioso, lo detuvo. Los milicianos, armados, le
acompañaron a casa de sus padres, en Caseres. Eran las 10 de la noche. «Yo
me eché a llorar —declara la madre, Maria Eugenia Cendra Alhajes—, y
dije a mi hijo que ya no le vería nunca más. Pero él me contestó: 'Madre,
no llores, que éstos son unos amigos, y no me pasará nada'»39. A partir de
este momento, sólo se sabe, de cierto, que lo mataron al día siguiente, 12
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JOSÉ CASELLES MONCHO, SACERDOTE
Nació en Benidoleig, provincia de Alicante y diócesis de Valencia, el 8
de agosto de 1907. Alumno de los salesianos de la capital valenciana, José
h i z o la profesión religiosa en 1927 y, después de cursar cuatro años de teo-
logía en Madrid-Carabanchel, fue ordenado sacerdote el 21 de mayo de
1936. Celebró su primera misa solemne el 11 de junio en la iglesia parro-
quial de San Antonio Abad, de Valencia, aneja, como sabemos, al colegio
salesiano.
Envuelto en estos fervores sacerdotales, José tuvo que afrontar la difí-
cil coyuntura de la revolución de julio. Se hallaba entonces adscrito a la
comunidad del Tibidabo, con el fin de colaborar en los quehaceres ordina-
rios del período estival.
El lunes 27 de julio, ya tenía en regla los papeles de los muchachos que
aún debían partir en dirección a sus pueblos de origen. Acompañando a
tres de ellos —que eran de la provincia de Tarragona— bajó a la Ciudad
Condal. Eran las siete de la tarde y el tren, en el cual debían viajar los cua-
tro salía a las diez. Dejó, por unos instantes, a los chicos en la portería del
inmueble donde vivía doña Dolores Obiols Viñoles, tía de los salesianos
Tomás, Pablo y Luis Baraut Obiols. Y subió a saludar a la señora y a don
Pablo.
Fue el momento preciso en que pasó una patrulla de milicianos, quie-
nes detuvieron a los chavales. «Enterado del incidente —atestigua don
Pablo Baraut—, Caselles no quiso abandonarlos, a pesar de que nosotros
le advertíamos del peligro en que se metía. Bajó de nuevo a la calle y siguió
al grupo, siendo arrestado por los mismos milicianos que habían detenido
a los chicos»41. Eran ya, más o menos, las diez y media de la noche. Los
milicianos iban armados y el padre Caselles no opuso resistencia alguna.
Su cadáver ingresó en el Hospital C l í n i c o de Barcelona ese mismo día, a las
24 horas.
155

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Q
H i z o bien la señora Obiols Viñoles al insistir, durante el proceso
Z
canónico, en la conciencia que tenía el salesiano en aquel momento:
2
«Que aquellos muchachos estaban bajo su responsabilidad y que debía
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cuidarlos»42. Y estaba convencida de que los verdugos asesinaban a los
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sacerdotes y religiosos «única y exclusivamente» por serlo, ya que les
pej
había oído decir frases como ésta: «Tenemos que matar a todos los
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curas; no debe quedar ni uno»43. Según ella —maestra nacional— «has-
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ta los niños decían esto, quienes, a su vez, lo oían en sus casas»44.
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JOSÉ MARÍA CASTELL CAMPS, SACERDOTE
Nació en Ciudadela, provincia y diócesis de Menorca, el 12 de octubre
de 1901. Fue alumno de los salesianos de aquella localidad a una edad muy
temprana. Profesó en 1918 y fue ordenado sacerdote en 1927. Llegó a la
comunidad de Barcelona-Tibidabo en 1933. Cuando sobrevino la revolu-
ción de julio de 1936 llevaba nueve años de sacerdocio. Abandonó aquel
lugar el miércoles 22 y encontró un sitio en la Gran Vía barcelonesa. Con
todo, para comer, le resultaba cómodo y agradable acercarse al domicilio
de la señora Obiols Viñoles, donde se encontraba también con otros sale-
sianos que estaban de paso: «Vivían contentos y hacían las prácticas de pie-
dad —asegura doña Dolores Obiols—; a veces también los oía cantar en
voz baja algunos de sus himnos y cánticos; es decir, vivían con mucho opti-
mismo y valor [...]. Jamás les oí frases duras contra los perseguidores, a los
cuales consideraban verdaderos ciegos, inconscientes de las propias accio-
nes»45.
H a y datos suficientes para afirmar que la detención de don José María
tuvo lugar el martes 28, por la tarde.
Porque hacia las diez, o diez y cuarto, de la noche se presentaron varios
milicianos en el domicilio de la señora Obiols Viñoles. Venían por don
Pablo Baraut. Se produjo un altercado, porque la señora defendía a su
sobrino. Uno de los milicianos quiso provocar un careo entre don Pablo y
otro salesiano, que ellos traían en el coche. Era don José María Castell
Camps, a quien le hicieron subir al piso. Estaba pálido y turbado, pero
resignado. Siguió la discusión: el padre Castell afirmaba que conocía a don
Pablo, pero no sabía si era estudiante o sacerdote. Además, si debía decla-
rar, sólo lo haría ante el Comité.
Según testimonio de la señora Obiols Viñoles, en un momento del
altercado que se originó entre los mismos milicianos, «don José María
pidió a don Pablo que le diera la absolución»46. Y se fue con sus verdugos.
Aquella misma noche —del martes 28 al miércoles 29— lo sacrificaron.
159

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o
Grupo de Barcelona. Subgrupo de Barcelona-Rocafort
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<
Las escuelas salesianas de la calle Rocafort 42, de Barcelona, las fuñ-
os
dó la venerable doña Dorotea de Chopitea, viuda del comerciante y
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banquero Josep Maria Serra y Muñoz. Se inauguraron la víspera de San
O
José de 1890. Desde entonces, aquella benemérita obra —de promo-
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ción social y cristiana por los cuatro costados-— había ido progresan-
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do poco a poco. En j u l i o de 1909 había conocido, según tenemos apun-
Z
tado ya, las violencias de la Semana Trágica. Y volvió a experimentar
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esas mismas vicisitudes en julio de 1936.
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Al mediodía del domingo 19, los salesianos ya estaban convencidos
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de que era inútil continuar en aquel puesto, y que, por tanto, debían
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abandonar la casa y ponerse a salvo de la manera que a cada uno le fue-
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ra posible. Y a la misma conclusión habían llegado las Hijas de María
Auxiliadora del vecino Colegio de María Auxiliadora: cerraron las
puertas del establecimiento —dentro quedaba la exposición de los tra-
bajos escolares preparada con motivo del fin del curso 1935-1936— y
se dispersaron. Al poco tiempo —a eso de las cinco de la tarde—,
patrullas de milicianos, armados con fusiles, rodeaban las escuelas de
los salesianos y de las salesianas. A esto siguió la destrucción y la que-
ma (aunque no total) de ambas instituciones47.
Como en el caso anterior, recojamos lo esencial del martirio de dos
salesianos quienes, durante unos cuantos años, habían vivido y traba-
jado en la obra salesiana de la calle Rocafort, de Barcelona.
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JOSEP BONET NADAL, SACERDOTE
Nació en Santa Maria de Montmagastrell, provincia de Lleida y dióce-
sis de la Seu d'Urgell, el 25 de diciembre de 1875. Conoció a los salesianos
a través del Boletín Salesiano, en el cual había un artículo que trataba de
D o n Bosco y la juventud. «Fue tanto lo que me gustó aquella lectura
—confesaba en 1902—, que desde aquel día tomé la resolución de entrar
cuanto antes en la Congregación Salesiana»48.
Salesiano en 1897 y sacerdote en 1904. Intensa vida salesiana especial-
mente en tierras de Andalucía, hasta que, en 1930, se incorpora a la comu-
nidad de Barcelona-Rocafort: tiene el título de confesor y encargado de los
Cooperadores. Josep Bonet es un salesiano piadoso, trabajador, de exce-
lente trato.
U n o de los primeros días de la revolución, acudió a casa de doña T r i -
nidad Puncernau Viladot pidiendo alojamiento. La señora Puncernau
estaba emparentada con el salesiano y era viuda. Según ella, «durante
aquel período de tiempo —un mes— se dedicaba a las prácticas de piedad
y a la oración; su actitud [...] era de una cierta impaciencia por aquel esta-
do de cosas, pero no protestaba, ni perdía la serenidad ni su presencia de
ánimo»49.
U n día — e l 13 de agosto—, se presentaron en el domicilio de doña T r i -
nidad unos diez milicianos. Sabían a qué venían. Le obligaron a que sacara
del escondite al padre Bonet, que no se arredró para nada. «Desabrochán-
dose la chaqueta y mostrándoles el crucifijo que llevaba colgando, dijo:
'Soy de Dios'. Entonces de un golpe le arrancaron el crucifijo, diciendo
T a r a metralla' [...]. Tengo la certeza —añade la señora Puncernau, testigo
presencial— de que la detención y muerte del padre Bonet tuvieron como
única causa su condición de sacerdote»50. A continuación, los milicianos
registraron todo el piso y le preguntaron al padre Bonet sobre sus activi-
dades: «Yo me dedico —respondió el salesiano— a pedir limosna a los
ricos para mantener a los niños pobres». Los milicianos concluyeron:
'163

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Q
«Este hombre debe venir con nosotros». Doña Trinidad y su hija
pidieron una bendición. El padre Bonet las bendijo, y alzando los ojos
S
al cielo, susurró: «Adiós, ya está todo preparado». Estos últimos deta-
Pl lí
lies se deben a don Amadeo Burdeus, quien dice haberlos conocido de
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labios de las dos mujeres51.
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Los milicianos se llevaron preso al padre Josep Bonet y lo asesina-
se
ron junto al Cementerio Nuevo ( E l Morrot). A las cinco de la mañana
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del día 14 de agosto, su cadáver ingresaba en el Hospital Clínico de
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Barcelona.
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JAUME BONET NADAL, SACERDOTE
Nació en Santa Maria de Montmagastrell, provincia de Lleida y dióce-
sis de la Seu d'Urgell, el 4 de agosto de 1884. P r i m o hermano del anterior,
sintiendo también la vocación salesiana, fue a reunirse con él en Sevilla.
Profesión religiosa en 1909 y sacerdocio en 1917. Desde 1924 hasta su
muerte (1936), permaneció en las Escuelas Salesianas de Barcelona-Roca-
fort: doce años de vida oculta, pero de servicio constante a los alumnos del
colegio y a las personas que frecuentaban la iglesia de San José, aneja a
dicho colegio.
Probablemente el mismo domingo 19 de julio de 1936, por la tarde, lle-
gó a casa del benemérito antiguo alumno don Ángel Ricote Corres, donde
permaneció ocho días seguidos. Hasta que en aquella finca comenzó a
correr la voz de que había un sacerdote escondido. Para no crear proble-
mas a nadie, Jaume buscó sucesivamente nuevos refugios: primero, en Bar-
celona y, luego, en su pueblo natal. En los tres lugares, el padre Jaume dio
la talla de un cristiano ejemplar: «En las horas de oración él se retiraba a su
aposento —atestigua Joan Bonet Grau, primo del salesiano—; no le oí que-
jarse, y dijo muchas veces que no tenía rencor contra nadie, ni siquiera
contra sus enemigos»52.
Jaume volvió a sentirse inseguro. ¿No pasaría más inadvertido resi-
diendo en Barcelona? Al ponerse en viaje, fue reconocido, denunciado y
arrestado en la estación de ferrocarril de Tárrega (comarca de la Segarra).
Lo asesinaron a las afueras, el 16 de agosto de 1936.
Grupo de Barcelona. Subgrupo de Sant Vicenc. deis Horts
Sant Vicenc, deis Horts (Baix Llobregat), distante de Barcelona unos 15
k m , era un pueblecito agrícola, sosegado y patriarcal cuando, en 1895, el
provincial don Felipe Rinaldi decidió situar allí el noviciado de toda la
España salesiana. El noviciado tuvo su prolongación en el adjunto semina-
167

16.5 Page 155

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Q
rio mayor de estudios filosóficos. Pero no fue posible prolongar por
2
mucho tiempo el funcionamiento de aquella casa de formación (1895-
S
1903). En consecuencia, los salesianos decidieron marcharse, pero con-
w
servando, por el momento, la propiedad. Al cuidado de la misma
<s> —casa y huertas— pusieron un hombre de algo más de 25 años: era
sordo, pero muy bueno. Se llamaba Alexandre Planas Saurí. Fue el
<2
guardián de la finca por espacio de casi 30 años, desde 1904 a 1931.
Z
La vida salesiana volvió a reverdecer en aquel lugar a partir del cur-
2
so 1931-1932, cuando se estableció allí un seminario menor para aspi-
£
rantes. Fue una decisión tomada por la Inspectoría Tarraconense al ver
que, en la conocida «Quema de conventos», de mayo de 1931, el semi-
5
nario salesiano de El Campello había quedado totalmente inservible.
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El guardián, Alexandre Planas, siguió en su puesto.
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En 1935 llegó a Sant Vicenc un joven salesiano laico, Eliseo García
y García, quien, por su amistad con el señor Planas, perdió la vida, jun-
tamente con él, durante la revolución de julio de 1936.
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ALEXANDRE PLANAS SAURÍ, LAICO
Nacido en Mataró, provincia y diócesis de Barcelona, el 31 de octubre
de 1878, no se sabe cómo y por qué fue a parar a la casa salesiana de Sant
Vicenc, como empleado. Ciertamente, en 1905 ya estaba allí. Cabe estudiar
su figura en las cuatro dimensiones siguientes.
El hombre. Alexandre era una persona disminuida: no oía y hablaba
muy bajo, si bien, gracias a su mirada penetrante, lograba entender al inter-
locutor por el movimiento de los labios y responderle con lucidez. Pero,
más allá de todas las deficiencias físicas, sobresalía por su corazón bueno y
generoso. La gente de Sant Viceng le llamaba el «sord des frares» (el sordo
de los frailes).
El artista. Alexandre tenía alma de artista. Carecía de escuela, usaba ins-
trumentos rudimentarios y trabajaba materiales pobres. Pero, aislado del
ruido exterior por la sordera y absorto en la contemplación mística, con-
seguía plasmar en la materia los sentimientos más íntimos de su vivencia
religiosa.
El creyente. Alexandre era un cristiano que confesaba externamente la
fe que llevaba dentro. Y el cauce por donde hacía correr sus sentimientos
religiosos era la meditación en la pasión y muerte de Jesucristo. La cruz
constituía el centro de su espiritualidad.
El salesiano. Alexandre amaba sinceramente a D o n Bosco y apreciaba,
sobre todo, la obra del Oratorio Festivo (Centro Juvenil). A pesar de sus
limitaciones físicas, conseguía ser un auténtico animador de los juegos y de
las excursiones. Debido a la sordera, no pudo profesar entonces en la C o n -
gregación Salesiana, pero consta que tenía votos privados. Su salesianismo
se reveló admirable y significativo en la coyuntura de julio de 193653.
171

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ELÍSEO GARCÍA GARCÍA, SALESIANO LAICO
Nacido en El Manzano, provincia y diócesis de Salamanca, el 19 de
agosto de 1907, en el seno de una familia de agricultores. Siguiendo el
ejemplo de su hermano Esteban, quiso ser salesiano y, así, emitió los votos
religiosos en 1932. A los tres años, se encontraba en Sant Vicenc deis H o r t s
y, como los demás salesianos, hubo de afrontar la situación creada el 19 de
julio en Barcelona.
Antes del mediodía del lunes 20, los salesianos de Sant Vicenc, ya se
habían enterado de que la vivienda, las escuelas y la iglesia de los salesianos
de Barcelona-Rocafort habían sido saqueadas e incendiadas. ¿Cuándo les
tocaría a ellos un trance semejante? El pueblo de Sant Vicenc cayó ense-
guida, de hecho, bajo el control de los comités populares. C o n todo, el
martes 21, el alguacil del Ayuntamiento fijaba en la puerta de la entrada
más habitual del seminario un cartel en el cual se declaraba que aquella
propiedad quedaba intervenida por el Gobierno de la Generalitat de Cata-
lunya (por tanto, debía ser respetada por todos).
L o s días 22 (miércoles) y 23 (jueves) transcurrieron con relativa calma.
Pero, en los dos siguientes, los milicianos se impusieron ya con sus exi-
gencias: el sábado 25, fiesta de Santiago, permitieron que se celebrara una
misa a primera hora de la mañana, pero ordenaron que, a continuación, se
eliminara cualquier signo religioso; y, así, hubo que desmontar la capilla.
L o s salesianos y los niños que quedaron en el seminario fueron pasan-
do el tiempo sin grandes sobresaltos, aunque también sin alegría y sin
libertad. El Sordo, como recadero y hortelano, se desvivió para atenderles
lo mejor posible. Mientras tanto, el ex seminario se fue llenando de refu-
giados de guerra y fue ocupado por una escuela pública.
El 12 de noviembre llegó la expulsión. A partir de este momento, cada
grupo y cada individuo corrió su propia suerte. El señor Planas se quedó,
intentando pasar por el colono de la finca; pero ¿se lo permitirían los nue-
vos amos?
'173

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Q
A este respecto, el señor Juncadella Carcereny, amigo íntimo de
2
Alexandre, hizo esta declaración: «Durante aquel período de tiempo,
S
iba a visitarlo el salesiano laico don Eliseo García, quien le llevaba tam-
w
bien al Señor y ciertamente alguna ayuda. Un día —en el cual la cosa
</>
funcionó mal, sin duda porque la presencia de don Alejandro fastidía-
te
ba a los refugiados—:, el Comité de Sant Vicen§ detuvo a los dos.
Debió de ser el 19 ó el 20 de noviembre de 1936»54. Otros detalles
>5
seguros no existen. Es de suponer que ambos fueron conducidos, pri-
¿¡
mero, a la sede del Comité y, de allí, según se dijo, a las costas del
¡£j
Garraf, no muy lejos de la ciudad de Barcelona, donde habrían sido
H
ejecutados. No se dio nunca con sus cadáveres.
•<
S
El mismo Joan Juncadella manifiesta un convencimiento que se
OJ
había generalizado entre la población vicentina, o sea, que ambos fue-
ron asesinados en odio a la religión: «No había otro motivo fuera de
Un salesiano de Girona
La presencia salesiana a orillas del río Ter dio comienzo en sep-
tiembre-octubre de 1891. Primero pusieron en marcha la Granja-
Escuela de San Isidro (inaugurada el mes de mayo de 1893 por el h o y
beato Felipe Rinaldi), la cual funcionaba en régimen de internado; des-
pués, adjunto a la misma, abrieron un colegio de primera enseñanza
(estrenado en el curso 1924-1925), y, finalmente, al lado de las dos ins-
tituciones mencionadas — l a primera estaba ya en decadencia—, orga-
nizaron una casa de formación para los jóvenes salesianos: el N o v i c i a -
do se abrió en septiembre de 1928 y el Seminario Mayor, con los
estudios de filosofía, en julio de 1929. El santuario de María A u x i l i a -
dora, inaugurado en junio de 1901, presidía todo el conjunto.
Como se ve, a partir del curso 1929-1930, la casa salesiana de G i r o -
na era una casa de formación importante. El personal encargado se
escogía en vistas, sobre todo, al buen funcionamiento religioso e inte-
lectual de la misma56.
474

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JULI JUNYER PADERN, SACERDOTE
Nacido en Vilamaniscle, provincia y diócesis de Girona, el 31 de octu-
bre de 1892. Fue alumno de los salesianos de la capital gerundense. Profe-
só en 1912 y recibió el presbiterado en 1921. Quedó inscrito en la c o m u -
nidad de Girona en 1931, como encargado de estudios.
El padre Junyer era hombre muy bien dotado intelectualmente, reflexi-
vo, sensible, trabajador, preparado para la direción espiritual y buen músi-
co. Ante la situación social y política de España tenía sus dudas, entre otras
cosas, porque había presenciado la destrucción del seminario salesiano de
Campello, en mayo de 1931. En febrero del 1936, después del triunfo del
Frente Popular, andaba muy inquieto: «Ha llegado el tiempo de solicitar de
mis superiores que me llamen a donde pueda hallar algo más de paz para
mi espíritu fatigado y rendido de tanta tirantez», le confiaba al Vicario
General, don Pedro Berruti. Y añadía: «No me siento con fuerza para lle-
gar hasta el mes de julio». Y concluía: «Ruegue por esta pobre España tan
probada por Dios Nuestro Señor»57. Es evidente que, en esta situación aní-
mica, no pudiera desempeñar su misión en el seminario con la perfección
que él hubiera deseado.
El sábado, 11 de julio de 1936, una vez acabados los exámenes, los
alumnos internos del colegio comenzaron a marcharse con sus familias.
Todo discurría con normalidad. Pero, a los ocho días, todo cambiaba. El
lunes, día 20, por la tarde, algunos salesianos se decidieron a quitarse la
sotana que llevaban y, vestidos de paisano, se dispersaron. Sea como fuere,
había que sortear el peligro.
El padre Junyer se refugió, primero, en la casa de sus padres (Vilama-
niscle, 15 meses hasta octubre de 1937); después, pasó tres meses en un piso
de Girona juntamente con el salesiano laico Gaspar Mestre Beltrán (hasta
mitad de enero de 1938); finalmente, fue arrestado, juzgado, condenado
por «espionaje y alta traición», y encarcelado hasta la muerte (algo más de
tres meses).
WP

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Q
D o n Nemesio Delgado Casteñeda, sacerdote salesiano y testigo
2j
inmediato de los últimos días del padre Junyer, distingue en su decla-
S
ración entre los pretextos, bajo los cuales se le condenó, y la verdadera
w
causa: «Estoy convencido de que la única razón por la cual fusilaron a
^
don J u l i o Junyer fueN^ue él era religioso. A la verdad, todas las demás
PS
razones alegadas eran puros pretextos»58.
H
w
El mismo testigo narra algo de la noche pasada en capilla, en los
£
calabozos del Castillo de Montjui'c, en Barcelona: «El 25 de abril [eran
£
las diez de la noche], viene el oficial de las cárceles a anunciar a don
Julio que debe entrar en capilla [...]. Pasamos la noche con él; se confe-
^
só y recibió la comunión. Más que otra cosa, fue una noche de silencio
S
y oración»59.
o
De madrugada —día 26, fiesta de San Juan Bosco por aquel enton-
ces—, don Julio aún tuvo fuerzas para escribir, a lápiz, dos notas. En la
primera, dirigida a su primo Francisco García Junyer, le decía: «Ha lle-
gado el día último de mi vida y a ti, y a toda la familia, dirijo mi ú l t i -
mo saludo, que quisiera ser un abrazo. Os espero en el cielo, al cual
espero poder ir por la misericordia de Dios. Muero inocente; y ofrez-
co mi vida al Señor por el bien de la Iglesia y de España»60.
Su último acto de apostolado sacerdotal fue bendecir la unión
matrimonial de dos extranjeros acusados de espionaje. La sentencia de
muerte se cumplió con todas las formalidades legales, en los fosos del
Castillo de Montjui'c, hacia las siete de la mañana del día 26 de abril de
1938. J u l i Junyer Padern es el último salesiano martirizado durante de
la Guerra Civil Española.
Grupo de las Hijas de María Auxiliadora
La presencia de las Hijas de María Auxiliadora en Barcelona y en
España no se debe a un proyecto de las Hermanas, sino a una decisión
tomada por el mismo Fundador, San Juan Bosco. A pesar de las difi-
cultades, las Hermanas llegaron a Barcelona-Sarria el 21 de octubre de
1886. E r a n cuatro, al frente de las cuales iba como directora sor C h i a -
rina Giustiniani. Se establecieron provisionalmente en una finca que se
hallaba frente a la Casa Prats —ocupada por los Talleres Salesianos, o
Escuelas Salesianas de Artes y Oficios—, propiedad del yerno de doña
Dorotea de Chopitea, el benemérito y querido Narciso Pascual y de
Bofarull. Algo más tarde, el 1 de mayo de 1887, las salesianas pudieron

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entrar en una de las casas Gironella (Sarria), adquirida por la viuda de
Q
Serra. A l l í organizaron el Colegio de Santa Dorotea. Ésta fue, en E s p a -
2
ña, la casa-madre de las Hijas de María Auxiliadora —llamadas fami-
§
liarmente salesianas.
w
i
X
En 1892, siendo todavía superior de los mencionados Talleres, don
o
Felipe Rinaldi no estaba de acuerdo en que las Hermanas no promo-
H
vieran una nueva fundación. Para el actual Beato Felipe Rinaldi, aque-
«
líos años noventa eran de crecimiento y expansión, y debían aprove-
¡z
charse. «Es necesario que se muevan», decía refiriéndose a las
g
salesianas61.
£
El primer movimiento de expansión se centró en Andalucía: Val-
•«•
verde del Camino (Huelva) 1893, Sevilla-Colegio 1894, É c i j a (Sevilla)
«
1895, Jerez de la Frontera (Cádiz) 1897, Sevilla-Patronato 1899. En
2
1907, de acuerdo con las disposiciones de la Santa Sede, se iniciaron los
trámites para regular la ordenación de las Inspectorías o Provincias del
Instituto de las Hijas de María Auxiliadora.
Y así, al año siguiente (1908), se fundó, en España, la Inspectoría de
Santa Teresa de Jesús. Esta demarcación iba a permanecer hasta el año
1942. En ella, además de las casas nombradas, figuraban también las de
Barcelona-Sepúlveda (1896), Valencia (1903) y Salamanca (1904). En
total, nueve, con 98 Hermanas. Como se ve, el cambio del siglo X I X al
XX fue de un notable desarrollo. C o m o también fueron de crecimien-
to los años siguientes —a excepción de algún breve período de estan-
camiento— bajo la dirección de las superioras provinciales Clelia
Genghini (1908), Adriana Gilardi (1908-1911), Chiarina Giustiniani
(1911-1912), Emilia Fracchia (1912-1922), Angelina Chiarini (1922-
1928), Annetta C o v i (1928-1934) y Margarita Gay (1934-1937). En
1920 el Instituto llegó a Alicante y a Madrid.
Durante el gobierno de las madres Annetta C o v i y Margarita Gay,
las Hijas de María Auxiliadora —al igual que los demás religiosos de
España— se daban perfecta cuenta de que las relaciones Iglesia-Estado
se deterioraban gravemente: «en esta hora de prueba y de lucha...»,
escribía la madre Margarita desde Barcelona-Sarria, el 12 de noviembre
de 1934. Pero nunca se metieron en política. Renovando la tradición
salesiana —heredada de D o n Bosco y de la Cofundadora, Santa María
Dominga Mazzarello—, las Hijas de María Auxiliadora siguieron
dedicándose, exclusivamente, a su trabajo educativo entre las gentes
del pueblo con abnegación y alegría62.
!^9

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Q
La sede provincial había quedado establecida en la casa Santa D o r o -
tea, de Barcelona-Sarria, a donde fue a parar también el N o v i c i a d o
S
(desde 1908). Por tanto, en su conjunto era una institución relevante.
X
La onda revolucionaria de j u l i o de 1936 llegó enseguida a esta casa,
o
en la cual un buen grupo de salesianas había comenzado una tanda de
H
ejercicios espirituales el viernes 17 de julio. En sus corazones aflorá-
is
ban, de cuando en cuando, la duda, la sospecha y el temor, pero sin aca-
Z
bar de imponerse del todo. No obstante, el domingo 19, por la maña-
w
na, las ejercitantas ya no pudieron cerrar los ojos a lo que veían: la
«
revolución había estallado en las calles de Barcelona.
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El problema que se planteaba era extremadamente grave, porque en
la casa había muchas personas: las 50 ejercitantas, las 30 salesianas que
O
1-1
habitualmente vivían allí (profesas y novicias), las niñas internas que,
acabado el curso, todavía se hallaban en el colegio, las empleadas...
Decisión de la Madre Provincial: se interrumpen los ejercicios, se cam-
bia el hábito por el vestido civil, cada una de las Hermanas recoge lo
más indispensable y se organiza la salida inmediata. Antes, las salesia-
nas entran en la capilla para consumir, entre todas, las sagradas formas
y encomendarse a Dios. A las siete de la tarde, la casa, el colegio, el
noviciado... quedan prácticamente vacíos. Desde el año fundacional, el
lejano 1887, nunca había ocurrido algo semejante. El martes 2 1 , la
Generalitat de Catalunya se incautaba del Colegio de Santa Dorotea.
En uno de los grupos —en el de las Hermanas que se han refugia-
do en el vecino caserón de los señores Jahr, un matrimonio alemán de
religión protestante— se hallaban Carmen Moreno y Amparo Carbo-
nell.
tl«D'

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CARMEN MORENO BENÍTEZ
Nació en Villamartín, provincia de Cádiz y diócesis de Cádiz-Ceuta, el
24 de agosto de 1885. Cuando en 1892 murió el padre, la familia se trasla-
dó a Utrera (Sevilla) donde la niña conoció de cerca a los salesianos. Como,
además, tenía una hermana mayor, María de la Paz, que era salesiana, fue
orientando su vocación hacia el Instituto, en el cual profesó en 1908. Su
vida salesiana se fue desarrollando en varias casas, hasta que, en 1925, fue
nombrada directora de la de Valverde del Camino (Huelva). Allí pudo
conocer e intimar con sor Eusebia Palomino, la cual moriría en olor de san-
tidad el 10 de febrero de 1935. Las dos se comprendieron, se ayudaron
recíprocamente y supieron dejar detrás de sí un ejemplo admirable de vida
cristiana.
En 1935 Carmen Moreno Benítez fue destinada al colegio de Barcelo-
na-Sarria con el cargo de vicaria. Su directora, sor Felisa Armendáriz
Moreno, encontró en ella un gran apoyo para el gobierno de la institución.
La describe así: «Era muy piadosa —ésta era su cualidad distintiva—, m u y
afable por naturaleza, dulce y afectuosa con todos, muy caritativa»63. Fue
en esta casa donde, según hemos explicado, le sorprendió el estallido de la
revolución de 1936. Conozcamos ahora a su compañera de martirio.
183

18 Pages 171-180

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AMPARO CARBONELL MUÑOZ
Nació en Alboraya, provincia y diócesis de Valencia, el 8 de octubre de
1893. La suya era una familia de campesinos, acostumbrada al trabajo y a
la austeridad. Después de conocer a las Hijas de María Auxiliadora de
Valencia, Amparo deseó adoptar su género de vida y consiguió hacer la
profesión religiosa en Barcelona-Sarria en 1923. La revolución de julio
de 1936 la sorprendió dedicada, como siempre, a los trabajos de la limpie-
za, del cuidado de la granja y del cultivo de la huerta y del jardín. Junta-
mente con sor Carmen Moreno y otras Hermanas, fue a refugiarse en la
finca Jahr, que tenía dos entradas: una, por la calle Alta de Gironella, n. 1,
y la otra, por la calle María Auxiliadora, n. 23.
Las Hermanas tuvieron suerte: se las arreglaron para obtener de la
Generalitat de Catalunya, todos los permisos necesarios para salir a Italia.
El viernes 7 de agosto embarcaron nada menos que 65.
Pero una Hermana, sor Carmen Xammar —Carmeta— se hallaba en la
cercana clínica Corachán: hacía unos días —el 20 de julio— que la habían
operado de un cáncer ya muy extendido. ¿Quién se quedaría a cuidarla? La
directora, sor Felisa Armendáriz, debía partir con el grupo a Italia, ya que
figuraba como titular del pasaporte colectivo...
Fue entonces cuando se ofrecieron voluntariamente la vicaria, Carmen
Moreno, y una humilde trabajadora que servía para todo, sor Amparo Car-
bonell. Fue, sin duda, un acto heroico de solidaridad.
Las dos voluntarias y la convaleciente fueron a establerse en el caserón
de los señores Jahr. El día 29 de agosto un anciano sacerdote jesuíta les lle-
vó, a escondidas, la comunión. Ellas se confesaron y comulgaron. Pero, el
1 de septiembre, una patrulla de la F A I vino a efectuar un resgistro y se lle-
vó a las tres... Eran los milicianos los que delataban, juzgaban, sentencia-
ban y ejecutaban.
Después de tres días de encierro en un Comité de la F A I , las interroga-
«185

18.3 Page 173

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Q
ron. A Carmeta Xammar, herida de muerte por la enfermedad, la deja-
2
ron libre. A Carmen Moreno la tomaron equivocadamente por la
S
directora de la institución y a Amparo Carbonell, por una subdita
w
suya. Pero ellas nunca negaron su condición de religiosas. «Murieron
(/,
—señala la testigo Pilar Alsina Roselló— precisamente por el hecho de
no haberlo negado»64. Seguros, pues, de que eran religiosas, los mili-
«
cianos las asesinaron. C o r r í a ya el 6 de septiembre de 1936. Son las
¡3
«protomártires» del Instituto de las Hijas de María Auxiliadora.
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P
RASGOS COMUNES
-<
s
Q
Esta historia es la que es, y no la que, acaso, el lector quisiera que
^
fuera. Es la historia de unos meses duros y turbulentos (verano, oto-
ño, invierno de 1936, fundamentalmente). También, si se quiere, de
unos meses impregnados de mística revolucionaria: todos aspiraban
a una transformación político-social y también religiosa. Según
unos, había que volver a la religión; según otros, era mejor acabar
con ella.
Esta agitación no siempre permite ver las cosas tal como han sido.
En la historia de los mártires se llega fácilmente a una hora oscura: es
la hora de la desaparición. Es decir, en un momento dado, a la vícti-
ma se lo llevan. ¿Qué ocurre después? E s t a es una de las limitaciones
de la historia presente. Otra limitación estriba en que las fuentes se
detienen preferentemente en los hechos externos y les cuesta penetrar
en ese ámbito íntimo, donde anidan las aspiraciones verdaderas, se
libran las luchas interiores, se fraguan los amores que acaban por
triunfar.
Así, pues, en el intento de señalar y resumir algunos rasgos comu-
nes a los mártires, cuyas semblanzas acabamos de trazar, el historiador
procurará proceder sin grandes pretensiones y con discreción.
Ante todo, llama la atención la diversidad de procedencia de estos
mártires: entre ellos hay andaluces, aragoneses, castellanos, catalanes,
gallegos, levantinos e isleños, y su lugar de nacimiento se encuentra
situado en diferentes diócesis españolas.
Normalmente, pertenecen a familias trabajadoras y más bien
pobres, adscritas al proletariado industrial y campesino. Algunos son
1*6'

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hijos de pequeños propietarios. Muchos han nacido en aldeas y pue-
g
blecitos, lugares de montaña por lo común. En consecuencia, saben lo
Z
que es la vida del pueblo trabajador, del cual no han querido distan-
S
ciarse nunca.
w
¡E
En su conjunto, son hombres y mujeres que se hallan en pleno ren-
o
dimiento, íntegramente dedicados a su apostolado sacerdotal y educa-
H
tivo: la mayoría de ellos aún hubiera triunfado perfectamente en la
£j
vida.
Z
Entre los sacerdotes, el nivel cultural era el que solían impartir los
§
seminarios y las casas religiosas de formación de aquel tiempo. Nadie
h
tenía estudios universitarios, si bien alguno que otro tenía acceso a cen-
^
tros superiores. Entre los salesianos laicos o coadjutores se daba una
v,
cultura de nivel medio y de carácter práctico, adquirido en las mismas
_i
comunidades y escuelas profesionales de la Congregación. En todo
caso, tanto entre los clérigos como entre los laicos, la cultura estaba
impregnada, por completo, de sentido religioso. Y si bien —dentro del
ambiente eclesial de la época— su mentalidad era sin duda conserva-
dora, no por ello dejaba de ser realista y eficiente en el campo de la pro-
moción social y cultural.
La fuerza que aglutinaba espiritualmente a los 32 mártires —Sale-
sianos e Hijas de María Auxiliadora— era el carisma de San Juan Bos-
co (canonizado en 1934), quien sintetizaba su proyecto educativo en el
lema de «formar buenos cristianos y buenos ciudadanos».
U n a vez generado el estado de violencia y persecución, los mártires
continuaron dando a su vida la orientación que siempre le habían dado:
es decir, una orientación profundamente cristiana. Así, les hemos visto
rezar, recibir los sacramentos, purificarse de sus pecados, conceder el
perdón a los injustos agresores, aceptar la voluntad de Dios sobre
ellos... Les costaba prescindir de algunos símbolos religiosos, muy
queridos para ellos, como la sotana, el rosario, el crucifijo. Y les hemos
visto, también, ayudándose los unos a los otros como verdaderos her-
manos y hermanas.
U n o de los aspectos más positivos de esta historia es, precisamen-
te, esa corriente de amistad que se originaba, más de una vez, entre los
protectores —antiguos alumnos, cooperadores, parientes— y los pro-
tegidos —los futuros mártires—. Los primeros sabían que se exponían
incluso a jugarse la vida y la hacienda; los segundos se mostraban agra-
mr

18.5 Page 175

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o
decidos y sensibilísimos a no crear problemas especiales a quienes les
£
acogían.
S
c¿
Todos los intentos de los perseguidores para encontrar en la casa
X
salesiana armas y «fascistas» escondidos fracasaron rotundamente. Y
O
es que los salesianos y las salesianas no hacían política ni eran deli-
H
cuentes ni atentaban contra la República ni apoyaron el levantamien-
S
to de los militares, de cuya preparación no tuvieron la más remota
Z
noticia.
(A
Í2
Los salesianos nunca pudieron comprender que los agresores los
b
consideraran como «enemigos del pueblo», precisamente a ellos que,
^
en sus escuelas —muchas veces gratuitas o casi gratuitas—, centros de
en
formación profesional, oratorios festivos o espiáis y centros juveniles,
_)
se dedicaban, en cuerpo y alma, a la regeneración cultural y social de los
niños y adolescentes del pueblo.
Constituyó una inmensa tragedia para la Iglesia Española el que a
sacerdotes, religiosos y católicos inscritos en los movimientos apostó-
licos los etiquetaran, a todos por igual, como «fascistas» y enemigos de
las reformas sociales que se esperaban y nunca llegaban. Pero la culpa
de toda esta mentalidad hay que atribuirla, más que a los milicianos,
sus comités y patrullas, a los que, desde los puestos de influencia y
aprovechando la ignorancia de las «masas», las fueron intoxicando, año
tras año, con semejante ideología. Ya se ha dicho que aquella Iglesia y
aquel catolicismo de los años treinta no carecían de graves defectos:
pero las acusaciones formuladas desde la izquierda contra las institu-
ciones eclesiales fueron exorbitadas e injustamente generalizadas.
Los salesianos juzgaban por lo común a sus agresores como hom-
bres «ignorantes» y «ciegos», más dignos de compasión que de otra
cosa. E interiormente les perdonaban.
H a y que lamentar que la República —principalmente la del Frente
Popular— se olvidara de su carácter democrático y de la libertad reli-
giosa que había proclamado. Y que los anarcosindicalistas y sus adlá-
teres tomaran al cristianismo —con su Dios, su religión, personas, igle-
sias, moral, prácticas y símbolos— por un enemigo, al cual debían
abatir. A los cristianos de los tiempos antiguos, el gobierno de la R o m a
pagana les concedía, al menos, según sabemos por el primer capítulo,
la posibilidad de salvar la vida por medio de la apostasía, cosa que los
milicianos españoles del 1936 no permitían a sus víctimas. E s t o expli-

18.6 Page 176

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ca la ausencia de apóstatas en toda esta historia; pero la
g
verdadera razón de tal ausencia es la solidez de la fe de los mismos
5
mártires.
§
Sin duda, el lector sabrá encontrar otras peculiaridades y caracte-
X
rísticas en los hechos narrados, los cuales, a nuestro parecer, ayudan a
o
descubrir aspectos relevantes de nuestra convivencia social, política y
H
religiosa.
«
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c/í"
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H
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NOTAS
O
1 C f S O C I E T Á D I S A N F R A N C E S C O D I S A L E S , Antico Continente
1936, 227-233.
2 Cf CONGREGATIO DE CAUSIS SANCTORUM. VALENTINA,
Beatificationis seu declarationis martyrii servorum Dei Josephi Calasanz
Marqués et XXXII Sociorum Societatis S. Francisci Salesii in odium fidei,
uti fertur, interfectorum. Positio super martyrio. Roma 1995, 1-191. El
Summarium [= Summ.], a continuación, en las págs. 1-201.
3 Cf Lauros y palmas. Crónica de la Inspectoría Salesiana Tarraconense
durante le revolución roja. Librería Salesiana, Barcelona 1958, 295-424 (La
primera edición es de 1950). Ver unas biografías, apretadas y sugerentes, en
B. B U S T I L L O , Hombres de nuestra historia. Semblanzas Salesianas de la
Inspectoría de Valencia, 1913-1980. C C S , Madrid 1981. A la sombra del
gran árbol. Memoria de nuestros hombres. Inspectoría Salesiana de Barce-
lona 1884-1984. Edebé.Barcelona 1984.
4 Carta desde la cárcel de Mislata, 22-VI-1936: Summ., págs. 204-205, docu-
mentos.
5 Summ., pág. 38, n. 94.
6 Summ., pág. 48, n. 138. Testimonio de Rigoberto de los Ríos Fabregat, her-
mano del salesiano Recaredo.
7 Summ., pág. 37, n. 91.
8 Summ., pág. 10, n. 330.
9 Summ., pág. 71, n. 234.
10 Summ., pág. 76, n. 253.
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18.7 Page 177

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^
11 Summ., pág. 77, n. 254.
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O
12 Cf 5«mOT., pág. 42, n. 109.
13 Summ., pág. 213, doc. 29.
14 Summ., pág. 83, n. 268.
15 Informatio super martyrio, 54.
16 Summ., pág. 94, n. 313.
17 Summ., pág. 89, n. 294.
18 Summ., pág. 87, n. 286.
19 Summ., pág. 85, n. 277.
20 Summ., pág. 86, n. 280, testimonio recogido por la misma testigo.
21 Summ., pág. 67, n. 214.
22 Summ., pág. 105, n. 339.
23 Texto de A. B U R D E U S , Lauros y palmas. Librería Salesiana, Barcelona
1958, 349-350.
24 Summ., pág. 105, n. 339.
25 Summ., pág 103, n. 333; pág. 148, n. 476.
26 Summ., pág. 126, n. 400.
27 Summ., pág 138, n. 445.
28 Summ., pág. 139, n. 447.
29 Summ., pág 140, n. 449,451.
30 Summ., pág 123, n. 390; pág. 26, n. 58; pág. 61, n. 191. Testimonio recogi-
do por el antiguo alumno salesiano Luis Postigo García, el cual desempe-
ñó un papel importantísimo a la hora de organizar la asistencia a los sale-
sianos perseguidos.
31 Cf A. B U R D E U S , 4.026. Jaime Ortiz Alzueta, coadjutor salesiano y már-
tir de Cristo. Librería Salesiana, Barcelona 1963.
32 Summ., pág. 156, n. 499.
33 Carta desde Barcelona-Sarria, 5-V-1936: A. B U R D E U S , 4.026. Jaime
Ortiz Alzueta, 88-89.
34 Positio super martyrio. Documenta extraprocessualia, pág. 227.
35 Summ., pág. 136, n. 437.
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18.8 Page 178

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36 Summ., pág. 110, n. 553.
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37 Summ., págs. 1\\0-Ul,n. 357.
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38 Summ., pág. 166, n. 530.
39 Summ., pág. 175, n. 557.
40 Positio super martyrio, pág. 125.
41 Summ., pág. 186, n. 589.
42 Summ., pág. 142, n. 456.
43 Summ., pág. 143, n. 459.
44 /¿¿¿.
45 Summ., págs. 141-142, n. 455.
46 Summ., pág. 143, n. 457.
47 C f R . A L B E R D I , Els salesians al barrí de Sant Antoni. Barcelona 1890-
1990. Casa salesiana de Sant Josep, Barcelona 1994, 173-182, 182-183.
48 Positio super martyrio. Informatio, 140.
49 Summ., pág. 234, .430.
50 Summ., págs. 134-135, n. 431, 432.
51 Summ., pág. 23, n. 53.
52 Summ., pág. 182, n. 580.
53 L a imagen que se ha presentado del Sordo está tomada de R . A L B E R D I ,
Los salesianos en Sant Vicenc deis Horts 1895-1995. Escuela Salesiana de
Sant Vicenc deis H o r t s , Barcelona 1996, 79-89.
54 Summ., pág. 150, n. 511.
55 Summ., pág. 151, n. 513.
56 C f R . A L B E R D I , Girona, cent anys de presencia salesiana 1892-1992. Casa
salesiana de Girona 1992.
57 Carta desde Girona a T u r í n , 24-11-1936.
58 Summ., pág. 65, n. 206.
59 Summ., págs. 64-65, n. 205.
60 Positio super martyrio. Informado, 170.
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18.9 Page 179

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3
61 Cf R. A L B E R D I , Don Felipe Rinaldi en Barcelona-Sarria (1889-1892).
t
Semblanza. Inspectoría Salesiana de Nuestra Señora de la Merced, Barce-
Z
lona 1990, 57-58.
62 Ver un buen resumen en M A R Í A F. N Ú Ñ E Z M U Ñ O Z , Las Hijas de
María Auxiliadora en Andalucía y Canarias: 1893-1993. Inspectoría María
Auxiliadora, Sevilla 1994, 15-37.
63 Summ., pág. 79, n. 578.
64 Summ., pág. 193, n. 612.
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EPÍLOGO
El próximo 11 de marzo, segundo domingo
de Cuaresma de este año 2001, el papa Juan
Pablo II presidirá la solemne beatificación de
más de 230 mártires, los cuales dieron la vida
por su fe en la persecución religiosa que tuvo
lugar durante la Guerra C i v i l Española de 1936
a 1939. La mayoría son de la zona de Valencia.
Entre ellos hay un buen número de religiosos y
religiosas de diferentes congregaciones. Figura
también un grupo integrado por Salesianos e
Hijas de María Auxiliadora, tal como hemos
explicado en las páginas precedentes.
La Familia Salesiana de España y, particular-
mente, la que vive y trabaja en las provincias
salesíanas de Valencia y Barcelona se alegra y se
dispone a celebrar este acontecimiento. Muchos
salesianos y salesianas, que nos han precedido,
desearon ver la llegada del día de la glorificación
de tantos hermanos y hermanas a quienes con-
sideraron siempre como testigos de Jesucristo,
constructores de la Iglesia y auténticos realiza-
dores del carisma de San Juan Bosco.
195

19.3 Page 183

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En el acto litúrgico que tendrá lugar en la plaza de San Pedro, se
O
seguirá la liturgia correspondiente al segundo domingo de Cuaresma.
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En ese domingo, todos los años, la Iglesia católica evoca y revive la
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Transfiguración del Señor. El pasaje narra cómo un día «Jesús se llevó a
Pedro, a Juan y a Santiago a lo alto de una montaña, para orar. Mientras
oraba, el aspecto de su rostro cambió, y sus vestidos refulgían de blan-
cos. De pronto hubo dos hombres conversando con él: eran Moisés y
Elias, que aparecieron resplandecientes y hablaban de su muerte, que
iba a completar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se caían de sueño;
pero se espabilaron, y vieron su gloria» (Le, 9, 28b-36).
Según esto, en el misterio de Cristo Jesús se entrelazan la muerte y
la gloria. La muerte de Cristo tenía como meta la gloria de la resu-
rrececión. Y de este mismo misterio de muerte y de gloria participan
también sus discípulos; en especial, los mártires, que ya han comparti-
do la muerte de su Señor y Maestro. No está mal que, al cerrar este
librito, el lector reavive en su interior esa dimensión cristológica que
subyace en la vida y en la muerte de los mártires beatificados. Es la pri-
mera condición para que pueda pasar de la celebración a la práctica de
la vida cristiana.
El pasaje evangélico demuestra, además, la dimensión eclesial del
misterio de Cristo. Este, en efecto, a la hora de subir a la montaña
—que en la Biblia significa el lugar de las manifestaciones de D i o s — ,
se hace acompañar de Pedro, Juan y Santiago: son sus amigos más ínti-
mos, a los cuales —singularmente a Pedro— les confiará el cuidado de
su familia, la Iglesia.
Bajo la guía de los sucesores de los Apóstoles, y tanto durante su
vida como en el trance de la muerte, nuestros mártires también quisie-
ron contribuir a la edificación de la Iglesia de su tiempo: los hemos
visto rezar y ofrecer su vida por ella.
Aquí radica otra de las claves para convertir la celebración en fuen-
te de vida, porque la construcción de la Iglesia es la tarea permanente
de los discípulos del Señor Jesús.
El historiador Hugh Thomas, citando a Salvador de Madariaga,
habla de un sacerdote que, habiendo conseguido escapar a Francia gra-
cias a la intervención del presidente Companys, reconocía honesta-
mente: «Los rojos han destruido nuestras iglesias, pero antes nosotros
habíamos destruido la Iglesia» (La guerra Civil Española I, 300). Estas
1?%

19.4 Page 184

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palabras equivalen a una denuncia, que no deberían echar en olvido,
O
sobre todo, los responsables más directos de la animación y gobierno
O
de la comunidad eclesial. Es cierto que el Maestro advirtió a los suyos:
«Cuando el mundo os odie, tened presente que primero me ha odiado
w
a mí. Si pertenecierais al mundo, el mundo os querría como a cosa
suya, pero como no le pertenecéis, sino que al elegiros yo os he saca-
do de él, el mundo os odia. Acordaos de aquello que os dije, que un
siervo no es más que su amo; si a mí me han perseguido, lo mismo
harán con vosotros» (Jn 15, 18-20). Pero el Maestro era bueno e i n o -
cente, lo que no puede decirse siempre de sus discípulos: éstos, más de
una vez, por su pecado, no se convierten en sal y luz del mundo, como
les pedía el mismo Señor.
Por eso, al recordar y celebrar el heroísmo de los mártires, sus her-
manos y amigos han de preguntarse cómo se pudo llegar a un odio tan
despiadado contra la Iglesia en aquella coyuntura de julio de 1936. Y,
si se sienten culpables de algo, han de arrepentirse, pedir perdón y pro-
ponerse no reincidir en los pecados de otros tiempos.
A s í , renovando esas dos dimensiones que emergen en la historia de
los mártires — l a cristológica y la eclesial—, es posible pasar con fruto
del recuerdo y de la celebración al compromiso de la vida cristiana. En
las páginas que anteceden, se ha comprobado que ésta no es para los
espíritus superficiales, sino para los fuertes.
Al concluir el estudio, nos sentimos satisfechos porque, renovando
una vieja costumbre de los cristianos e imitando, también, a San Juan
Bosco, hemos podido dar a conocer un poco más a los mártires, sobre
todo, ante la Familia Salesiana de España.
Uniendo el recuerdo de los antiguos mártires al de los más recien-
tes, cabe traer aquí el pensamiento con que concluía su misiva el autor
del martirio de San Policarpo: « A l que es poderoso para introducir-
nos a todos, por gracia y dádiva suya, en su reino eterno, por medio
de su siervo, su Unigénito Jesucristo, a Él sea gloria, honor, poder y
grandeza por los siglos». Y añadía, afectuosamente, al final de todo:
«Saludad a todos los santos». Los «santos» son los miembros —jóve-
nes, adultos y ancianos— de la comunidad cristiana quienes, imitan-
do a sus hermanos mártires, se esfuerzan, bajo la acción del Espíritu,
en conformar su vida a la de Jesús de Nazaret, el Santo de Dios por
antonomasia.
197

19.5 Page 185

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g
2. LOS MÁRTIRES VUELVEN SIEMPRE
41
Q
Z
Perspectiva general
44
Testigos de nuestro tiempo
45
Desde el espíritu de Asís
45
Desde el Carmelo
47
Desde el Salesianismo
50
Los mártires «chinos»
51
Los mártires polacos
53
El siglo XX español
56
La Semana Trágica (1909)
56
La Revolución de octubre (1934)
57
La Guerra C i v i l (1936-1939)
59
La revolución en Valencia y en Barcelona
60
Valencia
60
Barcelona
61
Caídos, víctimas y mártires
63
Verdadera persecución religiosa
64
NOTAS
68
3. LOS MÁRTIRES Y LA SANTA SEDE
71
El proceso en la causa de los mártires
74
El Año Jubilar y el papa Juan Pablo II
75
Los mártires españoles (1936-1939) y Juan Pablo II
76
Los mártires salesianos españoles y Juan Pablo II
78
NOTAS
80
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19.6 Page 186

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4. LOS MÁRTIRES, NUESTROS HERMANOS
81
Semblanzas
85
Grupo de Valencia. Subgrupo de Valencia
85
Grupo de Valencia. Subgrupo de Alcoy
109
Grupo de Barcelona. Subgrupo de Barcelona-Sarria .... 116
Grupo de Barcelona. Subgrupo
de Barcelona-Tibidabo
152
Grupo de Barcelona. Subgrupo
de Barcelona-Rocafort
160
Grupo de Barcelona. Subgrupo
de Sant Vicenc deis Horts
167
Un salesiano de Girona
174
Grupo de las Hijas de María Auxiliadora
178
Rasgos comunes
186
NOTAS
189
5. E P Í L O G O
193

19.7 Page 187

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